EL UNIVERSO DE STARCRAFT
BRECHA AMPLIA UNA HISTORIA CORTA POR
CAMERON DAYTON Informe Táctico L45.967.22 Restos de archivos de audio recuperados del crucero de batalla estrellado Furia del Emperador (fue totalmente imposible restaurar los holo-archivos)
Asunto: Soldado Maren Ayers, médica, batallón 128, “Bufones de acero”
Oficial: Capitán Serl Gentry, doctor, Operaciones especiales de investigación
Capitán Gentry: Siéntese, soldado. Me imagino que estará alterada después de lo que acaba de ocurrir.
Soldado Ayers: ¿Alterada? No sea tonto, capitán, esto no ha sido del todo una sorpresa. La naturaleza no se limita a adaptarse. La naturaleza hace trampas, cambia las reglas y se escurre por la puerta de atrás con tu cartera antes de que te hayas dado cuenta de lo que ha pasado.
Capitán Gentry: Creo que no la sigo.
Soldado Ayers:
Disculpe, no son palabras mías. Lo decía mi padre, el venerable Dr. Talen Ayers. Es un buen ejemplo de sus reflexiones: un tercio de renombrado investigador de genética, dos de paleto de provincias. Siempre me avergonzaba.
Siempre soltaba ese proverbio cada vez que me quejaba de los resultados inesperados de mi investigación. Por costumbre, supongo.
Capitán Gentry: Soldado, ¿podríamos empezar por el principio…?
Soldado Ayers: Es como aquella vez que un grupo de control entero de mis moscas de la fruta decidió reproducirse en un tamaño lo bastante pequeño como para atravesar la red de su jaula y extenderse por los demás hábitats. Arruinaron deliberadamente tres meses de modelado de cadenas largas de proteínas. Al menos a mí me pareció deliberado. Yo tenía doce años por aquel entonces y había estado trabajando en mi propia mutación de la Drosophila melanogaster para un proyecto de la escuela. Papá se rió sin más y me dijo que la próxima vez usara un tarro de mermelada. Cabrón. No se le ocurrió ninguna máxima ingeniosa cuando dejé la universidad para unirme al ejército, ¿a qué no?
Capitán Gentry: Soldado Ayers, ¿le importaría ceñirse al tema que nos concierne?
Soldado Ayers: Disculpe. ¿Demasiado personal? Me ha dicho que empezara por el principio, pero al parecer no le interesan los problemas entre padre e hija. Es que… Hace mucho mu cho tiempo
que no podía hablar de verdad con alguien que tuviera una educación más allá del campamento de entrenamiento, y el vuelo de regreso al espacio civilizado va a ser muy largo.
Capitán Gentry: (Carraspea.)
Soldado Ayers: Vale, iré al grano.
Capitán Gentry: Se lo ruego.
Soldado Ayers: Hace seis meses nuestro batallón se dirigía a una avanzada de vigilancia remota en el lado helado de Anselm, para relevar a los pringados que habían estado destacados en ese planeta el año anterior. Acabábamos de salir de distorsión en el sistema y estábamos realizando cálculos para el último salto cuando nos llegó una llamada prioritaria desde Korhal IV: todos los cruceros de batalla de clase Minotauro debían volver a la capital para ser modificados para el combate interatmosférico. Las instrucciones decían que se debían posponer todas las misiones no críticas, descargar pasajeros y cargamento en el punto de control habitable más cercano y saltar inmediatamente hasta el cuartel general. La recogida correría a cargo de naves militares secundarias, a discreción del mando. Eso sí que nos despejó de golpe. Sabe tan bien como yo que el Dominio puede llegar a usar el término “habitable” con demasiada generosidad.
Capitán Gentry: Los traslados inesperados son parte de la vida militar, soldado.
Soldado Ayers: Ya, bueno, no creo que a nadie le gustara quedarse en la cuneta indefinidamente por una simple mejora de vehículos. Nuestro ordenador de orientación calculó que la roca que más se acercaba a esos criterios era un planeta minero desolado en el extremo del sistema: Sorona. Ya lo ha visto, un planeta color naranja óxido con un fino anillo de asteroides alrededor del centro. Parece un niño gordo con un cinturón sucio.
Capitán Gentry: (Se ríe, pero se recompone.) Sí, ya he visto Sorona.
Soldado Ayers:
Bien. Para entonces había sido médica en el batallón 128 durante dos años. Nos llamábamos los Bufones de Acero y nos dirigía el teniente Travis Orran. Solo un puñado de compañeros habían estado en combate y de ellos la mayoría solo había visto pequeñas operaciones de paz. Sí, no éramos los Demonios del Cielo, ya lo sé, pero a los héroes de guerra no se les envía a esperar sentados en Anselm. En cualquier caso, no creo que nadie se esperara que nuestro contratiempo temporal fuera a ser algo más que temporal. De eso hace seis meses. Seis meses, Doc.
