hoasd
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Staff MODERADORAS Max Escritora Solitaria, Soleria, Perpi27, Mlle. Janusa & MarMar
TRADUCTORAS Max Escritora Solitaria
Monikgv
CORRECTORAS
Soleria
Mel Cipriano
Melii
Juli
Macasolci
Nats
Amy
Lunnanotte
KatieGee
Deeydra Ann'
Jo
Deydra Ann
♥...Luisa...♥
Kass
Paoo
Lucia A.
Perpi27
Zafiro
Danny_McFly
Mlle. Janusa
Vericity
Annabelle
MarMar
Mrs. Styles♥
Akires
AariS
Ladypandora
Nats
Marie.Ang
Daemon03
Vanessa Villegas
CrisCras
Tamis11
Munieca
moni.music Elle Violet~
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LECTURA FINAL Juli
DISEÑO Hanna Marl
Juli Gely Meteor βelle ❤
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Índice Sinopsis
Capítulo 24
Prólogo
Capítulo 25
Capítulo 1
Capítulo 26
Capítulo 2
Capítulo 27
Capítulo 3
Capítulo 28
Capítulo 4
Capítulo 29
Capítulo 5
Capítulo 30
Capítulo 6
Capítulo 31
Capítulo 7
Capítulo 32
Capítulo 8
Capítulo 33
Capítulo 9
Capítulo 34
Capítulo 10
Capítulo 35
Capítulo 11
Capítulo 36
Capítulo 12
Capítulo 37
Capítulo 13
Capítulo 38
Capítulo 14
Capítulo 39
Capítulo 15
Capítulo 40
Capítulo 16
Capítulo 41
Capítulo 17
Capítulo 42
Capítulo 18
Capítulo 43
Capítulo 19
Capítulo 44
Capítulo 20
Capítulo 45
Capítulo 21
Capítulo 46
Capítulo 22
Agradecimientos
Capítulo 23
Sobre el Autor
Sinopsis U
na intensa mirada a las reglas de atracción de secundaria —y el precio que se paga por ellas.
Sucede cada año. Se da a conocer una lista, una chica de cada grado es elegida como la más bonita, y otra es elegida como la más fea. Nadie sabe quién hace la lista. Casi no importa. El daño está hecho en el minuto que se sube.
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Esta es la historia de ocho chicas, primer año a último, "bonita" y "fea". Y también es la historia de cómo nos vemos a nosotros mismos, y cómo otras personas nos ven a nosotros y la enredada conexión de los dos.
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Para mami, por un millón de razones.
Prólogo "La percepción de la belleza es una prueba moral." - HENRY DAVID THOREAU Traducido por MarMar Corregido por Melii
D
esde que todo el mundo tiene memoria, los alumnos llegan a la secundaria Mount Washington el último lunes de septiembre para encontrarse con una lista que nombra a la más linda y la más fea de cada grado. Este año no será diferente. Alrededor de cuatrocientas copias de la lista cuelgan en varios lugares de notable importancia. Una se encuentra sobre los urinarios del baño de chicos del primer piso, otra cubre el recién anunciado reparto de la producción del club de drama para este otoño, “Dinero caído del cielo1”, y otra está escondida entre los panfletos sobre violencia en el noviazgo y depresión, en la enfermería. La lista se encuentra fija a las puertas de las taquillas, deslizada en los cajones de los escritorios, engrampada en los tablones de anuncios. La esquina inferior derecha de la hoja ha sido adornada por un sello estampado, dejando la marca de la secundaria Mount Washington representada con un dibujo en líneas—antes de salir a la piscina cubierta, el nuevo gimnasio, la nueva ala de ciencias de alta tecnología agregada recientemente. Este sello había certificada todos los diplomas de graduación antes de haber sido robado de la oficina del director hace algunas décadas.
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Actualmente, es una pieza mítica de contrabando usada para desalentar a los copiones o competidores.
Dinero caído del cielo, musical realizado en el año 198. Arthur Parker, un vendedor de partituras musicales, está casado con Joan, aunque su matrimonio no va bien a causa de la enfermiza timidez de su mujer. Durante un viaje, Arthur conoce a Ellen, una maestra con quien mantiene una relación, pero ocultándole su condición de casado. 1
Nadie sabe realmente quién realiza la lista cada año, o cómo se transmite la responsabilidad, pero el secretismo no ha impedido la tradición. En todo caso, el anonimato garantizado hace que el fallo luzca más absoluto, imparcial, objetivo. Y así, con cada lista nueva, las etiquetas que normalmente hacen picadillo a las chicas de la secundaria Mount Washington en billones de diferentes distinciones, (farsantes, populares, perdedoras, escaladoras sociales, atletas, cabezas huecas, niñas buenas, chicas malas, chicas femeninas, chicas masculinas, zorras, zorras en el closet, vírgenes renacidas, puritanas, sobre-triunfadoras, vagas, drogadictas, marginadas, originales, frikis y fenómenos, para nombrar algunos pocos) desaparecen. La lista es refrescante en ese aspecto. Esta reduce a la población femenina a tres simples grupos. Las más lindas. Las más feas. Y el resto. Esta mañana, antes de la campana para la primera clase, cada chica en Mount Washington sabrá si su nombre está en la lista o no. Las que no lo están, se preguntarán cómo se sentiría estar en ella, ya sea bueno o malo.
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Las ocho chicas que sí lo están, no tendrán otra opción.
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1 Traducido por perpi27 Corregido por Melii
A
bby Warner paseó alrededor del árbol de ginkgo, una mano a la deriva perezosamente sobre los callos gruesos de la corteza. Una brisa a toda prisa en sus piernas desnudas, entre el borde de la falda de pana y sus zapatillas de ballet. Era prácticamente tiempo de medias, pero Abby evitaba el uso de ellas durante el tiempo que puede soportar el frío. O hasta que lo último de su verano se desvaneciera tan lejos. Lo que ocurra primero. El lugar es conocido como la Isla del estudiante de primer año. Es el lugar donde los estudiantes de noveno grado más populares de Mount Washington se reúnen en la mañana y después de clases. Durante la primavera, casi todo el mundo evita Isla de primer año por el olor pútrido de los bulbos de ginkgo naranja pálido que caían en el suelo, la expulsión de un gas picante. Era un arreglo, sin embargo, porque en la primavera de los estudiantes de primer año estarían próximos a ser estudiantes de segundo año, y evitar cualquier cosa que pudiera identificarlos como menores.
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Los padres de Abby la habían dejado a ella y a su hermana mayor, Fern, lo que se sentía como horas, porque Fern tenía algo del club de debate. ¿O es decatlón académico los lunes? Abby bosteza. Ella no puede recordar qué era. En cualquier caso, las clases de mañanas la succionan, porque Abby tiene que levantarse temprano para tener tiempo adicional para ducharse, peinarse y armar algo lindo para usar. Ella lo hace todo sin encender la luz, para no despertar a Fern, con quien comparte la habitación más grande en la casa Warner. Mientras tanto, Fern duerme hasta el último minuto porque no tiene una rutina de la mañana de que hablar, además de cepillarse los dientes y el rotar a través de los jeans y las camisetas cuadradas. Esta mañana, Fern orgullosamente se había puesto una camiseta nueva que había comprado en línea. Tenía un escudo adornado impreso en el pecho, que proclamaba lealtad a una secta rebelde de los guerreros de El Efecto Blix, una serie de novelas de fantasía de la que todos los amigos de Fern están obsesionados. Y en el coche, Fern había pedido a Abby hacer sus dos trenzas francesas, una a cada lado de la
cabeza, como los del personaje femenino principal en El Efecto Blix lleva a la batalla. Fern sólo quiere que Abby le haga sus dos trenzas francesas, a pesar de que Abby puede hacer un nudo o un giro arriba—Abby siente que estos dos peinados son mejores, las opciones más sofisticadas para los dieciséis años de edad de su hermana. Pero Abby nunca dice no a las solicitudes de Fern, a pesar de que le resulta extraño que Fern quiera vestirse de lo que es esencialmente un disfraz, porque las trenzas hacen ver mejor la mirada de Fern, o al menos que a ella le importa un poco acerca de cómo se ve. Los autobuses escolares y los coches empiezan a aparecer. Uno a uno, Abby es calentada por los abrazos de sus amigas. Todos ellos pasaron el fin de semana enviándose imágenes de ida y vuelta de vestidos potenciales la una a la otra para el baile de bienvenida la noche del sábado. El vestido de Abby es completamente hermoso —un halter de satén negro con un lazo blanco y grande cincha en su cintura— está en espera en una tienda en el centro comercial. Su única duda es que ninguna de sus amigas estudiantes de primer año parecen saber cómo vestirse hasta lo que se supone que debes conseguir para los bailes de secundaria que no están de fiesta. —¡Ooh Lisa! —dice Abby cuando su mejor amiga, Lisa Honeycutt, viene caminando desde el aparcamiento—. ¿Le has mostrado mi vestido de Baile de Bienvenida a Bridget? ¿Piensa que es demasiado formal? Lisa pone un brazo alrededor de Abby y tira de ella en un abrazo. —Mi hermana dijo: ¡Que es perfecto! Bonito y divertido, pero no en un tipo de tratar-demasiado-duro. Abby suspira con alivio por haber recibido la aprobación de Bridget. Abby y Lisa son las dos únicas chicas de su grupo de amigas que tienen hermanas mayores que también van a Monte Washington. No es que Abby y Fern sean como Bridget y Lisa.
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Abby había sido invitada a pasar una semana el verano pasado en la casa de vacaciones de Lisa en la playa de Whipple. Gracias a Dios, de lo contrario sus vacaciones de verano habrían consistido enteramente de acompañar a lo largo de las visitas a universidades de Fern. Durante esa semana, Abby y Lisa se colaron en la habitación de Bridget para mirar alrededor. Metieron sus cabezas en el armario de Bridget. Encontraron algunos números de teléfono de muchachos ocultos en cajón de los calcetines de Bridget y pusieron sus pulseras en sus muñecas. Trataron con todo el maquillaje, el cual fue organizado perfectamente encima de la peinadora de mimbre blanco de Bridget.
Abby siempre había soñado con tener una peinadora, pero no había lugar para una. Bridget principalmente quedó solita esa semana, enviando mensajes de texto a sus amigos de vuelta a casa y leyendo un montón de libros que había traído con ella, sólo fue a la playa con Abby y Lisa una vez durante un par de horas. Pero en una noche de lluvia, Bridget las hizo pasar un rato con ella en su dormitorio. Planchó sus cabellos con la plancha barril grueso y las hizo ver una película cursi de época a los pies de su cama mullida. Abby y Lisa preguntaron a Bridget acerca de lo que el Monte Washington High era en realidad, y Bridget les dio un montón de consejos útiles, francos, que tuvieran cuidado al salir con chicos mayores, los chismes sólo con los amigos que confiaran completamente y cómo ocultar el olor a alcohol en el aliento a sus padres. Fern, por su parte, no ofrecía nada más allá de las recomendaciones de que los profesores de matemáticas en el Monte Washington realmente sabían sus cosas. Y Abby le preguntó más de una vez, si Bridget sabía quién era Fern, a pesar del hecho de que las niñas estaban en el mismo grado. Lisa está a punto de charlar con sus otros amigos cuando Abby se inclina y susurra—: ¿Terminaste la tarea de Ciencias de la Tierra? Lisa pone una cara ceñuda. —¡Abby, no puedes seguir copiando mi tarea! Nunca vas a aprender nada. Abby peina su cabello rubio rojizo con los dedos. —Linda ¿Porfa? Me acaban demasiado el estudio de vestidos para el baile. Será la última vez. —Pone su mano sobre su corazón—. Promesa. Lisa suspira, pero entra a la escuela para buscar su casillero. Abby dice en voz alta—: ¡Te quiero como una hermana! Unos minutos más tarde, Lisa corre hacia el exterior, la cola de caballo negro moviéndola salvajemente. —Abby —grita, lo suficientemente alto para que todos los estudiantes de primer año en la Isla la miren. Lisa corre los últimos metros y agarra a Abby para evitar que se caiga—. ¡Eres la chica más guapa de primer año en el Monte Washington High!
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Abby parpadea. —¿Soy qué? —¡Estás en la lista, tonta! ¡La lista! Mi hermana está en ella, también. —Lisa mira a las otras chicas, sus llaves centellean con una sonrisa orgullosa—. ¡Bridget quedó nombrada como la chica más guapa de la clase junior! La mandíbula de Abby se afloja con sorpresa. A pesar de que no está segura de lo que Lisa está hablando, es claramente una noticia
para sentirse satisfecha. Afortunadamente, uno de sus otras amigas le pregunta—: ¿Qué lista? —Y luego todos se vuelven a Lisa por una explicación. Lisa les explica, Abby asiente a lo largo, fingiendo que no está tan perdida como el resto de ellos. Por supuesto que Fern no se había molestado en mencionar esta cosa muy importante, al igual que Fern no tiene ni idea de que vestidos eran los vestidos adecuados para el baile de bienvenida. A veces deseaba que Bridget fuera su hermana. Bien. Muchas veces. Las amigas de Abby se turnan rebotando alrededor de ella con abrazos de felicitación y cada apretón la hace palpitar el corazón un poco más rápido. Aunque los chicos de primer año actúan desinteresados en su celebración, Abby se da cuenta de su juego de hacky está más cerca de donde ella está de pie. Sin embargo, todavía no se ha hundido. Hay un montón de chicas guapas de primer año en el Monte Washington y Abby es amiga de muchas de ellas. ¿Realmente merece estar en la parte superior de la cadena? Es un lugar extraño, ajeno a su ser. —Lamento que las chicas no fueran seleccionadas —dice Abby de repente a todo el mundo y en parte su significado. —Por favor —dice Lisa, apuntando a su boca—. ¿Quién va a votar por mí como la más guapa con estas vías del ferrocarril que atraviesan mi cara?
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—¡Cállate! —grita Abby, golpeando a Lisa—. ¡Eres tan bonita! Camino a ser más guapa que yo. —Abby honestamente cree que sí. De hecho, ella tiene la suerte de haber estado en la lista este año, ya que cuando Lisa finalmente consiga quitarse sus frenos, todas las apuestas se apagarán. Lisa es por lo menos cinco centímetros más alta que Abby, con el pelo largo y negro que siempre se ve brillante y un pequeño lunar pequeño en la parte superior de la mejilla izquierda. Tiene un gran cuerpo, con curvas y pechos. En realidad, lo único que no es perfecto sobre Lisa son sus frenos. Y sus pies, que son tal vez un poco grandes. Pero la gente suele pasar por alto ese tipo de cosas. —Eres la peor en tomar cumplidos, Abby —dice Lisa con una sonrisa—. Pero esto es en serio enorme. Todo el mundo en la escuela sabrá quién eres ahora. Abby sonríe. Nunca ha estado tan emocionada acerca de los próximos cuatro años, de lo que está en este mismo momento. —Me gustaría saber quién me eligió para que yo pudiera darles las gracias. — La idea de una chica, o tal vez incluso una delegación, otorgando este honor a ella es muy emocionante. Ella tiene amigos, las niñas mayores, que ni siquiera conoce—. Así que... ¿dónde veo la lista?
—Vi una copia en el tablón de anuncios cerca del gimnasio — dice Lisa—. Pero están en todas partes. —¿Crees que yo podría tener una? —Maravillas de Abby. Quiere mantener la lista en algún lugar especial. Tal vez en un álbum de recortes, o una caja de recuerdos. —¡Por supuesto! Vamos a ir a tomar una. Las chicas se dan la mano mientras corren a la escuela. —Entonces, ¿quién más está en la lista? —pregunta Abby—. ¿Además de tu hermana y yo? —Bueno, la estudiante de primer año más fea es Danielle DeMarco. Abby se ralentiza. —Espera. ¿La lista da los nombres de las chicas feas también? — En la excitación, había perdido esa parte. —Sí —dice Lisa, tirando de ella—, espera a que lo veas. Quien escribió este año pone cosas divertidas debajo de los nombres de todos. Al igual que Dan es el hombre. Abby no es amiga de Danielle DeMarco, pero estaban en la misma clase de gimnasia. Abby había visto a Danielle matarse durante la carrera de una milla obligatoria la semana pasada. Era admirable, y Abby podría haber probablemente correr más rápido que los diecisiete minutos que duró, pero no quería estar sudorosa por el resto del día. Por supuesto, ella se siente mal que Danielle haya sido nombrada la más fea chica de su clase, pero Danielle parece lo suficientemente fuerte como para manejarlo. Y, con suerte, Danielle va a entender que hay otras chicas que podrían haber sido nombradas la más fea, también. Al igual que en el caso de Abby. Era realmente la suerte del sorteo. —¿Qué dijo de mí? Lisa baja la cabeza y susurra—: Te felicitó por la superación genética. —Antes de soltar una risita avergonzada. Fern.
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Abby se muerde el interior de la mejilla y luego le pregunta—: ¿Es Fern la más fea de la clase junior? —Oh, no —dice Lisa rápidamente—. Es extraño porque es la muchacha Sarah Singer, que frunce el ceño en el banco cerca de la isla de primer año. Abby baja los ojos y asiente despacio. Lisa puede ver su culpa, ya que Lisa le da una palmadita en la espalda.
—Mira, Abby. No te preocupes por lo genética. No mencionan a Fern por su nombre. ¡Apuesto a que mucha gente ni siquiera sabe que ustedes dos son hermanas! —Tal vez —dice Abby, esperando lo que Lisa dice es verdad. Pero incluso si la mayoría de los niños en la escuela no saben que están relacionados, sus maestros sí lo hacen. Ha sido una de las peores cosas de ir a Mount Washington: ver a sus maestros darse cuenta, después de la primera semana o así, que Abby no es tan inteligente como Fern. Lisa continúa—: De todos modos, Fern siempre obtiene el reconocimiento. Y cada vez que lo hace, eres tan feliz por ella. Recuerdo el año pasado, cuando me hiciste sentarme a través de ese concurso de tres horas de lectura de poesía latina, Fern compitió en la universidad. —Eso fue realmente una gran cosa. Fern fue escogida de toda la escuela secundaria a recitarlo y ganó un montón de dinero de la beca. Lisa pone los ojos. —Cierto, cierto. Me acuerdo. Ahora es tu turno para conseguir un poco de atención. Abby aprieta la mano de su amiga. Sí, el comentario de genética fue un poco malvado. Pero Lisa tiene razón. No es como si Abby lo dijera. Y siempre está animando a Fern por su materia académica. Ella nunca se quejó de esos despertares de madrugada o de todas las visitas a las universidades que habían ido de este verano en vez de unas vacaciones. No en voz alta, de todos modos. Cuando se acercan al gimnasio, Lisa trota unos pasos por delante. —Aquí es —anuncia, al tocar el papel con el dedo—. En blanco y negro. Abby encuentra su nombre en la parte superior de la lista. ¡Su nombre! Verlo hace todo más real, se siente más ganadora. Abby es, oficialmente, la chica más guapa de su clase de primer año.
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No está segura de cuánto tiempo se queda ahí mirando. Pero con el tiempo Lisa pellizca el brazo. Duro. Las lágrimas de Abby quitan su atención fuera de la cartelera. Fern está marchando por el pasillo con un propósito increíble, su mochila—tirando sobre sus hombros, las colas de las trenzas francesas balanceándose de un lado a lado. Si Fern sabe que está en la lista, Abby no lo puede decir. Fern camina exactamente de la misma manera que normalmente lo hace en la escuela—como si Abby no existiera.
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Abby espera hasta que Fern voltea de la esquina. Luego quita la lista de la pizarra de anuncios, con la uña meñique para facilitar la salida de las grapas, con cuidado de no romper las esquinas.
2 Traducido por Monikgv Corregido por KatieGee
A
una cuadra de distancia, Danielle DeMarco se da cuenta de que ha perdido su autobús. Está muy tranquila, especialmente para ser lunes. Nada en el aire, sólo los sonidos de una típica mañana: el canto de los pájaros, el clic clic clic de las puertas automáticas de los garajes, el ruido metálico de los basureros vacíos siendo arrastrados de vuelta a las calzadas. Tarde a la escuela, muerta de hambre, completamente agotada. No es una gran manera de empezar la semana. Pero Danielle sigue pensando que anoche valió la pena. Ella había estado dormida por dos horas cuando su teléfono sonó. —¿Hola? —pregunta, su voz envuelta en un bostezo. —¿Cómo puedes estar durmiendo? Es sólo medianoche.
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Danielle revisó que la puerta de su habitación estuviera cerrada. A sus padres no les gusta que Andrew llame tan tarde. Siguen refiriéndose hacia él como su amigo del campamento, a pesar de las millones de veces que ella los ha corregido. Como si novio fuera un trabalenguas. O tal vez eso era lo que les preocupaba, porque Andrew era un año mayor. Pero para alguien, sus padres caían en la misma categoría que su mejor amiga, Hope, que sin duda tenían muchas reglas acerca de cuándo, dónde y cómo Danielle podría pasar tiempo con Andrew. Esa había sido la parte más difícil sobre volver a casa del Campamento del Lago Clover, donde los dos habían trabajado como consejeros el verano pasado. Habían perdido la libertad de salir cuando querían, hablar cuando querían. No había más noches en las que Andrew se escabulliría a través de la oscuridad y rasgaría la ventana sobre su cama. No más tomar las barcas hacia el centro del río y esperar hasta que la brisa los trajera de vuelta al puerto. El verano ya se sentía como hace un millón de años. Danielle trajo su edredón sobre su cabeza y mantuvo su voz baja.
—Luces apagadas, campistas —bromeó. Andrew suspiró. —Disculpa que te desperté. Es sólo que estoy con mucha energía para ir a dormir. Tengo toneladas de adrenalina almacenada desde el juego y no hay manera de que me deshaga de ella. Danielle y Hope habían visto desde las gradas esa tarde cuando Andrew estaba atrapado en una rutina de calentamiento perpetua en la línea de banda mientras el campo de fútbol quedó destrozado por los tacos de otros jugadores. Él habría rebotado en sus dedos de los pies, saltado, o corrido con las rodillas en alto para mantenerse caliente. Después de cada juego, Andrew miraba al entrenador de fútbol de la universidad, con los dedos cruzados alrededor de su rostro protegido por su brillante casco blanco. Esperanzado. Ella se sentía terrible por él. Era el cuarto partido de la temporada, y él no había visto ni un minuto del tiempo de juego. ¿Qué habría importado, darles a estudiantes de segundo año como Andrew una oportunidad? Mount Washington perdía por tres touchdowns en el medio tiempo. Los montañeses no habían ganado un sólo partido. —Bueno… pensé que te veías lindo con tu camiseta universitaria —dice ella. Andrew se rió, pero Danielle se dio cuenta por su sequedad que él aún estaba enojado. —Prefiero no ser llamado si no voy a ver nada de tiempo de juego. Sólo déjenme empezar en el equipo de los de segundo año. Es humillante, estar de pie sobre la línea de banda, sin hacer absolutamente nada mientras nos patean el trasero juego tras juego. Pude haber comido nachos contigo y Hope en las gradas para esa gracia.
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—Vamos, Andrew. Sigue siendo un honor. Apuesto a que hay muchos otros estudiantes de segundo año que matarían por estar en el equipo universitario. —Supongo —dice—. Sabes, Chuck pudo jugar toda la segunda mitad. Me gustaría ser tan grande como él. Debería hacer más trabajo de pesas y tal vez tratar de tomar de esos desagradables batidos de proteína que él siempre está tomando. Estoy demasiado delgado. Soy como el chico más pequeño del equipo. —No lo eres. Y de todas formas, ¿por qué te gustaría ser como Chuck? Sí, es grande… pero no es como que está en forma. Apuesto a que podrías correr en círculos a su alrededor. —Danielle estaba muy segura de que Andrew sabía que ella no estaba loca por Chuck. Andrew una vez le dijo que Chuck tenía un estante especial para sus
botellas de colonia, que muestra con orgullo, y no saldría de la casa sin ponerse un poco. Chuck incluso se pondría un poco antes de ir a levantar pesas en su garaje. De acuerdo con Andrew, Chuck le tenía mucho asco al olor del sudor, incluso del suyo. Andrew lo consideró. —Es cierto. Ese tipo come mierda. No creo que Chuck incluso sepa lo que es un vegetal, a menos de que vaya en su Big Mac. No es de extrañar que no pueda conseguir novia. Los dos se rieron de eso. A Danielle le había tomado unas semanas entender la manera en la que Andrew y sus amigos actuaban uno alrededor del otro. Los chicos eran súper competitivos, pero especialmente Chuck y Andrew. Todo entre esos dos era una rivalidad: calificaciones, zapatillas nuevas, quién podía llegar a la fuente de agua primero. A Danielle le parecían cosas normales de chicos en su mayor parte, pero de vez en cuando, Andrew tomaría alguna estúpida “pérdida” muy mal. Danielle también era competitiva, y mientras simpatizaba con el dolor de la derrota de Andrew, nunca sentía lástima de ella misma frente a sus amigos. Ni siquiera quería pensar sobre lo horrible que habría sido si ella o Hope no hubieran entrado en el equipo de natación. Dicho esto, Danielle se sentía especialmente orgullosa en saber que, cuando se trataba de chicos que tienen novia, ella inclinaba la balanza a favor de Andrew. —Oye —dice Andrew—, adivina de lo que me enteré hoy. Incluso si no juego un sólo minuto esta temporada, me darán una chaqueta universitaria. —Te verás caliente en ella —dice Danielle. Era una cosa tonta de decir, pero ella sabía que haría sentir mejor a Andrew. —No me importa la chaqueta. Es sólo que sería genial verte con ella este invierno. —Eres dulce —dice Danielle, sonrojándose en la oscuridad. Sería genial usar la chaqueta universitaria de Andrew, al menos hasta que ella pueda ganarse la suya.
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—¿Te quedarías al teléfono conmigo un rato más? —pregunta en voz baja. Danielle ablandó su almohada, y ella y Andrew encendieron sus respectivos televisores juntos, como si sus controles estuvieran en sincronía. Se rieron de los extraños infomerciales nocturnos que poblaban los canales de cable en medio de la noche. Spray para cabello. Aparatos para gimnasio en casa que podrían duplicar
aparatos de tortura medieval. Remedios para piel hinchada, caras llenas de granos. Píldoras de dieta basadas en antiguos secretos chinos. Danielle se quedó dormida con su celular presionado a su oreja, imágenes de antes y ahora parpadearon en la oscuridad. Su batería murió cerca de las cuatro y treinta de la mañana. Su alarma murió con él. Por amor, o algo muy cercano a eso, ella perdió el autobús. Danielle alcanza su teléfono para llamar a su casa, cuando descubre un cuaderno que estaba abierto en la calle, las páginas agitándose. Lo levanta. Usándolo para cubrir sus ojos del anaranjado sol, ella ve, a la distancia, aproximadamente tres cuadras, su autobús balanceándose a lo largo de la siguiente parada designada. Lo perdió, pero no por mucho. Baja la barbilla y mira fijamente a la parte superior de sus ojos. Un segundo después, está corriendo. Su cuerpo no está caliente, y se preocupa sobre la posibilidad de un tirón en un músculo. Perseguir al autobús escolar definitivamente no vale la pena una lesión estúpida que pueda dejarla fuera del agua. Pero después de unos pocos pasos, Danielle se desliza a un ritmo cómodo. Un calor agradable enciende sus brazos, sus piernas girando. El autobús se detiene por un carro que está saliendo de una entrada. Danielle cierra rápidamente el paso. —¡Oigan! —dice ella en voz alta cuando se hace lo suficiente cerca para reconocer a los estudiantes en las ventanas traseras—. ¡Oigan! Pero los chicos están muy ocupados socializando los unos con otros para notar a Danielle. El bus acelera y una nube de humo sale del tubo de escape, irritando sus ojos. Se gira a la derecha y se centra a sí misma en el espejo retrovisor del conductor. Grita de nuevo por encima del rugido del motor. Golpea su puño contra un lado. El bus de detiene de pronto. Los chicos la miran, sorprendidos. Danielle coloca unos mechones de su cabello castaño fuera de su rostro mientras la puerta plegable se abre.
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—Pudiste haber muerto —ladra el chofer del autobús. Danielle se disculpa en medio de agitadas respiraciones profundas. Sube los escalones, sostiene el cuaderno sobre su cabeza como un trofeo y espera a que alguien lo reclame. ***
Después de guardar su abrigo en su casillero, Danielle se dirige directamente a la cafetería con Hope. Se despertó muy tarde para desayunar, y no hay forma de que ella pueda durar hasta el almuerzo sin comida. Ella pasa el consejo estudiantil de ventas de bagels, porque los carbohidratos le dan sueño y está demasiado cansada de ellos. Con esperanzas habrá algo en las máquinas expendedoras además de papas fritas y barras de chocolate. Ha estado comiendo más y más desde que entró al equipo de natación de primer año, su cuerpo siempre está desesperado por combustible. Quiere ser cuidadosa de alimentarlo bien. Un chico mayor pasa cerca de las chicas mientras entran en la cafetería. —¡Hola! ¡Dan, El Hombre! —dice él y le da una palmada a Danielle en la espalda. —¿Te está hablando a ti? —pregunta Hope. Danielle está demasiado sorprendida para reaccionar. Trata de mirar el rostro del chico para ver si tal vez lo conoce, pero él desaparece tan rápido como llegó. —Um… ni idea. Las chicas continúan hacia la máquina expendedora. El vidrio entero del frente está cubierto de papeles. Danielle asume que es un club escolar demasiado entusiasta por miembros hasta que toma una hoja y la lee. ¿Dan, El Hombre? ¿Más fea? Un calambre se extiende dentro de ella, contrayendo cada músculo. Ser llamada fea es una cosa. Por supuesto que Danielle ha escuchado el insulto antes. ¿Hay alguna chica en el mundo que no? Y mientras ciertamente no se siente feliz sobre eso, fea es algo que la gente dice acerca de sí, y dicen de ellos mismos, sin siquiera pensarlo. La palabra es tan genérica, es casi insignificante.
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Casi. Pero la cosa de Dan, El Hombre es diferente. Eso duele, incluso si Danielle sabe que no es particularmente femenina. Usar vestidos la hace sentir extraña, como si estuviera en un disfraz, pretendiendo ser alguien más. Sólo se maquilla los fines de semana, e incluso entonces sólo un poco de brillo labial y tal vez rímel. Nunca se ha perforado las orejas porque le tiene demasiado miedo a las agujas.
Pero Danielle aún tiene las partes femeninas esenciales. Pechos. Cabello largo. Un novio. Hope arranca una lista para ella y aspira una bocanada grande, de la manera que lo hace antes de sumergirse bajo el agua. —Oh, no, Danielle… ¿Qué es esto? Danielle no responde. En lugar de eso, mira su reflejo en el recién expuesto cristal de la máquina expendedora. No tuvo tiempo de ducharse esta mañana, así que sólo recogió su cabello en un moño. Unas hebras marrones cortas caían alrededor de la línea de su cabello. No debería sorprenderla, trozos de cabello quebrado llenan el interior de su gorra de natación después de cada práctica, pero lo hace. Ella trata de alisaros con una mano de repente sudorosa, pero las hebras se levantan de vuelta. Se quita su banda elástica y sacude su cabello. Está seco y sin brillo por el cloro y no se mueve como el cabello normal debería. De repente, se ve para Danielle como una mala peluca. Se aleja de su reflejo. Ve que los casilleros fuera de la cafetería también tienen papeles pegados en ellos. Ella se ahoga. —Hope, creo que esta lista cuelga por toda la escuela. Sin más discusión, las dos chicas dejan la cafetería, se separan, y comienzan a correr, una a cada lado del pasillo. Quitan cada copia de la lista por donde pasan. Aunque Danielle se alegra de hacer algo físico, es también la segunda carrera de la mañana sin desayuno. Busca en lo profundo por algo de fuerza para seguir poniendo un pie delante del otro, como una paja en el fondo de una lata de refresco. Logra llegar hasta el final del pasillo y luego choca con Andrew, que está de pie con otros chicos de segundo año del equipo de fútbol. Incluyendo a Chuck. —¡Oye! ¡Es Dan! —dice Chuck en una voz más profunda de lo usual—. ¡Dan, El Hombre! Los chicos comenzaron a mirarla y reír. Ellos han visto la lista.
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Lo que significa que Andrew la ha visto también. —Vamos, Andrew —dice otro chico, dándole un gran empujón en su dirección—. ¡Ve a darle un beso a Dan! —¡Sí! ¡Apoyamos los derechos gay! —grita Chuck. Andrew se ríe con buen humor. Pero a medida que camina hacia Danielle y lejos de sus amigos, su sonrisa de desliza en una mirada de preocupación. Él la lleva a la escalera.
—¿Estás bien? —pregunta, cuidando que su voz sea baja. —No mal, considerando la operación de cambio de sexo que aparentemente tuve anoche —dice Danielle, una broma desesperada para romper la tensión. Ninguno de los dos ríe. Ella sostiene en alto las copias de la lista que ha arrancado—. ¿Qué es esto, Andrew? —Es una estúpida tradición. Ocurre cada año al comienzo de la semana de bienvenida. Ella lo mira fijamente. —¿Por qué no me advertiste? Andrew se pasa las manos por el cabello. Aún sigue claro por el verano, pero sus raíces ya están creciendo oscuras. —Porque nunca pensé que estarías en ella, Danielle. Esto la hizo sentir mejor, pero no mucho. —¿Sabes quién la escribió? —Danielle no tiene un montón de amigos, pero por lo que sabe, no tiene enemigos tampoco. Por su vida, no puede pensar en una persona que la odiaría lo suficiente para hacer algo tan malo. Andrew mira las copias de la lista en sus manos y rápidamente niega con la cabeza. —No, no lo sé. Y mira, Danielle… no puedes andar corriendo por ahí quitando estas cosas. Estas listas están por todas partes. Toda la escuela sabe sobre esto. No hay nada que puedas hacer. Danielle recuerda al chico que le dio la palmada en la espada en la cafetería, el calor de su mano en su espalda. Ella no quiere hacer las cosas mal. No quiere avergonzarse a sí misma más de lo que ya está sucediendo. —Lo siento —dice, porque así es como se siente. Por muchas razones—. Dime qué hacer.
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Andrew frota su brazo. —La gente va a querer verte enojada. Van a querer verte reaccionar. Todos siguen hablando de esta chica, Jennifer Briggis, y cómo enloqueció cuando estuvo en la lista en su primer año. Confía en mí, hacer las cosas mal ahora podría arruinar el resto de la escuela para ti. El pecho de Danielle se apretó. —Esto es una locura, Andrew. Quiero decir, eso es una locura. —Es un gran juego de la mente. Es como le decimos a los chicos en el campamento: Si pretendes que las burlas no te molestan, pronto
se detendrán. Así que no les des la satisfacción de verte enojada. Necesitas ocultar tus emociones. —Él fija su mirada en ella—. Cara de juego. ¿De acuerdo? Ella se muerde el labio y asiente, conteniendo las lágrimas. Sabe que Andrew puede verlas, pero por suerte finge no hacerlo. Aparentemente, él tiene su Cara de juego puesta, también. Danielle toma un segundo para recobrar su compostura y sigue a Andrew fuera de las escaleras, unos pasos atrás. Hope está de pie en medio del pasillo mirando alrededor con pánico. Ella mira a Danielle y se apresura hacia ella. —Date prisa, Danielle. Tomé cada copia de este pasillo y en el ala de ciencia. Vamos a revisar cerca del gimnasio. —Le da a Danielle un enorme abrazo y susurra—: No te preocupes. Juro por mi vida que vamos a averiguar quién hizo esto y nos aseguraremos de darles lo que se merecen. —Olvídalo Hope —dice Danielle. Tira en el basurero las copias que está sosteniendo. —¿Qué? ¿A qué te refieres? —Hope se da la vuelta para mirar a Andrew, que se ha unido a sus amigos—. ¿Qué te dijo Andrew?
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—No te preocupes. Dijo todas las cosas correctas. —Que es como se siente Danielle, sin duda.
3 Traducido por Mel Cipriano
¿
Corregido por KatieGee
Qué demo…?
Aunque estaban planteadas como una pregunta, las dos palabras no eran realmente una, con la última sílaba marcando un alto tono incierto. Y, sin embargo, Candace Kincaid está claramente confundida por la copia de la Lista pegada en la puerta de su casillero. Libera un mechón de cabello castaño pegado en su gruesa capa de brillo labial y luego se inclina hacia adelante para inspeccionarla desde más cerca. Arrastra una uña frambuesa abajo en la lista, sobre las palabras “Más Fea” y su nombre con una línea invisible, imposible. Sus amigas aparecen detrás de ella, con ganas de ver. Todos habían llegado a la escuela en busca de la Lista de hoy. Candace estaba tan emocionada por su llegada, que apenas había dormido anoche. —¡Es la Lista! —dice una. —¡Candace es la más guapa estudiante de segundo año! —grita la otra.
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—¡Sí, Candace! Candace siente manos darle palmaditas en la espalda, apretar sus hombros y abrazos. Pero mantiene sus ojos en la lista. Este iba a ser su año. Honestamente, el año pasado debería haber sido su año, pero Monique Jones había modelado en revistas para adolescentes, o por lo menos eso es lo que le había dicho a la gente. Candace no pensaba que Monique fuera suficientemente bonita. Era demasiado flaca, su cabeza era demasiado grande para su cuerpo, y sus pómulos eran... bueno, monstruosos. Además, Monique sólo hacía amistad con chicos. Comportamiento clásico de puta. Candace había sido muy feliz cuando los Jones se mudaron. Aprieta la esquina, aplanando el relieve de ampollas entre sus dedos y luego derriba la Lista, dejando una pulgada de cinta y un rasgón de papel pegado a la puerta de su casillero.
—No me gusta decirles esto, niñas... pero parece que soy la chica más fea de segundo año en Mount Washington —anuncia Candace. Y luego se ríe, porque es sinceramente ridículo. Sus amigas comparten miradas rápidas, inquietas. —Viéndole el lado positivo —continúa, principalmente para llenar el silencio incómodo—, creo que sabemos a ciencia cierta que Lynette Wilcox escribió la Lista de este año. ¡Misterio resuelto! Lynette Wilcox utiliza un perro lazarillo para guiarla a través de los pasillos. Nació ciega, sus ojos son de color blanco lechoso y húmedo. Así que es una broma. Obviamente. Sólo que ninguna de sus amigas se ríe. Nadie dice nada. Hasta que una de ellas susurra—: Vaya. Candace resopla. “Vaya” es el eufemismo absoluto del año. Se da la vuelta y comprueba los demás nombres de la lista, esperando que otros errores expliquen qué demonios está pasando. Sarah Singer es sin duda la más fea de tercero. Candace tiene un vago recuerdo de quién es Bridget Honeycutt, pero la chica en su mente es algo olvidable, así que no está segura de si está pensando en la persona adecuada. Todo el mundo en la escuela piensa que Margo Gable es una preciosidad, así que ver su nombre como la más bonita de las de último curso no la sorprende. Y, por supuesto, Jennifer Briggis es la elección obvia para la más fea. Honestamente, cualquier otra chica que no sea Jennifer hubiera sido una decepción total. Candace no conoce a ninguna de las chicas de primer año, lo que no es una sorpresa, ya que no es el tipo de chica a quien le importan los estudiantes de primer año. Hay otro nombre que no reconoce. Extrañamente, es su contraparte de segundo año. La más bonita de la más fea. Candace hojea la lista con su dedo y esto hace un chasquido. —¿Quién es Lauren Finn? —Es la chica educada en casa —explica una de sus amigas.
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—¿Qué chica arrugando la nariz.
educada
en
casa?
—pregunta
Candace,
Otra de las chicas mira nerviosamente sobre ambos hombros para asegurarse de que nadie más en el pasillo está escuchando, y luego susurra—: Pelo de caballo. Los ojos de Candace se hacen grandes. —¿Lauren Finn es pelo de caballo?
Ella había pensado en el apodo la semana pasada, cuando todo el mundo estaba obligado a correr una milla en la clase de gimnasia y la cola de caballo rubia no dejaba de moverse de un lado a otro mientras trotaba. Candace había llegado al punto de relinchar al pasar junto a Lauren porque era asqueroso dejar que tu cola de caballo creciera tanto tiempo. A menos, claro, que tuvieras capas. Y Lauren no las tenía. Llevaba el pelo recto en la parte inferior de la cintura. Probablemente cortado por su madre con un par de tijeras embotadas. —Bueno... creo que Lauren es linda —dice encogiéndose de hombros, como disculpándose.
otra
chica,
Alguien más asiente. —Ella podría usar un mejor corte de pelo, pero sí. Lauren es definitivamente linda. Candace deja escapar un suspiro de dolor. —No estoy diciendo que pelo de caballo no es linda —gime, aunque nunca había considerado mirar a Lauren. ¿Y por qué iba a hacerlo? Esta conversación no se supone que se trata sobre Lauren. Se supone que es sobre ella—. No tiene ningún sentido que haya sido elegida como la más fea de segundo año. Sus ojos se salen de sus amigas y otros jugadores de segundo año que caminan por el pasillo. Candace ve, en un lapso de pocos segundos, por lo menos diez chicas que deberían serlo. Chicas feas que merecen esto. —Quiero decir, vamos, chicas. ¡Esto es una mierda total! — Candace le da otra oportunidad a sus amigas para que la defiendan, aunque se siente un poco patético tener que animarlas a hacerlo—. ¡Las muchachas bonitas no deben terminar en el lado feo de la Lista! Es como que socava toda la tradición. —Bueno, la Lista en realidad no dice que eres fea —ofrece alguien gentilmente.
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—Eso es cierto —añade otra chica—. Las chicas más feas son en verdad muy feas. La Lista sólo dice que eres fea por dentro. Esta no es la clase de defensa que Candace esperaba. Pero a medida que las palabras penetran, Candace asiente lentamente y deja que la nueva sensación florezca en su interior. ¿Y qué si la gente piensa que es fea por dentro? ¡Es evidente que sus amigas no lo creen, o no serían amigas de ella! Y muy en el exterior es lo que realmente cuenta. Bonita por fuera es lo que todos ven. Una de las chicas dice tímidamente—: Así que... ¿deberíamos discutir lo que haremos para la Caravana del Espíritu?
Candace había anunciado esto como el plan para la mañana. La Caravana del Espíritu sería el sábado, antes del juego de fútbol. Se trataba de un desfile improvisado donde los estudiantes de Mount Washington realizan una caravana por la ciudad con sus coches decorados, sonando sus bocinas y haciendo que la gente se sienta emocionada por el juego. Este es el primer año que Candace y sus amigas pueden manejar, ya que algunas, incluida ella misma, habían conseguido su permiso de conducción durante el verano. Candace tiene todo planeado en su libreta, como en los carros de quienes deben viajar (su madre, obviamente, convertible), cómo debe ser decorado (banderolas, latas, jabón en el parabrisas), y lo que las chicas deben usar (shorts cortos, medias altas y sudaderas de Mount Washington). Aún así, Candace se queda mirando a sus amigas con la mandíbula floja. —No puedo decir que estoy de ánimo para fomentar el espíritu de la escuela en estos momentos. —El hecho de que no la apoyaran le molestaba—. Discutiremos sobre eso mañana, ¿de acuerdo? Una chica se encoge de hombros. —Pero sólo tenemos hasta el sábado para resolver las cosas. —No podemos dejarlo para último minuto —añade otra—. Tenemos que llegar a un concepto. Somos estudiantes de segundo año ahora. No podemos solamente tirar algunas cosas juntas. ¿Un concepto? ¿En serio? Candace pone los ojos en blanco. Pero se le ocurre, como conoce a sus amigas, que van a hablar de la Caravana del Espíritu con o sin ella. Es una extraña sensación, aún más extraña que la de ser llamada fea. Rápidamente cambia su estrategia y rasga su página de ideas del cuaderno.
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—Está bien —dice, entregándola—. Esto es lo que estoy haciendo. Averigüen quién irá conmigo, porque en el convertible de mi madre sólo entramos cinco de nosotros. —Hace un recuento rápido de personas. Hay diez chicas de pie junto a su casillero—. Tal vez seis, si se aprietan. Candace abre la puerta del casillero y mira a través de los listones de metal cómo sus amigas caminan hacia el aula sin ella. Sus ojos se mueven hacia el espejo que cuelga en el interior de la puerta. Algo en su rostro parece apagado, desequilibrado. Le toma unos pocos segundos darse cuenta de que ha olvidado ponerse delineador en el ojo izquierdo. ¿Por qué ninguna de sus amigas le dijo? Después de cavar en su bolsa de maquillaje, Candace cierra la puerta hasta que la punta de su nariz casi roza el espejo. Tira suavemente de la esquina de su ojo izquierdo hacia su oreja, y traza una
banda de lápiz cremoso chocolate, una de las muestras que su madre le dio. Luego deja ir su piel, que vuelve impertinentemente a su lugar y parpadea unas cuantas veces. Los ojos de Candace son su mejor característica, por lejos. Son del azul más claro, como tres gotas de colorante de alimentos en un galón de agua helada. La gente siempre comenta sobre ellos, y a pesar de que Candace encuentra la previsibilidad bastante molesta, ella, por supuesto, todavía disfruta de la atención. Como una vendedora levantando la vista del registro de repente y diciendo—: ¡Vaya, tus ojos son increíbles! —O, mejor aún, un chico. Sus ojos se llevan más la atención que sus tetas, y eso es decir algo serio. Ella es, después de todo, una verdadera talla C sin ningún tipo de relleno ridículo, algo que sea publicidad engañosa, en su opinión. Una sensación de alivio se apodera de ella. Lista o no Lista, Candace Kincaid es linda. Ella lo sabe. Todo el mundo lo sabe.
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Y eso es lo que importa.
4 Traducido por ♥...Luisa...♥ Corregido por Mrs.Styles♥
L
auren Finn y su madre concordaban con que el sedán todavía olía como el abuelo muerto de Lauren —una mezcla húmeda de humo de pipa, periódicos viejos, y loción para después del afeitado de farmacia— así que condujeron hasta Mount Washington High School, con las ventanas abiertas. Lauren ensanchó los brazos sobre el marco de la ventana, apoyando la barbilla en las manos superpuestas, y permitiendo que el aire fresco la despertara. Los lunes son siempre las mañanas más agotadoras, porque los domingos son siempre las peores noches. La ansiedad de la próxima semana aceleraba a Lauren cuando sólo quería ir más lento. Sentía cada bulto en el colchón viejo, oía cada crujido y suspiro de su vieja casa nueva. Había estado tres semanas en esta nueva vida y nada le resultaba cómodo. Lo que era exactamente como lo había esperado. El viento azota el pelo largo y pálido de Lauren como un rubio océano tormentoso, todo menos la sección que estaba cubierta por un pasador de plata deslustrado.
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Lo encontró anoche, después de la primera hora de dar vueltas en la misma habitación, la misma cama, donde su madre había dormido cuando era una niña de quince años. La barra esbelta sobresalía como un clavo suelto en el suelo de madera donde se reunía con la pared, la joya de fantasía nublada parpadeando con la luz de la luna. Lauren se arrastró por el pasillo en pijama. La luz de la lamparita de su madre proyectaba un resplandor blanco cálido fuera de la rendija de la puerta abierta. Ninguna de las dos había estado durmiendo muy bien desde que se mudaron a Mount Washington. Lauren lo agrietó más con su pie. Un par de pantaletas grandes caramelo colgaban de las barras de la cama de hierro forjado secándose después de haber sido lavadas en el fregadero. Recordándole la piel de serpiente mudada en las dunas cálidas detrás de su viejo apartamento en el oeste. Su antigua vida.
La señora Finn levantó la vista del grueso manual de leyes fiscales. Lauren hizo su camino a través de cajas sin desempacar y se metió en la cama. Abrió las manos como una almeja. La señora Finn sonrió y negó con la cabeza, un poco avergonzada. —Le había pedido a tu abuela que me los comprara cuando comencé la escuela secundaria. —Ella pellizcó el pasador entre sus dedos, examinando el fósil de su juventud—. No sé si alguna vez has tenido esa sensación, Lauren, pero a veces, cuando consigues algo nuevo, te engañas haciéndote creer que tiene el poder de cambiar absolutamente todo acerca de ti mismo. —Las esquinas de la boca de la señora Finn tiraron hasta que su sonrisa fue tensa y fina, convirtiéndola en algo totalmente diferente. Con un suspiro, dijo—: Eso era bastante que pedirle a un pasador, ¿no te parece? —Entonces la señora Finn lo enroscó en el pelo de Lauren, asegurando un mechón sobre el oído de su hija, y tiró de la manta hacia atrás para que Lauren pudiese estar a su lado. Lauren no había experimentado la sensación que su madre había descrito, pero si uno un tanto más desconcertante. Como cuando Randy Culpepper, se sentó un escritorio lejos en su clase de inglés. En su primer día en el Mount Washington High, Lauren se había dado cuenta de que Randy olía raro. Como a bosque y una especie de rancio fue como ella lo había clasificado primero, hasta que oyó en el pasillo que Randy era un traficante de marihuana de poca monta que fumaba un porro en su coche cada mañana antes de la escuela. Ahora sabía como una sustancia ilegal olía prueba de lo mucho que su vida había cambiado, así lo quisiera o no. Tragó este secreto, junto con muchos otros, porque sabía que le rompería el corazón a su madre. Nunca podía confirmar que las cosas en su nueva escuela eran tan malas como le habían dicho. Si no peor.
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Un rato más tarde, después de que la señora Finn había terminado de estudiar y apagó la luz, Lauren se quedó en la oscuridad y se aferró a las palabras de su madre. A pesar de todos estos cambios, sería la misma chica. Antes de dormirse, tocó el broche, su ancla. Lauren alcanzó el pasador de nuevo mientras el sedán se deslizaba en un espacio libre a lo largo de la acera. —¿Cómo me veo? ¿Cómo un contador al que te gustaría contratar? —La señora Finn vuelve el espejo retrovisor hacia ella y considera su reflejo con el ceño fruncido—. Ha pasado tanto tiempo desde que he tenido una entrevista. No desde antes de que nacieras. Nadie va a querer contratarme. Van a querer algo joven y bello.
Ella ignoró las manchas de sudor en las axilas de la blusa de su madre, la pequeña carrera en las pantimedias de su madre que traicionaban la palidez de su piel. Más pálido todavía es su, rubio como el de Lauren, pero entorpecido por el gris. —Acuérdate de las cosas que hablamos, mami. Concéntrate en tu experiencia, no en el hecho de que no has trabajado desde hace tiempo. Habían hecho un simulacro de entrevista anoche, después de terminar y comprobar la tarea de Lauren. Nunca había visto a su madre tan insegura de sí misma, tan infeliz. La señora Finn no quería este trabajo. Ella quería seguir siendo la maestra de Lauren. Lauren se entristecía por su situación. Las cosas no habían estado bien durante el último año en el oeste. El dinero dejado por el padre de Lauren se estaba acabando, y su madre recortaba los viajes de campo que solían tomar para un cambio de escenario de la Academia de cocina—lo que llamaban su rincón para desayunar en el horario de ocho a cuatro. Lauren ni siquiera sabía que su madre había dejado de pagar la renta de su apartamento. Su abuelo muriendo y dejándoles una casa fue una bendición disfrazada. —Lauren, prométeme que hablaras con tu profesor de inglés de la lista de lectura. No me gusta la idea de que te sientes en tu clase en todo el año, aburrida hasta las lágrimas con los libros que ya hemos leído y discutido. Si tienes miedo de hacerlo… Lauren niega con la cabeza. —Lo haré. Hoy. Te lo prometo. La señora Finn da palmaditas en la pierna de Lauren. —Lo estamos llevando bien, ¿verdad? Lauren no piensa en su respuesta. Dice—: Sí. Lo estamos haciendo. —Nos vemos a las tres. Espero que pase rápido. Lauren se inclina sobre el asiento y abraza a su madre fuertemente. Ella espera eso también.
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—Te quiero, mami. Buena suerte. Lauren entra a la escuela, apenas una fuerza contra la marea de estudiantes que fluyen desde la dirección opuesta. Su aula está vacía. Las luces fluorescentes están todavía apagadas del fin de semana y las patas de las sillas hacia arriba atravesadas como estrellas de cuatro puntas, cercándola como un gran alambre de púas. Da la vuelta a una y se sienta. Está terriblemente sola en la escuela.
Claro, un par de personas han hablado con ella. Chicos, en su mayoría, después de retarse entre sí para hacerle preguntas estúpidas sobre educación en el hogar, como si perteneciera a una secta religiosa. Ella lo esperaba—sus primos eran tan tontos, torpes y molestos. Las chicas eran sólo un poco mejor. Algunas sonrieron, u ofrecieron pequeños trozos de cortesía, como señalarle dónde poner su bandeja de cafetería sucia después de comer. Pero nadie se extendió de una manera que pareciera el comienzo de algo. Nadie parecía interesado en llegar a conocerla más allá de confirmar que era esa chica rara educada en su casa. No debería haberla sorprendido. Es lo que le dijeron que esperara. Lauren deja descansar la barbilla contra el pecho. Fingiendo leer el cuaderno abierto sobre el pequeña espacio de escritorio conectada a su asiento. Realmente, sin embargo, observa discretamente a las chicas colarse en la habitación y tomar sillas junto a ella. Toma el truco de Randy Culpepper, quien utilizaba la misma postura para dormir, sin ser detectado, en el segundo período. No ve a la líder de las chicas con ellas, la bonita con ojos helados. Es un raro avistamiento. Las chicas están frenéticas, susurrando como locas. Reprimiendo risitas y carcajadas. Completamente consumidas por lo que están chismeando. Hasta que se dan cuenta de que Lauren está mirando. Lauren baja los ojos. Pero no es lo suficientemente rápida. —¡Oh mi dios, Lauren! ¡Qué suerte! ¿Por lo menos sabes la suerte que tienes? —La chica pone una gran sonrisa. Enorme, incluso. Y corre de puntillas al escritorio de Lauren. Lauren levanta la cabeza. —¿Perdón? La chica ceremoniosamente coloca una hoja de papel en la parte superior del cuaderno abierto de Lauren.
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—Es una tradición en Mount Washington. Te eligieron como la chica más guapa de nuestro grado. —La muchacha habla despacio, como si Lauren hablara otro idioma, o tuviera un problema de aprendizaje. Lauren lee el periódico. Ve su nombre. Pero todavía está completamente confundida. Una chica diferente le da una palmada en la espalda. —Trata de verte un poco más feliz, Lauren —susurra con dulzura, de la misma manera en que uno podría indicar discretamente una
cremallera abierta o alimentos atorados entre los dientes—. De otra manera la gente pensará que algo está mal contigo.
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Esta línea desechable sorprende a Lauren, sobre todo, porque contradice completamente lo que ya ha asumido.
5 Traducido por MarMar Corregido por Mrs.Styles♥
E
l plan de Sarah Singer es decírselo rápido para no hacer una escena. Olvida disfrazarlo, explicar cosas. Eso sólo lo hará peor. Ella simplemente dirá algo cómo: “Se acabó, Milo. Nuestra amistad, o como sea que quieras llamarlo ahora, se terminó. Así que ve y haz lo que quieras. ¡Vive tu vida! Hazte mejor amiga del capitán del equipo de fútbol. Toca los senos de la capitana de las porristas, aunque todo el mundo sabe cuál es el negocio con Margo Gable. No voy a juzgarte.” Esa parte será una mentira. Va a juzgarlo. Sarah toma asiento en su banca, mordisqueando la orilla de un Pop-Tart de frutilla. El penetrante olor a cigarro de sus dedos hace al dulce amargo. Ella empuja lo que hay en su boca y arroja el centro rosa —su parte favorita— al pasto, porque toda esa azúcar no está ayudando, claramente. Deja que las ardillas coman el crujiente; ella necesita calmarse. Mueve el enredo de collares y coloca su mano sobre su corazón. Este se agita como un colibrí, tan rápido que cada aleteo individual se vuelve borroso, haciendo un incómodo y continuo zumbido.
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Arranca el celofán de un nuevo paquete de cigarrillos y enciende uno. El viento que se levanta se lleva con él el humo, pero sabe que Milo lo olerá en ella cuando llegue a la escuela. Es como un perro policía, entrenado para oler sus vicios. Anoche, cuando colgaba a la mitad de la ventana de su habitación, se fumó los últimos tres cigarrillos de su viejo paquete y le dijo, luego de su depresiva historia de los días finales de su tía gracias al cáncer de pulmón, que pensaría, tal vez, seriamente en dejarlo. Recordarlo, la hace reír, echando bocanadas de señales de humo. Ambas se disipan con el frío aire de la mañana. Anoche, dijo mucha mierda. Pero Milo… aparentemente había estado diciendo mierda desde el día en que se conocieron.
Lo que sea. Déjenlo quejarse sobre fumar. Será un alivio reemplazar su ansiedad por algo simple y claro, como su enojo con él. Sarah ve como dos chicas de tercer año corren por la acera. Sabe quiénes son, pero luego piensa: Todas las chicas de tercer año de Mount Washington son condenadamente iguales. El cabello con reflejos por los hombros, las estúpidas botas de piel de oveja, los pequeños bolsos de muñeca para llevar sus teléfonos celulares, brillo labial y dinero para el almuerzo. Le recuerdan a cebras, usando las mismas rayas para que los depredadores no puedan diferenciarlas. La supervivencia genérica. ¡Así lo hace Mount Washington! Las dos chicas se detienen frente a su banca y se acurrucan, hombro con hombro, ambas sosteniendo un pedazo de papel. La más pequeña cuelga de su amiga y ahora una serie de risitas agudas. La otra simplemente toma aire y lo deja ir, como si tuviera un violento ataque de hipo. Los nervios de Sarah no lo toleran. —¡Oigan! —les ladra—. ¿Qué tal si ustedes, damas, sostienen sus bolsitos en otra parte? —Usa su cigarro encendido como apuntador y señala a la distancia. Parecía un pedido justo. Después de todo, esas chicas tenían toda la escuela para vagar sin molestias. Y todo el mundo en Mount Washington sabe que esa es su banca. La descubrió su primer día de clases. Siempre había estado vacía, porque estaba ubicada justo debajo de la ventana del director. Eso no le molestó a Sarah. Quería estar sola.
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Claro, hasta que Milo Ishi apareció la primavera pasada. Él venía flotando por la acera un día, un chico nuevo siendo arrojado entre los alumnos corrientes que no lucían para nada como él. Cruzó sus brazos y los escondió fuertemente en su pecho, la postura defensiva elegida por chicos delgados, vegetarianos, mitad japoneses con cabezas rapadas. Milo no lucía como Sarah, tampoco, pero tal vez como una versión más evolucionada. Sus zapatillas estaban disponibles solamente en el extranjero. Sus audífonos eran caros. Sus anteojos de marcos negros, increíblemente gruesos, probablemente vintage. Incluso ya se había hecho su primer tatuaje, un proverbio budista garabateado en su antebrazo. Después de observarlo por unos momentos, Sarah sintió pena por él y lo llamó. —¡Oye, chico nuevo! Milo era terriblemente tímido. Casi agobiante. Odiaba hablar en clase y le daba urticaria cada vez que oía a sus padres discutir. Fue
difícil hacer que se abriera, pero cuando finalmente lo hizo, Sarah sintió que había encontrado un pariente marginado. Le gustaba pedirle a Milo que la torturara con historias sobre su antigua escuela en West Metro, cómo había sido asistir a una escuela basada en las artes en la ciudad. Milo le dijo que West Metro era una ciudad de tercer nivel, pero para Sarah podía haber sido Nueva York comparado con Mount Washington. En la secundaria de West Metro, los viajes de estudio eran a finos museos de arte, no habían equipos deportivos y el club de drama no era simplemente un escaparate para las chicas que aspiraban ser otra dulce voz con auto tune en la radio. La banca era dónde ellos se esperaban el uno al otro, antes y después de la escuela, todos los días, dónde hacían sus deberes y compartían un par de audífonos para escuchar una canción descargada ilegalmente. Un oasis dónde dos chicos que antes se mantenían para ellos mismos, ahora se mantenían entre ambos. Una vez, Sarah intentó esculpir los nombres de ambos en la banca, para descubrir que la madera era una de esas cosas nueva de la era espacial, rompiendo el cuchillo que había tomado de la cafetería en un tercer intento. Así que se aseguró de llevar siempre un marcador negro en su bolso, para volver a trazar las líneas de sus iniciales que se habían comenzado a desvanecer. Mientras el ómnibus de Milo se detiene, Sarah coloca dos hebras de su cabello teñido de negro detrás de sus orejas. Milo había rapado la parte de atrás de su cabeza hacía algunas semanas, luego de que él terminara de raparse la suya propia, pero crecía con rapidez. Esa cabello, puro y saludable, era suave, como el de un cachorro, y de un brillante castaño que chocaba con su frente completamente negro. Su color natural. Ella casi había olvidado como lucía. Milo, todo hueso largo y ángulos pronunciados, camina a ella sosteniendo una historieta de manga abierta frente a su cara. Sus nudosas rodillas sobre salen por el borde de sus pantalones verdes militar cortados con cada paso. Milo sostiene que usa shorts sin importar el clima. Sarah dice que eso es porque nunca ha vivido durante un invierno en Mount Washington. Ella le dirá todo tipo de cosas la primera vez que lo vea usando pantalones largos.
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Se encuentra a sí misma sonriendo y rápidamente restablece su boca tomando otra calada de su cigarro. —Hola —dice cuando Milo se acerca a la banca, y se apronta para dejar caer la hecha. Milo mira por encima de su manga. Una sonrisa se esparce por su rostro, tan profunda que hace aparecer sus hoyuelos. Dice—: Estás usando mi remera.
Sarah se mira. Milo tiene razón. Esta no es su remera negra. No tiene gotas blancas de aclarar su cabello. Siempre lo hace antes de teñírselo, así el nuevo color se verá puro y saturado como sea posible. Es la única forma, en realidad, de que lo que está debajo no se vea. —Puedes quedártela —balbucea tímidamente. —No quiero tu remera, Milo. —De hecho, si Sarah tuviera otras ropas con ella, se cambiaría ahora mismo—. Obviamente tomé la equivocada anoche. Y no he lavado nada, así que me la coloqué de nuevo esta mañana. —Ella aclara su garganta. Diablos. Ya está fuera de su juego—. Mira. Quiero mi remera de vuelta. Tráela mañana. —No hay problema. —Milo se sienta a su lado en la banca y vuelve a su manga. Desde su lugar, Sarah puede ver una página. Una inocente chica de colegio con ojos de ciervo y una falda plisada, se encoge de miedo frente a una salvaje, gruñona bestia. Sarah mueve los ojos y piensa, Tiene mucho sentido. Milo está silencioso durante algunas páginas y entonces, de la nada, dice—: Estás actuando raro. Dijiste que no actuarías raro. Está equivocado. —No hagamos algo raro de esto, ¿de acuerdo? —fue lo que Sarah dijo cuando salía del pequeño espacio entre la pared y la cómoda de Milo, sin sus pantalones. Ella dejó todo lo demás puesto, su sudadera con capucha, sus medias, su ropa interior. —Está bien —contestó él, ojos abiertos, acostado en un set de sábanas viejas de Mickey Mouse, que probablemente ha tenido desde que era un niño. —Sin hablar —había dicho ella, antes de meterse bajo las sábanas.
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El resto de su ropa desapareció un rato después de eso. Menos sus collares. Sarah nunca se quitaba sus collares. Milo se colocó encima de ella, y su peso presionó los pequeños lazos metálicos contra su clavícula. Ella alcanzó el estero en la mesa de luz de Milo, y subió el volumen del estéreo lo más que este podía, estaba reproduciendo una de las mezclas que ella había hecho cuando se conocieron por primera vez. Las vibraciones sacudieron la pila de cosas en la cómoda de Milo y las ventanas. Pero incluso con la música sonando justo al lado de sus oídos, Sarah todavía pudo escuchar la respiración cálida y pesada de Milo en su oído. Y una vez cada tanto, un gemido. Un tierno suspiro. De su propia boca.
