historias de la revolución en sinaloa
La Suave Patria centenario de la revolución
historias de la REVOLUCIÓN en sinaloa
Samuel Octavio Ojeda Gastélum Matías Hiram Lazcano Armienta (Coordinadores)
universidad autónoma de sinaloa méxico, 2011
Primera edición: noviembre de 2011
D. R. © Samuel Octavio Ojeda Gastélum y Matías Hiram Lazcano Armienta (Coordinadores) D. R. © Universidad Autónoma de Sinaloa Ángel Flores s/n, Centro, Culiacán, 80000 (Sinaloa) Dirección de Editorial Fotografía de cubierta: Mauricio Yáñez, «Fiesta de revolucionarios zapatistas en Culiacán» (12 de abril de 1912). Colección Miguel Tamayo.
ISBN: 978-607-7929-84-0 Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Editado e impreso en México.
Índice
A los lectores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Listado de siglas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 I. Sinaloa: historias de la Revolución . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 Matías Hiram Lazcano Armienta II. El fracaso de la paz: pronunciamientos antimaderistas en Sinaloa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 Diana María Perea Romo III. Felipe Riveros, un hacendado sinaloense en la Revolución . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89 Saúl Armando Alarcón Amézquita iv. Bienes intervenidos y préstamos forzados durante la Revolución mexicana: el caso de Sinaloa, 1911-1920 . . . . 117 Pedro Cázares Aboytes V. Sinaloa: temores, angustias e infortunios durante los primeros años revolucionarios . . . . . . . . . . . . . . . 147 Samuel Octavio Ojeda Gastélum
VI. Economía y vida cotidiana en Sinaloa, 1910-1920 . . . . . . . . . 189 Alonso Martínez Barreda vii. Alcohol, política, corrupción y postitución en el Sinaloa posrevolucionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205 Félix Brito Rodríguez VIII. El proyecto caciquil de Blas Valenzuela . . . . . . . . . . . . . . 235 Wilfrido Llanes Espinoza Referencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259
A los lectores
El 20 de noviembre de 2010 se cumplieron cien años del estallido de la Revolución mexicana, el movimiento armado que cambió para siempre la fisonomía de nuestro país. La Universidad Autónoma de Sinaloa, con la publicación de la colección La Suave Patria, se une a la conmemoración y a los festejos que por este motivo se han realizado a lo largo y ancho del país. La Revolución también tuvo lugar en Sinaloa. Nuestra entidad contribuyó también con su cuota de sangre y de miedo en la realización de esta epopeya. En unas partes más, en otras menos, nuestro estado fue testigo y protagonista y en incontables casos víctima de los sangrientos hechos de armas connaturales a ella. Y esta es la historia que vienen a contarnos nuestros historiadores, los académicos de nuestra alma máter: qué ocurrió y cómo, en qué mar de circunstancias y con qué consecuencias. Esto es lo que vienen a decirnos los libros de esta colección. Si queremos una universidad a la altura de nuestro tiempo, debemos producir libros a la altura de nuestro tiempo. En cuanto a los libros de historia, es tiempo ya de desterrar de una vez y para siempre las versiones maniqueas de la misma, las estampitas monográficas de la prehistoria que a algunos nos tocó vivir; es tiempo de decir adiós a los héroes mitológicos, de leyenda o fantasía de la Revolución en México; de presentar en su momento, su humanidad y circunstancia, a los principales protagonistas, pero no de papel maché, sino de carne y hueso; mas también —y esto es muy importante— es hora de mostrar el papel que jugaron las masas siempre anónimas, eternas desterradas de las estampas en la gesta revolucionaria, pero sin cuyo concurso la Revolución no hubiera 9
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A los lectores
sido posible. Este es el objetivo que han logrado con creces los libros que forman esta colección editorial. Con ella, la Universidad Autónoma de Sinaloa quiere rendir homenaje a la masa de héroes sin nombre, a las centenas de miles de compatriotas que entregaron su vida en el campo de batalla, a las víctimas inocentes del fuego cruzado y de las balas perdidas, para que las siguientes generaciones pudiéramos gozar del derecho de vivir en paz y mejor. A ellas rendimos homenaje aquí, ahora.
dr. víctor antonio corrales burgueño rector
INTRODUCCIÓN
Samuel Octavio Ojeda Gastélum Matías Hiram Lazcano Armienta
Existen fechas y sucesos que permanecen grabados en la memoria de un grupo o una comunidad: la fundación de una nación o una ciudad, así como una guerra, un desastre o conmoción social, un inesperado triunfo, un acuerdo político decisivo o la acción de un personaje admirado por un sector social, pueden dar pie a festejos y evocaciones e incluso penetrar en el campo de los mitos y las leyendas. En esta línea se ubica el cumplimiento de los doscientos años del inicio de la lucha por la Independencia de la entonces Nueva España y una centuria del comienzo de la Revolución mexicana, acontecimientos de suma importancia que configuraron nuestra nación y la historia contemporánea del país. Por ello, la conmemoración del bicentenario y el centenario de la Independencia y la Revolución, respectivamente, son una oportunidad para repensar tan cruciales momentos históricos y sus impactos sobre la vida de la sociedad mexicana. Estos aniversarios del 2010 —los cumplesiglos, como diría el historiador Luis González— deben servir ante todo, más que para el festejo, para suscitar la reflexión, para provocar el análisis y evaluar lo que hemos sido y dónde estamos como nación. Deben ser útiles también para examinar los estudios más importantes que abordan estos episodios, así como para conocernos y reconocernos mejor y, en lo que cabe, para redimensionar a personajes y acciones de aquellos tiempos. En fin, debemos utilizar esta conmemoración para promover más historias y estudios, más reflexiones que nos ayuden a comprender nuestro pasado y fortalecer nuestra identidad. Particularmente este libro trata de los sucesos ocurridos en torno a la Revolución mexicana, un amplio y convulso proceso militar y social 11
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que, visto desde el presente, puede parecer nebuloso pues, como dijera Jesús Silva Herzog, siempre llega el momento en que las revoluciones dejan de ser porque agotan su capacidad creadora, porque realizan su tarea en la historia o porque hay nuevas fuerzas que las contienen; y es obvio que si tratamos de identificarla desde esta distancia, los reflejos que nos llegan ponen de manifiesto un modelo de desarrollo social donde lo homogéneo no tiene carta de naturalización y se vislumbra un devenir político e institucional no exento de la presencia de personajes sin patria y sin ideal —como también señalara Silva Herzog— que han sido los «logreros» de los gobiernos revolucionarios. Lo anterior, sin embargo, no le niega validez a la Revolución, sobre todo si consideramos que este proceso se fincó en la presencia de miles de mexicanos que, a través del uso de la violencia, pugnaron por un cambio de gobierno y de la política predominante —es decir, un cambio de régimen— y unos más por un cambio sustancial en la estructura social y el sistema de propiedad y de valores. Las diversas búsquedas se ubican en un claro sentido revolucionario porque se justifican mediante referencias a pasadas condiciones de existencia o a un mejor futuro. Como parte de la búsqueda de ese futuro se volvieron realidad muchas de las aspiraciones anidadas en el proceso revolucionario. Surgieron así notables instituciones que han contribuido al progreso material del país —como la Comisión Nacional de Irrigación, Nacional Financiera, Petróleos Mexicanos (pemex), el Instituto Mexicano del Seguro Social (imss), el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (issste), la Comisión Federal de Electricidad (cfe), el Banco de México y aquellas que bajo diversos nombres han enfrentado la cuestión agraria—, las cuales tienen relación directa con la Revolución y el Estado interventor y regulador que surgió en los años posteriores. Igualmente aquellas conectadas con la educación y la cultura, como fueron las amplias campañas de alfabetización de los años veinte y treinta, y décadas más tarde la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, así como la creación del Instituto Politécnico Nacional o bien el auge del nacionalismo cultural. Si hay algo que celebrar es ese vigoroso ánimo de cambio, ese espíritu de lucha e
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iniciativa de diversos actores y sectores de la sociedad mexicana para mejorar las condiciones de vida, salud, educación, trabajo y cultura. Es innegable que la celebración y la conmemoración producen distintas manifestaciones en la vida social, pues la segunda acción es más selectiva; es decir, como mexicanos podemos, más allá de inclinaciones políticas e ideológicas, convenir con la lucha de Madero: pues si bien él luchó por establecer un régimen democrático, esa demanda aún sigue vigente, ya que si es cierto que ha habido importantes cambios también lo es que son insuficientes. De igual modo se mantienen algunas demandas planteadas por los precursores de la Revolución, como las de los hermanos Flores Magón en 1906, del Plan de Ayala de Zapata de 1911, del Programa de Reformas Político Sociales de la Soberana Convención de Aguascalientes y, sobre todo, de la Constitución de 1917 —incluso las exigencias del padre Morelos expresadas en los Sentimientos de la nación de 1814, en donde pugnó por construir una nación con libertad, sin la opulencia a costa de la miseria, con empleo y dignas condiciones de vida para todos, todavía aparecen como asuntos irresueltos para muchísimos mexicanos. Sin embargo, ni duda cabe que estas fechas son motivo de celebración, pero sobre todo de conmemoración y reflexión. Este es un momento propicio para atreverse a lanzar nuevas miradas y acercamientos sobre este recurrente tema en las obras historiográficas de estudiosos nacionales y extranjeros.