Capitán Gentry: “Capitán”…
Soldado Ayers: En todo caso, no nos recibió ningún comité de bienvenida.
Capitán Gentry: Eso no es infrecuente, soldado. Algunas colonias pequeñas no cuentan con personal suficiente para operar un puerto estelar debidamente.
Soldado Ayers: No es que llegáramos a la hora de la comida, Doc. Allí no había nadie. Desde hacía mucho tiempo. El plan del teniente era recoger tantos suministros como pudiéramos cargar y trasladarnos veinticinco kilómetros hasta la avanzada colonial más cercana, un agujero llamado Cask. Allí hablaríamos con el alcalde del lugar y trataríamos de encontrar un buen sitio para acampar el tiempo que hiciera falta. El teniente Orran dijo de broma que por lo menos podríamos tomar el sol antes de seguir hacia Anselm. Hubo algunas risas; creo que todos queríamos ver el lado bueno de la situación. Los zerg acabaron con eso. (Sigue una larga pausa y el sonido del capitán Gentry removiéndose en su asiento)
Capitán Gentry: Soldado, por favor…
Soldado Ayers:
Estábamos a unos ocho kilómetros de la colonia cuando el suelo… explotó a nuestro
alrededor. No recuerdo más que un mar de garras, dientes que mordían y sangre. Cuánta sangre. Los zerg nadaban por nuestro batallón como peces en un océano rojo. El soldado Braden estaba frente a mí; vi cómo le arrancaban el brazo de cuajo, con armadura, hueso y todo, y luego desapareció bajo dos de esas bestias. Usted y yo sabemos que hacía años que no había ninguna actividad zerg en el espacio terran. Había oído hablar de los xenos, había visto los vídeos de entrenamiento, pero nada te puede preparar para el puro terror animal que te atenaza cuando atacan esos monstruos. La velocidad. El salvajismo. Desde entonces he visto cientos de zerg, pero aquel primer ataque me sigue torturando. Siempre lo hará.
(Otra pausa larga.)
Capitán Gentry: ¿Y cómo sobrevivió a la emboscada, soldado?
Soldado Ayers: Bueno, fue el teniente el que mantuvo la calma y consiguió sacarnos del pánico ciego. Ordenó a los bufones que soltaran la carga, formaran un círculo y abrieran fuego. Me acuerdo de su voz, firme y estable incluso en medio de semejante caos. Es un buen líder, un buen hombre. Cinco soldados ya habían sido reducidos a montones húmedos en la arena antes de que sonara el primer disparo. Por instinto había enfundado mi A-13 y me dirigía a Braden con un paquete médico cuando la soldado Delme me agarró y me gritó que me ahorrara el esfuerzo. Tenía razón. Mis nanos no pueden hacer mucho por un soldado al que le han arrancado las vísceras a través de la armadura de combate. Seguramente no habrían pasado ni dos minutos cuando el teniente Orran ordenó un alto el fuego. El humo se despejó y nos quedamos allí de pie, atónitos.
Capitán Gentry: ¿Atónitos? Por favor, soldado. Todos los soldados del Dominio están entrenados para la posibilidad de un ataque zerg.
Soldado Ayers: Nunca ha visto un combate contra los zerg, ¿verdad, Doc?
Nuestro grupo de sesenta soldados ya había perdido a doce y otros tres no tardarían en unírseles. Los zerg nos pillaron desprevenidos y todo el entrenamiento del mundo no sirvió para nada. ¿Y lo peor? Después de buscar y rebuscar solo pudimos recuperar diez cadáveres alienígenas. Diez xenos. Un puñado de zergling se cargó a una cuarta parte de nuestro batallón en cuestión de minutos.
No habríamos llegado al día siguiente si los colonos no hubieran oído los disparos y venido a investigar. Vimos una nube de polvo en el horizonte, roja a la luz del anochecer. El teniente nos colocó en formación y nos preparamos para otro ataque. Fue entonces cuando oímos el maravilloso petardeo de un motor terran pesado. Vimos que un vehículo minero ―un gran transportador de mineral, por el aspecto que tenía―
venía hacia nosotros y empezamos a gritar de alegría. Paramos cuando pudimos ver mejor el vehículo.
Capitán Gentry: ¿No era lo que se esperaban?