El recuerdo de su voz llena la mente de Sarah ahora, como un eco, burlándose de ella una y otra vez. Deja de mirarlo. —No estoy actuando raro. Es sólo que no quiero hablar de anoche. Ni siquiera quiero pensar en ello. —Oh —dice Milo con tristeza—. De acuerdo. Sarah no se permitirá sentirse culpable, esto era culpa de Milo. Ella toma otra calada y exhala el humo sobre la mochila del chico. Sabe que su cuaderno de dibujos está ahí. Podría tomarlo, abrirlo en esa página, y preguntarle: ¿Cómo es que nunca me lo dijiste? Eso es lo que va a hacer. Pero se deja llevar por las chicas paradas cerca de la banca. Se han doblado en cantidad, de dos a cuatro. Las chicas se ríen, completamente ajenas a lo que está por suceder con la relación en la banca. Sarah siente el calor en sus dedos. Su cigarrillo se ha quemado hasta el filtro. Da un coletazo con sus dedos, mandando el filtro naranja ardiente en su dirección. Este rebota en el abrigo amarillo de una de las chicas. Milo coloca su brazo en el de ella. —Sarah. —¡Podrías haberme prendido fuego! —La chica quien había lanzado un alarido, y se chequeaba buscando marcas de quemaduras. —Les dije amablemente que se marcharan a otra parte —señala Sarah—. Pero ya no me siento amable. Las chicas cambian su peso en un jadeo unísono. —Lo siento, Sarah —dice una, sacudiendo la hoja—, es que esto es demasiado gracioso.
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—Así es como los chistes íntimos normalmente funcionan —les ladra Sarah—. Gracioso para aquellos íntimos, increíblemente molesto para el resto del mundo. —Milo se ríe con su explicación. Eso la hace sentirse marginalmente mejor. Después de compartir miradas conspiratorias con el resto del grupo, otra chica de un paso hacia el frente. —Bien, toma —dice—, déjanos informarte. Tan rápido como la hoja es dejada sobre su regazo, Sarah se da cuenta de lo que es. La maldita lista. La hace querer vomitar año tras año, viendo como las chicas de su escuela se evalúan y objetivan entre
ellas, tirando chicas a la basura para subir a la cima a otras. Es patético. Es… ¿…Su nombre? ¡Es cómo si intentara ser lo más fea posible! Sarah levanta la mirada. Las cuatro chicas han desaparecido. Es un golpe bajo en las entrañas, la sorpresa duele más que el dolor en sí, y no hay chance de devolver el golpe. —¿Qué es eso? —Milo toma el papel. Milo se transfirió la primavera pasada a Mount Washington, así que no sabe nada sobre la mierda de tradición que es la lista. La cabeza de Sarah duele mientras lo ve leerla. Por un segundo, piensa en explicarlo, pero termina mordiendo sus uñas. No dice nada. No necesita decir nada. Está todo allí, en el maldito papel. La boca de él se frunce. —¿Qué tipo de chico imbécil haría esto? —¿Chicos? Por favor. Es una asamblea secreta de diabólicas perras. Eso para todos los años, una pre-cuela masoquista al baile de bienvenida. Te juro por dios, que no puedo esperar para dejar esta montaña. —Ella lo dice por tantas razones. Milo alcanza el bolsillo trasero de los pantalones de ella. Su mano está cálida. Toma su encendedor. Después de unas cuantas llamas, este se enciende sin apagarse. Y los sostiene debajo del papel.
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Es agradable, viéndolo quemar la lista hasta que no es nada más que cenizas. Pero Sarah sabe que dentro del la escuela hay copias colocadas por todas partes. Todo el mundo la estará mirando, queriendo verla avergonzada, menospreciada. La chica fuerte, destrozada, forzada a admitir que sí le importa lo que piensen los demás. Cuando el papel se hace cenizas, las esparce con sus zapatos. Soy tan tonta, piensa. Creyendo que podría hacer lo suyo, y los demás lo de ellos, ambos lados coexistiendo en un frágil, pero aún así funcional, ecosistema. Comenzaba todas las mañanas en el ómnibus. Se sienta en el asiento delantero, se coloca su capucha y sus audífonos, y duerme con su cabeza apoyada en la ventana. Era más fácil desenchufar al resto del mundo que escuchar a las chicas decir las cosas más crueles una sobre la otra, día tras días, prometiendo ser mejores amigas luego. La falsedad es lo que la enferma más sobre las chicas de Mount Washington. La farsa de las amistades y amor para toda la vida es tan mal actuada como los musicales escolares, y aún así todo el mundo le
sigue la corriente y pretende que en veinte años, sus baratos brazaletes de la buena suerte de AMIGAS PARA SIEMPRE no tendrán importancia. Otras chicas habían sido dejadas fuera del favor, como lo había sido ella en el séptimo grado. Pero Sarah era la única que no había intentado volver a ella, y sabe que eso hace que la odien todavía más. Evolución le provee pistas a los despistados. Los animales llevan diferentes señales y colores brillantes para saber lo peligrosos que son, o qué tan venenosos son. Sarah se había tomado mucho trabajo para hacerlos pensar que ella no quería ser como ellos. Lo que más la hacía enojar, era que ella podría haber intentado. Podría haber tomado la decisión de comprar en sus estúpidas tiendas, de comprar esas botas horribles y pequeños bolsitos, para bailar al ritmo de su música de mierda. Ellos creen que ella es fea porque querer ser diferente, que hagan lo que quieran. ¡Misión cumplida, de hecho! —Déjalo —dice Milo—, esas tales completamente engañadas. Ellas son las feas.
chicas
bonitas
están
Sarah mira a Milo. Si lo hubiera dicho ayer, antes de que descubriera la verdad sobre él, lo hubiera creído, se hubiera sentido mejor. Pero hoy era hoy, y lo sabía. Sea lo que sea que tenían, había terminado. Tenía que terminar. No podía pretender que Milo era alguien que no era. Pero Sarah estaba contenta de que él estuviera allí en ese momento. Contenta por el momento, de todos modos. Porque necesita la ayuda de Milo. Ella coloca su bolso de vuelta en su regazo y toma el marcador negro del bolsillo exterior. —Hazme un favor. Escribe FEA lo más grande que puedas a través de mi frente. Milo se encoge hacia atrás. —¿Por qué haría eso? ¿Por qué querrías hacer eso? Sarah tartamudea una respuesta, y se queda con—: Hazlo, Milo.
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Él aleja el marcador. —Sarah, tuvimos sexo anoche —dice seriamente. Es exasperante. —¡Milo! ¡No quieres hacerme enojar ahora mismo! Lo haría yo misma pero lo escribiría al revés. Por favor. Él se queja, pero se sienta sobre sus rodillas y empuja de su frente el cabello de ella. Mientras Milo escribe, ella mira hacia la ventana del baño del segundo piso. Hay chicas mirándola, saben dónde
encontrarla, así que chequean si Sarah lo ha descubierto. Ella las saluda con el dedo del medio. —Hazlo lo más grande que puedas —le dice a Milo. El fuerte olor de la tinta la marea. O tal vez sea la anticipación. Milo tapa el marcador, y el sonido es como el de una tablilla de películas. El espectáculo está a punto de comenzar. —Para que sepas, no estoy de acuerdo con esto —murmura Milo mientras entran por las puertas principales de Mount Washington. —Entonces no camines conmigo —responde ella—. En serio. No lo hagas. —Ella le ofrece la chance de irse, el camino fácil. Milo abre la boca, pero lo piensa mejor. —Voy a caminar contigo —dice—. Camino contigo a clases todos los días. —Sus ojos de deslizan a la palabra en su frente de nuevo y las esquinas de su boca descienden. Eso hace que la garganta de Sarah se cierre. No puede lidiar con Milo en ese momento. Así que comienza a caminar rápidamente. La velocidad hace que el pelo en su frente se aletee, así que la gente puede ver la palabra. Y lo hacen. La ven. Pero sólo por un segundo. Una vez que la gente en el pasillo ve lo que se ha hecho, con rapidez encuentran otro lugar donde posar sus miradas. Sus zapatos, sus amigos, sus deberes. Prefieran mirar cualquier cosa antes que a ella. La lista es tan poderosa, su juicio tan absoluto y aún así nadie quiere lidiar con el marcador negro en su cara. Malditos cobardes.
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Pero saber eso no hace que Sarah se sienta mejor. De hecho, hace todo incluso peor. No sólo creen que es fea, sino que quieren que sea invisible, también.
6 Traducido por Monikgv Corregido por Ladypandora
B
ridget Honeycutt está a medio camino de la escuela cuando su hermana, Lisa, comienza a rogarle para ponerse un poco de su lápiz labial.
—De ninguna manera, Lisa. No se me permitió usar maquillaje hasta segundo. —¡Vamos, Bridget! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! Mamá no lo sabrá. Bridget puso una mano temblorosa en su sien. —Bien. Lo que sea. Sólo… cállate, ¿de acuerdo? Me duele mucho la cabeza. —Posiblemente sólo tengas hambre —dice Lisa y luego alcanza el bolso de Bridget que está en el asiento trasero. Revuelve todo hasta que saca un delgado tubo negro. Bridget mira con el rabillo del ojo a su hermana que baja el visor. Lisa traza sus labios con la punta de color rosa, los presiona juntos y le tira un beso a Bridget. El rosa hace que la ortodoncia de Lisa se vea extra plateada, pero Bridget no dice nada. En lugar de eso dice—: Qué guapa. Lisa toca las comisuras de su boca. —Voy a usar lápiz labial rojo cada día cuando tenga tu edad. —El rojo no se va a quedar bien con tu piel —le dice Bridget—. Eres demasiado pálida.
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Lisa niega con la cabeza. —Todas pueden usar rojo. Eso es lo que dice el Vogue. Sólo tiene que ser el rojo adecuado. Y el rojo adecuado para chicas con cabello oscuro y piel pálida es el cereza profundo. —¿Desde cuándo lees el Vogue? —se pregunta Bridget en voz alta, pensando en el arco iris que los lomos de los libros de caballos de Lisa hacen en el estante sobre su cama.
—Abby y yo compramos la edición de setiembre y la leímos de principio a fin en la playa. Queríamos estar listas para la escuela. —Me estás asustando. —No te preocupes. A parte de lo del lápiz labial rojo, no aprendimos mucho. Pero sacamos ideas para los vestidos para el baile de bienvenida. Abby estará encantada de que te guste el que ella quiere. Arrasaría en una alfombra roja. —Lisa hace un puchero—. También espero encontrar algo bonito. Bridget limpia una mancha de lápiz labial de la barbilla de Lisa. —Dije que te llevaría de compras esta semana. Encontraremos un vestido. —¿Crees que mamá me dejará usar maquillaje para el baile? Estaba pensando que si apruebo el examen de Ciencias de la Tierra, le muestro la calificación y luego le pregunto. ¿No es ese un gran plan? —Tal vez… si mamá no esperara ya que sacaras un diez. —Supongo que podría colarlo una vez que llegué ahí. Sólo tendré que asegurarme de que nadie me tome fotografías pre-baile. — Mientras Bridget estaciona su auto, Lisa coloca el lápiz labial en el tablero y toma sus cosas—. ¡Nos vemos luego! Bridget mira a Lisa correr a través del patio hacia el edificio de primer año, entrando y saliendo del tráfico humano, su mochila sobrecargada golpeando contra sus piernas y su cola de caballo de largo cabello negro extendiéndose por su espalda. Lisa está creciendo tan rápido, pero hay un montón de destellos de niña pequeña que brillan a través de ella. Eso le da a Bridget esperanza para sí misma. Que aún hay una oportunidad de ser la chica que era antes del último verano. Apaga el auto y se sienta durante unos minutos, recopilándose a sí misma. Está tranquila, a excepción de sus respiraciones medidas y profundas. Y la voz en su cerebro grita instrucciones que resuenan en el interior de su cuerpo hueco. Tienes que desayunar hoy.
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Desayuna, Bridget. Come. Esta es su vida cada mañana. No, cada comida, masticar cada bocado en un mantra monótono, el ánimo mental necesario para realizar una tarea que no sería un gran problema para una chica normal.
Toma su lápiz labial y arrastra un dedo a través de la fina capa de polvo de su tablero. Bridget quiere sentirse orgullosa de estar haciéndolo mucho mejor. Comer más. Pero las victorias parecen malas, por no decir peor, que sus fracasos. Una chica que Bridget conoce escribe hola en el cristal. Bridget levanta la cabeza y se las arregla para sonreír. Es una sonrisa falsa, pero su amiga no lo nota. Nadie lo hace. Da miedo lo rápido que las cosas se echaron a perder. Bridget piensa mucho sobre esto. La línea del tiempo de su vida ha sido lineal, fuerte y directa la mayoría de sus diecisiete años. Hasta que algo cambió. Ella pudo rastrearlo y, entre todas las cosas, encontró un bikini. Cada verano de la vida de Bridget comenzaba y terminaba de la misma manera, con un viaje al centro comercial Crestmont. Era el punto medio entre Mount Washington y la casa de la playa donde la familia Honeycutt pasaba el verano entero. La familia se detenía en Crestmont para almorzar, llenar el depósito de gasolina para el segundo viaje y comprar ropa. En junio, Bridget y Lisa se abastecían de cosas para el verano. Y luego, en su camino a Mount Washington en agosto, ellas buscarían chaquetas y faldas de lana en oferta para el regreso a la escuela. Con las vacaciones de verano comenzando, las bolsas de compras de Bridget estaban llenas de camisetas sin mangas, pantalones cortos, una falda vaquera y dos pares de sandalias. La única cosa que faltaba era un traje de baño nuevo. Al bikini que había usado el año pasado se le había salido una varilla y el tankini que usó el año anterior le quedaba muy pequeño para su pecho, así que se lo había dado a Lisa. Cortar las etiquetas de un bikini nuevo era parecido a cortar la cinta de una tienda o de una construcción en inauguración. La Gran Apertura del Verano.
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Bridget estaba determinada a encontrar uno. Ella voló dentro y fuera de las tiendas. —Deberíamos irnos, Bridget, si queremos llegar antes de la cena — dice su madre con un suspiro a unos pasos detrás. Se limpia un poco de sudor de su labio superior con una servilleta de la zona de comidas—. Tu padre y Lisa ya están en el auto, probablemente muriéndose de calor. Puedes comprarte mañana un traje de baño en el paseo marítimo. Bridget lo sabía bien. Las tiendas del paseo marítimo sólo tenían dos tipos de trajes de baño: triángulos fosforescentes que pertenecían a chicas Playboy o trajes de una pieza desaliñados de flores para abuelas. Era ahora o nunca.
El centro comercial Crestmont había abierto algunas tiendas nuevas desde la última vez que había estado aquí y Bridget se detuvo frente a una que reconoció. Era una tienda de surf, llena de largas tablas que doblaban el puesto de la caja, cortinas bordadas con cuentas en las puertas de los vestidores, y canciones de bluegrass2 vibrando a través de los vidrios. La misma tienda estaba en el centro comercial cerca de casa, sólo que la ropa allí estaba a precio completo. Tan pronto como entró, vio un bikini de cuadros anaranjados con un volante de encaje blanco. Era el último, era de su talla, y estaba marcado con un cincuenta por ciento de descuento. Corrió hacia el probador mientras la señora Honeycutt le recordaba a su hija que se dejara su ropa interior puesta, para no contraer una enfermedad de transmisión sexual. Bridget frunció el ceño mientras se ponía la parte inferior. Era sorprendentemente apretada. El elástico cortaba en sus piernas. ¿Tal vez era su ropa interior? Se la quitó y lo intentó de nuevo con la parte inferior, pero el ajuste no mejoró. Su vientre hizo un ligero y carnoso movimiento en círculo que chocó con los tirantes en su cadera. La parte superior también ajustaba mal. Los tirantes en sus hombros se clavaban en su piel y cuando se las arregló para poner a prueba la elasticidad en el tirante en su pecho, ¡poof! ¡Volvió la grasa! Bridget nunca se había considerado con sobrepeso antes de ver la tela apretada en ella. Pero el reflejo en el espejo del vestidor la sobresaltó. Entró en pánico, recordando la fiesta en la piscina de su amiga del fin de curso la semana pasada, cómo había caminado todo el día en su viejo bikini sin incluso una camiseta puesta, en frente de los chicos y las chicas, completamente distraída de lo mal que lucía. Revisó la talla en la etiqueta, esperando un error. Pero no había error. El bikini era de la misma talla que la otra ropa nueva que había comprado. Su talla. Este es un centro comercial de descuento. Por eso la ropa es barata. Porque es irregular.
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Imperfecta. Defectuosa. A pesar de que Bridget sabía esto, no podía aferrarse a la idea. Era resbaladiza, se deslizaba justo fuera de ella mientras se apresuraba a
Bluegrass: es un estilo musical muy parecido a la música country, con influencias del jazz y el blues. 2
ponerse su ropa. Colgó el traje de vuelta a su gancho. Lamentablemente, seguía siendo un lindo bikini. Muy lindo. O lo sería, si fuera tal vez tres kilos más ligera. Bridget se alisó el cabello mientras salía del vestidor. La señora Honeycutt estaba de pie al lado de la registradora impacientemente, su tarjeta de crédito ya afuera, charlando con la vendedora. La cintura de los pantalones de lino azul marino de la señora Honeycutt se abultaba debajo de su chándal blanco sin mangas y la piel de sus brazos desnudos tensos y rellenos a punto de dividirse, como salchichas dejadas demasiado tiempo en la parrilla. Su madre nunca usaba pantalones cortos. Su madre nunca nadaba en el océano. Ella se quedaba en el aire acondicionado con esos pantalones anchos en las piernas. Todas sus tías decían que Bridget era exactamente como su madre cuando era una adolescente. Mirándola fijamente, Bridget se dio cuenta de que no tenía recuerdos de su madre siendo delgada. Bridget colocó el bikini en el mostrador, con cuidado de no mirarlo o mirar a alguien más mientras su madre pagaba. Mientras caminaba de vuelta al auto, Bridget racionalizó su decisión. Todos lo hacían. Comprar cosas que les quedaban demasiado apretadas, con la esperanza de que encontrarían inspiración en perder unos cuantos kilos. Sería una recompensa por buen comportamiento. El bikini se convirtió en una prueba. Una prueba que Bridget esperaba pasar para el final del verano.
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Y así, una nueva parte de su mente se iluminó cuando se hizo muy consciente de todos sus malos hábitos. Sonó como una alarma de advertencia cuando Lisa abrió una bolsa de papas tostadas marca Old Bay para una noche de películas, o cuando Bridget de acercó demasiado al plato con mermelada que su madre tenía lleno en el mostrador de la cocina. El cerebro de Bridget continuó evolucionando con los meses, reinstalando sus ansias de pasear suavemente por el reto de correr otro kilómetro hasta el muelle más próximo, inventando excusas para saltarse los increíbles sándwiches de atún de papá, hasta que su cerebro comentaba no sólo sobre lo que ella se metía, si no sobre cada pedazo de comida que incluso se pensaba sobre comer. Limpió cada recuerdo que tuviese de ser bonita e hizo de esto una meta, algo que podría tener suerte de cumplir un día si se esforzaba. Para el cuatro de julio, pasó la prueba. Con gran éxito. Pero incluso después de que lograra encajar en ese hermoso bikini, Bridget apenas lo usó. En lugar de eso, prácticamente vivía en sus vaqueros. Para el final del verano, le quedaban tan flojos que Bridget
tiró de la pretina contra su cintura, habiendo suficiente espacio para meter su puño cerrado entero en el otro lado. El regreso del viaje al centro comercial Crestmont al final del verano le proporcionó un nuevo guardarropa con una talla reducida. Pero en el fondo Bridget sabía que no era algo bueno. Por lo menos esa parte de ella seguía funcionando. No había desaparecido completamente. El estómago de Bridget ruge. Mientras sale de su auto, tira del dobladillo de su suéter marrón tejido, tratando de cerrar la brecha de piel entre el suéter y la pretina de sus vaqueros. El espacio delgado en su pretina de hace cuatro semanas se ha reducido. O más bien, Bridget se ha expandido. Sólo puede meter unos cuantos dedos ahora. No su puño entero, como antes. Antes no eras saludable. Tenías un problema, pero ahora lo tienes bajo control. En su camino a la escuela, su cabello oscuro azota contra su rostro, la dulce esencia de champú de coco sopla a través de ella como la brisa. Es demasiado dulce, demasiado rico. Su estómago se retuerce. Unas monedas tintinean en sus bolsillos. Suficiente para una rosquilla con crema de queso. Ella las había contado después de pasar cerca del plato de cereales que Lisa había servido para ella. No debió negarse a los cereales. Especialmente cuando todo lo que había comido fue la cena de anoche. Demuestra que estás bien, Bridget. Comete una rosquilla con crema de queso. ¡Cómetela antes de clase!
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Cada lunes, el consejo estudiantil coloca una mesa con un banquete enorme prácticamente frente al casillero de Bridget. Hay enormes bolsas de papel llenas de rosquillas, tubos de tamaño económico de crema de queso y mantequilla. Bridget da unos pasos cuidadosos que igualan sus respiraciones cuidadosas. El olor es irresistible. La levadura, levadura natural esponjosa. Trozos de ajo carbonizado. El dulce olor de pasas hinchadas suspendidas en el pan. Su estómago se aprieta, sólo que no de hambre. No te atrevas, Bridget.
Bridget es el Dr. Jekyll y Mr. Hyde3. Dos lados de ella, siempre discutiendo. Está cansada de pelear, la lucha constante entre una estúpida versión de lo bueno y lo malo, donde lo correcto parece mal y lo malo bien. —¡Bridget! Una de las amigas de Bridget sale de atrás de la mesa de las rosquillas, las yemas de los dedos relucientes de residuos mantecosos. —¿Has visto la lista? —La chica sonríe, algunas semillas negras de amapola siguen entre sus dientes—. ¡Eres la chica más bonita de la clase secundaria! A pesar de ella misma, Bridget jadea. Todo el olor de las rosquillas la llena como helio dentro de un globo del desfile del Día de Acción de Gracias. Y en un instante, la culpa, la tristeza y la depresión que había sentido durante todo el camino a la escuela desaparecen y es remplazado por calidez. ¿Bridget Honeycutt en la lista? Imposible. Alguien más le da una copia. Bridget la lee en voz alta. —¡Qué diferencia puede hacer un verano! —Levanta la mirada y se sonroja. Tú sabes por qué. Tú sabes qué es diferente. —¡Aquí! —dice su amiga—. ¡Toma una rosquilla de celebración de parte de la casa! —La chica toma un cuchillo de sierra y corta la rosquilla por la mitad. Las semillas y migas se pegan al cuchillo y caen al suelo. Cuando la mesa se cierre y se guarde, todavía habrá migas en el pasillo. Bridget las sentirá aplastarse y saltar debajo de las suelas de sus zapatos de camino a su primera clase. Grandes, como grava. Como rocas. —¿Quieres mantequilla o crema de queso? —Ninguna —dice Bridget. Empuja su cabello hacia atrás. Está húmedo alrededor del borde de su cuero cabelludo.
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—Oh. Bueno… ¡felicidades otra vez! —Gracias —dice Bridget en voz baja, tomando la rosquilla en su mano. No puede creer el peso de la misma.
El Dr. Jekyll y Mr. Hyde: del libro llamado El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. El libro es conocido por ser una representación vívida de la psicopatología que hace que una misma persona tenga dos personalidades totalmente opuestas. 3
Bridget entra en clase. Se tambalea por el impacto. Nunca, nunca en un millón de años habría soñado con que esto le hubiera pasado a ella. Claro, cuando la escuela comenzó, ella se sorprendió con todos los elogios que recibió. Lo bien que se veía. ¡Qué delgada! Y ahora, estar en la lista. Ser la más bonita de la secundaria en toda la escuela. Es la confirmación de que algo había estado mal con ella antes. De que había necesitado perder peso. Es terriblemente confuso. Come. Después de bajar su mochila, Bridget camina hacia el bote de la basura y presiona sus dedos en la aún caliente rosquilla. Saca pedazos de la suave masa, luego la tira como si fueran centavos en un pozo de los deseos hasta que el caparazón de la rosquilla es todo lo que queda. También quiere tirar eso en el bote. Cuando levanta la mirada, ve a Lisa corriendo con Abby Warner por el pasillo. Lisa sonríe a Bridget, tan increíblemente orgullosa de su hermana mayor. El lápiz labial que Lisa se había puesto en el auto se ha desvanecido. Es apenas perceptible. Bridget está mareada. Aunque las cosas parecían bien unos segundos atrás, lo sabe. En el interior, sabe lo malo que es esto. Se odia a sí misma por saberlo, por robarse una buena sensación. Un momento de sentirse feliz por ella misma. Come, Bridget. Sólo unos bocaditos. Aunque sean pequeñitos. Bridget logra dar dos.
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No es algo que quiera celebrar.
7 Traducido por maleja.pb Corregido por Daemon03
J
ennifer Briggis hace su camino por el tráfico del pasillo de la mañana, la cabeza hacia abajo, en silencio contando las doce baldosas verdes del piso de linóleo que va a cruzar antes de llegar a su casillero. Los chicos que recubren las paredes mantienen su voz baja, pero Jennifer todavía escucha cada palabra. La mayoría de sus compañeros de clase en realidad no hablan con Jennifer, sólo susurran acerca de ella, y todas esas conversaciones apagadas que había oído durante los años han hecho una cosa extraña a sus oídos. Se han convertido en un sintonizador para recoger lo que todo el mundo está diciendo, si quiere o no. —¿Has visto la lista ya? —¿Está Jennifer en ésta? Oh mi dios, apuesto a que lo está otra vez. ¡Oh, Dios mío! —¿Crees que ella sabe qué día es hoy? Tiene que saberlo, ¿no? Quiero decir, ¿cómo podría no hacerlo después de los últimos tres años? —Veinte dólares a que si es la más fea de los senior, vomitará de nuevo. Por los viejos tiempos. Cada conversación gira alrededor de la misma cuestión: Si la lista de este año la decreta, ¿cómo va a aceptar su corona la indiscutible reina más fea de Mount Washington?
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Jennifer ha pensado en otra cosa desde que la lista del año pasado la nombró la junior más fea y efectivamente derribó al penúltimo de esta cadena de acontecimientos imposibles. A pesar de los sentimientos confusos que tenía sobre su particular situación, un claro estaría/o no, se presentaría. El último año llegaría, y, o bien Jennifer no estaría en la lista... o lo estaría. Pero eso no es lo que cautiva a la Secundaria Mount Washington esta mañana. Cuatro listas o tres o dos o incluso una no pueden cambiar lo que es ampliamente aceptado como un hecho: Jennifer Briggis es claramente, irrefutable e indiscutiblemente fea. Pero Jennifer
sabe que lo que todos en el pasillo escupen es en busca de su reacción. Ese será el verdadero espectáculo. Y las expectativas de algo grande, algo desordenado, no están más allá de su control, como ser bonita o ser fea. De hecho, son su culpa. *** Cuando Jennifer fue puesta en la lista en su primer año, se convirtió en una leyenda instantánea. Nadie, en la historia de las chicas feas, había reaccionado tan mal. Jennifer se había hundido en el suelo frente a su casillero y gritó descaradamente hasta que su rostro estaba barnizado con una mezcla de lágrimas, mocos y sudor. La lista, húmeda y retorcida en sus puños, se redujo a pulpa húmeda. Vasos sanguíneos rotos en sus mejillas y en la parte blanca de sus ojos. Apenas había sobrevivido al peor verano de su vida, ¿y ahora esto? Los estudiantes de primer año retrocedieron y estaban boquiabiertos de horror, de la manera que uno podría estar al ver un cuerpo muerto. Excepto que Jennifer estaba muy viva. Un jadeo para respirar se convirtió en un choque, y luego vomitó sobre sí misma. El olor metálico de esto llenó el pasillo, y la gente se metía en las aulas o se ponía la ropa por encima de sus narices para evitarlo. Alguien corrió en busca de la enfermera, quien extendió sus manos con guantes de goma para ayudar a Jennifer a pararse. Fue llevada a una camilla en un rincón oscuro de enfermería.
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Jennifer no podía dejar de llorar. Lloró tan alto que los de la clase de ciencias la oyeron incluso con las puertas cerradas y los maestros dando una conferencia. Su miseria vibró contra los armarios de acero, convirtiendo los pasillos en un gran micrófono diminuto que difundió su sufrimiento a toda la escuela. La enfermera eventualmente envió a Jennifer a casa, donde pasó el resto del día en la cama, sintiéndose mal por ella misma. Cuando regresó a la escuela a la mañana siguiente, nadie la miraba. Encontró una justificación en que toda la escuela la evitara, pero sobre todo Jennifer se sentía sola. Ella estaba segura de que su antigua vida había acabado oficialmente. A pesar de haber intentando consolarse durante un verano entero, rezando para que las cosas volvieran a la normalidad, la lista lo había arruinado todo. Ella nunca recuperaría lo que había perdido después de la forma en que había actuado. Lo único que podía hacer era seguir adelante.
Resultó ser una tarea difícil. Antes de Jennifer, las chicas más lindas eran las recordadas y las chicas más feas se desvanecían en las sombras. Pero Jennifer había destrozado esa tendencia. Nadie la olvidaría. El segundo año, la segunda vez, Jennifer estaba camino a un nuevo comienzo y la lista del año pasado era un recuerdo lejano, al menos para ella. En 365 días, Jennifer se había ganado cierta confianza, habiendo superado satisfactoriamente una prueba para el coro, y se había vuelto amiga de un par de chicas que también cantaban soprano. No eran nadie especial, ni siquiera muy conocidas en el círculo de coro/banda. Sus ropas no era muy cool, y nunca quisieron hacer las cosas que Jennifer les sugería—prefiriendo alquilar musicales antiguos y cantar colectivamente juntas en vez de, por ejemplo, tratar de entrar en una fiesta. Pero Jennifer sabía que los mendigos no pueden ser selectivos. Nada sería tan bueno como lo había sido. Ella sólo tenía que vivir dentro de sus posibilidades. La mañana de la lista de segundo año, Jennifer se subió al autobús completamente consciente de qué día era, pero sin un pensamiento de que pudiera entrar en la lista otra vez. De hecho, no podía esperar para ver quién había sido elegida para su grado. Tenía una corazonada. Casi cada una de sus amigas del coro habría sido una opción probable. Esta vez, después de que vio su nombre, Jennifer se mantuvo en la escuela todo el día. Lloró un poco, sólo en el baño, pero no vomitó o hizo una escena, lo que fue una mejora secundaria. Sus amigas hicieron todo lo posible para consolarla.
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En el tercer año, cuando Jennifer vio su nombre en la lista, se rió. No porque fuera especialmente divertido, sino porque era tan ridículo. Ella no se engañaba a sí misma—sabía que no iba a ser nombrada la más bonita. ¿Pero no era justo pasar la antorcha de la más fea a otra chica? No lloró ni una sola vez. Sus amigos del coro la consolaron de nuevo, por supuesto, pero lo más interesante fueron los estudiantes al azar que la buscaron para disculparse personalmente. Nunca dijeron por qué lo sentían, pero Jennifer tenía una idea bastante buena, nadie debería tener que ser la chica más fea por tres años seguidos. Era demasiado cruel, demasiado decir. Había otras chicas que merecían ser elegidas, no sólo ella. Estaba siendo injustamente señalada. Aunque una gran parte de ella estaba enfadada con esta repetida indignidad, Jennifer aceptó amablemente las palmaditas de apoyo en la espalda. Esto, se dio cuenta, hizo que la gente se relajara a
su alrededor. Alivió sus conciencias. El cuerpo estudiantil parecía darse cuenta de que Jennifer estaba tomando esto con gracia. Se sintieron aliviados de que ella no iba a hacer de esto algo incómodo para ellos, al igual que había hecho cuando era una estudiante de primer año. No habría ninguna escena histérica, ni nadie que la señalara con el dedo y tampoco vomitaría. Era un deporte muy bueno. Era claro para Jennifer lo que había sucedido. La lista, para bien o para mal, elevaba su estatus en la escuela. Prácticamente todo el mundo sabía quién era Jennifer, y eso era más de lo que las otras chicas feas, sus amigas, podrían decir. El resto del primer año transcurrió sin incidentes. Jennifer obtuvo notas más o menos decentes. Dejó de salir con las chicas del coro. Nunca le gustaron mucho de todos modos. *** Después de doce baldosas verdes, Jennifer voltea. Hace girar la cerradura izquierda 10, derecha 22, a la izquierda 11. Jennifer se acerca y unos clics abren su casillero. El pasillo entero ve como un papel blanco cae suavemente hasta el suelo y aterriza unas pulgadas lejos de sus pies. Ve el sello en relieve de la escuela Monte Washington High. Verdad certificada, entrega especial. Jennifer lo abre. Se salta los otros grados, las otras chicas, y va directamente a las personas de último año. Margo Gable la más bonita. Jennifer desea que Margo no lo mereciera, pero lo hace. Y justo por encima de su nombre, la más fea, por un cuarto año consecutivo sin precedentes. Jennifer pretende estar sorprendida. Alguien aplaude. Alguien realmente aplaude.
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Redoble, por favor. Jennifer se quita su mochila. Ésta se estrella contra el suelo con un ruido sordo, amplificado por el silencio. Golpea las manos contra la puerta del casillero hasta que se queman. El sonido pone a todo el mundo en shock al verla, como las paletas durante un ataque cardíaco. Jennifer se da vuelta para mirar a la gente. Explota como una marioneta, con las piernas abiertas, las manos hacia arriba, sosteniendo la lista para que todos la vean, como si fuera una de las porristas
blandiendo un cartel de ¡LUCHA, MONTAÑEROS, LUCHA! Grita un "Wooooooo" lo más alto que puede y agita la lista hacia arriba y abajo en celebración. Unos cuantos chicos sonríen. Más aplausos, y cuando Jennifer hace una reverencia, suficientes manos se unen para formar un aplauso hecho y derecho. Jennifer salta a lo largo del pasillo principal, manteniendo sus manos levantadas para cualquier persona que pueda chocar los cinco. Muchos lo hacen. Al final del día, está este hecho: Jennifer ha logrado una hazaña que ninguna otra chica en el Monte Washington ha logrado, sufrió algo que nadie más puede sacarle. No puede evitar sentirse especial. Es la forma en que dice el viejo refrán. Si la vida te da limones, haz limonada. Saca una sonrisa tan grande como puede, para que nadie piense ni por un segundo que no podría estar disfrutando esto, aceptar plenamente este don.
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Ella quiere que todos sepan. Ha recorrido un largo, largo camino.
8 Traducido por Mel Cipriano Corregido por Ladypandora
M
argo Gable está caminando con sus mejores amigas, Rachel Potchak y Dana Hassan, las tres en el ancho de un pasillo lleno de gente que siempre deja espacio para ellas. Las cabezas de las chicas se lanzan hacia adelante en un camino secreto compartido, sus cabellos cayendo en conjunto para hacer una cortina de privacidad. No están hablando de la Lista, como cualquier extraño podría asumir. Se están riendo de los dedos del pie de la señora Worth. Los dedos, nudosos y metidos en un par de sandalias ortopédicas, habían hipnotizado a Margo durante la cuarto clase, y estuvo ignorando la conferencia sobre la ecuación algebraica de la Banda de Mobius que sirve para desbloquear mentalmente las retorcidas uniones superpuestas. —¿Por qué una persona con los pies tan horribles pudo haber pensado alguna vez en comprarse un par de sandalias? —pregunta Rachel. —No tengo ni idea —dice Dana—. Además de que… ¡hola! Casi estamos en octubre. ¿Por qué se pone sandalias, en primer lugar? Margo tira de su pelo castaño recogido en un moño descuidado en la parte superior de su cabeza, lo sujeta con un lápiz y piensa con fuerza una respuesta. Tal vez sea una condición médica.
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Es por eso que no nota a la Directora Colby acechando en la escalera hasta que la mano de la Directora está en su brazo, tirando de ella con un golpe brusco. La Directora Colby es nueva y, por lo que Margo podría decir, el miembro más joven de los docentes el instituto Mount Washington. Lleva una falda tubo color roja y una blusa de seda crema con pequeñas bolitas amarillas para los botones. Su pelo oscuro se recoge en una coleta baja, a excepción de su flequillo, que Margo ve que se mantiene largo y lanudo de la forma en que en estos momentos verías en un montón de revistas.
Algunos de su grupo han dicho que Colby podría ser la hermana mayor de Margo. Pero ahora, de cerca, Margo piensa que Maureen, su hermana mayor de verdad, es más bonita. —Margo. Me gustaría hablar contigo sobre esta Lista. ¿Tienes un minuto? Margo espera que esto sea una conversación rápida, incluso si esta es la palabra adecuada. Pone su chicle de sandía contra su mejilla y le dice a la Directora Colby que ella no sabe nada al respecto. Colby entrecierra los ojos. —Bueno, Margo... ya sabes que estás en la Lista, ¿no? La sospecha en la voz de la Directora sorprende a Margo con la guardia baja y de repente parece raro que sonría. Como si diera una impresión equivocada de ella. Desliza un poco de su suave cabello detrás de la oreja. —Sí —admite—. Alguien lo mencionó en el aula. En realidad, Jonathan Polk, que había sido elegido como protagonista en Dinero Caído del Cielo4, había dado los anuncios de la mañana, mencionando la Lista como un monólogo. Después, trató sin éxito de convencer a Margo para que hiciese un discurso. Es bonito, estar de nuevo en la lista. Ella había estado en el primer año, Dana en segundo y Rachel el año anterior, en tercero. Fue entonces cuando su hermana, Maureen, también había estado en la lista y, a continuación, cinco días más tarde, fue elegida como reina de la bienvenida, que era la manera en que las cosas solían ir. Margo había pensado en enviarle un mensaje de texto a Maureen a la universidad con las buenas noticias, pero decidió no hacerlo. Han pasado semanas desde que hablaron. La Directora Colby saca una copia de la Lista de un pequeño bolsillo en su cadera. Lo ha doblado varias veces para poder guardarlo, como una pieza de origami. —Dado que soy nueva aquí, esperaba que pudieras arrojar algo de luz sobre qué es esto, exactamente. Ponerme al corriente.
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Margo le da un encogimiento de hombros. —No lo sé. Es una tradición de la escuela, rara, supongo.
Dinero caído del cielo: En el original, Pennies From Heaven, película musical de 1981. La película se basa en una serie de televisión de la cadena BBC de 1978. 4
Se siente raro estar hablando abiertamente de la Lista con el cuerpo docente. Margo está casi segura de que los maestros de Mount Washington lo saben. ¿Cómo no iban a saberlo? Los que han crecido aquí, como la señora Worth, podrían haber estado en sus tiempos hasta en la Lista. Pero lo toleran en nombre de la tradición, como dijo Margo. O tal vez, piensa, simplemente no les importa. —¿Y no tienes ni idea de quién está detrás de esto? Dana y Rachel están al acecho a unos pasos de distancia, tratando de escuchar. Margo dice—: No. —Con toda la confianza que puede. La Directora Colby la mira escépticamente. —¿Conoces a alguna de las otras chicas de la Lista? —Ofrece su copia de la Lista a Margo, pero mantiene las manos cruzadas detrás de su espalda. —A un par, creo. —¿Estás de acuerdo con las que fueron escogidas? ¿O habrías elegido a otras chicas? —Directora Colby, ni siquiera he visto el papel real antes de ahora. No sé nada más. En serio. En lugar de creerle, la Directora Colby mueve su mano hacia Rachel y Dana, que han avanzado un poco demasiado cerca. —Largo, chicas. No quieren llegar tarde. Mientras sus amigas desaparecen por las escaleras, Margo se orienta hacia la pared. Reconoce el perfume de Colby como una de las botellas de su escritorio, pero decide no hacer comentarios al respecto. —¿Estoy en problemas? —pregunta. —No —dice la Directora Colby. Esto hace que Margo piense que es el final, pero continúa—: Me pregunto cómo piensas responder.
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—¿Responder? —Pareces ser el tipo de chica que tiene influencia por aquí, Margo, y la forma en que elijas hacer frente a la Lista tendrá efecto en tus compañeros. —La Directora Colby empuja hacia arriba sus mangas y crea pliegues en sus brazos—. Esta es una tradición enferma, ¿no te parece? Y pienso llegar al fondo de esto, descubrir quién está detrás. Así que si sabes algo, te sugiero que me lo hagas saber en este mismo momento. Margo mira sin comprender. ¿Qué espera la Directora Colby que haga? ¿Confesar? ¿Culpar a alguien? Um, por favor.
—Yo no hice la Lista, Directora Colby. Y no sé quién la hizo. La Directora Colby deja escapar un largo suspiro. —Piensa en las chicas que están en el lado feo de las cosas. Piensa en Jennifer, y cómo se debe haber sentido esta mañana, al ver su nombre en la Lista por cuarto año consecutivo. Oí que Jennifer estaba bastante emocionada es lo que Margo quiere decir. Eso es lo que le habían dicho, de todos modos. Pero Margo no quiere pensar en Jennifer. No, en absoluto. Si hubo una cosa horrible esa mañana, fue descubrir que Jennifer también estaba en la lista. Hizo sentir a Margo como si estuvieran viviendo de nuevo el drama del primer año. Margo empieza a retroceder. —Pensaré en eso. Se lo prometo. Hace medio camino por las escaleras antes de tener que pararse a recuperar el aliento. La Directora Colby sospechaba. Era como si hubiera oído algo. Margo llega a la cafetería con las mejillas más brillantes que las lámparas de calor quemando rojo sobre la cazuela especial. Sintiéndose un poco mareada, agarra una botella de agua y, consciente de que sus manos están temblando, evita la marea de olas en miniatura rompiendo contra sus labios con un sorbo cuidadoso y medido. Margo paga por su comida y luego camina hacia donde Rachel y Dana están sentadas junto a Matthew, Ted y Justin. De camino, pasa un par de mesas de novatos. Ella siente que la miran y rápidamente pone una sonrisa. —¿Qué fue todo eso? —pregunta Dana. Margo cae en su asiento. —No lo sé. A la Directora Colby no le está gustando mucho todo esto de la Lista. —Ella lucha contra su deseo de ver a Matthew para ver si ha escuchado. Por supuesto que lo ha hecho.
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Rachel ahueca sus manos y susurra—: ¿Piensa que tú la escribiste? —Con una voz silbante que todos pueden oír. —Dios, no. —Margo continúa rápidamente con esta declaración con una risa despreocupada. Por debajo de la mesa, se limpia las manos sudorosas en su falda, alisando los pliegues—. Definitivamente no. —Yo pondría a Colby en la lista —dice Justin y lame sus labios antes de tomar un bocado de su sándwich.
Dana le lanza una servilleta. —Agg. Ted se reclina en su silla y pone sus manos detrás de la cabeza. Lleva una camisa escocesa abotonada, con cuello y arremangada hasta los codos. Dice—: ¿Por qué es tan importante? Quiero decir, la Lista no dice nada que todo el mundo no esté pensando ya. Todos tenemos ojos. Sabemos quién está de moda y quién no. Rachel se golpea un dedo en la sien. —Eso es gracioso. Me parece recordar que babeabas bastante por esa estudiante de primer año, Monique Jones, después de que estuviera en la Lista del año pasado. —Me has pillado —dice Justin y choca los cinco con Rachel. Las puntas de las orejas de Ted se ponen de color rojo brillante. —La Lista no tiene nada que ver con eso —argumenta, más alto de lo necesario—. Siempre he pensado que Monique está buena. Colegas, ha sido modelo. La Lista sólo me dio una razón para ir y presentarme. Matthew saca su capucha de la sudadera por encima de su cabeza. —¿Quién quiere jugar al Ping-Pong conmigo? Había llevado su cabello rubio largo y flexible a lo largo de la escuela secundaria, pero decidió cortarlo a finales de este verano. A ninguna de las demás chicas le gustaba, pero a Margo le recordaba a cuarto grado, cuando Matthew se cambió a Mount Washington. Habían sido asignado compañeros de pupitre y Matthew parecía intrigado por su colección de gomas de borrar diminutas que ella guardaba en una caja de lápices. Siempre se sentaba a sus pies cuando ponía de manifiesto la caja de lápices, tratando de mirar dentro mientras recogía cuál quería usar. Alrededor de Navidad, ella le compró una goma con forma de pelota de fútbol y se la guardó en secreto en su escritorio. Margo nunca vio que la usara. Le gusta imaginar que quizá siga teniéndola.
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Dana sacude la cabeza, confundida. —Colby necesita relajarse. Lo siguiente que sé, es que va a iniciar una nueva regla de "Sin bailes estrafalarios" en el baile de bienvenida. — Toma un sorbo de su té helado y luego agrega—: Oye, hablando de estrafalarios, ¿alguno vio a Sarah Singer, desfilando por el pasillo con la palabra FEA escrita en la frente? —Que rebelde —dice Rachel, rodando sus ojos. Matthew se hace a un lado de la mesa.
—Vamos, Ted, juega conmigo. Quiero una revancha. —Un trasero golpeado, viene enseguida. —Cuando Ted recoge la basura en su bandeja, se inclina sobre el hombro de Margo y le dice—: Creo que vas a ser una hermosa reina de la bienvenida, Margo. Y si tengo la suerte de ser tu rey, ahora mismo deberías saber que no me apartaré de ti en toda la noche. Matthew gime. —¡Vamos! El almuerzo casi está terminado. Margo responde—: Um, gracias, Ted. —Y trata de no parecer decepcionada ante la falta de reacción de Matthew. ¿Tal vez no ha oído que ella está en la Lista? Ted se posa en la esquina de la mesa. —Me refiero a si no crees que es gracioso que nunca nos hayamos enrollado. La bienvenida podría ser la oportunidad de unirnos. Quiero decir, siempre he pensado que tú y yo haríamos una buena… —¡Hombre! —dice Matthew en voz alta, creando una bocina con las manos—. ¡Vamos! Ted sacude la cabeza. —Lo que sea. Hablaré contigo más tarde, Margo. Rachel mira a Ted mientras se aleja y le susurra—: ¡Ted es un jode Lista! O sea, ¿podría ser más transparente? Margo mira de reojo como Matthew alcanza las raquetas de ping-pong, que están en la parte superior de la máquina de refrescos. Antes, nunca habían estado solteros al mismo tiempo. Ella solía salir con chicos mayores, chicos que pudieran conseguir su cerveza y tipos que tenían autos. Matthew salía con chicas más jóvenes, chicas dulces que lo hacían bien en la escuela y eran amables con todos. Las niñas de su iglesia. Margo no iba a la iglesia. —De todos modos... como te decía, por la única que me siento mal es por Jennifer. —Dana gira en su asiento y explora las mesas detrás de ella—. Mírala. Incluso las coristas la han abandonado.
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Aunque no quiere, Margo la mira. Jennifer está al otro lado de la sala, sentada en una mesa llena de más chicos, pero no está con nadie. —¿Te crees toda su actuación de chica feliz? —pregunta Dana. —De ninguna manera. —Rachel da un bocado a una de sus patatas fritas—. Tiene que ser una tapadera. O sea, ¿cuatro años siendo la más fea de tu clase? ¿No es para suicidarse? —Le doy crédito. Si yo fuera Jennifer, de ningún modo podría venir a la escuela como lo hizo y mantener la cabeza alta —dice Dana. Y
entonces susurra—: ¿Recuerdan el picnic de los junior, cuando alguien lanzó ese perro caliente a la cabeza de Jennifer? Y ella estaba riéndose, como si fuera gracioso. Ted nunca lo admitió, pero sé que lo hizo. Lo vi. Que estúpido. Rachel sacude la cabeza con disgusto. —Probablemente se ocupa de ese tipo de mierdas todos los días. Las chicas ven a Jennifer elegir su sándwich. Dos jóvenes estudiantes de primer año, obviamente, pasan por detrás de ella, llevando sus bandejas a la línea de lavado. Mientras lo hacen, le señalan a Jennifer a sus amigos al otro lado de la cafetería y hacen caras de arcadas. Jennifer es ajena a ellos. Rachel tira sus patatas. —Hasta aquí hemos llegado. Voy a preguntarle a Jennifer si hoy quiere sentarse con nosotras. Margo alcanza a Rachel, evitando que se levante. —Vamos. No. Rachel se queda mirando a los dos chicos de primer año, que caminan de regreso a su mesa. —No me gustan esas pequeñas mierdas que piensan que pueden burlarse de Jennifer porque esté en la Lista. ¿No tienen ningún respeto ante el hecho de que sea una veterana? Si está con nosotras, no se atreverían a decir nada. Margo suspira. —A nadie le interesa mucho estar con nosotras. —Pero sabe que no es cierto. Especialmente cuando se trata de Jennifer. —Huh. Fácil de decir para la chica más guapa de los últimos años. —Cállate, Rachel. Tú también has estado en la Lista. Ambas. No es gran cosa. Dana ladea la cabeza.
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—Sí, pero tú eres la que va a llegar a ser reina del baile. —Eso no es una garantía —dice Margo, aunque básicamente lo es—. Y de todos modos, no me importa ser reina del baile. —Por supuesto, estaría bien. Pero si esa mañana Margo no hubiera estado en la Lista, si hubiera sido Rachel, o Dana, ella habría estado bien con eso. Rachel le da a Margo unas palmaditas en la espalda. —Invitar a Jennifer a pasar el rato durante medio almuerzo no te va a matar.
Margo pretende concentrarse en la recolección de la lechuga fuera de la envoltura del pollo. No le sorprende la rapidez con la que las patas de la silla de Jennifer chirrían contra el suelo. —Oye, Jennifer —dice Dana, deslizándose para que Jennifer pueda sentarse. —Hola —dice Jennifer—. Me gusta tu camisa, Dana. Es tan linda. Dana sonríe hacia su frente. —Oh, gracias. Reina el silencio por un segundo. Margo levanta la mirada y ve a Jennifer observándola. —Hola, Margo —dice, toda brillante y alegre—. Felicidades por... ya sabes. —Gracias. Rachel tamborilea sus uñas sobre la mesa. —Así que, Jennifer. Queríamos decirte que sentimos que estés en la Lista de nuevo este año. Jennifer niega con la cabeza, como si nada. —Honestamente, ya estoy acostumbrada. —Sí, pero no deberías tener que acostumbrarte a algo así —dice Dana, frunciendo los labios—. El que hizo la Lista de este año es un sádico total. Margo recuerda cuando el último año acababa de comenzar. A Dana le asignaron un asiento detrás de Jennifer en Francés II, y se quejó todos los días durante una semana sobre los rollos de grasa de la parte posterior del cuello de Jennifer. Cuando Jennifer miraba su libro de texto, los pliegues de la piel se alisaban hacia fuera, y cuando ella levantaba la vista, se apretaban juntos, como un acordeón humano repugnante. Le molesta la facilidad con que Dana podía olvidar el pasado.
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Pero también le pone celosa. Porque ella no puede.
9 Traducido por Max Escritora Solitaria Corregido por tamis11
A
las tres de la tarde, Danielle arrastra los pies de su última clase del día a su casillero. Recoge sus libros de texto y su bolso de natación lo más lentamente posible, no tiene prisa para llegar a donde necesita estar. Bueno, eso no es cierto. Danielle debe estar en la práctica de natación con Hope. Pero había sido instruida no ir a la piscina. Todo el mundo en inglés había levantado la vista cuando la Directora Colby llamó a la puerta. El Profesor de Danielle le dio la bienvenida. La Directora Colby no dijo nada a él, ella miró alrededor de la habitación. Cuando sus ojos se posaron en Danielle, se acercó y dijo simplemente—: Te veré más tarde. —Esta dejó la mayor parte de la explicación a la tarjeta de nota que colocó sobre la mesa de Danielle. A LAS CHICAS EN LA LISTA: POR FAVOR PRESENTARSE A MI OFICINA INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE LA ESCUELA. ESTA ES UNA REUNION OBLIGATORIA. DIRECTORA COLBY.
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Danielle mordió la punta de su lápiz. ¿Qué podría querer la Directora Colby con todas las chicas en la lista? ¿Estaban en problemas? Había la Directora Colby descifrado ¿quién la había escrito? Aunque sus preguntas hostigaran respuestas jugosas, Danielle apenas le importaba conocerlos. En cambio, se dio cuenta del chico sentado a su izquierda, estirando su cuello mientras trataba de leer la nota. Rápidamente deslizó la tarjeta en su libro y sucumbió a la humillación por segunda vez ese día. Sus mejillas están todavía calientes de la misma. Justo en ese momento, Sarah Singer, la más fea junior, pasó de largo. La Directora Colby está justo detrás de Sarah, su mano presionando en la parte posterior de Sarah, obligándola a adelantarse. Los pasos de Sarah son cómicamente laboriosos—desprevenida avanza
con dificultad, interrumpida por suspiros torturados, las puntas de sus zapatillas arrastrándose por el suelo de linóleo. Danielle había oído hablar de esta chica y la palabra que había garabateado en su frente, pero esta era la primera vez que la veía por sí misma. Una parte de ella está impresionada por la tenacidad de Sarah—una cara del juego diferente a la que había llevado hoy, cuando fingió que no había una lista, que no había estado en ella. Pero el resto de ella se humilló a sabiendas de que es lo mismo que Sarah. Que todo el Monte Washington vería en ella y vería la misma palabra, si no está escrita en el rostro de Danielle. Danielle cierra su casillero y se apoya en él. Es el tipo de dolor que se siente permanente, más como una cicatriz que una costra. Algo que siempre lleva con ella. —Yo ya estaba fuera de la escuela —se queja Sarah—. ¡Usted no me puede obligar a entrar una vez que el día terminó! Cualquiera de las dos, La Directora Colby no oyó a Sarah o a ella no le importa responder. En cambio, bloquea los ojos con Danielle mientras pasa y dice—: Vamos. Tú, también. *** Las otras seis chicas ya se encuentran en la oficina del director. La habitación es demasiado pequeña para que haya un orden para que la gente se siente, no hay división de espacio con las chicas bonitas en las sillas y las chicas feas contra la pared, o ese tipo de cosas. Esta atestado, incómodo para todos. Abby está en una de las dos sillas frente al escritorio de la Directora Colby. Se escabulle por encima, permitiendo una pequeña parte donde Danielle puede apretarla a su lado. Danielle sonríe débilmente a la oferta, pero en su lugar se posa sobre el apoyabrazos.
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Candace está en la otra silla, avanzó hasta el borde mismo de la silla, su peso inclinado hacia adelante. Ella se empujó cerca del escritorio de la Directora Colby. Lauren se sienta en el radiador, con las rodillas contra el pecho, mirando por la ventana. Bridget está en el sofá. Margo se sienta junto a ella, con las manos cruzadas en el regazo. Jennifer se desploma contra un alto, archivador negro.
Sarah no entrará en la oficina más allá de la puerta, con los brazos cruzados y desafiantes. Apenas se mueve mientras la Directora Colby aprieta junto a ella. Una vez que se instala detrás de su escritorio, la Directora dice—: Estoy segura de que han descubierto por qué las he llamado aquí. Si alguien conoce las intenciones de la Directora Colby, nadie lo dice. Margo envuelve un mechón de su cabello alrededor de su dedo. Bridget cruje sus nudillos, diminutos pops. Jennifer escarba algo pegado a su camisa. La Directora Colby suspira. —Está bien —continúa—. Voy a explicarlo en detalle. —Se inclina hacia adelante de forma espectacular—. Algo terrible ha ocurrido a ustedes, chicas, hoy. Y creo que sería útil que habláramos de ello como un grupo. Candace resopla con amargura. Sus piernas están cruzadas, una bota de piel de oveja pateando el aire de fuego rápido. —¿No quiere decir cuatro de nosotras? —bromea—. Apuesto a que las chicas más bonitas tuvieron un gran día. La Directora Colby niega con la cabeza. —Quise decir exactamente lo que dije, Candace. Algo terrible les ha pasado a todas ustedes, chicas. Alguien se encargó de señalarlas, darles una etiqueta, y presentarlas como nada más que la más superficial, la versión subjetiva de ustedes mismas. Y hay consecuencias emocionales de eso, sin importar de qué lado de la moneda se encuentra. Candace se vuelve en su silla y mira detrás de ella a Margo y Bridget en el sofá. —¿Consecuencias? ¿Te refieres a Margo teniendo un bloqueo en reina del baile? Margo continúa examinando su cabello para las puntas abiertas. —Entendí que estás loca, Candace, pero por favor, déjame salir de ello. —Por supuesto que estoy loca, Margo —dice Candace y luego sus ojos se mueven en torno a los rostros de las otras chicas—. ¿No lo estarían ustedes si fueran llamadas las más fea cuando está claro que no lo son? —Su voz plana, temblorosa.
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Las otras chicas feas miran a las otras tímidamente. A excepción de Sarah, que mira hacia abajo a Candace. La Directora Colby levanta las manos. —Niñas, por favor. No luchen entre sí. Nadie aquí es el enemigo. Todas ustedes son víctimas. Margo levanta la mano. —Directora Colby, sé que es nueva en el Monte Washington, pero en serio, esto no es una gran cosa. —Es fácil para ti decirlo —murmura Danielle, sorprendida de que ha hablado en absoluto.
Jennifer pasa adelante. —Estoy de acuerdo con Margo. Quiero decir, si alguien aquí tiene derecho a quejarse, soy yo. Y no me importa. A mí no me molesta. La Directora Colby bloquea los ojos con Jennifer antes de que diga—: No puedo creer que no te importa, Jennifer. Tú debes cuidarte más que nada. Las mejillas de Jennifer se vuelven de color rosa. Sarah gime. —¿Qué es exactamente lo que intentamos hacer aquí, Directora Colby? ¿Nos obligan a una especie de sesión de terapia de grupo? La Directora Colby niega con la cabeza. —Sarah... Chicas... Miren, voy a admitir que tal vez es un poco demasiado pronto para que sean capaces de procesar lo que pasó hoy. He llegado a algunos de ustedes ya, pero quiero que sepan que estoy aquí si quieren hablar. Y si tienen una idea de quién podría haber hecho la lista de este año, espero que confíen en mí lo suficiente como para compartir esa información. Es hora de que esta novatada termine y me gustaría que quien sea responsable de la lista rinda cuentas. Danielle mira alrededor de la habitación. A pesar de que respetaba el intento de la Directora Colby en una charla del vestuario, la realidad de la situación no le da muchas esperanzas. Aunque cada uno de sus nombres había aparecido en la lista, ninguna de ellas parece estar jugando para el mismo equipo. Ni siquiera cerca.
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Su cara del juego tendría que quedarse. Se trata de todas las chicas por sí misma.
10 MARTES Traducido por Amy Corregido por Nats
B
ridget se despierta muy temprano. Se ducha, arregla su pelo y se maquilla, y elige una camisa Oxford para usar con leggins y una larga chaqueta cardigan. Una vez que escucha a Lisa encender la ducha, Bridget salta por la escalera de dos en dos, contenta de llegar a la cocina. En realidad, honestamente emocionada por el desayuno. No fingía al ir, como lo había estado haciendo. La señora Honeycutt pone la caja de cereales, dos cuencos, y dos cucharas en la barra de desayuno para sus hijas, como lo hace todas las mañanas antes de irse al trabajo. Bridget toma su cuenco limpio y su cuchara y pone ambos en el lavavajillas con los platos sucios de la cena anterior. Se comió la pechuga de pollo y un par de zanahorias. No el arroz. No está mal. Saca un pedazo de papel del bolsillo de su blusa y lo aplana en el mostrador. Luego abre los gabinetes y va en busca de ingredientes.
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Jarabe de arce. Pimienta roja. Un limón del frutero. Encontró la receta en Internet anoche. Purificación. Todas las estrellas de cine hacen eso antes de los grandes eventos, para asegurarse de que lucen verdaderamente bien. No es una dieta, es una forma de liberar toxinas de tu cuerpo, de todas las cosas que lo contaminan. Lo más importante, la purificación es diferente a simplemente no comer. No comer no es bueno para ti. Bridget lo sabe. Lo supo todo el verano. No perdió peso como debería. Fue bastante dedicada, se dejó llegar demasiado lejos. No quería ser el tipo de chica que pensaba en las cosas que hacía, que se restringía a ella misma. Pero Bridget también sabía que fue puesta en la lista porque perdió peso. Decía mucho, allí en el papel. Como gastó el verano hizo una diferencia. Salvo que casi has ganado todo el peso de nuevo, Bridget.
Bridget no buscaba decepcionar a nadie. Quería ser mejor, más inteligente esta vez. Con el baile de bienvenida a sólo cinco días, esta purificación es la respuesta. Todo lo que tenía que hacer era seguir las instrucciones. Si te sientes enferma, deberías dejar de comer de nuevo. Pero no estás enferma. Estás saludable. Bridget calcula cuidadosamente los ingredientes de acuerdo a la receta. Inclina la cuchara de medición sobre el borde de la botella enviando una pequeña pila de polvo rojo a la parte inferior. Después, rebana un limón y lo aprieta con su mano. Sus dedos atrapan las semillas, y el jugo pica donde se ha mordido la piel alrededor de las uñas. El jarabe de arce es el último ingrediente. El jarrón de vidrio es pegajoso, la tapa cerrada está fusionada con los cristales de azúcar que se rompen y dejan polvo en sus manos. Vierte el espeso líquido castaño en una cuchara. Bridget desearía que no hubiera tanto jarabe de arce envuelto. Dos cucharadas parecen un montón. Revisa la cantidad de calorías, frunce el ceño, y toma la decisión de echar sólo la mitad. Usa el filtro de agua que hay en la nevera y llena la botella hasta el borde. Si toma pequeños sorbos, tendrá suficiente para que le dure todo el día en la escuela. Sacude la botella, luego quita la tapa. Pequeñas motas de pimienta roja flotan alrededor de la espumosa agua de color té. Bridget se lo coloca bajo la nariz. Huele como a limonada en llamas. Lisa baja y se sienta en la barra del desayuno. Usa un jersey que Bridget eligió durante su regreso a la escuela de una excursión. Bridget le pasa la leche. —Te ves linda, Lisa. —Bridge, ¿podríamos ir de compras para el baile de bienvenida después de la escuela? Me siento como si hubiera estado viendo las fotos online durante semanas, pero quiero probármelos.
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—No sé si puedo hoy. —Bridget quería darle tiempo a la purificación para que trabajara. El papel decía que podía perder cuatro kilos y medio en una semana. Aunque no tenía una semana. Sólo cinco días—. Quizás el jueves. La boca de Lisa se abre. —¿Jueves? ¡Pero el baile es el sábado! ¿Qué pasa si no encontramos nada? —Estará bien. —Bridget siente la decepción de Lisa y rápidamente añade—: Puedes pedirle a Abby que venga con nosotras, si quieres. Y ya he hablado con mamá sobre toda la cosa del maquillaje. Cree que nos veremos bien con eso, siempre y cuando sea un ligero toque. —La
última parte era mentira, pero Bridget se lo pediría a su madre esta noche. —¿Qué estás preparando? Bridget arruga rápidamente el papel y lo tira a la basura con el medio limón exprimido. Aleja los otros ingredientes. —Son alimentos saludables que se supone mejoran tu sistema inmune. —Cuando se gira para encarar a Lisa, se pone una mano en la garganta—. Me siento como si estuviera enfermando. Y no quiero perderme el baile. —¿Puedo probarlo? Bridget se encoje de hombros y se lo tiende. Un conejillo de indias para el primer sorbo. Lisa pone sus labios en la botella. Casi de inmediato, arruga la cara y hace arcadas. Se abre paso entre Bridget y vacía el líquido en el pila. —¡Ew, Bridge! ¡Esa cosa es asquerosa! —No es tan mala. —No puede serlo. No tiene permitido comer o beber nada durante esta semana. Lisa toma una servilleta y comienza a limpiarse la lengua. Bridget gime. —No seas tan dramática. —Y luego toma su primer sorbo tentativo de la purificación. Quema la parte posterior de su garganta, arde todo el camino hacia abajo. Sabes, puede que sea más fácil no comer nada. Bridget toma otro trago. Un gran, audaz, desafiante trago para ahogar su cerebro. Puede hacer esto. Y luego, después del baile, la presión se apagará. Lisa frunce el ceño y se sube al taburete. Se sirve cereales, sus favoritos, los que tienen malvaviscos. A Bridget también le gustan. La manera en que los trocitos crujen y se disuelven, cómo vuelven a la leche dulce y un poco rosada. Bridget toma sorbos de su botella otra vez.