algunas lecturas sobre la revolución mexicana Los estudios sobre la Revolución mexicana han dado pie a interpretaciones de muy variada autoría, así como de distinta manufactura e inspiración. Estas lecturas y reflexiones históricas iniciaron desde que dicho proceso marcaba sus tendencias más características, las cuales han seguido incrementándose con el paso de los años y del propio desarrollo de la disciplina de la Historia. Inicialmente, los trabajos sobre el tema fueron relatos y crónicas de índole testimonial y autobiográfica,
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obra de militares y políticos; luego aparecieron obras generales y locales de investigadores aficionados y de académicos procedentes de diversas áreas, acentuando el carácter eminentemente popular de la Revolución y exaltando el papel de los líderes y sus obras. Sin embargo, tiempo después se produjeron nuevos estudios que polemizaron y modificaron aquellas interpretaciones, provocando una revaloración del carácter de la Revolución mexicana y el papel desempeñado por sus actores colectivos e individuales. Pero aun dentro de esta amplia línea de reflexión, las lecturas son muy variadas: en unas se insiste en el cariz eminentemente nacionalista de la Revolución frente a un proceso de penetración capitalista extranjera en México que se acentuó durante los años porfiristas, en virtud del cual la insubordinación revolucionaria, se sostiene, fue protagonizada por campesinos, trabajadores e industriales, por la pequeña burguesía y élites provincianas que enfrentaron al Estado nacional para propugnar la configuración de una auténtica vida soberana.1 Asimismo, otras obras abordan el fenómeno político-militar extendiéndolo hasta el gobierno del general Lázaro Cárdenas, situándolo como el culmen de la Revolución. En esta lógica, al periodizar los sucesos revolucionarios se establece una primera fase que se cierra con la caída de Victoriano Huerta en 1914, el desmantelamiento del Ejército federal y el derrocamiento del poder político de la oligarquía prerrevolucionaria, lo cual abrió la puerta a un programa de reformas compuesto por las primeras iniciativas del convencionismo y el constitucionalismo (ley del 6 de enero de 1915 y Constitución de 1917), pero que en lo fundamental fue desplegado por Cárdenas. De ahí que a los años que van de 1910 a 1940 se les identifique como parte de todo un período revolucionario caracterizado por su coherencia interna e identidad histórica, aunque sin descartar las diferencias regionales, sociales y culturales.2 Dentro de esta visión sobresale John Mason Hart, con El México revolucionario. Gestación y proceso de la Revolución mexicana, México, Alianza Editorial, 1990. 2 Como expresión de dichas interpretaciones resalta el texto de Hans Werner Tobler, La Revolución mexicana. Transformación social y cambio político, 1876-1940, México, Alianza Editorial, 1994. 1
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Incluso el abanico de interpretaciones es mucho más amplio y contrastante. Otros autores consideran que para lograr una explicación más adecuada de lo acontecido durante la década revolucionaria, y particularmente de la incorporación y participación popular, es necesario remitirse a los añejos problemas y agravios padecidos por los pobladores rurales desde hacía mucho tiempo; así, se afirma, viejos resentimientos agrarios se extendieron hacia 1910 por gran parte del país y se mancomunaron con las fracturas políticas de la élite para debilitar al Estado porfirista, desembocando en esta violencia política revolucionaria.3 Pero si de contrastes se trata, baste aludir a aquella visión de que lo ocurrido en nuestro país no revistió un verdadero carácter revolucionario, pues se trató más bien de un convulso fenómeno donde las acciones de los distintos participantes fueron muy variadas y hasta contradictorias, muchas de ellas fincadas en motivaciones personales, alejadas de objetos e ideales de tipo social o aspiraciones populares, es decir, sin ideología alguna que removiera lo existente y tendiera a la edificación de una nueva estructura social. Por tanto, se asegura, no podría hablarse de una auténtica revolución, sino más bien de una rebelión.4 Desde una óptica muy distinta sobresalen lecturas históricas que ponderan la evolución política y los factores ideológico-culturales para explicarse el surgimiento de esta convulsa etapa, subrayando que la Revolución tuvo como rasgo dominante el que se auspició al calor de una crisis política ante el empuje de grupos sociales y culturales excluidos por el sistema porfirista, los cuales articularon un discurso y una práctica que pugnó por la construcción de una nueva legitimidad a partir de una modernización ideológica. En esta misma línea explicativa se afirma que la Revolución no socavó el orden anterior y emergió como una realidad nueva, sino que muchos de los rasgos esenciales de la realidad política y social porfirista tuvieron continuidad, lo que arrojaría una
En primera línea figura la obra de John Tutino: De la Insurrección a la Revolución en México. Las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, México, Era, 1990. 4 Ramón Eduardo Ruiz, México: La gran rebelión, 1905-1924, México, Era, 1984. 3
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Revolución con un rostro híbrido, donde formas y actores modernos coexistieron y se integraron con lo antiguo.5 Pero también resaltan visiones que de manera renovada insisten en el carácter popular de la Revolución y en la raigambre de los principales caudillos, sobre todo durante la fase armada —de 1910 a 1920—, acentuando su composición y orientación agraria y rural, pues hubo movimientos campesinos en diversas regiones con características heterogéneas en cuanto a su composición, valores, objetivos, formas de actuación y liderazgos; es decir, estos movimientos fueron variados pero decisivos para marcar el devenir revolucionario y los programas sociales y políticos de las distintas facciones. Este sentido popular se palpa más de cerca con el nuevo tratamiento de personajes que se erigieron como verdaderos caudillos, sobre cuyo perfil y trascendencia se han tejido nuevas y sugerentes lecturas.6 En fin, estas son algunas de las lecturas generadas en torno a la Revolución mexicana, prisma de interpretaciones que no solamente se han ubicado en el plano de lo nacional, sino que han proliferado en una significativa obra histórica que desde el plano regional o local brinda su propia aproximación. Por tanto, a cien años del inicio de aquel convulso proceso, las lecturas y relecturas son diversas y surgen —como dijera Francesco Benigno— a manera de «imágenes de un caleidoscopio que combinan de distinta manera los mismos trocitos de cristal para darles una forma y un significado propio».7 No es este el espacio para dilucidar sobre el mayor número de visiones acerca de la Revolución, pero sí debemos insistir en que su análisis dista mucho de ser una asignatura cerrada. Son muchos los pendientes que nos lega este fenómeno abordado por historiadores, así como para el conjunto de los estudiosos de las ciencias sociales y humanas. Baste decir que una exigencia desde el ahora remite, por ejemplo, a evaluar el Aquí destaca François-Xavier Guerra, con México: del Antiguo Régimen a la Revolución, 2 tomos, México, fce, vigésima edición, 1991. 6 Al respecto, véase Alan Knight, La Revolución mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional, 2 vols., México, Grijalbo, 1996. 7 Francesco Benigno, Espejos de la Revolución, Barcelona, Crítica, 2000, p. 11. 5
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papel de la Revolución como configuradora de una macroidentidad o identidades diversas —asunto todavía a debate—, su papel dentro del imaginario político mexicano y, a su vez, como articuladora de mitos o bien su apropiación como un fenómeno renovador o purificador, al igual que como etapa de frontera entre distintos tiempos históricos, entre otros muchos temas que suscita. Así pues, el centenario es una oportunidad para repensar aspectos sustanciales sobre ese crucial momento histórico desde la academia.
el seminario: un espacio de reflexión En La condición humana, Hannah Arendt observa que la falta de meditación es una de las características sobresalientes de nuestra era. Por tal motivo, conscientes de la necesidad de fomentar la discusión sobre temas históricos acerca de nuestra circunstancia sinaloense, hace años surgió la iniciativa de formar un grupo de estudios referente a materias comunes, y sabedores del interés por el debate en torno al periodo de la Revolución mexicana, se invitó a un grupo de profesores de la Facultad de Historia de la uas y a interesados de otras dependencias para constituir en octubre de 2004 el Seminario de Historia de la Revolución en el norte de México. El grupo fue pequeño, aunque las discusiones intensas y en ocasiones vehementes, como estuvimos seguros que debían ser para que la tarea tuviera sentido; a partir de entonces, una vez al mes se escenificó un amplio análisis y fraternal debate en torno a textos de diversos historiadores que han abordado esta temática, además de escudriñar el producto de las investigaciones individuales para que pasaran por la crítica colectiva y llegaran de una mejor manera a la finalidad de toda investigación: la publicación. Un primer fruto de esas discusiones es el libro colectivo que aquí ofrecemos al lector. Sobra decir que cada autor recibió en su momento observaciones —sugerencias, recomendaciones y críticas—, las cuales tomó en cuenta si así le pareció. Cada uno suscribe, pues, lo que piensa. Enseguida damos cuenta, muy brevemente, de cada ensayo en el orden en que aparecen. Todos los investigadores, desde luego, desarro-
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llaron su estudio con acuciosidad y consultaron las fuentes apropiadas. El lector interesado puede convenir o no con los escritos que aquí presentamos, pero no ignorarlos. En mayo de 1911, luego del fulminante movimiento armado antidictatorial y la consecuente renuncia de Díaz, para Madero la lucha había concluido y todos los que le habían apoyado debían someterse al nuevo presidente, entregar las armas y abandonar cualquier pretensión de ir más allá de objetivos políticos. En «El fracaso de la paz: pronunciamientos antimaderistas en Sinaloa», Diana María Perea Romo estudia ese episodio y a los grupos que en nuestro estado se inconformaron con el licenciamiento, es decir, zapatistas, vazquistas y orozquistas, principalmente. Para ellos, pues, la rebelión seguía, por lo que operaron en todo el estado bajo liderazgos heterogéneos, originando tanto el apoyo como el rechazo de la población. Cabe observar que, como sostiene la autora, su denominador común fue el antimaderismo. Saúl Armando Alarcón Amézquita, en «Felipe Riveros: un hacendado sinaloense en la Revolución», destaca el papel que tuvo este propietario del centro-norte de la entidad en la política y en las confrontaciones protagonizadas por las diversas facciones políticas, desde antes del estallido de la lucha armada —al apoyar la candidatura de José Ferrel en 1909— hasta los principales momentos en la contienda, así como su acercamiento con Victoriano Huerta, cuando se desempeñaba como gobernador de la entidad, su participación en el constitucionalismo y, finalmente, su adhesión a la Convención de Aguascalientes y al villismo, optando por el exilio cuando esta corriente iba rumbo al ocaso. Por su parte, Pedro Cázares Aboytes, en «Bienes intervenidos y préstamos forzados durante la Revolución mexicana: el caso de Sinaloa, 1911-1920», examina un asunto de particular importancia: la regulación y administración de los bienes intervenidos de los propietarios obligados a salir del estado por la desestabilización creada por la violencia y la toma del poder por los opositores políticos. ¿Qué ocurrió con las propiedades de aquellos que, para salvar el pellejo, dejaron sus lugares de residencia?, ¿quién las tomó y bajo qué fundamentos legales y políticos? Estas preguntas, y otras del mismo orden, se abordan en el trabajo.
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Por otro lado, Alonso Martínez Barreda, en «Economía y vida cotidiana en Sinaloa, 1910-1920» muestra una entidad mayoritariamente rural y con una población que durante la década revolucionaria presentó cierta estabilidad e incluso registró un incremento. Dicha estabilidad también se expresó en el ámbito de la actividad económica —no hubo crisis ni paralización— y en la vida social sinaloense, sobre todo en los centros urbanos: tanto en Culiacán como en Mazatlán las funciones de teatro, carnavales, bailes, prácticas deportivas, veladas literarias y demás actos recreativos fueron una constante en la vida cotidiana, según revela el autor. Toda revolución procura realizar cambios profundos en las sociedades, aun en aspectos en apariencia nimios. En este sentido, Félix Brito Rodríguez, en «Alcohol, política, corrupción y prostitución en el Sinaloa posrevolucionario», estudia elementos poco comunes en el interés histórico, pues se aventura a examinar cómo se relacionaron el alcohol, la prostitución y la corrupción con la vida política y social, y cómo durante las elecciones diversos grupos se aprovecharon del gusto social por el alcohol para obtener un beneficio político. Este artículo es de señalada importancia, dado que durante mucho tiempo ha existido en México una estrecha relación entre la política y la corrupción, y a su vez el alto consumo del alcohol y la prostitución son expresiones de la corrupción que aún prevalecen. En «El proyecto caciquil de Blas Valenzuela» Wilfrido Llanes Espinoza muestra el proceso de formación de un cacicazgo en la parte norte de la entidad sinaloense a raíz de las convulsiones revolucionarias. Para ello, da seguimiento a la presencia de Valenzuela en el agro sinaloense, así como a la dinámica red de relaciones políticas que le permitieron cimentar y afianzar su poderío durante los años posrevolucionarios. De este modo se observa su oscilante actitud política: sus relaciones con el general Álvaro Obregón, sus vínculos con la rebelión escobarista y las consecuencias económicas y materiales que esto le ocasionó. Blas Valenzuela, dice el autor, gozó de las bondades del éxito debido a sus lazos políticos y personales, pero también padeció la sal del infortunio. Finalmente, algunas palabras respecto a los textos de la autoría de quienes firman también estas páginas. El que abre el volumen, «Sinaloa:
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historias de la Revolución», es un balance de lo que la historiografía regional ha producido en torno al tema, en una especie de referente sobre el que descansan el conjunto de los trabajos que se presentan en esta obra. El recorrido por los textos es sumamente amplio y diverso, alcanzando cerca de una treintena, y recoge las visiones de personajes que participaron en algunos de estos sucesos revolucionarios, así como de la camada de historiadores aficionados y tradicionales que dejaron una nutrida producción, que posteriormente sería objeto de lecturas y reformulaciones parciales por parte de una nueva oleada de producciones temáticas, con tintes más académicos, aspecto que se aborda con detenimiento; en esta parte destaca aportes al tiempo que subraya carencias, limitaciones y retos que se presentan en esta materia. Un aspecto inédito en la historiografía sinaloense sobre la Revolución son los sentimientos experimentados por la gente a causa de la violencia generada a partir de 1910. El trabajo «Sinaloa: temores, angustias e infortunios durante los primeros años revolucionarios» se refiere, pues, a las actitudes de la gente común, sobre todo de aquellos que no participaron en ningún bando y fueron afectados por la inseguridad, el miedo y la confusión. Los sinaloenses, por tanto, no solo vivieron la Revolución, sino que lo hicieron bajo su agobiante peso. Acompañando a estos textos aparecen un conjunto de fotografías que captaron diversos momentos y personajes de esta etapa bajo estudio; de manera específica se destacan a los culiacanenses y mazatlecos disfrutando de las fiestas del carnaval, mientras que otras imágenes muestran los rigores de la violencia que trajo consigo la contienda revolucionaria; y ligado a esto último aparecen fotos de personajes y contingentes militares que protagonizaron sucesos políticos y militares que pusieron sello a la sociedad sinaloense durante dicho proceso revolucionario. En fin, un pequeño mosaico fotográfico de la vida sinaloense entre la segunda y tercera década del siglo XX. Todos estos acercamientos sobre la Revolución y el proceso posrevolucionario en Sinaloa tienen el rasgo común de la pluralidad de visiones, temas y enfoques. Además, es pertinente apuntar que no buscan establecer elementos concluyentes, sino que son resultados iniciales de
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un esfuerzo acucioso que, de manera individual y colectiva, se procesaron en el ya mencionado seminario. Asimismo, son ensayos que pueden ser punto de partida para otras reflexiones. También queremos destacar que en esta obra se realizó un acercamiento al imaginario político gestado a partir de la Revolución, a fin de enfatizar las tonalidades de la violencia política en ciertas coyunturas, como cuando se origina una conmoción que rompe las normas y se presentan vacíos de poder o perturbaciones significativas en el régimen establecido. En términos más específicos, se ha puntualizado acerca de cómo un sector rural se sublevó a partir de la apropiación de consignas y exigencias revolucionarias difundidas desde los escasos núcleos urbanos de la entidad, lo que habla de los movimientos y contactos entre la ciudad y el campo. Además, el libro incursiona en el área de las sensibilidades, los mitos y creencias generados por esta vasta convulsión social, y como esta fue asimilada en los espacios de la vida íntima y cotidiana del sinaloense, al tiempo que es analizada como un suceso que remite a códigos y valores relacionados con la justicia y la renovación social, fincados en espacios de esperanza; y, por último, da cuenta también de cómo se gestaron las nuevas formas, contenidos y funciones de la sociabilidad política, es decir, cómo se configuró la comunicación política y la formación de agrupaciones de este tipo en el Sinaloa posrevolucionario. En síntesis, el lector encontrará un abanico de aproximaciones sobre la forma en que se vivió la Revolución en tierras sinaloenses, aunque siempre en relación con los grandes oleajes de este proceso nacional. Así, estos trozos de ese pasado muestran algunas imágenes de un calidoscopio de dimensiones más amplias. Por último, debemos mencionar una vez más que hace un año se conmemoró —con fiestas, desfiles, discursos y edificaciones emblemáticas en medio de embriaguez partiótica— un centenario de la Revolución mexicana. Sin embargo, más allá de la suma a esta tónica de festejos, con esta obra colectiva aspiramos ante todo a contribuir al conocimiento de una etapa decisiva en la configuración del Sinaloa actual. Culiacán, Sinaloa, otoño de 2011
listado de siglas
archivos accj-m: Archivo de la Casa de la Cultura Jurídica «Ministro Enrique Moreno Pérez» de Mazatlán aces: Archivo del Congreso del Estado de Sinaloa aces-aspohces: Archivo del Congreso del Estado de Sinaloa/Actas de Sesión Pública Ordinaria del Honorable Congreso del Estado de Sinaloa agn-ffim: Archivo General de la Nación/Fondo Francisco I. Madero agn-flc: Archivo General de la Nación/Fondo Lázaro Cárdenas agnes: Archivo General de Notarías del Estado de Sinaloa aha-fas: Archivo Histórico del Agua/Fondo Aprovechamientos Superficiales ahec: Archivo Histórico del Estado de Colima ahgs-icsges: Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa/Índice de Correspondencia de la Secretaría de Gobierno del Estado de Sinaloa ahsdn: Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional amaef: Archivo Municipal del Ayuntamiento de El Fuerte aran-s: Archivo del Registro Agrario Nacional-Sinaloa argg-b-up: Archivo Roque González Garza/Biblioteca de la Universidad Panamericana cehm-afgg: Centro de Estudios de Historia de México-carso/Archivo Federico González Garza cehm-agja: Centro de Estudios de Historia de México-carso/Archivo General Jenaro Amezcua 23
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siglas
cehm-apjecvc: Centro de Estudios de Historia de México-carso/ Archivo del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista Venustiano Carranza iisue-unam-agm: Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación/Archivo Gildardo Magaña
prensa bm: El Boletín Militar ct: El Correo de la Tarde ec: El Criterio ds: El Demócrata Sinaloense es: El Estado de Sinaloa hd: El Heraldo de Durango em: El Monitor ho: Heraldo de Occidente la: La Actualidad lc: La Convención lo: La Opinión lp: La Prensa ne: Nueva Era poe: Periódico Oficial del Estado poes: Periódico Oficial del Estado de Sinaloa Poges: Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Sinaloa vn: Vida Nueva
I. SINALOA: HISTORIAs DE LA REVOLUCIÓN
matías hiram lazcano armienta
No existe una historia, un oficio de historiador, que sí oficios, historias, una suma de curiosidades, de puntos de vista. f. braudel
En 1989 Álvaro Matute, en un balance de lo publicado sobre la Revolución mexicana en el periodo 1968-1989, advirtió que «tal vez se está llegando a una saturación historiográfica».1 ¿Qué opinaría de las obras producidas en la época actual? Conviene recordar a este crítico para preguntarnos cuál es el estado de la historiografía de la Revolución en Sinaloa. Ciertamente, no gozamos de «una saturación historiográfica», pues ¿acaso ha tenido un «brillante desarrollo» en los últimos años, como afirmó en 1998 Sergio Ortega Noriega?2 Pese a que en 1984 surgió la Maestría en Historia Regional de la Universidad Autónoma de Sinaloa y con ella una cantidad muy importante de estudios acerca de nuestro pasado (de ahí la afirmación de Ortega), contamos con pocas historias de la historia de Sinaloa, es decir, ensayos acerca de los historiadores y sus obras. Con todo, intentaremos hacer un examen historiográfico sobre la Revolución en la entidad a parÁlvaro Matute, «Los actores sociales de la Revolución mexicana en veinte años de historiografía (1968-1989)», en Universidad de México. Revista de la unam, núm. 466, noviembre de 1989, p. 17. 2 Sergio Ortega Noriega, «Prólogo», en Félix Brito Rodríguez, La política en Sinaloa durante el porfiriato, Culiacán, Sinaloa, difocur/foeca/conaculta, 1998, p. 7. 1
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tir de la afirmación de Alan Knight en torno al país: «fue el movimiento popular proveniente del campo —y de manera significativa aunque no exclusiva— impulsado por los resentimientos agrarios, lo que constituyó el meollo de la revolución».3 ¿Cuál fue, pues, el meollo de la Revolución en Sinaloa? ¿Lo que apunta Knight para todo el país o algún otro factor? Asimismo, nos interesa responder a preguntas como estas: quiénes fueron los protagonistas de la contienda, cuál fue su origen, qué los motivó a luchar y qué hicieron. Nuestras respuestas partirán de los autores aquí estudiados, por lo que la exposición se organiza en dos partes: en la primera aludimos a la historia tradicional y en la segunda a la académica, si bien en cada una intentamos contestar en qué consistió la Revolución en Sinaloa.
historia tradicional Con esta expresión nos referimos a los historiadores llamados «de la vieja guardia», hombres que han escrito sin teorías ni métodos y solo practican el oficio de Clío por amor al terruño y el gusto de contar historias escuchadas a los abuelos; generalmente son periodistas, abogados, médicos o gente sin profesión pero estudiosa que, con gusto y esfuerzos admirables, ha escudriñado el pasado de comunidades y regiones, de pueblos, asuntos y personajes,4 incluso sin contar con archivos orga3 Alan Knight, citado por Mark Wasserman en «Introducción», en Thomas Benjamin y Mark Wasserman (coords.), Historia regional de la Revolución mexicana. La provincia entre 1910-1929, México, Conaculta, 1996, p. 13. 4 Friedrich Nietzsche escribió que hay tres maneras de reflexionar sobre el pasado: historia monumental, anticuaria y crítica. La primera se refiere a la política y al Estado, al hombre de acción, a la construcción de modelos, a los historiadores que ensalzan y denostan; es la historia que Luis González llama de bronce: historia de héroes y villanos, la historia nacional o patria. Por su parte, la historia anticuaria «pertenece [...] a quien preserva y venera, a quien vuelve la mirada hacia atrás, con fidelidad y amor»; y finalmente, la historia crítica permite romper con el pasado, «sometiéndolo a un interrogatorio minucioso». Esta última es denominada por Luis González como académica, la cual «se propone llegar a las últimas causas del acontecer histórico». Friedrich Nietzsche, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, México, Biblioteca Edaf, 2000, pp. 59 y 65; Luis González, Nueva invitación a la microhistoria, México, fce/sep,
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nizados, instituciones y apoyos económicos,5 circunstancias a las que quizá se deba el que el público interesado sea escaso.
El movimiento armado, 1909-1920 Al respecto la cosecha es magra, pues solo hay dos textos: uno muy breve y un libro. En 1960 aparece una ponencia de Gabriel Ferrer de Mendiolea titulada «Notas acerca de la Revolución en Sinaloa»,6 la cual originalmente se presentó en Culiacán en mayo de 1955 en un congreso de Historia. Su autor —abogado, profesor e historiador nacido en Mérida en 1904— dividió su obra en diez apartados cuyos títulos, excepto el último, no hacen referencia al territorio estudiado, lo que sugiere una visión centralista. En este trabajo Ferrer cuenta en tan solo quince páginas los principales hechos de armas y las luchas por el poder acaecidos en el estado desde la época de Cañedo —lo que llamó «los antecedentes»— hasta el Plan de Agua Prieta. Si bien en su historia está ausente una explicación de los acontecimientos, es posible advertir que adjudica la causa de la Revolución al factor político, pues escribe al inicio: «Después de lo ocurrido con el ferrelismo, muchos sinaloenses decepcionados de la lucha se abstuvieron de tomar parte en la campaña antirreeleccionista, pero otros estuvieron dispuestos a una nueva lucha, en consonancia con el despertar cívico del pueblo mexicano».7 Por otra parte, en 1964 fue publicado el libro Breve historia de la Revolución en Sinaloa (1910-1917), de Héctor R. Olea (1909-1996), abogado originario de Badiraguato, quien en un centenar de páginas sintetizó el movimiento revolucionario. Su historia es sencilla, y tan solo narra las acciones militares y políticas más relevantes realizadas por sus 1982, pp. 31-32. Con historia tradicional me refiero a los primeros tipos de historia: la monumental y la anticuaria. 5 Con la organización de grupos diversos de cronistas en los años recientes, sin duda esta observación podría matizarse. 6 En Estudios Históricos de Sinaloa. Memoria y Revista del Congreso Mexicano de Historia, México, 1960. 7 Ibíd., p. 194.
