en David Barkin y Nita R. Manitzas (comps.), Cuba: camino abiert o, o, Siglo Veintiuno Editores, México DF, 1973, pp. 60–97.
NITA ROUS DE MANITZAS
CLASE SOCIAL Y NACION: NUEVAS ORIENTACIONES
Mucho se ha escrito acerca de los orígenes y de la orientación clasista de la revolución cubana para citar tan sólo algunos ejemplos, diré que para Tlicodore Draper es esencialmente una "revolución de la clase media que se ha utilizado para destruir a la clase media".1 Según Paul Sweezy y el difunto Leo Huberman, la revolución tenla contraída su deuda mayor con "el papel vanguardista de los campesinos" y Fidel Castro era "la encarnación de la voluntad y la energía revolucionarias de los campesinos". 2 Para Jacques Arnault, que examinó la revolución cubana a través de un lente marxista más ortodoxo, encajaba en la tradición marxista–leninista clásica: una revolución de "liberación nacional", encabezada por la "burguesía urbana media y pequeña", seguida de una fase socialista en que 1a clase trabajadora será el instrumento decisivo, apoyada por los campesinos pobres". 3 Y, finalmente, en contra de todos estos intentos de categorizar a la revolución en función de las clases, están quienes interpretan a la revolución en lo esencial como un fenómeno de masas, que recibió apoyo de diversas clases sociales, y por consiguiente salvó las fronteras entre clases, o como un movimiento –divorciado fundamentalmente de la clase social, encabezado por intelectuales y por otros miembros "desarraigados" de la sociedad. Como ha señalado Boris Goldenberg, sustentador de esta última opinión, "...todo análisis enmarcado en la lucha de clases sociales es
1
Castro's revolution: myths and realities, Frederick A. Praeger, Nueva York, 1962, p. 10.
2
Cuba: anatomy of a revolution, Monthly Review Press, Nueva York, 1960, p. 78.
3
Cuba and marxism, joint Publications Research Service, U. S. Department of Commerce, Washington, D. G, 1962, p. 27.
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totalmente engañoso y no nos permite apreciar el verdadero carácter de la revolución cubana".4 Aparte del hecho de que la gente tiende a ver únicamente lo que desea ver, gran parte de la incongruencia entre estas diversas interpretaciones de la revolución cubana proviene del hecho de que el concepto de clase social, entendido como concepto teórico, es uno de los más difíciles de precisar. Quizá una de las maneras de cortar el nudo gordiano consista en dejar a un lado las cuestiones teóricas del concepto de clase social y concentrar nuestra atención en los efectos empíricos de la existencia de clases dentro de un contexto histórico particular. Casi nadie discute que, en los países que se están desarrollando, la naturaleza de la jerarquía social guarda una relación explicita con el ritmo y la dirección del proceso de modernización. En lo que respecta a la economía, por ejemplo, se da por hecho, en general, que un orden de clases rígido y tradicional estorbará la aparición de algunas condiciones –sobre todo de la movilidad ocupacional– esenciales para la industrialización y para el crecimiento económico general. También se da por establecido que, a nivel de la nacionalidad, en la acepción más amplia de este término, las clases sociales con su peculiar configuración pueden constituir un obstáculo grande y directo para la integración nacional y la aparición de una comunidad nacional cohesiva. En su esencia, la nación moderna implica que se borre la identificación de clase en función de una fidelidad, de orden superior, para con la nación en su conjunto. Cuando, como ocurre en la mayor parte del mundo en vías de desarrollo, las fronteras de clase corren a mayor profundidad que las fronteras nacionales, cuando el sentimiento de simpatía y solidaridad para con los propios conciudadanos se detiene bruscamente en las fronteras de clase, y cuando la lealtad a la clase se sobrepone a toda lealtad más amplia para con la comunidad nacional, entonces no existen las condiciones fundamentales para la existencia de una nación moderna, al menos, de acuerdo con las normas de modernidad vigentes a mediados del siglo xx. La ausencia de una completa identificación supraclasista con la nación como un todo tendrá que dar como resultado, necesariamente, identificaciones subnacionales, políticas subnacionales y, en el fondo, conceptos de nacionalidad incompletos o deformados. De acuerdo con este patrón, la sociedad cubana prerrevolucionaria carecía de las características de una nación moderna. Aunque la jerarquía social cubana no estaba tan rígidamente estructurada, ni poseía un carácter tan tradicional como los ordenamientos de clases de muchos otros países del mundo en vías de desarrollo, obro no obstante como contrapeso efectivo de la aparición de una comunidad nacional plenamente integrada. Sectores considerables de la población, sobre todo entre la clase inferior rural, estaban de hecho excluidos de la corriente principal de la sociedad nacional. Y, en las clases superiores, la nacionalidad las mas de las veces quedaba subordinada a intereses más particulares. Como ha comentado el polít6logo Russell H. Fitzgibbon: "No puede negarse que –aunque es evidente que la generalización 4
“The Cuban revolution: an analysis", Problems of Communism, vol. xii, núm. 5 (septiembre– octubre de 1963), p. 3.
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no se limita a Cuba, entre los países latinoamericanos– las personas ricas eran más leales a la clase que al país."5 Por otra parte, sería erróneo afirmar, como lo han hecho algunos autores, que en la Cuba prerrevolucionaria existían clases monolíticas, cada una de las cuales tenía intereses y lealtades claramente definidos. Por el contrario, la estructura de estratificación era medianamente completa y las fisuras dentro de las clases principales eran tan profundas o más que las líneas divisorias que corrían entre las clases. Un trabajador de La Habana, protegido por un régimen legal especial y por su pertenencia a un sindicato, no hacia causa común con un guajiro sin trabajo en el campo. Los sectores medios tampoco mostraban mayor cohesión. La lealtad y los intereses compartidos no tendían a amalgamarse a nivel de clase sino dentro de las subclases. Al mismo tiempo –y éste es tal vez el hecho fundamental del orden social prerrevolucionario– no existía una identificaci0n superior que sustituyese a las clases y fusionase a los diversos estratos de la sociedad hasta formar una comunidad nacional coherente. LA ORIENTACION SOCIAL DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO Con este trasfondo, Fidel Castro definió en 1953 la orientación de clase de la revolución cubana. Frente a sus jueces, después del ataque del 26 de julio contra el cuartel Moncada de Santiago de Cuba, el comandante Castro, en su famoso discurso de defensa, catalogó explícitamente a las personas comprendidas en su universo rebelde. Dada la importancia de las clases sociales en el curso ulterior de los acontecimientos, valdrá la pena leer en su totalidad la lista de Fidel: Nosotros llamamos pueblo, si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento; a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una pulgada de tierra y cuya existencia debiera mover más a compasión si no hubiera tantos corazones de piedra; a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero, cuyo futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso es la tumba; a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra, que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra 5
"The revolution next door: Cuba", The Annals of the American Academy of Political and Social Science, vol. 334 (marzo de 1961), p. 114.
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prometida, para morirse sin llegar a poseerla, que tienen que pagar por sus parcelas como siervos feudales una parte de sus productos, que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo porque ignoran el día que vendrá un alguacil con la guardia rural a decirles que tienen que irse; a los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales; a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etc., que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica. ¡Este es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje!6 A pesar de los vuelos retóricos, el mensaje es inequívoco. Una cosa queda bien clara: por ningún concepto Fidel Castro en su juicio del cuartel Moncada estaba proponiendo una revolución burguesa clásica. Aunque describió a sus representados en función de la ocupación más que de la clase, en sí, la orientación populista es inconfundible. Puede discernirse no sólo en la lista de aquellos grupos explícitamente influidos en la esfera de sus preocupaciones, todavía más explícita, en función de la orientación de clase, es la lista de los omitidos. En el universo que Fidel definió para su revolución hay conspicuas exclusiones, tales como los terratenientes, los banqueros, los rentistas y los industriales: en resumen, todos aquellos que en su conjunto constituían la clase superior y las capas más elevadas de la clase media en la Cuba prerrevolucionaria. Así pues, por extrapolación, la población incluida dentro de los límites revolucionarios trazados por Fidel en 1953 fue la de las clases inferiores, la pequeña burguesía y un subgénero ultimo –personificado por el propio Fidel– de intelectuales enajenados de la clase media. Aunque la posición fidelista en lo relativo a las clases sociales fue afinada más tarde y, especialmente después que la revolución cumplió varios años en el poder, tendió a volverse mas restrictiva, el contenido populista del programa original de Fidel Castro ha seguido siendo a lo largo del tiempo un factor congruente de sus formulaciones ideológicas. En su esencia, el discurso del cuartel Moncada estableció claramente la identificación consciente de Fidel Castro con los sectores "marginados" de la sociedad cubana, con los que permanentemente quedaron "fuera" de la misma, por así decirlo. Cualesquiera que puedan ser las trasmutaciones que su ideología haya podido sufrir desde entonces, esta orientación no ha cambiado.