Soldado Ayers: Digamos que el camión había visto días mejores. En algunos sitios el chasis tenía cortes profundos y parecía que las orugas de un lado estaban mordidas. En el morro del transporte había dos calaveras de hidralisco, colocadas de forma que los faros de acero plástico dieran una luz macabra a través de las cuencas vacías. No era el coche de bienvenida que esperábamos, pero al menos había sitio de sobra para el batallón en el remolque de mineral. Nos subimos y tratamos de pasar por alto el aspecto desesperado de las caras de los civiles que manejaban el aparato. Saltaba a la vista que esperaban algo más que un batallón sin experiencia. Nos contaron la historia en el viaje de vuelta. Hacía unos ocho meses que los zerg habían atacado los campamentos exteriores de Sorona; luego arrasaron los demás asentamientos terran. Sí, ha oído bien, ocho meses. Los colonos afirmaron haber enviado mensajes de emergencia al Dominio y a todos los puertos cercanos todos los días desde entonces. No hubo respuesta. Habían empezado a pensar que su estación de comunicaciones no funcionaba. Vaya momento para que se estropee el teléfono, ¿eh, Doc?
Capitán Gentry: Entonces, ¿cómo pudo una población civil de mineros desarmados sobrevivir a un asedio de ocho meses por parte de uno de los enemigos más peligrosos de la humanidad? Es algo que nos tiene desconcertados.
Soldado Ayers: ¿Ha podido ver los vídeos de reconocimiento de cuando se dignaron a venir? Si no lo ha hecho ya, diga a sus científicos que le enseñen los planos de Cask. La colonia está situada en una de las fortalezas naturales más perfectas que se podría imaginar, es el sueño de un arquitecto militar hecho realidad. Cask se encuentra entre las paredes de un profundo cañón que termina bajo un gigantesco arco de roca. Además de aportar sombra bajo los dos soles del planeta, el arco también protege a la colonia de la mayoría de los ataques aéreos. Un asalto por tierra tendría que pasar forzosamente por un estrecho cuello de botella que los mineros han apodado cariñosamente como “la cuña”. Incluso nuestro transporte raspaba las paredes mientras los mineros abrían las
puertas de pariacero para dejarnos entrar en una barricada improvisada. Doc, los zerg llevaban ocho meses asaltando la cuña todos los días y no podían superar a unos civiles armados con escopetas y láseres mineros. Era la primera vez que oía que unos civiles pudieran contener un asalto zerg; creo que nos permitimos el lujo de esperar que la estrategia de resistencia diera resultado. Los zerg no podían mantener este tipo de actividad permanentemente en un planeta prácticamente estéril, ¿no?
Capitán Gentry: No puedo aportar más información científica sobre los xenos que lo que ya tiene autorización para ver en los vídeos de entrenamiento, soldado. Por favor, continúe con su informe.
Soldado Ayers: De acuerdo, lo siento. Conseguimos establecer contacto con el líder del lugar, que parecía cada vez más abatido a medida que le decíamos que no, que no formábamos parte de una fuerza mayor y que no, que no teníamos ni idea de cuándo volvería nuestro medio de transporte. El médico de la colonia se había suicidado hacía solo un mes, así que pronto me vi rodeada de civiles enfermos y heridos. La desnutrición brotó en cuanto empezaron a agotarse los suministros; los civiles recogían todo lo que podían de maltrechos jardines hidropónicos y una especie autóctona de moho que crecía por las paredes sombrías del cañón. Era ácido, sabía a pegamento y tenía un extraño olor a pimienta, pero tenía las proteínas y los compuestos carboxílicos necesarios para evitar que la gente se muriera de hambre. El ácido había desgastado la mayor parte del esmalte de los dientes de los civiles, así que al final me pasé mucho tiempo realizando extracciones dentales. Ya sé que no es lo que uno se esperaría tras un ataque zerg.
La primera oleada de zerg atacó solo una hora después de nuestra llegada. Estábamos descargando el poco equipo que habíamos conseguido traernos cuando sonó la sirena. Entre una alarma y otra pude oír una agitación creciente, parecía que las paredes del cañón empezaban a temblar. El teniente nos ordenó dejarlo todo y apostarnos a lo largo de los muros improvisados que habían levantado los civiles. Una cosa es que los zerg te tiendan una emboscada. Otra cosa muy distinta es estar preparados, encerrados y armados para recibirlos. Los primeros zergling dieron la vuelta a la esquina para encontrarse con el fuego cruzado de tres rifles C-14 y ocho láseres mineros. Una lluvia de icor roció las paredes del cañón y la siguiente oleada de criaturas se lanzó al ataque. Estos alienígenas, que estaban empapados de los restos de sus parientes, cayeron igual de rápido. Los siguientes veinte minutos estuvieron llenos de ráfagas de disparos regulares interrumpidas por los siseos de los zerg moribundos. Cuando se hizo evidente que mis habilidades médicas no iban a hacer falta, tomé un puesto en el muro y empecé a disparar con un C-7 prestado. Disparar. Hacer agujeros húmedos en los zergling. Verlos retorcerse, caer al suelo, sufrir un espasmo antes de quedarse quietos. Juramento hipocrático aparte, me sentí bien.