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protagonistas, de los cuales menciona un alto número. Estudia, como lo indica el título, toda la etapa que va del estallido de la revolución maderista (con un antecedente del régimen de Cañedo y la campaña de José Ferrel) en sus diversos tramos y hasta la promulgación en el estado de la Constitución de 1917. Es, más allá de que no siempre precisa sus fuentes o que en ocasiones parezca superficial, un trabajo muy valioso e incluso imprescindible, dado que es el primero que se publicó sobre ese periodo en nuestro estado y además, durante mucho tiempo —cuarenta años— no hubo otro. De ahí, pues, su mayor valía. Para Olea el estallido del «potente movimiento armado» se debió a: una justa reacción contra la organización de un gobierno absolutista, el feroz y obsecado militarismo, la injusticia social, el reeleccionismo político, la carencia de libertades humanas, factores determinantes en un fenómeno sociológico que gestó, con una manifestación unánime de voluntades, la primera fase de la Revolución mexicana.8
Aunque es una historia narrativa muy breve, de corte político y militar, el autor formula reflexiones sobre las causas de la Revolución, la injusticia social y la carencia de libertades. A tono con ello concede al agrarismo en Sinaloa una extraordinaria importancia9 y reconoce al pueblo como un actor central en la lucha, pues agrega que el pueblo había acumulado por años los más enconados odios a los hombres públicos y padecido estoico las crueldades del hambre y la esclavitud, por esta causa se puede afirmar que fue el pueblo el que hizo la revolución y que de ella surgieron después, por la exigencia de las circunstancias, los caudillos, hombres y héroes de su historia.10
Héctor R. Olea, Breve historia de la Revolución en Sinaloa (1910-1917), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución mexicana, 1964, p.11. 9 Escribe Olea: «Sinaloa, después de Morelos, fue el estado donde mejor prosperó el zapatismo, es decir, las ideas agrarias del sur», op. cit., p. 40. 10 Ibíd., p. 11. 8
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Biografías El estudio de la vida de un individuo ha sido, durante mucho tiempo, una alternativa, pues se han realizado semblanzas de reyes, papas, generales, líderes políticos, en fin, de hombres sobresalientes. Respecto a las investigaciones sobre el movimiento revolucionario en Sinaloa, encontramos varias biografías de los participantes en el conflicto. En 1931 se publicó Resonancias de la lucha. Ecos de la epopeya sinaloense, recopilación de artículos, cartas y discursos acerca de Gabriel Leyva Solano, precursor del movimiento maderista en Sinaloa; la dedicatoria la escribe su hijo, el coronel Gabriel Leyva Velázquez, y colaboran el periodista Manuel Estrada Rousseau, el político Emiliano Z. López y Felipe Riveros, exgobernador y exrevolucionario sinaloense, entre otros. No es propiamente una historia, pero la consignamos porque constituye una visión colectiva sobre un personaje histórico importante —es, ciertamente, una versión broncínea. Cabe recordar que Gabriel Leyva Solano fue un militante antirreeleccionista, abogado y maestro rural que fue asesinado en junio de 1910, víctima de la represión ejercida por el gobernador Diego Redo. «Este libro —escribe Ernesto Higuera en el prólogo— es fruto de un debate histórico provocado por el hijo del protomártir de la Revolución»,11 sin embargo en los documentos incluidos no se advierte tal debate, si no que más bien está encaminado a exaltar la memoria de este personaje.12 En 1975, Antonio Nakayama (1911-1978) publicó Sinaloa. El drama y sus actores, obra en la que realizó 49 breves retratos de los protagonistas de la historia política de nuestra entidad. La etapa revolucionaria fue expuesta a partir de las semblanzas de siete hombres, de ellos uno es el abogado Gabriel Leyva Solano, «protomártir de la Revolución», y los seis restantes militares: Juan M. Banderas, «la leyenda negra y la Resonancias de la lucha. Ecos de la epopeya sinaloense. 1910, México, Imprenta mundial, 1931, p. 13. 12 Sobre Leyva Solano, en 1980, Elsa Guadalupe González Zazueta elaboró una tesis de maestría en historia en la Universidad de Guadalajara titulada Gabriel Leyva Solano: protomártir de la Revolución. 11
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realidad»; Ramón F. Iturbe, «hombre de México»; Juan Carrasco, «caballero de la lealtad»; Salvador Alvarado, «ideólogo de la Revolución mexicana»; Ángel Flores, «el mejor soldado de la Revolución» y Rafael Buelna, «Grano de oro». Así, se puede ver que su historia no solo es biográfica sino monumental, épica, nostálgica. Para el autor, estos hombres estuvieron en todo momento motivados y preocupados por la patria, de ahí que no haya buscado entender ni explicar, sino ensalzar. Con todo, es una colección de figuras históricas de interés especial, puesto que la biografía nos ayuda a situar a los personajes en el proceso que vivieron y establecer relaciones entre unos y otros. Sobre este libro, Álvaro López Miramontes escribe que Nakayama «no señala cómo ni de dónde extrae sus juicios y textos»; aún más, menciona que «muchas de sus cédulas bibliográficas son muy incompletas y no es fácil ubicarlas correctamente».13 Sobre Rafael Buelna se han escrito dos libros. En 1937 José C. Valadés publicó Rafael Buelna. Las caballerías de la Revolución, cuyo contenido es fiel al título: relata las hazañas del joven general originario de Mocorito. Con una prosa amena y ágil, el autor narra la historia del caudillo veinteañero: su arrojo, sus diferencias con Obregón y Villa (las grandes figuras del conflicto revolucionario), su estrategia —si es posible hablar en estos términos de este hombre y los suyos, que todo, o casi, lo hacían a la mexicana, es decir, improvisadamente. Así, a lo largo de poco más de 150 páginas dispuestas en 19 capítulos de corta extensión —en la edición que la uas puso en circulación en 1990—, el historiador y periodista mazatleco describe la vida de Buelna, desde su participación como estudiante en la campaña electoral ferrelista en 1909, hasta su muerte en Morelia durante la rebelión delahuertista en enero de 1924. El libro es, por supuesto, muy importante —su autor, nacido en Mazatlán en 1900, es uno de los grandes historiadores del siglo xx en México—, pero omite aspectos como la descripción económica y social de Sinaloa durante la época de Cañedo, la sólida posición de los Buelna, así como la Álvaro López Miramontes, «Historias de Nakayama», en Memoria del Tercer Congreso de Historia Regional, Culiacán, t. ii, uas/iies, 1987, p. 604. 13
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organización, la composición social, la ideología y las formas de reclutamiento del ejército revolucionario al mando del «Granito de oro»; hay un punto, además, que Valadés apenas refiere: las ideas políticas de su personaje. Sin embargo, acaso no habría que hacerle tantos reproches, dada la época en que se escribe y el objetivo del autor, quien se propuso realizar «un modesto trabajo».14 También en 1990 el médico Enrique Peña Gutiérrez publicó General Rafael Buelna Tenorio, el Cóndor de Mocorito, obra que consiste en un centenar y medio de páginas, donde se exalta la vida y la participación de Buelna en el movimiento revolucionario; dicho enfoque se observa en la introducción misma, pues, orgulloso de su tierra, el médico mocoritense advierte que tres de sus hijos lograron trascender las fronteras sinaloítas: Agustina Ramírez, «la matriarcal heroína»; el general y licenciado Eustaquio Buelna, quien se entregó al estudio y práctica de la jurisprudencia; y Rafael Buelna, «cuyo nombre y obra permanecieron ominosamente en el olvido». Nació, pues, este libro «pequeño pero apasionante» del «deseo de dejar a las generaciones del presente y del porvenir, constancia fiel de la vida de un mexicano nacido para servir a la patria, sin servirse de ella». En 1992 apareció un pequeño volumen de Carlos Manuel Aguirre, Los carabineros de Santiago, obra del escritor sonorense que vivió muchos años en nuestro estado y donde dirigió la revista Letras de Sinaloa; este texto Es la narración de las aventuras de un hombre sencillo de la sierra de Badiraguato, nacido en Santiago de los Caballeros, que se fue a pelear a la revolución. En un estilo llano, ligero, sin complicaciones y sazonado con numerosas anécdotas, se relata la vida y las andanzas de Jesús Caro Iribe durante la Revolución mexicana en Sinaloa y en otros lares.15
14 Véase nuestra reseña «Buelna: vindicación y olvido», en La Revista, núm. 1, suntuas Académicos, enero-febrero de 1991. 15 Véase nuestra reseña «Los venaderos de la Revolución», en El Sol de Sinaloa, Culiacán, 8 de marzo de 1993.
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Pero la cuestión principal es acerca de la identidad de los citados carabineros: Los carabineros de Santiago es el título del libro y el de un grupo de sinaloenses que participaron en «la bola», como tantos, sin claridad respecto a su lucha, sin saber bien a bien los motivos. En las primeras páginas se habla de la admiración de Caro hacia Juan M. Banderas y de cómo este se refugió en un lugar cercano a Santiago de los Caballeros y allí empezó a reclutar gente.16
En el pórtico —como llama a la introducción—, Aguirre, quien construyó su relato a partir de las numerosas pláticas que tuvo con don Jesús Caro, escribe: en el relato campea quizá la amargura como objetivo principal. Los carabineros murieron casi todos «olvidados por el gobierno. La mayoría quedó absolutamente desamparada, débil, deshecha, sin raíces y sin esperanza». Fueron algunos de los veteranos de la Revolución, militantes del constitucionalismo.17
Caro Iribe fue uno de tantos hombres sencillos que lucharon a partir de 1910 y que, a diferencia de otros, no hicieron nombre ni fortuna. Desde luego, en ninguno de los textos aquí registrados se trata expresamente acerca de la Revolución en Sinaloa, su importancia y significado, no obstante es posible apuntar que por ser la biografía el género practicado por los autores, se considera que fue el individuo el agente decisivo en este proceso histórico y no los grupos, clases o el pueblo. A propósito de la historia sobre Jesús Caro Iribe, pensamos que esta tiene una especial importancia, pues trabajos como este sugieren la necesidad de estudiar a quienes no alcanzaron ningún grado, a los «de abajo», pues
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Ídem. Ídem.
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ellos también fueron protagonistas de los acontecimientos históricos, aunque ignorasen los motivos de su lucha.
Historia regional A partir de los años sesenta, con Pueblo en vilo, de Luis González, la historia regional se constituyó como una corriente historiográfica de amplia influencia en México, pues aparecieron en el país varios libros de índole académica cuyo objetivo era hacer una propuesta novedosa y dejar de lado las visiones nacionales, un tanto desgastadas. Muchas de estas obras concibieron al movimiento armado no como un fenómeno nacional y homogéneo, sino complejo, diverso y con hondas raíces y expresiones en las regiones y zonas más apartadas. En este auge, la historia tradicional sinaloense practicó también la historia regional. Enseguida damos cuenta de dos textos —ambos sobre el norte de Sinaloa— que, aunque no se refieren específicamente a la Revolución, abordan ese crucial episodio. Cuando se hablaba escasamente de historia regional —en Sinaloa, al menos— se publica en 1978 Historia integral de la región del río Fuerte, del ingeniero Filiberto Leandro Quintero, originario de la tierra sobre la que escribe y quien murió en 1969. Tal vez es la más ambiciosa de las investigaciones registradas, pues al autor le llevó diecisiete años —según el prologuista Adrián García Cortés—, además de tener una extensión de 750 páginas con una letra menuda. Es un estudio principalmente político-militar, aunque incluye elementos de índole cultural al referir en la primera parte la vida y costumbres de los asentamientos indígenas, así como la toponimia regional; por ello, y porque el autor pretendió llegar hasta el presente, la denomina historia integral. Como se sabe, no logró su objetivo, pero para fortuna de los interesados abarca hasta los «Episodios de la Revolución». Esta sección —capítulo xviii, con menos de cien páginas— va de los últimos días del régimen de Cañedo y la campaña de Ferrel hasta el fusilamiento de Felipe Bachomo, que Quintero narra con
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detalle y soltura. En las primeras páginas escribe que la lucha desencadenada por Madero habría de rebasar lo meramente político: El movimiento armado eminentemente popular que encabezó el señor Madero, determinó la caída estruendosa y sorprendente del viejo caudillo tuxtepecano, cuyo gobierno, por múltiples razones, no respondía ya a la situación y aspiraciones de la ciudadanía ni conformaba las necesidades ya ingentes de abrir las puertas a un proceso lógico y natural: el de las reformas sociales.18
En contraste, acerca de los zapatistas de Sinaloa dice que eran gentes que «en realidad no tenían ni ideal ni bandera»,19 pero no desarrolla ningún argumento. Por otro lado, sobre la rebelión indígena acaudillada por Bachomo, advierte que si bien en un principio la lucha de los mayos tuvo relación con el villismo, en realidad tenía añejas motivaciones locales de carácter racial y de «reivindicación, al sentirse el indio dominado, escarnecido y postergado por el hombre blanco desde los tiempos de la Colonia»,20 afirmación que, en efecto, parece muy pertinente. Su trabajo es, como el de Olea, esencial para estudiar la historia del norte de Sinaloa y del periodo revolucionario. La zona norte de Sinaloa ha corrido con buena fortuna historiográfica, pues en 1959 el periodista Mario Gill había publicado La conquista del valle del Fuerte, y en 1983 la uas lo reeditó en su Colección Rescate. En esta obra Gill aborda el nacimiento de la ciudad de Los Mochis y sus protagonistas, como Albert K. Owen y su proyecto utópico «comunista», así como Benjamin Francis Johnston, el movimiento obrero de los años treinta, la sicae (Sociedad de Interés Colectivo Agrícola Ejidal) y, en general, del intenso desarrollo de este valle agrícola. Para escribir esta historia, el autor, periodista militante del Partido Comunista Mexicano, consultó el libro de Thomas Robertson —Utopía del sudoeste— y entre18 Filiberto Leandro Quintero, Historia integral de la región del río Fuerte, Los Mochis, El Debate, 1978, pp. 661-662. 19 Ibíd., p. 673. Como ya vimos, Olea sostiene algo muy diferente. 20 Ibíd., pp. 722-723.