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—Sigo sintiendo el sabor de esa mierda —se queja Lisa, y un chorrito de leche rueda por su barbilla. Bridget le da la espalda y dice—: Bueno, asegúrate de cuidar de ti misma y mantenerte saludable, así nunca tendrás que beber esto. Y deja de sorber como una niña pequeña.
11 Traducido por Danny_McFly Corregido por moni.music
E
s el baile de bienvenida, y Abby se presiona contra un chico, su mejilla acurrucada en su camisa de franela. Suena una canción que no reconoce, la música se escucha difusa, profunda y lejos, como cuando tienes los dedos en los oídos al lado de los altavoces del DJ. Abby está en su vestido perfecto, el negro con la cinta blanca y la capa de tul debajo de la falda, que cruje contra sus piernas. Una bola de discoteca gira sobre las cabezas, parpadean pequeños parches de luz sobre el piso del gimnasio. Como las piruetas de Abby, la luz cae sobre los rostros de las parejas bailando a su alrededor. Todo el mundo sonríe en su dirección. Todo el asunto es cálido y suave, la mejor manera en que los sueños son. Pero luego se cae. Abby pierde el sueño con el azote de la tela, el golpe del frío de la mañana. Abre los ojos y ve de pie a Fern frente a ella. Fern deja caer a Abby en el edredón en el piso de la habitación. —¿Qué está pasando? —murmura Abby todavía medio dormida y congelada de repente. Ella tira de la sábana a su alrededor. —Nuestra alarma no sonó.
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Abby escucha la acusación de su hermana, como si Abby hubiera sido la que metió la pata. —He perdido académico.
totalmente
la
práctica
para
el
decatlón
Fern prende la luz en el dormitorio. —Date prisa y vístete. Nos vamos en cinco minutos. Abby se sienta y protege sus ojos de la luz. Fern ya está vestida, su cama hecha. Ella guarda sus libros de texto en su bolso.
—¿Cinco minutos? Pero tengo que ducharme. —No hay tiempo —dice Fern y sale de su habitación. Abby se levanta tan rápido que consigue marearse, pero se las arregla para llegar al baño sin caer. Cinco minutos pasan a cuatro. Su cabello está sin lavar y abollado por haberse dormido sobre él, así que se hace un pequeño nudo en la nuca de su cuello, y luego lo trenza en la parte delantera para que pase por el borde de la frente y detrás de la oreja. Se lava la cara, se cepilla los dientes, se pone un toque de rubor. Porque no hay tiempo para planificar realmente un atuendo, Abby se arroja sobre un vestido de lana azul marino con unas calcetas hasta la rodilla crema y sus mocasines marrones nuevas, y envuelve una bufanda a rayas en el cuello. A ella le encanta el look de colegiala fresca, incluso si sus calificaciones no corresponden a su imagen estudiosa. Abby se detiene en el espejo del vestíbulo en su camino hacia la puerta principal. Se ve muy bien. Mejor que bien, teniendo en cuenta los cinco minutos que tenía para arreglarse, pero le decepciona que no va a estar luciendo absolutamente mejor esta mañana. Espera que sus compañeros de clase no tengan una mirada en ella y lleguen a la conclusión de que su inclusión en la lista fue un error. Ya la lista la ha convertido en una persona notoria. Nunca tuvo a tanta gente sonriéndole antes. Extraños, chicas y chicos de cada grado, reconociendo que es ella, felicitándola por ser la más bonita. Ella pasó cuatro semanas como una estudiante de primer año anónima para la mayoría y como la estúpida hermana menor de Fern para sus maestros, pero ahora Abby es alguien por derecho propio. Sólo una persona no mencionó la lista de ayer. Fern. Tal vez estaba herida por el comentario de la genética. O tal vez la única lista que le interesa a Fern era el cuadro de honor. Abby sale corriendo por la puerta cerrándola con tanta fuerza, que golpeó un par de veces. Su familia ya está en el coche, esperando. Oye las voces monótonas de noticias de radio a través de las ventanas cerradas. Fern tose mientras Abby se desliza en el asiento trasero.
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—Dios, Abby. ¿Cuánto perfume te pones? Abby pone sus brazos dentro de las mangas de su vestido. —Sólo me eché dos chorros. Y de todos modos, es su perfume de pastelillo. ¿A quién no le gusta el olor a pastelillo recién horneado?
Fern se movió unos centímetros de distancia hasta que estuvo apretada contra la puerta del lado del pasajero y luego abrió la ventana, a pesar de que hacía frío afuera. —Siento que voy a vomitar un montón de hielo. Abby se inclina hacia adelante en el asiento delantero. —Hola, ¿Papá? ¿Puedo conseguir diez dólares para mi entrada para el baile de graduación? —Claro —dice el señor Warner. Saca su billetera. —¿Fern? —pregunta el señor Warner mirando a su hija mayor en el espejo retrovisor—. ¿Quieres dinero para un boleto, también? —No voy a ir —dice Fern de una manera que implica que ya debería de saberlo. Abby observa a su madre compartiendo una mirada con su padre. —¿Ah, sí? ¿Por qué no? —Debido a que la película El Efecto Blix se estrena este fin de semana y todos mis amigos van a verla. —¿Por qué no ves la película el viernes? —le pide Abby—. Así puedes ir al baile el sábado. No es como si le importara que Fern fuera al baile o no. Sólo estaba diciendo. Es posible. Fern no mira a Abby mientras ella contesta. En lugar habla con sus padres, como si hubieran sido los que hicieron la pregunta. —Porque vamos a ver la película las dos noches, en dos cines diferentes. Una vez en 3D y otra en normal. Abby se le queda mirando a Fern, totalmente perpleja. Sabe que las novelas El Efecto Blix son súper populares, pero ¿quién quiere ver la misma película dos veces? El baile de graduación es mucho más emocionante, más especial. Es algo de una vez al año, y el único baile en el Monte Washington al que se permite que cada grado asista.
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Su hermana tiene que ver su mirada, porque de repente Fern tira de su pelo por detrás de la oreja y lo deja cubrir su rostro. Las luces del sol de la mañana hasta las puntas abiertas de Fern. Fern tiene el pelo más oscuro de color marrón, sin que ninguno de los reflejos rojizos que Abby había tenido cuando estaba en la playa. Abby se escabulle entre el asiento trasero y toma el pelo de Fern en sus manos.
—¿Quieres que te cambie el pelo Fern? Puedo hacerlo lucir como el mío, por lo que depende de tu cara. —No, gracias —dice Fern negando con la cabeza para que el pelo salga de las manos de Abby. —Vamos, Fern. Todo es cutre en la parte posterior. Confía en mí. Se verá mucho mejor de esa manera. Abby no sabe por qué está siendo tan amable, al ver que Fern le está dando su peor actitud. Pero siente que sabe conocer la mirada de Fern luciendo como una mierda y no hace nada para ayudarla, especialmente después de que la lista las haya comparado. Fern se gira. Sus ojos son grandes y enojados, pero suspira y saca un elástico de la muñeca. —Si quieres hacer dos trenzas francesas para mí, bien. Pero no voy a estar caminando alrededor de la escuela luciendo como si fuera tu gemela. Es la última cosa que Fern le dice a ella. Abby hace las trenzas francesas y el resto del viaje en el coche es silencioso. Cuando llegan al Monte Washington, Fern pasa a un hombre isleño y va directamente a la escuela. Lisa está sentada, apoyada en la base del árbol Ginkgo haciendo la tarea. —¡Buenos días, Abby! —llama mientras Abby se acerca. —Hola —dice Abby arrodillándose a su lado. El suelo está frío y duro, y no era tan cómodo con un vestido, pero no se siente como para estar parada. No tiene ganas de hacer mucho de nada, para ser perfectamente honestos. —¿Qué pasa? Te ves molesta. —Nada.
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¿Qué iba a decir después de todo? Ella y Fern no estaban peleadas, exactamente. —Bueno, tengo una noticia que podría animarte. Bridget dijo que me llevaría a comprar el vestido del baile el jueves. Sé que es un poco tarde en la semana, pero no se ha sentido bien. De todos modos, ¿quieres venir con nosotras? Dijo que es totalmente genial si lo haces. Abby recoge un poco de pasto muerto y desea que pudiera tener el tipo de relación con Fern que Lisa tiene con Bridget. Pero Lisa tiene mucho en común con Bridget. Abby y Fern son tan diferentes como podrían ser. Abby se pregunta si ella y Fern siquiera se agradarían si no fuera por el hecho de que estaban relacionadas.
Probablemente no. —Eso sería increíble, Lisa. Gracias. Y dile a Bridget que digo gracias, también. Lisa no dijo nada durante unos segundos, por lo que Abby miró hacia el suelo. Lisa tiene la mirada perdida en la distancia. —¡Oh por dios, Abby! —¿Qué? —Actúa natural —susurra Lisa lacónicamente—, pero casi todos los chicos de segundo año del equipo de fútbol americano vienen hacia aquí justo ahora como locos. —¿En serio? Lisa empuja su pelo negro detrás de la oreja. —¿Así? —Entonces lo sacude—. ¿O así? Abby acomoda el cabello recogido por su amiga. —De esta manera —dice ella. —¿Qué hay de mí? ¿Me veo bien? Tuve como, cero tiempo para estar lista esta mañana. Lisa hace pucheros. —¿Estás bromeando? Siempre te ves hermosa. Es un pequeño elogio, y no uno que Abby se incline a creer. Pero todavía es agradable de escuchar. Cerca de seis chicos de segundo año caminando despreocupadamente por el césped hacia la isla de estudiantes de primer año. Es inaudito, en realidad, para cualquier novato no ser visto alrededor del árbol de ginkgo. —Hola, Abby —dice el chico mayor. Su nombre es Chuck. Abby lo sabe porque Chuck es el chico más grande de segundo año en la escuela y por lo general huele a almizcle. —Buen trabajo en la lista de ayer. —Gracias —dice Abby, rápidamente mirando por encima del
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resto. Algunos de los chicos son sin duda lindos. Chuck, no tanto. Pero él es el único que hace el contacto visual con ella. Así que ahí es donde se concentra Abby. —Quería hacerte saber que un grupo de nosotros van a pasar un rato en casa de Andrew después del baile de graduación.
Abby no sabe quién es Andrew, pero asume que es el chico flaco al que Chuck da un golpe en el brazo. —Sus padres se van fuera de la ciudad, y vamos a conseguir algunas cervezas. Si quieren pasarse por ahí, pueden hacerlo. Abby ve a Lisa, que está poniendo una sonrisa de metal. Se puede decir que Lisa está emocionada y Abby se está emocionando también. Pero trata de jugar bien. —Gracias por la invitación, pero no estoy segura de lo que estamos haciendo todavía. —Estamos probablemente no haciendo nada —añade Lisa rápidamente. Chuck se ríe. —Bueno, no corran la voz, ¿de acuerdo? No queremos que cada estudiante de primer año piense que puede venir. Son sólo ustedes dos las que están invitadas. Y tal vez un par de sus amigas, si lo desean. No chicos. —Puede que no suceda —dice Andrew—. Mis padres podrían venir a casa temprano. ¿Quién sabe? Por la mueca en el rostro de Andrew, Abby no puede decir si está molesto o contento de que su fiesta pueda ser cancelada. Chuck le da un fuerte codazo a Andrew. —Disculpen a mi amigo, aquí. Está teniendo una mala semana. Miren, señoritas, a menos que escuchen lo contrario de mí, la fiesta se está realizando —dice Chuck, y luego comienza a caminar hacia atrás, lejos de Abby y Lisa. Sus amigos lo siguen. Cuando los chicos están fuera del alcance del oído, Lisa toma el brazo de Abby y lo aprieta. —Um, ¿En realidad sucedió eso? Abby se ríe. —¡Creo que acaba de pasar!
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Lisa parece que podría explotar. —¡No puedo esperar para contarle a Bridget! ¡Va a enloquecer! Nunca fue invitada a una sola fiesta cuando tenía mi edad. Lisa rueda los ojos. —Dice que fue porque era regordeta en ese entonces. Abby sacude la cabeza con incredulidad.
—No recuerdo a Bridget ser rechoncha alguna vez. —Así es. Lisa hace girar su dedo en un círculo pequeño al lado de su cabeza. —Está totalmente loca. Apuesto a que los niños estaban demasiado nerviosos para hablar con ella. Pero en serio, esto es tan emocionante. Ella toma una respiración profunda. —Quiero decir, que sólo nos preguntó porque estás en la lista. Abby, no tienes ni idea de la suerte que tengo de ser tu mejor amiga. —Gracias, Lisa. Eso significa mucho. La primera campana suena, y las dos amigas se apresuran al interior. Abby se alegra de ver unas cuantas copias de la lista todavía colgadas, a pesar de que el director Colby pidió a los conserjes que las quitaran. Fue un alivio que nadie ofreció ninguna información sobre quién podría haber hecho la lista durante la reunión de ayer. Abby no quería que la persona que la había recompensado se metiera en problemas, incluso si otras personas estaban locas por eso. Abby ve de pie a Fern cerca de la fuente de agua con sus amigos y de repente le llega el impulso de contarle lo de la fiesta e invitarla a ella a lo largo. Chuck dijo que podía llevar a quien quisiera. Podría ser una manera de suavizar las cosas por su pelea de esta mañana. Abby se acerca y espera a Fern para contarle. Toma un tiempo. Finalmente, Fern vuelve la cabeza. —¿Sí? —¿Sabes una cosa? —¿Qué? —pregunta Fern. —Me invitaron a una fiesta después del baile de graduación.
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—Oh —dice Fern rotundamente—. Felicidades. Abby mira a Fern volver la atención hacia sus amigos. Puede sentir que es su señal para salir, pero sigue hablando. —Y los chicos me dijeron que podía llevar a quien quisiera conmigo. Sé que estás pensando en ir al cine, pero a lo mejor te gustaría pasar por ahí después. He podido averiguar por Chuck donde vive Andrew y te puedo dar...
Fern finalmente mira a ella. —Espera. ¿De qué fiesta estás hablando? —Chuck y algunos otros estudiantes de segundo año. Van a estar en la casa de este chico Andrew. Sus padres están fuera. Abby considera decirle a Fern acerca de la cerveza que tendrían allí, pero decide no hacerlo. No sería un punto de venta para Fern. Fern ríe fuertemente. —Soy de primero, Abby. ¿Por qué iba yo querer ir a una fiesta de segundo año? Fern hace una cara divertida a sus amigos, y ellos también se ríen de todo. Abby se siente de repente caliente. Se desenrolla el pañuelo de su cuello. —Está bien. Lo que sea. Pensé que preguntarte sería bueno.
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A medida que se aleja, Abby se muerde el labio y se sostiene en lo que realmente quiere decir: que Fern y sus amigos nunca serán invitados a una fiesta de primero, ni siquiera a una fiesta de segundo año. En su lugar, sólo se levanta las calcetas hasta la rodilla mientras se deslizan por sus piernas.
12 Traducido por Lucia A. Corregido por Elle
L
e toma un tiempo a Sarah encontrar su vieja bicicleta. En lo profundo de la parte trasera del garaje, cubierta por una sucia sábana floreada que su padre utiliza cuando rastrilla las hojas. Una tarjeta de juego esta doblada en los radios de la rueda, y verla hace a Sarah recordar la última vez que la montó —lejos del grupo de chicas con las que se había juntado el primer año— luchando por contener las lágrimas por millonésima vez sobre algo inocuo que se supone sabía y no lo hizo. —¿Por qué es tan difícil para ti ser normal? —Estos “amigos” le preguntaron en voz alta en un uniforme desconcierto después de que se hubiera presentado para una fiesta de niño/niña pegajosa y sudorosa en su bicicleta. ¡Como si ellos no hubieran montado juntos bicicleta durante todo el verano! No era la primera vez que las chicas con las que salía le habían dicho algo así. Sarah lo había escuchado constantemente desde que había comenzado la escuela secundaria. Cómo todo lo que hacía estaba mal. Deja la tarjeta de juego, gustándole el aleteo que hace mientras se mueve sin pedalear por el camino de entrada y pasa su parada de autobús, donde los niños esperan en grupos para ser recogidos. Sarah balancea su peso de lado a lado, empujando los engranajes en un torpe círculo. Los dientes metálicos bordean los pedales haciendo sobresalir las suelas de sus zapatillas de lona deshilachada. Las costuras de sus jeans negros queman tiras de fuego hasta el interior de los muslos, rozando la piel en carne viva con cada movimiento de sus piernas. Sarah tose una bola de flema y la escupe en la carretera.
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Malditos cigarrillos. Su vieja bicicleta está en peor forma. La montura es demasiado pequeña y sus rodillas golpean el manillar, donde cuelgan quebradizas serpentinas de plásticos como linguini sin cocinar. La cadena necesita grasa, el neumático trasero tiene huecos, los frenos peligrosamente no responden. Pero no va a montar el autobús escolar a Mount Washington High por el resto de la semana. Se le ocurrió un plan, un diabólico y brillante
plan. Claramente, los genios en Mount Washington se han dado cuenta de que ella no está tratando de ser su tipo de chica bonita. Pero ¿qué pasará si intenta ser fea, como la lista dijo? ¿Lo más fea que posiblemente pueda ser, una fea de la que no pueden apartar la mirada? Tiene a la Directora Colby para agradecerle por la idea. *** Cuando Sarah se detuvo en el pasillo y la directora Colby le dio la nota sobre la reunión después de la escuela, había olvidado la palabra escrita en su frente. La Directora Colby lo notó inmediatamente y de hecho alzó la mano para empujar el pelo de Sarah de la cara, pero luego lo pensó mejor y tiró de sus dos manos detrás de su espalda. —¿Quien escribió eso en tu frente, Sarah? —Su voz estaba afectada, preocupada, triste. Sarah arrugó su cara. ¿La directora Colby piensa seriamente que alguien había cubierto sus brazos y piernas y hacerlo sin su permiso? ¿Hola? —Yo lo hice —dice con orgullo. La Directora Colby le da una rígida e incomprensible sonrisa, como si Sarah no hablara en inglés. —Esta no es la forma en la que te ven las personas. Sarah leyó la nota de la reunión que la directora Colby le entregó. —Tal vez no haya notado, pero todo el mundo comparte el mismo cerebro por aquí. Es como un culto masivo. Todos han bebido Kool-Aid. La Directora Colby suspira profundamente. —Por favor, lava esa palabra tu frente antes de nuestra reunión. —Es un marcador permanente —dice Sarah—. Y yo no voy.
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—La reunión es obligatoria, Sarah. Y tu frente es una distracción. Además, no estoy de acuerdo con lo que dice acerca de ti. Sarah entornó los ojos. La directora Colby trataba demasiado duro. Como si hubiera leído muchos libros de “Como ser un eficaz director” durante el verano. Sarah casi había preferido al Director Weyland, que se había retirado al final del año pasado. Weyland tenía un billón años y dirigió la escuela como un dictador. Era despistado, pero nunca trató de ser amigo de nadie. Parecía loco que la directora
Colby fuera escogida en su remplazo. Tal vez consiguió el trabajo porque le dio a Weyland una erección. La directora Colby era bonita en la genética, aburrida de manera en que todas las chicas en Mount Washington aspiraban a ser. Sarah estaba segura de que la directora Colby estaba completamente llena de mierda y que no encontraba atractivo en lo absoluto los collares de Sarah, su anillo en la nariz y su raro corte de pelo. Sarah se pasó el pelo delante de la cara. —Ya está. Ninguna distracción. La directora Colby bajó su cabeza hacia un lado e intento de nuevo. —Sé que estás molesta, Sarah y que es perfectamente…. —No estoy enojada. La directora Colby estaba aturdida. Sarah pudo ver sus mejillas ruborizarse, incluso bajo todo su maquillaje. —Está bien. Bueno... está claro que tienes fuertes sentimientos acerca de la lista. Y te agradezco que trates de hacer una declaración. Es chocante para mí que el director Weyland permitiera esto por tanto tiempo bajo su vigilancia. —Esto último tomó por sorpresa a Sarah. Los directores nunca hablaban mierda sobre otros directores por lo que sabía—. Me encantaría si pudieras ayudarme a motivar a los demás a tomar partido, para que este triste evento no vuelva a suceder a más niñas el próximo año. Sarah intentó no reír. La directora Colby deliraba si pensaba que podría poner fin a la lista. O que Sarah tendría interés en ayudarla a intentarlo. —No me importa cualquiera de las otras chicas en la lista. No me importa si continúa por siempre. De hecho, ¡espero que lo haga! El hecho de que la gente ponga tanta acción en esto es demente. Les sirve de lección por caer en esto. La directora Colby frunció el ceño.
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—Por favor ve a lavar tu frente ahora, Sarah. No voy a pedírtelo de nuevo. Sarah irrumpió en el baño, agarró una toalla de papel y la sostuvo bajo el grifo. ¿Era esta señora de verdad? ¿Qué era tan diferente entre la lista y la bienvenida? Ambos eran estúpidos concursos de belleza, excepto que uno era sancionado por el colegio. Se limpió el lío sobre su frente. Por supuesto, la tinta negra apenas si se aclaró. El jabón barato de los dispensadores no ayudó, pero la espuma goteó en sus ojos y los picó. Genial. Simplemente genial. Se
hundió en el piso y trató de frotar lejos la quemadura. Si alguien la veía, pensaría que había estado llorando. Tendría que esperar hasta llegar a casa para lavárselo. Quitárselo y volver al día siguiente pretendiendo que nada de esto había pasado. Fue entonces cuando Sarah tuvo la idea. Cómo llevar su rebelión al siguiente nivel. Cómo mostrar a todos en la escuela lo que pensaba de sus opiniones, sus reglas. Había sido demasiado silenciosa, demasiado complaciente, dejándoles salirse con la suya. Y lo hermoso era, que si salía de la manera en que pensó que podría, iba a arruinar la bienvenida también, cortesía de un gigantesco acto de mala fe. *** Sarah toma la izquierda y patina hasta parar en la base de una colina que no recordaba que estaba ahí. O tal vez nunca parecía enorme cuando montaba el autobús. No podía ver la escuela Mount Washington High en la cima, sólo un interminable tramo pavimentado de alquitrán hacia el cielo. Pedaleó duro, meciendo su peso de lado a lado para conseguir algo de velocidad. En la mitad de camino por marcar, sincroniza apenas lo suficiente para permanecer en posición vertical. Su bamboleante bicicleta se desplaza en el medio de la calle. Coches y autobuses escolares comienzan marchar a su espalda y unos pocos saltan la acera para pasarla. Pero Sarah está determinada. El aire de otoño muerde los bordes de sus orejas. Hojas muertas explotan debajo de sus neumáticos. Se pone de pie y se mueve más duro, el sudor corriendo en su camiseta. La Camiseta de Milo. Lo que sea. La misma camisa que llevaba a la escuela ayer. Milo golpea su banco.
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—¡Oye! —grita, sorprendido—. Bonita Bicicleta. —Sus ojos se mueven hacia su frente—. Creo, um, que lo llaman marcador permanente por una razón, ¿eh? —Supongo que sí. —Sarah apenas puede hablar, jadeando fuerte. Recoge el dobladillo de su camiseta y seca ligeramente el sudor en su frente, con cuidado de no perturbar la palabra. Todavía está garabateado allí, un poco más clara de lo que había sido ayer. —¿Es mi camisa? ¿Otra vez?
—¿Quién eres? ¿La policía de moda? —Busca sus cigarrillos, pero luego lo piensa mejor. El humo camufla su olor. Va a dejar de fumar esta semana—. Sí, es tu camisa. —Se sienta en el extremo del banco y tira de sus piernas cerca de su pecho. Ya están adoloridos, contraídas por el paseo. Una mirada curiosa cruza la cara de Milo. Tiene sus ojos entrecerrados detrás de sus gafas. —¿Por qué la llevas, cuando has estado actuando como si no pudieras soportarme? —Rebusca en su bolso y le entrega un cuadrado doblado de tela negra—. Toma, es tuya, por cierto. Lavada. Es curioso cómo de directo Milo puede ser sobre las cosas a veces. Es como si su torpeza venciera a la timidez. Sarah aún no ha dicho nada a Milo de terminar las cosas entre ellos. Ha sido muy loco, con los acontecimientos de ayer. Y en serio, ¿por qué ella? ¿Por qué debe de hacer el trabajo sucio cuando no es quien hizo algo mal? ¿Por qué debe darle a Milo el camino fácil? Levanta la barbilla unos pocos grados. —He decidido no tomar una ducha durante toda una semana. —¿De verdad? —Síp —dice, haciendo un pop en la p—. No me estoy duchando, no me estoy cepillando los dientes, no me estoy poniendo desodorante, nada. Llevo estas mismas ropas y no sólo la camisa, también los pantalones vaqueros, los calcetines, la ropa interior, el sujetador. Mi última ducha fue el domingo por la noche, antes de ir a tu casa. — Dobla los brazos—. No voy a participar en ninguna clase de higiene hasta el sábado por la noche. —Se siente bien decir en voz alta su plan. Ahora no puede haber ninguna anulación. —¿Qué hay el sábado por la noche? —El baile de bienvenida. —Suena tan absolutamente ridículo, pero sigue con cara dura—. Voy a estar tan apestosa y asquerosa como me sea posible, vestida en estas ropas. Milo se ríe y se ríe, pero cuando Sarah no se une, se detiene.
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—Espera. No hablas en serio. —Sí. —¿Por qué dejas que esa estupidez te afecte? Odias a las chicas en esta escuela, obviamente por una buena razón. ¿Y ahora quieres aparecer en su tonto baile? Esta no eres tú en absoluto. Sarah corre sus dedos por las frágiles serpentinas en su vieja bicicleta, tratando de desenredarlos. Esta última parte es la prueba. La
prueba de que Milo realmente no la entiende. Nunca lo hizo. Y ella no tiene deseos de explicarle a alguien que no va a entender. —Mira, ¿puedes no hacer de esto un gran problema? He tomado mi decisión. Está sucediendo. Él se encoge de hombros. —¿Puedo ir contigo? Gira rápidamente su cabeza y mira a Milo. —Cállate. Milo sonríe. —Puede ser divertido. Voy a llevar corbata. Te conseguiré un ramillete. Sarah se detiene a sí misma de sorprenderse de que Milo quiera ir al baile de bienvenida. Realmente tiene sentido, considerando lo que sabe acerca de él ahora. —¿Así que es una cita? Sarah sacude la cabeza, desconcertada. —Si por una cita te refieres a que tú y yo apareceremos en el mismo lugar al mismo tiempo, entonces sí, supongo que es una cita. Pero no te atrevas a darme un ramillete. La campana suena. Es curioso cómo absolutamente demente es esto. Sarah nunca, ni en un millón de años, pensó que alguna vez iría al baile de bienvenida de Mount Washington. Con un chico. Y aunque nunca lo admitiría, había un pequeño resquicio, en su interior, que está emocionado de una manera repugnantemente típica. En el camino a la escuela, Sarah mira las caras a las que pasa. Nadie parece darse cuenta de que lleva la misma ropa del día anterior. Apesta. Y luego, de la maldita nada, Milo toma su mano. Fácilmente, como si se tomaran las manos todo el tiempo. Algo que no hacen.
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Sarah no se aparta, a pesar de que quiere sabe que se arrepentirá más tarde. Es un destello del Milo que pensó había conocido. Y se siente agradable por un breve, demasiado rápido momento.
13 Traducido por Juli Corregido por Daemon03
M
e pregunto si el Sr. Farber llamará hoy —dice la Sra. Finn, mientras se da la vuelta para comprobar su punto ciego—. Espero que sea lo suficientemente decente para decirme si no consigo el trabajo. Algunas personas no te dan esa cortesía. Eso es cruel, ¿no te parece? —Sí. La palabra sale un poco demasiado lenta, demasiado arrastrada, porque Lauren realmente no está escuchando. Está mirando en la lista, escondida entre las páginas de notas de la historia mundial. Ayer había estado lleno de presentaciones. Unas chicas tomaron un acercamiento formal, diciendo a Lauren sus nombres y apellidos. Otros simplemente echaron un brazo por encima del hombro de Lauren mientras caminaba por el pasillo y participó en el tipo de conversaciones que parecían reservadas para los viejos amigos—quejas sobre dolores menstruales, trocitos de chismes sobre la gente que todavía no había conocido, confesiones amorosas.
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Lauren trató de llevar un registro de todas las personas que conoció. Escribió todo en la parte posterior de la lista—una flor de cinco pétalos como una viñeta, seguido de un nombre y una breve descripción física. Inicialmente, a Lauren le gustaba ver la página florecer como un jardín de primavera, pero hacia el final del día, se convirtió en una selva enmarañada y parecía imposible distinguir una persona de otra. Está preocupada por esto, cuando la secundaria Mount Washington aparece ante el parabrisas. —¿Tienes una prueba de historia hoy? —pregunta la Sra. Finn y trata de echar un vistazo—. No lo mencionaste anoche. Podríamos haber estudiado juntas. Lauren voltea su cuaderno y riza sus dedos alrededor de la espina. —No. Sólo tengo esta sensación de que podría obtener un examen sorpresa. Lauren no le había dicho a su madre acerca de la lista. Obviamente.
En primer lugar, Lauren sabía que ella no lo aprobaría. Era exactamente el tipo de cosas de las que la Sra. Finn había querido proteger a Lauren con el aprendizaje en casa. Pero también habían pasado la noche repasando cada momento de la entrevista de trabajo de su madre. La Sra. Finn parecía segura de que no había conseguido el trabajo. Lauren aseguró a su madre que lo había hecho muy bien, pero se sentía preocupada por lo que podría suceder si no lo había hecho. A veces es difícil, piensa, tener a una madre como mejor amiga. Su madre intenta una débil sonrisa. —Ojala no tuvieras que ir a la escuela hoy. Voy a estar sola en casa, volviéndome loca. ¡Oye! ¡Tengo una idea! ¿Quieres ir a conseguir panqueques? Hay un pequeño restaurante al que tu abuelo me llevaba todos los domingos y hacen las mejores. Yo podría escribir una nota. Voy a decir que tenías una cita con el médico. Aunque los panqueques son tentadores, Lauren está en realidad bastante emocionada de ir a la escuela esta mañana. Es la primera vez que esto ha sucedido. —No puedo, mamá. Lo siento. Ese examen sorpresa sería en el primer período. —Bien. Está bien. —Si estás aburrida, siempre puedes desempacar. —A pesar de que se mudaron a Mount Washington hace casi dos meses, la mayoría de las cosas todavía están en las cajas. —Quiero saber que nos vamos a quedar en primer lugar. Nunca se sabe. Si no consigo este trabajo, podría tener que vender la casa. —Vas a conseguir el trabajo, mamá. Lo sé —dice Lauren esperando lograr que su madre sonría. Pero la Sra. Finn no lo hace. En cambio, mira a Lauren como si hubiera dicho algo equivocado por completo.
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A medida que el Sedán se detiene en la escuela, Lauren se da cuenta que otros estudiantes la notan. En cierto modo, la lista era como un certificado de nacimiento, ya que marcó oficialmente el inicio de su existencia en la secundaria Mount Washington. Lauren se da vuelta, esperando ver que su madre no lo notó, y no lo hizo. Está mirando por su espejo retrovisor, mirando hacia atrás. Lauren llega al salón de clases. Toma un asiento y otra vez revisa las notas en el reverso de la lista, tratando de centrarse sólo en las chicas en el círculo estrecho que parecían los más interesados en ella. Una a una, las chicas llegan a encontrar a Lauren. Tiran de sus asientos cerca de ella. Las otras se quedan de pie para obtener una
mejor visión, y todas miran a Lauren como si fuera un bebé en una guardería que han adoptado colectivamente. Parecen encantadas por su inocencia, compartiendo pequeñas miradas contentas mientras señalan transgresiones sociales de Lauren unas a otras—su falta de maquillaje, que cubrió sus libros con papel marrón, el pasador que utiliza para mantener su pelo recogido de su cara. La sangre corre a la cabeza de Lauren y la pone mareada y cálida. Y luego, comienzan las preguntas. —Por lo tanto, ¿has vivido en Mount Washington toda tu vida? —No —responde Lauren, una vez que distingue a la chica que le había preguntado de la multitud—. Vivía en el oeste con mi mamá. Nos mudamos aquí cuando mi abuelo murió. —¿Tus padres siguen juntos? Lauren vuelve la cabeza hacia la chica que se sentó en el escritorio a su derecha. —No. Sólo nosotras dos. —¿Dónde está tu papá? —pregunta una chica apoyada en el tablón de anuncios. —Murió, también. Cuando yo era un bebé. —Guau. Eso es muy triste —dice una voz detrás de ella. Las chicas asienten solemnemente. —Era mucho más viejo. Lauren siente la urgencia de llegar a conocerlas, y hace su mejor esfuerzo para mantener el ritmo, respondiendo a sus preguntas lo más rápido que pueda. Está claro por las formas tácitas en las que se comunican —asentimientos, miradas, sonrisas— que la mayoría de estas chicas se han conocido desde prácticamente siempre. Lauren las ha visto desde lejos las últimas semanas, caminando por los pasillos con sus brazos entrelazados, abrazándose entre clases. Quiere ser una parte de lo que tienen. Parece que hay mucho tiempo para compensar.
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Lauren desea que no fuera tan unilateral. Quiere hacerles preguntas, también. Pero las preguntas siguen llegando. —¿Qué tipo de cosas te gusta hacer? —Um, no lo sé. ¿Leer? Me gusta leer. —¿Tienes novio? —Un par de los chicos nos dijeron que te preguntemos eso —dice una chica con picardía, y ríe a los demás.
Lauren niega con la cabeza. —Nunca he tenido un novio. Nunca... nunca he sido besada. —Tan pronto como lo admite, la golpea que no sólo está hablando con estas chicas. Sus respuestas serán reportadas a más gente que no conoce. —¿Nunca? —chillaron todas con deleite conmocionado. Unas pulgadas más cerca de su escritorio, como si quisiera protegerla. No puede recordar nada de sus nombres. —Bueno, eso está a punto de cambiar —dice una chica. Está hablando a las otras en el grupo, pero manteniendo sus ojos sobre Lauren—. Apuesto a que Lauren tiene un novio para el baile de bienvenida. Lauren siente que se ruborizaba. Parece imposible. —No sé nada de eso. —¿No has comprado tu entrada para el baile todavía? —No. —Pero vas a venir, ¿verdad? Lauren asiente. —Creo que sí —dice, aunque no lo había considerado antes. A pesar de que tendrá que preguntarle a su madre. —Bien. Y totalmente deberías ayudarnos a trabajar en nuestra caravana del espíritu para el desfile de bienvenida. Todo el mundo en la escuela decora sus coches y los paseos alrededor de la ciudad, como un desfile antes de que el juego comience. La gente sale de sus jardines para ver. Es en serio tan divertido. —Me encantaría ayudar. —La idea de decorar un coche con estas nuevas chicas, que tal vez se conviertan en sus amigos reales, es muy emocionante. De repente, la realidad de la escuela secundaria está en correspondencia con la forma en que soñó que podría ser, y no en todo lo que ella había dicho. Una chica inclina la cabeza a un lado y dice con nostalgia—: Apuesto a que esto es un poco loco para ti. Como, un minuto, eres invisible. Y entonces, todo el mundo viene, sabe quién eres. —Pensé que te veías amistosa —admite otra chica—. No sé por qué nunca dije hola ni nada.
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—Yo tampoco —dice otra. Lauren niega con la cabeza. —En parte es culpa mía. No es como si estuviera hablando con ustedes, tampoco. Soy muy tímida. —Recorre sus ojos sobre todas las chicas. Y a medida que lo hace, ve a Candace caminar por el salón de clases, sola. Candace, la ex líder de este grupo. Lauren ve a Candace mirar de reojo en el aula, pero no mirando
directamente. Las otras chicas no se dan cuenta. Están demasiado ocupadas mirando a Lauren. —Me siento mal por Candace —dice Lauren en voz baja—. Parecía disgustada ayer. —Más molesta que nada en la oficina del director Colby. Una de las chicas gime. —Ugh. No lo hagas. —¿Por qué no? —¡Porque está equivocada! —grita otra. Lauren mira a las chicas que asienten solemnemente. —Espera. ¿No son ustedes las amigas de ella? —Somos amigas de ella —dice alguien—. Seguimos siendo amigas de ella. —Pero... Candace estaba viniendo, ¿saben? —Ella sale con un montón de cosas, porque es... ya sabes... tan bonita. Y eso no es correcto. —Dijo muchas cosas malas acerca de un montón de gente. — Parece que la chica que dice que esto quiere que algo se registre sobre la cara de Lauren, y cuando no es así, añade—: Incluyéndote. Lauren piensa en las cuatro últimas semanas del año escolar. Se había esforzado por integrarse, pero aún así, había cometido errores. Las botas a prueba de agua que se había puesto en el primer día lluvioso consiguieron miradas extrañas de algunos. Sus ropas eran sencillas y sensatas, sin estilo. Su pelo era más largo que el de las demás por varios centímetros y nadie llevaba el lado recogido hacia atrás con un broche antiguo deslustrado. Levanta su mano y en silencio se quita el pasador. Sabe que aún hay mucho por aprender. Las cosas que su madre no sabe, o nunca le enseñó. Cuando termina la clase, Lauren todavía siente que debe decirle algo a Candace. Hacer nuevas amigas es genial y súper emocionante, pero no las quiere a costa de una enemiga. Ve a Candace yendo hacia el baño de chicas. Lauren le sigue.
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—Hola —dice Lauren—. Soy Lauren. —Sé quién eres. —Candace entra en un baño y cierra la puerta. Lauren retuerce las manos. —Yo... quería decirte que siento todo lo que pasó ayer. No mereces ser llamada fea. Por nadie. Después de un segundo, se escucha la cadena del inodoro, aunque Lauren no recuerda haber escuchado a Candace hacer pis ni
nada. La puerta se abre y Candace se acerca al fregadero para lavarse las manos. Nunca mira a Lauren. Pero dice—: Sé que no lo merezco. Candace está obviamente molesta. Lauren no puede culparla por eso. Tal vez hablar con Candace es un error, pero todavía se siente aliviada al decir su parte. —Y, lamento que tus amigas no están hablando contigo ahora mismo. Pero estoy segura de que va a pasar. —Candace se ríe, y envía un escalofrío a través de Lauren. Porque, en realidad, ¿qué sabe Lauren de todo esto? No conoce a estas chicas. No entiende cómo son las cosas en la escuela secundaria. —De acuerdo. Bien. Bueno, sólo quería decirte eso. Cuando está a punto de llegar a la puerta, Candace la llama. — Sabes que la única razón por la que la gente de repente está siendo amable contigo es por la lista, ¿verdad?
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Esta vez, es Lauren quien no contesta. Porque lo sabe. Y porque no le importa. El punto es que son amables con ella. Y planea disfrutar de cada minuto.
14 Traducido por Akires Corregido por tamis11
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anielle alcanza el mosaico que marca el final de su carril de natación. Luego se enrosca, presiona sus pies contra la pared, y explota en su última vuelta de eliminatoria.
Su mente está por lo general en blanco cuando nada, clara y clorada como el agua de la piscina. Pero hoy no. Hoy sus pensamientos son turbios y oscuros, al igual que como habían sido durante el verano en el Lago Clover. El campamento estaba cerca de un centenar de kilómetros al norte de Mount Washington. Ni Danielle ni Andrew había estado allí antes, pero cada uno tenía un pariente que había sido un campista de vuelta en el día y quien movió los hilos para conseguirles trabajos de verano extremadamente bien pagados.
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El resto de los consejeros de adolescentes eran campistas veteranos, una pandilla cerrada que había ido a al Lago Clover como hijos y sabía todas las canciones de campamento y los árboles indígenas y probablemente no les importaba si no les pagaban nada, con tal de que pudieran pasar otro verano en el lago. Danielle y Andrew fueron los extraños y a veces compartían un giro de ojos cuando los otros consejeros criticaron la estabilidad de sus casas para pájaros de piña o corregían sus pronunciaciones de las tribus nativas americanas que una vez había habitado la zona. Pero no era como si fueran amigos o algo. Los chicos amaban a Danielle. Los otros consejeros apenas prestaba atención a sus campistas, pero Danielle se incluía en sus actividades, sobre todo porque tenía de que hablar con la gente. Las niñas de su litera le tejieron un cordón especial para su silbato del salvavidas. Los chicos constantemente le retaban a improvisar carreras por el césped o nadar hasta las boyas y de regreso. Al principio, parecían frustrados de perder, y perder mucho, contra una chica, pero después de un tiempo, esos sentimientos decepcionados evolucionaron hasta convertirse en algo más cercano al respeto.
Fue en ese momento que Andrew comenzó a hacerse más visible. Ella lo veía caminar por la orilla del lago, mientras estaba sentada en su silla de salvavidas. Lo sintió cerca detrás de ella en la fila de alimentos. Lo había atrapado mirándola a través de las parpadeantes llamas naranjadas de la fogata nocturna. Era la primera vez que un chico le prestaba atención. Ella había estado escribiendo cartas a la antigua a su amiga por correspondencia, Hope, por diversión. Pero el tema de Andrew requería más inmediata comunicación. Así que tomó las llamadas telefónicas a escondidas para dar a Hope un reporte diario sobre las idas y venidas de Andrew. —Siento que él quiere hablar conmigo —susurró Danielle a Hope una noche, una vez que sus campistas estaban dormidos. Se apoyó en la cama de cedro-tejas y veía las estrellas en el cielo, esperando que una caiga. —Así que ve a hablar con él primero. —¿Estás bromeando? —!Danielle! No seas tonta. Hablas con los chicos todo el tiempo. ¡Y vamos a ser estudiantes de primer año! —Nunca chicos que posiblemente me gusten —aclaró Danielle. Hope dijo—: Él está probablemente nervioso. Eres un poco... intimidante. Danielle cerró los ojos y respiró el aire espeso y húmedo. Estaba nerviosa, también, lo cual se espera pueda nivelar el campo de juego. Al día siguiente, Andrew hizo su movimiento. Danielle estaba en el lago, hasta la cintura, lo que lleva un relevo de natación para los once años de edad. Vio a Andrew sentado en el muelle, con las piernas colgando en el agua. Tal vez eso fue lo más lejos que pudo ir. Decidió nadar otra vez. —Oye —dice Andrew al llegar al muelle—. He venido a advertirte.
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—¿Advertirme sobre qué? —Danielle se retiró del lago y se sentó junto a él, lo suficiente lejos para que el agua que gotea de ella no consiguiera mojarlo Andrew mantuvo sus ojos en el lago. —Cada chico en mi litera está enamorado de ti. Danielle se preguntó si Andrew se contaba entre los chicos de su litera. Dejó caer la cabeza hacia la izquierda para que el sol no estuviera en sus ojos y toco a Andrew. Él era moreno con mechones de cabello color arena. Las mangas de su polo de campamento azul
marino estaban enrolladas hasta los hombros, dejando al descubierto sus brazos delgados y musculosos. —Ellos hablaban de ti anoche —continuó—. Danny Fannelli dijo que iba a pretender ahogarse por lo que tendrías que rescatarlo y darle respiración boca a boca. Danielle se echó a reír. —Guau. Bueno, gracias por el consejo. Espera un segundo, y luego pregunta—: Vas a ir a Mount Washington el año que viene, ¿verdad? Creo que oí a alguien decir eso. —Así es. ¿Por qué, vas ir allí? —Sí. —Él se rasca la cabeza y mira hacia el sol. Con ello, la posibilidad de una pequeña aventura de verano, la oportunidad de probar el amor con un muchacho por un par de semanas, se convirtió en una más grande, la más emocionante posibilidad. Luchó por algo ingenioso y gracioso que decir de nuevo. Por suerte, Danny Fannelli estaba cerca de la orilla, agitando y salpicando agua de manera espectacular que tal vez llegó a las rodillas de Danielle. —¿Ves lo que quiero decir? —Andrew sonrió—. Le dije a Danny que es probable que tengas novio, por lo que no debería ni siquiera de molestarse en tratar. —No tengo novio —dice Danielle con una sonrisa. Se puso de pie y dejó sus dedos de los pies colgando sobre el borde del muelle. —Es bueno saberlo. —Se levantó, también—. Te veré por aquí, Danielle. —Nos vemos —dice ella, antes de volver a zambullirse en el agua. El Lago Clover nunca se había sentido tan caliente.
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Danielle aparece a la superficie y se quita sus gafas para echar un vistazo al reloj de tiempo. Segundos después, las chicas de los carriles en ambos lados de ella salpican. La entrenadora Mount Washington del equipo universitario de natación está por encima de carril de Danielle con su portapapeles y silbato. La entrenadora Tracy es alta y delgada, y lleva el pelo rubio corto, como un niño en el ejército, a excepción de unas cuantas piezas largas en la parte delantera que se enrollan detrás de las orejas. Había nadado a través de la universidad con una beca completa antes de rasgar ambos músculos del hombro durante una carrera de mariposa para los ensayos olímpicos. La entrenadora Tracy se ha sentado en algunas prácticas de primer año antes, observando desde las gradas, pero esta es la primera
vez que en realidad participa, relegando a su entrenador novato a la silla del salvavidas. Danielle escuchó algunos de sus compañeros susurrando en el vestidor que la entrenadora Tracy quiere carne fresca para completar los equipos de relevos del equipo universitario. —Una de los buenos, Dan —le dice la entrenadora Tracy—. Pero estás perdiendo al menos un segundo en los giros de vuelta. ¡Tienes que ser fuerte! Danielle no escucha el cumplido. O la crítica. Como la entrenadora Tracy pasa para hacer frente a otro nadador, una burbuja se levanta en su garganta. —Es Danielle, en realidad —se encuentra gritando. La entrenadora Tracy vuelve y levanta la ceja. —¿Qué fue eso? —Lo siento —balbucea Danielle, esta vez un poco más tranquila— . Prefiero que me llame Danielle. Ese es... mi nombre. El entrenador novato grita desde su percha. —¿Has oído lo que la entrenadora Tracy te dijo? —Sí. Lo tengo. Yo sólo… Un agudo silbido la silencia. La entrenadora Tracy escupe y llama. —Está bien. Chicas salgan, chicos entren. Vamos dense prisa. Danielle nada de perro a la escalera. Se dice a sí misma que no se sienta mal por corregir a la entrenadora Tracy. Después de todo, su nombre es Danielle.
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Pero el apodo que le había dado la lista ha cobrado vida propia. A pesar del hecho de que está usando maquillaje hoy y el pelo planchado, la gente que no conocía la han estado llamando Dan el hombre en el pasillo, ofreciendo saludos falsos, imitando lo que suponen que es su voz ronca. Excepto que Danielle no tiene una voz ronca. Lo sabrían si se molestaran en hablar con ella. Cada vez, ha sido una lucha para no darse vuelta y gritar: “mi nombre es ¡Danielle!” en la parte superior de sus pulmones. Pero ella no tiene. Y lo que le dijo a la entrenadora Tracy es lo más cerca que ha venido a defenderse. Pero incluso esta pequeño posición la hace sentir culpable, sobre todo después de las cosas que dijo Andrew. Además, quiere impresionar a la entrenadora Tracy. Y, sin embargo, por alguna razón, la entrenadora Tracy es la única persona que se siente bien corregir. Hope agarra el pie de Danielle y tira de ella hacia atrás a través del agua. —Camino a patear el culo —dice ella, y salpica a Danielle mientras llega a la primera escalera.
—Volé mi oportunidad —responde Danielle, siguiendo a Hope fuera del agua. —Por favor. Es obvio que la entrenadora Tracy bajó solo para verte nadar. —Hope toma una botella deportiva de las gradas y dispara un chorro al fondo de su garganta—. Estoy casi segura de que obtendrás llamadas del equipo de la universidad. Estoy pensando en la presentación de una denuncia anónima y conseguir tu prueba de ADN. Lo juro, la forma en que nadas, debes ser parte sirena. Danielle sonríe tímidamente mientras corre sus manos rápidamente sobre su estómago plano, agitando el agua de su traje de baño. Cuando levanta la mirada, ve a Andrew al acecho cerca de la puerta en la camiseta de la práctica y las almohadillas de fútbol. Y su corazón, que había comenzado a disminuir a partir de las pruebas de velocidad, revoluciona de vuelta. Se pasó todo un verano vistiendo su traje de baño alrededor de él sin pensarlo dos veces. Pero antes de caminar, se detiene para agarrar la toalla de las gradas y se envuelve con fuerza alrededor de ella. —Buen trabajo allá afuera —dice Andrew, cruzándose de brazos—. ¡Eres tan rápida como un pez! Un pez es diferente de una sirena, pero Danielle no deja que le molestara. Se alegra de que él la haya visto de esta manera. —Gracias —dice ella—. ¿No se supone que tienes que estar en la práctica, también? —Pretendí que tenía que usar el baño así podía verte. —Sus ojos van al piso de concreto—. No tuvimos mucha oportunidad de hablar en la escuela hoy. Lo siento por eso.
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—Está bien —dice Danielle, a pesar de que había sido herida por ello durante casi toda la mañana, después de buscar sin éxito a Andrew en todos los lugares habituales. Al almuerzo, Danielle había aceptado que Andrew probablemente la evitaba. Extrañamente, esto hizo que se sintiera aliviada. Era difícil fingir que no le importaba la lista alrededor de Andrew, y especialmente alrededor de los amigos de Andrew, quienes se burlaban de ella peor que todos. Así que, en cierto modo, era bueno que Andrew se alejara. Hacía las cosas más fáciles para ella. Y para él, también. Andrew le da una palmadita en la espalda, y luego se limpia la mano en la toalla. —Bueno, mejor me voy antes de que el entrenador envíe a los chicos a buscarme. Te llamaré más tarde. —Me tengo que ir de compras con mi mamá para los vestidos de regreso a casa. Oye… ¿tienen tus chicos un plan para la noche del sábado? —Ella no está segura de cómo funciona la cosa del baile en la
escuela secundaria. Si las personas que están saliendo van de la mano, como joven formal o fiesta de graduación. Andrew niega con la cabeza y empieza a caminar hacia atrás hacia la puerta. —No estoy seguro de lo que está pasando. Chuck tiene sus ideas... Probablemente vamos a pasar el rato, pero no estoy seguro de dónde todavía. Todo el mundo está muy centrado en el partido del sábado en estos momentos. Quiero decir, tenemos que ganar este partido, o de lo contrario vamos a ser el hazmerreír de toda la división. Pero te haré saber cuándo las cosas se reafirmen.
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Danielle se siente mejor cuando se aleja de Andrew. Se puede mantener en el acto difícil un poco más de tiempo, hasta que toda esta cosa de la lista acabe. Esta noche, va a conseguir algo bonito para llevar al baile Y entonces no habrá ninguna duda en la mente de nadie, y menos aún de Andrew, en que es una chica.
15 Traducido por Annabelle Corregido por paoo
L
a práctica de porras ahora es mucho más divertida de lo que fue hace algunas semanas. Es lo que Margo piensa al arreglarse en los vestidores. Se coloca la ropa deportiva: licras, una camiseta sin tirantes, zapatos deportivos, y una sudadera para el calentamiento que se hace afuera. Dana y Rachel, usan esencialmente lo mismo. Triples capitanas. Les gusta demostrar un frente unido. Hoy, la entrenadora de baile, Sami, va a venir a supervisor por última vez la rutina de medio tiempo. El equipo ya tiene todos los movimientos aprendidos. La práctica sólo será para pulir los detalles. Para cerciorarse de que todo luzca perfecto. Margo dice—: Tal vez una de nosotras debería sentarse a ver cada vez que practiquemos la rutina, para cerciorarnos de que todas luzcamos perfectas. —Sí —dice Rachel—. Sami no puede vernos a todas. —Buena idea —añade Dana. Y luego se ríe—. De todas maneras, cuando Sami baila con nosotras, a la única que ve es a ella misma en el espejo.
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Sólo van a haber unas pocas prácticas más antes del juego de bienvenida. Será el juego más importante de toda la temporada. Estudiantes ya graduados vendrán sólo por eso. También estarán las capitanas del año pasado y esperan que el equipo luzca grandioso. Todas excepto Maureen, quien no vendrá a casa. Puede que ni siquiera llegue para Acción de Gracias, dependiendo de los exámenes. Pero aún así es bastante presión. La mayoría del equipo ya se encuentra afuera, esperando en las gradas. Las chicas más jóvenes comienzan a aplaudirle a Margo cuando se acerca. Es incómodo, especialmente porque Sami está allí. Además porque el día anterior lo habían hecho también. —¿De qué se trata todo esto? —pregunta Sami.
Las chicas le cuentan a Sami sobre la lista, lo cual no debieron hacer. La lista no es algo de lo que se deba hablar frente a los profesores, y Margo está paranoica con respecto a sus encuentros con el Director Colby. Pero termina bien, ya que a Sami le da vergüenza y admite al equipo que estuvo en la lista una vez. Hace nueve años, cuando estaba en tercero. Luego, todo el equipo aplaude a Sami y Margo se siente feliz por no tener toda la atención durante un minuto. Pero entonces, Sami dice—: Como premio, Margo puede sentarse durante las vueltas y quedarse conmigo. ¡De acuerdo, señoritas, vamos a calentar! Margo cree ver a Dana y a Rachel rodarse los ojos mutuamente. —Apuesto a que tus amigas están celosas de ti —dice Sami cuando el equipo comienza a trotar. —Nah. No son así. Sami se ríe amargamente. —Tu hermana, Maureen, tuvo muchos problemas con eso el año pasado. No creo que la gente entienda lo difícil que puede ser para nosotras las chicas lindas. Margo observa cómo las chicas alcanzan el otro lado de la cancha. Se levanta de la grada. —Ya regreso —le dice a Sami. Y luego hace sus vueltas como siempre. Se siente raro no hacerlas.
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*** Después de la práctica, Margo se detiene en el casillero para cambiar los pompones por sus libros. Luego camina hasta el estacionamiento para encontrarse con Dana y Rachel junto a su auto. El plan es ir a comprar vestidos para el baile de bienvenida y cenar en la fuente de comida en el centro comercial. Su madre le dio una tarjeta de débito para que comprara. Margo nunca abusa de los privilegios. Siempre busca primero en el área de ofertas. Pero esta noche, no dudará en comprarse el vestido perfecto. No cuando será el último baile de bienvenida de su vida. Dentro de un año estará lejos en la universidad y el baile sólo quedará como un recuerdo. Y quiere que sea uno muy bueno. Alza la capucha de su sudadera de porras contra la brisa. Quizá irá a algún sitio cálido para la universidad. Por supuesto, para eso todavía faltan meses. Ni siquiera había llenado una aplicación todavía, ni tampoco le había echado un vistazo a sus ensayos personales. Pero el
futuro inevitable se asoma sobre ella, nublando todo con triste nostalgia. Se pregunta en dónde terminaran Dana y Rachel. Si aún se hablarán. Espera que sí. Son muy buenas amigas. Las ama a ambas. La mente de Margo regresa a su primer Baile de Bienvenida hace tres años. Cómo casi se quema con la rizadora mientras peleaba con Maureen por un espacio en el espejo del baño. Lo increíble que se sintió bailar junto a Dana y Rachel con sus vestidos, tomando soda y esperando a que los chicos más grandes les hablaran. Ese año también había entrado en la lista. Bry Tate había estado en la corte de bienvenida con los chicos de último año, y le había dado su rosa cuando el DJ puso una canción lenta. No era Matthew Goulding, pero era mucho mejor que cualquier segunda opción. Bry había estado usando su jersey de fútbol para el baile y Margo recordaba su olor a tierra cuando bailaron lentamente debajo de la bola disco. El resto del equipo de fútbol también había usado sus jerséis porque habían destruido a su equipo rival Chesterfield Valley en el juego de bienvenida. Más tarde esa noche, Margo besó a Bry en su auto, mientras Dana y Rachel besaban a otros chicos en otros autos. Cuando llegó a casa, presionó la rosa dentro de su diario. Aún conservaba los pétalos. Todos estuvieron muy felices. Todos se divirtieron mucho. Jennifer también había estado en esa lista, y se había saltado el baile por obvias razones. Aún así, Margo le había echado un ojo. Y aunque Margo no quería admitirlo, la ausencia de Jennifer en el baile fue en gran parte la razón por la que pudo disfrutar. Con suerte, Jennifer tampoco asistirá este año. Sólo quedan pocos buenos momentos. Rachel y Dana se encuentran sentadas en el maletero de su auto. Margo saluda con la mano. Y luego, por la esquina del ojo, Margo ve una forma redonda dirigirse hacia ella. Es Jennifer, saludando también. ¿Por qué aún está en la escuela? Margo se acerca, intentando parecer tranquila. —¿Qué sucede?
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Rachel se baja del maletero. —Invitamos a Jennifer para que venga de compras con nosotras. Aún no tiene su vestido para el baile. —Ni siquiera planeaba ir —dice Jennifer en voz baja. Dana lanza sus libros a los brazos de Jennifer, liberando las manos para atarse las cintas de los zapatos.
—Sí vas a ir al baile, Jennifer. Definitivamente vas. ¡Éste es tu último año! —Tal vez, si encuentro un buen vestido —dice Jennifer, abrazando los libros que no son suyos. Dana vuelve a levantarse y le da palmaditas en la espalda a Jennifer. —Nosotras te encontraremos un vestido. Las chicas se giran hacia Margo, esperando que abra el auto. Margo aprieta las llaves en la mano. —Lo lamento chicas, pero no voy a poder ir. —¿A qué te refieres? —se queja Rachel—. ¡Si fue tu idea que fuéramos hoy de compras! —Lo sé —suspira Margo, tomándose un momento para inventar una excusa—. Pero mamá acaba de escribirme. Quiere que vaya directo a casa. Vamos a encontrarnos con papá cerca de su oficina para cenar. Está molesta porque casi nunca pasamos tiempo en familia desde que Maureen se fue a la universidad. Creo que tiene el síndrome del nido vacío, ya saben, por eso de que también me voy el año que viene. Demasiados detalles, piensa Margo. Rachel y Dana la miran, visiblemente irritadas. Pero Margo también está molesta con ellas. ¿Por qué no le mencionaron que habían invitado a Jennifer? ¿Por qué la sorprenden así? ¿No se les ocurrió lo incómodo que sería para ella? Por supuesto, Margo no podía mencionar nada de eso ahora. Especialmente cuando Jennifer se encuentra justo a su lado. Dana toma sus libros de los brazos de Jennifer.
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—Creí que el plan era que compráramos los vestidos juntas para así no chocar estilos. Para que en las fotos todas nos viéramos bien juntas. —Definitivamente hay un tono en la voz de Dana, que cae directamente en la palabra todas. Y ni siquiera se da cuenta de lo jodido que es decir eso en frente de Jennifer. Quien no irá con ellas al Baile de Bienvenida. Quien no estará en ninguna de sus fotografías. Margo está a punto de sugerir que fueran mañana de compras en vez de hoy, incluso correría el riesgo de que Jennifer se uniera también, pero Jennifer le da la espalda a Margo y habla sólo con Dana y Rachel. —Si aún quieren ir de compras… yo podría llevarnos. Mi auto está estacionado justo allí. ***
Margo se queda sentada frente al volante, pensando por un largo rato. Debió haber ido con ellas. Pudo haber pretendido, ayudando a Jennifer a encontrar su vestido y hacer como si todo estuviera bien. Como si no hubiera historia entre ellas. Como si nunca hubieran sido mejores amigas. Había sido el último día de escuela, a minutos de no ser más de octavo grado, si no una chica de secundaria y para Margo, todo se sentía distinto. Todo eso que había ocurrido temprano —la pelea de globos de agua en la clase de gimnasia, la fiesta de despedida con pizza y sodas servidas en pequeños vasos de papel— eran recuerdos escritos en el diario de una niña. Súbitamente había crecido, aunque todavía podía ver la cima redonda del asta bandera de la primaria desde donde se encontraba, como una manilla hacia el cielo. Ella y Jennifer se encontraban de pie al final de la calle de Margo. Jennifer terminaba una historia sobre Matthew, de cómo le escuchó admitir a los otros chicos, que una vez llegara a la secundaria, sólo saldría con chicas que fueran al menos copa B. De otra manera, ¿cuál era el punto? No sonaba como algo que Matthew diría, pero cuando los chicos hablaban con otros chicos, todas las apuestas se cancelaban. Margo miró sus senos, apenas copa A. Luego de decirle “hasta luego” a Jennifer, aún con los labios cálidos de haber pronunciado las palabras, y de finalizar sus planes para la pijamada que Jannifer había planeado para ellas desde hacía semanas, Margo inmediatamente se dio cuenta que ya no quería ir. No sólo eso, si no que ya no quería ser amiga de Jennifer. No fue por algo que Jennifer haya hecho. No exactamente.
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Pero una vez que el pensamiento estuvo allí —o más bien, una vez que Margo aceptó los sentimientos que había estado intentando alejar desde hace semanas— ya no podía ignorarlo un minuto más. En vez de caminar a casa para empacar su bolsa de dormir y pijama, Margo afiló las puntas de sus zapatos hasta que la goma quedó en el suelo, y vio como Jennifer subía por la colina llevando una mochila llena de reliquias del año pasado: viejas carpetas, ropa de gimnasio gastada, notas que se pasaron, reportes de libros del primer período. Margo había dejado de usar mochila hace meses y todo lo que había estado en su casillero, lo había lanzado en una papelera.
Esta imagen, asociada con la ligereza que Margo sintió de pronto, parecía encapsular todo, su amistad, la historia entera y el por qué quería dejarla ir. Pero dejarla no sería fácil y lo sabía. Cuando llegó a casa, fue directo a la habitación de su hermana. Entró en silencio, se sentó en la esquina de la cama de Maureen y esperó a que dejara de hablar por el teléfono. Normalmente le gritaba que se fuera, pero suponía que lucía molesta, ya que su hermana le permitió quedarse. Luego de colgar, alcanzó el peine y comenzó a cepillarse el cabello. —¿Qué paso, Margo? —Es Jennifer. Yo… es que… —Le costó poner la revelación de hoy en palabras. —Ya no quieres ser su amiga —dice Maureen como si nada. Fue un alivio. Margo había traído su diario consigo, guardado en la pretina de sus shorts, para tenerlo cerca si necesitaba explicarse. Si era demasiada presión, podría recordar momentos específicos en que Jennifer había sido muy fastidiosa, o que la haya hecho sentirse mal o culpable, que haya actuado raro alrededor de sus otros amigos. Margo se sentía confortada de tener la prueba junto a ella. La ayudaba a sentir que lo estaba haciendo era lo mejor. No sería necesario. Maureen no necesitaba ningún convencimiento. Más bien, lucía aliviada de que haya tomado esa decisión. —Sólo prepárate, porque a Jennifer le va a dar un ataque. Es decir, la chica está obsesionada contigo. —No está obsesionada conmigo —dice, aunque se haya sentido de esa manera últimamente.