Capitán Gentry: ¿Mmm?
Soldado Ayers: Sí. Me sentí muy bien. Meter clavos en esos malditos demonios. Después de que hubieran matado a tantos de los nuestros… poder matar y matar y matar sin más…
(Suena un llanto suave.)
Capitán Gentry: (A su solapa) Aquí Gentry. Creo que no voy a poder sacarle nada más, traedme un par de médicos y una camilla preparada para…
Soldado Ayers: ¡No! No, estoy bien, solo… solo necesito un minuto.
Capitán Gentry: (A su solapa) Esperad.
Soldado Ayers: (Solloza, toma aire) Le pido disculpas, capitán. Por un momento me he visto de vuelta en aquel lugar…
Capitán Gentry: Serénese, soldado. El Dominio necesita esta información para salvar vidas. Recuérdelo.
Soldado Ayers: ¿Salvar vidas? Ja. Me alegro de que lo exprese así, Doc. Eso lo hace mucho más fácil. Entonces mi batallón está perdido en este planeta y los zerg nos atacan a diario. Sin descanso. Sostenemos la barrera. Pasan los días. Las semanas. Aprendimos a conservar la munición y a usar los láseres mineros que los civiles habían colocado en las plataformas por encima de los muros, para controlar a los xenos. La cuña parecía anular toda ofensiva zerg: daba igual cuántas garras entraran por el cañón, solo podían acercarse lo bastante para arañar las barricadas antes de caer. Casi nos costaba más quemar los cadáveres con los láseres después del ataque. Nos acostumbramos a la rutina. Los ataques venían a horas distintas del día, pero solo una vez por ciclo de veinticuatro horas. Empezaba con unas pocas docenas de zergling y luego crecía a un ejército: cientos de bichos atropellándose los unos a los otros en masas tan grandes que todos los disparos atravesaban dos o tres cuerpos de una vez.
Capitán Gentry: Vale, soldado, ahora estamos llegando a la información importante. ¿Qué forma adoptaban los ataques? ¿Solo les atacaban zergling?
Soldado Ayers: Sí. Les pregunté por los demás tipos de zerg de los que había oído hablar: hidraliscos, ultraliscos, devoradores, ya sabe, todos esos bichos. Al parecer habían formado parte de los primeros asaltos, pero habían disminuido en número a medida que se alargaba el asedio.
Capitán Gentry:
¿Disminuido?
Soldado Ayers: Al principio, luego desaparecieron del todo. Los colonos lo consideraron un cambio importante en los meses que siguieron; supusimos que era señal de que la población zerg estaba quedando reducida a sus armas más baratas.
Capitán Gentry: ¿Sigue pensando que ese era el caso?
Soldado Ayers: No. Ojalá hubiera visto lo que era de verdad.
Capitán Gentry: ¿Le importaría darme más detalles?
Soldado Ayers: Ya llegaremos. Tiene que oírlo todo para entenderlo. Los civiles nos estaban agradecidos por estar con ellos y se aseguraban de darnos agua del pozo de la colonia y munición que producían en una fábrica de herramientas modificada. La comida y los suministros que nos habíamos traído fueron de ayuda y el soldado Hughes, que sabía de ordenadores, revisó su equipo de comunicaciones. Todo funcionaba bien. Por lo que pudo ver, los mensajes habían salido. Solo que nadie respondía.
(Una pausa larga. El capitán Gentry se vuelve a despejar la garganta.)
Capitán Gentry: Prosiga.
Soldado Ayers: Solo empecé a abrigar sospechas unas pocas semanas después.
Capitán Gentry:
¿Sobre el sistema de comunicaciones?
Soldado Ayers: No, sobre los zerg. ¿Por qué iba a sospechar de las comunicaciones? No soy informática. Fueron los constantes y totalmente inútiles ataques de los zerg los que me hicieron pensar. Me acordé de una discusión que tuve con mi padre un día después de su clase. Nos habíamos centrado en la teoría evolutiva y cometí el error de quejarme de una de sus máximas, algo de que las mutaciones ocurren con mayor frecuencia en poblaciones drásticamente diezmadas. Yo creía que era ridículo ver una población de organismos como una especie de inconsciente colectivo que reacciona a las amenazas con un razonamiento gestáltico separado del todo.
Capitán Gentry: ¿Razonamiento gestáltico? Soldado, tiene usted un vocabulario excelente, pero lo que acaba de describir con palabras sofisticadas es el concepto universalmente aceptado del cerebrado zerg. No es nada nuevo ni revolucionario.