6
La historia me absolverá, Instituto del Libro, Habana, 1967, pp. 25–26.
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Aparte de sus tendencias claramente populistas, la posición ideológica de los dirigentes revolucionarios cubanos en lo relativo a las clases sociales, en los días inmediatamente posteriores a la victoria, no había cristalizado y aun, a veces, resulto contradictoria consigo misma. Desde un principio, fue evidente que la clase superior no figuraba entre aquellos a quienes el Comandante pretendía representar, pero la posición de los dirigentes frente a las demás clases de la sociedad estaba menos claramente definida. A veces, el auditorio al que dirigía sus palabras era calificado vaga y globalmente como "el pueblo". Otras veces, dividían su mundo en dos categorías sencillas, la de los "ricos" y la de los "pobres". El 18 de abril de 1959, unos tres meses después de la toma del poder por los fidelistas, el Che Guevara, principal ideólogo de la revolución, afirmó en una entrevista: La revolución cubana no es una revolución clasista, sino un movimiento de liberación que ha volcado un gobierno dictatorial y despótico. El pueblo odiaba desde el fondo de su corazón al gobierno dictatorial de Batista con su apoyo norteamericano y se levantó para derrocarlo. El gobierno revolucionario ha recibido un apoyo masivo de todos los sectores de la población, porque sus medidas económicas han abarcado las necesidades de todos y han mejorado paulatinamente la vida del pueblo. Los únicos enemigos que quedan en el país son los latifundistas y la. burguesía reaccionaria.7 Diez días más tarde en el programa de televisión titulado 'Telemundo Pregunta", declaró, al parecer haciendo caso omiso de su aseveraci0n anterior, que "el gobierno revolucionario tiene dos aliados esenciales: los campesinos y los obreros. Es erróneo pensar que una revolución beneficie a todas las clases sociales". Pero al aclarar a quiénes, de hecho, no beneficiaría, se limitó a mencionar a la clase superior: Hay otras tres [clases de ricos]: el que vive de bonos y de edificios de apartamentos. El que pone su dinero desde el extranjero y roba tierras en alianza con la Fuerza Pública y el que presta su dinero."al garrote" al campesino y lo convierte en su esclavo. Esas tres clases de ricos van a sufrir..."8 Quedaba pendiente la suerte de la clase media. Mientras tanto, en otros discursos y en sus escritos, el Che Guevara estaba comenzando a poner los cimientos de otra interpretación más compleja de la revolución, un concepto que, en su esencia, colocaba a todos los grupos sociales –sin exceptuar al trabajador urbano– en una posición subordinada y asignaba al campesino el papel clave de catalizador en las primeras etapas del proceso revolucionario. De acuerdo con esta explicación ex post facto de la 7
Entrevista con un periodista chino en Rolando F. Bonachea y Nelson P. Valdés (comps.), Che: Selected works of Ernesto Guevara, The MIT Press, Cambridge, Mass., 1969, p. 374. 8
Revolución, 29 de abril de 1959.
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génesis de la revolución, la banda original de guerrilleros de la clase media, lanzados al campo, se transformó gradualmente en una banda de revolucionarios agrarios, radicalizados por las masas campesinas que finalmente se unieron a ella bajo la bandera de la reforma agraria. Al respecto: Las gentes de la Sierra, brotan silvestres y sin cuidado y se desgastan rápidamente, en un trajín sin recompensa. Allí, en aquellos trabajos empezaba a hacerse carne en nosotros la conciencia de la necesidad de un cambio definitivo en la vida. del pueblo. La idea de una reforma agraria se hizo nítida y la comunión con el pueblo dejó, de ser teoría para convertirse en parte definitiva de nuestro ser. La guerrilla y el campesinado se iban fundiendo en una sola masa, sin que nadie pueda decir en qué momento del largo camino se produjo, en qué momento se hizo íntimamente verídico lo proclamado y fuimos parte del campesinado.9 Estas peregrinaciones ideológicas de los dirigentes revolucionarios se han utilizado para fundamentar toda una variedad de teorías acerca de la matriz clasista original de la revolución cubana, y también acerca de los motivos de los propios revolucionarios. Sobre todo, inmediatamente después de que Fidel Castro abrazara en público el marxismo–leninismo se convirtió en una suerte de pasatiempo de moda hurgar en las primeras declaraciones de los jefes rebeldes en busca de hilos con los cuales tejer una explicación convincente de lo que había ocurrido. Gracias a la perspectiva que nos dan los años transcurridos, vemos que resulta innecesario detenernos en este punto. Aunque se les podría describir con propiedad diciendo que eran intelectuales", los dirigentes revolucionarios que bajaron de la Sierra Maestra no eran indudablemente teóricos sociales, disciplinados y eruditos. Si aceptamos el valor nominal de sus propias declaraciones, cuando llegaron a La Habana, en 1959, carecían de lo que pudiese calificarse de un sistema ideológico o filosófico plenamente desarrollado. Sus declaraciones ideológicas, desde el famoso discurso de Fidel titulado La historia me absolverá, hasta las declaraciones de los primeros años en que ejercieron el poder, constituyeron una especie de popurrí, en el que se advertían las influencias de José Martí, de los programas de los partidos Autentico y Ortodoxo de las décadas cuarta y quinta en Cuba, de las corrientes más generales del pensamiento latinoamericano, especialmente del género aprista, y, por último, de algunas teorías populistas e igualitaristas que han venido circulando en el ámbito internacional durante gran parte del siglo actual. En pocas palabras, estuvieron condicionadas por una vena particular del pensamiento occidental, filtrada a través de la red de la experiencia histórica y los sentimientos nacionalistas cubanos.
9
Países de la guerra revolucionaria, en Ernesto Che Guevara, Obras 1957–1967, Casa de las Américas, La Habana, 1970, tomo i, pp. 254–5.
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Ecléctica y asistematizada, esta corriente convergente de pensamiento no constituyó una doctrina coherente. Proporciono una vaga forma a la preocupación profunda de los dirigentes revolucionarios por la "justicia social" y en favor de los sectores desposeídos marginados y otros enajenados de la sociedad; y pintó con pinceladas vigorosas, amplias y gruesas, la visión de una nación en la que todos los ciudadanos tendrían igual derecho a la felicidad y a los beneficios fundamentales que esa sociedad pudiese otorgar. De tal manera definió una postura general respecto de la sociedad y de las clases sociales que abría algunas opciones ideológicas y cerraba otras. Pero no proporcionó a los dirigentes cubanos un marco analítico riguroso para explicarse a sí mismos y a los demás el funcionamiento exacto de su revolución, ni les permitió apreciar con agudeza y plenitud las implicaciones de clase de su visión fundamentalmente igualitaria. Esto explica, en parte, sus aparentes vacilaciones en las primeras etapas de su ejercicio del poder cuando se pusieron a definir a sus representados y, por extensión, a la nueva comunidad. En otro aspecto, la carencia de una doctrina de clase coherente y los cambios progresivos de los dirigentes en lo relativo a la cuestión de las clases sociales reflejaron también el flujo y el reflujo de las circunstancias reales. La Ley de Reforma Agraria de mayo de 1959, por ejemplo, cristalizó la oposición al régimen de algunos subgrupos de la sociedad, por lo cual quedaron descartados de la definición global y reconocida de "pueblo". Así también, el nivel progresivo de disputa con los Estados Unidos condujo a la eliminación paulatina de los grupos revolucionarios de aquellas personas cuyas fortunas estaban ligadas a la economía norteamericana o que, por alguna razón, consideraban que sus intereses se hallaban vinculados a los de los Estados Unidos. Aparte de la clase superior, que de todas maneras nunca habla preocupado especialmente a Fidel, la gran masa de estas primeras defecciones de la revolución se concentró en el estrato social medio, particularmente en los sectores comercial, profesional y de dueños de tierras; esta circunstancia se reflejó en el endurecimiento progresivo de la actitud revolucionaria, respecto de las capas media y superior de la sociedad. En otras palabras, la definición original de la composición de clases de la revolución cubana, un tanto borrosa y relativamente amplia en sus alcances cuando el Ejército Rebelde llegó al poder, se hizo más nítida y se afinó al ponerse a prueba en la realidad.