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—Por favor. Le dan muchísimos celos cuando te ve con tus otros amigos. Intentas incluirla, pero termina culpándote de todo. Su amistad no había sido así todo el tiempo. Habían tenido años de diversión, años llenos de momentos buenos y agradables juntas. Resistió la urgencia de decirlo, ya que sólo complicaría las cosas. Se lanzó sobre las almohadas de la cama. Éstas se esponjaron a su alrededor. —Si yo fuera tú, lo haría lo más pronto posible —continuó Maureen—. Es decir, estás a punto de entrar a la secundaria. No puedes
permitir que Jennifer te controle, haciéndote sentir culpable de conocer nuevos amigos y de ir a lugares a donde no fue invitada. Exactamente eso sucedió esa tarde. Un par de amigas la invitaron a salir esa noche para celebrar el fin de clases. Irían a caminar hasta la tienda de helados, ver quién iría, y probablemente nadar a la piscina de alguien. Dana y Rachel habían esperado para mencionarlo hasta que Jennifer salió del salón para ir al baño. Todas sus invitaciones eran así. Secretas. Exclusivas. Estaba agradecida por su discreción. Ya que si Jennifer se enteraba que la habían invitado, obviamente esperaría ir también. Parecía creer que cómo eran mejores amigas, no podían hacer nada separadas. Y quizá eso era verdad. Tal vez así era como funcionaban las relaciones de mejores amigas. Pero para Margo, solamente se sentía sofocante. Esa era otra razón por la cual quería salir a distraerse. —Se supone que iré a dormir a casa de Jennifer esta noche. Supongo que podría hacerlo allí —dice Margo, aunque la idea de enfrentarse cara a cara con Jennifer la ponía extremadamente nerviosa. ¿Qué se supone que le diría? ¿Una lista de todas las razones por la cuales no quería ser su amiga? ¿Qué pasaba si discutía? ¿Peleaba con ella? Eso definitivamente sonaba a posibilidad. Y definitivamente lloraría. Margo también, porque sería muy triste. Y luego de que le dijera todo, ¿aún debía quedarse toda la noche? ¿Por los viejos tiempos? No podía imaginar nada más incómodo. Maureen quitó los cabellos del peine, y los lanzó a la basura. —Si no quieres ir, no vayas. Pretende estar enferma o algo así. —Pero sabrá que estoy mintiendo. Hace diez minutos le dije que estaría allí. Su mamá vendrá a buscarme en una hora. Maureen asintió con entusiasmo. —¡Perfecto!
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—¿Eh? —Estás pensando demasiado las cosas. No es tu trabajo decirle a Jennifer porqué ya no quieres ser su amiga. Lo averiguará. Y si no lo hace, bueno… ese no es tu problema. Un rato más tarde, Margo escuchó la bocina de un auto afuera. Fue de puntitas hasta la ventana de su baño, abrió sólo un poco las persianas y vio como su madre salía a dar las noticias. Tanto Jennifer como la Sra. Briggis lucían preocupadas. La Sra. Briggis actuó como cualquier madre hacia un niño enfermo. Preocupada, con simpatía. Jennifer distinto. Su rostro se volvió tan pálido como la acera y miró
hacia la ventana de la habitación de Margo, con la boca en una línea recta y lisa. Una onda de ansiedad golpeó a Margo. ¿Acaso Jennifer lo sabía? Aunque había tenido cuidado, ¿la había descubierto? Y si lo sabía, ¿haría las cosas más sencillas? Luchó con la urgencia de alejarse de la ventana. Levantó las persianas completamente, para cerciorarse de que la viera. Se sentía valiente y cobarde al mismo tiempo. La Sra. Gable se despidió mientras Jennifer y la Sra. Briggis se alejaban. Caminó de nuevo hasta la puerta de enfrente, arrancó un diente de león en el camino y lo sopló en la cama de hiedras que separaba su propiedad de la de los vecinos. Más tarde, cuando pidió que la dejaran en la tienda de helados, donde sabía que Rachel y Dana estarían, la Sra. Gable se rehusó. Si estaba enferma, entonces estaba enferma. Margo miró a Maureen, pidiéndole ayuda silenciosamente, pero Maureen le sacó la lengua y salió por la puerta. A la mañana siguiente, no reprogramó los planes de la pijamada con Jennifer. No respondió el teléfono cuando llamó, ni le devolvió las llamadas, incluso cuando su mamá dejaba los mensajes pegados a la puerta de su habitación. Tomó varias semanas de lo mismo hasta que Jennifer dejó de llamar. Sin Jennifer, Margo tuvo un gran verano. Hubo fiestas de piscina y barbacoas y ratos de plática encima del techo de su garaje con sus nuevos amigos. Dana la invitó a pasear en un camión de bomberos en el festival del Día de la Independencia del pueblo. Ella y Rachel pasaron semanas vendiendo envases de coca cola antiguos afuera de un mercado de pulgas, pero principalmente iban a broncearse en sillas reclinables. No extrañaba a Jennifer para nada, y nadie se preguntó por qué Margo ya no se juntaba con ella.
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Sólo una persona no permitía que Margo siguiera adelante. En retrospectiva, había sido un error. Nunca debió haber involucrado a su mamá. Durante toda la secundaria, la Sra. Gable fue una gran fuente de culpa, siempre preguntando por Jennifer, siempre queriendo saber si se encontraba bien, qué como estaban el Sr. y la Sra. Briggis, si Jennifer tenía un novio. Hacía las preguntas aunque sabía que Margo no tenía las respuestas. Para probar un punto, supuso Margo. Para demostrar lo mala que era su hija. No es como si pudiera culparla. Sabía cómo se veía desde afuera. La chica linda deja a su amiga fea atrás. Es lo que todos probablemente pensaban. Jennifer también.
A Margo no le importó corregir a todos. Había obtenido lo que quería y eso era todo. Un toque en la ventana de su auto trae a Margo de vuelta a la realidad. Es Matthew en su uniforme de fútbol. Baja la ventana y traga amargamente. —Hola. —¿Hay algo mal con tu auto? —Está todo bien. Estoy bien. Gracias. Creo que me perdí un poco pensando. —Oh. Bien entonces. Te veré maña. —¿Cómo conversación.
estuvo
la
práctica?
—pregunta
para
hacer
Matthew suspira. Parece agotado. —Intensa. No le hemos Ganado a Chesterfiel desde primer año. Además, nuestro equipo está demasiado atrasado con la W. Coloca su pelo en una cola de caballo suelta, y sonríe bonito. —¡Oh! —dice Margo—. Tengo noticias sobre mi fiesta del viernes. Mis padres decidieron que querían quedarse en casa. Supongo que los amigos de Maureen fueron demasiado salvajes el año pasado y alguien fue hasta el closet de mamá y le robó su bata. Aún podemos tomar y todo. Y prometieron que no abandonarían su habitación. Matthew asiente, pero luego toma un paso atrás y la mira con escepticismo. —¿Segura que estás bien? Te ves, no lo sé, preocupada. La sonrisa demasiado estirada le provoca dolor en las mejillas. —Estoy segura. —Aunque en realidad no lo está. Y no le gusta que Matthew pueda verlo.
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Sube de nuevo la ventana, y piensa en Jennifer, Rachel y Dana. Margo está segura que hablarán de ella, si no la han hecho ya. ¿Qué dirá Jennifer de ella? Nada bueno, es lo más seguro.
16 Traducido por Danny_McFly Corregido por Daemon03
J
ennifer camina tan rápido como puede lejos del coche de Margo, sorprendida por las pisadas que hacían crujir las hojas detrás de ella. Tal vez no se debería haber ofrecido a conducir hasta el centro comercial. Margo seguramente se va a enojar con ella por eso. No es ciega. Había notado las miradas sucias que Margo le disparó. Como si cada vez que Jennifer llegara, estuviera invadiendo la propiedad privada de Margo. Pero, ¿qué esperaba Margo cuando Rachel y Dana la invitaron al centro comercial? Ellas iban a salir de su camino para ser amables con ella y Jennifer ciertamente no iba a negar su bondad. De todos modos, realmente quería ir a comprar ropa, ahora que se había convencido de ir al baile de bienvenida. Rachel y Dana podrían haber dicho que no. Podrían haber puesto una excusa y esperar por Margo.
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Pero no lo habían hecho. Habían dicho que sí. Rachel llama como una escopeta cuando se acercan al coche de Jennifer, luego busca en las estaciones de radio una canción que se pueda cantar. Dana se sitúa en el asiento trasero para comprobar el punto ciego de Jennifer mientras se une a la carretera. Estas pequeñas cosas calientan a Jennifer. Constituyen el hecho de que, durante la mayor parte del camino sus dos pasajeras hablaran exclusivamente la una con la otra. Jennifer interviene cuando siente que puede añadir algo a la conversación, para recordarles de vez en cuando que está ahí. De lo contrario, mantiene su atención concentrada en la carretera, como una buena conductora y responsable, y trata de no tomarlo como algo personal. Las cosas están bien. Genial, incluso. Y el hecho de que ayer había sido coronada reina fea del Monte Alto de Washington y ahora está yendo con las porristas al centro comercial a comprar vestidos para el baile sigue siendo increíble. Pero esa también es una visión de la vida que podría haber tenido si Margo no le hubiera dado la espalda antes de que la preparatoria comenzara. Y mira, ¿era un desastre para vestirse? ¿Habría sido tan difícil de encajar en Jennifer? Jennifer sabe que podría hacer. Ella podría haber
trabajado. Margo podría haber sido honesta con ella. ¿Necesita ropa nueva? ¿Un nuevo corte de pelo? ¿Perder unos kilos? Fuera lo que fuese, Jennifer habría intentado. Sólo que Margo nunca le dio una oportunidad. Pero ahora que Jennifer tiene una, piensa demostrarse a sí misma que es digna. A medida que se acercan al centro comercial, la discusión se convierte en estrategia: qué tiendas y en qué orden. Rachel se vuelve en su asiento para mirarla. —Entonces, ¿qué tipo de vestido crees que quieres, Jennifer? Jennifer se encoge de hombros. —No he pensado mucho en ello. Todavía no puedo creer que vaya a ir. —Apuesto a que te ves muy bien en amarillo brillante —dice Dana. —¿Amarillo? —pregunta Jennifer mirando a Dana en su espejo retrovisor. No se viste nada amarillo. Y por lo general se aleja de cualquier cosa brillante—. ¿Estás segura? Dana se ríe. —El amarillo es, como, el color de moda en estos momentos. Rachel se quita sus zapatillas de deporte, los calcetines, y pone sus pies descalzos en la guantera. Están un poco apestosos de la práctica de porristas, pero no importa mucho, porque los dedos de los pies de Rachel caen como una cascada, como una escalera, incluso de su dedo gordo al dedo meñique las uñas se pulen en un rojo cereza perfecto. Jennifer sigue mirando de reojo. Son tan perfectos, que Rachel podría ser un modelo de pies. Si yo tuviera los pies así, Jennifer piensa, nunca me pondría cualquier zapato que no fueran sandalias.
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—No te preocupes, Jennifer —dice Rachel—, deja todo para nosotras. Dana y yo te encontraremos el vestido más hermoso en la historia de los vestidos de baile de bienvenida. Lo prometo. Jennifer pronto se siente con ganas de llorar, pero no se permitirá hacerlo por temor a parecer tonta. En cambio, gira en el estacionamiento del centro comercial y encuentra un lugar adecuado en la delantera, cerca de las puertas de vidrio. —Este es un buen presagio para ir de compras —le dice a las chicas. Asienten como si fuera cierto, a pesar de que Jennifer lo acaba de inventar. ***
El departamento de vestidos está vacío a excepción de las tres chicas. Rachel y Dana comparten el grande que está designado para personas con movilidad reducida. Jennifer está frente a ellas, y escucha sus voces a través de los listones de la puerta. —Asco —dice Rachel—. Asco. Asco. Asco. Asco. Asco. Los gemidos de Dana son amortiguados por el roce del material. —El amarillo nunca funcionaría para mí. Jennifer está en su ropa interior, con la espalda hacia el espejo y se queda mirando el último vestido que cuelga de la puerta. Sólo trajo otros dos, que ahora yacen desechados en el suelo alfombrado. El primero, una funda de color lavanda con un escote de corazón, había parecido tan bonito en la percha. Pero no le cayó nada bien, las costuras se desplazaban de derecha a izquierda como un camino tortuoso para acomodarla, como si cada parte de su cuerpo estuviera donde no debía estar. El segundo fue un vestido de encaje negro largo con un forro de melocotón con brillo. Jennifer sintió que era un poco anticuado, pero Rachel y Dana le explicaron que lo anticuando era muy caliente y que Jennifer definitivamente podría llevarlo. No era cierto. Jennifer ni siquiera podía tener la cosa puesta. Ella sabía que iba a ser muy apretado, pero Rachel había insistido en que lo intentara de todos modos, después de que un vendedor les informó de que las tallas de la planta eran las únicas que había. Mientras Dana y Rachel rebotaban en los bastidores redondos con dos bolas de vestidos que seleccionaron para que ella intentara, cambió su criterio de lo que era lindo para lo que se ofrecía en realidad a su talla. Esta era la razón por la cual Dana le dio a probar un vestido amarillo y Jennifer no lo hizo. Jennifer se esforzó por mantener una actitud positiva. Sobre todo porque las chicas elegían un montón de otras cosas para ellas también, sujetadores nuevos que podrían ser más de apoyo, un par de flats de cebra que van con todo. La misión ya no se trataba sólo de un vestido para el baile. Era una intervención para el armario en toda regla.
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Ella dijo que sí a casi todo lo que le tiraron. Pero el día de compras, ahora en su tercera hora, estaba sobre ella. Y le molestaba la falta de simpatía de las chicas. No entienden lo difícil que es para ella, ir de compras. Como cuando Dana había señalado un par de jeans que Jennifer tenía que intentar, antes de lanzarse a otra sección. Las chicas flacas pueden caminar por una mesa llena de pantalones, amontonados en pilas altas y agarrar un par de la parte superior. Fácil. Sin esfuerzo. Pero
no para chicas como Jennifer. Tenía que cavar hasta el fondo de la pila, dando un vuelco a las ordenadas pilas para buscar las tallas grandes. Aun así, a veces no estaban en la mesa, pero estaban escondidas en cubículos debajo de la pantalla. Jennifer se puso de rodillas, el bolso se salía de su hombro, y revolvió como un cerdo en un comedero mientras Dana gritaba—: ¡Jennifer! ¡Date prisa! ¡Necesitas uno de estos, también! Pero Jennifer está tratando de ser una buena deportista. A pesar de que no hay un vestido perfecto, como lo habían prometido. Y tan importante como Rachel y Dana que están discutiendo acerca de sus vestidos en la sala de montaje, Jennifer sabe que todo se ve muy bien en ellas. Podrían usar cualquiera de esos vestidos y ser hermosas. Los defectos que ven ellas, nadie más lo haría. Es como si Dana y Rachel estuvieran inventando en su nombre, para que se sienta mejor. Pero no lo hace. La hace sentir peor. Por encima de todo, Jennifer tiene hambre. Es hora de volver a casa. —¿Cómo te va, Jennifer? —dice Rachel en voz alta. —Um, creo que he terminado. —Ella no quiere ni probarse el último vestido. Parece demasiado esfuerzo. —¿En serio? —pregunta Dana y Jennifer no puede saber si está realmente sorprendida o está siendo simpática. —Vamos —dice Rachel—. Aunque sea tienes que enseñarnos un vestido. Jennifer suspira y saca el último vestido de la percha, probablemente más difícil de lo que debería, teniendo en cuenta el precio. Es aciano azul tafetán de algodón, sin tirantes, con una cintura de imperio que florece en una falda amplia. Ella se lo desliza por la cabeza y luego mantiene la respiración durante la cremallera en la lateral. Se necesita un poco de lucha para llegar a la cima, pero después de tirar un poco, lo cierra. Las esquinas de la boca de Jennifer ascienden. Hace un pequeño
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giro. —Este no es realmente malo —anuncia, nadie más sorprendido que ella. Abre la puerta. Rachel y Dana están sentadas en dos sillas al lado del espejo de tres vías. Cada una tiene el regazo lleno de vestidos desechados. —¿No encontraron algo ustedes? —¡Olvídate de nosotras! ¡Mírate! —dice Rachel.
—Espera un segundo. —Dana se levanta y mete las correas hacia abajo en el cuerpo de Jennifer—. Está bien. Ahora, vamos a ver. Jennifer camina en una plataforma en frente de los tres espejos grandes. —Creo que me encanta —dice Jennifer, tirando de su pelo en un giro improvisado. Lo ama, pero quiere que las muchachas lo amen también. —Pienso que es perfecto —anuncia Rachel. Dana asiente. —¡Un vestido perfecto para el baile de bienvenida! Y con zapatos rojos, ¿no te parece, Rachel? —¡Sí! Tacones rojos serían tan lindos. Jennifer golpea arriba y abajo con los pies. Se imagina en el gimnasio, con el maquillaje y el pelo todo arreglado, bailando con Rachel y Dana y Margo en un círculo. Con suerte, alguien va a tomar una foto para el anuario. En ese momento, una dependienta entra en el vestuario para ver cómo están. Está vestida de negro de la cabeza a los pies, el pelo recogido en una cola de caballo apretada. Mira a Jennifer y se muerde el labio. Quiere ofrecer una opinión, se da cuenta Jennifer. Contra su mejor juicio, Jennifer le pregunta—: ¿Qué te parece? La dependienta pone mala cara y mueve la cabeza. —No me gusta. —Da un paso hacia adelante y hace gestos con su mano con manicura—. ¿Ves cómo se corta el centro aquí? El corpiño te está pellizcando. Y eso hace que la caída de la falda se vea divertida sobre las caderas. Debe ser una línea recta, lisa, no sobresaliendo como se te ve. Jennifer permanece inmóvil, con los puntos que la dependienta le va señalando, frente al espejo de tres vías, las imperfecciones duplicándose una y otra vez y otra vez hasta el infinito. Su labio comienza a temblar, su barbilla se arruga y sus hoyuelos parecen ciruelas.
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La dependienta, al ver esto, da un paso atrás en tono de disculpa. —Es posible que tengas más suerte en el salón del tercer piso. El Salón es donde la madre de Jennifer compra. El salón es para las viejas gordas. No tienen ropa para adolescentes allí. No tienen televisiones poniendo videos de música o recipientes de esmalte de uñas de colores brillantes en la caja registradora. No tendría nada de regreso a casa. Rachel se levanta de la butaca y empuja todos los vestidos que había estado sosteniendo en las manos de la dependienta.
—Gracias por tu ayuda. Ya he terminado con ellos —dice con sequedad. —Yo... Lo siento, pero ella preguntó… —Dije, gracias por tu ayuda. Todas estamos bien aquí. Entonces ¿por qué no te vas y... no sé... haces algo? La dependienta se da la vuelta y se va. Jennifer siente que las lágrimas vienen y esta vez no puede detenerlas. Se sienta en la pequeña plataforma en frente del espejo y llora. —Jennifer —dice Dana en voz baja—. Si te sientes bien en él, ¿a quién le importa lo que dice la tonta vendedora? —En serio. Las personas que trabajan en esto son como, lo más bajo de lo bajo. Odia su vida. Es evidente. Pero Jennifer sigue llorando. Y a través de sus lágrimas, mira que Dana y Rachel comparten miradas tristes y lamentables. Finalmente lo consigue. Finalmente la entienden. Una de ellas frota su espalda. Pero aún peor es la sensación de que Margo había tenido razón. Ella no encaja en esta vida, en este mundo. No pertenece a estas chicas. Ha fallado. A olvidar el baile. A olvidar todo. —De verdad te ves muy bien en el vestido, Jennifer —dice Rachel. Mete su mano dentro de la manga de su camiseta y suavemente frota las lágrimas de Jennifer para que se vayan. —El baile de bienvenida va a ser increíble —dice Dana, arrodillándose delante de ella—. Nos vamos a divertir mucho juntas. El nos y el juntas es como música. Es una invitación. Quieren que Jennifer vaya al baile con ellas. Con ellas. Como verdaderas amigas. Está preocupada sobre qué va a decir Margo.
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Después de que se cambia y se limpia la cara, Jennifer se acerca a la caja registradora y compra el vestido de la dependienta perra. Y se siente como una victoria. O al menos como algo que se merece.
17 Traducido por macasolci Corregido por Vericity
U
n poco antes de medianoche, Candace se para al borde de la piscina de su patio trasero. Una lona plateada se extiende a través del rectángulo, estirada como la tela de un trampolín. Hojas secas, bellotas caídas y pequeños charcos de suciedad se desintegran en la piscina, restos de la reciente lluvia.
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El novio de su mamá, Bill, cerró la piscina hace unas semanas, para el final de agosto a pesar de las quejas de Candace, que decía que todavía quedaban muchos días de calor por venir. No había querido que terminara el verano. Sus amigas habían venido casi todos los días, dependiendo de quién estaba de humor para invitar. Sólo había cuatro sillas de jardín para estar afuera y esa había sido su excusa para ser selectiva. En realidad, sin embargo, a Candace le gustaba el poder de ese juego de las sillas musicales, con ella deteniendo la música y sus amigas luchando por obtener un asiento libre. Todas sus amigas querían ser invitadas, y a pesar de si una chica se enojaba por haber sido salteada en un día en particular por la razón que se le ocurriera a Candace, estaría tan feliz de ser invitada la siguiente vez que se olvidaría de los resentimientos. Escuchaban la radio, compartían botellas de aceite de coco, pasaban revistas y rotaban tumbadas a la par con el sol. El bronceado de Candace hizo que su madre se volviera loca, y probablemente era por eso que había insistido tanto en que Bill cerrara la piscina. La señora Kincaid solía salir regularme de la puerta del jardín velada por un sombrero de paja con un ala ridículamente grande para darle a las chicas una conferencia sobre los peligros del sol, les mostraba los recibos del almacén de las grandes cantidades de crema antiarrugas, mucho mejores para aquellos días, y les advertía que nunca serían tan hermosas como lo eran entonces. Candace solía rodar los ojos detrás de sus anteojos de sol y recordaba cómo su madre lucía cuando era una adolescente pasando el verano en Whipple Beach, con líneas de bronceado que rivalizaban con los remolinos de helado de vainilla en un postre helado de
caramelo. Si el bikini de Candace no estaba húmedo, ella incluso traía algunas fotos de la repisa de la chimenea para demostrar su punto. Y luego la señora Kincaid se suavizaría y calmaría para sentarse en el borde de la tumbona de Candace. Compartía un par de historias acerca de los chicos que habían intentado tirar sus frisbees para que aterrizaran en su torre, cómo el abuelo de Candace había comenzado a dormir en el columpio del porche para asegurarse de que no vinieran chicos a llevarse a su hija, sobre los catálogos que había hecho para un nuevo almacén. Luego besaba la frente de Candace y les ofrecía a las chicas un consejo de vida, tal como "vivan como si no hubiera mañana". Cuando la señora Kincaid se marchaba, las chicas le decían a Candace lo hermosa que era su madre y lo mucho que Candace se parecía a ella. Candace sabía que su mamá escuchaba desde detrás de las persianas venecianas. Esa puesta en escena se producía cada pocas semanas. Cada vez buscando más elogios en busca de aplausos. Ahora Candace se dirige a una esquina de la piscina cubierta. Tiene el placer de darse cuenta que el agua escondida debajo es todavía turquesa y hermosa. Pero aunque había sido cuidadosa, un poco de lodo resbaladizo se desliza dentro de la piscina y la nubla un poco.
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El año pasado, Candace comenzó a preguntarse si tal vez debería aprovecharse y hacer la lista antes de graduarse. Se imaginaba a sí misma recibiendo por correo un sobre con una nota anónima y el sello estampado en relieve, o tal vez una invitación para unirse a una sociedad secreta de chicas que se reunían en la línea de quince yardas de la cancha de fútbol a medianoche o algo dramático como eso. Haría un gran trabajo haciendo la lista, porque tenía la confianza para decir lo que era verdad, para ser completamente objetiva evaluando a las otras chicas. No como cualquiera que haya hecho la lista ese año. Ponerla como la más fea es claramente un golpe bajo de alguien que estaba celoso. Cautelosamente sumerge la punta del pie y siente escalofríos, haciéndola temblar como si estuviera soñando. Da un pequeño paso atrás, a la vista de sus piernas y torso desnudos, tomándola por sorpresa. Volviendo la vista hacia la casa, ve su pijama desechado en una pila al lado de la silla de jardín. En el almohadón, las páginas de su diario abierto se aletean con la brisa. En la puerta cordera de vidrio, se ve su reflejo fantasmal, vistiendo sólo su corpiño y ropa interior, rodeada por los colores crudos del otoño y el cielo nocturno lleno de neblina. Se le forma un nudo en la garganta.
Ella había estado en línea por horas antes de la escuela. Y ningún chat se había abierto. Nadie le había dicho qué mal se sentían porque Candace estuviera en la lista. Nadie había dicho que estuviera mal. Nadie ni siquiera le había hablado en la escuela hoy. Nadie más que Cabello de Caballo. Candace respira profundamente y se dirige al agua. Salta demasiado lejos y sus pies tocan la cubierta de la piscina, liberándola de sus agarres y hundiéndola con ella. Cuando toca el fondo, una ramita traspasa la planta de su pie izquierdo, y momentáneamente el dolor se superpone a la presión del agua extremadamente fría. Se empuja hacia arriba, respirando en la superficie con un grito, y nada hacia el borde. La puerta del patio se desliza abriéndose y sale su mamá, con su cabello, maquillaje, perfume y ropa perfectos. —¡Candace! ¡Candace! —A mitad de camino hacia la piscina, la señora Kincaid se golpea con una silla y la hace a un lado. Se detiene para comprobar que sus medias no se rompieron. Candace se levanta y se sienta en el borde, el cemento dándole picazón a través de la ropa interior, el agua cayendo sobre de ella. Pone el pie sobre su regazo y aprieta donde está sangrando, esperando poder sacar lo que fuera que le había pinchado. —Tráeme una toalla, ¿de acuerdo? La señora Kincaid se para encima de ella con incredulidad. Levanta las manos, luego las deja caer a los costados. Las pulseras de plata resuenan.
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—¡Has arruinado la cubierta de la piscina! Voy a tener que rogarle a Bill que venga y la arregle. Probablemente tendrá que drenar el agua, con la mierda que has derramado allí. ¿En que pensabas, por el nombre de Dios, Candace? Candace levanta la vista hacia su mamá. Quiere decirle acerca de la lista, acerca de todo. Pero es demasiado vergonzoso intentar explicar lo que había pasado. Su mamá probablemente se alteraría tanto que iría al instituto y traería el infierno con el Director Colby. Y Candace ya había causado suficientes problemas en ese punto. Sabe cómo había actuado en la oficina del Director Colby y sólo hace que las cosas sean peores para ella, haciéndola parecer incluso más patética.
Así que en lugar de eso, Candace le espeta—: ¿Me vas a traer una toalla o no? La señora Kincaid sale y toma el diario de Candace en cambio. —¿Vas a dirigir el Spirit Caravan otra vez este año? —Sí. —¿Y estas son todas las chicas que quieren acompañarte? Candace sabe qué está mirando su mamá—una columna de nombres atravesando la página. Una lista de sus amigas. Chicas que creía que se preocupaban por ella, chicas que ahora celebraran su desgracia. Una lista de sospechosas. —¿Quién es Cabello de Caballo? —Una chica nueva. —Suena... linda —dice la señora Kincaid con una carcajada. Candace sacude la cabeza, bruscamente—: En realidad, lo es.
toma
sus
cosas
y
dice
Cabello de Caballo, que había sido transformada durante la noche en un símbolo de belleza y bondad. Había sido completamente embarazoso lo seria que había actuado Cabello de Caballo cuando había intentado hablar con Candace en el baño. Como si fuera tan piadosa y por encima de todo. Como si no le importara ni un poco estar en la lista. ¿Quién sabe? piensa Candace. Tal vez es verdad. Tal vez es así de rara. Candace camina al interior de la casa, goteando agua en la alfombra. Se dirige al baño del primer piso, el que está al lado del cuarto de su madre. Candace toma una toalla al lado del lavabo. Está a punto de secarse la cara pero se detiene. La toalla está manchada como el trapo de un pintor, un arco iris de manchas de colores. —Em, mamá. La señora Kincaid resopla y saca otra toalla de abajo del lavabo.
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—Aquí. Esta está limpia —dice. También está desteñida, pero por lo menos huele a suavizante de telas. Candace se limpia el cuerpo, con cuidado de no golpear nada. Cada centímetro del estante está cubierto de botellas de vidrio y tubos y potes y cepillos y esponjas. Su mamá no los necesita. Es una hermosa dama. Pero no puede vivir sin ellos. Candace odia verla bajo la luz brillante. Las mujeres
pintadas tienen un aspecto diferente a su piel. Velludas. Los pequeños pelos invisibles espesados con el polvo. —Te traje esto del estudio. —La señora Kincaid busca entre una de las cajas de aparejos repleta de maquillajes y productos, y saca una pequeña paleta de sombras de ojos dorados—. ¿No queda muy bien con tu vestido del Baile de Bienvenida? Oh, Candace. ¿Me dejarás por favoooor maquillarte para el baile? Sabes que puedo hacer looks más jóvenes, también. La señora Kincaid trataba como maquilladora las noticias locales, camuflando las arrugas en alta definición. —Tal vez —dice Candace. Aunque a este punto, se pregunta si incluso irá al baile. Su mamá siempre está poniéndole un delineador verde, una barra de labios mate color coral, o pestañas de piel de zorro. No parecía entender que los chicos en la secundaria no iban por el look demasiado dramático o editorial. Para la graduación, tal vez. Pero ciertamente no para todos los días. Sin embargo, es genial tener alguien que pueda hábilmente mezclar el tono exacto de base de Candace para su ocasional gusto. —¿Por qué no invitas a las chicas para tomarse fotos antes del baile? Candace piensa acerca de ello. Una pre-fiesta. Podría allanar las cosas. —¿Puedes traernos alcohol? —Candace... —gime la señora Kincaid. Le había seguido la corriente a Candace algunas veces por fiestas durante el verano, pero le había dicho que ya no iba a hacerlo ahora que la escuela había comenzado de nuevo. —Dos botellas de ron —suplica. Y luego, para endulzar el acuerdo, añade—: Dejaré que me hagas el maquillaje. —¿En serio?
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—Sip. Puedes hacer lo que quieras conmigo. Sombra de ojos dorada, lápiz labial negro... —Vamos —dice su mamá—. Jamás te pondría lápiz labial negro. —Es una manera de decir, mamá. Puedes volverte salvaje. —No necesito ponerme salvaje —corrige la señora Kincaid—. El trabajo de un maquillador es acentuar y resaltar tu belleza natural. Y tú, querida, tienes montones de eso.
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Candace se inclina hacia adelante para abrazarla, aunque todavía está toda mojada. Mientras lo hace, una botella de base se cae al lavabo y se rompe, enviando espeso líquido naranja a través del desagüe.
18 MIÉRCOLES Traducido por Jo Corregido por Daemon 03
L
uego de golpear su alarma, Sarah gira en su cama y olisquea su axila.
Frunce el ceño. Han sido tres días sin una ducha y no está ni cerca a lo apestosa de lo que quiere estar. A penas olorosa, de hecho. Lo que apesta completamente. Pero entonces, cuando su abuela comenzó a tener problemas a la vejiga, no tenía idea de que toda su casa apestaba a pipí. Sarah se levanta y se revisa en el espejo. Al menos luce asquerosa. El FEA en su frente está todavía sorprendentemente intacto, pero duda que dure hasta el sábado. Tal vez en la noche del baile, lo remarque por el efecto.
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Las piezas frontales de su cabello están grasosas de la raíz a la punta, y sin importar cuantas veces las cepille, no caen como cabello normal. En su lugar, se mantienen separadas con grasa, como si no quisieran tocarse entre ellas. La parte de atrás de su cabello, donde había sido cortado, tiene una terrible comezón y está seca, y a pesar de que nunca había tenido un problema con la caspa antes, escamas blancas flotaban hacia abajo y aterrizaban en sus hombros cuando corría sus dedos por su cuero cabelludo. Sarah tiene buena piel sin siquiera intentarlo, excepto por los ocasionales granos antes de que tenga su periodo. Pero hoy encuentra pequeños poros obstruidos salpicando sus mejillas, duros granos que no tienen cabezas pero hacen que su rostro luzca enguijarrado. Las lunas de sus uñas están bordeadas de negro. La parte interior de sus orejas pican. Se viste lo más rápido que puede. Es definitivamente una prueba de voluntad ponerse estas ropas sucias en su cuerpo sucio. El cuello de la camiseta de Milo está estriado, el cuello hundiéndose precariamente
bajo en su pecho, como una camiseta una talla más grande para ella. Las axilas están bordeadas de blanco por los residuos de la sal del sudor seco. Sus jeans ya no son ajustados, si no que abultados en el trasero y las rodillas, y tienen una sensación polvorienta. Su ropa interior está sólo derechamente asquerosa, sus calcetines también—la fibra tiesa y crujiente. Al menos es miércoles, se dice a sí misma. Ya casi está medio terminado. Para el baile, con suerte estará tan maloliente como un vagabundo. En su camino a la escuela, se le ocurre a Sarah que la mayoría de los niños en Mount Washington probablemente nunca han visto una persona sin casa antes. Pequeños bebés protegidos. Milo está en el banco. Su cuaderno de dibujos está abierto en su regazo y está encogido, dibujando. Sarah se baja de su bicicleta y camina acercándose lentamente, silenciosamente. Recuerda el domingo. Había estado en su piso, pasando las hojas a través de ese cuaderno de dibujos, revisándolos. Milo era un artista excelente y ella realmente quería trabajar con él, tal vez en un cómic, o sólo tenerlo ilustrando uno de sus poemas. Milo ni siquiera sabía que ella escribía poemas, porque sus poemas eran mayormente mierda que moriría si alguien viera, pero había algunos que Sarah podría compartir con él. Tal vez.
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La mayoría de los dibujos de Milo eran de chicas manga. Del tipo de fantasías de colegialas con grandes pechos listos para salir de sus uniformes, largo cabello brillante, labios fruncidos. Siempre tan vulnerables y modestas, tan listas para que se aprovechen de ellas. La hacía sentir incómoda, lo que sabía que era ridículo. No eran celos, exactamente. Después de todo, eran dibujos animados. Y no era como si ella y Milo fueran novia/novio o algo. Sarah dio vuelta una página y vio un dibujo de una chica. Una muy real chica asiática. Una foto escolar estaba pegada en la esquina de la página para referencia. Era la primera vez que Sarah pensaba que uno de los dibujos de Milo no era increíble. Ni siquiera estaba cerca de capturar cuan linda era esta chica. Usaba una blusa rosada, su cabello cayendo por un hombro, una perfecta sonrisa, ojos brillantes, un pequeño colgante de una A de oro envolvía su clavícula. Lucía como un ángel asiático. —¿Quién es esta? Milo estaba sentado en su cama, mirándola. —Esa es Annie.
Había sabido que Milo tenía una ex-novia antes en el West Metro. Habían terminado antes de que se mudara a Mount Washington, pero todavía eran amigos. De vez en cuando, Sarah vería el nombre de Annie en su teléfono o en su e-mail. Él hablaría de ella también. Ahora, pensando en retrospectiva, le parecía a Sarah que hablaba de ella un montón. Sarah nunca había visto la foto de Annie. Siempre había asumido que lucían relativamente igual. Algo tormentoso y de pánico creció dentro de ella. Era el sentimiento de haber atrapado a Milo en una mentira, o el disgusto de que ahora había visto a través. Todas las veces que él hablaba sobre Annie, nunca había mencionado que era hermosa. Le hacía cuestionar todo sobre Milo, que había elegido a esta chica para estar. Tal vez, si no lo hubiera invitado a venir y sentarse en su banca, él habría esperado ser adoptado por la gente que ella odiaba, y habría salido con alguien como Bridget Honeycutt. Una sombra cruzó la página mientras Milo se arrastraba bajando de la cama, se inclinaba hacia adelante, y la besaba en los labios. Sarah se alejó, sorprendida… y vio la mirada extremadamente complacida de Milo. Él estaba feliz de haberla asombrado. No había rastro del vergonzoso, tímido chico que había conocido. No había rastro de él por completo. Sarah rápidamente se orientó. Cerró el cuaderno de dibujos, se balanceó en sus rodillas y besó a Milo duro en la boca, esperando que eso borrara la imagen de Annie fuera de su mente. No lo hizo.
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Luego de eso, fue un juego de pollos, levantando la barra hasta que no hubo ningún otro lugar al que ir. Sarah nunca se echó atrás. Nunca. Milo probablemente sabía eso. Tal vez hasta lo usó contra ella. Tal vez había sabido que ella había querido que esto pasara todo el verano. Pero todo el tiempo, no podía encontrarle el sentido de cómo Milo querría estar con ella cuando había tenido una chica como esa. No era ni siquiera tan doloroso tanto como el sentido común. Estos opuestos no se atraían. Eso y la vergonzosa verdad de que había tenido su primer beso, su primer todo, todo en una noche, con un chico que de pronto apenas conocía. Mientras encadena su bicicleta, Milo dice—: Así que Annie dice que tengo que comprarte un corsage para el baile de bienvenida.
Sarah deja que su bicicleta choque contra el suelo, ni siquiera se molestó en levantarla. —¿Qué le dijiste? —Por primera vez está avergonzada sobre lo que decidió hacer. Y se siente más sucia de lo que lo ha hecho toda la mañana. En una voz baja, él dice—: No le dije sobre, tú sabes, la cosa de nada de duchas. Sólo que íbamos a ir al baile juntos. Sarah sacude su cabeza. No está segura de si eso es mejor o peor. —Milo, te dije que no quiero un corsage. —Lo sé, pero Annie dijo que probablemente querrías que te comprara uno, aún si me decías que no. Sarah está temblando. —Annie no me conoce. Y aparentemente, tampoco tú. —Sarah, sólo pensé… —¡No quiero un maldito corsage! —le grita con la fuerza de sus pulmones. Todos en la Isla de los de Primer Año se giran para mirar. —¡Bien! ¡Bien! ¡Sin corsage! —Milo cierra su cuaderno de dibujos. Toma una profunda respiración, tan profunda que sus hombros casi tocan sus orejas. Su rostro está de un rojo brillante—. Sarah, necesito hacerte una pregunta. ¿Fui malo? Tú sabes… ¿en la cama? Sarah se estremece. —Oh Dios mío, ¿qué? —Lo digo en serio. A penas has querido mirarme por los últimos días. Sigo pensando que es porque yo… fui decepcionante. ¿No podía notar Milo que le había gustado? ¿O la probaba para alguien como Annie? Toma asiento en el otro lado de la banca, asegurándose de que hubiera algo de distancia entre ellos. —Primero que todo, ew, Milo. No voy a comentar eso para nada. Nunca. Segundo, he tenido otras cosas en mi mente además de ti. —Entonces ¿podemos hablar sobre eso? Quiero decir, ¿soy tan imbécil que no puedes hablarme sobre lo que sientes? ¿Como si no pudiera entender cuan doloroso es tener gente llamándote feo?
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Sarah ríe. Lo que quiere decir es: ¡Oh! ¿Por qué? ¿Annie tenía ese problema? No lo dice. Ríe e intenta hacer que Milo se sienta tonto así dejará de hablar. —Sabes que me gustas. ¿Cierto, Sarah? Las palabras son lindas para oír, por supuesto. Pero hay demasiado pasando para que Sarah sienta la calidez. Ya está tan frío. Si ella y Milo estuvieran juntos, siempre estaría preguntándose. Se compararía a Annie y se preocuparía de que la dejara por alguien mejor si tuviera la oportunidad.
—No. Sólo no. —¿Así que te arrepientes… físicamente adolorido.
tú
sabes…
conmigo?
—Luce
—Me arrepiento de toda esta conversación, Milo. Quiero decir, no estoy esperando tener un gran momento de programa de entrevistas contigo en tu sofá. —Estoy intentando estar aquí para ti. —¿Qué quieres que haga? ¿Llorar en tus brazos? —Quiero que me hables como si fuéramos amigos. Sarah deja caer su cabeza en sus manos. —¿Así que ahora somos amigos? Bien. Entonces, ¿ya no me tengo que preocupar sobre ti tratando de tomar mi mano? La boca de Milo se pone delgada y tensa. —No. —Mira, no te pongas todo llorón sobre eso. Voy a comprar mi boleto para la bienvenida. Si todavía quieres venir conmigo, puedes. Si no, lo que sea. Está bien también. Haz lo que quieras. Milo busca en sus bolsillos. —Voy a ir contigo. No he cambiado mi opinión. —Le pasa su dinero. Sarah siente algo metido dentro del billete doblado. Un pequeño rectángulo. Una goma de mascar. Milo deja caer su cabeza. —No te enojes. Tu aliento como que apesta, Sarah. Y no quiero que nadie diga nada que pueda herir tus sentimientos. Sarah toma la goma y se la lanza de vuelta. —Jesús, gracias, Milo. Sería mucho más fácil, cree ella, si nunca se hubiera hecho amiga de él por completo. Entra a la escuela. Cerca de la oficina principal, hay una mesa manejada por dos chicas de cuarto año vendiendo boletos. Ambas tienen pequeñas pegatinas en sus pechos que dicen VOTA A JENNIFER DE REINA.
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Jennifer Briggis. ¿Para malditamente en serio?
la
reina
de
la
bienvenida?
¿Es
En todo caso, esto pone más determinación en Sarah a ver su anarquía hasta el final. Jennifer es la prueba positiva de que ésta enferma tradición de la lista necesita ser subvertida y jodida desde adentro hacia afuera. Jennifer es como una prisionera de guerra, desmayada por ser golpeada tan terriblemente todos estos años. Sarah sería las sales
olorosas. Quiere vomitar sobre todas las chicas en la mesa. En su lugar dice—: Jesús. Eso es un infierno de disculpas. Una chica, que está haciendo los adhesivos, levanta la mirada, confundida. —¿A qué te refieres? —¡Me refiero a toda la cosa de “Vota a Jennifer de reina”! Es lindo. Sabes, luego de llamarla fea pedazo de mierda por cuatro años. —Estira su dinero—. Dos boletos. Las chicas comparten una insegura mirada con la otra. Ninguna toma el dinero de Sarah. Sarah se inclina adelante, abre la caja del cambio, y mete su dinero adentro. Luego toma dos boletos. —¡Las veo a ambas en la pista de baile! Mientras se aleja, escucha a una de las chicas silbar—: ¡Dios, huele asqueroso! Sarah sonríe mientras se aleja, la primera vez hoy. Dejará apestando todo el gimnasio la noche del sábado. Sacudirá su hedor por todas partes.
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Las chicas lindas en sus lindos vestidos tendrán que sentarse en las graderías, apretando sus narices. Se asegurará de que es la única pasándolo bien.
19 Traducido por Akires Corregido por Violet~
M
argo llega a la escuela con diez dólares para su boleto del baile y una foto del vestido de bienvenida que ordenó anoche en Internet. Espera que a Rachel y Dana les guste. Espera que no desentone mucho con los vestidos que ellas compraron. Es de color verde esmeralda, corto, sin mangas y ajustado, con un camino de pequeños botones cubiertos de la tela que van desde el cuello hasta la cintura. Es quizás un poco sofisticado para la bienvenida, pero Margo, quien lo compró mientras equilibraba un plato de espaguetis en su regazo en el escritorio de la computadora, pensó que era probablemente una cosa buena. Estaba en el último año ahora, a un mes de cumplir los dieciocho años. Además, planea usar el vestido de nuevo, tal vez en una función de hermandad si decidía comprometerse el próximo año. Pagó una fortuna por la entrega al día siguiente, casi tanto como el propio vestido, pero era más que digno de él, ya que el vestido era lo suficientemente bonito para tenerla emocionada por ir al baile de nuevo. Llevaría el pelo suelto, probablemente. Y sus zapatos negros de tacón peep-toe, los de terciopelo que encontró en venta después de la Navidad pasada. Sería la primera oportunidad que tendría para usarlos.
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Se sintió de vuelta a su antiguo yo, por un tiempo de todas formas. Cuando no supo nada de Dana o Rachel después de su viaje al centro comercial, Margo llamó a Vines de floristería Vine y encargó tres ramilletes de muñeca, racimos de pequeñas rosas rojas con hojas de limón. Maureen había hecho lo mismo con sus amigas el año pasado. Las flores serían una disculpa a sus amigas por actuar raro acerca de Jennifer desde que la lista salió. Sigue estando un poco paranoica acerca de lo que Jennifer podría haber dicho de ella durante el viaje de compras, pero Margo se dice a sí misma que no le importa. Lo qué pasó ese verano fue noticia vieja y con toda probabilidad, Jennifer no quiere tocar el tema. No haría a ninguna de las dos verse bien.
Dana y Raquel se sientan en una mesa junto a la oficina principal, vendiendo entradas del baile de bienvenida con una caja metálica de dinero en efectivo. Ya hay una fila de gente esperando y Margo toma su lugar al final de ella. Unas pocas personas prometen a Margo que van a votar por ella para reina del baile. Le demuestran que ya han escrito su nombre en la papeleta, que está impreso en la parte posterior del boleto. Margo cortésmente les da las gracias. Se asegura que la gente que sabe acerca de su fiesta del viernes por la noche, lo haga. —Un boleto, por favor —dice Margo con su mejor sonrisa cuando llega a la parte delantera de la línea. Cuando entrega el dinero, se da cuenta de que tanto Dana como Rachel están usando HOLA MI NOMBRE ES en etiquetas. En el espacio en blanco, han escrito Vota por la Reina Jennifer. Hay un montón de ellos en la mesa y Dana lo resalta más con un marcador de color rosa. —¿Reina Jennifer? —pregunta Margo, su voz goteando con incredulidad. Dana baja la mirada y empieza a trabajar en otra etiqueta. Rachel suspira y dice—: No te lo tomes personalmente, Margo. —Mis dos mejores amigas están haciendo campaña en mi contra. Y haciendo campaña para una chica que saben que no me agrada. Diría que eso es tan personal como es posible. —Mira, si hubieras venido de compras con nosotras anoche, lo entenderías. —Fue horrible —dice Dana solemnemente, mientras que salpica la i de Jennifer con una estrella—. Como más allá que horrible. Me dan ganas de llorar sólo de pensar en ello. —Quiero decir, ¡ella ni siquiera iba a venir a la bienvenida! — Rachel añade—: Cuatro años y la chica nunca ha estado una sola vez en un baile de escuela. Jennifer necesita esto, Margo. —Rachel le entrega su boleto y una etiqueta de VOTA POR LA REINA JENNIFER—. Mucho más de lo que tú lo haces.
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Margo desliza el boleto de bienvenida en el bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros junto con la imagen de su vestido de bienvenida. La etiqueta la sostiene en la mano. Es obvio para Margo lo que debía hacer. Pegar la cosa en el pecho y ser una buena jugadora. Que sin duda pondría fin a la tensión entre ella y sus amigas. La gente pensaría que era una buena persona. Nadie podría pensar mal de ella, ni siquiera Jennifer. Pero en cambio, coloca la etiqueta de vuelta sobre la pila de Dana. El sudor de su palma ha manchado la tinta. —No puedo —dice ella.
Rachel se inclina hacia atrás en su silla. —No es enserio. —Vamos Margo —dice Dana—. ¿Por qué estás actuando así? Una picazón se arrastra a través de Margo. Los estudiantes esperaban impacientes detrás de ella, cambiando su peso, y todo el pasillo viene de repente a perder el equilibrio. —No estoy segura de que es una buena idea. Ya sabes, la gente podría pensar que te estás burlando… —Está bien —dice Rachel y ondea a Margo lejos con un movimiento de su mano—. Como quieras. —Rachel, déjame… —No, de verdad. Supongo que pensé que te gustaría limpiar tu conciencia más que a nadie. Pero tal vez no sientes que tienes algo que lamentar. No fue así. Margo sabe que hay cosas por las que debería sentirse mal. Pero cortar los lazos con Jennifer había sido bastante difícil la primera vez. No estaba lista para abrir la puerta de nuevo, incluso una grieta. Y definitivamente no sentía la necesidad de ceder la corona de bienvenida como penitencia. Después de todo, Margo no era la única culpable. Jennifer tuvo mucho que ver en que la amistad terminara como lo había sido. Margo quiere defenderse. Quiere explicarse. Pero las miradas afiladas de sus amigas hacen darse cuenta de que cualquier cosa de lo que podría decir acerca de Jennifer tomaría el camino equivocado. No sería una defensa, sino sería Margo pateando la chica fea mientras está abajo. Así que se aleja de la mesa y se va sin decir otra palabra. Parece que todo el mundo que pasa tiene puesta una etiqueta VOTA POR LA REINA JENNIFER.
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Esos chicos revisan su pecho, esperando ver uno, también. Y cuando no lo encuentran, sus expresiones cambian rápidamente. Agachan sus cabezas y murmuran entre sí. Acerca de Margo, obviamente. Margo se había preguntado acerca de esto el año pasado, pero ahora lo sabe con certeza. Ser la más bonita de último año en la lista, no es siempre una bendición. A veces es una maldición. ***
Para el momento en que Maureen se graduó, las cosas habían llegado a ser definitivamente raras. Habían ocurrido tantas peleas con sus amigas de toda la vida, demasiados para contarlas. Maureen abandonó el viaje de último año a Whipple Beach, a pesar de que sus padres habían pagado por la habitación del hotel. Había roto con su novio, Wayne, justo antes del baile de graduación por ninguna buena razón, Wayne que estaba caliente y con quien ella había salido durante dos años y perdió su virginidad (según una carta de amor que Margo había encontrado en el cajón de la ropa interior de Maureen). Ninguno de los amigos de Maureen apareció en su fiesta de graduación. Maureen se emborrachó y se desmayó en una silla de la piscina frente a sus abuelos, despertando de vez en cuando a eructar. Se sentía temeraria a Margo, mientras miraba a su hermana sistemáticamente destruir todo lo que le importaba. El final de la preparatoria era acerca de aguantar, pero Maureen quería dejarlo ir. Maureen terminó seleccionando una universidad que estaba muy lejos de Mount Washington. Margo había querido ayudar a su hermana a empacar, pero para entonces las dos hermanas no se llevaban tan bien, así que sólo trató de mantenerse fuera del camino de Maureen. Siempre había tensión entre ellas, tensión que Margo sólo podía interpretar como odio. En la cena de despedida de Maureen, antes de que su madre volara con Maureen a su universidad en el otro lado del país, Maureen no miró a Margo ni una vez. Fue casi un alivio verla irse. Después que Maureen se fuera, Margo entró en la habitación de su hermana. Las fotos de los amigos de Maureen, las que habían cubierto una vez toda una pared, estaban metidas en el cesto de basura. Margo se sentó en el suelo, con cuidado despegaba la cinta y aplanaba las que habían sido dobladas. Algunas eran de la bienvenida de Maureen, su corona deteniendo las ondas de su pelo marrón, bailando con Wayne.
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Era difícil de decir, por lo mal que la foto había sido arrugado. Una arruga fue directamente por el rostro de Maureen. Pero por lo que puede ver Margo, su hermana nunca se había visto tan feliz. *** De camino al salón, Margo descubre a la directora Colby. Está mirando a los estudiantes pasar a través del pasillo, sus ojos como dardos.
¿Qué pensaría la Directora Colby de esta farsa "Vota por la Reina Jennifer"? cualquier participación de Margo, podría ser mal vista. O Margo no es así y va a ser vista como aún más sospechosa.
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Dobla de nuevo en la forma en que acaba de llegar, evitando a la Directora Colby del todo.
20 Traducido por ♥...Luisa...♥ Corregido por Zafiro
L
os calambres eran peores que los que venían con su período.
Bridget apretaba los labios juntos y se concentraba en el irregular graffiti que rayaba la pintura color almendra de la puerta del baño. Está en el vestuario para chicas del gimnasio sobre el inodoro. Su cuerpo se inclina hacia delante, con los codos presionando en sus muslos desnudos, con la barbilla en las manos. Una botella de agua medio vacía se encuentra en el suelo entre sus zapatillas de deporte, el líquido en el interior aceitoso y separado. No es un limpiador. Es una poción mágica. La necesidad de ir, la ha golpeado en varias ocasiones durante toda la mañana, creciendo más y más apremiante. Esta es la tercera vez sólo durante la clase de gimnasia y el impulso era tan intenso que Bridget tuvo que correr fuera de la cancha de voleibol en medio de un juego, dejando su lado como un perro. Los calambres hacían difícil caminar, así que cojeo, con los dedos presionando en los costados. Apenas consiguió bajarse sus pantalones cortos a tiempo.
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Si sólo estuviera en casa, podría ir en privado. Tal vez con una revista o un libro para alejar su mente del dolor. Oh, dios. ¿Qué pasa si uno de sus profesores decidía no darle el pase para ir al baño? Se preocupaba por los calambres, también. No se sentía bien. Como si tuviese apendicitis o algo así. No. No es nada de qué preocuparse. Las instrucciones del limpiador mencionaban calambres severos como posible efecto secundario. También decían que estaría loca por comida. Ayer, fue una locura lo mucho que quería comer. No un deseo en concreto, sólo comida, en general, cualquier cosa. Mucho peor que los días normales. Pero las instrucciones prometían que, si podía seguir con esto, si podía hacerle frente a esa voz interior que le decía que comiera, estaría emocionada y el hambre desaparecería. Y lo hacía, más o menos. Tenía que confiar en el proceso.
Otro destello de un rayo cayó sobre su abdomen. Sonidos de salpicaduras rebotan en el cuenco de porcelana. Cada vez, Bridget estaba segura de que no podía haber quedado algo dentro de ella. Pero siempre se equivocaba. Un distante silbido trinó a través de las paredes de bloques de cemento. Unos segundos después, la puerta de vestuarios oscila abierta y a continuación las chicas entraron para cambiarse antes del siguiente periodo. Bridget rápidamente se levanta y mira hacia el agua turbia. Tan repugnante como lo que la origina, una extraña sensación de orgullo vino mientras limpiaba lo que había sido su obstrucción, viendo el inodoro refrescarse con agua limpia y fría. Se sentía más ligera, casi optimista, a pesar de que su estómago se sentía como un globo de agua demasiado lleno. ¿No es agradable, nunca sentir hambre? Así es. Honestamente. Después de lavarse las manos, Bridget se dirige a su casillero a cambiarse. La mayoría de sus amigas ya estaban en su ropa de escuela y se habían alineado a lo largo del espejo rectangular que se extiende a lo largo de los vestuarios. Hablaban directamente al espejo, sus confesiones despedidas cruelmente de nuevo en sus caras. Una chica gime. —Te lo juro, tengo la piel más repugnante de todo el colegio. Otra chica empuja a la primera chica juguetonamente. —¿Estás bromeando? ¡Tu piel es hermosa! No tienes puntos negros. —Esta chica se inclina cerca, como si estuviera a punto de olfatear el espejo—. Mi nariz está cubierta de puntos negros. —¡Cállate! Tu nariz es perfecta. Estoy pidiéndoles a mis padres una cirugía de nariz para Navidad. En serio. Ni siquiera quiero un coche.
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—Si fueras por una cirugía de nariz, el cirujano plástico se reiría de ti fuera de su oficina. Pero probablemente escribiría un artículo académico sobre mí. Quiero decir, ¿sabes de cualquier otra joven en el universo que tenga tantas arrugas? —La chica toma su pelo y lo alza hacia el techo, tirando de la piel de su rostro apretado. Bridget pudo ver los rebordes de su cráneo y las venas azules. La última chica gruñe al espejo, pelando los labios hacia atrás lo más que pudo, desnudando la húmeda carne del color de goma de mascar de canela. —Prefiero tener tus arrugas invisibles que mis dientes torcidos. No creo que alguna vez pueda perdonar a mis padres por no conseguirme aparatos. Es como, abuso infantil. Bridget tira de su suéter blanco sobre su cabeza. Lo hace lentamente, ocultándose en la suavidad de lana durante unos
segundos. Sus amigas siempre van de arriba a abajo con defectos inventados, a ver quién puede superar a la siguiente con falso autoodio. Pero puede superarlas a todas. Agarra su cepillo y se dirige al espejo. —Todas ustedes están locas —dice, centrando sus ojos en su reflejo—. Soy la más fea de aquí por el momento. Había dicho este tipo de cosas antes, por supuesto. Esta era su salida al desprecio, porque no dejaba de lado ninguno de sus defectos. Cubría absolutamente todo. Y lo que eso significa. Bridget ha conocido a estas chicas desde preescolar. Había crecido con ellas. Observándolas cambiar de novios, intentar nuevos peinados, intentar fumar, emborracharse con cualquier licor que pudieran conseguir, coreografiar bailes para estúpidas canciones pop. Eran prácticamente mujeres ahora. Pensaba que todas eran preciosas. Ella era la única que no encajaba. Bridget suelta su pelo de la cola de caballo y pasa su peine a través. Chispas estáticas como purpurina en las hebras negras. Se da cuenta de que el vestuario se ha quedado en silencio. Se vuelve y ve a sus amigas mirándola. —Oh, cállate, Bridget —dice una de las chicas con un suspiro. —En serio —suelta alguien más. —¿Qué? —dice Bridget, un zumbido nervioso en su pecho. Una rodada de ojos colectiva en su dirección. —Así es. Tú eres la más fea. —¿De verdad esperas que te creamos?
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Bridget está repentinamente inestable. Se trata de una obra de teatro que han actuado un centenar de veces antes y ahora de repente no puede recordar su siguiente diálogo. —Yo... yo... —Bridget se desvanece. Ha pensado en decirles a sus amigas. Compartir con ellas las cosas extrañas que le han ocurrido este verano. No lo hizo porque no quería que se preocuparan. Pensando que ella se rompía en su interior. No quería que cundiera el pánico. Por eso había decidido no invitar a cualquiera de ellas para el verano. Habría sido demasiado que explicar. Y de todos modos, lo había estado haciendo mejor. —Todo el mundo es feliz de que estés en la lista, pero… —Mataríamos por ser tú, Bridget.
—Es un poco grosero. Ya sabes. Debido a que tenemos cosas de las que quejarnos. Tu, bien... todo el mundo sabe que eres bonita. Ha sido, como, certificado. Otro calambre nada a través de Bridget cuando suena la campana. Sus amigas salen juntas a comer y Bridget se agacha de nuevo en la caseta de baño. Está a punto de deshacerse de sus pantalones vaqueros cuando se da cuenta de que esta urgencia es diferente. Es otro tipo de compresión. La limpieza se eleva hacia su garganta. Las sensaciones la sacuden. Bridget nunca, jamás ha vomitado. Contado calorías, contado mordiscos, contado tragadas. Pero eso es todo. Y, sin embargo, el impulso se está retorciendo sobre ella. Siente como las toxinas burbujean en su interior. Como si ni siquiera fuese más su elección. Se retira del grupo. Coge la botella de agua, pero lo piensa mejor y acerca su boca al grifo de agua en su lugar. No está fría. Apenas tibia y sabe un poco a óxido. El siguiente período es el almuerzo.
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Bridget va a la biblioteca. En el camino, vuelca el limpiador en la fuente de agua. La botella apesta, y Bridget no puede imaginar el olor siendo lavado nunca, así que tira eso, también. No lo beberá más. Si no hay nada dentro de ella, no va a vomitar. Y aunque su lógica es terriblemente borrosa, sabe que es una línea que no quiere cruzar.
21 Traducido por Lucia A. Corregido por Juli
E
n el almuerzo, Lauren y sus nuevas amigas, se sentaron en la mesa más soleada de la cafetería e hicieron sus propios planes para la caravana del espíritu.
La primera mitad del período se dedicaron a debatir emocionados cómo proceder diplomáticamente con el intercambio de ideas de la decoración. Eligen ir en un círculo alzando la mano así a cada uno se le dará la oportunidad de echar una idea sin que nadie tenga la responsabilidad de elegir quién va a hablar en qué orden. Alguien hace el punto de que no hay ideas que deban ser derribadas en esta reflexión inicial, que el aporte de todos es bienvenido y apreciado. Ninguna sugerencia será llamada tonta o estúpida o retrasada. Nada sería igual a como había sido cuando Candace estaba cerca.
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Por primera vez, Lauren se pregunta si Candace podría ser tan terrible como habían dicho las chicas. Todos parecen estar floreciendo ahora que están fuera de la sombra de Candace. Es un sentimiento que Lauren entiende completamente. La liberación. La autonomía. Ella solía sentirse culpable por venir a la escuela, estar lejos de su madre, queriendo su propia vida. Pero ya no. Estas chicas, sus nuevos amigos, le inspiran. Y es tan emocionante presenciar esta nueva utopía floreciente de ser forjada. Alguien aporta los planes de Candace para la caravana de espíritu y cuando rompe en lágrimas, todas las chicas la vitorean. Le recordó a los primeros revolucionarios que se unieron para terminar con el régimen tiránico de Gran Bretaña. —Puedo ser la secretaria. Voy a escribir todo en mi cuaderno —se ofrece Lauren felizmente—. De esa manera, no perdemos las buenas ideas de alguien. Ella ya ha tomado la decisión de que no participará en el intercambio de ideas. Siente que es demasiado pronto para empezar a tirar sus opiniones y pensamientos sobre las cosas que realmente no
conoce, de las experiencias que nunca ha tenido. Es tan feliz de estar aquí, de ser bienvenida en esta mesa. Lauren prepara su lápiz sobre una página en blanco. Y espera. Pero aunque había mucho que discutir sobre cómo debían ir las cosas, las ideas reales de qué hacer para la caravana del espíritu no fluyen tan libremente. Después de unos silenciosos segundos, una chica suspira y dice—: En serio no me importa lo que hagamos, siempre y cuando nuestra idea sea mejor de lo que Candace quería que hiciéramos. Lauren no quiere que las chicas se desanimen. En la parte posterior de su página en blanco, los surcos que marcó su pluma se empujaban hacia arriba, como pequeñas crestas. Le da la vuelta de nuevo a lo que había escrito en el último período. —Um, hice unos bocetos en inglés, ya que he leído Ethan Frome como quince veces. —Las chicas se acercaron su alrededor. El esbozo de Lauren no es demasiado detallado, por lo que lo explica—: La mascota de Mount Washington es el Mountaineer5, ¿cierto? Así que ¿qué pasa si hacemos montañas de cartón a lo largo de los lados del coche? ¿Como montañas? —Oh mi Dios, me encanta —dice alguien. —Podemos utilizar la camioneta de mi papá. —Otro voluntario—. ¡De esa manera todos podemos caber! Lauren agrega—: Y podemos usar camisas de franela, tener bastones, cuerda y esas cosas. —¡Lauren! ¡Estas son grandes ideas! —No puedo creer que sólo íbamos a usar crema de afeitar y serpentinas. ¡Esto es... un concepto! —Oye, Lauren. Tienes que venir con nosotras después de la escuela y ayudarnos a comprar suministros.
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Lauren sonríe hasta que recuerda. —Me recogen después de la escuela. Pero puedo ayudar a hacer una lista de… —Llama a tu mamá y dile que necesitas quedarte hasta tarde —le dice una chica—. Aquí. Usa mi celular. —Mira sobre ambos hombros a los monitores de la cafetería—. Simplemente, como, no siendo tan obvia al respecto.
5
Mountaineer: Montañero, alpinista.
Lauren marca a la casa. Por suerte, consigue el correo de voz. — Hola, mamá. Soy yo. No te preocupes por recogerme hoy. Tengo un proyecto escolar y debo quedarme hasta tarde. Voy a caminar a casa cuando acabe. ¿Vale? Gracias, mami. Nos vemos luego. Te quiero. Lauren cuelga el teléfono y se lo entrega a su propietaria. Eso no fue tan difícil. Y luego, el teléfono celular zumba. La niña comprueba la pantalla. —Lauren, creo que es tu mami. —Un par de las otras chicas se ríen. Lauren cruza sus manos. —Um. Que le deje un mensaje. —Está bien. Tal vez es un minuto más tarde cuando el teléfono vuelva a zumbar. —Lo siento —dice Lauren—. Está un poco loca desde que comencé la escuela. Alguien alza la mirada y dice—: Shhh. Aquí viene a Candace. Lauren mira a Candace caminar hasta la mesa. Ninguna de las chicas hace espacio para ella. Esto hace que Lauren se sienta incómoda, como si estuviera en el asiento de Candace. Lauren está a punto de levantarse, pero una de las chicas pone una mano sobre su regazo debajo de la mesa, en silencio diciéndole que se quede. Candace se deja caer en una silla en la periferia. —¿Chicas están trabajando en la caravana del espíritu? —Sí. —¿Qué tal?