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vistó a informantes del propio lugar bajo estudio, y aunque no examinó en particular a la Revolución, le dedica un amplio capítulo al aguerrido caudillo indígena Felipe Bachomo y reflexiona también sobre la cultura y rituales de los grupos indígenas de la cuenca del río Fuerte y acerca de cómo sus odios hicieron explosión en 1911, en 1913 y en 1915, encabezados por el indio mayo de Jahuara, en contra de los caciques. Asimismo, advierte que los indios no estaban con Carranza ni con Huerta, sino que estaban con Bachomo para combatir a sus ancestrales dominadores.
Historia política En nuestro estado encontramos, para la época que nos interesa, la obra Sinaloa, poder y ocaso de sus gobernadores (1831-1986), publicado en 1986 por José María Figueroa Díaz, periodista de Culiacán nacido en 1923 y fallecido en 2003. Es un libro que estudia a todos los gobernadores sinaloenses, desde que Sinaloa era un estado independiente hasta la campaña electoral a la gubernatura del candidato Francisco Labastida Ochoa. Compuesto por treinta breves capítulos, el texto resulta muy útil para entender el proceso político que experimentó la entidad desde la época del general Francisco Cañedo hasta la penúltima década del siglo xx. Para la parte que nos interesa —del movimiento revolucionario hasta el cardenismo— dedica 45 páginas, en las cuales describe «la etapa revolucionaria» y los gobiernos de los generales Felipe Riveros, Ramón F. Iturbe y Ángel Flores, Alejandro R. Vega, Macario Gaxiola, el profesor Manuel Páez y el coronel Alfredo Delgado, militares y políticos —sus grupos y adversarios— que protagonizaron momentos decisivos en la vida política de Sinaloa. Aunque el autor no comparte sus fuentes —excepto la mención de las legislaturas, lo cual sugiere que consultó el Archivo del Congreso del Estado—, muestra un sólido conocimiento de la historia política. Su trabajo, redactado con ingenio, es un relato abundante en anécdotas de los hombres del poder, además de que contiene una interesante y valiosa información. Es una obra importante, dado que es la única que desarrolla dicho tema a lo largo de una época muy
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amplia (155 años); con todo, no profundiza ni procura rebasar la exposición de datos y hechos elementales.
Diccionarios Los diccionarios de historia son un auxiliar muy importante en el trabajo de todo investigador, pues sintetizan información básica de una comunidad, región o estado. En México se empezaron a escribir en la segunda mitad del siglo xix y en Sinaloa encontramos dos que merecen la pena ser destacados. En 1959 el Gobierno del Estado de Sinaloa y el H. Ayuntamiento de Mazatlán publicaron el Diccionario geográfico, histórico, biográfico y estadístico del estado de Sinaloa, de Amado González Dávila, el cual está escrito, según reza el prólogo suscrito por el H. Ayuntamiento del puerto, con «una devota pasión por el espíritu de esta Entidad de la Patria, que es Sinaloa». En la segunda mitad de los ochenta el periodista Herberto Sinagawa (Angostura, 1930) publicó Sinaloa, historia y destino, un voluminoso diccionario —casi 500 páginas— que muestra la habilidad de su autor, pues supo construirlo con una breve bibliografía —29 títulos— y ofrecer una copiosa información sobre sucesos, lugares, personas, fotos y viñetas de todas las épocas de Sinaloa. Al inicio del libro sintetiza la historia de su querencia: No es tarea fácil contar la historia de Sinaloa. Tiene momentos de hermosa exaltación, pero también de sombrías premoniciones. Ha sido una lucha tenaz por la identidad entre dos poderosas corrientes sanguíneas: la del aborigen y la del español. El aborigen defendió su cultura, sus tierras y sus aguas, sus dioses y sus hábitos. Pero el español, terco en la instauración de un orden divino y un orden humano, venció a la postre y creó el crisol de dos mundos del que ha surgido el sinaloense.21 21
p. 7.
Herberto Sinagawa, Sinaloa, historia y destino, Culiacán, Editorial Cahíta, 1986,
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Historia monumental y anticuaria a la vez, para conocer y querer a Sinaloa —según el propio Sinagawa—, aunque cabe agregar, no para comprenderlo ni explicarlo.
historia académica La historia académica, como se sabe, es la practicada en los recintos universitarios y centros de educación superior, que implica el uso de herramientas teóricas y metodológicas con gran rigor y exige la consulta cuidadosa de diversas fuentes; sus practicantes son licenciados, maestros o doctores en Historia u otra ciencia social. Hoy en día, en el país y en Sinaloa, hay avances extraordinarios para la práctica de esta corriente, considerando la organización y funcionamiento de instituciones como archivos, bibliotecas y museos, así como la regular convocatoria a eventos como congresos, coloquios y conferencias y, de igual manera, la publicación de revistas especializadas o suplementos de carácter cultural. En este sentido, la maestría en Historia y el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la uas han jugado un papel decisivo en nuestro estado.
El ferrelismo Aunque este episodio no se refiere al movimiento armado revolucionario, lo incluimos aquí por su cercanía e influencia, pues se trata del movimiento político electoral organizado a raíz de la muerte del gobernador Francisco Cañedo, en junio de 1909. De Dina Beltrán López y Marco Antonio Berrelleza Fonseca, investigadores del Archivo Histórico de la uas, se publicó en 1997 A las puertas de la gloria. Las elecciones de 1909 en Sinaloa. Con valiosas fuentes de la campaña política de José Ferrel, que luego constituyeron un fondo especial del propio Archivo Histórico, los autores acopiaron los resultados oficiales de la elección, testimonios del fraude, el acta de ex-
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pulsión de Rafael Buelna del Colegio Rosales, listas de maestros, poemas, el discurso de Diego Redo al tomar posesión de la gubernatura y una reducida bibliografía de esta crucial etapa anterior a la insurrección maderista. Aunque el libro estudia un decisivo momento político, consideramos que deja qué desear, pues los autores no incluyeron, por ejemplo, una introducción donde consignen sus objetivos, motivos y problemas al escribir su historia, y tampoco —cosa muy importante— una explicación de los hechos. Se hizo ante todo el relato cronológico y se reprodujeron documentos, pretendiendo que estos hablaran por sí mismos. Es posible advertir, pues, algunas omisiones y preguntas sin respuesta.22 Aún así es un texto muy apreciable, ya que constituye el primer libro basado en fuentes primarias que proporciona elementos para comprender ese proceso político. En 2003 se publicó Rumbo a la democracia: 1909. La Elección a gobernador de Sinaloa, de Azalia López González, investigadora de la Facultad de Historia y maestra en Estudios Sociales por la uam-Iztapalapa. Es un libro de un centenar y medio de páginas, con mapas, cuadros de clubes políticos redistas y ferrelistas, fuentes de diversos archivos, algunas fotos —sobre todo de Redo— y caricaturas. Se trata de un interesante trabajo, pero con afirmaciones y conclusiones desproporcionadas, como cuando se sugiere el inicio de la democracia. ¿Cuándo empieza la democracia en Sinaloa y cuándo en México? La autora sostiene que fue con la acción de los ferrelistas y del hombre que los encabezaba no solo en Sinaloa, sino en México. En verdad esto parece exagerar demasiado las cosas. Nosotros insistimos que fue hasta fechas muy recientes. La lucha militar y política desatada por Madero, bien se sabe, barrió con el régimen dictatorial de más de treinta años, pero no estableció la democracia; los generales surgidos de la lucha armada fueron cualquier cosa menos demócratas. Se dice también que con la elección de 1909 se mostró una moderna estructura política con ciudadanos iguales ante la ley, sufragio universal y división de poderes. Curiosa lectura, sin emMatías Hiram Lazcano Armienta, «Puertas que no se abren», Clío, Culiacán, Facultad de Historia/uas, núm. 21, septiembre/diciembre de 1997. 22
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bargo esta lucha evidenció lo contrario. Por otro lado, la autora sostiene que «las condiciones en que se desarrolló la elección a gobernador en 1911, permiten avizorar que el significado del voto sentó precedente en el nuevo juego político; además, se establecieron las bases para edificar una nueva estructura política sinaloense».23 Cabe destacar una afirmación —sorprendente al menos— de este pasaje: «el significado del voto sentó precedente en el nuevo juego político». Conviene recordar que antes de Madero, y mucho después de él, el voto en México no contó. Durante el porfiriato, cada cuatro años había «elecciones» y siempre ganaban los mismos: aquellos designados por don Porfirio, y a lo largo del siglo xx ocurrió algo similar, pues quienes siempre ganaban eran los del pri. Una cuestión no analizada por López González ni por Beltrán López y Berrelleza, es la ausencia de José Ferrel Félix del escenario de la lucha política. En los dos se dice que el candidato emergente, el crítico del régimen de Díaz, no estuvo en Sinaloa durante su campaña política, pero en ninguno se intenta explicar este hecho tan extraño. Aún más, López González insiste en que Ferrel encabezó el movimiento en contra de Redo, candidato «de lo más granado de la sociedad sinaloense», pero una cosa es que haya sido el hombre postulado por los adversarios del régimen dictatorial (ese grupo establecido en Mazatlán, encabezado por Heriberto Frías y Francisco Valadés) y otra muy diferente es que haya estado al frente de dicho movimiento. ¿Por qué no anduvo en campaña en Sinaloa?, ¿por qué no encabezó materialmente la lucha? Estas interrogantes aún esperan respuesta.