LA DEFINICION DE CLASE EN EL NUEVO GOBIERNO Hacia el final del primer año de ejercicio del poder, se fue haciendo cada vez mas claro que cuando los revolucionarios se referían al "pueblo" pensaban esencialmente en la clase baja. Comenzó a menospreciarse o a omitirse por completo en las declaraciones el papel desempeñado por individuos de la clase media en el derrocamiento de Batista, ampliamente reconocido en los primeros días del nuevo régimen. En el discurso pronunciado con ocasión del aniversario Página 7 de 25
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del natalicio de José Martí, en enero de 1960, el Che reflejó esta predisposición creciente: Es una revolución hecha para el pueblo y mediante el esfuerzo del pueblo, que nació de abajo, que se nutrió de obreros y campesinos, que exigió el sacrificio de obreros y de campesinos en todos los campos y en todas las ciudades de la isla. Pero que ha sabido recordarlos en el momento de triunfo. "Con los pobres de la tierra quiero yo mí suerte echar", decía Martí... y asimismo, interpretando sus palabras, lo hicimos nosotros. Hemos venido puestos por el pueblo y dispuestos a seguir aquí hasta que el pueblo quiera, a destruir todas las injusticias y a implantar un nuevo orden social.10 Independientemente de que se acepte o no la descripción que hace Guevara de una revolución "desde abajo", lo que no puede confundirse es la dirección general de su pensamiento. Sin duda, él y otros dirigentes explicaron con claridad que las filas revolucionarias comprendían, además de la clase baja, categorías de personas tales como las de los intelectuales y los estudiantes, e incluso, hasta marzo de 1960, Fidel estuvo dispuesto a reconocer que "una buena parte de la clase media apoya a la revolución".11 Pero en las frases siguientes señaló que no consideraba que la clase media en general fuese un pilar de la revolución digno de confianza; y, además, mientras la clase baja quedaba definida colectivamente dentro de los limites revolucionarios, no ocurría lo mismo con la clase media, en tanto clase. Mas bien, a sus miembros se les concedían credenciales de admisión como individuos o, a veces, como grupo profesional y siempre dando por sentado que dentro de la revolución habrían de hacer causa común con los estratos inferiores de la sociedad. 12 Quienes no pudiesen o no deseasen sumergir sus intereses de clase o, por cierto, sus intereses individuales bajo el peso mayor de la revolución, ni se identificasen con la masa de obreros y campesinos, quedaban simplemente descartados de la definición global de "pueblo". Aunque la evolución de esta definición de la comunidad revolucionaria propendió a dejar fuera de su alcance a un número cada vez mayor de 10
Revolución, 30 de enero de 1960.
11
La Calle, 30 de marzo de 1960.
12
Así, por ejemplo, en su discurso del 11 de febrero de 1961, Fidel trató de convencer a los pequeños comerciantes cubanos de que existía un lugar para ellos en la vida de la isla "en perfecta armonía con la revolución". Pero hizo la suposición explícita de que, con el transcurso del tiempo, les resultaría conveniente incorporarse a las masas de trabajadores asalariados. "Cuando nuestro país esté más desarrollado y exista una gran demanda de trabajo, este ejército de pequeños comerciantes comenzará a desaparecer por completo. ¿Por qué? Porque los hombres preferirán un trabajo mejor pagado, porque las familias preferirán una clase de trabajo y de ingreso más seguro que el ganarse la vida trabajando un puesto de hot dogs o algún negocio pequeño en el que tiene uno que deslomarse para conseguir la mera subsistencia." Discurso de Fidel Castro, 11 de febrero de 1961, El Mundo, 12 de febrero, y Revolución, 13 de febrero de 1961.
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personas –y, en el caso de los exiliados, físicamente fuera de Cuba–, no obstante abarcó a la mayoría del pueblo cubano. Corno es característico del subdesarrollo en todas partes del mundo, en la Cuba que el comandante Castro heredó, los sectores sociales y económicamente desposeídos sobrepasaban en número sustancial a la combinación de los grupos de personas de las clases media y alta que anteriormente habían ocupado sitios prominentes en la jerarquía social. Es interesante señalar que durante este periodo en que la ideología revolucionaria se fueron endureciendo progresivamente, Fidel y el Che, los dos voceros principales de los fidelistas, se encontraron las más de las veces "del otro lado de la cerca" respecto de los comunistas cubanos ortodoxos en cuestiones de análisis de clase. Educado en las fórmulas tradicionales del marxismo soviético, el Partido Socialista Popular (PSP), en su pleno de mayo de 1959, examinó la revolución, la diagnosticó "movimiento de liberación nacional", y llego a la conclusión de que se apoyaba en la alianza de cuatro clases: los obreros, los campesinos, la pequeña burguesía y la burguesía nacional.13 (Así, el propio Fidel Castro, por inferencia, caía en la categoría de pequeño–burgués, distinción que tal vez no le hizo mucha gracia.) Incluso cuando los dirigentes fidelistas, a fines de 1959, indicaron claramente que renunciaban a toda idea de contar entre sus aliados a la llamada burguesía nacional, el Psp se mantuvo en su sitio. Hasta agosto de 1960, durante su Octavo Congreso, los dirigentes del Psip, en la persona de Blas Roca, seguían hablando aun de una coalición de cuatro clases. 14 A este respecto, como en tantos otros durante los dos primeros años de la revolución en el poder, el Psp iba muy a la zaga de Fidel Castro y sus compañeros. Mientras los comunistas ortodoxos seguían efectuando sus complejos análisis multiclasistas, Fidel ya estaba comenzando a reducir la sociedad cubana a una simple dicotomía: por una parte, las masas trabajadoras y todos aquellos que, liberándose de los sentimientos de clase, hicieran causa común con ellas. Y, del otro lado, todos aquellos que, por alguna razón, no se unieran incondicionalmente a esta masa populista. Esta dicotomía, en diversas formas, fue el hilo conductor de muchos de los discursos de Castro. Una y otra vez proyectó una imagen del mundo cubano, dividido en dos campos polares, entre quienes estaban a favor de la revolución y quienes estaban en contra de la misma, entre los patriotas y los "gusanos", entre los pobres y los ricos, los explotados y los explotadores. En esta dicotomía, no existía termino medio y, por cierto, poco espacio para los complejos análisis de clases del Psp. Al final, no fue Fidel, sino el Psp quien capituló en la disputa. Años mas tarde, Regis Debray, probablemente con la bendición de Fidel, redactó el epitafio final para la noción del Psp de la alianza entre las cuatro clases, al describirla como "desgastada, desacreditada y erosionada por el fracaso". 15 Y en todas las 13
Las conclusiones del pleno del Psp aparecieron en Hoy, del 7 de junio de 1959.
14
Véase Partido Socialista Popular, VIII Asamblea Nacional: Informes, Resoluciones, Programa, Estatutos, Ediciones Populares, La Habana, 1960. 15
Véase Partido Socialista Popular, VIII Asamblea Nacíonal: Informes, Resolucíones, Programa, Estatutos, Ediciones Populares, La Habana, 1960.