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Ninguna de las chicas le responde, así que Lauren voltea su cuaderno para que Candace puede verlo. —Bien. ¿Quieres ver los planes? —No —dice Candace rotundamente antes de mover de un tirón el pelo de su hombro, pero Lauren ve que sus ojos se detuvieron un poco en el portátil—. No puedo hacer la caravana del espíritu este año. Voy a estar ocupada estableciéndome... en realidad es por eso que vine. —Candace da un suspiro casual y apático—. Estoy organizando una fiesta en la noche del sábado, antes del baile. Todo el mundo puede venir a mi casa y tomar fotos juntos. Mi mamá me está consiguiendo un par de botellas de ron, y habrá comida y esas cosas. Lauren se anima a esto, pero las otras chicas no parecen impresionadas. —Genial —dice una de ellas y empuja su comida con su tenedor.
—Sí, tal vez —dice otra chica. Las esquinas de la sonrisa Candace se hunden. —Um, bueno — dice ella, retrocediendo lentamente—. Bueno, espero que ustedes puedan hacerlo. Tan pronto como Candace está fuera de la vista, las chicas en la mesa acercan sus cabezas y comienzan una conferencia susurrada. —¿Que piensa Candace? ¿Que con un fiesta va a hacer que nos caiga bien otra vez? —Por favor. Ya vamos a casa de Andrés después del baile. No es como que la necesitemos para conseguir tragos como el verano pasado. —Tal vez ahora Candace se dará cuenta que no puede tratar a las personas como una mierda. Hay consecuencias. —Candace ha sido una perra prácticamente toda su vida. Nunca va a cambiar. Siempre va a pensar que es mejor que nosotras. Lauren vuelve a su cuaderno. Es claro para ella que la invitación de Candace fue un ofrecimiento de paz para tratar de suavizar las cosas. Pero el daño que causó Candace en estas chicas obviamente es muy fuerte. Más profundo, al parecer, que una fiesta pueda arreglar. Una de las chicas presiona sus labios juntos, sumida en sus pensamientos. Y luego dice—: Pero... sería genial tener el baile. Puede que sea más divertido. —¡Oye! Podríamos ir a casa de Candace por el ron, pero, igual, no tener ninguna diversión. —Eso es verdad —dice otra chica, asintiendo. Lauren muerde su labio. No le gusta la idea de ir a la fiesta de Candace sólo por el alcohol gratis. Pero, de nuevo, tal vez las chicas están empezando a ver que Candace se arrepiente. Tal vez necesitan estar en una habitación para discutir a fondo las cosas. Tal vez en su fiesta, Candace ofrecerá una mejor y más sincera disculpa.
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Una de las chicas se cruza de brazos decididamente. —Bueno, si Lauren no va a la fiesta de Candace, yo no voy. —Yo tampoco —dice otra chica. El resto asienten. Es sorprendente para Lauren ver a las chicas, sus nuevas amigas, unirse a su alrededor. Candace se equivocó. Esto no es sólo porque Lauren sea bonita. A ellas les gusta. Realmente. La chica que le prestó a Lauren su celular tiene la cabeza por debajo de la mesa de la cafetería y revisa su correo de voz. —Um, Lauren? —dice—. Tu mamá dijo que te dijera que consiguió el trabajo.
Lauren se ilumina. —¡Guau! ¿Sabes qué significa esto? ¡Nos vamos a quedar en Mount Washington! —chilla con emoción. Las chicas sonríen cortésmente, aunque tal vez parecen un poco avergonzadas. Lauren da una palmada con su mano sobre su boca—. Lo siento. Estoy tan feliz —dice con una risa nerviosa.
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La chica sosteniendo el teléfono se ve un poco confundida. —Oh. Bien —dice—. Eso es bueno. Porque tu madre sonaba un poco desanimada.
22 Traducido por Monikgv Corregido por Juli
L
a campana del sexto periodo sonó. Abby se despide mientras Lisa sale como un rayo de su escritorio de laboratorio y desaparece por el pasillo. La siguiente clase de Lisa es en el lado opuesto de la escuela, y tiene que correr a toda velocidad de Ciencia de la Tierra para poder llegar a tiempo. Su acuerdo es que Lisa hace la mayor parte de los experimentos y cálculos reales del laboratorio, y Abby registra los resultados y se hace cargo de limpiar la zona de trabajo. Es un excelente acuerdo, en opinión de Abby. La siguiente clase de Abby es gimnasia, así que se toma su tiempo enrollando su mapa en relieve y regresando las muestras de roca al gabinete, porque odia gimnasia casi tanto como odia Ciencia de la Tierra. Está en su camino hacia la puerta de la clase cuando su profesor, el Sr. Timmet, levanta su lápiz en el aire. —¿Abby? Ella se detiene justo después de pasar por la puerta y se da la vuelta hacia el escritorio, cuidando de mantener su cuerpo en el pasillo. —¿Sí, Sr. Timmet?
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—Me temo que tenemos un pequeño problema. —Después de hacerle señas para que se acercara, arrastra papeles alrededor de su escritorio y evita el contacto visual—. Entre tus primeras dos pruebas y la hoja de ejercicios incompleta del lunes, no lo estás haciendo muy bien en mi clase. Mierda. La hoja de ejercicios del lunes. Con toda la emoción de ser nombrada en la lista, Abby había olvidado copiarle las respuestas a Lisa. —Abby, sé que parece que sólo estamos empezando de nuevo la escuela, pero el periodo marcado es casi más de la mitad —continúa, creando una tarjeta rectangular celeste. Un reporte de progreso—. Por favor haz que uno de tus padres firme esto antes del final de la semana. Abby mete sus manos en los bolsillos de sus vaqueros, hasta las costuras de lino. —Pero lo estoy intentando, Sr. Timmet. Lo intento. —
Trata de sonar dulcemente desesperada y vulnerable. Profesores como el Sr. Timmet, que piensan que aún están jóvenes, que piensan que sus estudiantes podrían encontrarlos lindos, responden ante este tipo de cosas—. Lo siento sobre la hoja de trabajo del lunes. Algo emocionante pasó esa mañana y yo… —Abby se detiene con la esperanza de que un rayo de conocimiento sobre la lista se registre en el rostro del Sr. Timmet. O, por lo menos, compasión—. De todas formas, en serio tenía intención de hacerlo. De verdad. El Sr. Timmet coloca sus lentes sobre su cabeza y se frota los ojos. —Como dije Abby, esto es más que sólo la hoja de ejercicios del lunes. Me alegro de que lo estés intentando y quiero que sepas que no es muy tarde para darle vuelta a tu nota. Recuerda, tenemos una gran prueba la próxima semana, y una buena nota podría subir tu promedio para aprobar. Pero aún tengo que hacer que tus padres sepan que actualmente estás perdiendo mi clase. Los huesos de Abby se suavizaron. ¿Perdiendo? ¿Ya? Había comenzado con tantas esperanzas. Que la secundaria sería diferente del octavo grado, cuando se había esforzado y rezado y hecho todo tipo de acuerdos con sus profesores para hacer créditos extra y composiciones para tratar de no quedarse atrás. Este año, Abby en realidad trató de poner atención desde el principio. Tomó notas, incluso en el primer día. Escribió todo lo que el Sr. Timmet dijo en su cuaderno tan ordenadamente como pudo. Y por un tiempo, Abby sintió que lo conseguía. Entendiendo los conceptos de desastres naturales y de las locuras que pasaban dentro del núcleo de la Tierra. Pero luego, mientras pasaban los días, sus lecciones cambiaron de aprender los nombres de las rocas a ecuaciones de jeroglíficos. Ahora, no tenía idea de lo que pasaba.
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—Si mis padres ven este reporte, van a matarme. Por favor, por favor, por favoooor, ¿no podemos resolver algo? Haré cualquier tarea que haya perdido. Y vendré todos los días a detención hasta que suba mi nota. El Sr. Timmet coloca el reporte de progreso sobre el borde de la mesa, apenas tambaleándose hacia el suelo. —Estoy obligado a hacer esto, Abby. No es nada personal. El Sr. Timmet es el profesor favorito de Fern. Abby puede imaginarse a Fern mirando al Sr. Timmet desde su escritorio en la primera fila, contando las pequeñas rayas en su camisa. Su reloj es del tipo que puedes usar bajo el agua. Práctico. Sus lentes de montura metálica, a diferencia de los otros profesores que usan, nunca están manchados o sucios. Él hace muchas bromas cursis sobre ciencia en clase, cosas por
las que los chicos inteligentes se ríen. Ella podía ver por qué a Fern le gustaba tanto. Pero todas esas razones la molestaban. —Sr. Timmet, se lo ruego. ¿Podría al menos esperar hasta después de la prueba de la próxima semana? El baile de bienvenida es la noche del sábado, y mis padres probablemente me castigarán y… —Abby se distrae cuando el Sr. Timmet se vuelve hacia su computadora. Obviamente a él no le importa ella o el baile de bienvenida. Abby nunca ha tenido el tipo de relación que Fern tiene con los profesores. A ellos les encanta cuando Fern se detiene en sus clases y les habla sobre cosas que están pasando en su vida. Cuando él se da cuenta de que ella ha detenido de suplicar su caso, el Sr. Timmet la mira. Abby piensa que se ve nervioso. O tal vez sólo arrepentido de que esto se haya vuelto tan incómodo. —Me temo que esto no es negociable —le dice. El peso de los libros de Abby aumenta diez veces. Los aprieta fuertemente en sus brazos y sus ojos se llenan de lágrimas. —Pero lo haré mejor —susurra—. Lo prometo. —Nada me gustaría más que ver eso, Abby. Sabes, podrías pedirle a tu hermana que te ayude. Fern no tiene problemas con esto. Es una chica muy inteligente. Abby finalmente arrebata el reporte del escritorio del Sr. Timmet. Lo hace muy rápido, un montón de papeles caen al suelo. —Claro — murmura mientras sale. Si hay una cosa que Abby sabe, es eso. Durante todo el partido de fútbol en gimnasia con mal humor, Abby pensó sobre sus opciones. Si le da el reporte de progreso a sus papás, definitivamente será castigada, y hay una oportunidad extremadamente buena de que le prohibirán ir al baile de bienvenida. Si no hace que lo firmen para el viernes, el Sr. Timmet probablemente llamara a su casa, y luego igual se le prohibirá ir al baile. Toda la atención que ha obtenido de la lista, la invitación a la fiesta de Andrew, será en vano.
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Es una situación de un perder/perder. *** Abby se sienta en su cama. No quiere hacer su tarea o mirar el programa de entrevistas parpadeando en el pequeño televisor sobre su cómoda desordenada.
Al otro lado, Fern está encorvada sobre su escritorio en el valle entre las montañas de libros apilados en cada lado, la lámpara de lectura recogiendo el polvo en el aire. Abby mira el lápiz de Fern volar tan rápido, con tanta confianza a través de su cuaderno. Debido a que sus padres necesitaban oficinas en casa por sus trabajos, Fern y Abby tienen que compartir una habitación. Está instalada para ser una imagen de espejo, los mismos muebles y accesorios pegados en cada pared. Una cama, un escritorio, un armario, una mesa de noche. Pero más allá del esqueleto, la simple arquitectura y diseño, cada lado es muy diferente del otro. Las paredes que abrazan la cama de Abby están cubiertas de fotos, fotografías de modelos y chicos actores de revistas, y chucherías divertidas de diferentes aventuras que ha tenido con sus amigos, como una tira de papel rojo de un tiquete de la máquina de Skee ball 6 de un salón de videojuegos cuando había ido a visitar a Lisa a la casa de playa de su familia. El piso está cubierto con su ropa sucia. El lado de Fern es la toma después de una demostración de limpieza. Todo está ordenado y arreglado por ángulos rectos. Su ropa está colgada y guardada. Una maraña de cintas académicas cuelga del poste izquierdo de la cama. Un cartel inspirado de una playa al atardecer está pegado en el techo. “NO HAY SUSTITUTO PARA EL TRABAJO DURO”, dice. Sólo hay alfileres blancos pegados en una pizarra de corcho, sujetando un calendario mensual donde asignaciones, pruebas, y competiciones de debate han sido marcadas con perfecta caligrafía. Si Abby tuviera una hermana como Bridget, serían capaces de hablar sobre esto y hacer un plan. Por lo menos, Bridget intervendría y trataría de hacer que sus padres no hagan la gran cosa sobre este reporte, encontraría un punto de vista para ayudar a convencer a sus padres a dejarla ir al baile. Fern nunca la ayudaría de esa manera. Nunca jamás.
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Abby busca alrededor el control remoto y sube el volumen del televisor lentamente, clic por clic, hasta que los aplausos de la audiencia suenan como un trueno. Fern, garabatea furiosamente, se detiene un momento. —¿Por qué no vas a ver eso en el estudio, Abby? —pregunta, no educadamente. —Oh, ¿entonces me estás hablando ahora? —murmura Abby. Skee ball: Es similar a los bolos, excepto que se juega en una pista inclinada y el jugador tiene como objetivo conseguir que la bola caiga en un agujero en vez de derribar pinos. 6
—¿Qué? Abby silencia el televisor. —Sé que estás enojada conmigo por la lista. —Ya está. Se lo dijo. Fern suelta su lápiz y cae sobre su cuaderno. —No estoy enojada contigo por la lista —dice lentamente, como si Abby fuera idiota—. Pero no se qué esperas que diga sobre eso. —Um, no se. Qué tal… ¿felicidades? Fern se da la vuelta en su silla. —¿Hablas en serio? —Tal vez —murmura Abby, de pronto deseando no haber dicho nada—. No deberías culparme. Sólo pasó. No fue mi culpa. —Por supuesto que no es tu culpa. Sé cómo funciona la lista. Pero no tienes que desfilar por la escuela actuando muy orgullosa sobre eso. —¿Quieres decir la manera en la que actúas cada vez que logras un cuadro de honor? Fern resopla. —Eso es diferente, Abby. —¿Cómo? Incluso cuando nunca he logrado un cuadro de honor, sigo estando feliz por ti. —Porque obtener un cuadro de honor es un logro real. Es un reflejo directo del trabajo duro y esfuerzo que has puesto en ello. No vas a colocar el hecho de que eres la chica más bonita de primer año en tus aplicaciones para la universidad, ¿verdad? Fern comienza a reír por su broma y Abby quiere meterse dentro de ella misma. —Lo que sea. —¿Por qué no te concentras en hacer tu tarea en vez de ver televisión? O pasar todo tu tiempo libre mirando estúpidos vestidos en línea —dice Fern antes de darse la vuelta en su silla de nuevo hacia su tarea—. ¿Por qué no trabajas en algo que importe? ¿Tratar de ganar un premio que realmente pueda ayudarte en tu vida?
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—No son estúpidos vestidos, Fern. Y tal vez también pienses que estar en la lista es estúpido, pero no lo es. Es un honor. Fern levanta su lápiz. Pero en vez de regresar a su tarea, mira fijamente a la pared. —Esta lista no está cambiando tu vida, Abby. No estoy tratando de ser mala, pero tampoco voy a caer a tus pies por algo tan insignificante. Ahora, si alguna vez logras un cuadro de honor, seré la primera en felicitarte. Ataré globos a tu cama. Abby no quiere llorar, pero siente como si fuera inevitable. Por suerte, su teléfono suena. Sin decir una palabra a Fern, lo toma y camina fuera de su habitación.
Y le quita el silenciador al televisor, sólo para ser insolente. —Hola, Lisa. —Abby presiona su espalda contra la pared, y los marcos de las fotos familiares se clavan en su columna vertebral. Escucha a Fern dejando escapar un profundo suspiro mientras se levanta de su silla para apagar el televisor de Abby. —Suenas molesta —dice Lisa—. ¿Qué pasa? Abby se muerde el labio. Quiere decirle a Lisa sobre su reporte de progreso y el Sr. Timmet, pero está demasiado avergonzada. Así que en vez de eso dice—: Es mi hermana. —Un poco fuerte, y se asoma hacia su habitación. Fern está de vuelta en su trabajo, inclinándose sobre los libros, y Abby lanza dagas sobre ella—. Honestamente, ha sido horrible conmigo desde que la lista salió. Lisa baja su voz. —No quiero crear problemas ni nada, pero mira… Fern sólo está celosa de ti. Sabes eso, ¿verdad? Abby resopla. —No, no lo está. —¡Sí lo está, tontita! Está bien, seguro. Obtiene mejores calificaciones que tú. Pero, ¿adivina qué? Apuesto a que Fern daría todas sus perfectas boletas de notas a cambio de tu ADN. Quiero decir, eres muuuucho más bonita que ella. Una parte de Abby piensa eso, en algún lugar muy profundo. Ese fue el último lugar al que su mente fue cuando peleó con Fern. Abby siempre se sentía sucia sobre eso, como si fuera un oscuro y terrible secreto, y fuera una persona horrible por pensarlo. Escuchar a Lisa decirlo, la hace sentirse mejor.
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Más o menos.
23 Traducido por Marie.Ang Christensen Corregido por Vericity
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espués de la práctica, Danielle sale de las vaporosas duchas de la piscina y hace clic para abrir su casillero del gimnasio. El interior del cuadrito brilla con luz amarilla y verde. Ha recibido un mensaje de texto de Andrew. Encuéntrame en la entrada de la piscina después de tu práctica :) Anoche, después de llegar a casa desde el centro comercial, había llamado a Andrew y habían pasado otra noche hablando por teléfono hasta el amanecer. Le habló sobre su vestido de bienvenida, un vestido rosa pálido con mangas de capucha transparente. No era nada como lo que había usado alguna vez antes, pero definitivamente era femenino y se veía bien en ella, a pesar de que las mangas eran un poco ajustadas alrededor de sus hombros musculosos. Nadie estaba más sorprendida por la elección que su madre, quien llamó a la dependienta que no había visto a Danielle que se vestía desde su primera comunión. Aunque la lista nunca llegó, una parte de Danielle se preguntó lo que Andrew sentía al respecto, lo que sus amigos decían de ella. Podría haberle preguntado, pero no quería arriesgarse a arruinar su buena conversación.
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Pero hoy es otra historia. Una vez más Andrew la evitaba durante la escuela y Danielle está comenzando a sentirse paranoica. ¿Andrew está avergonzado de ser visto con ella? Y su mensaje de texto parece un poco brusco. ¿Está planeando romper con ella hoy? Su cabello gotea agua sobre la pantalla del teléfono. Lo limpia con la toalla y ve que se había perdido algo. Danielle deja escapar un suspiro que no sabía que estaba aguantando. Si Andrew quería romper con ella, no hubiera puesto la carita feliz. Todas las dudas que había estado sintiendo se fueron a la deriva como una nube que pasa por el sol. Se calienta. No puede esperar para ver a su novio.
Hope exprime más allá a Danielle para llegar a su casillero. —¿Quieres venir a cenar esta noche? Tendremos tacos. Y quiero mostrarte mi traje de bienvenida. Sé que la mayoría de las chicas estarán usando vestidos, pero estuve pensando que me pondría vaqueros y una camisa linda o algo. No lo sé. Nunca me he sentido cómoda en vestidos. No puedo bailar con un vestido. Danielle se había sentido de la misma manera, pero había comprado un vestido de todos modos porque sabía que algo menos solamente invocaría su nuevo apodo. —No puedo esta noche —dice Danielle—. Voy a salir con Andrew. —Oh. —Hope suena sorprendida—. ¿Está todo bien entre ustedes? —Por supuesto que todo está bien —dice Danielle—. ¿Por qué no lo estaría? Puede sentir que Hope la está mirando mientras retuerce el agua fuera de su cabello. —Bueno… porque dijiste que Andrew ha estado actuando un poco extraño desde que la lista salió. Distante. Danielle había confesado en realidad ese sentimiento a Hope en un momento de debilidad en la sala de estudio, pero ahora se arrepiente de haber dicho algo. —No es que está actuando raro —trata de aclarar—. Sólo no hemos hablado mucho sobre ello, eso es todo. —¿Crees que alguna vez querrá? Ya sabes, ¿hablar de ello?
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—Espero que no. —Danielle se aplica su desodorante. Es de olor a vainilla y espera que enmascare el olor a cloro de su piel. No importa cuán duro se friega en la ducha, siempre permanece en ella—. No quiero tener una gran conversación incómoda con él. — Particularmente no quiere tener esta conversación, tampoco. Así que en lugar de pasar un peine a través de su cabello y ponerse un poco de maquillaje, Danielle mete sus cosas en su mochila a toda prisa. Hope se sienta en la banca. —No tendría que ser una gran conversación incómoda, Danielle. Pero él debería decir algo. Como… que no le importa. Que piensa que eres hermosa sin importar lo que digan los demás. —¿Puedes parar, por favor? —chasquea Danielle. Espera que ninguna de las otras chicas en el vestuario haya escuchado estos embarazosos intentos para inflarla. Le da la espalda a Hope y cierra sus ojos por un segundo, escuchando las olas de conversaciones murmuradas, el blanco ruido de los secadores de pelo. Andrew no le había dicho nada de eso. Escuchar aquellas cosas casi lo empeoraría.
Como si fuera una cobarde patética que lo necesita para hacerla sentir bien consigo misma. —Lo siento —dice Hope—. Sólo creo que te mereces lo mejor. —Lo sé. —Y Danielle lo sabe. Pero no se detiene a empacar sus cosas—. Te llamaré más tarde. Mientras Danielle sale de los vestidores se hace una promesa a sí misma, entonces y allí, nunca hablaría de lo que pasó entre ella y Andrew de nuevo. Hope sólo lo traería más tarde, fuera de contexto, completamente mal interpretado. Y mientras Danielle no quiere que Hope piense mal de su novio, la verdad es que Hope no entiende. Ella no estuvo con ellos durante el verano. Nunca había tenido un novio. Andrew es simplemente una persona que se interpone entre ella y su mejor amiga. Danielle entra al baño cerca de su casillero y se arregla allí. Mientras baja las escaleras, ve a Andrew con sus amigos por la ventana. Se apoya en la barandilla y observa a los chicos bobos alrededor por un minuto. Andrew luce mucho más joven desde lejos, piensa, mientras él lucha por salir de la presa de Chuck. Andrew es el más pequeño de sus amigos. Chuck es recogido por su padre en un auto deportivo. Y luego, un minuto más tarde, una minivan se detiene. Los chicos restantes se agrupan adentro, mientras Andrew se sienta en la acera, como si estuviera esperando viaje propio. Saluda mientras la minivan se marcha, y cuando gira en la esquina, se pone de pie, agarra su mochila y comienza a caminar alrededor hacia el edificio de la piscina. Danielle gira y corre. Quiere llegar primero que Andrew a su lugar de reunión. Quiere huir de la pregunta de sus amigos saben o no que se va a reunir con ella. Aguanta su respiración cuando Andrew gira en la esquina del campo. Cuando la ve, tiene una gran sonrisa. Está feliz de verla. Y ella está feliz de ver su felicidad. Significa más que cualquier línea cursi o torpe disculpa por la lista. Es completamente genuina.
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—Sabes qué —dice, lanzando un brazo alrededor de su hombro— , mis padres se fueron de la ciudad. Alguna cosa del proyecto de último minuto. Los ojos de Danielle se iluminan. —Ah, ¿sí? —Tanto los padres de ella como los de Andrew son estrictos. Se siente como una eternidad desde que habían tenido una oportunidad de pasar un rato a solas y sin supervisión, de la forma que tuvieron en el Lago Clover. —Podríamos ordenar comida y pasar el rato. —Enrosca sus manos a través de las suyas—. Te he extrañado.
—También te he extrañado. Danielle llama a sus padres y les dice que comerá tacos en la casa de Hope. Y luego, toman el camino a través del bosque. Tan pronto como están dentro de su casa, Andrew la presiona contra la puerta y coloca su boca sobre la de ella. Se besan duro. Se hunden en la alfombra del vestíbulo, y entonces están sobre toda la correspondencia que había sido empujada a través de la ranura de la puerta principal. A Danielle le gusta la intensidad del toque de Andrew, agarrándola de su camisa, tratando de aferrarse a ella de formas que nunca lo ha hecho antes. Ella rueda quedando sobre Andrew, tratando de sentirse tan sexy y poderosa como el momento parece exigir. Pero algo sobre esta posición se introduce en el momento. Se siente tan grande sobre su cuerpo. Teme que podría aplastarlo. Como si ella es el chico y él es la chica. —¿Quieres parar? —le pregunta él. Sus manos se alejan de ella en cámara lenta—. ¿Qué está mal? No quiere decirlo. Pero ni siquiera han hablado de ello, no desde ese primer día. Danielle suspira. —Esta cosa de la lista es tan estúpida. Él pasa sus dedos hacia arriba y abajo por sus brazos. —No pienses en ello. —¿Cómo puedo no pensar en ello? —pregunta, rodando fuera de él—. ¿Cómo no puedes tú? Él se sienta y deja caer la cabeza en sus manos. —Cara de Juego7, ¿recuerdas? A Danielle no le gusta a dónde va esto. —Eso no es lo que quiero decir. Puedo tener la más grande, más mala, más difícil Cara de Juego en el mundo entero, pero todavía sé que las personas están hablando sobre la lista. —Andrew no dice nada, así que sigue—: ¿Todavía tus amigos te dan mierda por mi culpa?
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—Más que nada es Chuck. Saca a todos de quicio. Pero eso no durará para siempre. Puedo soportarlo. Ella odia pensar que Andrew consigue bromear a causa suya. Tal vez su estrategia de ignorarlo no está ayudando. Tal vez es tiempo de que enfrenten el problema real.
Game Face: se refiere a que enfrentas una situación con arrogancia para hacerle frente a un trabajo difícil, sin expresar tu emoción. Una cara plana. 7
—Deberías golpear a Chuck la próxima vez que hable de mí. — Aunque Danielle está hablando en serio, le da una pequeña sonrisa—. O tal vez lo haré yo. Andrew gime. —Oh, sí. Gran idea, Danielle. Eso sólo haría que todos piensen en ti cada vez más como un amigo. ¿Tenemos que hablar de esto? Danielle lo besa de nuevo. Se dice a sí misma que no importa lo que los amigos de Andrew piensen de ella. Todo lo que importa es que es una chica para él. Su chica. Nerviosamente guía las manos de Andrew de regreso a su camisa, curvando sus dedos alrededor del dobladillo y, con su ayuda, la levanta por encima de su cabeza. Le da un par de segundos para ir por su sujetador. Cuando no lo hace, cuando sólo se sienta allí mirándola, alcanza los ganchos ella misma. Sus manos están temblando tanto, deslizándose continuamente, pero se las arregla para quitárselo. Finalmente, Andrew empieza a despertar. Extiende la mano y la toca donde nunca lo había hecho antes.
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Danielle cierra los ojos y se concentra en la sensación de las manos de Andrew. Sabe que no es un chico. Pero su novio necesita que se lo recuerden.
24 JUEVES Traducido por Annabelle Corregido por KatieGee
A
ntes de que Jennifer salga del auto, Dana y Rachel se encuentran allí, con dos grandes sonrisas de oreja a oreja. —¡Oh, Jenn-i-fer!
—¡Tenemos buenas noticias! —Vamos, chicas —dice Jennifer. Toma sus libros y cierra el auto—. No creo que pueda soportar mucho más. —Cuando se gira para mirarlas, Jennifer se da cuenta que aún están usando las calcomanías de “Vota por la Reina Jennifer.” Había pensado que sólo había sido una idea que tuvieron ayer por simple diversión. Aparentemente, sí van en serio. Caminan juntas hacia la escuela. Rachel rodea a Jennifer con un brazo y pregunta—: ¿Qué vas a hacer mañana en la noche? —Creo que sabes la respuesta a eso —dice Jennifer. Lo mantiene ligero, recatado. Un chiste que todas ya conocen. Dana trota un poco más adelante y luego se gira para poder mirar a Jennifer a los ojos.
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—¿Quieres venir el viernes a una fiesta? Todos van a ir. Los chicos del equipo de fútbol, las… —Espera —dice Jennifer—. Creí que la noche anterior al gran juego, el entrenador llamaba a todos los jugadores para cerciorarse de que estuvieran en casa y no afuera, parrandeando. Rachel sacude la cabeza. —Son puras mentiras para mantener en la línea a los jugadores más jóvenes. Como sea, todos estarán allí y tú serás la invitada de honor. —¿En serio? —Una fiesta. Probablemente es algo muy pequeño e inconsecuente para todos en la escuela. Pero para Jennifer,
representaba algo con lo que siempre había soñado. Aunque nunca, ni siquiera en sus fantasías más locas, se hubiese imaginado a sí misma como una invitada de honor—. ¿No estás bromeando? —Había pensado eso varias veces al día durante la última semana, preguntándose cuándo halarían la alfombra debajo de sus pies, cuándo todas estas cosas buenas se evaporarían. Alcanzaron los escalones de la escuela. Dana abre la puerta y la sostiene para Jennifer. —Lo estamos planeando como todo un evento de “Vota por la Reina Jennifer” —dice—. Con cosas como que no dejaremos que nadie entre a la fiesta al menos que nos muestren sus entradas para el baile de bienvenida con tu nombre escrito en la parte de atrás. Rachel se inclina y susurra—: No quiero que te hagas ilusiones, Jennifer, pero hay una oportunidad, una muy buena oportunidad, de que seas la reina del baile de Bienvenida. La piel de Jennifer se llena de escalofríos. ¿No es gracioso que las personas que siempre habían logrado humillarla, ahora clamaban amarla? Obviamente, no son todos. Jennifer está clara de eso. Aún hay muchos chicos que la miran como si no tuviese ningún derecho de existir, si siquiera se toman la molestia de mirar. Y algunas de las chicas también, en su mayoría las más jóvenes y lindas. Es como si Jennifer amenazara con arruinar la santidad del Baile de Bienvenida si se convierte en reina. Como si fuera una narcotraficante que arruinaría la fiesta. Y por supuesto, también está Margo. —Muchísimas gracias a ambas. Estoy… completamente dentro. ¿Dónde será? Dana dice—: En la casa de Margo. Jennifer se detiene y sacude la cabeza. —No. Margo no querría eso. No lo permitiría. —Claro que sí —dice Rachel—. Ella misma nos lo dijo.
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Dana dice—: ¡Margo nos sugirió la idea! Nos está dando su bendición para todo esto de la Reina Jennifer. —O sea, probablemente no estará usando alguna de las calcomanías —añade Rachel rápidamente, con sus ojos brincando entre Jennifer y Dana—. Eso sería extraño. Ya que, bueno, es tu competencia. Dana asiente. —Sé que ambas han tenido sus problemas en el pasado, pero ya lo pasado es pasado.
Jennifer mira a las dos chicas muy feliz y emocionada, queriendo desesperadamente ser capaz de creerse esa mentira. Sólo Jennifer conoce la verdad. No hay manera de que eso sea así. Pero para mucha sorpresa y alivio, a Jennifer no le importa. —¡Estoy tan feliz de que vendrás! —Dana le da un abrazo y Jennifer siente como algo se presiona contra su pecho. Cuando se separan, Jennifer ve una de las calcomanía “Vota por la Reina Jennifer” pegada a su camisa. —¿Están seguras que debería…? Rachel asiente incluso antes de que Jennifer termine de hablar. —Creo que estaría bien si la gente ve que estás de acuerdo con todo esto. Jennifer parpadea. —¿Por qué no lo estaría? Dana palmea su espalda. —Exacto. De acuerdo, Jennifer. Te veremos después. Claramente había muerto e ido al paraíso. Jennifer busca sus libros, cuelga su chaqueta y cierra su casillero. Pero las voces en el pasillo la envían directo a la tierra otra vez. —Escuché que cada vez que Sarah va al baño, lo guarda en una bolsa plástica y que planea lanzárselo a la corte de Bienvenida. —Oh, Dios mío. Podría ser arrestada por eso, ¿verdad? Es decir, eso es un crimen, ¿no? —Quizá cancelen el baile. Para mantenernos a salvo. Sarah Singer.
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Es gracioso que el mayor obstáculo entre ella y el Baile de Bienvenida salido de cuentos de hadas no sea Margo, después de todo. En vez de dirigirse al salón principal, Jennifer vuelve a salir. Hace frío, ya que no trae puesta su chaqueta. Abraza sus libros contra su pecho para bloquear el viento. Es fácil encontrar a Sarah, sentada en su banca. El chico que siempre la sigue se encuentra a su lado, concentrado en un libro. Al principio, Jennifer tiene nervios de interrumpirlos. Pero hay demasiadas cosas en juego como para ser tímida. Se acerca a ellos. Sarah la mira con desprecio. —Hola, Jennifer. ¿Qué te trae por acá?
—¿Puedo preguntarte algo? Sarah y su novio intercambian una mirada. Como si el hecho de que Jennifer fuera amable les resultara ridículo. Sarah dice—: Es un país libre. Jennifer toma aire, de lo cual se arrepiente inmediatamente. No entiende cómo el novio de Sarah puede soportar estar sentado tan cerca de ella. De hecho, Jennifer podía oler a Sarah desde varios metros de distancia. —Escuché que compraste entradas para el Baile de Bienvenida. ¿Es verdad? —¿Por qué? ¿Me estás pidiendo que sea tu cita? Jennifer quiere decirle a Sarah que se joda, pero sabe que esa es exactamente la reacción que Sarah está esperando. A la chica lo único que le interesa es buscar ciertas reacciones en la gente y Jennifer no se permitirá caer en esa trampa. —Quiero saber si estás planeando alguna broma para arruinar el baile. —¿Una broma? ¿Qué clase de broma? Jennifer odia cómo Sarah se siente tan orgullosa de sí misma, tan engreída. —Yo… no lo sé. ¿Algo para vengarte de la gente por ponerte en la lista? Es por eso que hueles muy mal, ¿verdad? Sarah eleva una mano hasta su boca abierta, fingiendo sorpresa. —No sé de lo que estás hablando. Estoy muy emocionada por el Baile de Bienvenida. Ya hasta tengo mi vestido. —La voz de Sarah es gentil y dulce, como una actriz falsa de algún viejo programa de televisión—. Y es de mala educación decirles a las personas que huelen mal, Jennifer. Pensaría que tú sabrías eso más que nadie. Jennifer rueda sus ojos.
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—Mira. Estás cometiendo un grave error. Todos van a odiarte si arruinas el baile. Sarah se arrima hasta el borde de la banca y se inclina hacia delante. —No me importa si todos me odian. Yo los odio. Odio absolutamente a cada una de las personas en esta escuela. Jennifer da un paso atrás. Esto había sido un error. No se podía razonar con alguien tan cegado por la ira. Si alguien debía estar enojada con respecto a la lista, esa sería Jennifer. Sarah no tiene derecho, sólo ha estado en esa lista un año. Y si a Sarah no le importara,
como dice, ¿por qué está tan determinada a arruinarles a todos un buen momento? —Bien —dice Jennifer—. Pero sólo para que lo sepas, voy a contarle a la directora Colby todas las cosas que he estado escuchando. —Su mirada vuela hasta la ventana de la directora. Esperaba que la directora Colby estuviera allí ahorita, escuchando toda su conversación. —¿Por qué estás tan desesperada por proteger el baile, Jennifer? Digo, en realidad no crees que ganaras como la Reina del Baile, ¿verdad? Jennifer cambia los libros de su brazo izquierdo al derecho, revelando sin querer su calcomanía de “Vota por la Reina Jennifer.” —Oh, por Dios —susurra Sarah, y le da un codazo a su novio—. ¡Mira! —le dice—. ¡Mira su calcomanía! ¡Oh, mierda, Jennifer, en verdad crees que sí! ¡Te has engañado a ti misma al pensar que en verdad va a ocurrir! —Estás haciendo el ridículo —dice el novio. Jennifer mira a Sarah de arriba a abajo. —Solamente estás celosa. Sarah comienza a reírse odiosamente. Definitivamente no es una risa verdadera; Jennifer se da cuenta. Sólo es una farsa, para hacer un escándalo. Como el cabello pintado de negro y todos esos collares, con la palabra FEA, casi ilegible por mezclarse con la suciedad en su frente.
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—¿Celosa de qué? ¿De que no soy la mascotita fea del grupo popular? Es un chiste, Jennifer. ¡Para hacerte quedar mal! Deberías estar diciéndole a esta gente que se joda. ¡Te están utilizando! ¡Se ríen de ti a tus espaldas! Te trataron como mierda durante años, y básicamente estás perdonándolos sólo porque cuelgan una patética y sucia zanahoria frente a tu rostro. No importa si te dan una corona de brillantes falsos o no. Todos piensan que eres fea. Jennifer le responde gritando, mucho más alto de lo que esperaba—: Sé lo que soy, ¿de acuerdo? Lo acepto. Pero aún así, aspiro a algo mejor. Tú… sólo estás enojada porque desearías poder ser uno de ellos, pero eres demasiado gallina como para admitirlo. Sarah se levanta y mueve su dedo frente a Jennifer mientras habla. —¿Crees que esas estúpidas animadoras son tus amigas? ¡A ellas no les importas un pepino! —¿Y qué? —ríe Jennifer—. ¿A ti sí te importo?
—No. —Sarah apoya las manos en su cintura—. No me importas, Jennifer. Simplemente me siento mal por ti. Por creerte todo este jodido circo. No me importa un bledo lo que hagas. Y no pretendo que sí. Ahora aléjate ya de mi jodida banca. Jennifer tiembla mientras se aleja. Ni siquiera comienza a sentir algo de calor hasta que entra a la oficina de la directora Colby. Camina derecho frente a la secretaria y entra sin tocar. —¿Directora Colby? Necesito hablar con usted. —Entra, Jennifer. Esperaba que vinieras para poder conversar. Tengo que admitir que he estado pensando seriamente en cancelar el Baile de Bienvenida. Esa frase toma a Jennifer desprevenida. —Espere. ¿Qué? La directora Colby levanta sus cejas. —Lo lamento. He visto esas calcomanías de “Vota por la Reina Jennifer” por todas partes, y pensé… —No fue por eso que vine hasta acá. —¿Entonces estás de acuerdo con todo eso? Jennifer sonríe con timidez y lanza su cabello detrás de sus hombros, para que así la calcomanía en su pecho fuera visible. —Sí. Es decir, creo que es genial. Es algo muy lindo de parte de la gente. Siempre fui conocida como la chica fea. Es algo loco de creer que ahora pueda ser conocida como la Reina del baile. —En verdad lo es—. Así que por favor, no cancele el baile por mi culpa. ¡Las personas me odiarán! ¡Me culparán de todo! —Siente como las lágrimas se acumulan en sus ojos. La directora Colby parece sorprendida.
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—De acuerdo. Está bien. Supongo que malinterpreté la situación. —Ella sacude la cabeza—. Entonces, ¿de qué querías hablarme, Jennifer? —De Sarah Singer —responde Jennifer. Estira su calcomanía de “Vota por la Reina Jennifer”, prestando extra atención a las esquinas que se habían despegado de su suéter—. Tiene que detenerla.
25 Traducido por Jo Corregido por KatieGee
M
argo camina por la mesa del almuerzo, proyectando una sombra en su asiento vacío. Odia que de pronto se sienta como si necesitara una invitación para sentarse con sus amigos. Como si su silla ahora estuviera reservada para Jennifer. Rachel y Dana no levantan la mirada de sus potes de yogurt. Sólo le quitan las tapas y silenciosamente los remueven, las cucharas de plástico girando al unísono, la gruesa crema blanca lentamente volviéndose rosada. Margo baja su bandeja y toma su asiento. Piensa en darles a sus amigas el tratamiento silencioso de vuelta. Pero está demasiado enojada para no decir algo. —¿Jennifer se nos va a unir para el almuerzo hoy? —pregunta ella. Dana dice—: Está o en la biblioteca o todavía hablando con la directora Colby. —¿Sobre qué? —¿Por qué te importa? —pregunta Rachel, finalmente haciendo contacto visual con ella—. A menos de que estés nerviosa. Los chicos llegan. Matthew, Justin y Ted. Dejan caer sus bandejas. Margo entrecierra sus ojos y susurra—: ¿Por qué debería estar nerviosa?
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Dana se inclina hacia adelante y le responde en susurros—: La gente está comenzando a preguntarse si tal vez fuiste la que hizo la lista. Y ahora estás enojada porque esté fracasando. Porque Jennifer podría ser la reina del baile en vez de ti. —¿Están hablando en serio? —Margo lucha por mantener su voz baja. No quiere que los chicos, en especial Matthew, escuchen esta conversación—. ¿Es eso lo que Jennifer le está diciendo a la gente? ¿Que yo hice la lista? —No —dice Dana—. Es sólo lo que dicen algunas personas. Algunas personas. Margo se pregunta cuánta gente equivalía a algunas personas. ¿Era Matthew uno de ellos? Nunca se había tenido
que preocupar de las cosas que otras personas dijeran sobre ella, porque las cosas que la gente decía sobre ella eran cosas agradables, eran cumplidos. —Y sólo para que sepas, Jennifer no nos ha dicho nada malo sobre ti a nosotras. —Rachel comparte una mirada con Dana antes de agregar—. De hecho, ella cree que nos estás ayudando con toda la idea de “Vota a Jennifer para Reina”. Y… que la invitaste a tu fiesta mañana. Margo sacude su cabeza. —No. No. No. —No te entiendo, Margo —dice Rachel—. Creí que no te importaba ser la reina del baile. Creí que decías que no era gran cosa. —No me importa ser la reina del baile —dice Margo. Dice esta parte en voz alta, para que Matthew escuche. Aunque a una parte de ella todavía le importa, a pesar de todo, se siente forzada a ocultarlo como un secreto culposo. No puede dejar ir lo que esperaba que ocurriera en el momento que escuchó que ella había llegado a la lista: que se volvería la reina del baile, y Matthew sería el rey del baile. Tendrían su baile, y él finalmente la vería de la manera en que siempre esperó que lo hiciera. Como alguien con quien quería estar. Dana inclina su cabeza a un lado. —Entonces ¿por qué estás tratando de sabotear la oportunidad de Jennifer de ganar? —No estoy tratando de sabotear nada. Creo que es vergonzoso básicamente rogarle a la gente que vote por ella. Deseo que ambas de ustedes dejaran de pretender que ser reina del baile es un gran benevolente premio que ustedes chicas están otorgándole a Jennifer. Rachel la interrumpe.
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—Primero, no estamos rogando. Estamos haciéndole campaña para arreglar el hecho de que se le ha dicho que es la chica más fea de la escuela por los últimos cuatro años seguidos. ¿No crees que Jennifer se merece una noche de sentirse hermosa? ¿Después de todo por lo que ha pasado? Margo elije sus palabras cuidadosamente. —Sé que ustedes creen que están haciendo una cosa linda, pero seamos honestas. No hay ninguna persona que votará por Jennifer porque crea que es linda. Es o un gran chiste, poner a la chica más fea en el escenario, o la gente quiere darse una gran palmada en la espalda y sentirse mejor por haber tratado a Jennifer como la mierda todos estos años.
Dana ríe. —¿Te refieres a cómo tú lo has hecho, Margo? Margo no puede creer que sus amigas estén yendo allí. —¿Estás diciendo que no puedo decidir de quién quiero ser amiga y de quién no? —Por supuesto que puedes. Pero todos saben por qué, Margo. Margo toma un gran sorbo de su leche. Está tibia y el contenedor de cartón tiene un olor extraño, pero continúa bebiéndolo. Una vez que se ha terminado, dice—: Bien. No voy a mentir y decir que cómo lucía Jennifer no tenía nada que ver con eso. Lo hacía. —Deja que esto se mantenga en el aire por unos pocos segundos, ya que alguna de la presión para alejar a Jennifer había venido directamente desde Rachel y Dana. ¿Habían olvidado convenientemente esa parte? O tal vez eran sus propias consciencias culpables estimulando este plan todo el tiempo. —Pero esa no era la única razón. Margo respira profundamente e intenta aclarar su mente, la que de pronto está toda confusa con sentimientos y pensamientos que ha mantenido enterrados, sobre los que no quería pensar. —Jennifer… solía hacerme sentir mal conmigo misma. Se prepara para que Rachel y Dana reaccionen, porque Margo sabe que suena loco. ¿Cómo Jennifer podía tener algún poder sobre ella? Ella fue la que dejó a Jennifer. Eligió terminar la amistad. Se alejó. Dana suavemente le palmea el hombro. —Nosotras sabemos. Y ahora esta es tu oportunidad para arreglar las cosas. Para limpiar tu consciencia. Margo se arruga. Claramente, las chicas la han escuchado mal.
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¿O se había expresado mal ella? Lo que quería decir era que esos malos sentimientos estaban allí antes de que terminara su amistad con Jennifer. No algo que hubiera sentido después de que hubiera terminado. De hecho, en retrospectiva, cuando Margo era amiga de Jennifer, se sentía como una persona completamente diferente. Insegura. Extraña. Nerviosa. Todos esos sentimientos se fueron después de que su amistad con Jennifer terminó. —¿Qué va a pasar después del baile, huh? ¿Ustedes todavía van a pasar el rato? ¿Invitarla a mis fiestas? —Margo ya sabe la respuesta,
por supuesto. Dejarían a Jennifer. Y honestamente, no puede esperar a que ocurra. Para que el baile de bienvenida, para que todo, termine. —Tal vez ustedes chicas fueron las que hicieron la lista. Y ahora se sienten culpables por eso. —¿Tú crees que la hicimos? —pregunta Rachel, mortalmente seria. —¿Ustedes creen que yo lo hice? —pregunta Margo de vuelta, con la misma intensidad. Dana se mete entre ellas. —Sabemos que eres una buena persona, Margo. Y por eso necesitas escucharnos. —Tú eres la única que puede salir viéndose realmente, realmente mal aquí. Estamos intentando protegerte. —Rachel inclina su barbilla por la mesa hacia Matthew. Los chicos, todos, tienen sus cabezas hacia abajo. Pero Margo sabe que están escuchando. —No dejes que tu orgullo arruine esto. —Vamos, Margo. Deja que Jennifer vaya a tu fiesta.
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Margo quiere seguir discutiendo, pero está cansada. Y de todas formas, no es como si realmente tuviera una alternativa. A menos de que se cancele la fiesta, Jennifer va a estar allí. Jennifer no dejaría pasar esta oportunidad.
26 Traducido por munieca Corregido por Elle
S
arah levanta los brazos y arquea la espalda en un estiramiento profundo. No porque está dolorida, o cansada o algo así. Finge un bostezo por el placer de hacerlo, sobre todo porque la oficina de la directora Colby es demasiado tranquila. Y también porque su respiración es tan mala, o peor, que su B.O. Casi puede verlo, una neblina flotando de las axilas de su sucia camisa negra y su boca abierta, rozando la parte superior del escritorio ordenado de la directora Colby. La directora Colby levanta la taza de té a su boca y respira el vapor mientras toma un pequeño sorbo. Sarah se muerde el labio para no reírse. Es muy gracioso ver a la directora Colby tratar de fingir que Sarah no está tan madura8 como lo estará el árbol de ginkgo de la Isla de los estudiantes de primer año en la primavera. La directora Colby ni siquiera apoya la taza de té de vuelta en su escritorio, la sostiene bajo la nariz y dice—: Ha habido algunas quejas, Sarah. Sarah no está sorprendida. Había pasado el día participando en sus clases como nunca antes. Voluntaria para cada pregunta, con la mano hacia el cielo disparando una y otra vez y otra vez, liberando su olor en la habitación. Los maestros captaron en seguida, y se esforzaron mucho para ignorarla. Pero eso no detuvo a Sarah de levantar la mano. De hecho, sólo la alentó. Le importaba una mierda si la hacían pasar al frente o no.
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Sarah está en silencio por un minuto. Trata de parecer contemplativa, rascándose con su uña sucia la mejilla, llenando la parte interna con pasta de piel muerta. —No estoy segura de entender lo que quiere decir, Directora Colby. —El tono sabelotodo añade un agarre extra para la respiración. Pensar que casi se había dado por vencida esta mañana en un momento de debilidad.
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Se refiere al olor que desprende.
*** Cuando Sarah se sentó para el cereal, su mamá le ofreció cien dólares en efectivo por ducharse, cincuenta dólares si se ponía ropa diferente. La cubierta de Sarah por su comportamiento era que se trataba de un experimento para un proyecto escolar, que ni siquiera eso era mucho de una mentira, y se atuvo a su historia. ¿Quieres que suspenda, mamá? Sara rió a su jugo de naranja y tomó un sorbo grande. Le sorprendió que el jugo no tuviera prácticamente ningún sabor. Podía haber sido agua, por todo lo que pudo decir. Sarah subió al baño, abrió la boca, y sacó la lengua. Estaba cubierta de una gruesa capa difusa. Al igual que el musgo denso del bosque, del tipo que cubría las rocas del monte Washington. Sólo que este musgo era del color de un cadáver: gris pálido y enfermizo. Su cepillo de dientes colgado allí mismo, sobre el fregadero. Justo. Allí. La tentó peor que los cigarrillos. Cerró los ojos y pasó la lengua por sus dientes babosos, y soñó con cómo se sentiría llenar de espuma con un poco de pasta de dientes de menta azul brillante. Y enjuague bucal, también. Probablemente quemaría como el ácido de la mejor manera, chisporroteando la arenilla de sus dientes y sus encías. Podía escupir todo en el lavabo de porcelana blanca brillante como la arena mojada. Por lo menos su interior podría ser de un brillante sano color rosa otra vez. Retrocedió en el espejo y apagó la luz del baño. No podía dejar de hacerlo. Ahora no. No cuando estaba tan cerca.
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Pero antes de salir, Sarah agarró el hilo dental del interior del gabinete de la medicina. Arrancó unas pocas pulgadas de cuerda blanca cerosa y lo raspó a lo largo de su lengua, rastrillando la película fuera del músculo como alguien que palea la nieve fangosa de una acera. El acto no la hacía sentir mejor. En todo caso, empeoró las cosas. Había eliminado la barrera que le impedía saber a lo que sabía el interior de su boca. *** Sarah desea que la directora Colby se pusiera manos a la obra. Quiere volver a clase. Extraña la revisión de Bio II. Está a punto de decir cuánto, cuando hay un golpe en la puerta de la oficina.
Sarah se retuerce en su asiento. Milo está nervioso en la puerta. Se miran y ella ve la decepción arrastrarse en su rostro. Ronchas rojas han comenzado a aparecer en su cuello. —¿Quería verme, Directora Colby? —pregunta con voz débil. —Toma asiento, Milo —dice la directora Colby. Sarah sabe que su boca está entreabierta y no le importa cerrarla. ¿Por qué Milo ha sido llamado, también? No está involucrado con sus planes. Ni siquiera es su cómplice. Esta rebelión es su obra. Y estará feliz de tomar el crédito por ello, muchas gracias. La directora Colby se aclara la garganta. —Sarah, voy a ir directo al grano aquí. ¿Por qué haces esto? Sarah ladea la cabeza. —¿Hacer qué? —Estoy preocupada, Sarah. Estoy preocupada por ti. —La directora Colby le da una mirada suplicante—. Esto no es saludable. Te expones a una infección, por no mencionar que no puedes estar cómoda con esa ropa. Sarah no está cómoda. Pero eso no importa. Les da a ambos una sonrisa falsa. —Milo, por favor. Sé que te preocupas por Sarah. Los veo juntos todos los días. No quieres verla torturarse a sí misma así, ¿verdad? Milo ve a Sarah con ojos tristes y parte los labios, como si fuera a decir algo. Como si en realidad pudiera rogarle a renunciar a esto. Sarah mira de regreso con fuerza. Tan duro como puede. Una mirada que dice No te atrevas maldito. La directora Colby se inclina hacia atrás en su silla. A ella no le hace gracia. —Voy a hacerles a ambos una simple pregunta. —Sus ojos perforando de Sarah a Milo y viceversa—. ¿Están planeando algún tipo de truco para el baile de graduación? Sé que tienen dos billetes comprados.
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—No. Lo juro, yo no —dice Milo enfáticamente. Sarah sacude la cabeza también. —Por supuesto que no lo estoy —dice, aunque sabe que no suena tan creíble. —Espero que ambos estén siendo honestos conmigo ahora mismo. Quiero dejar esto perfectamente claro: si causan cualquier tipo
de alteración, habrá consecuencias graves. No voy a dudar en suspenderlos a los dos. Milo parece como que está a punto de cagarse encima, pero Sarah encrespa el labio superior. Le resulta divertido, en la manera sin gracia que su sentido del humor típicamente se tuerce, que la directora Colby quiera desesperadamente proteger la institución en la bienvenida. No había nada de este vigor, este esfuerzo, que se ponga detrás de la búsqueda de quien en realidad hizo la lista. Ya sabes, cortando la cosa en la fuente, al igual que la Directora Colby se comprometió a trabajar incansablemente durante la reunión del lunes. Pero lo que Sarah tiene que hacer es saltarse una ducha o cinco y de repente ¿podría quedar suspendida? Son despedidos. Sarah sigue a Milo por el pasillo. —No puede hacer eso ¿sabes? No me puede suspender por no tomar una ducha de mierda. —Cuando levanta la vista, ve que Milo ya está a mitad de camino por el pasillo—. ¡Milo! Espera. —Tengo que ir a clase —dice y sigue caminando. —¿Por qué estás siendo tan pesado? —Agarra su brazo, le obliga a reducir la velocidad. —Porque me llamaron a la oficina del director. Nunca me habían llamado a la oficina del director antes. Ella gime. —No es gran cosa. —Lo es para mí. Y ya no estoy seguro de querer ir al baile. A pesar de que Sarah no quiso que Milo fuera desde el principio, le molesta que de repente quiera abandonarla. —¿Por qué? ¿Porque no voy a estar en un vestido bonito? ¿Porque te da vergüenza que te vean conmigo? ¿Porque no quiero un ramillete como Annie lo haría? Él envuelve sus brazos alrededor de sí mismo, esa postura defensiva que tuvo en su primer día de escuela.
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—¿Qué tiene que ver Annie con todo esto? —Me siento mal por ti. Tenías esta novia hermosa en tu antigua ciudad, y ahora estás barriobajero conmigo. También estaría deprimida si fuera tú. —No entiendo por qué estás actuando así. —¿Recuerdas el lunes cuando dijiste que las tan llamadas chicas guapas son las feas? Bueno, es obvio que no crees eso si salías con una chica como Annie.
—Sí, Annie era bonita, pero esa no es la única razón por la que me gustaba. —¡Oh! ¿Eran almas gemelas entonces? —Cállate, Sarah. Era buena, ¿de acuerdo? Que es más de lo que puedo decir por como me has estado tratando últimamente. No voy a ser suspendido porque tienes un interés egoísta. Nunca quise ir al baile en primer lugar. Odio los bailes. —Yo odio los bailes —dice Sarah de regreso, alzando la voz. —¿Entonces por qué diablos vamos? —No es un grito, pero sin duda es lo más ruidoso que Milo le ha hablado alguna vez. Su voz es estirada, delgada y desgastada. Deja caer la cabeza hacia atrás tanto como sea posible—. Creo que todo esto es una idea estúpida. —No me importa lo que pienses. —Lo sé. En cierto modo es la forma en que operamos. Tú eres la que consigue tomar todas las decisiones, tiene todas las opiniones. Pero te lo digo de todos modos. Esto. Es. Estúpido. —¿Crees que me estoy divirtiendo, Milo? —Agarra algunos mechones de su pelo grasiento y los deja caer. Están cargados de grasa—. ¿Crees que esto se siente bien? —¡En realidad no! Especialmente si tu peste es un indicio. Sarah da un paso atrás. Sus piernas se sienten inestables. De alguna manera sabe que lo ha estado probando, asegurándose, antes de enamorarse de él completamente. Se da cuenta de esto ahora, cuando le falla. Miserablemente. Sarah resopla una respuesta rápidamente. —Que te jodan, Milo. ¿Sabes qué? No vengas al baile conmigo. ¡Mira si me importa una mierda! Sarah no está segura de si Milo la oye porque ya se ha largado. Por el pasillo, a la vuelta de la esquina. Se había ido.
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Si quiere hacer esto no podrá pensar en Milo, o en la directora Colby, o en cualquier persona. Sólo tendrá que seguir adelante. Y eso es algo en lo que Sarah es buena.
27 Traducido por kass Corregido por Gely Meteor
C
omo con todo lo difícil de su vida, Abby evita lidiar con la realidad de su informe sobre su marcha sin firmar en Ciencias de la Tierra hasta el último momento posible, razón por la cual se encuentra sentada en la cabina del último cuarto de baño de las chicas después de la escuela, esperando que el ruido disminuya. Es su estúpida culpa. Debería haberle mostrado a sus padres el boletín de calificaciones anoche y rogar por su misericordia. Sólo que Fern estaba siempre escuchando y habría sido demasiado vergonzoso para Abby confesar lo mucho que el baile de bienvenida significaba para ella, así como admitir que estaba suspendiendo delante de su hermana. Conociendo a Fern, probablemente irrumpiría y les diría a sus padres acerca de la lista, y a continuación, todos le darían un discurso sobre lo tonto que era que se sintiese bien de estar en esa lista y como sus prioridades se fastidiaban por completo.
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Pero hay algo más también. Abby tiene miedo. Miedo a estar en problemas, miedo de estar castigada, miedo a las miradas de decepción que sus padres le darían. Y la decepción es exactamente la razón por la cual Abby está evitando a Lisa también. El plan era que se reunirían en el coche de Bridget después de la escuela e irían al centro comercial para comprar el vestido del baile de bienvenida. En su lugar, Abby está escondida en el baño. Espera a que a Bridget se le acabe la paciencia y fuerce a Lisa a irse sin ella. Lisa se va a volver loca, pero Abby no puede digerir la compra de su vestido perfecto para el baile de bienvenida hasta que sepa que en realidad puede ir al baile. Sería muy triste tener que colgarlo sin uso en su armario o, peor aún, devolverlo a la tienda. Prefería no tener el vestido en absoluto. Abby oye como abren la puerta del baño. Pone sus pies en alto. Alguien entra en la cabina de al lado. Después de unos segundos tranquilos, Abby oye un par de toses asfixiantes. Y luego un par de
arcadas de vomito. No hay vomito, y Abby se pregunta si tal vez la persona se está ahogando. —Hola —dice Abby, bajando sus pies del inodoro—. ¿Estás bien? Las arcadas se detienen —¿Abby? Abby sale de su cabina. Las puertas de las otras cabinas están abiertas. Bridget inclina la cabeza hacia fuera. Se ve pálida. —Dios —dice Bridget en un susurro—. Esto es vergonzoso. —¿Debo buscar a una enfermera? —Estoy bien. —Bridget empuja su pelo lejos de su cara—. Algo que comí en el almuerzo no me sentó bien. De todos modos, me gustaría volver a casa y descansar, pero Lisa está tan emocionada de ir a comprar el vestido… y estamos un poco fuera de tiempo. No quiero decepcionarla. Otra vez Abby se encuentra comparando a Bridget con su hermana, Fern tomaría el camino fácil. Bridget se apresura hacia el fregadero y empieza a lavarse las manos. —Sigues viniendo de compras con nosotras, ¿verdad? Espero no haberte espantado. Te juro que no es nada contagioso. Por favor no le digas nada a Lisa, no quiero preocuparla. Por favor. Algo se siente raro. A lo mejor es lo rápido que Bridget está hablando. O que Bridget quiere que guarde un secreto. Pero le devuelve la sonrisa a Bridget. —No, por supuesto. No voy a decir nada. —Gracias —dice Bridget. Cuando Bridget agarra una toalla de papel, Abby se da cuenta de que sus manos tiemblan—. Eres la mejor. Abby camina afuera y ve a Lisa sentada en el maletero del coche de Bridget. —¡Hola! ¿Dónde has estado? —pregunta Lisa.
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—En el baño. Vi a tu hermana… en el pasillo. —No se siente bien mentir a Lisa, pero Abby le prometió a Bridget que no iba a decir nada—. Viene dentro de unos minutos. —Oh. Está bien. —Lisa ofrece su mano a Abby y tira de ella hacia arriba en el maletero—. Escucha esta gran idea que acabo de tener. Creo que las dos deberíamos comprarnos un vestido para el baile de bienvenida y otro lindo conjunto para cambiarnos para la fiesta de Andrew. —Sí. —Quiero decir, si no quieres quedarte con el vestido toda la noche. Pero estoy pensando que vamos a estar más cómodas en jeans. —Lisa se muerde el labio—. Espero que Candace y las otras chicas de
segundo año no vayan. Puedo ver cómo de perras serán con nosotras, porque estamos moviéndonos con sus chicos. Además he oído que Candace quiere matar a cada muchacha bonita que se encuentra en la lista porque es muy celosa. —Oh. Lisa chasquea los dedos delante de la cara de Abby. —Hola, yo sólo bromeaba acerca de Candace. Abby toma una respiración profunda. —Mira. No puedo ir de compras contigo y Bridget. —¿Qué? ¿Por qué no? Abby está jugueteando con la cremallera de su mochila. —Vamos. Dímelo. Soy tu mejor amiga. Abby abre su bolso y las manos de Lisa cogen el rectángulo azul. Lisa no lo reconoce de inmediato, está sonriendo como si se tratara de una de las notas que Abby escribió para ella. Abby se da cuenta de que Lisa está confundida porque nunca ha llevado un boletín de calificaciones. —Debo tenerlo esta noche firmado —explica Abby—. Y mis padres me van a matar. Lisa da un grito ahogado. —Mierda. Bien. Bueno, es probable que te metas en problemas. Puede que no puedas ir al partido de futbol o a una fiesta de Andrew. Pero tus padres tienen que dejarte ir al baile de bienvenida. —Salvo que sé que no lo harán. No se preocupan por los bailes. Se preocupan por estas cosas. Y me dijeron en el inicio de la escuela secundaria que no tengo permitido obtener cualquier boletín de calificaciones. —¡Abby! ¡No quiero ir al baile sin ti! Abby no quiere que Lisa vaya al baile sin ella tampoco. Su mente da vueltas. —Supongo que… podría firmarlo. Ya sabes, fingir ser mi mamá.
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—¡Sí! Esa es una gran idea. Quiero decir, el señor Timmet nunca lo sabrá. ¿Cómo iba a saberlo? No lo hará. —Y entonces puedo trabajar duro el resto del semestre, incluso podría pedirle a Fern que sea mi tutor. —Realmente, lo haría. —Digo que lo hagas. ¿Qué tienes que perder en este momento? Es bueno tener una amiga que quiere que vaya al baile casi tanto como Abby quiere ir. Lisa no está para nada celosa de que ella sea la
estudiante más bonita de primer año. Lo ve como algo bueno, una cosa por la que estar orgulloso. Abby tiene uno de los bolígrafos de Lisa, porque los suyos son todos rosas o púrpuras. Después de practicar una firma que no se parece en nada a la suya, firma el nombre de su madre con una rúbrica9 en la línea punteada. Ella dice—: Ya me siento mejor. —Yo también —dice Lisa y frota la espalda de Abby—. ¿Quieres que te acompañe a la clase del Señor Timmet ahora? Apuesto a que ya se ha ido. Puedes dejarlo en su escritorio y olvidarte de él. Y luego podemos ir de compras. —Gran idea. Las chicas corren a la escuela, juntas, golpeando sus pies contra el suelo, su risa llenando las salas vacías. Abby se siente un millón de veces más ligera, pero está decidida a hacer lo que tiene que hacer para aprobar Ciencias de la Tierra. Esta es su llamada de atención. La puerta de la clase del Sr. Timmet está abierta. Las chicas entran esperando que la habitación esté vacía, pero no lo está. El Sr. Timmet sigue ahí, poniéndose el abrigo. Y sentada en una mesa cerca de la ventana, balanceando sus piernas, está Fern. Abby inmediatamente se da cuenta de que Fern tiene el pelo peinado de la misma forma que Abby había llevado al principio de la semana, en un nudo con una trenza de espiga a lo largo de la línea del cabello. El peinado de Fern es un intento pobre, desigual y accidentado, pero claramente ha tratado de copiar a Abby. —Yo… uh… —murmura Abby. El Sr. Timmet le causa nauseas en su interior. —Casi se me olvida, Abby. —Se da cuenta de la cartulina azul en sus manos—. Es tu boletín de calificaciones firmado, ¿verdad?