Soldado Ayers: Perdóneme, Doc, pero no lo entiende. No es eso lo que proponía mi padre. Afirmaba que un sector concreto de individuos dentro de una especie podía sufrir un aumento general en las mutaciones de sus descendientes debido a la merma de la población. Esto presupone que existe algún tipo de comunicación bioquímica a nivel genético para todas las especies. Hasta para mis moscas de la fruta.
Capitán Gentry: Entonces, lo que está diciendo es que un grupo aislado puede mutar para afrontar situaciones inesperadas. Es la naturaleza que se escurre por la puerta de atrás con tu cartera, ¿no?
Soldado Ayers: Bueno, nos estamos acercando. La teoría me parecía estúpida. No seguía ni fórmulas, ni algoritmos, ni patrones predecibles. En general la ciencia es como una pistola, ¿verdad? La cargas, aprietas el gatillo y esta dispara. Cuando entiendes el mecanismo puedes predecirlo todas las veces. ¿Por qué cree que me uní al ejército? Aparte de los problemas con mi padre, quiero decir. Disparar armas, tapar los agujeros que hacen, ganar la batalla. Sencillo, limpio,
fácil. Mi padre odiaba mi sed de simplicidad, un universo en blanco y negro poco realista que llamaba “una insensata fantasía binaria”. “Maren”, me decía, “a veces A más B no es igual a C. A veces es igual a M, a veces es
igual a 42, a veces la respuesta es todo un ensayo. Tienes que aceptar que las preguntas más importantes tienen demasiadas facetas como para contarlas. Tienes que dar un paso atrás y contentarte con la visión general menos precisa”. Ese curso me suspendió, a pesar de tener unas notas perfectas. Me dijo que no había entendido lo más importante.
Capitán Gentry: ¿Cask la impulsó a replantearse las teorías de su padre?
Soldado Ayers: Sí. Me duele decirlo, pero sí. Tiene algo que ver con estar perdida en una roca desierta, rodeada de cucarachas homicidas y comiendo moho alienígena. Empecé a percibir la visión general. Mi padre habría estado tan orgulloso de su hija. En primer lugar, ¿por qué unos alienígenas interplanetarios supuestamente inteligentes iban a lanzar sus tropas sobre un objetivo inexpugnable deliberada y sistemáticamente? ¿Y por qué a un ritmo tan constante y metódico? Desde luego Cask no tenía ninguna importancia estratégica. Ni Sorona, para el caso. Mis estudios en xenobiología nunca habían avanzado mucho; cuando abandoné la universidad y dejé de estudiar con mi padre todavía no se enseñaba fisiología zerg en la educación superior. Por lo que pude colegir de los vídeos simplistas del campamento de entrenamiento, la Supermente zerg usa una forma adaptativa de ADN para incorporar fragmentos útiles de organismos distintos y no relacionados a su propia paleta genética. Hace que mi modelado genético de las moscas de la fruta parezca un juego de niños. ¿Y si la conciencia que controlaba a esta población hubiera reconocido un dilema único en la avanzada terran de Sorona? ¿Y si la teoría de mi padre era cierta? ¿Y si la relación inversa entre el índice de supervivencia de una población y las mutaciones aleatorias fuera un concepto que esta conciencia no solo entendía, sino que utilizaba para superar obstáculos cuando no funcionaba ninguna otra táctica? ¿Era nuestra resistencia desesperada un maldito campo de pruebas para el enemigo?
Capitán Gentry: Estoy impresionado, soldado. No puedo explayarme, pero sus análisis de campo encajan con gran parte de los datos que ha recopilado nuestro equipo táctico. ¿Cuál fue su conclusión?
Soldado Ayers: Tenía que saberlo. Tenía que saber si nos estaban utilizando, si estábamos ayudando a los zerg al colaborar con una estrategia de mutación forzada. Teníamos que encontrar a la colmena responsable de esta población de xenos. Teníamos que destruirla. El teniente se rió de mí. Traté de explicárselo de nuevo y me interrumpió; esta vez con expresión severa. Me dijo que no sabía cuánto tiempo íbamos a estar perdidos en aquella roca y que, gracias al dios que protege a los soldados ateos, había dado con una forma de mantener vivo a su batallón en mitad de un asalto zerg. Iba a quedarse donde estaba y esperar a que llegara la caballería. “Deje la ciencia para los científicos, soldado”.