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definiciones fidelistas de la revolución queda expresamente excluida la idea de un apoyo por parte de la burguesía nacional. No obstante, el concepto forma parte aun del bagaje ideológico de los partidos comunistas de orientación soviética en otras partes de la América Latina. Gracias a la perspectiva que dan los diez años transcurridos, podemos ahora sugerir que las diferencias entre el Psp y los fidelistas teman un significado más complejo que el que aparecía en la superficie. Aunque el Psp y los fidelistas usaban fundamentalmente el mismo vocabulario, en última instancia, no estaban tratando de los mismos problemas. En general, los dirigentes del Psp estaban aplicando sus tradicionales formulas del estudio de clases a un nuevo caso social a fin de determinar cómo y donde coincidía con su modelo teórico establecido. Esto no constituía simplemente un ejercicio académico, pues el resultado de su análisis seria la base para la formulaci0n de su posición táctica frente a la revolución. Pero, no obstante se encontraba muy lejos del nivel en que estaban actuando los fidelistas. Mientras el apasionamiento generado por las medidas cada vez más radicales de la revolución no permitió ver, en aquel tiempo, la naturaleza subyacente de la posición fidelista, en la calma relativa del examen retrospectivo nos esta permitido pensar que Fidel y sus compañeros se hablan lanzado a un trabajo ideológico bien diferente al emprendido por el Psp. Conscientemente o no, en el fondo se habían lanzado nada menos que a la empresa de redefinir la naciente comunidad nacional cubana. Su preocupación ideológica inicial por la "justicia social” y por los sectores desposeídos y ena jenados de la comunidad cubana, expresada en el discurso pronunciado por Fidel en el cuartel Moneada, se tradujo, una vez que llegaron al poder, en un imperativo político cuya meta era la incorporaci0n de todos aquellos grupos que previamente habían estado excluidos a la corriente principal nacional, a partir de los sectores mas empobrecidos y menospreciados de la sociedad prerrevolucionaria. Es en este contexto donde la tesis de las raíces agrarias de la revolución, sustentada por el Che –y que no constituía un reflejo de la realidad particularmente exacto–, cobra un sentido lógico. Como se han apresurado a señalar muchos críticos, el campesino de la Sierra Maestra, respecto del cual el Che caía a veces en éxtasis casi lírico, no era representativo de la población agraria cubana en general, constituida en su mayoría por asalariados y, por consiguiente, de carácter más proletario que campesino. Pero el habitante de la Sierra Maestra, que se ganaba la vida trabajando un suelo pobre, constituía en verdad el pueblo cubano mas desposeído y olvidado. Al colocarlo en el centro de su postulado teórico, Guevara realmente no decía mayor cosa acerca de la realidad cubana pero mucho acerca de las inclinaciones ideológicas de los fidelistas. El que posteriormente sucumbiese a su propia teoría y asignase un papel semejante al campesino boliviano fue muy probablemente la causa de su derrota final. La preocupación de los fidelistas por meter en la corriente principal nacional a los sectores más pobres de la sociedad se reflejó concretamente en gran parte de la primera legislación social y económica del régimen revolucionario, sobre todo en la primera reforma agraria y en la cantidad de inversiones que se
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hicieron en las zonas rurales del país. Que estas medidas, destinadas expresamente a beneficiar a las clases mas bajas, le harían perder el favor de otros grupos de la comunidad cubana, es algo que tal vez haya entrado o no en los cálculos iniciales de Fidel. Sea como fuere, una vez que se materializó como un hecho palpable, aceptó esta consecuencia y ajustó sus definiciones ideológicas de acuerdo con ella. En este proceso, las categorías de clase rigurosas y explicitas empleadas por el Psp no venían realmente al caso, o eran de plano antitéticos respecto de lo que perseguían los fidelistas. Como se habían lanzado especialmente a un gigantesco esfuerzo de integración nacional, sus fines se cumplían mejor no acentuando la variada gama de divisiones en clase de la sociedad, como el Psp propendía naturalmente a hacerlo, sino sumiéndola en el concepto más amplio de "el pueblo". De ahí que, en lugar de las complejas categorizaciones por clase del Psp, tendiesen a emplear dicotomías que, en su aspecto medular, constituían realmente la definición de quien quedaba y quién no quedaba comprendido en la comunidad nacional. Este sentimiento de nacionalidad, condicionante de la posición ideológica de los castristas en cuestiones de clase social quedó vívidamente de relieve en el discurso pronunciado por Fidel Castro el primero de mayo de 1961, poco después de la derrota de las fuerzas de exiliados cubanos en la Bahía de Cochinos. Contrastando la Cuba prerrevolucionaria y el nuevo orden cubano, Fidel declaró: Aquí se acostumbraba hablar mucho de Patria por parte de una serie de señores que tenían un concepto muy raquítico de lo que es o debe ser la Patria. Y siempre estaban hablando de la Patria, y estableciendo la obligación y él deber de defender la Patria. Pero ¿qué Patria? ¿La Patria de unos pocos? ¿La Patria de un puñado de privilegiados? ¿La Patria donde un señor tiene mil caballerías de tierra y tiene tres casas mientras otros viven en la guardarraya en un miserable bohío? ¿A cuál Patria, señor, se refería usted? ¿La Patria donde unos pocos tienen todas las oportunidades y unos pocos se apropian del trabajo de todos los demás, o la Patria del hombre que no tiene ni siquiera un trabajo, la Patria de la familia que vive en un barrio de indigentes, la Patria del niño hambriento y descalzo que pide limosnas por las calles? ¿A qué Patria se referían y qué concepto es ése de la Patria? ¿La Patria que era propiedad de unos pocos... o la Patria de hoy donde nos hemos ganado el derecho a construir el futuro que necesariamente tendrá que ser mejor que el presente? ...la Patria que será de ahora en adelante y para siempre como la quería Martí cuando dijo: "Con todos y para el bien de todos". La Patria como será en el futuro y para siempre, en que dejará de existir esa injusticia... Ahora sí nosotros podemos tener un concepto verdadero de la Patria, por cuanto decimos: defendemos la Patria, y estamos dispuestos a morir por la Patria... por una Patria que no es de unos cuantos, sino que es de todos los cubanos. Y por eso, por eso s6lo adquiere un pueblo concepto verdaderamente de su Patria, cuando los intereses de las minorías privilegiadas resultan liquidados, y cuando el país, con sus riquezas y sus oportunidades, pasa
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a ser un país para todos, patrimonio de todos, oportunidad de todos y felicidad de todos.16 Hacia esta fecha, por supuesto, el concepto fidelista de "todos" se había afinado y estrechado considerablemente. Se había endurecido hasta el punto de que cuando más tarde, en ese mismo año, Fidel anunció públicamente su conversión al marxismo–leninismo, su definición de la comunidad revolucionaria cubana no resultó inherentemente incompatible con una visión socialista de la sociedad. Lo que Fidel tomo del marxismo fue, en efecto, una racionalización científica de la postura que ya había adoptado. Entre otras cosas, la visión de Marx de la última etapa de la sociedad capitalista, de una confrontación entre dos clases sociales implacablemente opuestas, proporcionaba justificación teórica al retrato esencialmente dicotómico que hacía Fidel del mundo cubano, aun cuando los dos campos sociales de Fidel no fuesen, al examinarlos de cerca, replicas exactas del proletariado y la burguesía de Marx. Así también, el concepto de conflicto de clases de Marx explicaba la oposición que hacían algunos grupos de la sociedad a las medidas crecientemente radicales e igualitaristas de Fidel, al definirla como inevitable. Y, además, el sistema filosófico de Marx postulaba una utopía inevitable y final, de definición suficientemente vaga como para no resultar innecesariamente constreñidora, pero que proclamaba explícitamente el advenimiento de un futuro en el que las divisiones de clase quedarían totalmente borradas. Lo que Fidel, a su vez, hizo al marxismo, fue tomar lo que había sido una visión supranacional y encajarla en el marco de una comunidad nacional. Las consecuencias Ultimas de este matrimonio entre el marxismo y la mezcla de populismo y nacionalismo de Fidel Castro no se manifestaron inmediatamente. En el primer momento de su conversión, Fidel propendió a exhibir una rígida ortodoxia, al menos en su prosa ideológica formal, que se ajustaba estrechamente a la versión soviética de la realidad marxista. Rindió obediencia pública al Psp, salpicó cada vez más sus discursos con algunas de las frases más socorridas del vocabulario marxista–leninista y pareció haber adoptado en general el punto de vista soviético típico en materia de clases sociales y organización de la sociedad. No fue mas que una ilusión transitoria, debajo de la superficie estaba comenzando un proceso de evolución y refinamiento ideológico que habría de culminar eventualmente en una versi0n cubana del marxismo que en algunos respectos importantes discrepa del modelo soviético. Las primeras señales no tardaron en aparecer. Ya desde 1963, un observador de la escena comunista tan experimentado como Ernst Halperin se vio obligado a decir que "a pesar de las vocingleras declaraciones de adhesi0n al credo marxista–leninista [Fidel Castro] no es comunista ortodoxo de la línea de Moscú ni, si a eso vamos, de Pekín".17 Unos cuatro años mas tarde, en la Universidad de La Habana, el propio Castro subrayó esta independencia ideológica: 16
Discurso del 1 de mayo de 1961, en Revolución.
17
"Castroism–challenge to the Latin American comunists", Problems of Communism, op. cit., p. 9.