El movimiento armado En 1985 Frederique Langue, joven historiadora de la tierra de Voltaire, presentó en el II Congreso de Historia Sinaloense celebrado en Culicán, una breve ponencia en donde sostiene que la Revolución en Sinaloa fue Azalia López González, Rumbo a la democracia: 1909, Culiacán, Sinaloa, cobaes/ uas, 2003, p. 131. 23
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de tipo agrario y minero. Sus fuentes son los historiadores revisionistas John Womack y François Xavier Guerra, así como Eustaquio Buelna y Mario Lamas, entre otros, así como documentos como la memoria del general Cañedo de 1905, el Anuario Estadístico de la República Mexicana de 1907 y la obra Geografía y Estadística de la República Mexicana, publicada en 1889.24 El texto de Langue, que coincide con Olea al destacar la singular importancia que tuvo el agrarismo zapatista en la entidad, es, pese a su extensión, un trabajo serio y reflexivo. Gilberto López Alanís, economista egresado del ipn y del iies de la uas, publicó Las primeras elecciones de la Revolución mexicana en Sinaloa, 1911, un cuadernillo de diez páginas en el cual estudia sumariamente las elecciones para gobernador cuando la rebelión maderista obligó a don Porfirio Díaz a renunciar a la presidencia y a Diego Redo a la gubernatura; en dichas elecciones, que se celebraron de manera extraordinaria el 3 de septiembre, logró un triunfo apabullante el profesor José Rentería, con 25 377 votos a su favor, 3929 para el licenciado José A. Meza y 150 para Juan M. Banderas. El autor, además de analizar el proceso político por zonas y proporcionar información sobre los candidatos, sostiene que «en Sinaloa la guerrilla de la Revolución mexicana fue minero-gambusina, ranchero-vaquera y campesino-labradora», al tiempo que advierte que «la Revolución mexicana en Sinaloa no barrió brutalmente con los cuadros políticos del porfiriato regional, sino que los superó con el concurso democrático del pueblo dentro de los procesos electorales». Pese a la seriedad de su afirmación, no incluye un comentario o análisis al respecto, y tampoco fundamentó su dicho referente al «concurso democrático del pueblo». No sabemos, pues, de dónde partió para formular tan contundentes aseveraciones, las cuales coinciden parcialmente con lo escrito por Langue. Para mediados de los años noventa, el Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa (cobaes) ofreció una obra titulada La Revolución en Frederique Langue, «Economías y sociedades en el estado de Sinaloa. Los orígenes locales de la Revolución de 1910», en Memoria del II Congreso de Historia Sinaloense, Culiacán, iies/ Maestría en Historia Regional de la uas, 1986. 24
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Sinaloa.25 Sus autores fueron cinco profesores de la entonces Escuela de Historia, de quienes comentaremos sumariamente cada uno de sus trabajos, excepto el segundo, que no se ocupa de la Revolución en Sinaloa; el último, que trata sobre los caudillos, lo veremos en un apartado posterior. En 24 páginas, de las 169 que conforman la obra, Arturo Carrillo Rojas, economista y maestro en Historia Regional, tituló su trabajo como «Aspectos económicos y políticos de la Revolución en Sinaloa». Basado en el Periódico Oficial y en informes de gobierno, principalmente, el autor estudió la nueva división política del estado, los vaivenes de la situación económica, los avances en lo material —como la reparación de caminos, introducción de la luz eléctrica, la reconstrucción del puente del río Tamazula, la construcción del mercado en Culiacán, entre otros— y los conflictos sociales —como las violentas acciones de los zapatistas, los robos y saqueos cometidos en las zonas minera y serrana por grupos calificados por el gobierno como bandoleros y gavillas, y cinco huelgas, siendo la más fuerte la de la negociación minera de El Tajo. Pese a la importancia de la información da la impresión, por la conclusión un tanto apresurada, que para el autor se trató de un trabajo más. El título es vago y no queda claro cómo se relacionan los aspectos que menciona, sin embargo es un ensayo interesante, si bien no al grado de la tesis «Nuevos empresarios de la Revolución mexicana en Sinaloa», de Alonso Martínez Barreda. El autor, también economista y maestro en Historia regional, sustentó su investigación esencialmente en fuentes del Archivo de Notarías y sostiene que los principales dirigentes del movimiento revolucionario en Sinaloa se enriquecieron a costa de la nueva situación política —y evidentemente por su marcada ambición—, logrando consolidar cuantiosas fortunas; para corroborar su dicho ejemplifica con los casos de los generales Ángel Flores, Ramón F. Iturbe y Juan José Ríos. Para el autor en eso se resumió la lucha armada en Sinaloa: el abultamiento de los bolsillos de un grupo de militares y su conversión en empresarios. No reflexiona sobre otros actores, sino 25
Arturo Carrillo Rojas et al., La Revolución en Sinaloa, Culiacán, cobaes, 1994.
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solo en la pequeña burguesía y en la continuidad de los empresarios porfirianos. Para él no importan, pues, los mineros, rancheros, campesinos, obreros, indios o intelectuales, solo los empresarios: viejos porfirianos y nuevos revolucionarios; de ahí que resuma su pensamiento en unas cuantas líneas: «El pequeño eco de este movimiento en Sinaloa, fue el gran eco de las nuevas fortunas de estos empresarios».26 El ensayo «Naturaleza de la Revolución mexicana en Sinaloa» constituye un evidente contraste. Su autor, Víctor Alejandro Miguel Vélez, ingeniero químico y también maestro en Historia regional, pretendió encontrar el ser de la Revolución en nuestra entidad. Ignorando por completo la rica y variada historiografía académica sobre la Revolución mexicana, el maestro Miguel Vélez afirma: «A la fecha, sin querer decir que no los haya, no hemos encontrado ningún enfoque verdaderamente científico de este proceso de cambio».27 Su propósito fue encontrar los trabajos históricos despojados de ideología que le permitieran tipificar a la Revolución mexicana, para así tener elementos con que hacer lo propio con la Revolución en Sinaloa después de haber examinado, sobre todo, Interpretaciones de la Revolución mexicana, una obra colectiva de los años setenta. El fenómeno fue, sostiene, «una revolución para las oportunidades»,28 expresión que no dice nada —o muy poco—, pues así son las revoluciones: grandes manifestaciones sociales, movimientos complejos a los cuales concurren actores cuyos objetivos y métodos son diversos, a veces convergentes y a veces contrapuestos. ¿Por qué habría de extrañar, pues, que la Revolución en Sinaloa fuera «para las oportunidades», es decir, campo fértil para los oportunistas de toda laya? Pero además de eso, ¿qué fue la Revolución? El autor intenta una explicación y se pregunta sobre el papel de los caudillos, para lo cual cita a Nakayama, quien afirma que quienes hicieron la Revolución en Sinaloa no buscaban «la transformación social del mexicano».29 Y es en la última Alonso Martínez Barreda, «Nuevos empresarios de la Revolución mexicana en Sinaloa», en Arturo Carrillo Rojas et al., op. cit., p. 100. 27 Víctor Alejandro Miguel Vélez, en Arturo Carrillo Rojas, op. cit., p. 103. 28 Ibíd., p. 121. 29 Ibíd., p. 125. 26
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parte, en tan solo página y media, donde el autor formula su respuesta: la Revolución en Sinaloa fue «la explosión regional de una lucha de clases encubierta»,30 lo cual tan solo anota, pues no explica por qué fue regional, de clases y, además, encubierta, para concluir que detrás de aquellos generales se encontraba el pueblo «con un desmesurado sentimiento de la opresión sufrida».31 En 1996 Gilberto López Alanís publicó Madero y los sinaloenses,32 libro formado por 46 cartas enviadas por Madero entre el 24 de febrero de 1909 y el 1 de noviembre de 1910. Contiene un breve estudio donde López Alanís comenta apenas la identidad de los destinatarios de las cartas, su relación con el caudillo en ciernes y las razones de su inclusión. Los destinatarios sinaloenses son Heriberto Frías, periodista residente en Mazatlán, director de El Correo de la Tarde y autor de Tómochic, novela realista que relata los hechos que culminaron con la matanza cometida por el ejército porfiriano en 1891, en ese pueblo de la serranía de Chihuahua; el ingeniero Manuel Bonilla, Fidencio Schmidt y Ángel Castañeda, todos de Culiacán; Félix Palavicini, político residente en la ciudad de México; y Benjamín Hill, de Navojoa. Aunque el autor de la selección de las cartas apunta que se podría hacer una nueva interpretación de la Revolución mexicana en Sinaloa, no aclara de qué forma y tampoco intenta hacer un seguimiento de la relación epistolar que, en efecto, reviste cierta importancia. Además de las cartas, publicó el «Manifiesto de Madero a los sinaloenses», en ocasión de la derrota del ferrelismo, con fecha del 16 de agosto de 1909, así como la carta de José Ferrel a José Ives Limantour titulada «A las puertas de la gloria. Al Jefe del Partido Científico». En 1997 se presentó en la Facultad de Historia de la uas la primera tesis de licenciatura sobre el movimiento revolucionario en el estado. Su autor Héctor Carlos Leal Camacho, defendió un trabajo de largo y ambicioso título: Sinaloa durante la Revolución. El papel de los intelectuales Ibíd., p. 126. Ídem. 32 Gilberto López Alanís, Madero y los sinaloenses, Culiacán, cobaes, 1996, 150 pp. 30 31
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en la transformación social. 1909-1922. El texto hace que nos preguntemos hasta qué punto son necesarios los antecedentes. La pregunta viene a colación porque el autor desarrolló su estudio en 129 páginas divididas en cinco capítulos, sin embargo solamente en el último trató el tema, pues en el resto expuso antecedentes, la lucha armada y la reconstrucción revolucionaria, lo cual desmerece el planteamiento y la estructura; con todo, ello no le quita ningún interés al estudio, por dos motivos al menos: la escasez de trabajos sobre el tema y la ardua investigación. Contiene también tres cuadros, cuatro mapas y una parte muy útil y meritoria: diecinueve semblanzas de los intelectuales más relevantes y una amplia bibliografía; consultó además diversos archivos y en la introducción abordó brevemente un planteamiento teórico. Por su parte, Eduardo Frías Sarmiento escribió Historia del alumbrado eléctrico en Culiacán. 1895-1920, cuyo tema no se había tratado y que tiene como fondo una parte de la época que nos interesa. En él expone que «la Culiacan Electric Company no se salvó de ser dañada por los revolucionarios que tomaron Culiacán —en 1911—, ya que en su avance destruyeron los postes y cables que proporcionaban la energía eléctrica».33 Y así, en cada una de las etapas del movimiento armado en Sinaloa, refiere los principales sucesos, problemas y protagonistas. Un hecho curioso e interesante es que Culiacán fue una de las primeras ciudades del país que vio sus calles y casas alumbradas, ya que fue en Sinaloa, según José C. Valadés, donde se estableció la primera planta productora de electricidad. Sin duda que la introducción de la energía eléctrica y los problemas que implicaba, como sugiere el autor, merecen más estudios. Mayra Lizzete Vidales Quintero, historiadora egresada de la primera generación de la Escuela de Historia de la uas publicó Comerciantes de Culiacán. Del Porfiriato a la Revolución, un conciso estudio en el que aborda, con datos principalmente del Archivo de Notarías y de periódicos de la época como Mefistófeles y El Correo de la Tarde, Eduardo Frías Sarmiento, Historia del alumbrado eléctrico en Culiacán. 1895-1920, Culiacán, difocur/H. Ayuntamiento de Culiacán, 1999, p. 72. 33
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cómo en la capital del estado se dio un intenso movimiento comercial en una época particularmente difícil por la violencia desatada en contra del régimen porfiriano. La autora da nombres de los principales comerciantes y sus empresas a finales del cañedismo y durante la Revolución, así como información de los comerciantes nacionales y aquellos de origen libanés y chino, relatando el impacto de la rebelión maderista y de los conflictos de los comerciantes huertistas con el constitucionalilsmo. El libro contiene además cuadros sobre giros mercantiles, sociedades comerciales, población de Sinaloa en 1900 y 1910 y 17 fotos de edificios como el Mercado Garmendia del centro de Culiacán —zona donde se practicaba un gran movimiento comercial y humano, como hasta hoy— así como de los revolucionarios, aunque ninguna de los comerciantes bajo estudio. Es una obra de apenas 106 páginas que, pese a su brevedad, contiene valiosa información sobre momentos cruciales de Culiacán, cuya sociedad podría calificarse, según la autora, como tradicional, y en la cual su comercio estuvo controlado primordialmente por empresarios nacionales, a diferencia de la mazatleca, que estaba en manos extranjeras. Otra obra que estudia el movimiento revolucionario en Sinaloa es Relaciones económicas y políticas en Sinaloa. 1910-1920, de Alonso Martínez Barreda. En casi 300 páginas —230 de texto y el resto de cuadros y bibliografía— el autor desarrolló la historia de la segunda década del siglo xx en esta entidad, poniendo énfasis en las relaciones económicas y políticas; y aunque no incluye otros instrumentos de apoyo, como mapas o fotos, debemos destacar que se trata apenas de la segunda historia sobre la lucha que se vivió a partir de 1910 en esta tierra, después de la de Héctor R. Olea, aparecida en 1964, es decir, llena un vacío de casi 40 años. Ya era tiempo, en este sentido, de que los sinaloenses tuviéramos otra buena historia sobre la Revolución, ya que es, además, un trabajo fundamentado, fruto de una investigación acuciosa en archivos y bibliotecas especializadas y con el debido rigor teórico y metodológico. Martínez Barreda, licenciado en Economía, maestro en Historia regional y doctor en Ciencias Sociales tiene, a diferencia de otros que
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transitan estos caminos de la investigación sobre el pasado humano, una historia que contar y una tesis que sostener. Aunque ciertamente la anuncia un título un tanto anodino, considerando que sabemos de la época a partir de la mención de esos años (1910-1920) y alude a «relaciones» —sin precisar teóricamente el concepto— y no a revolución, cacicazgo o dictadura, es un escrito congruente y, vale insistir, de señalado interés. Como anotamos, este libro presenta una tesis bien definida, la cual había ya adelantado en el libro La Revolución en Sinaloa, y básicamente escribió aquí lo mismo, solo que ampliado y con más fuentes: los dirigentes revolucionarios en Sinaloa amasaron cuantiosas fortunas gracias a que aprovecharon las nuevas circunstancias políticas —y debido también a su ambición y talento para los negocios—, pasando de militares a empresarios, mientras que antes de 1910 eran unos soberanos desconocidos, como son los casos de Ramón F. Iturbe, Juan Carrasco, Ángel Flores y Juan José Ríos. Acorde con esto, destaca que tres miembros de la élite porfiriana, Diego Redo, Jorge Almada y Benjamín Francis Johnston, mantuvieron sus inversiones en la economía sinaloense en el periodo posrevolucionario, pues la Revolución no les tocó ni un pelo. En suma, para el autor estos tres intocables empresarios de la élite porfiriana sinaloense y los cuatro caudillos que en poco tiempo progresaron económicamente representan a la Revolución en Sinaloa. ¿Y aquellos como Jesús Caro Iribe, por ejemplo?, ¿esos que murieron en la pobreza y que también lucharon por algo acaso no muy claro pero sí por una vida mejor? ¿Esos qué representan? El pueblo raso, esas decenas, cientos o miles de soldados sin grado que formaban los ejércitos de esos cuatro caudillos y de otros, ¿para qué se lanzaron a la lucha y por qué? El autor no dice una palabra. No le dio importancia a esos sectores. Por ejemplo, subestima a los zapatistas y solo les dedica unos cuantos párrafos, en los que se refiriere a ellos usando comillas; no intenta explicarnos el fenómeno, simplemente afirma que no fueron zapatistas. Dice nuestro autor: «El ideal de “Tierra y Libertad” fue desvirtuado en Sinaloa por los que integraban este grupo, pues bajo el amparo de dicho lema, perpetraban asesinatos y saqueos en la capital, para luego huir a la sierra de
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Durango».34 Según Martínez Barreda, quienes se decían zapatistas en realidad no lo eran porque saqueaban y asesinaban, pero se olvida de que todos los grupos revolucionarios —unos más, otros menos— utilizaban métodos como el saqueo y el fusilamiento de traidores, desertores o adversarios; esto era algo cotidiano durante el conflicto armado y resulta extraño que se ignore. Paradójicamente, la única foto que incluye —la de la portada— es de unos zapatistas que saquearon Culiacán. ¿Por qué? ¿No encontró tal vez —extrañamente— ninguna foto de los cuatro caudillos y los tres empresarios? Para concluir, pese a la mención superficial de Bachomo y algunas imprecisiones históricas, el autor sin duda hace una valiosa contribución a través de su estudio, sin embargo tiende a simplificar un hecho histórico muy complejo, que va más allá de la evidencia del abultamiento de las fortunas de unos revolucionarios que hicieron negocios a la sombra de la lucha armada.