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Abby se obliga a tragar. Asiente. Fern está mirando. —Maravilloso. No quiero tener que llamar a casa. Y tengo la esperanza de que no estés desconectando de la manera que pensé que harías. —Da un paso más y lo saca de las manos de Abby y luego regresa a Fern y dice—: Debo llegar a casa. No puedo creer que hayamos estado hablando durante treinta minutos. Pero gracias por traerme este artículo. Estoy emocionado de poder leerlo. —Abby se fija
Rasgo o conjunto de rasgos de figura determinada que, como parte de la firma, pone cada cual después de su nombre. 9
en que el Sr. Timmet desliza la revista de su padre, Popular Science en su maletín. Fern se levanta y se dirige a la puerta, moviendo la cabeza y sonriendo. —Oh, bueno. Es realmente… um, bueno. Abby da pasos hacia atrás en dirección al pasillo. Lisa está ahí, pegada a un armario, congelada. Abby rápidamente gesticula con la boca a Lisa que la llamara más tarde. Lisa gesticula que lo siente y se da la vuelta y luego desaparece en una escalera. Fern se despide del Sr. Timmet y luego se une a su hermana en el pasillo. A medida que se acerca más a Abby, dice—: ¿Estás suspendiendo Ciencias de la Tierra, Abby? Es sólo tu cuarta semana en la escuela. —Cállate, Fern. —Abby da unos pasos hacia atrás. —¿Quién firmó tu boletín de calificaciones? —Mamá —dice Abby, tratando de sonar confiada. Fern se ríe y se dirige a la derecha pasando a través de Abby. Empuja las dobles puertas pesadas. —¿Ah, sí? Vamos a preguntarle a ella. El coche de la señora Warner está estacionado fuera y saluda con la mano a sus dos hijas. A unos pocos metros de distancia, Lisa y Bridget están en el coche mirando a Abby. —Por favor, no le digas sobre mí —suplica Abby. —¿Por qué no habría de hacerlo? —Fern niega con la cabeza. —Porque no me dejará ir al baile de graduación. —Abby enjuaga una lágrima con la manga. Sabe el odio de Fern hacia el baile. Pero Abby espera que se compadezca de ella. —Por supuesto que se lo voy a decir. Se darán cuenta de todos modos cuando suspendas. —Vamos, Fern ¿No puedes hacerme este favor? ¿Por favor? —Se lo está pidiendo, está rogando descaradamente por la misericordia de Fern—. Por favor, nunca te pedí nada.
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—¿Por qué voy a mentir por ti? —Porque eres mi hermana. —Abby apenas puede pronunciar las palabras. Cada parte de ella está temblando—. Las hermanas hacen esto la una por la otra. Fern saca el elástico de su pelo. Sacude el nudo y le da un tirón hacia fuera a la trenza. —Nadie cree que estamos relacionadas. Sobre todo, yo no lo creo.
28 Traducido por Mlle. Janusa Corregido por Gely Meteor
D
urante Historia Universal, el último período de Lauren, una secretaria golpea a la puerta del salón de clases, con una nota en la mano para el profesor de Lauren.
El profesor lee la nota y, a continuación, la pone en el escritorio de Lauren. La directora Colby quiere verla inmediatamente después de la escuela. Lauren levanta la vista a su profesor, silenciosamente esperando más información, pero se encoje de hombros ligeramente. Esto debe ser sobre la lista. Sus amigos habían dicho que la directora Colby estaba en pie de guerra, tratando de figurar quién la hizo. ¿Podría posiblemente creer que Lauren tenía la culpa? Lauren considera no ir a la dirección, pretendiendo que nunca recibió la nota. Después de todo, su madre la estaría esperando para recogerla justo cuando la escuela terminara, pero no puede evitar a la directora, parecería más culpable. O, tal vez, la directora Colby llamaría a su casa, buscándola. No tenía elección. Así que, después de decirle adiós a sus amigos en el pasillo, Lauren camina tristemente a la oficina principal.
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Fuera de la oficina, ve a su madre sentada en un banco. La señora Finn lleva la misma blusa crema y falda de lana que había llevado durante su entrevista el lunes. —¡Mamá! ¿Qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar trabajando? —El corazón de Lauren obstruyendo su garganta. ¿Podría la directora Colby mostrar la lista delante de su madre? Lauren se sienta al lado de su madre y decide rápidamente si eso llegará a suceder, jugaría al tonto. Fingiría no saber al respecto. Pero la señora Finn dice—: Me fui temprano para que tú y yo pudiéramos reunirnos con la directora Colby y discutir con tu profesor de inglés —mira su reloj y frunce el ceño—, ya que no has tenido tiempo para hacerlo tú misma.
Desde el pasillo, la voz luminosamente alegre de la directora Colby dice—: Hasta mañana. Probablemente a otro profesor. —¿Es ella? —susurra la señora Finn. Lauren presiona sus labios y asiente—. Se ve… joven. La directora Colby dobla en la esquina. Lleva un vestido de lana negro, tacones negros y un largo collar de perlas en nudos hasta la mitad. Tiene el pelo recogido en una coleta baja, un par de anteojos de carey frenando su flequillo. Lauren siente a la señora Finn endurecer a su lado. —¡Hola! —grita la directora Colby, apresurándose encuentro—. Debe ser la mamá de Lauren, es un placer.
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su
—Buenas tardes, señorita Colby —interrumpe la señorita Finn. Se pone de pie, pero no agita la mano extendida hacia ella. La directora Colby se sonroja, claramente tomada por sorpresa. —Siento tenerlas esperando. Hoy ha sido, bueno… un día ocupado. Su madre sigue a la directora Colby a la oficina, cerca de sus talones. Lauren se arrastra tras de sí, su boca está de repente completamente seca. La directora Colby se sienta detrás de su escritorio y mira los movimientos de Lauren con atención. —Ahora, se trata de un plan de estudios de la clase de Inglés de Lauren, ¿verdad?, ¿estás teniendo problemas para mantenerte al día? Los zapatos de su madre. Allí es donde Lauren pone la mirada. Son mayores que Lauren, y probablemente que la directora Colby, también, aunque no parece en absoluto vieja. Cuero beige con un tacón en cuclillas, cuadrado.
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La señora Finn ríe secamente. —Directora Colby, cuando se hizo evidente que yo no podía ser la educadora primaria de Lauren, me reuní con sus profesores y proporcioné copias de mis planes de lección para tener a todos al tanto de lo que ya hemos cubierto. ¿Supongo que lo ha leído? —Yo… creo que recuerdo haberlo visto. Sí. La señora Finn exhala un profundo suspiro. —Entonces, debe saber que Lauren ya ha estudiado casi todos los libros en la lista de lectura en segundo año de Inglés AP. Es la cuarta semana de la escuela y su maestra no ha hecho algún ajuste para acomodarla. Estoy segura de que puede imaginar lo frustrante que es
para mí, saber que Lauren debe sentarse en clase, día tras día, aburrida hasta las lágrimas. Lauren se encoge. Había dicho exactamente aquellas palabras ayer por la tarde, excepto que suenan mucho peor ahora. Lo había hecho para arreglar las cosas con su madre, porque las cosas se sentían tensas cuando había llegado a casa de trabajar en la decoración de la caravana del espíritu. Había tenido una gran tarde con las chicas, pintando cumbres nevadas en montañas de cartón y había perdido la noción del tiempo. Cuando por fin llegó a casa, su madre ya había comido la mitad de la cena que había cocinado para ellas. Se sentó junto a Lauren mientras comía, pero no dijo nada. No hasta que Lauren se quejó de que su profesor de Inglés era horrible, sobre todo en comparación con su madre. Le había parecido un elogio inofensivo en el momento. La directora Colby baraja algunas cosas sobre su escritorio. Lauren nunca se ha visto tan nerviosa. —No sé qué decir, señora Finn. Quiero decir… estoy segura de que entenderá que nuestros maestros no pueden acabar el plan de estudios para toda la clase en nombre de Lauren. —Por supuesto que no —dice la señora Finn con validación amarga, como si ambas estuvieran de acuerdo en que ha sido una gran pérdida de tiempo. —Pero… —añade la directora Colby—, voy a hablar con la maestra sobre el desarrollo de una lista de lectura secundaria para que Lauren pueda perseguir por su cuenta. Sé que Lauren es una chica brillante y sería ir en contra de todas las razones que se involucran en su educación dejarla languidecer sin respuesta este año. Lauren mira a su madre, con la esperanza de ver el alivio pero la señora Finn se apacigua a duras penas. —Supongo que eso es lo mejor que podemos esperar —dice ella.
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Su madre se pone de pie. La directora Colby también lo hace, sólo que con un poco más de urgencia y dice—: En realidad, señora Finn, quiero decirle que Lauren está realizando bastante impresión alrededor de nuestra escuela Lauren mira a la directora Colby más duro de lo que ha mirado a alguien en toda su vida. Por favor no, grita en su interior. Por favor, que no diga nada sobre la lista. La directora Colby parece darse cuenta de esto y murmura a su manera de salir de las cosas. —Yo… yo siempre la veo rodeada de un grupo de chicas. Parece haber hecho muchos amigos aquí.
Lauren se hunde. Esto es casi peor. *** La ropa de negocios había sido almacenada en varias bolsas de ropa con cremallera. Su madre intenta sobre todo, emergiendo nerviosamente en cada equipo, se levanta de puntillas para mirarse en el espejo roto encima del buró de roble. Lauren mira desde la cama de su madre. Está en su estómago, los pies detrás de ella. El traje a juego está limpio y bien conservado, pero adaptado a la antigua silueta que muestra su edad. No hay dinero para ropa de trabajo nueva, no todavía. Y así Lauren siente el deber de hacer que su madre se sienta bien sin importar lo que pase. Ofrece cumplidos solamente. Cómo que la chaqueta azul marino resalta los ojos de su madre. La intemporalidad de una falda de espiga. A medida que la señora Finn se cambia de trajes y se acerca al espejo una vez más, Lauren convoca coraje y dice—: Hay un baile de bienvenida el sábado en la noche. —Hace una pausa para ver si su madre va a decir algo, pero ella está demasiado interesada en la selección de algo de pelusa de un par de pantalones—. Me gustaría ir. Un buen minuto de silencio antes de que pase a su madre en el espejo que dice. —Estamos apretados en el dinero ahora, Lauren. —Los boletos están a sólo diez dólares, y tengo ahorrado. No necesito un vestido nuevo, ni nada. Creo que la mayoría de las chicas están usando jeans. —Esto es una mentira, por supuesto. Sus amigas han estado hablando sin parar sobre sus vestidos. Lauren sabe que tendrá que hacer lo que sea, que los jeans y una linda blusa tendrán que ser. O está el vestido negro que llevó al funeral de su abuelo. Y siempre existe la posibilidad de que una de las chicas le dejará tomar prestado algo.
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La señora Finn levanta una ceja. —Así que, ¿estás pensando en ir con un grupo? ¿Los amigos que la directora Colby mencionó? —Sólo son las chicas de mi grado. Iremos a un partido de fútbol juntas y luego… —¿Un juego de fútbol? —Su madre niega con la cabeza, de la misma forma que lo hace cuando tiene mucha información para procesar—. Esto es lo primero que estoy escuchando sobre esto, Lauren.
Lauren toma una respiración profunda. Trata de permanecer paciente, ¿pero porqué está siendo su madre tan cortante con ella? No es como si hubiera roto alguno de los planes que tenían. —Sí, un juego de fútbol y después un baile. Que me gustaría ir a ambos, por favor. Pedir permiso la hace sentir como una niña pequeña, aunque se había sentido siempre como un adulto con su madre. —Todo el mundo va a reunirse en casa de una chica antes del baile y vamos a caminar a la escuela en un grupo grande. La señora Finn se sienta sobre la cama. —¿No echas de menos los viejos tiempos? ¿Cuándo estábamos sólo nosotras, juntas? Lauren se tensa. Su madre está convirtiendo lo que ella está haciendo en algo que suena muy mal. —Por supuesto que sí. Pero he estado tratando de ponerme a mí misma allá afuera. —Tienes que tener cuidado Lauren. No conoces bien a esas chicas. —Están bien mamá. Son mis amigos. —¿Esta fiesta? ¿Por quién están siendo arrojados? —Su nombre es Candace Kincaid. —¿Porqué no invitas a Candace a cenar mañana para que pueda reunirme con ella? De todas las chicas, ¿su madre quiere conocer a Candace? Eso no va a funcionar. —¡Mami, por favor!
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—Así que, deberíamos dejar de llamar todos los tiros, ahora que eres una chica de secundaria, ¿eh? —Niega con la cabeza—. Tengo derecho de saber con quién estás gastando el tiempo. Lauren usa el teléfono en la sala de estar mientras la señora Finn toma una ducha. Había escrito los números de teléfono de sus amigos abajo, en la parte posterior de la lista, y llama a uno para obtener el de Candace. La amiga parece sorprendido y quiere saber más detalles de los que serían necesarios para esta llamada, pero Lauren se las arregla para obtener el número sin dar demasiada información embarazosa. Lauren no está segura de poder conseguir llegar a un acuerdo para que Candace venga. Después de todo, Lauren fue probablemente sólo invitada a la fiesta de Candace por otra de las chicas, por lo que
Candace no quería quedar mal. Y si Candace dice que no, hay una buena probabilidad de que Lauren no pueda ir al baile en absoluto. Pero de nuevo, entonces ninguna de las chicas podría ir a la fiesta de Candace. Candace parece sorprendida al saber de ella. Lauren explica la situación. Y se sorprende de lo rápido que Candace dice que sí a su invitación a cenar.
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Francamente, eso la asusta.
29 Traducido por Lunnanotte Corregido por Gely Meteor
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anielle está a punto de saltar a la piscina con las otras nadadoras novatas cuando la entrenadora Tracy la llama a su oficina.
—¿Tienes ropa habitual para ejercicios contigo hoy? —Sí. La entrenadora Tracy toma unos papeles de su escritorio y dice—: Ve a cambiarte tu traje y dirígete a la sala de pesas. —Está bien —dice Danielle, curiosa—. Seguro. La sala de pesas de Mount Washington High está justamente enfrente de la de gimnasia. Hubo un tiempo en que habían sido dos salones de clases, pero el muro contiguo había sido derribado, los pizarrones remplazados con espejos y la habitación se llenó de pesas, bancos, bicicletas estáticas y caminadoras. Una radio vieja se quedó en sintonía con la estación de rock clásico y proporcionó una pista de sonido de Led Zeppelin, Pink Floyd, y Steve Miller Band.
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Danielle entra en el cuarto en chándal, una simple camiseta blanca y su favorito sujetador deportivo rojo. Definitivamente está nerviosa, en parte porque nunca antes ha hecho ningún entrenamiento con pesas, pero más porque la mayor parte del equipo de natación universitario ya está ahí, chicas y chicos, dando vueltas y hablando entre sí. No hay muchas oportunidades para que el equipo se entremezcle de esta forma, como todo en el deporte es apartado según el sexo. Pero hay una unidad clara para los nadadores. Todos parecen cercanos. Como los amigos. Danielle sabe quiénes son algunos de ellos, un par de personas le dan un guiño o asentimiento, como si supieran quién es también. Las miradas son diferentes a las que Danielle ha estado recibiendo en el pasillo desde que la lista salió. Estas vienen con sonrisas. Con el reconocimiento de que es una buena nadadora. —Bien —dice la entrenadora Tracy cuando entra por la puerta con un montón de papeles—, hoy nos vamos a estar concentrando en
los brazos con las chicas y piernas con los chicos. Rompan en parejas y completen este circuito de peso dos veces. Y para aquellos de ustedes que no lo saben ya, esta es Danielle. —La entrenadora Tracy le sonríe a Danielle, un guiño a su broma privada—. Ella va a formar parte de nuestro equipo de relevos de cuatrocientos estilo libre para la reunión del sábado. Una oleada de energía brota de Danielle. ¡Es oficialmente una nadadora universitaria! Es la primera cosa buena que le pasa esta semana y lo disfruta. Piensa en pedir permiso para ir al baño. No para orinar, sino para que pueda encontrar a Andrew para darle la noticia. Pero antes de que pueda, está emparejada con una chica de último año llamada Jane. Su primer ejercicio es una prensa de banco. —¿Quieres ir primero? —le pregunta Jane —No. He... En realidad nunca he hecho esto antes. Así que creo que será mejor que empieces tú. Jane carga la barra con dos pesas redondas, cuatro kilos por cada lado. Después se acuesta en el banco. —Está bien, Danielle. Párate detrás de mí y mantén tus dedos ligeramente debajo de la barra. No quiero que esto caiga y me aplaste. —Lo tengo. Jane baja la barra hasta que casi está sentado sobre su pecho, y luego sube y baja las ocho veces. Mientras trabaja su paso, sus piernas tiemblan y sus mejillas se vuelven de color rojo. En la última repetición de Jane, Danielle tiene que ayudar a levantar la barra. No mucho, pero sí un poco. Jane se sienta, un poco sin aliento. —Está bien. Tu turno.
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Danielle se acuesta en el banco y toma una respiración profunda mientras se prepara para levantar el peso. Su corazón ya está bombeando rápido, sobre todo de los nervios. Empuja hacia arriba y levanta la barra del soporte. Es más ligero de lo que espera. Y, para su sorpresa, bombea hacia arriba y hacia abajo ocho veces sin mucha dificultad. —¡Espera! —llama Jane, mirándola con sorpresa—. Eso fue demasiado fácil para ti. —Desliza otro par de pesas en los extremos—. Ahora ve. Danielle lo hace. Es ligeramente más pesada que la primera vez, pero todavía totalmente factible. —¡Entrenadora Tracy! —grita Jane—. Venga aquí un segundo. ¡Danielle está sacudiendo este banco!
La entrenadora Tracy se acerca, y también lo hacen algunas otras chicas del equipo. Jane carga más peso en la barra. Danielle hace ocho repeticiones más, las chicas chillan y gritan. Cuando Danielle mira a su alrededor, ve que un par de chicos han venido a ver, también. Ellos bajan sus miradas desgastadas de respeto a regañadientes, al igual que los chicos en en Lago Clover. Más peso se agrega y Danielle tiene que trabajar realmente para elevar la barra de la serie final. La entrenadora Tracy ha asumido el deber manchado de Jane, y el resto del equipo se reúne alrededor de la mesa para animarla a través de las repeticiones. Cuando baja la barra y se prepara para la última pulsación, los brazos de Danielle se sienten como bandas de goma sobrecargados. Pero con sus nuevos compañeros de equipo para su enraizamiento, se encuentra con un poco de energía en el fondo y ruge mientras empuja con todas sus fuerzas para levantar la barra hacia arriba. Sus brazos tiemblan, y deja caer la barra en el soporte con un estruendo enorme. Todo el mundo grita. Danielle se sienta, un poco mareada. Gotas de sudor gotean por los lados de su cara. Y a medida que la multitud se aparta, ve a un par de chicos de futbol dando vueltas cerca de la puerta del cuarto de pesas. Uno de ellos es Andrew. Chuck se ríe histéricamente. —Amigo, ¿Tiene Dan El Hombre que hacer eso para ti? —Cuando Andrew no dice nada, Chuck se vuelve hacia el resto de los chicos y reprende—. Apuesto a que es su juego previo, levanta a Andrew y los bancos unas cuantas veces. Andrew está terriblemente quieto, la frente arrugada y pellizcada. Parece molesto. Pero no puede decir si está molesto con Chuck por decir esas estúpidas cosas o con ella por provocarlos.
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Chuck golpea el brazo de Andrew. —¡Oye!, menos mal que Dan no está tratando de salir por el futbol. Serías de nuevo JV. Definitivamente te eliminaría fuera de la línea ofensiva. —Danielle quiere levantarse, caminar lejos de la puerta, pero no se puede mover. Ni siquiera puede limpiar las gotas de sudor rodando por los lados de su cara, doblado bajo su barbilla. —Cállate. —Pero su voz es ahogada por las burlas de sus amigos. —Avancen, caballeros —dice la entrenadora Tracy—. Dejen de distraer a mis nadadores. —Cierra la puerta del cuarto de pesas sobre ellos. Danielle, su pecho aún agitado, sus músculos tan doloridos, Andrew esperando girando y saliendo.
30 Traducido por solería Corregido por Zafiro
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ebería haber pedido una ensalada —dice Lisa, frunciendo el ceño al plato.
Bridget está sentada frente a su hermana en la pizzería del centro comercial. Eligió la mesa cerca de la ventana, a pesar de que estaba sucia y tuvo que apartar lejos los platos de otra persona, entonces podría distraerse de la comida viendo a los compradores evitar al hombre del kiosco que volaba sus aeroplanos de goma. —No seas estúpida, Lisa. Te encanta la pizza de aquí. Entonces... come y luego nos vamos. —Bridget apuñalaba un trozo de lechuga marchita de la ensalada que se sintió obligada a pedir para no parecer sospechosa. Tan hambrienta como estaba ahora mismo, era totalmente poco apetitosa. ¿No era ese el punto? En realidad, estaba enojada por dejar la limpieza. Si no hubiese dejado la limpieza, no se estaría muriendo de hambre, y si no estuviera muerta de hambre no se habría fastidiado tan mal hoy. Lisa niega con la cabeza. —No debería comer de esta manera. Sobre todo porque no estoy practicando deportes. Voy a reventar. Bridget baja el tenedor plástico y la mira con suspicacia.
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—¿De dónde viene todo eso? —Se pregunta si tal vez Abby mencionó haberla visto en el baño. No había sido capaz de vomitar, aunque lo hubiese querido. Qué suerte, haber sido sorprendida en su momento más débil. Habiéndose arrastrado a las máquinas expendedoras por algunos pretzels. Pretzels, por amor de Dios. No nueces, no un paquete de mentas. Lisa se encoje de hombros. —No lo sé, no estoy enojada ni nada porque Abby fue elegida la más bonita. Totalmente se lo merece. Pero sería agradable si me eligieran el próximo año. —Dios ¿eso es lo que te preocupa? —dice Bridget—. Tienes los genes de papá. Él no puede ganar peso. Yo soy la que tiene que
preocuparse con el lado de la familia de mamá. Y de todos modos, un pedazo de pizza no va hacer diferencia. —Tú nunca comes pizza ya —la acusa Lisa. Bridget clavó el tenedor en el recipiente de polietileno. Ni siquiera quería estar en la pizzería. Pero Lisa había insistido. ¿Y se quejaba ahora? —Aquí —interrumpe Bridget y agarra el plato de Lisa. Toma un bocado. Toma un gran bocado. Eso va a callarla. En cambio, alcanzó las servilletas de dispensador. —Si estás preocupada por eso, has esto. —Puso unas pocas servilletas sobre el queso, y golpea suavemente con los dedos. Floreciendo un naranja brillante en ellas—. Esto te ahorra, como, cien calorías. Quiero decir, podrías sacarle el queso y simplemente comer el pan. —Hizo eso exactamente, levantando una capa de queso y dejándola en un montón en la bandeja. —¡Pero el queso es la mejor parte! —se queja Lisa. Bridget la ignora. Agarra otra servilleta y limpia la salsa. —Por cierto, esto es tan malo para ti. Lleno de azúcar. —Por último, rasga la corteza—. Y evitas la corteza. Sólo se asienta en tu intestino. Lisa toma de regreso su rebanada disecada, un trozo empapado de pan pálido, y frunce el ceño. —Vaya, gracias. Bridget pudo sentir el aceite en sus dedos. Quiso lamerlos, lamerlos hasta limpiarlos. En cambio, toma otra servilleta y los limpia con tanto vigor, que el papel se rompe. Se siente culpable por llevar a su hermana en su mierda, y por arruinar un perfecto trozo de pizza. No puede esperar hasta que ese estúpido baile termine, para poder volver a ser una persona normal de nuevo. —Voy a comprarte otra rebanada, ¿de acuerdo? Sólo quería mostrarte lo estúpida que estás siendo.
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—Está bien —dice Lisa en voz baja—. Sé que sólo estás tratando de ayudarme. —Se come el motón de queso en el costado del plato y luego dice—: Podemos irnos ahora. Bridget toma una respiración profunda, y luego mueve la mano por el pelo de su hermana cuando se levanta. Se explicaría a sí misma, pero sólo quería salir de la pizzería. ***
Media hora más tarde, se encontraban en los grandes almacenes. Bridget vio el vestido de bienvenida que quería de inmediato. Uno pequeño, rojo sin tirantes. Es tan bonito y femenino. Mientras rodea al maniquí, se da cuenta de que el vestido está plegado y fijado en la parte de atrás para hacerlo más ajustado. Empieza a pensar en los pretzels, imaginando esos alfileres estallando hacia afuera, desgarrando la tela para hacerle sitio. —Ese se va a ver TAN bien en ti —dice Lisa y la abraza por detrás. —No lo sé. Lisa rebota hacia otro perchero. —Pruébatelo. Bridget empuja los vestidos a lo largo del perchero. Escoge su talla, la misma que el bikini de verano, y lo sostiene. Parece tanta tela, tan ancho. Una carpa roja de circo. Y probablemente ni siquiera cabría en él. En el probador, frunce el ceño ante el espejo. Es capaz de entrar en el vestido y subir la cremallera. Debería estar feliz. Había perdido el peso que había ganado desde la salida a la playa. Además el rojo se ve bien con el cabello oscuro. Pero sus caderas sobresalen y arruinan la silueta. Su panza, también. Una pequeña bolsa en el frente, como un canguro. Incluso sus rodillas son gordas. —Me siento tan mal por Abby —dice Lisa desde el siguiente probador—. Quiero decir, ahora probablemente no podrá ir al baile. Todo por culpa de Fern. —Eso apesta —dice Bridget después de unos segundos. Quería llorar, viéndose en el vestido. Si sólo fueras una talla más pequeña. Piensa en el bikini. Como fue su objetivo. Porque lo había comprado, había tenido que lograrlo. Con dos días hasta el baile, si se compraba una talla menos, ¿podría lograrlo? —¿Puedo verlo? —pide Lisa.
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—Ya estoy vestida. Nos vemos en la caja. Mientras Lisa se pone nuevamente su ropa, Bridget corre al otro piso y toma una talla menos del vestido rojo. Se probaría a sí misma una vez más.
31 VIERNES Traducido por MarMar Corregido por βelle ❤
E
s una enfermedad que la ha infectado completamente. No hay diferencia entre la mugre y la piel de Sarah. Se han fusionado.
Su alarma se dispara, pero Sarah no abre sus ojos porque no quiere sentir la tierra en dobleces de sus párpados. Durmió desnuda anoche. En realidad, no durmió nada. Sólo se recostó, con picazón. Sus ropas están en una húmeda pila sobre el suelo. Hace trampa y se coloca su ropa interior del revés. Apenas ayuda. Sin embargo, le toma todo de sí colocarse el resto de su ropa. Todo el camino en bicicleta al instituto se imagina la conversación entre Milo y Annie sobre la pelea que tuvo con él ayer en el pasillo. Annie le habrá dicho a Milo que se mantuviera alejado de Sarah. Eso suena trastornado. Milo le dirá a Annie que la extraña. Que desearía no tener que mudarse.
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Y para confirmar sus peores deseos, Milo no está en su banca esperándola. Al menos hace frío afuera. El fresco hace a su piel contraerse, estrecharse, y arder entumecida, casi hasta el punto en que no puede sentir nada. Se sienta en la banca y espera, congelándose en la porquería, hasta que la segunda campana suena y está llegando oficialmente tarde. Milo nunca aparece. Los viernes son 10.000 por ciento diferente a los lunes. Nadie la ignora. No pueden. Ahora, todos sus compañeros la observan con puro horror. Sarah toma asiento en el asiento dentro de su aula. Hay un crujido de las patas de sillas y mesas de aquellas que intentan alejarse
de ella. Ni siquiera el rechazo puede penetrar en la porquería. Es una armadura corporal. Debajo de ella, no siente nada. Con cada paso, leve movimiento o giro, su olor se escapa. Un olor agrio, crudo, penetrante. Los chicos suben los cuellos de sus remeras hasta cubrir sus narices. Las chicas presionan sus perfumadas muñecas en sus caras. Es hermoso.
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Excepto, que puede notar que no esperaban algo menos desagradable de ella. No hay sorpresa, o impresión. Sólo una sensación de destino.
32 Traducido por AariS Corregido por βelle ❤
D
anielle está en la puerta de la oficina de la piscina con una mano agarrando su hombro. —¿Entrenadora Tracy? —Presiona las palabras a través de
sus dientes.
La entrenadora Tracy gira en su silla, pareciendo inmediatamente preocupada. —Danielle. ¿Qué pasa? ¿Por qué no estás en tu traje de baño? —Creo que me lastimé el brazo ayer en la sala de pesas. Debo haber hecho demasiados levantamientos. —Danielle se alarma cuando la entrenadora Tracy se pone de pie—. Yo… yo no debería haber intentado presumir. Estoy pensando que sería mejor no meterme en el agua hoy. Usted sabe. Como precaución para el encuentro de mañana. La entrenadora Tracy presiona un pulgar suavemente en el músculo del hombro de Danielle. Danielle aspira fuerte una bocanada de aire en el momento justo.
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—Esto es un problema. Necesitas practicar con tu equipo para poder establecer la sincronización para el encuentro mañana. Aún no hemos trabajado en tus giros de vuelta. —La entrenadora Tracy presiona un par de otros lugares por el brazo de Danielle. Danielle respinga como cree que debería—. Voy a tener que sacar a otra nadadora para ocupar tu lugar. —Estoy segura de que estará mejor mañana, Entrenadora Tracy. Lo juro. Y me sentaré en la práctica, así no me perderé nada. Simplemente no quiero agravarlo. Realmente creo que sólo necesito un día de descanso de nadar, y se sentirá mejor. La entrenadora Tracy continúa pinchando su hombro, pero su toque se siente diferente de lo que lo era momentos antes. Como si fuera menos diagnóstico y más jugar a actuar.
—Si crees que es lo que necesitas, supongo que no puedo discutir contigo. Pero no puedo correr el riesgo de que vayas a estar mejor mañana. Danielle está dolida mientras sale de la oficina de la piscina. Excepto que el dolor está en su pecho y no en su hombro. Ha estado allí todo el día. No puede entrar en el agua hoy. No cuando ha pasado tanto tiempo arreglándose el pelo esta mañana. No cuando tiene planes para después de la práctica, cuando tiene que lucir absolutamente lo mejor posible. Danielle toma asiento en las gradas. Mira al resto del equipo universitario sumergirse en el agua, junto con Hope, a quien la entrenadora Tracy ha puesto como su remplazo. *** Unas dos horas más tarde, Danielle se sienta en el vestuario, esperando a que Hope se cambie. —¿Estás segura de que todavía quieres conseguir pizza? — pregunta Hope—. Tal vez deberías ir a casa y descansar el hombro. Danielle dobla la toalla mojada de Hope. —La pizza no va a dañar mi hombro, Hope. —Pero ¿qué si la entrenadora Tracy te ve fuera con los chicos? Podría no permitirte nunca nadar en el equipo universitario.
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Danielle se da cuenta de que la forma en que Hope habla a veces la hace sonar como una hermana pequeña en vez de como una mejor amiga. Y Hope como que se ve como una hermana pequeña, también, con sus pantalones deportivos holgados, su camiseta sin forma, y la sudadera con capucha atada alrededor de su cintura. Tiene el pelo recogido en un moño flojo, medio seco después de la ducha de después de la práctica. Hope tiene un pelo realmente bonito, cuando se molesta en llevarlo suelto. Danielle piensa en sugerirle que debería. Pero no quiere mantener esperando a Andrew y sus amigos. Y de todos modos, no es como si Hope tuviera algo que probarles. —¿Qué podría posiblemente decir la entrenadora Tracy? Tengo que cenar. No es para tanto. —Y luego, porque tal vez ha sido un poco dura, Danielle añade—: Me alegro de que vengas conmigo. Dándole a entender a Hope que había sido idea de Andrew. No la había llamado después del incidente en la sala de pesas, no había contestado a sus mensajes de texto. Probablemente, se imaginó,
porque estaba preocupado acerca de lo enfadada que podía estar por el modo en que él había actuado. Pero la cosa era, Danielle no lo estaba llamando para gritarle. Había querido compartir las noticias de que ahora era una nadadora del equipo universitario. Vale, tal vez no era la corte de bienvenida, y no tenía nada que ver si era guapa o fea, pero era algo que Danielle sabía que Andrew e incluso sus amigos idiotas podrían respetar. Pero más que respeto, quería que Andrew estuviera orgulloso de ella de nuevo. Orgulloso de estar con ella. Así que esa mañana, se había levantado temprano y tomado tiempo extra en arreglarse. Había usado acondicionador en el pelo, e hizo una nota mental de que debería usarlo más a menudo. Se puso maquillaje y cambió su sujetador-camiseta por uno con relleno. Y finalmente, se puso el vestido de verano que había empacado para el Campamento Lago Clover, el que Andrew había dicho una vez que hacía a los chicos en su litera volverse locos. Hacía demasiado frío para algodón así de delgado, así que Danielle lo conjuntó con una chaqueta de punto y un par de leggings. Y luego había esperado a Andrew en su casillero antes de clase. —Hola —dice, sonando cansado. —Adivina qué —dice ella, saltando—, tengo noticias. Espera que la mirara. Andrew escarba en su casillero por sus libros. Usa la puerta para esconder su cara. Y de repente, el orgullo de su logro se tuerce en algo pobre. —Tus padres todavía no están, ¿verdad? Porque pensaba que después de la escuela, podría hacerte una visita otra vez. —Aún no estaba segura de cómo se sentía acerca de lo que habían hecho el miércoles, pero allí estaba, lista para hacer eso y más. —En realidad, un par de chicos vamos a ir a por pizza después de la práctica —dice. —Oh. —La sorprendió cuánta desesperación podía caber en una sola sílaba—. ¿Dónde? ¿Mimeo’s o Tripoli’s?
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—Probablemente Tripoli’s. No lo sé. —Me encanta Tripoli’s. Es la mejor pizza de la ciudad. —Andrew cierra la puerta de su casillero, y Danielle se encuentra a sí misma prácticamente parada encima de él—. Realmente estaba pensando en tener pizza esta noche, también, lo cual es extraño. —¿Quieres… quieres ir? —¿Quieres que vaya?
Se encoge de hombros. —¿Por qué me importaría si comes pizza o no? —Bien, entonces iré. —No era exactamente la invitación que había esperado, pero sabía que si ella y Andrew iban a funcionar, iba a tener que encontrar un modo de llevarse bien con sus amigos. No se trataba sólo de hacer que Andrew la viera como guapa. Era tan importante que Chuck y el resto de los chicos la vieran de ese modo, también. —Bueno, probablemente deberías invitar a Hope a venir, así no eres la única chica. Podría ser raro para ti si no. Y de esa forma, tendrás alguien más con quien hablar. —¿No es ese tu trabajo? Ya sabes, ¿Como mi novio? —Le da una mirada, y Danielle da marcha atrás. No quería que él rescindiera la invitación que apenas había extendido—. Vale. Traeré a Hope. Nos encontraremos con ustedes en la esquina después de la práctica. *** Danielle y Hope esperan durante veinte minutos en la esquina, estando atentas al Jeep de la entrenadora Tracy. Cuando Andrew y sus amigos no aparecen, Danielle se pregunta si su práctica se retrasó. Las dos chicas caminan hacia el campo. Está vacío. Hope suspira. —Pensé que dijiste que Andrew… —Debe haberse olvidado. Está tan enfocado en el partido de bienvenida. Es todo de lo que habla. Hope no dice nada más en el camino de cinco manzanas hasta Main Street, pero Danielle todavía está molesta con ella. Hope ya está fallando en su propósito: hacer las cosas menos incómodas para Danielle.
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Danielle ve un respiro en el tráfico y se precipita a través de la calle. Sabe que Hope está detrás de ella. Un coche toca la bocina, pero Danielle no se detiene. Tiene sus ojos en el Tripoli’s Pizza. Los chicos están dentro. Andrew, Chuck y un puñado de otros. Dos bandejas de pizza han sido despejadas, salvo por tres porciones y una pila de cortezas sin comer. Los chicos están siendo ruidosos, riéndose por algo. Pero se callan cuando Danielle camina a través de la puerta, Hope pisándole los talones. Danielle va directa a la mesa.
Chuck dice—: ¡Dan el Hombre! —Mi nombre es Danielle. Chuck mira con los ojos muy abiertos a los demás chicos. —Lo siento, Danielle. De todos modos, ¡es agradable verte, hombre! Los demás chicos ríen. Pero no Andrew. Él mira fijamente la mesa. —Pensé que se reunirían con nosotras en la esquina —susurra ella. Andrew rasca el queso pegado en su plato de papel. —Cierto. Lo siento. Los chicos prácticamente me transportaron hasta aquí después de la práctica. Estaban hambrientos. Además, el entrenador nos dejó ir temprano. Los demás chicos tienen sus cabezas abajo, también, así que no puede decir si Andrew está mintiendo o no. Y justo cuando Danielle nota que ninguno de los chicos se mueve para dejar espacio para ella o Hope, siente una mano tocando su hombro. —Aquí —dice Hope, guiando a Danielle hacia atrás—. Nos conseguí una mesa. Danielle está temblando. Nunca ha estado tan avergonzada. Pero ¿qué podía haber esperado? Prácticamente obligó a Andrew a invitarla. Si sólo pudiera volver atrás en el tiempo y salvar las apariencias. No habrá una salida fácil ahora. Tendrá que serenarse, o arriesgarse completamente a humillarse a sí misma.
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Danielle se acerca al mostrador y pide para ella y Hope una porción y un refresco cada una. Cuando se sienta de nuevo, la conversación de los chicos está en marcha de nuevo. Mastica tan silenciosamente como puede y escucha desde su mesa. —No me importa lo que dicen esas chicas de último año. No hay manera en el infierno de que vote a Jennifer Briggis para reina de bienvenida —dice Chuck—. Lo convierte todo en una burla. Cualquier chica que es elegida la más fea de su clase no tiene derecho a ganar. Sin rodeos. —Danielle puede sentir los ojos de Chuck en ella, pero no se atreve a mirarlo a los ojos—. ¿Y han olido a esa porquería de Sarah Singer? ¡Es como si todas las chicas feas en la escuela se estuvieran uniendo para arruinar la bienvenida! —Chuck traga lo último de su refresco, aprieta su mano alrededor de la lata, e impulsa el aluminio arrugado hacia Andrew—. Y otra noticia de mierda, he oído que Abby no puede ir a tu fiesta de bienvenida, hermano. Está castigada. Pies crujen debajo de la mesa de los chicos. Otro chico ríe tan fuerte, que casi se ahoga. Danielle se pone rígida. ¿Una fiesta en casa de Andrew? ¿Después de la bienvenida? ¿Por qué no le ha dicho nada a ella? —Cállate, Chuck —sisea Andrew.
Chuck se queja. —Uh, si. Como estaba diciendo, Abby es tan caliente. ¿Verdad, Andrew? Danielle no puede respirar. —No sé de lo que estás hablando. Chuck se levanta, regocijado, y señala a Andrew. —¡Mentiroso! ¡Me dijiste que la masturbaste la otra noche! Andrew le tira una corteza de pizza a Chuck. Los demás chicos aúllan. Hope se levanta tan rápido, que su refresco salpica sobre su plato. —Vámonos. —Pero Danielle está paralizada con la vergüenza—. ¡Danielle, vamos! —Hope la saca de detrás de la mesa y la empuja a la puerta—. Eres un cabrón, Andrew —dice en su camino a la salida. Hope se lo está reservando bajando la calle lejos de la pizzería tan rápido como puede, arrastrando a Danielle junto con ella. Pero Danielle no quiere irse. Quiere darle a Andrew una oportunidad de explicarse. Intenta liberar su mano. —Hope… —¿Qué te pasó, Danielle? ¿Has olvidado cómo defenderte? Hope tiene lágrimas en sus ojos cuando lo dice. Y, para Danielle, eso duele más que cualquier otra cosa. Andrew sale y trota hasta ellas. —Oye. No te enfades, ¿vale? Hope abre la boca para tirarse a su cuello de nuevo, pero esta vez, Danielle da un paso delante de ella. Se traga las lágrimas y dice—: ¿Que no me enfade? ¿Estás bromeando? ¿Vas a tener una fiesta después de la bienvenida y no me invitaste? —¡Ni siquiera es una fiesta, Danielle! Es sólo un par de personas que hablan de pasar por allí. No quiero que nadie venga. Si mis padres lo averiguan, me matarán. Pero Chuck es… mira, no creí que quisieras venir. No quería ponerte en esa posición de pasar una noche con Chuck. No con toda la mierda que ha estado diciendo de ti.
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—Hmm. Qué considerado. —Danielle se cruza de brazos—. Oye, sólo me pregunto, ¿diste la cara por mí? Como, ¿antes? Andrew se mira los zapatos. —Me preocupo por mis amigos, ¿de acuerdo? Me preocupo por sus opiniones. —Yo también. Eso es por lo que he pasado la semana entera defendiéndote ante Hope. Diciéndole que eres un buen chico, a pesar de que apenas has hecho nada para hacerme sentir mejor. Andrew levanta las manos. —No puedes culparme por no saber qué decir. No sé por lo que estás pasando.
Es probablemente cierto. Pero durante el tiempo que lo ha conocido, Andrew ha tenido un resentimiento en sus hombros. Siempre teme no estar a la altura de Chuck y el resto de sus amigos. Cosas de fútbol, su ropa, su cuerpo. Podía haberlo entendido, si lo hubiera intentado. Si hubiera cavado profundo. —Me he salido de mi forma de ser para hacerte sentir bien contigo mismo. ¿Cuándo has hecho eso tú por mí? —Una calidez se está extendiendo por su cuerpo, haciéndola entrar en calor—. ¿Y así es como rompes conmigo? ¿Humillándome delante de tus amigos? Andrew la mira por fin. Murmura—: No rompí contigo. Necesita un segundo para asimilar sus palabras. ¿Andrew aún quiere estar con ella? Busca en su cara un atisbo de alguien que recuerda quién había sido ella antes del lunes. El chico que había estado orgulloso de estar con ella, que la había perseguido durante semanas en el campamento. ¿Cómo puede cambiar tanto en una semana? Danielle no ha perdido sólo su sentido de identidad, sino que ha perdido el sentido de la identidad de Andrew, también. Ve huellas de tristeza en las esquinas de sus ojos y en los bordes de su boca. Esta es la Cara de Juego de Andrew, se da cuenta. Una máscara para esconder la vergüenza de cómo ha actuado y la forma en la que la ha tratado. Se trata de un pequeño vistazo de que, en el fondo, lo siente por cómo la ha tratado. Es un poco de consuelo para ella. Pero no mucho.
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Porque la Cara de Juego de Danielle se ha acabado. Es lo suficientemente valiente como para ponerse al descubierto, para sacarlo todo allí para que él lo vea. Lo bonito y lo feo y todo. Quiere que Andrew haga lo mismo por ella. Ser verdadero con ella por una vez. Admitir que, sí, apesta tener a su novia en la lista. Es vergonzoso. Pero no debería permitir a sus amigos tratarla de esta forma. Debería defenderla. Admitir que su Cara de Juego ha sido un acto de cobardía, no de fuerza. —Vuelve con tus amigos —dice—. No puedo hacer esto más. Danielle está sorprendida. Sinceramente. De sí misma, por ser la que lo termina y de Andrew, por alejarse tan rápidamente.
33 Traducido por macasolci Corregido por KatieGee
E
s idea de Bridget rastrillar el pasto luego de la cena. Le dice a su familia que quiere hacerlo por el dinero, pero es una mentira. Lo hace porque apenas sudó jugando al bádminton en el gimnasio. El trabajo repetitivo alivia su ansiedad. Rastrillando las hojas con los delgados dedos de metal, atando la bolsa de basura y arrastrándola por el césped hasta la calle del frente. Se mueve tan rápido como puede, para tratar de mantener su corazón acelerado, para seguir quemando calorías. Bridget escucha una ventana abrirse. Levanta la mirada al segundo piso y ve a Lisa sacando la cabeza. Lisa la llama—: ¿Necesitas ayuda? —No te preocupes por eso. —Bridget se apoya en el rastrillo. Se siente un poco mareada. —¡Está bien! No tengo nada que hacer. No la dejes ayudarte. Tendrás menos que hacer. Menos calorías para quemar. —No voy a dividir el dinero —dice Bridget secamente. Pero lisa ya ha cerrado la ventana. Y unos pocos minutos después, está afuera, al lado de ella con otro rastrillo.
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Bridget odia a Lisa a veces. Bridget se queda cerca del garaje y le dice a Lisa que rastrille cerca de la valla. Aunque hay un patio entero entre ellas, Lisa continúa tratando de conversar. —Escuché que hay una fiesta en la casa de Margo esta noche. —¿Oh, sí? —¿No vas a ir?
Las amigas de Bridget iban a ir. —No creo. —¿Por qué no? ¿Es por toda la cosa del "Vota por la Reina Jennifer"? Personalmente, voy a votar a Margo, aunque ya sabes... la gente está diciendo que es la que hizo la lista. Bridget había escuchado eso. Trataba de pensar en Margo, y las conexiones que había entre las dos, por qué Margo la habría elegido como la más linda del penúltimo año. Lo único que se le ocurría era que ambas habían besado a Bry Tate una vez. —No creo que Margo la hiciera. Lisa se encoge de hombros. —Tiene sentido para mí. Si yo hiciera la lista, me pondría en ella. ¿Por qué no? Las chicas terminaron de rastrillar el patio y se dirigieron adentro. La señora Honeycutt inspeccionaba su trabajo desde la ventana de la cocina después de la cena. Además de lo que le pagaban a Bridget, la señora Honeycutt le daba a ambas dinero extra para conseguir los ingredientes extras para hacer batidos de helado. —No estoy de humor para helado —le dice Bridget a su madre. —No estás de humor para nada comestible —se queja Lisa. Pasa el dedo por el plato de puré de papa, una porción que Bridget había dejado durante la cena, que todavía tenía que guardarse en la heladera. Bridget quiere matar a su hermana. En cambio, le agradece a su madre y toma las llaves del auto. —¿Qué sabor deberíamos comprar? —Lisa abre una de las puertas de vidrio del congelador. El frío sale en forma de nubes. —No me importa, Lisa. —¿Qué tal menta con chispas de chocolate? Bridget sacude la cabeza. —Eso no hará un buen batido. Sólo usa vainilla. —Las palabras salen y abrigan su boca con una dulzura imaginada.
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—Pero la vainilla es aburrida —dice Lisa. Bridget se envuelve con los brazos para mantenerse caliente. —Si no te gustan mis sugerencias, entonces ¿por qué me preguntas? —Dios. Los siento. Mientras Lisa debate sabores, Bridget trae el resto de los ingredientes. Granas de colores, crema batida, salsa de chocolate y un
frasco de cerezas rojas en jarabe. Se alegra de que los ingredientes estén dentro de cajas, en frascos. Se vuelve a encontrar con Lisa en la caja. Eligió vainilla después de todo. —Mierda. Olvidamos las bananas. Bridget pone las cosas en la cinta transportadora mientras Lisa sale corriendo. La cajera es una mujer mayor con un delantal de la tienda. Ni siquiera mira a Bridget mientras escanea los ítems. Bip... bip... bip. A medida que la fila de artículos se desliza por la cinta del supermercado, Bridget evita hacer contacto visual con las multitudes de mujeres perfectas mirándola desde atrás de sus brillantes cubiertas, más o menos diez especímenes preservados y protegidos por estanterías de metal para revistas. Sus sonrisas parecen lo suficientemente amigables, pero Bridget sabe que es una trampa. Si mira demasiado comenzará a comparar los tonos de sus dientes, la circunferencia de sus brazos. Analiza los titulares en negrita y encara una lista de todas las cosas que están mal con ella. Es un completo asalto, un bonito coro griego rogándole que pague por sus secretos. El chico de las bolsas es tal vez algunos años mayor que ella, aunque Bridget no le había dado una mirada lo suficientemente buena a decir verdad. Sólo un rápido asentimiento para indicar que prefería papel antes que plástico. Allí es cuando lo nota mirándola. Siente los ojos del chico de las bolsas cortándola en partes, como el hombre de la carne en la ensangrentada parte trasera del supermercado. Un par de tetas, un pedazo de culo, un par de piernas. Lo último que nota es la cara de Bridget. Las modelos de las revistas sonríen con aprobación, como testigos impasibles. Bridget actúa distante, haciendo de cuenta que no se da cuenta. Pero por dentro, está enferma por eso. No le gusta la atención. No quiere que la mire. Hace que le suden las palmas.
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—Bien —anuncia Lisa cuando vuelve—. ¡Ya estamos listas! Es como si Lisa pudiera sentir lo que está pasando, porque se asoma tímidamente por detrás de su hermana. Hace que Bridget sea más consciente de sí misma. Tan pronto como entiende su cambio, se encamina a las puertas y deja a Lisa que tome las bolsas del chico. Las mejillas de Bridget todavía están rojas cuando llega al auto. —Ese chico estaba totalmente echándote un vistazo —dice Lisa. —No, no lo estaba.
—Sí lo estaba. —Lisa mira con tristeza hacia la bolsa con el helado—. Desearía que alguien me echara un vistazo. Bridget chasquea. —¿Por qué sigues diciendo ese tipo de cosas de todas formas? En el centro comercial y recién, con este chico. Es como si todo lo que hicieras es pescar cumplidos. Lo que, por cierto, es increíblemente poco atractivo. Bridget ve el labio inferior de Lisa comenzar a temblar, pero hace de cuenta que no lo ve. Se mete en el auto y cierra de un portazo la puerta. Lisa no se mete en el auto de inmediato. Sólo se para allí, afuera en el aparcamiento, su espalda presionada contra la ventana de pasajero. —¡Vamos, Lisa! ¡Tu precioso helado se está derritiendo! —grita Bridget. Lisa finalmente se mete en el auto. Ninguna habla en el camino a casa, pero Bridget puede sentirlo. Lisa. Dirá algo. Va a gritarle. Cuando Bridget se acerca a la casa, marca el teléfono de una de sus amigas. Con el celular en el oído, le hace señas a Lisa para que meta las bolsas en la casa. Va directo a su habitación y pretende considerar ir a la fiesta en casa de Margo esta noche. En realidad, en cambio, quiere una excusa para no comer helado. La conversación está terminando cuando escucha a Lisa subir las escaleras. Aunque su amiga cuelga, Bridget todavía sostiene el teléfono en su oído. Lisa abre la puerta. Ha hecho un batido de helado. Es grande, con dos cucharas. Estoy al teléfono, modula Bridget.
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Lisa se sienta, frunciendo las cejas. Bridget sigue diciendo "mm-hmm" al teléfono mudo. Observa a Lisa dejar el helado y caminar al vestido que está colgando detrás de la puerta de su armario. Bridget no quiere que su hermana vea la etiqueta, el tamaño. Dice "adiós" realmente rápido y luego cierra su teléfono. —Te dije que no quería helado. —Lo sé —dice calladamente Lisa, mientras se sienta de vuelta en la cama de Bridget—. Pero quiero que comas este conmigo.
Bridget no puede soportar el dolor en el rostro de Lisa. La plegaria. Así que se levanta y toma su bolso de libros del suelo y empieza a husmear en él. —En realidad, tengo tarea que hacer. Así que... —Bridget. Sólo come un poco. —Hablo en serio, Lisa. Déjame sola. Lisa luce como si pudiera llorar. Como lo hacía cuando era pequeña y Bridget no la dejaba tocar ninguno de los muebles de la casa de muñecas. —No estás comiendo. Sé que no estás comiendo. Como este verano. Bridget suspira. —Quiero lucir bien en mi vestido del baile de bienvenida, ¿de acuerdo? —Aún así necesitas comer. —Y luego, con increíble decepción, añade—: Estabas tan bien cuando volvimos a casa de la playa, Bridge. Bridget detesta que su hermana sepa. Odia que no sea mejor escondiendo cosas. —Comeré, Lisa. Te lo prometo. Luego del baile. Una lágrima cae por el rostro de Lisa. —No te creo. Bridget también comienza a llorar. —Te lo digo. Luego del baile de bienvenida, comeré. Volveré a la normalidad otra vez. Lo juro. ¿Sabes como sigues hablando de la lista, queriendo estar en ella algún día? Bueno, sólo piensa en las cosas desde mi perspectiva. Es un montón de presión. Lisa sigue llorando. Es como si no hubiera escuchado nada de lo que dijo Bridget. —Me haces sentirme mal conmigo misma, ¿sabes eso? Cada vez que como, me siento mal conmigo misma ahora. Yo jamás solía ser así.
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—Lisa... Lisa sacude la cabeza. —Si no comienzas a comer, le diré a mamá y a papá. Lisa se seca la cara con la manga y se va. Deja el cuenco de helado allí para que se derrita. Para Bridget, es la cosa más mala que Lisa podría haber hecho.
34 Traducido por Marie.Ang Corregido por Violet~
A
bby se sienta sola en su dormitorio, mirando su reflejo en la tenue pantalla del televisor como un espejo sucio. Cuando el olor de la comida alcanza su cuarto, se dirige escaleras abajo. Nadie la llama para la cena. Su familia ya está sentada en la mesa redonda. La comida ha sido dividida y servida en los platos, salvo por el filete de Abby, papas al horno y ensalada, que están esperándola en el mostrador. Abby pretende regatear lo demostrado esta tarde, pero se sirve a sí misma sin decir nada. Sus padres desenvuelven el periódico de envase de plástico azul y reparten los pliegues. Fern mantiene su libro abierto con un vaso de leche y molinillo de pimienta, y empieza con su carne. Está releyendo el primer libro de la serie Efecto Blix antes de la película, así cada detalle estará fresco en su mente. La cubierta del libro está dividida y desgastada, casi todas las páginas manoseadas. Abby toma su asiento, apretando la silla de Fer cuando pasa y sin decir permiso, y va sin crema agria para su papa al horno porque necesitaría pedirle a Fern que se la pase. No le ha hablado a Fern, hecho contacto visual con Fern, o siquiera reconocer la existencia de Fern desde que le dijo que falsificó la firma de su madre en el reporte de progreso.
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A pesar de la ley del hielo, la ira hierve como una pequeña brasa dentro de Abby y no muestra signo de desaparecer. Una radio en el mostrador de la cocina es sintonizada en la estación de noticias a un volumen bajo, lo que hace parecer como si hubiera un quinto invitado para dirigirles la conversación. En la mayoría de las noches, las tres personas levantan la vista de sus lecturas y ofrecen opiniones a los conflictos internacionales o de los mercados financieros o de los avances científicos. Nunca Abby. Para ella, la voz es ruido blanco, como los autos de tracción en las calzadas de al lado, el avión volando sobre el techo en el camino de la ciudad. Normalmente
come con su teléfono celular acunado en su regazo, así puede sentir el zumbido intermitente con los mensajes de sus amigos. Ésta noche, Abby en realidad trata de seguir a lo largo de los pedazos de conversación que son arrojados como una pelota sobre su cabeza, un juego de mantenerse alejada. Ella interviene, sin formar una opinión propia, pero estando de acuerdo con las cosas que su papá o su mamá dicen. Sus padres parecen gratamente sorprendidos cada vez que Abby habla. Fern no dice ni una palabra. Abby espera hasta que cada uno termina de comer, y entonces cortésmente se ofrece de voluntaria para limpiar la mesa y lavar los platos. Su mamá y papá fruncen el ceño a través de sus platos sucios y papeles arrugados. —Esto no va a cambiar nuestra decisión, Abby —le dice la Señora Warner. —Nos mentiste, le mentiste a tu profesor, y como resultado, no irás al baile de bienvenida —dice el Señor Warner, mirando por encima de sus gafas. Fern se frota la boca con una servilleta de papel y luego deja que la bola de papel delgado cayera en su plato, donde se tiñe de rojo con los jugos de su filete. —Lo sé —murmura Abby. Odia como se dejó engañar por Lisa, quien había corrido a su casillero después de la escuela y lanzó la idea de que si tal vez fuera mucho más que ser bien educada, ellos aliviarían su castigo. La gravedad de todo finalmente se derrumba a su alrededor. No usará el vestido de sus sueños. No conseguirá bailar con estudiante de último año. No irá a la fiesta de la casa de Andrew. Es como si la noche, un asombroso recuerdo de que podía haber mirado hacia atrás por siempre, ya había sido arrancado de su diario. Y es la culpa de Fern.
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—Fern —dice el Señor Warner—. Cuando hablamos con el señor Timmet hoy, nos dijo que Abby tiene una prueba la próxima semana. —Nos gustaría que la ayudaras a empezar a preparar su fin de semana —dice la Señora Warner. Abby se pone de pie recoge los platos, su corazón se alojó en su garganta como una gran y cartilaginosa pieza de carne. Es humillante escuchar a su familia hablar sobre ella como si no estuviera allí. Se pregunta que tipo de cosas dicen sobre ella cuando no está en la
habitación. Cosas como “Pobre y estúpida Abby.” Y, “¿Por qué no puede ser Abby más como tú, Fern?” —En realidad, el Señor Timmet me mencionó eso después de la escuela hoy —dice Fern, recostándose en su silla, así Abby puede tomar su plato—. Pero voy a ir a ver la película Efecto Blix esta noche. Y después de eso, todos vamos a ir a cenar. Así que… no puedo. La señora Warner dice—: Bueno, ¿qué tal todo el sábado y domingo? Y entonces, cuando Fern abre la boca para responder, el señor Warner añade—: ¿Qué es más importante, Fern? ¿Ayudar a tu hermana o una película? —Fern no responde, así que él continúa—: Serás la tutora de Abby por al menos dos horas mañana por la tarde, o de lo contrario no Efecto Blix. Abby recoge el vaso de Fern, a pesar de que todavía hay leche en él, causando que el libro de Fern caiga plano. —¿Por qué pasas el rato en el salón de señor Timmet cada día, Fern? —pregunta. —¿Te enamoraste de él? —Abby mira complacida como Fern ser vuelve púrpura—. Él está casado, ya sabes —continúa—. La imagen de su esposa está en su escritorio. Es totalmente caliente. —¡Abby! —regaña la Señora Warner—. No seas tan grosera. —¿Qué, mamá? ¿No crees que sea raro que Fern esté, como obsesionada con el señor Timmet? Que corre a su salón cada día después de la escuela, ¿incluso a pesar de que él ya no es su maestro? Nunca la he visto hablar a los chicos de su clase. —Pone sus manos alrededor de su boca y susurra falsamente—: Creo que está con hombres mayores. Fern salta de la mesa. Abby sonríe mientras los pasos de Fern pesan en la escalera y en el pasillo. —Abby, por favor, deja a tu hermana en paz.
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—Sabes que Fern no sale tanto como tú. Se siente más cómoda entre los adultos. —¡Eso es porque es una rechazada social! —grita Abby, esperando que su voz se alzara a través del techo. Después de añadir otro día a su castigo, sus padres se retiran a sus respectivas oficinas. Abby se toma su tiempo cargando el lavavajillas, deslizando cada plato en la jaula para se aniden perfectamente. Limpia las encimeras y la mesa y barre el piso. Cuando la cocina está brillando, apaga las luces, la radio y tristemente sube las escaleras.
Cuando llega a su habitación, Abby se para en la puerta y mira a su hermana mientras Fern se viste para ir a su película. Con su camiseta de gran tamaño, Fern apenas parece una chica. Abby podría ayudarla. Podría mostrarle a Fern como planchar su cabello, ayudar a Fern a elegir mejor ropa. Tal vez Fern pueda encontrar a un dulce chico nerd en la película ésta noche, alguien a quien le gusten esos estúpidos libros tanto como a ella. Pero Abby no lo hará. Nunca la ayudará después de lo que Fern le ha hecho.
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En lo que a ella respecta, ya no son más hermanas.
35 Traducido por CrisCras Corregido por Gely Meteor
C
andace se baja frente la casa de Lauren unos pocos minutos más temprano. Está de pie en la acera y se queda mirando la vieja casa, la pintura blanca descascarada de las tejas, los arbustos crecidos y sin forma, las hojas muertas cubriendo la hierba. Piensa con inexpresiva sinceridad: Ésta es la chica que me ha robado todos mis amigos. Alarga la mano para alcanzar las flores de su asiento trasero y retira cualquier pétalo marchito. Es costumbre de su madre aparecer con un pequeño regalo para sus anfitriones. Candace nunca lo ha hecho antes, aunque ha cenado un millón de veces en las casas de sus amigas. Pero esta invitación es diferente. Hay una misión entre manos. —Mi madre quiere conocerte —había dicho Lauren cuando había llamado ayer—. ¿Puedes venir a cenar mañana? Por favor. —¿Por qué quiere conocerme? —Ella es… —Candace podía prácticamente oír al cerebro de Lauren ardiendo mientras elegía sus palabras—, muy protectora. — Entonces Lauren suspiró. Hizo un sonido estático, el teléfono demasiado cerca de su boca—. Y no me dejará ir a tu fiesta a menos que te conozca.
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Candace se muerde el labio. No está enteramente segura de si quiere a Lauren en su fiesta. La chica es agradable y todo, pero la invitación había sido más para hacer las paces con el resto de sus amigos. —¿Qué saco yo de esto? —Si yo no voy, ninguna de las otras chicas irá tampoco —dice Lauren con la mayor naturalidad—. Así que, ¿vendrás? ¿Mañana por la noche? Candace frotó sus ojos. A veces Lauren era totalmente despistada, como una niña criada en el desierto. Y entonces, otras veces, parecía saber exactamente qué estaba pasando. —¿Un viernes por la noche? Supongo que me encontraré con algunas personas —se quejó Candace, más que nada para demostrarle
a Lauren el sacrificio que era. No tenía planes—. Bien. Seguro. Supongo que puedo salir más tarde. Después de que Candace hubiera colgado se sorprendió al sentirse halagada. Aunque la invitación había sido una de desesperación, Lauren aún confiaba en ella para actuar como representante de sus amigas, a pesar de lo que la lista había dicho sobre ella y de todas las cosas mezquinas sobre las cuales las chicas estaban, ciertamente, poniendo al corriente a Lauren. Así que Candace había decidido hacerlo. Llevaría una bonita falda y una chaqueta de punto. Llevaría flores. Y de cualquier modo, Candace había estado curiosa sobre la vida familiar de Lauren y quería verlo por sí misma. Aún no estaba convencida de que la chica no perteneciera a algún extraño culto religioso. Y, por su vida, no podía entender qué acerca de la Crin de Caballo había hecho caer a sus amigos. Exactamente un minuto antes de las siete, Candace llama al timbre. Lauren se alegra cuando abre la puerta y ve las flores. Es bonito. —Estas no son para ti —dice Candace, apartando el ramo. Mira por detrás de Lauren y consigue un rápido vistazo de la sala de estar. Un sofá floral con un hueco en el centro de cada cojín, una pesada mesa de café de roble y una lámpara dorada, la cual Candace decide que es la más fea que ha visto alguna vez. No hay fotos ni velas en pequeños vasos como hay sobre la repisa de la chimenea en casa de Candace. Huele a ácido y a limón, como a líquido de la limpieza. Las cortinas han sido abiertas, pero hay un plástico impermeable en las viejas ventanas, sellando el viciado aire dentro.