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Y ante el mundo lo proclamamos: esta revolución seguirá su camino, esta revolución seguirá su línea propia, no será jamás satélite de nadie, incondicional de nadie, ni pedirá jamás permiso a nadie para. mantener su posición en lo ideológico, en lo interno y en lo externo...18 EL IGUALITARISMO EN CUBA El sentimiento cubano de autodeterminación, y el grado en que ha apartado a Cuba del modelo marxista soviético, ha encontrado reflejos vívidos en cuestiones de estructura y organización social, sobre todo en el igualitarismo extremo y sin contemplaciones de Fidel. En su interpretación de la visi0n de Marx, los soviéticos, al menos desde los tiempos de Stalin, han trazado una distinción cuidadosa entre el igualitarismo y el orden social "sin clases". Así, mientras proclaman ahora que han abolido las clases sociales en su propia sociedad, según las definió Marx, han mantenido no obstante una complicada estructura de salarios diferenciales, bonificaciones y otros incentivos materiales que implican por lo menos una considerable variedad de estilos de vida y aun, tal vez, de oportunidades entre su población. En ninguna otra parte ha sido tratada esta cuestión con tanta elocuencia como en la obra de Milovan Djilas, La nueva clase, escrita hace mas de una década. En contraste con el modelo soviético, los cubanos tratan de eliminar no sólo las clases sociales sino también, en última instancia, todas las líneas tradicionales de división que puedan cortar a través de la trama de una comunidad nacional. Así, por ejemplo, por encima y más allá de la abolición de las divisiones de clases, su interpretación igualitaria de Marx los conduce también a postular como fin último la supresión de todas y cada una de las diferencias materiales que pueden separar a unos hombres de otros en gradaciones de rango o privilegios relativos. Esta visión utópica encuentra ya algún reflejo en la realidad cubana, sobre todo en el creciente número de servicios que se proporcionan gratuitamente a la poblaci0n en general y, a la inversa hasta cierto punto, en el estricto sistema de racionamiento que limita igualitariamente el acceso de los cubanos a los bienes básicos menos abundantes. Se refleja también en la preocupación de los dirigentes cubanos por reducir paulatinamente las diferencias de salarios, con el objetivo expreso de llegar a establecer con el tiempo, como lo ha afirmado públicamente Fidel, el igualitarismo total del ingreso.19 En ninguna otra parte, tal vez, ha recibido esta meta una definición más explícita que en el discurso pronunciado por Fidel el 26 de julio de 1968, con ocasión de la celebración del decimoquinto aniversario del ataque contra el cuartel Moncada. Valdría la pena citarlo, no sólo porque nos permite entender el razonamiento ideológico fundamental de los dirigentes, sino también porque nos proporciona un ejemplo vivido de la cualidad 18
Discurso del 13 de marzo de 1967, en Granma Resumen Semanal.
19
Discurso del 26 de julio de 1968, Granma Resumen Semanal. Ver, también, capítulos 4 y 5 de este libro.
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esencialmente didáctica que caracteriza a gran parte de la oratoria aparentemente interminable del Primer Ministro. Aunque reconoció que la postura cubana podría exponerlos a la acusación, de parte de algunos ortodoxos, de pensar como pequeño-burgueses e idealistas, Fidel declaró no obstante: ...algún día todos tendremos que recibir lo mismo. ¿Por qué? Algunos dirán: ¿y recibirá lo mismo un machetero que un ingeniero? Sí. ¿Es que le van a reducir los ingresos al ingeniero? No. Pero un día, un machetero –y digo machetero simbólicamente, porque en el futuro no habrá macheteros– digamos, un operador de la combinada, o de un camión, ganará lo mismo que hoy gana el ingeniero. ¿Y por qué? La cosa es muy clara, es muy lógica. La revolución tiene miles de jóvenes estudiando en las universidades, la revolución tiene miles de jóvenes estudiando en el extranjero, dedicados al estudio, a hacerse ingenieros, a hacerse químicos, adquiriendo distintas especialidades. ¿Quién sufraga estos gastos? El pueblo. Sí, la revolución necesita que muchos jóvenes estén estudiando en Europa, y otros en las universidades, muy bien; si les piden que estudien y ellos lo hacen disciplinadamente, no son desde luego privilegiados. La revolución necesita que ellos hagan esos estudios, van a capacitarse. Pero en el mismo momento en que miles de jóvenes tienen que ir ahí a sembrar caña, a, guataquear la caña, a hacer trabajos muy duros. Dentro de algunos años en el país habrá muchas más riquezas. Aquellos habrán estudiado cinco años, tres años, y se habrán hecho técnicos, se habrán hecho ingenieros; y estos jóvenes habrán estado años trabajando también allí, y no se harán ingenieros, pero estarán desarrollando la economía, estarán creando el futuro del país. ¿En qué concepto y de que forma sería justo que al cabo de unos años, en un país próspero, en un país con muchas más riquezas, nosotros pudiéramos decirles a estos jóvenes, ustedes ganan la cuarta parte de lo que gana un ingeniero? ¿Sería justo, sería elementalmente justo que aquellos a quienes la Patria, llamó no a la Universidad, sino al trabajo, a ganar la batalla de la economía, a realizar el esfuerzo que hoy no podemos hacer con la química, ni con las máquinas que no tenemos, sino con nuestros brazos, con nuestro sudor, cuando el país pueda disfrutar de las riquezas que ellos están creando ahora fuésemos a tratarlos como ciudadanos de quinta categoría, acreedores a, recibir de la sociedad una insignificante parte de lo que el día de mañana reciban aquellos que están en las universidades, aquellos que están estudiando en el extranjero? ¡No! De ninguna manera. ¡Conciencia comunista significa que el día de mañana las riquezas que hacemos entre todos las disfrutemos por igual entre todos! ¡Eso es el comunismo, eso es la conciencia comunista! Y no habrá ciudadano honesto, no habrá padre de familia, no habrá nadie en este país con sensibilidad humana que no sea capaz de comprender cuánta justicia significa esta concepción que nuestro pueblo defiende, que
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nuestra revolución proclama y que nuestros estudiantes han hecho bandera suya.20 Entre los diversos hilos del argumento se destaca la preocupaci0n del dirigente cubano por alguna norma abstracta y absoluta de "lo justo", tema que ha sido un hilo consistente en la ideología fidelista desde su expresión inicial hace unos quince anos en el discurso del cuartel Moncada. Interpretado por Fidel Castro, este concepto de justicia total última va mucho más allá de la tríada de igualdades fundamentales en que ha descansado tradicionalmente la democracia occidental, igualdad ante la ley, igualdad ante el mercado e igualdad ante Dios. Iguala, además, el valor intrínseco de cada individuo según se exprese en su trabajo, y a través de su trabajo, en su contribución a la riqueza común. Así, pues, implica una definición de la comunidad nacional en la que todas las personas, independientemente de su ocupación, se comprometen igualmente y hacen una contribución igual por lo que comparten igualmente los beneficios que la comunidad puede conceder. Por supuesto, Fidel y sus compañeros reconocen que esta visión será realidad en algún punto indeterminado del futuro. Pero condiciona no obstante muchas de sus decisiones políticas actuales que frecuentemente se oponen de plano a la práctica soviética tradicional y, probablemente, al consejo que los cubanos reciben de sus asesores técnicos soviéticos y de la Europa oriental. La voluntad profundamente igualitarista de los dirigentes cubanos se extiende mucho más allá de la simple cuestión de las diferencias de ingresos. Se refleja en un vasto conjunto de tácticas y políticas entre las que figuran su fuerte hincapié en los incentivos morales, por contraposición a los materiales, como una manera de estimular la productividad; su preocupación, reflejada en las prioridades de inversión, por borrar las más flagrantes diferencias entre los estilos de vida rural y urbano; y su gusto por enviar a los oficinistas de las ciudades a los cañaverales por una temporada de trabajo voluntario. En cada caso existe un propósito ideológico subyacente y explicito, relacionado con los fines últimos que los dirigentes cubanos han fijado a su sociedad nacional. En el caso del trabajo voluntario, por ejemplo, la argumentaci0n ideológica fundamental fue expuesta por el Che en un discurso pronunciado ante una asamblea de trabajadores reunida en La Habana, a mediados de 1964. ... nosotros decimos que el trabajo voluntario no debe mirarse por la importancia económica que signifique en el día de hoy para el Estado; el trabajo voluntario fundamentalmente es el actor que desarrolla la conciencia de los trabajadores más que ningún otro. Y más todavía cuando esos trabajadores ejercen su trabajo en lugares que no les son habituales, ya sea cortando caña, en situaciones bastante difíciles a veces, ya sea nuestros trabajadores administrativos o técnicos que conocen los campos de Cuba y conocen las fábricas de nuestra industria por haber hecho en ellas el trabajo voluntario, y se establece también una
20
Ibid.