Eso me dolió. Aunque no se lo crea, me dolió. Llevaba años intentando distanciarme de mi padre y su mundo de ensoñaciones intelectuales, y ahora ansiaba esa comprensión. Esa perspectiva. Estaba literalmente inmersa en el centro de lo que podía ser el siguiente paso evolutivo de toda una especie y me faltaban las herramientas, la formación y el apoyo para hacer nada de provecho.
Capitán Gentry: ¿Y qué hizo?
Soldado Ayers: Hice lo que pude. Esperé hasta que terminó el siguiente ataque y salté al otro lado de la barricada.
Capitán Gentry: ¿A por un poco de investigación de campo?
Soldado Ayers: Exactamente. Todos los demás soldados empezaron a gritar, pude oír que la soldado Delme llamaba al teniente. Algo sobre “otra loca que se suicida”. Sonreí ante su preocupación. Si el
patrón se mantenía, el siguiente ataque no llegaría hasta la mañana siguiente como pronto. Para cuando mis pies tocaron la arena el teniente ya había alcanzado la parte superior del muro y me estaba gritando. No le presté atención y me puse a trabajar, recogiendo muestras de los cadáveres. Lo hice rápidamente con los láseres quirúrgicos atenuados de
mi armadura y tenía el C-7 a mano por si los zergling no estaban tan muertos como parecían. Cuando ya tenía una buena cantidad de muestras, el teniente Orran había levantado la puerta y me esperaba dentro, furioso. ¿Qué iba a hacer? ¿Pegarle un tiro a la única médica del planeta? Me gritó una hora entera y me puso en confinamiento. En cuanto se cerró la puerta me puse manos a la obra y convertí mi habitación en un laboratorio improvisado. La mayor parte del equipo que necesitaba se podía adaptar del instrumental de mi armadura, así que en cuestión de una hora ya estaba realizando análisis comparativos con la carne de nuestros atacantes.
Capitán Gentry: ¿Construyó un laboratorio con su armadura? Una vez más, estoy impresionado, soldado.
Soldado Ayers: Los mandamases como usted creen que los soldados como yo somos todos unos gorilas descerebrados, ¿verdad? ¿No se esperaban que descubriéramos lo que estaba pasando?
Capitán Gentry: ¿“Lo que estaba pasando”? No sé qué insinúa, soldado, pero le sugiero que continúe con
su informe.
Soldado Ayers: Claro. El laboratorio no era nada del otro mundo, solo lo justo para realizar algunos experimentos básicos. No tardé mucho en localizar la mutación, incluso con mi poca formación. Ya sabe que la cirugía de trasplantes en humanos se centra en combatir el rechazo físico del cuerpo del anfitrión al órgano extraño. Pues imagínese cuando las células nuevas son de una especie totalmente distinta. El tejido conectivo de los zergling, esa sustancia dura y correosa que une el exoesqueleto de los zerg al tejido muscular, estaba cubierto de ampollas. Todas las muestras que recogí mostraban cierto nivel de hinchazón y agitación debido a las pústulas bulbosas que se amontonaban sobre ellas. Mi siguiente descubrimiento me pilló totalmente por sorpresa. La carne alterada tenía un olor característico a pimienta. Un olor al que me había acostumbrado con cada comida desde que llegamos a Sorona.
Capitán Gentry: El mismo olor que…
Soldado Ayers: No podía entender por qué los zerg querrían absorber moho local en su popurrí de propiedades genéticas. A lo mejor no era intencionado. Una infección alienígena… ¿causada por algas
malignas? Ja. Dudaba que nada pudiera atravesar las biodefensas de estos monstruos, pero era una posibilidad. Decidí diseccionar una de las ampollas más pequeñas, un espécimen horrible del tamaño de la yema de mi dedo. Cargué el láser médico y realicé una pequeña incisión.
Capitán Gentry: ¿Y?
Soldado Ayers: Y me desperté dos horas después en la bahía médica con la piel ardiendo. El teniente Orran estaba al lado de mi camilla, muerto de preocupación. Me dijo que había venido corriendo al oír la granada y que me había encontrado bajo una pared derrumbada en la habitación de al lado. Entonces bajé la mirada y vi lo que quedaba de mi traje. Toda la parte izquierda parecía una vela que se ha dejado al lado de una llama: las placas de la armadura se habían fundido. El teniente me dijo que la próxima vez que quisiera suicidarme antes me quitara la armadura. Sí, es un gracioso. Le pedí que me llevara a mi habitación. O bien el teniente Orran sentía lástima o bien había desistido de pelearse conmigo, porque me cogió del brazo y me arrastró o me llevó en volandas desde la bahía médica. No quedaba nada de mi habitación: las paredes habían estallado en todas direcciones. Tenía suerte de estar viva. “Esto no ha sido una granada”, le dije al teniente. “Ha sido una ampolla”.