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La señora Finn sale de la cocina, una versión aun más pálida de Lauren. Todo en ella parece cansado, desde su pelo liso hasta sus aburridos pantalones y su obsoleta blusa oscura a rayas de manga hasta la punta de sus dedos. La señora Finn es tan diferente de la propia madre de Candace. No lleva puesto maquillaje y se viste más como una abuela. Dicho esto, Candace odia cuando su madre toma prestado uno de sus tops para llevarlo puesto a una de sus citas con Bill. Pero por lo menos su madre intenta ir bien. La señora Finn quizás podría ser guapa con un pequeño esfuerzo. Pero parece como si la señora Finn se hubiera abandonado a sí misma hace mucho tiempo. Candace duda que haya estado en cualquier cita en mucho tiempo. —Hola, señora Finn. Esto —dice presentando las flores—, es para usted.
Lauren le sonríe de alegría a Candace, y ésta le da un rápido vistazo. Ella ya está bastante nerviosa. La señora Finn asiente con la cabeza y hace un gesto hacia Lauren para que las tome. —La cena estará lista un poco tarde —anuncia—. He empezado en un nuevo empleo, y bien… —El tiempo se nos fue—dice Lauren—. Sé que dijiste que tenías planes para más tarde. ¿Está bien? Candace no quiere quedarse más tiempo del que tiene que hacerlo. Pero sonríe y dice—: Claro. No hay problema. El comedor está preparado para un invitado formal, con agua del grifo servida en copas de cristal. Candace no puede encontrar un florero, así que pone las flores en un tarro de salsa de tomate y lo coloca en el medio de la mesa. —Voy a ayudar a mi madre en la cocina —dice—. Vuelvo pronto. —Vale —contesta Candace y se sienta sola por lo que se siente como una eternidad. Ella pensaba que esta cena se suponía que era para llegar a conocerla, y ahí está, sentada en una habitación oscura y sola. Finalmente la señora Finn trae una olla de espaguetis. Lauren sirve a todo el mundo, sonriendo como un ama de casa robótica. —Así que, ¿usted creció en esta casa, señora Finn? —pregunta Candace, sólo por conseguir algo de conversación. —Sí. —¿Fue al instituto Mount Washington? —Lo hice. Aunque parece muy diferente de cuando yo era una estudiante.
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—Estoy segura de que las cosas son las mismas —señala Candace, pensando en los sillones de la biblioteca que huelen a humedad, las viejas y polvorientas vitrinas de trofeos, los imposiblemente incómodos asientos del auditorio. —Estoy segura de que tienes razón —dice la señora Finn. Sólo hace falta un mordisco para que Candace sepa que los espaguetis no han sido completamente cocidos. Deja su tenedor y se concentra en el pan de ajo. —Entonces, háblame de ti, Candace. Candace toma un sorbo de agua y junta las manos en su regazo.
—Bien, soy una estudiante de segundo año como Lauren. Vivo en Elmwood Lane, al otro lado de la ciudad, con mi madre. —¿Qué hace ella para ganarse la vida? Candace se alegra. Le gusta hablarle a la gente sobre el trabajo de su madre. Señoras, especialmente. Siempre la presionan por secretos de belleza. —Es una artista profesional del maquillaje. Para el noticiero nocturno local. La señora Finn parece sorprendida, pero no exactamente impresionada. —Ese no es el tipo de trabajo sobre el que se oye hablar todos los días. —Solía trabajar en el mostrador de maquillaje de unos grandes almacenes —explica Candace—. E hizo una consulta de maquillaje para una de las presentadoras. Como un cambio de imagen, ¿sabe? De cualquier forma, a la señora le encantó y recomendó a mi madre para el trabajo. —Eso está muy bien —dice la señora Finn. Y, antes de que Candace tenga la oportunidad de agarrar su tenedor otra vez, añade—: Entonces, ¿qué tipo de libros te gusta leer? —¿Perdón? —¿Qué tipo de libros te gusta leer? —repite la señora Finn—. A Lauren le encanta leer. Lauren asiente. —A mí también. Candace no ha leído un libro en meses. Ni siquiera el último que su profesora de inglés había mandado, Ethan Frome. —Ethan Frome —dice Candace. —Yo adoro Ethan Frome —grita Lauren—. Es tan romántico y triste. Quiero decir, ¿puedes imaginar que te ves forzada a vivir con tu esposa y la amante a la que has lisiado involuntariamente? Candace sonríe rígidamente. —No, no puedo.
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—¿Qué más has leído recientemente, por placer? Candace toma un sorbo de la templada agua del grifo y deja su copa. —Ummm… —dice, alargando el sonido de la m tanto como puede. —Mamá —llama Lauren, un poco más bajo—. La estás poniendo en un aprieto.
—Creo que he leído muchas revistas. Más de lo que lo he hecho con libros. —Candace baja los ojos—. Es malo, lo sé. —No lo es —dice Lauren, defendiéndola—. Las revistas son geniales. Me encantan las revistas. —Lauren me ha dicho que tienes muchos amigos en tu clase. ¿Qué crees que le atrae a la gente de ti? En este momento, nada. —En realidad no lo sé. ¿Quizás que soy honesta? —Honestidad. Me gusta la honestidad. Es bueno, porque tengo una honesta pregunta que hacerte. Y es si no estás disfrutando de la cena, porque claramente no lo haces. —La señora Finn se ríe, pero Candace y Lauren no lo hacen. Sólo se miran la una a la otra nerviosamente—. Me gustaría saber por qué piensas que de repente todo el mundo se siente atraído hacia mi hija. Candace se sorprende con su respuesta. En vez de decir que Lauren es guapa elige decir en su lugar—: Porque es agradable. —Muchas gracias por hacer esto —articula Lauren, acompañando a Candace hasta la puerta—. Espero que no fuera tan terrible —añade en un susurro bajo. Lauren se ve cansada, agotada. Como si esto no hubiera sido nada divertido para ella tampoco. —En absoluto —dice Candace, a pesar de que se siente completamente detestable. La señora Finn no estaba interesada en llegar a conocerla, sólo quería probar que no era digna de la amistad de su hija. No te preocupes, Candace quiere gritar sobre su hombro. No somos amigas. Ni siquiera cerca. La mano de Lauren toca su hombro, amable. —Sé que ha sido una semana dura, pero las chicas entraran en razón. Voy a hablar muy bien de ti con ellas.
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—Gracias —dice Candace. Quiere decir eso, casi demasiado. En su camino por la acera algo se apodera de Candace y ralentiza su ritmo. Piensa en preguntarle a Lauren si quiere venir a pasar un rato con ella. En primer lugar, Lauren podría tener un par de horas lejos de la señora Finn. Pero además Candace tiene esta repentina, urgente necesidad de hablar con ella. Quiere que Lauren sepa que no es una chica mezquina. Quiere disculparse por ser una puta en el baño el martes, cuando Lauren sólo intentaba ser amable. Quiere retroceder a esta noche, empezar la cena y actuar mejor enfrente de la señora Finn.
Se da la vuelta, pero Lauren ya ha empezado a cerrar la puerta entre ellas. Antes de que se cierre de golpe, grita—: Diviértete ésta noche, Candace. Oh, cierto. Sus planes falsos.
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—Lo intentaré —expresa Candace, incluso aunque no lo hará.
36 Traducido por Monikgv y MarMar Corregido por Gely Meteor
J
ennifer cuenta cincuenta y ocho, cincuenta y nueve, sesenta Mississippi, y toca el timbre por segunda vez. Y, por segunda vez, no abre.
No había visitado la casa de Margo en cuatro años. No oficialmente, al menos. Había conducido por allí de vez en cuando, sin motivo real que no fuera ver si seguía de pie. Jennifer se inclina sobre la barandilla lateral y se asoma por la ventana del dormitorio de Margo. El vidrio es oscuro, reflejando sólo las extremidades delgadas de un árbol desnudo en el patio delantero y los cables tensores que van desde un polo al otro. Jennifer presiona su oreja contra la puerta principal y toca el timbre de nuevo por tercera vez. Se presiona con fuerza para escuchar el timbre, pero el timbre está roto o enterrado bajo la música y las risas de la gente adentro. Toca un par de veces a la puerta. Luego golpea con el puño. Sombras se mueven alrededor detrás de las delgadas cortinas.
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Solía haber una llave escondida debajo de la alfombra. Margo siempre se olvidaba de las suyas y se quedaba afuera, y ella se habría aparecido en la casa de Jennifer unos minutos después de haberse despedido en la esquina para mirar dibujos animados o programas de entrevistas mientras alguien llegaba a la casa para dejarla entrar. Eso era en tercer grado, antes de que las cosas comenzaran a ponerse raras. Margo finalmente convenció a su madre de que dejara una llave debajo de la alfombra. Margo casi nunca vino después de eso. Jennifer se agacha y levanta la alfombra de alambre. No hay nada más que trozos de hojas muertas frágiles y suciedad por debajo. Una minivan conduce por la oscura calle. El conductor la mira, antes de dar la vuelta en una entrada cercana. Jennifer lucha contra los escalofríos. ¿Y si accidentalmente alerta al vecino de la fiesta y mete a Margo en problemas? Busca en su bolso su celular. Tan pronto como lo toca, Jennifer se da cuenta de que no recuerda el número de Margo. Nadie se molestó
en darle el de Dana o Rachel. Todo lo que le dieron a Jennifer fueron instrucciones de llegar a las ocho. La invitada de honor deja escapar un profundo suspiro. ¿Era una invitación real? ¿O sólo le tenían lástima? ¿Importa? Por otra parte, son cuarto para las nueve, así que es tarde. Pudieron haber pensado que se echó para atrás. Margo probablemente estaba esperándolo. A Jennifer le había tomado más tiempo de lo que pensó arreglar su cabello—mitad hacia arriba y hecho con rizos sueltos. Lo había usado exactamente de la misma forma en su foto más bonita, tomada cuando tenía nueve años en la fiesta de aniversario de sus abuelos. Margo había ido con ella, y cuando alguien traía una capa de pastel, las dos chicas cantaban una estrofa de su canción de bodas en frente de todos. Ellas habían practicado para ese momento durante todo el verano. En la foto, las dos chicas usaban vestidos de primavera, de pie juntas en el escenario bajo del sótano de la iglesia, con la boca abierta. La foto se quedó en la repisa de la sala de estar de su familia, incluso después de que su amistad se terminó. Jennifer la quería allí, un recordatorio de que había sido bonita una vez. De vuelta cuando la apariencia no importaba. La voz de Jennifer era mucho mejor que la de Margo. Todos en la fiesta lo habían dicho, no sólo sus abuelos. En fin, cuando Jennifer había pedido prestado el auto de la familia por la noche, se había sentido bien. Había pasado la tarde en el centro comercial, probándose montones de ropa antes de quedarse con un suéter negro ajustado y una falda de lana púrpura que Rachel y Dana habían sugerido que comprara. —¿Dónde es la fiesta? —La Sra. Briggis había preguntado. —La casa de Margo. —Sus padres la miraron, pero Jennifer sacudió con la mano su preocupación—. Está bien. Ya lo superamos. —Eres una buena chica, Jennifer.
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Cuando su padre y su madre le dieron un beso de despedida, ninguno notó la botella de vodka escondida en su bolso. A pesar de la metida de pata, aún hay un revuelo en su pecho, anticipación de cuan maravillosa podría ser esta noche. No importaba si cuatro años en la lista de la fea es lo que finalmente la trajo aquí. Está aquí ahora y va a hacerlo lo mejor que pueda. Sólo para mostrarle a Margo que estaba equivocada. El camino de grava cruje detrás de ella. Jennifer se da vuelta y está enfrente de un par de luces. El motor se calma y la iluminación se
apaga un momento después, dejando dos estrellas blancas en sus ojos. Cuando se desvanecen, ella ve a Margo. El cabello de Margo está mojado por la ducha. No está vestida, tampoco. Sólo un par de vaqueros, una camiseta de animadora, una chaqueta de punto, y sus Keds10. Toma dos bolsas plásticas del asiento trasero. —¿Por qué estás de pie afuera? —pregunta Margo con la clase de risa fría para las que las hermanas mayores son buenas. Llenas de mayor conocimiento. Antes de que Jennifer pudiera responder, Margo camina a su lado y le da vuelta a la perilla. La puerta principal está abierta. Jennifer entra. Está cálido adentro, húmedo, y hace que los dedos de Jennifer se pongan rojos e hinchados. Es más brillante de lo que había pensado que la fiesta sería, brillante como un aula de la escuela secundaria. No una iluminación tenue, sin candelas para ambientar. Mira más allá del perchero en la sala de estar. Luce igual que como lo recordaba, paredes grises con adornos blancos, sofás idénticos uno frente al otro enfrente de la chimenea, y una alfombra oriental marrón con flecos. Da un segundo vistazo. No. La alfombra es nueva. Hay chicos sentados en los sofás, en el suelo y también sentados en las mesas de café e inclinados contra los libreros. La puerta principal se cierra detrás de Jennifer y todos quienes la notan le sonríen y saludan. Pero no hay nadie de pie en la puerta revisando los reversos de los tiquetes del baile de bienvenida de la gente para asegurarse de que habían votado por Jennifer, como Dana y Rachel le habían prometido que habría. Jennifer sigue a Margo a la cocina. Dana y Rachel están sentadas en el centro de la isla, bebiendo un cóctel de frutas en copas de plástico de champaña. Están compartiendo un cigarrillo. —¡Margo! —gritan—. ¿Conseguiste los bocadillos? —Sip —responde. Desempaca una bolsa y guarda el resto en el gabinete que Jennifer recuerda, solían guardar el cereal—. Vamos a esconder esto de los chicos. Cerdos.
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—Hola, Jennifer —saluda Rachel, casi como si hubiera olvidado que Jennifer iba a venir—. ¡Me alegro de que vinieras! —¿Quieres un trago? —pregunta Dana. La parte superior de su labio está teñida de color rojo—. Inventamos esta cosa llamada Punchy Punch. Es muy dulce, pero es mejor que esa horrible cerveza barata que
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Keds es una marca americana de zapatillas de lona con suela de goma.
compraron los chicos. Y te pone ebria mucho más rápido. Toma, Margo. Dale un poco a Jennifer. Margo se sirve un vaso, y luego otro a Jennifer, medio lleno. Se lo da a Jennifer, pero no hace contacto visual. —Oh. Yo traje esto. —Jennifer saca la botella de su bolso—. No sé si es bueno —aclara con timidez. Dana toma la botella y revisa la etiqueta. —Bien. Es genial, de hecho —sonríe—. Gracias, Jennifer. Margo llama a las chicas, un cambio de formación de último minuto o algo así, y Dana y Rachel comienzan a discutir con ella. No están excluyendo a Jennifer, pero es obvio que no puede participar en la conversación. Seguramente, esto es parte del plan de Margo para hacerla sentir tan incómoda que se iría. Bueno, eso no va a pasar. Jennifer cuelga su chaqueta en el respaldar de la silla y se queda allí, sonriendo, tomando su Punchy Punch. Jennifer incluso le pide a Margo que le dé más. No va a dejar a Margo hacerla sentirse que no es bienvenida, incluso si es la casa de Margo. Después de todo, Jennifer solía venir aquí todo el tiempo. —¿El baño aún está arriba? —pregunta Jennifer, colocando abajo su vaso recién vaciado. —Sí, —contesta Margo, con una voz que añade un por supuesto que sí.
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Jennifer sube las escaleras lentamente. Fotos enmarcadas de Margo y Maureen forman una línea en la pared. Jennifer sabía que a Maureen no le caía bien. Eso hacía que venir a esta casa, especialmente cerca del final de su amistad, fuera bastante incómodo. Especialmente porque Margo realmente admiraba a Maureen. Siempre lo había hecho, incluso aunque Maureen no era del todo amable con Margo. Cuando llega al final de las escaleras, Jennifer se queda mirando al pasillo lleno de puertas cerradas. No puede recordar cuál conduce al baño. Trata en una de ellas y abre la habitación del Sr. y la Sra. Gable. Están adentro, acostados en la cama hecha, viendo televisión. La Sra. Gable jadea, literalmente jadea cuando mira a Jennifer y casi derrama su copa grande de vino tinto sobre el edredón blanco. —Lo siento mucho —murmura Jennifer, retrocediendo—. No sabía que ustedes estaban en casa.
rápidamente
—Estamos en reclusión —dice el Sr. Gable con voz inexpresiva. —Es mejor que estemos aquí, por si las cosas se salen de control. —La Sr. Gable coloca su vino en la mesita de noche y llama a Jennifer—
. ¿Cómo estás, cariño? Ha pasado tanto tiempo. Te hemos echado de menos. ¿Te está yendo bien? ¿Cómo están tus padres? —Están bien. ¿Cómo está Maureen? ¿Le está gustando la universidad? —¿Quién sabe eso? Casi nunca llama. —La Sra. Gable mira alrededor de la habitación, sus ojos posándose en un sofá con una capa de lavandería. —¿Quieres entrar y charlar un rato? —Se muerde el labio y luego dice—: Siempre le pregunto a Margo por ti. Cómo estás y todas esas cosas. La garganta de Jennifer se tensa. Los padres de Margo siempre fueron buenos con ella. Los extraña. Y le gusta que ellos también la hayan extrañado. Es cruel, la forma en la que las cosas funcionaron. Jennifer mira al Sr. Gable discretamente apretarle el muslo a su esposa. —Estoy seguro de que Jennifer quiere regresar a la fiesta. —Cierto. Claro. —De hecho estoy buscando el baño. He olvidado cuál puerta es. La Sra. Gable parece triste de que Jennifer no lo recordara. —La tercera a la izquierda. Justo frente a la habitación de Margo. Es realmente bueno verte, Jennifer. No seas una extraña. Jennifer promete que no lo será y cierra la puerta. Sus manos están sudando, así que las limpia en su falda. Camina por el pasillo, hasta llegar al baño. Pero en vez de abrirlo, se gira y observa la puerta cerrada de la habitación de Margo. La urgencia de verla es abrumadora. Escucha por si alguien se acerca. Pero no escucha nada más que la fiesta escaleras abajo.
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Da un paso. Luego otro. Abre la puerta y mira dentro. Jennifer siempre ha amado la habitación de Margo, y luce exactamente como la recuerda. Fue hecha para una princesa: cama con dosel, un armario gigantesco, una ventana con asiento, donde se sentaban a hablar por horas. Hay animales de felpa y almohadones apilados sobre su cama. A pesar de que Jennifer está donde no debería estar, a pesar de que Margo y ella ya no son amigas, la hace sentir mejor estar en aquella habitación de nuevo. A pesar del hecho de que octavo grado fue hace años atrás y que Margo probablemente siempre ha pretendido lo contrario, ellas habían sido amigas.
El uniforme de porristas de Margo cuelga de una columna de la cama dentro de una bolsa de lavandería de plástico, listo para el partido de mañana. Y de la puerta del armario, Jennifer cree que puede ver el vestido de graduación de Margo. Camina de puntas de pie por la alfombra color crema para obtener un mejor vistazo. Luego de un minuto de observarlo, Jennifer desliza entre sus dedos las puntadas del dobladillo. El estilo no es algo que esperaría que Margo escogiera para su baile de último año. Se imaginaba algo divertido, coqueto y ligero. Con una falda que se alzaría cuando girara en la pista de baile. Este vestido era ajustado, oscuro y sofisticado. Y, para Jennifer, completamente mal para el baile. A pesar de que reconocer que el verde luce muy bien en la piel de Margo. ¿Pero el vestido? Luce como si Margo tuviera algo que probar. Que es demasiado para que le importe ser reina del baile, las cosas de secundaria. Que todo esto está por debajo de ella. Excepto que Jennifer sabe la verdad. O al menos, lo hacía. A Margo sí le importa lo que la gente piense de ella. Antes de que pudiera pensarlo mejor, Jennifer abre el armario de Margo. El interior de las puertas están cubiertos con pegatinas, arco iris, caballos, estrellas que brillan en la oscuridad. Ropa cuelga de la varilla, y se sienta doblada desordenada, en la tambaleante base. Jennifer no puede ver la parte de atrás, el lugar donde Margo solía esconder las cosas que no quería que nadie encontrara. Alza su mano hasta el fondo y lo revisa. —Oh, por Dios. Jennifer se gira bruscamente para ver a Margo parada en la puerta de su habitación. —¿Qué diablos haces en mi habitación?
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Jennifer no puede respirar. —Nada, yo… —Oh, por Dios —dice Margo de nuevo, pero esta vez es con menos impresión y más enojo. Camina directamente hacia el armario y cierra las puertas, casi cortando los dedos de Jennifer en el proceso—. Tienes suerte, ¿sabes? —Margo está temblando, estirando sus manos como si estuviera absorbiendo su reboso de energía—. Si no fuera por todo el mundo aquí, ahora mismo… —Margo deja la oración en el aire, pero Jennifer la ve cerrar sus puños—. Será mejor que bajes ahora mismo —dice, en un bajo gruñido—. Y si vuelvo a verte en mi habitación de nuevo, no me importa lo que la gente diga de mí, te tomaré del pelo y te lanzaré fuera de la puerta principal.
Jennifer corre fuera y baja las escaleras. Dana y Rachel están todavía en la cocina. Seguramente es a donde se dirigía Margo, para contarles. No sabe a dónde ir. —¡Oye! ¡Necesitamos a un Asshole por aquí! Jennifer sigue el sonido de la voz hacia el comedor y encuentra una larga mesa rodeada de chicos de último año. Latas de cerveza vacías están por todas partes. —Yo juego —dice, tomando asiento rápidamente. Su corazón late con rapidez, y mientras le reparten las cartas, Jennifer sigue echando vistazo hacia la cocina, esperando que Margo entre en cualquier momento y cumpla su promesa. Jennifer mira brevemente las cartas en sus manos, como si tuviera idea de cómo jugar. Mientras Justin baraja las cartas y reparte la segunda ronda, repasa las reglas de Asshole, pero ella no presta mucha atención, más que la función básica de que debe deshacerse de sus cartas lo más rápido posible. —Asshole tiene que sentarse junto al Presidente —indica Justin. Jennifer se pone de pie, sus piernas inestables, y cambia lugares con un chico sentado junto a Matthew Goulding. Como un experto jugador de poker, Matthew estudia sus cartas estoicamente con un sombrero sobre su ceja. Margo ha tenido un enamoramiento con él desde hace mucho tiempo. O al menos, lo había tenido mientras Jennifer había estado en el círculo. Piensa, recorriendo los chismes y susurros de los pasados cuatro años. ¿Se habían enganchado alguna vez? No, ella no lo cree. Juegan algunas rondas. Con cada nueva mano, Jennifer tiene que darle sus dos mejores cartas al Presidente. Y el Presidente le da sus dos peores cartas. Está diseñado para jamás ascender del mismísimo fondo.
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Jennifer se hace la tonta sobre el valor de sus cartas. Por lo poco que ha entendido, sabe que las Ases y los dos son las cartas que hay que tener. Pero en vez de dárselas, acerca su silla a la de Matthew y le muestra su mano entera, dejándolo escoger lo que sea que él quiera. Jennifer puede escuchar la fiesta en las demás habitaciones: los chicos jugando juegos de video, chicas discutiendo sobre la música, la puerta corrediza de vidrio dando hacia la cubierta, abriéndose y cerrándose. Pero está feliz quedándose justo donde está. Una hora pasa, y Jennifer ha perdido todas las rondas. Tiene más cartas que el resto de los jugadores. No es que le importe. La última vez
que Matthew ganó, le había dado un dos, la cual era la más valiosa. Además, tenía una buena vibra con ella. Ted, otro estudiante de último año que jugaba con ellos, estaba muy borracho. Había derramado su cerveza dos veces y durante la última mano se había inclinado hacia atrás demasiado. Su silla resbaló debajo de él y este se golpeó la cabeza con el piso de madera. Ted ni siquiera lucía herido, sin embargo, no podía parar de reírse. Luego de que Matthew vuelve a ganar, dice—: De acuerdo, esto se está volviendo aburrido. —En un tono amigable, y le lanza a ella un dos que le sobra. Por el resto de la ronda, ayuda a Jennifer. Se vuelven un pequeño equipo. Ella le muestra sus cartas, y él le indica y asiente hacia las que puede lanzar. Ella sigue mirando, esperando que Margo entre y los vea allí. Los otros alrededor de ella ganan, pero se las arregla para ser la anteúltima perdedora. —¡No perdí! —Felicitaciones. —Matthew se pone de pie—. Ahora eres casi Asshole. Jennifer lo ve sombríamente alejarse. Justin dice—: Necesitamos más cerveza. —Lo dice y mira a Jennifer—. Casi Asshole va por las cervezas. —Apunta a una puerta dentro de la cocina—. Hay un refrigerador en el sótano. —Lo sé —murmura Jennifer. Se aprieta entre otros jugadores de cartas en la mesa y va hacia la cocina. Mientras lo hace, ve a Matthew fuera en la cubierta a través de las puertas de vidrio. Matthew salta hacia arriba en la esquina de la mesa. Está sonriendo, hablando con Margo. Cada paso dentro del oscuro y frío sótano hace un ruido sordo. Hay máquinas de lavandería, las herramientas del Sr. Gable, y un viejo refrigerador amarillo que la familia de Margo había puesto aquí abajo cuando reformaron la cocina. Jennifer y Margo solían jugar a la escuela en el sótano, pero el pizarrón y las pruebas falsas han desaparecido de las paredes.
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Abre la puerta de refrigerador e intenta descifrar cómo cargar la mayor cantidad de latas arriba. La puerta del sótano se abre y cierra. —Hola —saluda Ted. Se aferra a la baranda descendiendo por las escaleras lentamente, calculando cada paso. —Hola. Ted camina detrás de ella y posa un brazo sobre la puerta abierta del refrigerador. —¿Viniste por las cervezas?
—¡Ese es mi trabajo! —dice, arrepintiéndose inmediatamente de la felicidad en su voz. No se supone que a la gente le guste el trabajo de Casi Asshole. —Aquí —dice Ted, como ofreciéndose a ayudarla. Pero en vez de tomar las latas de cerveza, guía a Jennifer hasta las lavadoras. La puerta del refrigerador se cierra, dejándolos en la oscuridad. Ted cierra sus ojos dormidos antes de inclinarse y toma un poco de ajuste, pero su boca aterriza sobre la de ella. Es húmedo, cálido y levemente agrio. Coloca sus brazos alrededor de su cintura y la atrae más cerca. Jennifer cierra sus ojos. Es su primer beso. Sabe que Ted está ebrio, pero está bien. Este era un chico que el año pasado, estaba lanzándole perros calientes. Y ahora estaba besándola. Y si Ted la besaba, tal vez otros chicos estarían interesados en ella. Su beso de repente se vuelve más inspirado. Ella piensa en las cosas que ha visto en televisión, la forma en que las mujeres deslizan sus manos por el cabello del hombre, así que hace eso. Ted parece concentrado en el beso, besándola fuerte y rápido, sus fosas nasales soltaban aire caliente y sus músculos estaban tensos. La puerta del sótano se abre y se cierra. Luego, se abre de nuevo y vuelve a cerrarse. Y cada vez que lo hace, una línea de luz los alumbra. Jennifer sabe que quien sea que está mirando, puede verlos. Ella sube sus brazos hasta los hombros de él, separa sus piernas al máximo que su pollera se lo permite, y deja que Ted deslice una pierna entre las de ella. Entrelazándose. Un chico se ríe. Suena como Justin. Dice, bastante alto, a las personas de afuera. —¡Guau! Ted debe estar ebrio. ¡Se está besando con Jennifer Briggis! Ted despega sus labios de los de ella. —Cállate, idiota —grita. Pero no como si estuviera enojado, sino como si le pareciera gracioso.
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La puerta se cierra de nuevo, y están de nuevo en la oscuridad. — No lo escuches —dice él, y peina el cabello de ella—. De verdad. Ella lo mira, buscando en sus vidriosos, húmedos ojos por un destello de verdad. Y cuando no lo encuentra, cierra los ojos y continúa besándolo.
37 Traducido por Vane-1095 Corregido por Gely Meteor
M
argo y sus amigas sólo fuman cuando beben. Nunca compran los paquetes ellos mismos, sólo los conseguían de los fumadores reales. Sin embargo, Margo sabe que no debería hacerlo. Honestamente, está tan cerca de una adicción en toda regla. Pero después de su pelea con Jennifer, es todo lo que quiere. Sale a la calle en su cubierta y fuma cuatro en fila todo por sí misma. Bueno... mayormente les permite quemarse entre sus dedos, sólo toma un lastre cada pocos minutos. Está demasiado loca, su pecho apretado demasiado apretado, para inhalar. La repetición serpentea en su mente, el momento en que sube las escaleras y encuentra a Jennifer hurgando en sus cosas. La paranoia se establece, y sus manos tiemblan, el humo moviéndose hacia el cielo en un rizo frenético. ¿Cuánto tiempo llevaba Jennifer estando en su dormitorio? ¿Qué había sido después? ¿Qué había esperado encontrar? Y luego la golpea.
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Jennifer había estado buscando el sello estampado del Monte Washington. Encontrando el sello sería la reivindicación final de Jennifer. Bajaría las escaleras con ella sobre su cabeza para que todos los amigos de Margo vieran. Prácticamente garantizaría que Jennifer se someterá a votación a reina del baile. Y, como un bono, Margo pasaría su último año de secundaria sin amigos y sola, el camino que Jennifer tuvo en su primer año. Karma, al punto de partida. ¿Es eso lo que se merecía? Obviamente Jennifer pensaba que era una persona horrible. Pero Margo no podía creer que Jennifer realmente, de verdad, pensara que había sido el autor de la lista. Tal vez era una locura para Margo pensar
de otra manera, después de todo lo que ha pasado, pero Jennifer debe conocerla mejor que eso. La puerta de cristal detrás de ella se abre. Margo se da vuelta y ve a Matthew. Hace una pausa, medio fuera y medio dentro. —Oye. Salí a tomar el aire. Pero... te ves como si quisieras estar sola. —Está bien —dice ella, volviéndose hacia el patio. Piensa en botar el cigarrillo, porque sabe que Matthew no le gusta el humo, pero parece inútil a estas alturas. Todo el mundo ya parece pensar lo peor de ella de todos modos. Sin embargo, Margo se alegra por su interrupción, deseosa de pensar en algo más que Jennifer. Pero eso es exactamente a quien Matthew trae a colación. —Jennifer Briggis me deprime un gran momento —dice, saltando sobre la mesa del patio—. Nunca he visto a una persona tratar tan duro de caer bien. Soy de la misma manera, Margo piensa, la mirada perdida en la oscuridad. —Por lo menos la mitad de la gente de aquí esta noche, cree que puse a Jennifer en la lista. Creen que lo hice. —Sí —dice él, balanceando las piernas—. Lo sé. La confirmación de Matthew hace a Margo tambalearse. Se agarra a la barandilla de la cubierta para no caer. —Jennifer piensa que lo hice. Supongo que no puedo culparla. —Sus ojos se llenan y todo sale borroso—. Tiene todas las razones para odiarme. —Margo se da vuelta y mira a Matthew—. Yo era terrible con ella. Es la primera vez que lo dijo, sin advertencia, excusa, o culpar a alguien más. Comienza a llorar. Matthew se aleja de la mesa y se pone a su lado. —¿Estás bien?
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Se seca la cara con la manga de su chaqueta. —Debes pensar que soy una idiota, llorando por esto. Para su alivio, Matthew niega con la cabeza. —No lo hago. En realidad, estoy orgulloso de ti por decir tu pieza a Dana y Rachel sobre el conjunto “Vota Reina Jennifer”. —Le frota el hombro—. Para que conste, creo que es una idea terrible, también. —Dana y Rachel tienen su corazón en el lugar correcto —dice Margo. ¿Pero su propio corazón? No está muy segura. —Supongo. Pero es una locura para mí que Jennifer vaya con eso.
—Por supuesto que lo es. Quiere sentirse bella. Todas las niñas dentro de mi casa lo hacen. Es por eso que todos están tan envueltos en la lista, de regreso a casa. —Parece que Margo está defendiendo a Jennifer, pero en realidad se está defendiendo. Por preocuparse por la lista, por estar molesta de que ella podría no llegar a ser reina del baile. —No creo que eso sea todo —dice Matthew—. Tus chicas quieren que todos los demás piensen que eres hermosa. Ella dice—: Tal vez. —Aunque Simplemente suena tan patético.
es
absolutamente
cierto.
—Yo no creo que hicieras la lista, Margo. Si eso te hace sentir mejor. —Lo hace. —Otro par de lágrimas caen. Margo se sonroja—. Será mejor que vuelva dentro. —Margo muele el cigarrillo en la madera y lo mira—. ¿Puedes decir que he estado llorando? Matthew llega y toca la mejilla, captura su última lágrima en la punta de su dedo. —No. —Gracias por decir eso y por escucharme. —Ella se dirige a la puerta del patio, con el corazón acelerado. —Voy a bailar contigo mañana por la noche, incluso si no ganas —llama después de ella. Un baile con el chico que ha amado siempre. Es maravilloso esperar algo que no tiene nada que ver con la lista o ser reina de la bienvenida, algo que no tiene culpa o tristeza atribuyéndole. Es sólo bueno.
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La fiesta empieza a romper en torno a la medianoche. Cada vez que Margo ha hecho una vuelta para la basura, se ha mantenido atenta a Jennifer. Sin disculpas, exactamente. Porque, cuando se llega a esto, Jennifer no debería haber estado en su habitación. Pero tal vez sonreía o algo pequeño como eso, para hacer las cosas un poco más civilizadas. Pero no la ha visto desde hace horas. Dana y Rachel la ayudan a limpiar. Las tres amigas se encuentran en la cocina, enjuagando las latas vacías de cerveza y poniéndolas en las bolsas de reciclaje, cuando la puerta del sótano cruje abierta. Jennifer y Ted emergen de la oscuridad. Los rizos en el pelo de Jennifer en su mayoría han desenrollado y se revolvieron en la parte posterior. Ted está con la cara roja y mira de reojo a la luz. —Mierda —suspira, y rápidamente se tropieza. Dana, Rachel y Margo evitan mirar el uno al otro. —¿Qué hora es? —pregunta Jennifer y luego hace un ruido extraño al tragar.
—Um, es después de la medianoche —responde Dana—. ¿Cuánto tiempo estuvieron ahí abajo? —Me tengo que ir. —Jennifer intenta dar un paso, pero parece como si ella no puede decidir qué pie anteponer y no se mueve hacia adelante al final. Margo obtiene una sensación de pesadez en el interior, al igual que el Punchy Punch, espeso y viscoso. —No puedes manejar —dice Dana—. ¿A dónde fue Ted? Rachel mira por la ventana. —Um, creo que se acaba de ir. —Qué idiota —expresa Dana, rápidamente secándose las manos con una toalla de cocina—. Te voy a llevar a casa, Jennifer. Puedes dejar tu coche aquí y venir a buscarlo mañana. ¿Estás lista, Rachel? —Lista. Nos vemos mañana por la mañana, Margo. Gracias por todo.
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Jennifer se tambalea pasando a Margo sin hacer contacto visual. —Sí. Gracias. Por todo.
38 Traducido por Anelynn Corregido por Gely Meteor
E
s imposible dormir con un corazón roto. De cualquier forma Danielle se retuerce en su cama, astillas de pinchazos, lágrimas y golpes están en su interior, dejando detrás otra herida fresca.
A las seis treinta, se da por vencida y cambia su pijama por su Speedo11 y su sudadera del equipo. La Sra. De Marco la lleva a su escuela usando su bata azul afelpada como abultado relleno debajo de su abrigo. El estacionamiento de la escuela está vacío. —¿Conseguiste la hora incorrecta? —Tal vez —miente Danielle—. Pero no te preocupes, mamá. — Desabrocha su cinturón de seguridad—. Estarán aquí pronto. Regresa a la cama. Espera en la curva de la entrada, frotando sus manos entre sí para mantener el calor. Cuando el jeep de la entrenadora Tracy aparece, Danielle la persigue en el estacionamiento. Antes de que la máquina se apague, Danielle se planta en la ventana del conductor. —Buenos días, Entrenadora Tracy. —Su aliento deja vaho en el vidrio. Danielle lo limpia con la manga de su sudadera, luego abre la puerta como un valet.
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Si la entrenadora Tracy está sorprendida de verla, Danielle no está segura. Todo lo que dice es—: ¿Qué estás haciendo aquí? —Me levanté esta mañana y me di cuenta que mi hombro se siente bastante bien. Estupendo, de hecho. —Gira en su eje por lo que ahora está paralela al jeep, se inclina hacia en frente con sus caderas y rueda sus brazos en una enérgica brazada de mariposa. —Así que pensé en dejarle saber que estoy lista para nadar en el relevo, si me necesita.
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Speedo: Se refiere a su traje de baño de esta marca.
—Esa fue una recuperación rápida —dice inexpresivamente la entrenadora Tracy—, pero tu lugar ha sido tomado. Lo sabes. —Claro. —Danielle toma un respiro y se calma—. Pero vine de todas formas, porque quiero probarle cuanto significa para mí. Y prometo que nunca más me perderé otra práctica de nuevo esta temporada. —Hace una pausa—. Y… usted sabe… lo siento por lo de ayer. Danielle esperaba que si confesaba lo que ya parecían conocer todos, la entrenadora Tracy le daría otra oportunidad. Espera a que la cara de su entrenadora se suavice, pero en vez de eso se tensa. —Estoy tratando muy duro para no tomármelo personal, Danielle. Pero necesitas entender que lo encuentro como un agravio particularmente insultante. —Los ojos de la entrenadora Tracy se hacen grandes e intensos—. Nunca podré nadar de la forma en que solía hacerlo. Pude haber ido a las olimpiadas. Pero aún peor que eso, perdí una gran parte de mi identidad, una de esas cosas que me hace especial, por lo que le pasó a mis hombros. ¿Puede entender lo que eso puede sentirse? Danielle deja caer su cabeza. Quiere decirle todo a la entrenadora Tracy—sobre la lista, sobre cómo fue molestada esta semana, sobre su rompimiento con Andrew. Trata de hablar, pero su voz se quiebra. Y de todos modos, la entrenadora Tracy no ha terminado. Corta a Danielle.
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—Obviamente no estabas lista para manejar las responsabilidades y el honor de ser nadadora universitaria en mi equipo —indica la entrenadora Tracy—, pero ya que estás aquí, puedes agarrar las toallas del equipo de la parte de atrás de mi jeep y cárgalas en el autobús. Y también las botellas de agua. Hazles un favor a todos y asegúrate de que estén llenas durante todo el encuentro. Danielle no está segura si sentirse con suerte o triste. Pero hace lo que le dice, después aborda el autobús escolar que llevará al equipo de natación al encuentro. Los otros miembros del equipo universitario se suben. La mayoría tenían sus sudadera con la capucha levantada, auriculares en sus oídos. Nadie pregunta sobre la herida en su hombro. Y Danielle no les dice que fue degradada de nadadora universitaria al grupo organizador del equipo. Hope llega y luce amablemente sorprendida al ver a Danielle. Trata de no sentir celos de que su mejor amiga tiene su lugar universitario. Después de todo, nadie tiene la culpa más que ella misma. —¿Te importa que me siente a tu lado? —pregunta Hope. Danielle se aparta un poco. Pero le es difícil mirar a Hope. Seguía completamente humillada por la forma en que actuó con Andrew.
—¿Cómo te sientes el día de hoy? —No muy bien —dice Danielle. —¿Te dijo la entrenadora Tracy que puedes nadar? —susurra Hope. —No. —Lo siento, Danielle. Danielle jala hacia arriba la capucha de su sudadera tal como los otros. —Sí, yo también. El encuentro es de comerse las uñas. El marcador va de un lado para otro, cada escuela tiene el líder por un relevo sencillo, solo para perderlo de nuevo en la siguiente eliminatoria. Danielle se sienta en la gradas, distribuye las toallas a los otros miembros del equipo. Le recuerda a Hope pararse cada tanto a brincar o hacer sentadillas para mantener el calor, como ha visto hacer a Andrew en la banda lateral. Tan rápido como Andrew se introduce en su mente, Danielle trata de sacarlo. Es triste saber que tendrá que darse esta nueva reflexión a sí misma. A pesar de sus destellos de arrepentimiento, nunca jamás podrá perdonar a Andrew por lo que le ha hecho. Cuanto la ha humillado, peor que cualquier lista o cualquier apodo estúpido. Además sabe que es fuerte físicamente, se pregunta si es lo suficientemente fuerte para olvidarlo.
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Cuando viene el momento para el relevo de los cuatrocientos metros de estilo libre, Mount Washington había ganado un poco la delantera, cortesía de los chicos de estilo libre individual, que toman los primeros, segundos y terceros lugares. Hay una oportunidad que, con una finalización fuerte, las chicas puedan concluir. La entrenadora Tracy se pasa para acá. —Bien, Hope, te voy a cambiar de esta carrera a la de estilo libre de cuatrocientos metros en la siguiente eliminatoria. —Se gira hacia Danielle—. Vamos, te voy a poner como apoyo. —Y luego agrega, antes de que se le atiborre de silbidos su boca—: Prueba que estoy equivocada. Un escape de energía acalambra a Danielle. Quería llorar, agradecer a la entrenadora Tracy, pero habrá tiempo para eso después. Después de probarse a sí misma. Danielle rápidamente se quita su chándal. Nunca se sintió nerviosa antes de nadar, pero ahora cada músculo se le crispa. Hope le da un abrazo de buena suerte y le mete unos cabellos sueltos debajo de su gorro para nadar.
Sigue a las otras chicas a sus carriles. Estará nadando con dos seniors —Jane quien ha sido su compañera en el cuarto de pesas, y Andrea— y un junior, Charice. Danielle sabe que ellas son las mejores nadadoras en la escuela. No podía hacer nada contra eso pero se pregunta si es lo suficientemente buena para hacer la carrera con ellas. Se reúnen en un pequeño grupo y Jane les da a todas una plática de preparación, pero Danielle no está escuchando. En vez de eso, está viendo a las chicas en sus trajes de baño. Tienen el mismo tipo de hombros amplios y músculos como los de ella. Y Danielle siente repentinamente como que está exactamente donde debería de estar. Después del tercer salto de las chicas en el agua, Danielle baja sus goggles, brinca encima de la plataforma, y se prepara para la última carrera. Están un segundo o dos por detrás de la otra escuela. Su mente se pone en blanco cuando avanza en la superficie del agua. Empuja todo el dolor fuera de sus brazos, patea el daño fuera de sus piernas. Nada fuera con su corazón roto. *** Danielle y Hope brincan en el autobús del equipo y comparten un asiento cerca del frente. La vibra es completamente diferente de lo que había estado en la mañana. Todos están con humor de celebración, zapateando sus pies y aplaudiendo sus manos. El equipo entero corea la canción de lucha al máximo de sus pulmones mientras dos de los chicos universitarios bailoteaban en el pasillo. El equipo de relevo de Danielle llegó primero y empató en un record de la escuela como la más rápida en la carrera.
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Además Danielle sabe que en algún lugar en su interior hay un rayo de felicidad por su logro, no lo puede alcanzar. Simplemente se siente exhausta. Todo lo que tenía que dar se ha ido. No hay nada más dentro de ella, ciertamente no hay fuerza para la celebración. Sólo quiere saltar a su cama y dormir por el resto del fin de semana. Jane se inclina sobre su asiento. —¡Danielle! MVP12 . —Ella señala sobre su hombro hacia la parte trasera del autobús—. Chicos, ustedes conocen a Will Hardy, ¿cierto? Él vive en la casa de ladrillo una cuadra detrás del estacionamiento de la escuela. La universidad completa irá allá antes del baile de bienvenida para la pre-fiesta y para tomar fotos, y después caminaremos al gimnasio en un gran grupo. Ustedes dos deberían venir. 12
MVP: Siglas de Most Valuable Player, en español Nuestro más Valioso Jugador.
—¡Guau, gracias! —Hope le da una gran sonrisa brillante a Jane y luego le da un vistazo de conocimiento a Danielle. —Estaremos ahí. Danielle empuja sus manos dentro de las mangas de su sudadera. —De hecho, no creo que vaya a ir. Pero muchas gracias por invitarme. La boca de Jane cae abierta. —¿Qué? ¿Por qué no vas a ir al baile? —Estoy exhausta. Sólo dormí cinco minutos en total anoche. —¿Cansada? —Jane hace una cara—. Entonces toma una siesta. El baile es en ocho horas desde ahora. —Sip, sólo que no creo sentirme con ánimos. Danielle puede decir que Jane está confundida y busca un poco más de explicación. Pero no está lista para decirle a la gente lo que pasó. Todavía es muy doloroso y crudo. Hope suspira. —Ella y su novio acaban de romper —le explica a Jane—. Él ha sido un idiota con ella por lo de la lista y ayer la invitó a ir por pizza y luego dejó que todos sus amigos se burlaran de ella. —Hope toma un respiro—. Y después se enteró que estaba dando una fiesta y no la invitó. —¡Hope! —regaña Danielle. Jane frunce sus labios. —¿Quién es ese imbécil? —Andrew Reynolds —responde Danielle. Jane se encoge de hombros sin comprender—. Es un estudiante de segundo curso. —Bueno, este chico Andrew tuvo mucha suerte, porque merece tener sus bolas pateadas. —Jane se da la vuelta y se enfrenta a la parte de atrás del autobús. —¡Andrea! ¡Charice! Vengan aquí y ayúdenme a convencer a Danielle de que tiene que venir al baile de bienvenida. Andrea y Charice se movieron al asiento vacío cruzando el pasillo. —¿Qué? ¿Por qué Danielle no irá al baile? —pregunta Charice
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—Su ex novio Andrew Reynolds —dice Jane. —¿Su qué? —pregunta Andrea. —¿Él va a la Mount Washington? —pregunta Charice. —Sí —responde Danielle, sorprendida de que las chicas no lo conocieran. Luego otra vez, ¿Por qué tendrían? Andrew es sólo un estudiante de segundo curso—. Está en el equipo universitario de futbol.
—Pero no juega —aclara Hope—. Es algo bajo. —Y sus ojos están muy juntos. Como si alguien estuviera empujando en sus oídos y apretando toda su cara. Andrea brilla. —Oh, ¿ese niño flaco con piel maltratada? Danielle sacude su cabeza. —Su piel no es está tan maltratada. Es por su casco. —Además pensando en eso, Danielle recuerda que Andrew también tiene acné. Nunca había pensado mucho en eso más allá de simplemente nada sobre su existencia la primera vez que fueron a nadar juntos al Lago Clover. No le había importado. Le gustó por quién era. Y mientras está halagada por lo que las chicas están tratando de hacer, hay una gran razón del por qué no quiere ir al baile. Toma una profunda inhalación y explica. —No creo que pueda manejar ver a Andrew bailar con otra chica. Seis semanas atrás, bailaron juntos en la última noche del campamento. La plataforma que expandieron sobre la parte de atrás del arruinado pasillo había sido transformada por cadenas de luces blancas que no brillaban ni de lejos tan resplandecientes como las estrellas en el cielo, pero aún así se las arreglaron para agregar algo especial.
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El director del campamento actuó como el DJ con bocinas rentadas y el estéreo de su oficina, y tocó una mezcla de canciones antiguas, canciones pop, y cosas tontas como “The Hokey Pokey” y “The Electric Slide”. Las chicas fueron las únicas que bailaron, en pequeños círculos unas con otras. En unas ocasiones, uno de los chicos se exponía en un running man13 o el funky chicken14 para reírse, pero el resto se quedaba alrededor y miraba. Andrew no era mucho un bailador. Honestamente, tampoco lo era Danielle. Y de cualquier forma, la noche era para los campistas, no para los consejeros. Por lo que permanecieron juntos detrás de la mesa de buffet, rellenando copas de ponche de frutas, asegurándose de que los niños no se tiraran pretzels unos a otros, y deteniendo a las chicas de darse vueltas entre ellas demasiado rápido. Los otros consejeros, los veteranos, inclinados contra la reja; era miserable que la mejor parte de su verano estaba a unas pocas canciones de terminar. Danielle no había estado segura de lo que esa noche había significado para ella y Andrew. Una vez que finalmente estuvieron juntos, sus sentimientos por él se habían desarrollado rápidamente. 13Running 14
man: Es uno baile donde se aparenta estar corriendo sin moverse del sitio. Funky chicken: Es un baile popular en los '70s en los Estados Unidos
Aunque tal vez no tan rápido, considerando cuanto tiempo habían pasado juntos: tres comidas al día, cada actividad programada. Vieron todas las cintas VHS en el closet de medios del campamento, de las de arriba de la letra W, y Andrew había pensado en tomar una foto en donde dejaba las películas por lo que ellos podrían terminar las cosas en casa. Claramente, eso presagiaba algo bueno para ellos. Pero Danielle también sabía que las cosas serían diferentes. Ambos tenían amigos, deportes y trabajos de la escuela para completar. Se dijo a sí misma, sin alarmarse. Andrew se inclinó y susurró—: Estoy tan feliz de que no tengo que decirte adiós mañana. —Yo también —le susurró de vuelta. La noche inesperadamente toma una sensación diferente. Era la última noche para los niños, para los veteranos, para todos excepto para Danielle y Andrew. Mañana por la mañana no tendrían que saltar en dos autobuses que los llevaría en direcciones opuestas. Manejarían de regreso al mismo lugar. No era el final de nada, sino el comienzo de todo. El director del campamento tomó el micrófono y anunció que era la última canción. Danielle ni siquiera tuvo la oportunidad de reaccionar antes que la mano de Andrew estuviera entrelazada en la de ella, jalándola a la pista de baile. Una pareja de niños los señalaron e hicieron caras goo-goo, pero eso no detuvo a Andrew de poner sus manos en su cintura, enredando sus dedos entre los bucles de sus shorts. Puso sus manos en los hombros de él. —Eres hermosa —dice él. Sus palabras, en su memoria, hacen un sonido vacío en el interior de Danielle, cuando la realidad ensombrece todo lo que ha sido brillante, luminoso y posible.
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¿Le había parecido hermosa esa noche? Ciertamente se sintió hermosa, aún con las picaduras de insectos y el astillado esmalte morado en las uñas de sus pies y las horribles líneas de su traje salvavidas. Se sintió hermosa todo el verano. Pero eso parecía ser hace mucho tiempo. Hacia el final de la canción, Andrew aplastó sus dedos debajo de la suela de caucho de sus zapatos de correr. Eso dolió eso es seguro, pero no tanto como sería verlo pisando los pies de otra. Jane tronó sus dedos. —¡Hola! ¡Danielle! Andrew estará celoso cuando te vea bailando con chicos seniors.
Danielle ríe. —No conozco a ningún chico senior. —¡Sí lo haces! —Jane se dio la vuelta y llamó a Will—. Will, ¿No bailarás con Danielle esta noche? —Claro —dice Will, sonriéndole con un grupo de dientes muy blancos y derechos—. Tengo movimientos. Muchos movimientos. —él Hace el running man en el pasillo, detrás de su asiento. —Lo vi mirándote en el relevo —susurra Andrea. —Sí, claro. Charice se inclina hacia atrás y pincha la mejilla de Danielle. — ¡Eres una chica ardiente! ¿Por qué estás aún preocupándote por eso? Jane dobla sus brazos. —Mira. Estamos recogiéndolas a ambas a las siete. Fin de la historia. Danielle ríe. —No tengo un vestido o algo así. Hope le da un codazo. —Sí tienes. Ese rosa que compraste. Danielle se lo había puesto anoche como parte de su penosa fiesta después de todo el incidente de Andrew. El vestido realmente no le quedaba. No sólo el material, sino también el estilo. No era ella para nada. —No estoy usando eso. Jane señala a Andrea. —Ella tiene un montón de vestidos. Andrea lanza su cabello. —Sip, eso es cierto. Soy una zorra de la ropa confesada. Puedo llevar algunas cosas. Creo que somos como de la misma talla. —Gracias —dice Danielle, empezándose a sentirse emocionada. Había notado anteriormente la ropa de Andrea. Siempre tenía puesto algo bonito. —¿Entonces estás dentro?
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Danielle asiente y sonríe. —Estoy dentro.
39 Traducido por MarMar Corregido por Marie.Ang
M
argo se apoya en el fregadero comiendo algo de cereal. El juego de bienvenida es dentro de unas horas. Lleva su uniforme de porrista y su cabello levantado en una cinta blanca. La cocina luce tan limpia como cuando la señora de la limpieza lo hace, sin rastro alguno de la fiesta de anoche, a no ser por el amiláceo olor a cerveza flotando desde el desagüe, las tres bolsas de basura afuera en la cubierta, ahora contra la puerta de vidrio, y una casi imperceptible neblina de cigarrillo en el aire. Rachel y Dana deberían llegar en cualquier momento. Margo camina a la ventana de enfrente y separa las cortinas. El carro de Jennifer todavía está estacionado en la entrada. Margo reza porque venga por él cuando ella no esté allí. El teléfono suena. Cree que podrían ser las chicas, avisándole que están un poco tarde, pero no lo son. Es Maureen. —Hola —dice Maureen, con un incómodo silencio acompañándolas, sabiendo que no se han hablado por un mes entero—. ¿Está mamá ahí? No responde su teléfono. —Salió de compras con papá y luego van al juego de bienvenida. —Oh, cierto —dice Maureen sin entusiasmo—. ¿Cómo va eso? Margo piensa no decirle nada, pero en muchas otras formas, Maureen es la mejor persona con la que puede hablar de ello.
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—Honestamente, para nada bien. Hay una gran campaña para hacer que Jennifer Briggis sea elegida reina de bienvenida. Maureen suelta un suspiro molesto. —¿No crees que eres un poco mala, Margo? ¿No ha sufrido suficiente la chica? —No tengo nada que ver con ello. —Margo realmente no aprecia el tono de su hermana, considerando la forma en que Maureen había hablado de Jennifer en el pasado—. De hecho, soy una de las únicas que no lo ha hecho, a pesar de que todos en la escuela creen que fui yo quién hizo la lista este año.
—Espera. ¿Qué lista? —Apenas has estado fuera del instituto por casi cuatro meses ¿y ya no recuerdas la lista? —Margo mira su reloj. Las porristas, se supone que tienen que estar en el instituto Mount Washington en cinco minutos, para poder abordar el autobús con los jugadores y así llevarlos a todos a la caravana del espíritu. Llegarán sobre la hora. —No la he olvidado —le ladra Maureen—. Pero, la lista del año pasado se suponía que era la última. Margo aprieta el cable del teléfono. —¿Cómo sabes eso? Toma un momento antes que Maureen diga algo. Y en la pausa, Margo lentamente toma asiento en uno de los posa brazos del sofá, porque tiene un presentimiento. Finalmente, Maureen aspira una bocanada de aire y dice—: Porque yo hice la lista del año pasado. Una bocina suena afuera. Dana y Rachel. Su viaje. —¿Qué quieres decir con que hiciste la lista el año pasado? — dice Margo rápidamente, porque no tiene tiempo—. Tú estabas en la lista del año pasado. —Lo sé. —Margo escucha a su hermana cambiar el teléfono de un lado al otro—. Me puse en ella. —Pero… —La bocina suena de nuevo. Margo maldice en voz baja—. Aguarda un momento, ¿sí? —le dice a su hermana—. Sólo espera, ¡y no cuelgues! —Deja el teléfono en el sofá y abre la puerta de un tirón—. Las veo en el instituto —le grita a Dana y Rachel—. ¡Vayan sin mí! —¿Qué? ¿Por qué? —le grita Dana de vuelta. —¡Te perderás la caravana del espíritu! —interviene Rachel. —¡Entonces, las veo en el campo de fútbol! —les dice Margo. Dana y Rachel están completamente desconcertadas sobre qué razón podría tener para pasar de la caravana del espíritu, pero no hay tiempo para que Margo les explique todo—. Se los explicaré luego —dice, las despide y entonces cierra la puerta. Corre para volver al teléfono—. ¿Estás ahí, Maureen?
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—Sí —dice con voz cansina—. Estoy aquí. Margo camina hacia la ventana y mira hacia afuera. Dana y Rachel se han marchado. —De acuerdo —dice, sentándose de piernas cruzadas sobre el centro del tapete de la sala—. ¿Qué sucedió? —No dice otra palabra. Ni siquiera respira. —Era el final de mi penúltimo año y estaba limpiando mi casillero. Levanté una bolsa plástica y era particularmente pesada. Había algo envuelto con papel marrón dentro. Lo desenvolví y noté que era el sello
de Mount Washington. No había ninguna nota en la bolsa. Ni instrucciones, o pistas de quién la había puesto allí, o por qué. Incluso me dirigí al bote de basura, revisé todos los papeles que acababa de arrojar, en caso de que la hubiese ignorado. No tenía idea por cuánto tiempo había estado la bolsa en mi casillero. Pero, definitivamente supe que tenía una gran oportunidad. Así que, durante todo el verano, pensé en quiénes poner exactamente en la lista. Era un poder serio y me había obsesionado con evaluar a todos los que veía. Mis amigas, tus amigas, las pequeñas de primer año en su día de orientación. Era un gran concurso de belleza secreto y yo era la única jueza. Sin embargo, sinceramente, sólo pensaba en las chicas bonitas. Las feas eran sólo… ideas de último momento. Excepto Jennifer. Había decidido que Jennifer iba estar en la lista desde el comienzo. —¿Por qué? —Porque nadie más, a no ser por Jennifer podría haber sido una decepción. —Margo deja que las palabras penetren en su interior. Maureen continúa—: Pensé en escogerte a ti como la chica de penúltimo año más bonita, Margo. Pero puse a Rachel, porque creí que iría con banderas rojas. Ya sabes, que ambas estemos en la lista el mismo año. —Podrías haberme elegido a mí en vez de a ti —le hace ver Margo. —Hmm. Supongo que es cierto. Pero, pensé que me lo merecía.
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Es gracioso, pero Margo se sentía de la misma forma. Nunca había cuestionado el lugar de su hermana en la lista, ni ser la reina de bienvenida. Pero, saber que había sido Maureen la que había estado detrás de eso, bueno, hacía las cosas diferentes. Maureen continúa—: La emoción de ser la chica de último año más bonita duró, así cómo, un minuto. Mis amigas estaban celosas. Me trataban raro. Pensaban que se lo merecían más que yo. Tal vez lo hacían, pero comencé a pensar que tal vez ni siquiera eran mis amigas de verdad. Y cada vez que vi a Jennifer ser una víctima de todo en los pasillos, me sentí culpable. ¿Has leído alguna vez la historia de Edgar Alan Poe, sobre un corazón que late debajo de tarimas? Esa era básicamente mi vida. Ahí fue cuando tuve la idea. De confesar. Fui a ver Jennifer antes de la graduación. Le dije lo que hice y que me iba a asegurar de que ella no sería puesta en la lista al año siguiente. No habría ninguna lista. No habría en cuatro años seguidos. Hice todo este acto enorme de tirar el sello en la basura, frente a ella. Le dije que lo sentía y que si me delataba, no la culpaba. —Guau. Eso es… guau. Pero espera. ¿A quién ibas a entregarle el sello?
—A ti, supongo —y entonces Maureen agregó—: Pero nunca te habría dicho que fui yo. La mente de Margo da vueltas. ¿A quién habría puesto en la lista si le hubieran dado la oportunidad? Por más que deseara ser la reina de bienvenida, ¿se habría colocado a ella misma? Una hipótesis interesante, sí. Pero no importaba. Lo que importaba era que Margo es inocente. Y ahora, tenía pruebas de que Jennifer era la culpable. Margo dice—: Así que, luego de que te marchaste, Jennifer debió haber tomado el sello de la basura y se puso a ella misma como la chica de último año más fea. —Se preguntó por qué Jennifer haría eso. —Sí —dice Maureen—. Y te colocó a ti, como la más bonita. *** A pesar de que la caravana del espíritu ciertamente ya había empezado su camino a la montaña y hacia el campo de fútbol, Margo condujo hasta la casa de Jennifer. Ella no puede dejar esto ir, ni por un segundo más. Pensar que, todo este tiempo, Jennifer lo sabía. Sabía que las personas sospechaban que Margo estaba detrás de la lista, pero jamás dio a entender lo contrario, nunca dijo una palabra para defenderla. Jennifer había estado contenta de permitir que Margo tomara la caída, haber arruinado su reputación, y dejar que sus amigas y un montón de extraños, pensaran lo peor de ella.
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Margo odia alguna vez haber sentido lástima por Jennifer. Desea volver el tiempo atrás y borrar su conversación con Matthew. No el final de esta, obviamente, pero definitivamente las partes donde Margo se había hecho quedar mal. No podía esperar para delatar a Jennifer, para obligarla a hacerse cargo de lo que había hecho. Y, a todas las personas que habían creído que ella era culpable, decirles, se los dije. Pero mientras estaciona en la curva de la entrada de Jennifer, una ola de nervios la toman por sorpresa. Ella y Jennifer están a punto de discutir, como tendrían que haberlo hecho en octavo grado. Lo único que esta vez, sería más sucio y más doloroso. La Sra. Briggis abre la puerta. Esta es la primera vez que Margo la ha visto desde el día en que su amistad con Jennifer terminó. Se arma a sí misma de valor para la frialdad, pero no hay ninguna. —¡Margo! ¡Qué agradable sorpresa! —La Sra. Briggis mira sobre su hombro—. Jennifer aún duerme, no creo que se sienta muy bien.
—¿Usted cree que puedo subir y hablar con ella? ¿Sólo por un segundo? Es sobre esta noche. —Por supuesto. Espera con ansias el baile. Fue muy amable de ustedes, llevarla de compras y convencerla a ir. Sabía que si ella jamás asistía a un baile de secundaria, se arrepentiría para siempre. Margo baja la mirada a sus pies. —Sí. Margo sube los escalones de dos en dos y entra en la habitación de Jennifer sin tocar. Jennifer está dormida en su cama. Sus ropas de fiesta, las que había llevado anoche, están en un montón en el suelo. Las paredes son de un alegre amarillo limón, el cual Margo cree es nuevo, aunque no puede recordar de qué color solían ser. Las literas han desaparecido, reemplazadas por un marco de hierro, de color rosa con esferas de cristal montadas en los postes. No puede ver a Jennifer, sólo su forma abultada debajo de la colcha que su abuela había cosido como un regalo, para su cumpleaños número diez. Margo amaba esa colcha. Los cuadros rosas con las fresas dibujadas era su favorito. Jennifer prefería el de los tréboles. Margo no ha pensado en la abuela de Jennifer ni una vez desde que dejaron de ser amigas, y se da cuenta de que probablemente está muerta. Había estado muy enferma en octavo grado, deteriorándose. Jennifer solía llamarla a la casa de reposo y le cantaba por el teléfono. Margo se inclina hacia adelante. —¡Jennifer! —susurra—. Jennifer, despierta. Jennifer se sacude debajo de las sábanas y mira a Margo. —¿Qué haces aquí? —Sé que hiciste la lista, Jennifer. Mi hermana me lo dijo todo. — Margo se cruza de brazos y espera por el momento. Que el momento uh-oh se registre en el rostro de Jennifer. Jennifer gira. Está adolorida, Margo puede notarlo. Probablemente, por todo lo que bebió anoche. Hay un vaso de agua sobre su mesa de noche. Jennifer toma unos grandes tragos y luego dice—: Oh.
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No uh. Sólo un oh. Eso es todo. Margo echa un vistazo alrededor de la habitación buscando el sello de Mount Washington. Como prueba, puede tomarlo y enseñárselo a todo el mundo. Pero la habitación de Jennifer es un desastre. Probablemente, lo ha escondido. Así que se gira hacia ella. —¿Por qué te colocaste como la chica de último año más fea? Fue para incriminarme, ¿cierto? O tal vez, sólo buscabas que los demás sintieran lástima por ti.