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nueva, cohesión y comprensión entre dos sectores que la técnica productiva capitalista mantenía siempre separados y enconados... El trabajo voluntario se convierte entonces en un vehículo de ligazón y de comprensión entre nuestros trabajadores administrativos y los trabajadores manuales, para preparar el camino hacia una nueva etapa de la sociedad... donde no existirán las clases y, por lo tanto, no podrá haber diferencia ninguna entre trabajador manual o trabajador intelectual, entre obrero o campesino.21 A la luz de esta clase de exposición, se ve que el tipo cubano de igualitarismo no puede calificarse simplemente de deseo arbitrario y unilateral de nivelar las diferencias materiales existentes en la poblaci0n. Los cubanos quieren borrar líneas más sutiles de división social también, y, por otra parte, forjar una comunidad completamente integrada y cohesiva en la que todos los miembros sean no sólo intrínsecamente iguales sino, además, que compartan realmente una determinada medida de experiencia común y, a través de tal experiencia, alcancen una empatía común. De tal modo, no basta con sólo reducir la diferencia de ingresos entre las ocupaciones manuales y no manuales sino que los trabajadores no manuales desde el gabinete para abajo deben realizar a veces, de verdad, trabajo manual. Y aun los estudiantes tienen que combinar su trabajo intelectual formal con temporadas en los campos. Tanto en abstracto como en sus reflejos en la política concreta, la voluntad cubana de igualitarismo rompe tajantemente con la tradición social heredada del pasado colonial español, con su sentido rígido de las jerarquías sociales y, como lo han señalado muchos observadores, su apenas disfrazado desdén por el trabajo manual y, por extensión, por aquellos que tienen que realizarlo. Hace algunos años, Juan Gómez Millas, entonces ministro de Educación del gabinete chileno y que regresaba de un viaje a Cuba, me señaló que, independientemente de todo lo demás que Fidel Castro podría haber hecho, la verdadera importancia de su obra estribaba en el hecho de haber liberado a Cuba, de una vez por todas, de la influencia retardataria de la cultura colonial española. Mas recientemente, un visitante norteamericano ha resumido nítidamente este aspecto de la revolución cubana: Introduciendo a su pueblo al campo, Fidel está aniquilando las distinciones de clase y las relaciones sociales de lo que fue una sociedad muy latina. De toda América Latina, sólo en Cuba las botas, las manos encallecidas, la ropa sucia, los nombres de pila y la charla de cosas agrícolas figuran entre las señales de honra y posición.22
21
21Discurso del 15 de agosto de 1964: Una actitud nueva frente al trabajo, en Ernesto Che Guevara, Obras 1957–1967, t. 2, pp. 333–334. 22
Richard R. Fagen, The transformation of political culture in Cuba, Stanford University Press, Stanford, 1969, p. 179.
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Sin ánimo burlón, es difícil a veces evitar la impresión de que los fidelistas están decididos nada menos que a convertir a su país en un único gran kibbutz israelí. Es un fenómeno que no debemos tratar a la ligera porque está de acuerdo –si logramos olvidar por un momento sus tónicas marxistas– con gran parte de las teorías occidentales de desarrollo. En el fondo, significa un intento de sustituir los valores tradicionales en lo relativo a la comunidad y al trabajo mismo por un conjunto de valores conducente al desarrollo moderno. Es interesante señalar que la versión igualitaria del marxismo de Cuba, más radical y desconsiderada que cualquiera de las cosas que han intentado hacer los soviéticos o sus socios de Europa oriental, es en algunos respectos más flexible y tolerante, especialmente en su trato del individuo dentro de la sociedad. En los primeros días de la revolución rusa los antepasados de clase de un individuo eran en la mayoría de los casos una marca tan indeleble como la de Caín; se consideraba como razón suficiente para impedir el acceso a la educación y a las oportunidades de empleo y, en los casos más extremos, a los medios de vida esenciales. No sólo a los antiguos aristócratas se les estigmatizó de esta manera, sino también, en el transcurso del tiempo, a grupos colectivos como los campesinos más ricos, los kulaks. Un proceso de criba semejante, aunque aplicado con menor rigor, pudo observarse en los nuevos estados comunistas establecidos en la Europa oriental después de la segunda guerra mundial. En cambio, dentro de la revolución cubana, cualquier individuo –mientras no sea batistiano– puede ser miembro de la nueva comunidad nacional. El factor determinante no es el origen de clase, sino la disposición del individuo a aceptar la ideología revolucionaria y el modus operandi de la revoluci0n. Guevara, que fue quizá el más radical de todo el grupo castrista, enunció explícitamente esta postura desde mediados de 1960 en un discurso pronunciado ante una reunión de la milicia cubana: Pero no debemos... dividir al hombre en hijos de la clase obrera o campesina y contrarrevolucionarios, porque es simplista y porque no es cierto, y porque no hay nada que eduque más a un hombre honrado que el vivir dentro de una revolución.23 Es una declaración que ha sido reiterada muchas veces desde entonces, tanto de palabra como en la práctica. Lo que está implícito en ella, si se nos permite sacar una conclusión más amplia, es que, en el universo cubano, es la elecci0n consciente de un individuo mas que su nacimiento, lo que deberá determinar su estilo de vida. Representa, en esencia, una visión del hombre y de la sociedad de la que se ha suprimido todo rastro de "adscripción". Es también sintomático del carácter más voluntarista que determinista, que en general ha distinguido a la revolución cubana desde un principio. En la mayor parte de la bibliografía acerca de la Cuba contemporánea, esta dimensión voluntarista ha sido tratada por lo común, sólo en la medida que se 23
Discurso del 19 de agosto de 1960: El médico revolucionario, en Ernesto Che Guevara, Obras 1957–1967, t. 2, p. 75.
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ha revelado en las opiniones cubanas respecto de las guerras de guerrillas, es decir, en la noción –propuesta primero por Guevara y codificada mas tarde por Regís Debray– de que un pequeño grupo de revolucionarios, si están lo suficientemente decididos, puede hacer una revolución. No tienen que esperar a que transcurra inexorablemente la historia. De cerca, se ve con claridad que gran parte del enfoque cubano a su problema de desarrollo con cambio social tiene este mismo voluntarismo. En el nivel más fundamental de todos, condiciona su visión del hombre mismo. El hombre no es simplemente un objeto ciego; tiene la capacidad de cambiar y perfeccionarse a sí mismo. Al mismo tiempo, los cubanos no piensan que el hombre pueda trazarse por sí solo su destino. El individualismo feroz no tiene lugar en la ideología de Fidel Castro. Una vez liberado de la enajenación y del "instinto de lobo" engendrado por el sistema clasista capitalista, el hombre será capaz de llegar a su más alto nivel de poder creador y auto expresión, pero sólo dentro de la comunidad de sus prójimos, y sólo cuando esa comunidad se haya desarrollado hasta el punto en que pueda proporcionar una abundancia material igual para todos. Inherentemente, es una visión marxista, pero los cubanos –como lo han hecho con gran parte de su marxismo– la han colocado firmemente dentro del marco de su sociedad nacional. En virtud de su rompimiento tajante con las tradiciones sociales dominantes en el resto de América Latina, el caso cubano representa un desvío interesante, respecto de la pauta general de desarrollo de la región. Reducirlo simplemente a una toma del poder prototípica comunista es perder gran parte de la riqueza y la variedad de la experiencia cubana. Por otra parte atribuirlo tan solo a las características personales de Fidel Castro y al carácter carismático de su liderato, no es menos simplista y estéril analíticamente. La manera cubana de entender tanto al hombre como a la sociedad está relacionada con corrientes que fluyen hoy día en gran parte del tercer mundo y, al mismo tiempo, con las características peculiares de la experiencia histórica cubana. En una o en otra forma, y con ropajes que van desde lo pragmático hasta lo visionario, el igualitarismo ha sido una gran corriente ideológica del paisaje mundial por lo menos durante 200 años. En el siglo XVIII cobró su máxima expresión en la Constitución de los Estados Unidos y en el citadísimo lema de los revolucionarios franceses: "libertad, igualdad, fraternidad". Sin embargo, esta antigua versión del igualitarismo se situó dentro de límites estrictamente circunscritos. En su parte medular, representó la exigencia de una naciente clase media en pro de una participación igual en una sociedad que habla estado dominada por los restos de una aristocracia feudal. Aunque atribula a todos los ciudadanos derechos iguales e inalienables, no era esencialmente antitética de la existencia de grados extremos de riqueza y de pobreza o de una jerarquía, considerablemente compleja, de clases sociales. En verdad, hasta muy avanzado el siglo xix, el igualitarismo de las revoluciones francesa y norteamericana logró coexistir en relativa armonía con la practica de la esclavitud humana. Se ha aceptado mundialmente, durante las últimas generaciones, la idea de un igualitarismo más radical y profundo. Esta versión contemporánea del iguali-