Se rió, convencido de que me había vuelto loca. Le pedí que me explicara cómo era posible que hubiera encontrado una granada de ácido en mi habitación. Supuso que la había construido con piezas de mi traje, habían encontrado trozos de mi laboratorio improvisado repartidos por los escombros. No le culpo. ¿Quién se iba a creer mi historia sobre las malvadas pústulas alienígenas? Al final me confinaron a otra habitación con la vigilancia constante de la soldado Delme. Primero me salieron ampollas, se me agrietó la piel y luego se me empezó a pelar. Todavía puede verme marcas en la mano. Le conté mis preocupaciones a la soldado, la necesidad de retransmitir lo que estaba pasando. Le dije que quizá la noticia de una nueva mutación zerg convencería a alguien para que nos escuchara. Asintió, sonrió y se concentró en limpiar su arma. Delme debió de limpiar esa estúpida cosa una docena de veces los días siguientes.
Capitán Gentry: Mientras tanto, sus tropas seguían sufriendo ataques diarios de los zerg, ¿es correcto?
Soldado Ayers: ¿Los zerg? Oh, no. Dejaron de venir.
Capitán Gentry: ¿Dejaron de venir?
Soldado Ayers: Sí, señor. Un último asalto la mañana siguiente a mi accidente y luego nada. Delme me dijo que todo el mundo abrigaba un precavido optimismo y yo también me atreví a tener esperanza. Quizá sí era una especie de infección milagrosa que había acabado con los zerg. ¿Le debíamos la vida al moho de Sorona? El teniente Orran cedió después de unos días y me dejó salir del confinamiento. No sé quién se sintió más aliviada, si la soldado Delme o yo. Pasó otra semana sin incidentes y el teniente decidió a arriesgarse a enviar un equipo de exploración. Eligió a tres soldados de entre un mar de manos alzadas. Todos sufríamos claustrofobia después de tanto tiempo en esa maldita cuña. Encontré algunas herramientas y me puse a reparar mi pobre traje derretido. Conseguí liberar las juntas de las piernas lo bastante como para poder volver a ponerme ese trasto. Con zerg o sin ellos, prefería andar en mi traje de combate modificado. Ya no era la loca que se creía científica, era una médica del Dominio. Un moho infeccioso había acabado con la visión que tenía mi padre de la naturaleza como una carterista astuta.
Capitán Gentry: Ya, ya. ¿Qué encontró el equipo de exploración?
Soldado Ayers: Todos sentíamos curiosidad, hasta los civiles se acercaron cuando volvió el equipo con la esperanza de oír que ya no habría más ataques. El teniente Orran decidió romper el protocolo y escuchar el informe delante de la gente. Les preguntó si se habían encontrado con alguna hostilidad. Los tres soldados se miraron y sonrieron. El soldado Godard hasta se echó a reír. Dijeron que se habían
encontrado con un valle entero lleno de zerg enfermos y moribundos. Afirmaron que las bestias estaban hinchadas con alguna infección, que no se podían mover. El soldado Evans dijo que se habían pasado la tarde vaciando sus cargadores sobre “esos pobres cabrones”.
Los civiles estallaron en gritos de alegría y el teniente Orran lucía una gran sonrisa. Era la primera vez en mucho tiempo que las paredes de aquel cañón reverberaban con algo parecido a la esperanza. Pero algo que había dicho el soldado me sonó raro. A lo mejor le había oído mal. Tuve que gritar para hacerme oír. Le pregunté si de verdad habían vaciado todos sus cargadores. Le pregunté cuántos zergling enfermos habían visto. Evans sonrió y se encogió de hombros. Dijo que no estaba seguro, pero que el valle estaba lleno de ellos. Me invadió una ola de frío. Algo iba mal. Muy mal. Una enfermedad infecciosa resulta en una población con menos descendencia, no más. Los zerg no estaban muriendo. Habían encontrado su mutación. Estaban produciendo una nueva cepa y la cuña estaba a punto de estallar. Me di la vuelta y eché a correr. El teniente Orran me llamó, confundido por mi reacción. Tenía que llegar a la estación de comunicaciones, tenía que intentar enviar un mensaje. No recuerdo cuánto corrí, pero llegué a la estación justo cuando las primeras explosiones empezaron a resonar por Cask.
(Otra pausa larga.)
Capitán Gentry: ¿Soldado?
Soldado Ayers: Ya sabe el resto, o al menos la mayor parte. Recibieron mi mensaje. Vinieron. Con la motivación adecuada llegaron con toda una flota de cruceros de batalla en solo cuatro días. ¡Cuatro putos días! ¡Llevabais meses escuchando cómo se moría esta colonia y no movisteis un maldito dedo hasta que tuvimos una maravillosa información militar para vosotros, monstruos!