Los caudillos sinaloenses El caudillo es un espécimen político que en nuestro país data del siglo xix —y tal vez de mucho tiempo atrás, con las rebeliones indígenas de la Colonia— y que renace con el desencadenamiento de la guerra revolucionaria a principios del xx. Dada la necesidad de enfrentar a la dictadura, surgieron hombres que encabezaron pequeños grupos de alzados que posteriormente se convertirían en verdaderos ejércitos, con organización y estructura complejas. Los caudillos que alcanzaron estatura nacional —esos que, diría Luis González, se hicieron merecedores del bronce— son Madero, Carranza y Obregón, y desde luego los de honda raigambre popular como Villa y Zapata; y están aquellos que solamente alcanzaron poder e influjo en sus comunidades o regiones, como Saturnino Cedillo en San Luis Potosí, Adalberto Tejeda en Veracruz o Felipe Alonso Martínez Barreda, Relaciones económicas y políticas en Sinaloa. 1910-1920, Culiacán, El Colegio de Sinaloa/uas, 2005, p. 103. 34
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Carrillo Puerto en Yucatán. En este apartado registramos algunos trabajos acerca de algunos caudillos que Sinaloa aportó a la Revolución. El último ensayo del libro La Revolución en Sinaloa se refiere a los «Caudillos sinaloenses en la Revolución. 1909-1917», de Jorge Verdugo Quintero, economista y maestro en Historia regional. Su autor advierte que su trabajo no pretende aportar nuevos datos a la escasa historiografía existente, sino solo retomar información de textos como los de Héctor R. Olea, Filiberto Leandro Quintero, Mario Gil y François Xavier Guerra, e intentar un acercamiento a las relaciones militares y políticas de los caudillos «más allá de la simple referencia biográfica». ¿Qué agrega Verdugo?, ¿cómo se acerca a esos caudillos? Al inicio afirma que para analizar su papel en la violenta etapa de la Revolución se debe tener en cuenta el ambiente que propició la guerra civil, es decir, considerar la etapa anterior y la situación a la que fueron sometidos los campesinos a través de la política económica del régimen porfiriano. Y enseguida menciona brevemente a algunos de los jefes —sin hacer distinción, sin precisarnos su enfoque—, empezando con Rafael Buelna y su participación en el movimiento electoral ferrelista en 1909 en contra del terrateniente y empresario Diego Redo; continúa con Juan M. Banderas, minero de Tepuche y excaballerango de Redo; sigue con Juan Carrasco, Ángel Flores y al final Ramón F. Iturbe. Más adelante se pregunta, siguiendo a Sinagawa, sobre los móviles y las formas de reclutamiento en los ejércitos sinaloenses, pero carece de hipótesis: más bien comparte sus dudas, pues, como aclara, su exposición se encamina solo a plantear preguntas. Para concluir, llama la atención acerca de algo ya sabido, aunque sin hacer una propuesta diferente: que la investigación sobre los caudillos sinaloenses en la Revolución sigue pendiente, historia que deberá contarse —sugiere— desde una perspectiva que pondere algo más que lo heroico. En 1998 se presentó como tesis de maestría la investigación «Ángel Flores: un caudillo en la Revolución mexicana (1883-1926)», de Mercedes Verdugo López. Es el primer estudio sobre un jefe revolucionario sinaloense destacado y faltan aún sobre Iturbe, Carrasco, Buelna, Riveros, Bachomo y otros que sobresalieron en los años veinte y treinta.
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Su autora pretende hacer una historia «del Ángel Flores histórico: del hombre en su tiempo; del revolucionario y sus acciones, del militar y sus bases de apoyo, así como del gobernante y de sus alianzas y de su grado de influencia en la vida regional y nacional durante la posrevolución».35 Su objetivo central, según menciona, es: Hacer el recuento de los acontecimientos que fueron construyendo la vía de acceso al poder de nuestro personaje y que lo convirtieron en un caudillo de gran influencia regional, pero que no contó con las condiciones y los rasgos de un líder de dimensión nacional, como fueron los sonorenses.36
En su historia, los conceptos de estadistas, caudillos y caciques juegan un papel fundamental, y Verdugo, además de consultar historiadores reputados como Linda B. Hall, Friedrich Katz, Álvaro Matute, Carlos Martínez Assad, Enrique Semo, Anatol Shulgovski, Héctor Aguilar, Adolfo Gilly, Héctor R. Olea, Antonio Nakayama y Herberto Sinagawa, se vale también de censos, periódicos y revistas, archivos como el del estado de Sonora, el de Plutarco Elías Calles en la ciudad de México y el del Congreso del estado de Sonora, así como de entrevistas con la hija del general Flores. Sus conclusiones son, entre otras, que Flores fue un hombre de acción, un político conservador, un gobernante autoritario y un caudillo provinciano antiagrarista, para quien la Revolución terminó con el carrancismo «y su gobierno careció de un programa de trabajo dirigido a la atención de las demandas sociales».37 Se trata de una investigación fundamentada y de sumo interés. Mercedes Verdugo López, Ángel Flores: un caudillo en la Revolución mexicana (1883-1926), tesis de maestría, Culiacán, uas, 1998, pp. 6-7. 36 Ibíd., p. 15. 37 Años después, en 2005, aparece otro texto sobre el mismo caudillo sinaloense, solo que en otra etapa de su trayectoria: Ángel Flores, candidato a la presidencia de la República en 1924, de Azalia López González. Este trabajo, considerando que examina principalmente la participación del general como candidato a la presidencia —es decir, acontecimientos políticos de los años veinte—, será objeto de un estudio posterior sobre las historias de la posrevolución. 35
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Otra tesis sobre un caudillo sinaloense que no se enriqueció a costa de su posición es «Una rebelión indígena al amparo de la Revolución: Felipe Bachomo y los mayos. 1913-1916», de Javier Fuentes Posadas. Quizá la principal aportación del autor sea precisamente haber escrito una tesis sobre este redomado caudillo indígena, pues antes solo se habían publicado dos breves y excelentes ensayos: uno del periodista Melchor Inzunza en La Revista del suntuas Académicos y otro del historiador Benito Ramírez Meza, en Ciencia y Universidad, órgano del Instituto de Investigaciones de Ciencias y Humanidades de la uas. La tesis de Fuentes Posadas es el primer trabajo amplio —más de cien páginas— que aborda la vida de este combativo líder mayo y su gente; en él se expone, sobre todo, lo que han escrito sobre Bachomo diversos autores, pero no queda claro qué piensa el autor, ya que más bien comparte una gran cantidad de dudas y la única certeza que brinda es que aún está pendiente responder —a partir de una investigación cuidadosa y con las fuentes apropiadas— quién fue Bachomo y cómo participaron él y sus indios en la Revolución y en la vida del norte de Sinaloa.