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tarismo ha encontrado su forma más significativa de expresión en oposición al sistema capitalista de Europa occidental y de los Estados Unidos. Un distinguido sociólogo, T. B. Bottomore, nos describe el fenómeno de la siguiente manera: El movimiento igualitarista que nació en los clubes socialistas, en los sindicatos, en, los grupos cooperativos y en las comunidades utópicas se fue haciendo más fuerte, a lo largo del siglo xix, a medida que se fue desarrollando el capitalismo. En el transcurso del tiempo, este movimiento ha, cobrado muchas formas diferentes –luchas por los derechos de la mujer y contra la discriminación racial, y, en fecha más reciente, los esfuerzos realizados por cerrar la brecha entre las naciones ricas y las pobres–, pero su fuerza impulsora ha seguido siendo la oposición a la jerarquía de las clases sociales. El sistema de clases de las sociedades capitalistas se considera como causa de la desigualdad de la cual brotan los obstáculos principales a la realización del individuo y al disfrute de la vida, los conflictos principales dentro de las naciones y entre las mismas y el dominio político de las minorías privilegiadas.24 Es una corriente ideológica a la que ni siquiera las sociedades ricas son inmunes, como lo prueban los credos sociales de la Nueva Izquierda y de los Panteras Negras en los Estados Unidos. Pero es en los países subdesarrollados del mundo contemporáneo, donde los sistemas de clases tradicionales mantenían sujeta a la sociedad en un molde rígido y estático y donde los límites entre las clases sociales son más palpables e infranqueables que en las modernas naciones industrializadas; este igualitarismo de nuestro tiempo que coincide con hondos anhelos de identificación nacional y de modernización se convierte en una doctrina particularmente atractiva. A las nuevas élites nacionalistas que están surgiendo en el tercer mundo les ofrece una explicación prefabricada y no del todo desagradable de su atraso. Les ofrece una argumentación persuasiva, imbuida de un determinado grado de autoridad moral, para cambiar el orden social y desplazar a las clases supriores tradicionales que hasta entonces habían presidido –solas o concertadas con una potencia coloniales– sus sociedades. Y, finalmente, en la realidad de la Unión Soviética, con sus gigantescas instalaciones industriales y sus cohetes lunares descubren, por así decirlo, un modelo de rápido desarrollo autárquico que parece confirmar la eficacia de la premisa igualitarista. Que el costo social y político de la fórmula soviética sea elevado no viene directamente a cuento; el costo, medido en sufrimiento humano que supondría no realizar el desarrollo, sería considerablemente más alto en los países del tercer mundo. Las corrientes profundas de igualitarismo moderno que corren por los países subdesarrollados, o prenacionales, han inducido un cambio cualitativo en el proceso de desarrollo y formación de una nación en el mundo de nuestros días. Es poco probable que algún país de los que ahora se encuentran en proceso de transición al modernismo pueda volver a recorrer la ruta precisa recorrida 24
Classes in modern society, Pantheon Books, Nueva York, 1966,
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p . 76–77.
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por aquellas naciones que se lanzaron al "despegue" rostowiano hace más de un siglo. Tanto las nuevas ideologías como los nuevos niveles tecnológicos exigen que el avance mesurado y esencialmente sereno de una Inglaterra decimonónica hacia la modernidad industrial no se repitan de nuevo. El prolongado proceso en virtud del cual primero una clase y luego otra, consiguió obtener las prerrogativas y beneficios plenos de la sociedad nacional inglesa ya no es posible en gran parte del mundo que se está desarrollando. Entre otras cosas, la llamada "Revolución de las expectativas crecientes", fenómeno al que se la ha prestado considerable atención en años recientes, se opone a soluciones que sean lentas o parciales. Así lo ha advertido un politólogo norteamericano: Las ideas del mundo nacional son otro factor nuevo para la historia en el mundo prenacional; no sólo son únicas las nuevas técnicas, sino también el bagaje valorativo que llevan consigo. Cuando Inglaterra pasaba por el proceso del lento emerger de una clase media fuerte y consciente, no hubo cuerpo de doctrina exhortante ni ejemplo mesiánico concreto que instase a que ningún grupo quedase fuera de la, esfera social, que la sociedad fuese "sin clases". Las naciones subdesarrolladas tiene ahora el modelo económico de los países occidentales industrializados para demostrar que las diferencias de clase pueden ser eficazmente disimuladas, y la enseñanza ideológica comunista de que serán eliminadas en un futuro utópico. El proceso de modernización induce a la revolución total en vez de sólo a un ajuste parcial... Los políticos del desarrollo deben responder ahora a demandas inmediatas para permitir que los grupos económicos inferiores sean identificados con la sociedad y dotados de algo más que la esperanza mística de ascender trepando. La aceptación ideológica de menor amplitud social que la mencionada, destina a cualquier país en desarrollo a una tortuosa e interminable política represiva, y un tambaleante progreso económico.25 Con este trasfondo, el caso cubano cobra una significación más amplia y pasa a ser algo más que un aislado y excéntrico acontecimiento tropical. La imposición de una doctrina social radical en el cuerpo político cubano, aunque pueda tener algunas características especiales propias, no deja de estar relacionada con el conjunto general de problemas y de presiones que están en juego en los países subdesarrollados contemporáneo. IGUALDAD Y MODERNIDAD Para el estudiante del desarrollo comparativo, pues, la cuestión más significativa respecto al fenómeno cubano no sería tanto sus "porqué" y sus "porlotanto" originales –problema a que ya se han dedicado batallones de 25
Kalman H. Silvert, Nacionalisrno y polítíca de desarrollo, Biblioteca de Psicología Social y Sociología, Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1965, p. 26.
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eruditos y de funcionarios del Departamento de Estado norteamericano por igual– sino, más bien, la relación entre la ideología social radical de los fidelistas y el proceso de modernización y formación de la nación. Este problema no tiene simplemente interés abstracto o académico, pues los propios cubanos han declarado explícitamente que la modernización, o "el desarrollo" figuran entre las metas fundamentales de su revolución. Y es en esta forma, como en cualquier otra, como la aventura cubana toca cuerdas de simpatía en algunos otros grupos nacionalistas de América Latina. Todos los países que comúnmente son clasificados entre los "desarrollados" exhiben sus peculiares variaciones sobre el tema básico. Y diferentes escuelas de científicos sociales utilizan una multitud de diversas definiciones y mediciones para establecer el concepto de "desarrollo". No obstante, aunque haya que reconocer las fallas reales y teóricas de ambos lados, podemos decir que existen determinados atributos que, considerados en su conjunto, parecen ser la marca distintiva de un Estado–nación moderno en esta coyuntura histórica. La industrialización, la urbanización y un nivel avanzado de desarrollo tecnológico y económico son únicamente las manifestaciones mas obvias del modernismo.