Capitán Gentry: Le pediré una vez más que termine su informe, soldado. Está en terreno pantanoso.
Soldado Ayers: ¿El resto de mi informe? ¿Quiere saber lo que pasó durante esos cuatro días? Vi cómo un muro que defendimos durante seis meses se disolvía bajo una ola de ácido. Vi cómo un batallón de soldados daban su vida uno a uno intentando detener una horda sin fin de xenos verdes hinchados que se acercaba más y más con cada detonación. Vi cómo los últimos rayos de esperanza desaparecían de los ojos de esos soldados cuando llegó la siguiente generación de zerg explosivos: criaturas que habían adquirido la capacidad de convertirse en bolas y rodar por el terreno más rápido de lo que puede correr un soldado armado. Y por último… Por último vi morir a toda una colonia de civiles, gritando lentamente
mientras esta nueva cepa de zerg destruía Cask centímetro a centímetro, con una serie de explosiones que retumbaba por toda la cuña.
Capitán Gentry: ¿Ha terminado su informe?
Soldado Ayers: He terminado mi informe, sí. Ya sé que he divagado y que no le he mostrado el respeto que se le debe a un superior. También sé que no voy a ver el final de este vuelo y que usted es solo el primero y el más amable de los interrogadores del Dominio que vendrán a visitarme. Lo he sabido desde que me subió a bordo con el teniente Orran. Él tampoco volverá a ver la luz del día, ¿verdad?
Capitán Gentry: Si eso es todo, soldado, puedo escoltarla…
Soldado Ayers: Desde luego que no es todo. A lo mejor me has estado escuchando con suficiente atención como para saber lo que es esto.
(Se oye una exclamación y una silla que se echa atrás.)
Sí, he traído una muestra para tus laboratorios, Doc. Es bastante más grande que la yema de mi dedo, ¿no te parece?
Siéntate. Siéntese, “señor”. Si vuelves a levantarte, pondré está habitación en órbita.
Apenas pude sobrevivir a una explosión con la armadura puesta y aquella pústula no era ni la mitad de grande que esta. Eso es, estate quieto. Qué ansioso estabas por recibir mi informe. A lo mejor deberías haberme sacado de esta vieja armadura, ¿no? ¿O registrar mis tubos de almacenamiento en busca de sustancias extrañas, o al menos desactivado mis láseres? Una estúpida médica de campo nunca se volvería violenta, nunca sospecharía…
Capitán Gentry: (Susurra a su solapa) Aquí Gentry, necesito seguridad en la sala de interrogatorios 7E de inmediato.
Soldado Ayers: Llama a seguridad todo lo que quieras. No tardaremos mucho. Sé que oísteis nuestras súplicas, cabrones. Que llevabais escuchando todo el tiempo. Sé que queríais averiguar cuánto podía resistir una población civil ante una incursión. Y sé que queríais saber cómo gestionaría la conocida adaptabilidad de los zerg un problema insuperable. He leído el entusiasmo en tus ojos cuando recibías estos datos, hijo de puta enfermo y asesino. Bueno, pues tengo malas noticias para ti. Vi algo más durante esos cuatro días. Vi a los zerg retirarse cuando habían dominado la cuña y destruido la colonia. El teniente y yo vimos a las criaturas darse la vuelta y marcharse de las ruinas humeantes de Cask, las vimos desde nuestro escondite en la falda del acantilado, donde nos encontrasteis. Se fueron porque habían terminado con su experimento. Había sido un éxito. ¿Creíais que vosotros experimentabais con ellos? Ellos estaban experimentando con ellos mismos. Así crecen, así se hacen más fuertes. Y durante las últimas veinticuatro horas antes de que llegara vuestra flota, escuchamos los enormes cañones de esporas que habían colocado en las montañas de los alrededores. Cañones que podían haber apuntado a Cask en cualquier momento, date cuenta. Pero eso habría arruinado el experimento. No, los cañones disparaban esporas al espacio, sin duda en dirección a otros planetas zerg. Estaban compartiendo lo que habían aprendido con el resto del Enjambre. Sé que hacía años que no se registraba actividad zerg en el espacio terran. Pero espero que estéis preparados para el siguiente encuentro. Vienen los zerg. Son la naturaleza misma, con toda su furia. ¿Esto sigue grabando? Bien.
Papá tenía razón, doctor. La naturaleza no se limita a adaptarse. La naturaleza hace trampas, cambia las reglas y se escurre por la puerta de atrás con tu cartera antes de que te hayas dado cuenta de lo que pasa. Ahora apaga la grabación y levántate. (La grabación reproduce una larga pausa, una exclamación y una explosión húmeda. Luego pasa a estática).