—¿Por qué no deberían tenerme lástima? —No hay sarcasmo en la voz de Jennifer. Sólo es una pregunta honesta. —Umm, ¡porque es tu culpa que estés en la lista! ¡Te lo hiciste a ti misma! Jennifer niega con la cabeza, como si Margo no estuviera entendiendo. —Sí, este año. ¿Pero qué hay de los demás tres años de secundaria? Maureen me dijo que me había colocado en la lista, porque alguien más habría sido una decepción. ¿Y sabes qué? Tenía razón. Si hubiese puesto el nombre de cualquier otra persona en esa lista, la gente hubiese dicho: Tendría que haber sido Jennifer. —Jennifer cierra los ojos y se queja mientras intenta sentarse—. Mira, no tenía idea que esta cosa de “Reina Jennifer” iba a suceder. Estoy tan sorprendida como tú por eso. —Entonces, ¿por qué te colocaste a ti misma en la lista? —Porque estar en la lista me convierte en alguien. Las personas saben quién soy. No entiendo por qué estás tan enojada conmigo. Te escogí como la más bonita, ¿no? Margo se ríe. No puede contenerse. El lunes, se había sentido como si el instituto entero la hubiese votado como la más bonita. Cómo si fuera un hecho. Pero no. Sólo había sido Jennifer. —Eres la más bonita, Margo —continúa Jennifer—. Y no quería arrebatarte nada. Pero cuando Dana y Rachel comenzaron a ser agradables conmigo, me pregunté si… no lo sé… tal vez, podríamos ser amigas de nuevo, si podía probar que encajo en tu grupo. —Jennifer cierra sus ojos y sacude su cabeza tristemente—. Pero, estaba claro que no estabas interesada en eso. Es verdad. Margo no lo estaba. Pero, ¿por qué lo estaba Jennifer? ¿No la odiaba? Entonces Margo lo recuerda. Anoche. En su habitación.
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—¿Qué hacías en mi habitación anoche? ¿Qué buscabas? Tú fuiste la que hizo la lista, así que el sello no iba a estar en mi armario. ¿Qué querías encontrar? Finalmente, la mirada que Margo había esperado que apareciera, lo hizo. Las esquinas de la boca de Jennifer se hundieron. Estaba avergonzada. Humillada. Pero, ¿por qué? Jennifer baja su cabeza. —Tu diario. Margo jadea y camina hacia atrás hasta que choca contra la puerta. —¿Leías mi diario?
—No es como si lo hiciera todo el tiempo. Sólo cuando comenzaste a actuar extraño. Intentaba averiguar qué sucedía entre nosotras, porque no hablabas conmigo al respecto. Todo comenzó a tener coherencia en la cabeza de Margo. — Siempre sabías qué decir para hacerme sentir mal sobre mí misma. Ahora, sé por qué. Siempre lo tomó como algo extraño, la forma en que Jennifer sacaría a flote cosas que ella sólo le había confesado a aquellas páginas. Como cuando lamentó el tamaño de sus pechos. O las cosas que secretamente había hecho con Dana y Rachel. O estar enamorada de Matthew Goulding. O cómo estaba realmente asustada de Maureen a veces. Había hojas y hojas dedicadas a su confusión interna sobre terminar su amistad con Jennifer. Margo toma un profundo respiro. Jennifer debió saber que la amistad iba a terminar, antes de que Margo encontrara el valor para hacerlo. Lo cual, tal vez, la hubiese hecho sentir un poco menos culpable, de que Jennifer no hubiese sido sorprendida de la forma que lo había asumido. Que sabía que no era simplemente la amiga bonita dejando atrás a su amiga fea. En vez de eso, Jennifer conocía la culpa, la preocupación que había sentido por herir sus sentimientos. Jennifer continúa—: Creí que si podía derribarte con algunas estacas, no me dejarías por Rachel o Dana. Pero aún así, lo hiciste. Margo se da cuenta que, la Jennifer de último año tiene la misma lógica defectuosa que la Jennifer de octavo grado. Quiere dejar la habitación en ese momento, dejar la casa, dejar a Jennifer, de la misma forma que lo hizo en aquel entonces. La única diferencia es que su versión más joven no estaba segura de sus razones. Pero esta vez, Margo está consciente de por qué quiere marcharse. Y no lo lamenta ni un poco. Hay una sola cosa que necesita antes de irse. Margo traga. —Quiero ese sello.
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—¿Vas a decirles a todos que lo hice? ¿Es ese tu plan, asegurarte de que no gane? —¡Esto no es sobre la reina de bienvenida, Jennifer! ¡Dios! Claro que voy a llevarte al frente. Todo el mundo cree que yo lo hice. —Oh, me siento tan mal por ti. —Jennifer rueda los ojos—. Sabes que no lo hiciste. ¿Qué importa lo que los demás piensen? —Jennifer sonríe—. Claro. Tú tampoco has cambiado. Todavía te importa lo que la gente piense. —Entrégamelo, Jennifer. Mi hermana te dijo que quería que la lista terminara.
Jennifer frunce los labios. Se acuesta de nuevo en su cama. —Te digo algo. ¿Quieres el sello? ¿Quieres terminar la lista? Entonces, te lo daré esta noche, después del baile. —No hay trato. —Entonces, no hay sello. Margo coloca sus manos en sus caderas. —De acuerdo. No necesito el sello. Lo diré. Le diré a todo el mundo. —No podrás probarlo. Lo negaré. —Jennifer gira hacia la pared—. Y lo tendré hasta el año entrante —amenaza—. Ya sé a quién voy a entregárselo. Y no habrá nada que puedas hacer para detenerlo. Margo lo considera. —¿Realmente harías eso? ¿Qué hay de las otras chicas? —pregunta—. ¿Las que escogiste como las más feas? ¿Las dejarás pasar por algo que tú hiciste? —Escogí esas chicas por una razón, Margo. Escogí a cada una por una razón. Y de todas formas, pueden lidiar con estar en la lista una vez. Mírame. Yo sobreviví. —Jennifer suspira—. Sólo dame esta noche, Margo. Dame una noche, una oportunidad para no ser la chica fea. Por favor. Si lo haces, te daré el sello. Si no, bueno… puedes intentar meterme en problemas. Pero, recuerda, pondrás a Maureen en problemas, también. Margo sabe que no le debe nada a Jennifer. Ya no. Pero al mismo tiempo, no tiene ganas de pelear con ella por el sello, o esparcir la verdad cuando esta solamente se pondrá contra Maureen. Esto es más grande que sólo Jennifer y ella. El bien común está en juego. La oportunidad de terminar con la lista de una vez por todas. Y, de pronto, eso es lo que importa para Margo. No el baile de bienvenida, no redimirse ante el resto de sus compañeros, sino asegurarse de que nadie tenga que pasar por esto de nuevo.
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—Esta noche —le dice a Jennifer—. Te daré esta noche. Luego, todo acabará.
40 Traducido por Juli Corregido por Violet~
E
s el peor sábado de toda la vida de Abby.
Lisa le envía mensajes de texto a través del juego de fútbol para que pueda seguir la puntuación. Es algo dulce por parte de Lisa, pero también hace que sea más difícil para Abby, teniendo que leer versiones pequeñas de la acción de la cual no puede ser parte. El juego no va bien, al menos no al principio. Al parecer, el entrenador se pone tan desesperado, que empieza a poner algunos chicos de la segunda y tercera. Mount Washington logra abrirse su camino de nuevo. Con el reloj marcando los segundos, Andrew deja caer un pase a Hail Mary que habría ganado el juego. Lisa lo ve después, siendo ignorada por sus amigos. Se siente mal por pensar eso, pero Abby se alegra de que el equipo pierda. Quizás Andrew esté tan molesto que va a cancelar su fiesta. O tal vez Jennifer y Margo comenzarán una pelea por la corona del baile de bienvenida y el Director Colby cancelará el baile. O el olor de Sarah será declarado un riesgo ambiental y el gimnasio entero se cerrará. Siempre hay esperanza.
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El resto de la tarde es más allá de aburrida. Abby no sabe qué hacer. Así que cuando llega el momento en el que hubiera estado preparándose para el baile, eso es exactamente lo que hace. Toma una ducha extra larga y se afeita las piernas. Seca su pelo y utiliza su rizador para ondulárselo un poco, como Bridget había hecho por ella y Lisa en la playa. Luego abre su bolsa de maquillaje y pinta sus ojos. Un poco de delineador de ojos en los párpados superiores, algo de sombra en los pliegues. Extiende rubor de color rosa circularmente en las mejillas. Rosa hubiera lucido mejor con su vestido, el vestido que nunca compró. Traza sus labios y luego extiende una fina capa de lápiz labial en medio de las líneas.
Abby le envía mensajes de texto a Lisa varias veces, pidiendo ver una foto de Lisa vestida. Lisa no le contesta. Probablemente porque está demasiado emocionada, o tal vez porque Bridget está haciendo su pelo para ella. Aunque escribiendo las palabras la hace querer llorar a moco tendido, Abby se las arregla para enviar un último texto: ¡Diviértete esta noche! Luego apaga el teléfono. Piensa en tomar un Benadryl para poder conciliar el sueño. No quiere pasar la noche mirando el reloj, imaginando toda la diversión sin ella. Sale del baño y se va a su habitación. Fern está sentada en su escritorio con El Efecto Blix y un cuaderno. —Bueno, ¿ya estás lista o no? —pregunta Fern con impaciencia. —Has leído ese libro diez veces, viste la película ayer y estás a punto de verla de nuevo. ¿No tienes la historia clara todavía? —¡Hola! Estoy matando el tiempo mientras has estado jugando al salón de belleza en el baño. —Fern termina de garabatear algo abajo y luego mira a Abby, sorprendida—. Recuerdas que no vas al baile de bienvenida, ¿no? Un trueno retumba en su interior. —Cállate —dice Abby, y se sube a la cama y tira el cubrecama por encima de su cabeza. —Agradable. Muy bonito. —A través de un pequeño hueco en la tela, Abby mira a Fern burlarse al lado de Abby en la habitación, burlándose de la suciedad. Ella suspira de la forma en que su madre suspiraba, sólo que suena mucho más ligero viniendo de la boca de Fern, como una niña jugando a los disfraces. Fern mueve los libros de su escritorio a la cama bien hecha—. Siéntate aquí —le dice a Abby—. Y tal vez deberías aprovechar de estar castigada y, ya sabes, limpiar tu lado de la habitación ésta noche. Es repugnante.
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Abby se quita el cubrecama, avanza con dificultad otra vez y cae en la silla de Fern. Fern se agacha a su lado en el suelo. Abby abre su libro de texto y saca su aún inconclusa hoja de cálculo del lunes. Está arrugada y Fern parece molesta por eso, lo que hace a Abby feliz. Pero sobre todo, ella preferiría suspender que sufrir por esto. Abby mira los ojos de Fern pasar rápidamente a través de la página. Secretamente espera que Fern no recuerde estas cosas, pero rápidamente Fern anuncia—: Está bien. Así que hay que calcular la velocidad de la expansión del fondo oceánico.
Abby se queda mirando el mapa en su libro de texto. Hay una estrella en América del Norte, otra estrella marcada en África y una extensión de azul en el Océano Atlántico. Fern continúa—: El fondo marino era de aproximadamente 2.200 kilómetros entre América del Norte y África hace ochenta y cuatro millones de años atrás y es de cuatro mil quinientos cincuenta kilómetros hoy. —Abby comienza a escribir eso, pero Fern dice—: No tienes que escribir eso, Abby. Ya está en tu hoja de trabajo. —Está bien. —Abby cruza sus piernas por los tobillos y se frota los huesos. Fern espera unos segundos terribles antes de preguntar—: ¿Entonces, cuál es tu próximo paso? Abby se queda mirando hacia el océano. El azul parece ponerse más oscuro mientras el papel cae en la espina. —¿Resto? —Bueno... sí. Sin embargo, tus cifras están expresadas en kilómetros y tienes que responder en centímetros. —¿Por qué tiene que ser en centímetros? —Debido a que el fondo del mar crece muy lentamente, el número sería insignificante en kilómetros. Y además, no usamos kilómetros en este país. Hay un tono en la voz de Fern. Es de profesora y confianza, haciendo que las palabras suenen puntiagudas y crujientes, como la punta de un lápiz recién afilado. —Si la respuesta es tan insignificante —la lengua de Abby empuja con torpeza hacia fuera la palabra—, ¿por qué es importante? La boca de Fern se abre hacia Abby. —Porque el movimiento de las placas causan erupciones volcánicas, lo que provocan tsunamis. Quiero decir, el monte Everest crece un centímetro al año. Eso es algo que querrás seguir la pista. —¿Un centímetro? Guau. No me digas.
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Fern no le hace caso. —Un kilómetro es igual a seis punto dos millas, y hay cinco mil doscientos ochenta pies en una milla, y treinta centímetros en un pie. —¿Sabes eso de memoria? —Abby se ríe a carcajadas, a pesar de que no es tan divertido. Pero le gusta tomarle el pelo a Fern. —Esas son las conversiones básicas —responde Fern—. Ahora, para solucionarlo, configura una multiplicación cruzada. —Se levanta y
se acerca a la cama, dejándose caer sobre ella como si ya estuviera agotada. Abby agarra su lápiz y escribe "multiplicación cruzada" abajo en su cuaderno con la esperanza de que al ver las palabras se despierte su memoria. No es así. Fern abre El Efecto Blix como si fuera a leerlo, pero Abby puede sentir los ojos de su hermana clavados en ella. —Multiplícalo por una proporción de uno, Abby. A Abby se le cae el lápiz. —No sé cómo. La cara de Fern se arruga. —Eso es de octavo grado de matemáticas. —¿No te acuerdas? Fui una estúpida el año pasado, también. — Abby se levanta. —No eres estúpida, Abby. —Lo que sea, Fern. —Abby se encuentra de nuevo en su cama—. Sé que no me quieres ayudar, así que olvídalo. Fern se acerca y se para con las manos en las caderas. —Eres una mocosa, ¿lo sabías? —dice Fern—. ¡Tengo un montón de tareas que tengo que hacer y aquí estoy gastando mi tiempo tratando de ayudarte y no podrías ser más desagradecida! —¿Qué importa? Me perdí el baile.
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—¿Me estás tomando el pelo? ¡Hola! Si lo estás haciendo tan mal en tus otras clases como en Ciencias, podrías repetir, Abby. ¿Quieres ser una estudiante de primer año de nuevo el año que viene? ¿Cómo crees que afectará a tu preciosa posición social? —Fern se lame los labios—. ¡O tal vez podría ser la más guapa estudiante de primer año de nuevo el año que viene! ¿No sería totalmente increíble? Abby se da la vuelta y mira fijamente a la pared. Repetir es un miedo enorme, muy real de ella. Y Fern lo sabe. Lo sabe y ahora lo está lanzando en su rostro. —¡Eres una hermana horrible! —grita Abby desde sus pulmones. Fern se sobresalta. Ella se aleja de la cama. —¿Qué? ¿No acabo de ayudarte…? Abby rueda sobre sus rodillas y golpea con el dedo a su hermana con fuerza, los resortes del colchón se mueven hacia arriba y abajo.
—¿Ni siquiera te sientes un poco mal por delatarme con mamá y papá? —¿Es por eso por lo que te educa el Sr. Timmet? ¿Para vengarte de mí? —Fern niega con la cabeza—. Odio tener que decírtelo, Abby, pero esto es culpa tuya. Deja de sentir lástima por ti misma. Y deja de culparme a mí. —Tú quieres castigarme por la lista. ¡Estás celosa! La cara Fern se pone firme. —Eso es patético. Es como si Abby hubiera llegado a la cima de una colina empinada y ahora se derrumbara sin ninguna posibilidad de parar. —Lo estás. Estás celosa porque soy bonita y eres fea y TODOS LO SABEN. Por un segundo, es un alivio. El haber dicho lo que sentía, haber dicho lo mejor para herir Fern. Pero en el momento siguiente, Abby no puede respirar. Pasa rápido. La cara de Fern se queda en blanco, y luego las lágrimas se derraman, como si hubieran estado reteniéndose allí todo el tiempo, esperando la oportunidad de caer. —¡Obviamente, Abby! Ya sé que soy fea. Estaba en la lista, también. Escuchar a Fern decir esto, asusta a Abby. Escuchar a Fern llamarse a sí misma fea. —No, no lo estás. En la lista no se menciona tu nombre. Y como has dicho, nadie piensa que somos hermanas, de todos modos. Fern limpia sus ojos, pero no ayuda.
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—No estoy hablando de la lista de este año. —Aparta la mirada, avergonzada—. Estuve en la lista del año pasado. Era la más fea de segundo año. —¿De qué estás hablando? —dice Abby, pero piensa de nuevo y comienza a recordar. El año pasado, había oído a Fern en la cocina con sus padres. Fern se había molestado porque alguien la había llamado fea. Abby ahora entiende que "alguien" era, esencialmente, toda la escuela. Bueno, una persona hablando en nombre de toda la escuela. Sus padres rápidamente saltaron en defensa de Fern. El aspecto no tenía importancia; Fern era más inteligente que la mayoría de sus compañeros de clase; el intelecto era lo que contaba, un millón de
otros elogios que Abby nunca recibió. Habían querido llamar a la escuela para quejarse, pero Fern se los prohibió. No es de extrañar que Fern haya sido tan perra con ella esta semana. Y mientras Abby definitivamente se siente mal, Fern debería haberle dicho. —¿Cómo iba yo a saber eso? Dijiste que la lista no era gran cosa. —No es una gran cosa —aclara Fern, su voz sorprendentemente carente de emoción a pesar de las lágrimas—. No necesito una lista estúpida para decirme lo que ya sé. Abby abre la boca, pero las palabras no salen. No sabe qué decir. —Y no lo siento por decírtelo, Abby. Es una locura para mí que pienses que esta lista es lo único que tienes a tu favor. En serio, no entiendo cómo alguien como tú tiene tan horrible autoestima. Es la primera cosa bonita que Abby recuerda que Fern le haya dicho. —Bueno, no eres fea, Fern. —Ella lo habría dicho en ese entonces, también. Si lo supiera. —Soy fea. Lo sé. Escuchar a Fern, tan segura de sí misma, hace que Abby tenga ganas de llorar. La hace sentirse tan avergonzada por pensarlo. Ella nunca lo quiso decir. En realidad no. —No es así. —Y tú no eres estúpida. Abby niega con la cabeza. —Confía en mí, Fern. —Confía en mí, Abby.
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Están claramente en un punto muerto. Abby se da cuenta de que ambas creen firmemente que son una cosa y no la otra. Pero también se tienen la una a la otra, como verdaderas hermanas, por lo que se siente como la primera vez. Fern se sienta en el suelo. —Mira, sólo voy a quedarme en casa y ayudarte con esto. No necesito ver El Efecto Blix otra vez. —No, Fern. Tienes que ir. Voy a ver donde puedo conseguir esto por mí misma y puedes comprobarlo cuando llegues a casa. ¿Quieres que te maquille? —Dale un descanso —dice Fern, y dejan las cosas así.
41 Traducido por CrisCras Corregido por Violet~
L
auren sale de la parte trasera de la camioneta de su amigo. Está abarrotada. La mayoría de las chicas están malhumoradas porque el equipo de fútbol de Mount Washintong ha perdido otro partido. Pero Lauren no. Sonríe de oreja a oreja, después de haber tenido el mejor momento de su vida. Ama el calor del sol en sus mejillas, que su pelo sea una maraña, que haya vitoreado hasta que su garganta ha quedado en carne viva. —¿Te veremos en casa de Candace en unas pocas horas? —¡Sí! Las veo allí. —¿Necesitas un viaje? —pregunta la conductora. —No, estaré bien. —No estoy ni siquiera emocionada por ir —gime alguien. —Vamos a ir lo más tarde posible. No quiero estar pasando toda la noche allí. Lauren se da cuenta de que éste es el momento perfecto para hablar de Candace. —Vamos —dice Lauren—. Será una forma divertida de empezar la noche. —Las chicas aún parecen dudosas, por lo que Lauren añade—: Candace fue realmente amable conmigo anoche y no es porque me guste. Es porque las echa de menos a todas. —No deberías defenderla, Lauren.
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—No la estoy defendiendo, exactamente. Sólo estoy diciendo que tal vez ha cambiado. —Te está usando para parecer buena frente a nosotras. Lauren quiere negarlo, porque realmente no cree que sea así. Pero no dice nada. Se siente mal por Candace, porque Lauren no ha cambiado la opinión de nadie. Pero hizo lo que pudo. Lo intentó. Y Candace todavía tendrá una oportunidad, en la fiesta.
Su madre está en la parte oscura de la cocina, mirando por encima de algunos papeles. —¡Perdimos! —anuncia Lauren alegremente—. Pero creo que fue lo más divertido que he tenido en mi vida. —Va hasta el fregadero y toma un vaso de agua—. El partido estaba tan cerca, mami. Perdimos en el último momento, cuando uno de nuestros chicos dejó caer un pase. Pero era tan emocionante. Mucho más que el fútbol en televisión. Y la banda de la escuela secundaria es increíble. Tocaron canciones durante todo el partido, canciones de las que todo el mundo conocía las letras. Y todas las chicas se sentaron juntas en las gradas, debajo de mantas. Fue sólo… perfecto. Lauren se deja caer junto a la señora Finn. Mira hacia abajo, a los papeles de su madre. Uno de ellos es la lista. La copia que ha estado en el bolso de Lauren toda la semana. —Necesitamos hablar —anuncia la señora Finn. —Revisaste mi bolso —dice Lauren, retrocediendo poco a poco hasta que llega al mostrador—. No puedo creer que te metieras en mi bolso. —¿Qué clase de gente son tus amigos, Lauren? —La señora Finn golpea el papel. —Mis amigos no hicieron eso. —¿Entonces quién lo hizo? —No lo sé, mamá. —Ellos ciertamente no hablan amablemente de Candace. De hecho, prácticamente confirman mi opinión de ella. Lauren sacude la cabeza. Candace había sido más que amable y respetuosa anoche. Que era más de lo que podía decir de su madre. —Mamá… —¿Por qué no me enseñaste esto inmediatamente?
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—Porque no quería preocuparte. He conocido a muchas chicas realmente agradables. Mis calificaciones son buenas. Todo está bien. Todo es genial, en realidad. —¿Piensas que esas chicas se preocupan por ti? —Su madre se pasa las temblorosas manos por el pelo—. Has cambiado, Lauren. No me gusta a quien has elegido para pasar el tiempo. Y esto —arruga el papel—, está más allá de cualquier cosa que había imaginado en la que te involucrarías. —Mamá… no he cambiado. —Voy a dejar mi trabajo.
—¿Qué? —Éste no es un trabajo para nosotras, Lauren. Voy a sacarte de Mount Washintong tan pronto como sea posible. Supongo que venderé la casa, de cualquier modo es demasiado grande para nosotras dos. Voy a tener dinero para mantenernos por los dos últimos años de escuela secundaria. Las paredes de la cocina se cerraron. —Pero quiero quedarme en el colegio. —Siempre tuve miedo de la forma en que otras personas te tratarían, nunca de que te convertirías en una especie de mezquina chica popular. No puedo ni siquiera empezar a decir lo decepcionada que estoy por las elecciones que has hecho. —No te gusta porque ya no controlas más mi vida. Porque no estoy asustada del colegio y de las otras personas —Con mano temblorosa se aferra al respaldo de la silla de la cocina—. Tengo que prepararme. —¡No vas a ir al baile! Lauren se sienta, en shock, pero aún obediente. Un segundo más tarde, sin embargo, se levanta de nuevo. —¡No puedes hacer eso! ¡No he hecho nada malo! —Éste es mi derecho como madre, el de intervenir cuando veo que mi hija está yendo por el mal camino. —Mamá, por favor. Es el baile de bienvenida. Todo el mundo va a estar allí. —Lauren, he dicho lo que necesitaba decir.
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Lauren sube como una tormenta a su habitación. Da un portazo y cae sobre la cama, sollozando. Esto no es justo. Sabe que la lista ha hecho infelices a muchas chicas, pero es diferente para ella. La lista le ha dado confianza. Ha hecho que la gente tomara la oportunidad y se acercara a ella. Seguro que si la lista nunca hubiera sido escrita todo el mundo la vería aún como la chica educada en casa, pero las cosas son diferentes ahora. Ella es diferente ahora. Más tarde, la señora Finn viene para traerle la cena. Ninguna habla con la otra. Lauren come un poco, pero no mucho y cuando su madre vuelve a recoger la bandeja, Lauren tiene las cortinas cerradas y la luz apagada. Otra vez no dice nada. Pero tan pronto como su madre cierra la puerta, Lauren sale de la cama vistiendo el vestido que había llevado puesto en el funeral de su abuela. Es largo, negro, y seguramente malo para el baile. Pone sus zapatos en la mochila, junto con la cámara. Temblando abre la
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ventana, abandona su habitación y corre descalza a través de la hierba.
42 Traducido por Mel Cipriano Corregido por Juli
E
s momento de ver si el vestido se ajusta.
Bridget camina lentamente por el pasillo, con su bata atada apretada alrededor de ella y un vaso de agua helada en la mano. Toma un sorbo apenas y vuelve a dejarlo. El miedo se ha acumulado en su garganta como un bocado demasiado grande de algo que salió mal. Pan mohoso, leche agria, carne podrida. Con cada paso más cerca de su dormitorio, Bridget piensa en las cosas que ingirió esta semana. El bagel, las botellas de jugo vitamínico, los pretzels, el tenedor de ensalada en el centro comercial. Todo sumado, en su descentrada mente, a un centenar de cosas de Acción de Gracias. Si el vestido rojo no se ajusta, si es demasiado grande para ella, ¿qué va a hacer? No hay nada más en su armario que pueda llevar. E incluso si lo hubiera, sería imposible para ella tener un buen momento, sabiendo que había fallado. Todos sus sacrificios, todos los dolores por hambre, habrán sido en vano.
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Cuando Bridget pasa por el cuarto de baño, escucha a Lisa, a través de la puerta cerrada, cantando junto a la radio mientras se cepilla los dientes. Aunque lo hace con seriedad, la voz de Lisa es inentendible por el cepillo y la espuma, lo que hace que el sonido sea maravillosamente absurdo. La oscuridad y el vacío, rompen en el interior de Bridget. Se detiene, retrasa el juicio un poco más y silenciosamente abre un poco la puerta. Vapor se filtra y ve a Lisa vestida con una musculosa, pantalones cortos y zapatillas. Tenía el pelo negro, húmedo y brillante como el petróleo, colgando por su espalda, y el agua que gotea ha hecho la parte de la musculosa que cubre la parte baja de la espalda transparente. Tiene blancas flores de pasta y burbujas en las comisuras de sus labios, y pasa de lado a lado el cepillo de dientes —su micrófono— mientras que la mullida alfombra de baño es su escenario.
Bridget no ha visto mucho a su hermana últimamente. Bridget decidió invertir en la caravana del espíritu y el partido de fútbol. Estaba demasiada cansada y la poca energía que tenía quería ahorrarla para el baile de bienvenida. Además, sabía que sería difícil pasar por alto los bocadillos. A sus amigos les encanta golpear la barra de bocadillo — nachos, pretzels suaves, perros calientes, palomitas de maíz, cajas de cartón en equilibrio sobre sus piernas, manos extendidas a través de los otros. De todos modos, Lisa irrumpió en su habitación, buscando algo. A pesar de que Bridget estaba claramente durmiendo, Lisa encendió la luz e hizo mucho ruido innecesario. Cuando se dio cuenta de la taza de helado que había dejado anoche, ahora sopa derretida cubierta por una piel de leche cuajada, soltó un bufido. —Esto es asqueroso, Bridget —dice. Bridget sabía por qué su hermana estaba siendo tan intensa. Todo había salido a la luz anoche. Lisa estaba preocupada por ella. E incluso Bridget no podía negarlo... era por una buena razón. Así que en vez de enfadarse con Lisa, Bridget se dio la vuelta y le dijo que tome su lugar en el asiento trasero del coche de su amiga. Que hiciera la caravana del espíritu con las chicas jóvenes. Bridget ni siquiera tenía que consultarlo con ellas. A sus amigas les encantaba Lisa, la mimaban. No les importaría si se unía a ellas. Pero en vez de estar agradecida, Lisa murmuró—: No, gracias. — Salió y le pidió a sus padres que la dejaran en el campo de fútbol. Cuando llegó a casa, un par de horas más tarde, Lisa fue directo a su habitación. Bridget todavía no sabe qué equipo ganó. Lisa se inclina hacia delante para escupir en el lavabo. Cuando se endereza de nuevo, se da cuenta de la presencia de Bridget en el espejo. La expresión de Lisa cambia completamente de feliz a enojada. —Estoy aquí —dice y patea la puerta para cerrarla. Los dedos de Bridget quedan apretados en el pomo de la puerta, y empuja contra Lisa para mantenerla abierta. —¿Quieres ayuda con tu pelo?
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Lisa entrecierra sus ojos. —No. —¿Vas a rizarlo? ¿O usarlo hacia arriba? —No lo sé, Bridge. —Lisa presiona un poco más. Bridget utiliza su pie para evitar que la puerta se cierre. —¿Qué pasa con el maquillaje? ¿Quieres que te preste mi lápiz de labios otra vez? Tengo un delineador que va con él. Realmente deberías llevar covertor. De lo contrario, va a correrse en unos pocos minutos.
—Dios, ¿no puedo tener un poco de privacidad? —grita Lisa y se lanza hacia la puerta, empujando con ambas manos. Bridget mueve el pie y la puerta se cierra. Quiere gritar acerca de cómo Lisa podría haberle hecho daño, pero enciende el secador de pelo. Bridget se gira e inclina la espalda contra la puerta cerrada. Desde el interior, las vibraciones giratorias envían un hormigueo por todo su cuerpo. Te odia. Cree que eres una hermana terrible. Bridget se escabulle el resto del camino a su dormitorio. Si Lisa pensaba que se hallaba en problemas, ¿tenía que ser tan horriblemente mala? ¿Por qué no trataba que Bridget se sintiera bien consigo misma, en lugar de algo peor? De todos modos, se acabó. Para bien o para mal, el baile estaba aquí. Se iba a poner ese vestido y afrontar las consecuencias. El vestido rojo cuelga en el armario. Lo despoja de su manto, lo pone en su cama. Exhala todo el aire en su interior, esperando derrumbarse. Pone el vestido sobre su pecho, deslizando la cremallera. No hay problema. ¡Bien Bridget! Sus labios tiemblan y las lágrimas caen. Se inclina hacia adelante para que no se caiga en el tejido. Lo hizo. Es aún más pequeña de lo que había sido ese verano. Más pequeña que ese bikini enorme. Más pequeña que nunca. No tiene que perder peso más. Se acabó. Bridget levanta sus brazos en señal de victoria. Y cuando lo hace, el vestido rojo cae. Peligrosamente abajo. Tan abajo que el sujetador sin tirantes asoma.
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Esto la emociona. Se cuela en la habitación de su madre y encuentra una caja de alfileres de gancho en su kit de costura. Luego se quita el vestido, lo pone en su cama y comienza a sujetarlo con fuerza, a lo largo de la espalda, como había visto hacerlo en el maniquí del centro comercial. Bridget llega a verse en el espejo. En su sujetador y ropa interior. Inclinada sobre la cama, sobre el vestido, haciéndolo más pequeño. Se parece a los bichos que habían estado estudiando en Bio II. Como un exoesqueleto, costillas y huesos que sobresalen pequeñas protuberancias y crestas debajo de su piel. Sonríe. Y luego su estómago gruñe.
Eres repugnante. ¿No puedes disfrutar de esto durante un minuto sin pensar en comida? Ni siquiera eres tan delgada. Con las manos temblorosas, rápidamente termina de ajustar el vestido y se lo pone. Entonces Bridget tuerce el pelo recogido, añade un poco de lápiz labial. Se prepara sin mirarse en el espejo. Bridget no tiene que verse a sí misma. Ya lo sabe.
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Ella nunca será suficiente.
43 Traducido por Vanessa Villegas Corregido por Jessi Redondo
C
andace está en el baño, sentada sobre el asiento del inodoro, con los ojos cerrados. Su mamá le da los toques finales a su maquillaje para el baile. Ella puede escuchar a las chicas en su dormitorio y todo lo que hacen es estar hablando y riendo vertiginosamente. A pesar de que había aparecido después de lo que había esperado y nadie parece estar comiendo alguno de los aperitivos que ella y su madre habían hecho, su plan está todavía funcionando. Su única preocupación es que no se beban todo el ron antes de que Candace tenga la oportunidad de tener algo. —¿Terminaste? —le pregunta a su mamá—. Siento que hemos estado aquí por siempre. —Casi. ¡Estás tan hermosa! —Un cepillo frota suavemente en el labio—. Está bien. ¡Puedes mirar! Candace abre los ojos y mira a la chica en el espejo. Casi no se reconoce a sí misma. Sus ojos son profundos y llenos de humo, trazados con el delineador y sombras que sólo hace un azul gélido. Sus pestañas son extra gruesas y largas, por cortesía de las postizas a lo largo de sus párpados. Su rostro ha sido empolvado, por lo que estaría más claro que la piel normal si no fuera por el bronceador y el rubor. Sus labios se alinean y se tiñen de un rojo intenso vinoso. Y su cara y su pecho se sacuden en un destello de luz.
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Es, en esencia, una máscara. —Recuerda que será diferente en el gimnasio con las luces hacia abajo. Lo tomé en cuenta. —La Sra. Kincaid se vuelve apagado las luces del baño y abre la puerta del baño para dejar entrar la luz del pasillo—. ¿Te gusta? Candace no está segura de sí lo hace. Pero su mamá sabe lo que está haciendo. Hace ver a la gente hermosa para vivir. Oculta sus defectos. Y eso es exactamente lo que Candace quiere esta noche.
Ella entra en su dormitorio. —Guau, Candace. Casi no te reconozco. —Es un poco excesivo —dice Candace en voz baja—. ¿No es así? —¡No! No, en absoluto. ¡Te ves hermosa! —¡Como una modelo! Todos la felicitan. La única que no lo hace es Lauren. Sólo se sienta en la cama de Candace con ese vestido de bruja extraño, con las piernas balanceándose. Está bebiendo de su taza, volcando todo el camino de vuelta. Después del último sorbo, traga y deja escapar un ahhh grande como un comercial de refresco. —¿Enserio nunca has tenido ron y Coca-Cola antes, Lauren? —¡No! —grita Lauren—. ¡Pero son tan buenos juntos! —Tiende la taza vacía para que la rellenen otra vez. Candace da unos pasos delante de Lauren y trata de interceptar la botella. —Tal vez deberías reducir la velocidad. —Vamos, Candace. Dale más —dice una de las chicas con una sonrisa diabólica. Otra añade—: ¡Necesita un trago! Ha tenido un día difícil. —Miren a su vestido. Está de luto. Hay más risitas. —Es verdad. Lo estoy. —Lauren hace pucheros, y le permite a alguien rellenar su taza—. Mi mamá me está sacando de Mount Washington. Candace se anima. —¿Qué? ¿Por qué? —Encontró la lista. Y entonces me dijo que yo no podía ir al baile. Así que me escapé.
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Oh, dios. Esto es malo. La mamá de Lauren va a enloquecer. — Lauren… Lauren se inclina alrededor de Candace y sonríe con alegría a las chicas. —Estoy muy contenta de estar aquí con ustedes —dice, con la voz temblorosa por la emoción. Algunas ríen. Sus ojos se llenan de lágrimas—. No, en serio. Esto es todo lo que siempre quise. En serio. Las chicas se ríen la una a la otra. Lauren intenta levantarse, pero sus pies tropiezan con el dobladillo del vestido. Cae hacia adelante sobre una de las chicas y aprovecha la ocasión para abrazarla.
—¡Guau! ¡Lauren! —La chica la empuja y guía fuera de ella—. Tómalo con calma. Lauren llega a la alfombra y luego aparece en sus rodillas, como una especie de caída prevista. Besa a otra chica, que está sentado en el suelo, en la mejilla, y en el proceso chapotea ron y Coca-Cola a la chica en su vestido. —¡Lauren! ¿Qué demonios? Lauren se gira sobre su espalda y se encuentra en el centro de la habitación, como si estuviera haciendo un ángel de alfombra y sonríe hacia el ventilador de techo. El resto de las chicas miran hacia ella, labios curvados. —No le den más —dice Candace, tirando la copa vacía de la mano de Lauren. Para el tiempo en que las fotos son tomadas y las chicas han hecho su arreglo de última hora, Lauren está completamente borracha. Las dos chicas con licencia llenan sus coches con las otras y se van vía a la escuela. Se decide que Lauren debe caminar para ayudarla a recuperar la sobriedad. Las otras chicas que no caben en los coches caminan rápidamente. Candace termina cayendo hacia atrás con Lauren, manteniéndola a la deriva en la calle. —Tu mamá es tan bonita, Candace —medio articula Lauren. —Supongo. Lauren deja de caminar. —Mi mamá me odia. —No lo hace —dice Candace, agarrando la mano de Lauren y tirando con suavidad—. Cree que te está protegiendo. —Yo no voy a volver a la escuela. —Puedes hablar con ella, Lauren. Tú…
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Lauren niega con la cabeza. —Lo sé. No va a cambiar de opinión. Candace, por desgracia, le cree. —Lo siento. —Pero también se da cuenta de que Lauren dejando Mount Washington cambia las cosas. Sus amigas volviendo de nuevo a ella. Con Lauren fuera, sin duda la dejarán regresar en el grupo. Cuando mira a Lauren, Candace ve que empezó a llorar. —No creo que le gusto a chicas más. No sé lo que hice mal. —Todavía les gustas. No te preocupes. —Lauren llora un poco más, entonces deja de caminar de nuevo—. ¿Vas a vomitar? —le pregunta Candace—. Si crees que tienes que hacerlo, hazlo. Te sentirás mejor.
Lauren la mira con ojos llorosos. Parpadea unas cuantas veces y dice—: No me gustas con todo ese maquillaje. Creo que se ve mal. No necesitas nada de eso. Eres muy bonita, Candace. —Lo que sea. —Candace trata de mantener la luz. Cuando por fin llegan a la escuela, las chicas están de pie alrededor con impaciencia. Candace puede escuchar la música en el interior del gimnasio escapándose por las ventanas. —¡Candace! ¡Entra! ¡Date prisa! Candace mira a Lauren. Está vomitando en la barandilla. —No podemos llevarla dentro. Está borracha. —Entonces la dejamos en el coche. Una de las chicas abre la puerta de su asiento trasero. Candace ayuda Lauren a entrar. —No vomites en mi auto —advierte la chica—. Si tienes que vomitar, sal a la calle, ¿de acuerdo? Lauren rueda sobre su espalda y le susurra—: Está bien. Candace mira a las chicas yendo al gimnasio. Cuando mira a Lauren, su rostro está pálido y puede decir que otra oleada de vómito viene. Candace la arrastra de regreso del coche, la pone encima de la acera y tiene el pelo rubio hacia atrás. Cuando Lauren deja las arcadas, Candace dice—: Vamos a estar aquí hasta que vomites todo y luego te acompañaré a casa. —No. Debes ir a bailar, Candace. Ve a estar con sus amigas.
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Pero Candace ya ha vuelto al asiento delantero del coche, en busca de pañuelos. Uno para Lauren para limpiarse la boca y uno para Candace para quitarse el maquillaje.
44 Traducido por Deydra Ann Corregido por Jessi Redondo
S
arah está de pie desnuda ante su espejo de cuerpo entero. Los bordes están cubiertos con calcomanías e imágenes de las bandas que ama, pero queda suficiente cristal expuesto para que pueda verse de la cabeza a los pies. Su piel es opaca y terrosa, excepto por los cientos de delgadas rayas rojas por su comezón sin parar. Le dan la apariencia de que fue atacada por una jauría de furiosos gatos callejeros. Levanta la maraña de collares y ve una sombra verde de metal oxidado manchando su piel. Su pelo es salvaje y cuelga en su rostro en abundantes mechones. Fija un poco hacia atrás, por lo que la palabra en su frente se puede ver. En su mayoría está desvanecida. Puede volver a trazarla, pero decide no hacerlo. En la esquina superior del espejo, encajó las dos entradas del baile de bienvenida. La de Milo, una pérdida de diez dólares. Al menos era su dinero, no el de ella. Se sienta en su cama. Su uniforme para la semana y, ahora, su atuendo para el baile de bienvenida cuelga en el respaldo de la silla. El baile está a punto de comenzar. Esta retrasada. Date prisa, se dice a sí misma. ¡Date prisa! ¡Vístete malditamente ahora, Sarah!
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A pesar de que está en la recta final de esta anarquía, no quiere volver a guardar la ropa. La había sacado en el segundo en que regresó de la caravana del espíritu. Sarah había puesto su bicicleta entre dos vehículos decorados elegantemente. Uno detrás de ella tenía serpentinas pegadas revoloteando a lo largo de la carrocería y decorado con palabras blancas garabateadas en las ventanas, proclamando lealtad a su clase, al equipo. Las chicas en el camión frente a ella vestían en trajes de alpinistas. Las observó bailar a todas, aplaudiendo y riendo juntas. Una era de esas chicas educadas en casa de la lista, Lauren, quien se había convertido en la niña mimada de su clase de segundo año. Lauren parecía tan descaradamente feliz de estar de pie en la cama de la camioneta. Seguía abrazando a las chicas con quienes bailaba,
abrazándolas después de cada canción. Como una niña de doce años. Su cabello era tan brillante y rubio, se giró a la música. Sarah observó a las otras chicas en la camioneta darle a Lauren miradas divertidas. Su espíritu de la escuela era un toque excesivo para ellas. La gente del Mount Washington sale a sus jardines con tazas de cafés y saludan. Las personas que vieron el espectáculo no parecían darse cuenta de la claridad con que Sarah no formaba parte. Probablemente porque no podían olerla. Sarah no saludó, no sonrió. Puso sus ojos en el parachoques delante de ella y pedaleó hasta el campo de futbol. Y cuando otros carros buscaban lugares para estacionarse, dio la vuelta y regresó a casa. Todos los bocinazos, aplausos y canciones de lucha de celebración le dieron un dolor de cabeza y pasó el resto de la tarde en cama. Piensa en cuan diferente es su rutina de la de las otras chicas en la ciudad. Cuan bien vestidas y perfumadas estarían. Se puso a gritar rock pesado para motivarla. Piensa en toda la gente a la que le disgustaría y provocaría al imaginar sus caras horrorizadas. Finalmente se pone la ropa y es horrible. Como la piel de otro. Un horrible y mal oliente abrigo. Llaman a la puerta de su habitación. Abre y al principio no ve a nadie. Pero asomándose al pasillo, ve a Milo unos pasos abajo, mirando la vieja fotografía de Sarah. Una de séptimo grado. Es una foto horrible. Había tratado de rizar su flequillo como las otras chicas, pero por supuesto que parecía una tonta. Y esa fea blusa que había comprado en el centro comercial porque todos la usaban. —Hola —dice, pero no aparta los ojos de la fotografía. —Me estaba yendo. —Pasa más allá de él, pero la toma del brazo. Trata de soltarse, pero no la deja hasta que desliza algo en su muñeca. Un ramillete. Margaritas blancas.
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Es el único chico que le ha comprado flores. —Dije que no quería un ramillete —dice. Se lo quita y lo presiona en el pecho de Milo. Algunos pétalos caen al suelo. Dios, va a hacerla llorar. —No sé de cuántas maneras puedo intentar demostrar lo hermosa que creo que eres. Me está matando verte hacerte esto a ti misma. Hablé con Annie...
—¡Por el amor de Dios, Milo! —Se mueve rápidamente a su cuarto y cierra la puerta de un portazo justo en su cara. Quiere que se vaya. ¡No puede lidiar con esta mierda justo ahora! Pero Milo la llama a través de la puerta. Dice—: Y Annie dijo que no importa lo que haga. No puedo hacer que me creas. Tiene que ser algo que tú sientas. —Dios, Annie lo sabe todo, ¿no? Alguien debería darle un programa de debate. —Sarah se recuesta en su cama. Se queda mirando al techo. Sus ojos están acuosos. Quiere desesperadamente rasguñar. Milo abre la puerta. Sarah esconde su cara con la sábana. —Vamos —dice Milo y alcanza la mano de Sarah. —¿A dónde vamos? —Al baño. —No. Estoy haciendo una declaración, Milo. Debes respetarla. —Debo. Te dejé tomar la lista y básicamente te convertiste en una profecía auto-cumplida. Así que ahora necesitas respetarte y tomar una maldita ducha. Te sentirás mejor, Sarah. Por favor. La empuja por el pasillo. Y aunque Sarah protesta un poco, después de unos cuantos pasos se relaja. Milo abre unas puertas hasta que encuentra el armario de la ropa. Toma una esponjosa toalla azul, se la da y la encierra en el baño. Sarah mira la puerta cerrada. Milo tiene razón. El Mount Washington nunca iba a verla como algo distinto de lo que querían ver. Como fea. No importaba lo que hiciera. No importaba si no se bañaba por una semana o si se metía en el vestido de bienvenida más lujoso que pudiera comprar. No podía cambiar las opiniones de otras personas. No podía enseñar ninguna lección que no quisieran aprender.
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Milo se sienta afuera. Una vez que el agua se enciende, abre un poco la puerta y habla con ella. Acerca de nada, en realidad. Lo que dice no importa. Sarah sólo está contenta de oír su voz bajo la caída del agua. Y él no puede escuchar sus lágrimas. Toma tres ciclos de repetida espuma y enjuague para atravesar la acumulación de grasa y mugre. Y por mucho que Sarah odie admitirlo, se siente tan bien estar limpia. Sale con una toalla a su alrededor, vapor ondeando. —¿Ahora qué? —dice ella. Se encoje de hombros. —Vamos al baile. —Nunca pondré de nuevo esa ropa en mi cuerpo.
Milo golpea el montón con la punta de su zapato. —Yo tampoco. Deberíamos quemarla. —Sí. —¿Tienes un vestido que puedas usar? —No voy a usar un vestido. —Bien. Ponte lo que sea que te haga sentir hermosa. Ella ignora esa parte y se pone otra camiseta, su sudadera con capucha y un par nuevo de pantalones. Y el ramillete. *** Cuando llegan al baile, Sarah permanece fuera de la puerta del gimnasio. Puede escuchar la música en el interior. —Me siento como un fracaso. Todos esperan que aparezca y haga algo. —¿A quién le importan sus expectativas? —Nunca quise venir. Si no hubiera estado en esa estúpida lista, no habría venido. Se marcha, dando vueltas alrededor de la escuela hasta que está en su banquillo. Milo se sienta junto a ella. Sara abre un nuevo paquete de cigarrillos y enciende uno. Ha pasado casi una semana desde que tuvo uno, y el humo es extra fuerte y espeso en sus pulmones. Tose, fuerte y tira el cigarrillo al suelo. Cuando el humo se despeja de sus pulmones, pregunta—: ¿Puedo decirte algo? —Sus labios tiemblan. Los muerde—. No sé si alguna vez me he sentido hermosa. —Sarah...
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—Lo digo en serio. Milo envuelve los brazos alrededor de ella y la sostiene con fuerza. Y Sarah lo deja. Se deja ser vulnerable por un segundo, le permite ver su yo real, verdadero y feo. Es un momento hermoso y Sarah se permite ser parte de ello y eso, por lo menos, es un paso en la dirección correcta.
45 Traducido por Vanessa Villegas Corregido por Mel Cipriano
E
l gimnasio es oscuro y sombrío. El brillo sólo viene del papel crepé blanco colgado entre los aros de baloncesto, los globos iridiscentes vinculados a las gradas, las luces de discoteca fijadas a la mesa de DJ, y se escurre lo que sea desde el pasillo. Huele a pizza, ponche de frutas y las flores en las muñecas de las niñas de Jennifer que están bailando a su lado. Margo, Dana, y Rachel llevan ramilletes a juego: rosas rojas en miniatura que aún no han comenzado a abrirse, intercaladas con alientos de bebé15, algunas hojas de limón perfectamente rectangulares y rizos elásticos de madera de sauce. La muñeca de Jennifer está desnuda, limpia y la levanta sin límites al ritmo de la música. Su otra mano, la que sostiene el bolso, cuelga pesadamente a su lado. El sello estampado de Mount Washington está escondido en su interior. Ocupa tanto espacio que no podía empacar su peine de bolsillo o las curitas por si los talones le daban nuevas ampollas. Jennifer ha cumplido su parte del trato. No es que Margo se esté molestando en comprobarlo.
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Jennifer oscila detrás de Dana y se posiciona a sí misma bailando directamente en frente de Margo. Ha intentado esto un par de veces ya. Quiere llamar la atención de Margo para que pueda levantar su bolso abultado y demostrar que sí, que había llevado el sello prometido. Pero tan pronto como Jennifer se posiciona a sí misma, Margo hace un medio trompo y se aleja. Hay exactamente veinte botones verdes que suben hasta la parte posterior del vestido de Margo. Jennifer tuvo amplias oportunidades para contarlos.
Gypsophila: popularmente conocido como Aliento de Bebé, es una planta tupida y ramificada que tiene pequeñas flores delicadas en tallos mucho más esbeltos que su tronco. Es originario de Europa Central y Europa del Este. 15
Tan molesto como es el hombro frío de Margo, no es más frío de lo que ha sido el resto de la semana. Así que sigue bailando alegremente, porque parece que Margo ha cumplido su parte del trato, también. Ni Rachel ni Dana han tratado a Jennifer de forma diferente esta noche. No hay ninguna indicación de que Margo les haya dicho lo que logró entender. Ambas chicas son amables y corteses con Jennifer. Han hecho espacio para que pueda bailar con ellas, compartido una CocaCola durante una canción lenta, incluso posaron con ella para una imagen que Jennifer tomó con el brazo extendido. Hubo un solo momento de incomodidad palpable. Había sido cuando las chicas llegaron al baile de bienvenida, unos treinta minutos después de haber comenzado oficialmente. Jennifer, por su parte, había llegado al gimnasio treinta minutos antes. Los niños del consejo estudiantil colgaban las decoraciones. Jennifer les ofreció su ayuda, se ofreció para sentarse en la mesa frontal, observando las entradas, asegurándose de que todos los votos llegaran a la urna de forma cerrada. No sería necesario, se le informó. Ya había dos estudiantes de primer año asignados con ese deber. Jennifer se dijo que debía divertirse. Disfrutar de sí misma. En cambio, colgaba cerca de la puerta y saludó a cada estudiante a su llegada. —Vota por Jennifer para Reina —les había dicho una y otra, y otra vez, apuntando a la etiqueta en el vestido que decía lo mismo. No era la que Rachel y Dana le habían dado. Esa había dejado de adherirse. Había hecho una por sí misma. Una más grande. Jennifer podría decir cuales estudiantes habían votado por ella. A medida que deslizaban sus boletos en la urna, sonrieron y le desearon suerte a Jennifer. Los que no dijeron nada, que evitaron sus ojos, votaron por Margo u otra persona. Cuando Margo, Rachel y Dana llegaron, Jennifer estaba allí para darles la bienvenida, también, de la misma manera que había hecho con todos los demás. Haciendo campaña.
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Le dieron las más extrañas miradas. Margo, bueno, podía entender su reacción. Pero Jennifer nunca dijo que no iba a dar su mejor tiro para llegar a ser reina de la bienvenida. Jennifer tenía tanto derecho a ganar como Margo. Con Lista o sin ella. Pero Jennifer había esperado que Rachel y Dana la apoyaran. Obviamente. Como habían estado haciendo toda la semana pasada. Sólo que las chicas parecían un poco sorprendidas por su atrevimiento. Lo que no tenía mucho sentido para Jennifer. Rachel y Dana había
estado encabezando la campaña “Vota por Jennifer para Reina” desde el principio. Si Margo no les había dicho, ¿que había cambiado? En la siguiente canción el DJ toca otra rápida. Jennifer altera sus movimientos sólo un poco, por lo que todavía está en sincronía. Y para las próximas canciones, Jennifer baila rápido y duro. Por miedo, por nervios, por todo. Hay mucho en juego esta noche y se siente como si detenerse la obligara a pensar en el sello estampado pesando sobre su cartera de mano, las cosas que Margo le dijo pesando en sus entrañas. Necesita esto. Necesita ganar, para demostrarse a sí misma que es hermosa. Que había tomado la decisión correcta. Mientras una canción lenta se enciende, exhala. —Necesito un poco de aire —anuncia Rachel. Dana y Margo la siguen. Y Jennifer, también, unos pasos atrás. Jennifer lo ve primero. Matthew Goulding, viniendo desde atrás. Pasa a Jennifer y desliza su mano en Margo. Ella se da la vuelta rápida, aguda, tal vez porque piensa que Jennifer la está agarrando. Pero se ablanda cuando ve que es él. —¿Quieres…? Margo lo hace. Por supuesto que lo hace. Jennifer no espera a que Ted venga a buscarla. Trató de llamar su atención esta noche varias veces y él hace cualquier cosa para evitarla. Se da la vuelta, mirando a sus zapatos. Por lo tanto, terminan siendo Rachel, Dana y ella en la esquina, donde hay una puerta entreabierta para dejar al descubierto un trozo de estacionamiento y dejar entrar el aire fresco. Todos ven a Margo.
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Jennifer puede ver la felicidad. La alegría de la noche perfecta de Margo viniendo directo y real ante sus ojos. Es demasiado brillante en la oscuridad, su rostro brillando, mostrando todas las grietas. Ahora que está de pie inmóvil, los pies comienzan a palpitar en sus nuevos zapatos rojos. Se desliza y se para con los pies descalzos detrás de ellos. —Ella amó a ese chico por siempre —dice Rachel. —Me alegro de que estén bailando. Le da algo bueno esta noche. —La manera en que Dana lo dice: Jennifer escucha el subtexto. La idea de que Margo no será reina de bienvenida, a pesar de que lo merece.
Que lo que querían para Jennifer es ahora lo que ella le está quitando a Margo. —Ustedes dos se ven realmente hermosas —dice Jennifer. Lo ha dicho esta noche tantas veces. Apenas sale de su boca, llenando la torpeza. —Sí, tú también —dicen las chicas de nuevo. Suenan cansadas. Jennifer sonríe a sus pies, los zapatos rojos que había comprado, como Dana había sugerido. Cuando alza la mirada, las chicas han comenzado a hablar de otra cosa. —¿Viste que tengo los zapatos rojos, como dijiste? —Se los pone otra vez. En esta ocasión, Rachel y Dana fingen no oírla. Jennifer otra vez se pregunta si Margo dijo algo. Prometió que no lo haría, pero Jennifer piensa que Margo le dirá a la gente. Tal vez no esta noche. Pero con el tiempo. Después de que Margo obtenga el sello. Sólo tiene la sensación de que va a salir. Se excusa y encuentra un asiento solo en las gradas. Otra canción rápidamente se enciende, pero no tiene ganas de bailar. Danielle DeMarco está rodeada por un gran grupo de niños. Hay un chico, un chico alto y lindo, haciendo un divertido movimiento de break-dance justo en frente de ella. Este muchacho no es el novio de Danielle. Andrew está con sus amigos contra un muro. Él está mirando a Danielle, pero tratando de no hacerlo. Jennifer rueda el pelo de sus hombros. Un novio al siguiente. Clásico comportamiento de puta. Era parte de la razón por la que Jennifer lo había recogido en primer lugar. Después de tener que ver a Danielle chupar la cara de Andrew en el pasillo, cada mañana. Haciendo alarde del hecho de que tenía un novio.
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Jennifer tiene pequeñas razones así para todos. Escogió a Abby porque había oído a Fern divirtiéndose de lo estúpida que Abby era con sus amigas. Porque sabía que en el fondo Fern pensaba que era mejor que cualquiera, a pesar de que ella había estado en la lista del año pasado. Escogió a Candace porque sabía que si lo hacía, un centenar de niñas en la escuela dirían un silencioso agradecimiento por contar a Candace la dura verdad—que la gente ha estado llamándola en secreto fea desde hace años. Tal vez va a ser una persona diferente ahora que sabe. Jennifer lo duda. Ni siquiera es el punto. No puso a
Candace en la lista para enseñarle una lección. No lo hizo por gratitud. Lo hizo porque quiso. Escogió a Lauren porque era diferente a cualquier chica guapa que Jennifer había conocido antes. Ella no lo intentaba en absoluto. Y sabía que iba a volver loca a Candace. Escogió a Sarah porque había querido acabarla. Sarah estaba llena de mierda. Era difícil. La niña mala. Todo era una tapadera. Y esta noche lo demuestra. El hecho de que no se presentó al baile de bienvenida, después de todo ese discurso, las amenazas de arruinar el buen rato de todos. Jennifer se ríe de sí misma para siempre por dejar el numerito de Sarah llegar a ella. Escogió a Bridget porque… Bridget se acerca y se sienta en las gradas, también, un par de filas de distancia. —Hola, Bridget —la llama Jennifer. Bridget ve a Jennifer sobre su hombro. —Hola, Jennifer. Jennifer se mueve hacia abajo unas cuantas filas y dice—: Quiero que sepas lo contenta que estoy de que estuvieras en la lista. Te lo merecías. Bridget observa a una chica cruzar al otro lado de pista de baile. Es la hermana de Bridget, Jennifer se da cuenta. De todos modos, las dos chicas atrapan los ojos entre sí, pero de forma rápida. —Ojala no estuviera en la lista —dice Bridget—. La lista ha sido más que un problema para mí. Jennifer queda con la boca abierta. —¿Cómo puedes decir eso? Bridget sostiene un vaso de plástico de soda. Lo lleva a su boca y toma el más mínimo sorbo. —Oh, no me hagas caso. —Se vuelve y sonríe débilmente—. No quiero arruinar tu noche especial. He oído que eres una segura candidata para reina del baile. Felicidades.
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—Gracias —dice Jennifer, viendo a Bridget levantarse e irse. Margo nunca podría pensar que es una buena persona. Margo no podía entender por qué hizo lo que hizo. Tanto la lista como la lectura del diario de Margo. Fue algo difícil de admitir, pero no mentía acerca de ello. Y ella podría hacerlo. Nunca podría haberle dicho la verdad a Margo. Y nunca decirle a nadie de los secretos de Margo, todas las cosas que había leído. Jennifer podría haber mantenido todo su interior, como cualquier mejor amiga haría. No era una mala persona. En serio.
La directora Colby llega a su lado. —¿Te estás divirtiendo, Jennifer? Jennifer toma su agarre a su lado y lo sostiene en su regazo. —Sí. —Bien. —La directora Colby mira hacia la pista de baile—. Jennifer, me siento muy mal por no haber sido capaz de averiguar quién hizo la lista. Tenía muchas ganas de darte eso. Voy a seguir intentándolo durante el resto del año, manteniendo el oído en la tierra. Si sigo sin éxito, que así sea. Pero voy a trabajar el doble de duro el próximo año. Genial. Simplemente genial. —Gracias —dice Jennifer en voz baja. La directora Colby sonríe decaída. —Dicho todo esto, he venido aquí para decirte algo muy importante. No ganaste como reina del baile esta noche. Jennifer siente toda la sangre drenarse fuera de su cara. —¿Es...? ¿Está segura? —Quería que estuvieras preparada. Voy a ir hasta allí y llamar un nombre, pero todo el mundo en este gimnasio va a mirarte. Van a querer ver tu reacción. —Gracias —murmura. Es el primer año de nuevo. Sólo que esta vez, Jennifer no será sorprendida. Esta vez, sabe que es la chica más fea de la habitación. —Sé que estás decepcionada. Pero a diferencia de lo que ocurrió el lunes y durante los últimos tres años, tendrás la oportunidad de decidir cómo quieres que la gente te vea. Jennifer mira a la pista de baile y encuentra a Margo. Sus brazos están alrededor de Matthew Goulding. Su cabeza está en su hombro. Sus ojos están cerrados. Ella continúa—: Nada de esto importa, Jennifer. Dentro de unos años, nadie se acordará de este baile, nadie recordará quien fue la reina de la bienvenida, nadie se acordará de la Lista. Lo que la gente va a recordar son sus amigos, las relaciones que hemos hecho. Esas son cosas de las que agarrarse.
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Los bordes de los ojos de Jennifer lagrimean. Todo borroso. —¿Es Margo? ¿Ella gana? La directora Colby no le responde. En cambio, dice—: Vas a estar bien, Jennifer. Simplemente toma un minuto para recuperarte. Jennifer se sienta en sus manos.
Tal vez la directora Colby tiene razón, pero no espera eso. Porque no hay nada de lo que Jennifer pueda agarrarse. Excepto, tal vez, un pequeño pedazo de su dignidad.
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Y ni siquiera está segura de que se lo merezca.
46 Traducido por Soleria Corregido por Deydra Ann
C
uando Margo escuchó su nombre de la directora Colby en el micrófono, el gimnasio entero de convirtió en un vacío. Todo el mundo tomó un colectivo aliento, eliminando todo
el aire.
Todos miran a Jennifer. También Margo. Sus ojos van a las gradas, a las mesas de los aperitivos, la pista de baile. Nadie puede encontrarla. Por lo que la multitud se vuelve a ella. Unas pocas personas aplauden. Luego más. Pronto todo el mundo está animando. Rachel y Dana levantan sus brazos, aplaudiendo. A pesar de su campaña, están encantadas con Margo. Son sus mejores amigas. Los estudiantes dan un paso atrás, despejando un estrecho camino para que ella haga el recorrido a la cabina de DJ. Matthew ya está ahí, con su corona. Está sonriendo, extendiéndole la mano. Le tiemblan las piernas, pero con cada paso comienzan a trabajar mejor, sintiéndose más fuertes. Este es el momento sobre el que estuvo soñando. Se está haciendo realidad.
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La directora Colby baja el micrófono y toma la tiara. Margo se acerca a ella nerviosamente. —Felicitaciones, Margo, —le dice, acariciándole la espalda. Mira detrás de ella nuevamente. Busca entre los rostros de la multitud. ¿Está Jennifer aquí? ¿Está viendo?—. Jennifer se fue —susurra la directora Colby a su oído. Es exactamente lo que había esperado. Ella debería sentirse aliviada, pero no. El sello, Jennifer todavía tiene el sello. Y, ahora que no ha ganado, Margo no está segura si cumplirá el pacto.
Debe ir a buscarla. Ahora mismo. Por otra parte, habrá tiempo para conseguirlo. Más tarde, después del baile. Cuando las cosas se calmen. La localizará. Obtendrá el sello y pondrá fin a la tradición por siempre. Pero por ahora, Margo es capaz de respirar, por fin. Se dice a sí misma que disfrute del momento. Su momento. La directora Colby le pone la tiara en la cabeza. Se sorprende por el peso. Es evidente que la pedrería no son diamantes, pero siempre supuso que la tiara sería de metal. No lo es. Es de plástico.
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FIN
Agradecimientos A David Levithan, las innumerables formas en las que has nutrido, influenciado, alentado y defendido este libro se pueden resumir simplemente declarando: No sería, no podría, existir sin ti. A Emily van Beek de Folio Literary, estoy más allá de lo agradecida por el sabio consejo, la defensa feroz, y por tu inquebrantable creencia en mi habilidad. Hay muchas personas maravillosas en Scholastic que trabajan duro en mi nombre. Gracias a todos, especialmente a Erin Black, Sheila Marie Everett, Adrienne Vrettos, Elizabeth Parisi, Sue Flynn, y Charlie Young. Amor también para Nick y toda la familia Caruso, Barbara Vivian, Daddy, Brian Carr, Jenny Han, Lisa Greenwald, Caroline Hickey, Lynn Weingarten, Emmy Widener, Tara Altebrando, Farrin Jacobs, Brenna Heaps, Morgan Matson, Rosemary Stimola, y Tracy Runde.
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Oh, y tú, también, Bren, por ser la cosa más hermosa de mi vida.
Sobre el Autor Siobhan Vivian es una editora de libros y guionista de programas de televisión para niños. Es la autora de las novelas para jóvenes adultos A Little Friendly Advice, Same Difference, Not That Kind of Girl y The List. Sus libros han recibido numerosas críticas favorecedoras.
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Actualmente, enseña escritura creativa en la Universidad de Pittsburgh.
Traducido, Corregido y Diseñado en:
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