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Aunque frecuentemente se les trate como variables independientes en la imaginación popular, estos índices clásicos del desarrollo están íntimamente vinculados a algunas condiciones necesarias de un orden social y político. En la esfera de lo social, entre tales condiciones figuran, como mínimo, el secularismo; la tolerancia en vez del rechazo al cambio; un conjunto determinado de valores de carácter más racionalista que ritual. Y un sistema social abierto cuya movilidad se funde más en las realizaciones propias que en la atribución hereditaria, más en el mérito que en el nacimiento. Políticamente, la nación moderna implica necesariamente que el Estado es el que tiene el derecho supremo a la fidelidad de los ciudadanos, por encima de cualquier otra fidelidad. Por último, un Estado–nación moderno depende de una determinada clase de nacionalismo, o identidad nacional, que va mucho más allá de la definición jurídica básica de la nación y de los arreos simbólicos del patriotismo. Es un sentimiento de lealtad para con los connacionales que ha sido caracterizado por algunos autores mediante el término de "empatía". En lo esencial, significa la capacidad y la buena disposición de los individuos a identificarse con otros miembros de la comunidad nacional por encima de las distancias sociales y geográficas. En aquellos países que se lanzaron a una trayectoria de desarrollo hace más de un siglo, el viaje conducente a lo que ahora se considera como nación moderna se efectuó gradualmente y por partes. La efectiva comunidad nacional se fue ampliando por etapas, sin mucha prisa, primero hasta comprender a los grupos medios en ascenso y más tarde a los estratos socioeconómicos inferiores de la nación. A medida que se llevó a cabo la industrialización y la tecnología fue avanzando, la creciente especialización de las ocupaciones requirió la creación de trabajadores educados y crecientemente móviles y esto, a su vez, creó las presiones que condujeron inexorablemente a la paulatina ampliación de la comunidad nacional efectiva. Fue un lento proceso de acción recíproca entre las variables económicas y las sociales que se llevó a cabo a lo largo de. varias generaciones antes de culminar finalmente en la etapa que hoy se suele definir como modernismo. Con esta perspectiva, la estrategia fidelista en lo que respecta al orden social cubano se nos manifiesta como el intento de comprimir en el espacio de unos cuantos años un proceso que en los países desarrollados del mundo necesitó más de un siglo para realizarse. Si se acepta, en general, que en los países subdesarrollados los rígidos límites de clase o de casta pueden ser un obstáculo para la integración nacional y que, por otra parte, a medida que la industrialización y la modernización avanzan, las fronteras entre clases tienden necesariamente a borrarse, entonces el punto de vista fidelista en materia de clase y de organización social representaría nada menos que un esfuerzo consciente por salvar la gigantesca brecha entre los mundos prenacional y nacional mediante la anulación total de las divisiones de clases mientras, al mismo tiempo, se da relieve a los símbolos nacionales que habrán de ser los que reclamen la fidelidad de cada ciudadano. En este proceso, que implica el reordenamiento total de la sociedad cubana, el papel desempeñado por el marxismo cobra una importancia particular. En primer lugar, se levanta como una ideología nacional central y unificadora. En los países desarrollados, la función de la ideología se menosprecia a la ligera,
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a menudo, por considerarla superflua, o se la ignora por completo. Pero en las zonas subdesarrolladas del mundo, donde los valores y creencias tradicionales se están debilitando y descartando, la ideología desempeña un papel fundamental en la tarea de llenar el vacío, tanto para los individuos como para la sociedad en general. De tal manera, en Cuba, el marxismo opera como una suerte de religión secular que une a los ciudadanos en un sistema común de creencias. En otro nivel, la ideología marxista justifica muchas de las medidas de carácter más "cataclísmico" de los dirigentes revolucionarios cubanos al imbuirles un valor ético y una significación racional. Así también, al postular una meta utópica ultima crea en los ciudadanos un sentimiento de que se persigue un fin nacional, lo cual permite racionalizar los sacrificios actuales en función de un bien futuro en el que todos participaran por igual. El que la visión de Marx haya tenido esencialmente una escala internacional, no reduce su eficacia como concepto integrador y movilizador cuando actúa, como en Cuba, dentro de un marco nacional. Por el contrario, podemos imaginar que la nueva dimensión del nacionalismo bien podrá darle al marxismo un sentido y una concreción que no posee cuando está expresado únicamente en términos universales. En términos del orden social cubano, Fidel Castro y sus compañeros han utilizado esencialmente el marxismo y la postura marxista en materia de clases sociales como instrumento para ampliar las fronteras de la comunidad nacional cubana y extender sus limites hasta incluir a la gran masa de la ciudadanía de la isla. El que lo hayan podido hacer sin las gigantescas luchas y los mortales conflictos que acompañaron a la revolución rusa es, en parte, reflejo del orden de clases heredado de la Cuba prerrevolucionaria. En el primer capitulo ya se trató con algún detalle la estructura de clases de la Cuba prerrevolucionaria. Los fidelistas pudieron desplazar con relativa facilidad a la clase alta, que carecía de toda legitimidad moral profunda dentro de la sociedad cubana y además estaba identificada con los intereses económicos extranjeros. De igual modo, la clase media no presentaba una amenaza intrínseca. Fundamentalmente fragmentada engrosó tanto las filas revolucionarias como la creciente oleada de exiliados. Finalmente, las clases bajas cubanas en su mayor parte eran por lo menos parcialmente "modernas". A diferencia de las clases bajas de las sociedades subdesarrolladas más tradicionales, los grupos de estratos inferiores cubanos, en general, habían alcanzado un nivel de conciencia y de identificación que hacía posible movilizarlos fácilmente en escala nacional y, lo que es más importante, podían proporcionar una base sólida de apoyo a un dirigente nacional. En pocas palabras, se les podía reclutar amplia e inmediatamente para la causa revolucionaria y dentro del cauce principal nacional. El resultado final fue que la modificación del orden social cubano conforme a pautas marxistas pudo efectuarse con relativamente pocas dificultades. En términos de sus efectos tangibles, por su enajenación de algunas categorías de ciudadanos y por el subsiguiente éxodo de personas que hasta entonces hablan ocupado importantes cargos técnicos, profesionales y administrativos, la categoría de clases fidelistas –intencionadamente o no– ha
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producido necesariamente lo que podríamos calificar de "movilidad social instantánea". El éxodo ha creado un vacío ocupacional que sólo puede llenarse atrayendo a personas de los estratos socioeconómicos inferiores. Aunque ha creado una especie de crisis de mano de obra transitoria, ha significado también la apertura de canales de movilidad que en el pasado fueron rígidamente estrechos, cuando no estuvieron totalmente cerrados. Es innegable que el costo social en términos humanos ha sido elevado. También se ha sufrido una perdida considerable de pericia y eficiencia. Pero tampoco se puede negar el efecto social expresado en forma de una movilidad y una participación mayores. En este importantísimo aspecto, el uso que Fidel ha hecho del marxismo ha introducido en el orden social cubano uno de los rasgos prototípicos de la nación moderna. Si Fidel ha utilizado el marxismo para borrar los aspectos más evidentes de la división de clases y para crear la apertura social, también está utilizando la ideología marxista para forjar un nuevo sentido de identificación con la nación y de empatía nacional en Cuba. Hablando ante el pueblo cubano el 26 de julio de 1968, Fidel describió así su visión de la sociedad comunista final: Todavía ninguna sociedad humana ha llegado al comunismo. Los caminos para llegar a una forma de sociedad superior son caminos muy difíciles. Una sociedad comunista implica que el hombre haya alcanzado el más alto grado de conciencia social, que haya logrado jamás; una sociedad comunista significa que el ser humano ha sido capaz de adquirir el nivel de comprensión y de confraternidad y de hermandad que el hombre ha alcanzado en ocasiones en el estrecho círculo de su familia. Vivir en una sociedad comunista es vivir en una sociedad verdaderamente de hermanos, vivir en una sociedad comunista es vivir sin egoísmo, vivir entre el pueblo y con el pueblo, como si realmente cada uno de nuestros conciudadanos fuese nuestro hermano más querido... 26 Dejando a un lado las metáforas marxistas y utópicas, el Primer Ministro está hablando esencialmente del nacionalismo como valor social, como la norma que establece la empatía y una causa común entre todos los ciudadanos de una nación. Es un concepto ideológico lo que constituye el meollo del sentido de la revolución cubana. Cualesquiera que puedan ser sus méritos prácticos queda comprendido en el conjunto fundamental de valores que constituyen la marca de un moderno Estado–nación. Así pues, en esencia, la postura cubana en lo relativo a las clases sociales y la comunidad nacional, cualesquiera sean sus defectos, no tiene una orientación tradicional sino moderna. Representa, además, uno de los aspectos fundamentales de la revolución cubana y condiciona gran parte de la política explicita del régimen en las principales esferas constitucionales de la vida cubana. Por poco que reflexionemos, veremos que el igualitarismo y el sentido de la comunidad nacional total dan fundamento a muchas de las 26
Granma Resumen Semanal, 28 de julio de 1968.
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decisiones primordiales de los dirigentes cubanos en materia de economía, de educación pública y de política general. A este respecto, el fenómeno cubano constituye una interesante discrepancia con relación al marxismo prototípico y a la pauta general a que se ha sujetado la política de desarrollo latinoamericana. La definición ideológica de lo que es la comunidad nacional, cuya naturaleza es fundamentalmente política, afecta a la toma de decisiones en todas las demás esferas institucionales. Su efecto neto, por consiguiente, es político más que económico y eso constituye el meollo de la estrategia del desarrollo de Cuba.
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