Historias generales En 1997 se publicó en dos tomos la Historia de Sinaloa, obra colectiva coordinada por Jorge Verdugo Quintero, la cual se pretendía mínima y no oficial; según los editores «no es esta una historia oficial ya que tiene nombres y apellidos»,38 cosa inexacta, pues una historia oficial lo es cuando responde a los intereses ideológicos del Estado o grupo político prevaleciente, lo cual se advierte con claridad en la parte final, donde los elogios para el gobierno del estado y la situación promisoria para Sinaloa son desmedidos. Como hemos anotado, es una historia colectiva que el gobierno de Sinaloa, por conducto de difocur, encargó a la Escuela de Historia Jorge Verdugo Quintero (coord.), Historia de Sinaloa, vol. i, Culiacán, Gobierno del Estado de Sinaloa/difocur, 1997, p. 1. 38
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de la uas, al empezar el régimen del ingeniero Renato Vega Alvarado. Comprende dos volúmenes: el primero (de 244 páginas) va de la prehistoria a la Colonia, y el segundo (de 300 páginas) estudia la «Situación de la provincia de Sinaloa antes de 1910» hasta los «Nuevos horizontes». La obra contiene algunos cuadros, y en la parte final de cada época estudiada una útil bibliografía no comentada, pero ningún mapa, fotos, viñetas o una explicación de estas omisiones. Sin embargo, más allá de estos asuntos de forma, nos detendremos en el texto. La parte relativa a la Revolución y la posrevolución se expone en el segundo tomo, en 70 páginas con el título «Revolución, contrarrevolución y reforma». Sus autores, Alonso Martínez Barreda y Jorge Verdugo Quintero, inician con el análisis de la situación prerrevolucionaria y el ocaso del cañedismo, poniendo énfasis en la descripción económica e ignorando la lucha ferrelista de 1909. Al examinar el movimiento armado, señalan que dos directrices marcaron el desarrollo de las acciones militares y políticas de los actores revolucionarios en Sinaloa: el carrancismo y el obregonismo. En consonancia, añaden, el zapatismo y el villismo «fueron ecos lejanos que sirvieron a los caudillos sinaloenses para disimular sus conflictos a manera de bandera ajena a los verdaderos intereses de los grupos locales en conflicto».39 Es necesario advertir cómo unos y otros historiadores confluyen o divergen, ya que tanto Olea como Langue —autores tan diferentes— le conceden al zapatismo en Sinaloa una importancia nada desdeñable, mientras que para Martínez y Verdugo fue solamente un «eco lejano», igual que el villismo. Sin embargo, los autores olvidan, por ejemplo, que durante el cardenismo hubo en nuestro estado una muy alta dotación de tierras, la cual no hubiera sido posible sin la semilla campesina sembrada años atrás. Además, se trata de un planteamiento incongruente, pues más adelante se afirma que el Plan de Ayala se difundió pronto en toda la entidad, dando ocasión a numerosos levantamientos indígenas40 y que al lado del villismo Alonso Martínez Barreda y Jorge Verdugo Quintero, «Revolución, contrarrevolución y reforma», en Jorge Verdugo Quintero, op. cit., vol. ii, p. 165. 40 Ibíd., p. 170. 39
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se inclinaron no pocos oficiales sinaloenses como Rafael Buelna, Felipe Riveros, Felipe Bachomo, Juan M. Banderas y Pilar Quintero.41 Es decir, cinco importantes dirigentes revolucionarios en Sinaloa se inclinaron por el villismo; si así fueron las cosas, entonces zapatismo y villismo no constituyen un «eco lejano». De igual manera, al empezar a estudiar los años veinte, proceden también irreflexivamente. Reproducimos enseguida un pasaje: «Los vástagos de la Revolución que gobernaron Sinaloa durante estos tiempos fueron veletas movidas por los vientos producidos por los conflictos políticos y militares bautizados con los apelativos de sus principales protagonistas: maderismo, huertismo, carrancismo, villismo, zapatismo, obregonismo, etcétera.42
Otra ligereza más, pues esta metáfora —«veletas»— no admite un matiz y no explica gran cosa. Sería acaso innecesario detenernos en cada parte, en cada etapa, pero en resumen se observa una serie de errores e incongruencias, lamentables en una obra seria como esta. Poco después, Sergio Ortega Noriega, historiador dedicado a la colonia socialista de Owen en el siglo xix y autor de diversos ensayos sobre el pasado colonial del noroeste de México, publicó Breve historia de Sinaloa,43 un texto valioso que además de la narración y explicación de los hechos consta de cuadros, mapas, una cronología y una bibliografía comentada. El autor es un investigador ya consolidado, por lo que hubiera sido muy bueno que el periodo de 1910 a 1940 mereciera un trato más profundo, pues únicamente le dedica 26 páginas (del total de 332, lo cual resulta en verdad desproporcionado). Sobra decir que es un trabajo cuidadoso y reflexivo y son sus observaciones sobre la Revolución, sus logros y saldos, muy significativas, como cuando nos advierte Ibíd., p. 174. Ibíd., p. 185. 43 Sergio Ortega Noriega, Breve historia de Sinaloa, México, El Colegio de México/ fce, 1999. 41
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del carácter del movimiento de Felipe Bachomo o que la Revolución estuvo por completo ausente en la sierra.
conclusión Lo que se ha dicho hasta aquí, como lo advierte el lector, es un resumen de algunas de las historias que sobre la Revolución en Sinaloa (la década del diez al veinte) y lo que del momento anterior se han escrito. Se han reseñado en la primera parte doce textos de lo que llamamos «historia tradicional» y en la segunda diecisiete de la llamada «historia académica». Se hizo la distinción entre historiadores tradicionales y académicos por cuestiones de exposición para conocer ciertos rasgos que los distinguen, no para indicar que unos son mejores que otros. Mejores o peores, ¿en qué sentido? No hablamos de máquinas, sino de hombres y sus obras; y nos referimos ante todo a lo escrito, no al autor. No porque el historiador no lo merezca, sino porque es un trabajo sobre un colectivo; sin duda más de algún autor de los aquí registrados —por su producción, por su influencia— debiera ser objeto de algún estudio en particular, su obra y su vida, pero como quedó dicho desde el inicio el objetivo del trabajo era examinar la historiografía de la Revolución en Sinaloa. Los textos aquí anotados se refieren a los primeros años del siglo xx, a la etapa armada; faltan ciertamente los que han ido apareciendo acerca de los años veinte y treinta relacionados con el movimiento revolucionario. Hay ausencias importantes, por ejemplo: «Juan M. Banderas en la Revolución», la voluminosa tesis de maestría en historia de Saúl Armando Alarcón Amézquita, pero nuestro esfuerzo, debemos subrayar, no ha tenido el propósito de ser exhaustivos. Tampoco hemos consultado las memorias de los congresos de Historia que desde 1984 se celebran anualmente en Culiacán organizados por la uas, ni la revista Clío, órgano de la Facultad de Historia. Con todo, consideramos que lo aquí comentado contribuye a comprender el avance de los estudios respecto al movimiento de 1910 en Sinaloa.
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Como anotamos, la historia académica o crítica hoy en día tiene el respaldo de instituciones muy diversas, como en Sinaloa el Archivo Histórico del Estado, el Archivo de Notarías, el Centro Regional de Documentación Histórica y Científica, el isic y desde luego la Facultad de Historia de la uas y el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (iies). Con todo, hay un factor decisivo que vale la pena destacar: el cada vez más amplio interés social por el conocimiento de la historia. Ante la crisis que padecemos, la sociedad vuelve los ojos al pasado no para alejarse del presente, sino en busca de una mejor perspectiva. Con este trabajo intentamos responder a la pregunta inicial: ¿cuál es el estado de los estudios sobre la Revolución en Sinaloa? He aquí nuestra respuesta: es alentador, aunque insuficiente. Alentador, porque encontramos un número importante de obras de historia (libros, ponencias, tesis) que tienen como fondo a la Revolución, pero ello es insuficiente pues no se refieren directamente al proceso y a las motivaciones de sus actores. Abundando en las ausencias, no encontramos estudios, por ejemplo, de los grupos y clases sociales, excepto una tesis sobre los intelectuales. Alentador también, permítasenos advertir, por los trabajos del Seminario de Historia de la Revolución, decisiva instancia de discusión de la Facultad de Historia. Finalmente, algunos de los autores aquí citados ya dejaron para siempre este mundo complejo, de calentamiento global y violencia terrenal, de crisis económica y social (los recordaremos justamente por su obra); otros siguen aquí con nosotros. A todos ellos un reconocimiento por su esfuerzo y talento.
ii. El fracaso de la paz: pronunciamientos antimaderistas en Sinaloa diana maría perea romo
introducción Cuando Francisco I. Madero pactó el fin de la revolución a la que había convocado en 1910 y se declaró el triunfo de la misma con la firma de los Tratados de Ciudad Juárez el 25 de mayo de 1911, muchos de los que se habían levantado en armas no regresaron a sus hogares. Tras la firma de la paz surgieron una serie de rebeliones en diferentes regiones del país, como la de Emiliano Zapata en Morelos, la de Pascual Orozco y Emilio Vázquez Gómez en Chihuahua y otras más que tuvieron como común denominador la lucha contra Madero, quien, ahora en el gobierno, era considerado por estos grupos rebeldes como un traidor a la revolución.1 En el contexto de estas rebeliones, en Sinaloa surgieron pronunciamientos de grupos armados que no formaban un ejército cohesionado, se movían en torno a distintos líderes y estaban diseminados en dife1 Además de estas rebeliones surgieron otras como las de los hermanos Flores Magón en Chihuahua, de los Figueroa en Guerrero, así como una serie de movimientos armados en distintas regiones del país. En este trabajo hemos decidido enfocarnos en el zapatismo, el vazquismo y el orozquismo, debido a que su llamado a las armas contra Madero tuvo eco allende las fronteras de Morelos y Chihuahua y se propagó hasta Sinaloa. Entre la pluralidad de motivos que dieron origen a estas rebeliones, encontramos que sus miembros conformaban un grupo heterogéneo que exigía la inmediata satisfacción de sus demandas, las cuales quedaron sin resolución al momento de pactarse la paz. El llamado contra Madero se debió a la decepción provocada por un líder al que se juzgó como incapaz de cumplir las expectativas que creó al convocar a la revolución. Al respecto, véase David LaFrance: «Diversas causas, movimientos y fracasos, 1910-1913, índole regional del maderismo», en Thomas Benjamin y Mark Wasserman (coords.), Historia regional de la Revolución mexicana. La provincia entre 1910-1929, México, Conaculta, 1996.
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rentes regiones del estado. Compartían el rasgo de estar «levantados» contra el gobierno maderista, y para ello se reapropiaron de los símbolos de las tropas zapatistas, vazquistas y orozquistas; pero a diferencia de las rebeliones con las que se identificaban, no tenían un liderazgo o un programa definidos, aunque sus acciones estaban dirigidas contra el régimen maderista y contra las autoridades de un distrito en el plano local. A fin de entender los pronunciamientos antimaderistas en Sinaloa, en el primer apartado nos centramos en el proceso fallido por el cual se trató de enviar a sus hogares a los revolucionarios que habían participado en la lucha contra el régimen de Díaz. Advertiremos que al momento de firmarse la paz se mantuvo la misma estructura política que había prevalecido en el porfiriato, al mismo tiempo que los líderes revolucionarios fueron relegados en la construcción del nuevo régimen. Veremos cómo en este escenario el primer gobernador maderista electo, José María Rentería, encaminó sus esfuerzos a desmovilizar a quienes aún conservaban contingentes armados y motivos para seguir en lucha. En la segunda parte del trabajo estudiaremos lo que sucedió en el estado mientras cientos de revolucionarios continuaba en armas; indicaremos quiénes fueron los rebeldes que tomaron como referente de su lucha al zapatismo, el vazquismo y el orozquismo y qué expresaban en sus consignas; trataremos de delinear también qué circunstancias los llevaron a rebelarse y cómo se situaban a sí mismos frente al maderismo y al Plan de San Luis, por los que se habían levantado en la revolución pasada. Todo esto con el fin de aproximarnos a las características de una lucha que no cesó al declararse su fin.
el licenciamiento fallido Cuando en junio de 1911, a raíz del Tratado de Ciudad Juárez, se ordenó el licenciamiento de las tropas maderistas, surgió el problema de que muchos revolucionarios no aceptaron dejar las armas y regresar a sus antiguas vidas. Este era en realidad un asunto muy relativo, ya que desde julio de 1911 se hizo patente que la mayoría de los jefes rebeldes man-
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tenían guerrillas bajo su mando y conservaban armas y motivos para seguir en lucha. Algunos de estos jefes quedaron integrados en los cuerpos de rurales del estado, y otros simplemente se retiraron a sus hogares y su trabajo, pero hubo otros que continuaron al frente de sus tropas, representando lo que el gobierno percibía como un peligro inminente. Aún en el mes de agosto, la prensa de la ciudad de México daba cuenta de que cientos de hombres que habían participado en la revolución maderista se concentraron en las ciudades de Culiacán y Mazatlán, donde recibieron cuarenta pesos a cambio de que entregaran sus armas.2 Una vez licenciadas las tropas, solamente se integraron tres cuerpos de rurales en el estado, que ofrecían puestos a tan solo 320 hombres cada uno. En este momento, el quedar integrados en esos cuerpos significaba recibir una gratificación por sus servicios, mas significaba también el asegurarse un empleo, sobre todo después de haber participado en una revolución en la que muchos dejaron su tierra y su trabajo. Muchos de ellos, empero, no fueron incluidos en el ejército del nuevo gobierno; lo mismo ocurrió con los líderes revolucionarios, ya que solo a tres se les dio el cargo de jefes de los cuerpos rurales: Justo Tirado en la parte sur del estado, Antonio Franco en el centro y José María Ochoa en el norte. En la composición de las tropas de rurales se hacía patente que los lazos locales de los jefes de la guerrilla maderista seguían siendo muy fuertes, por lo que alrededor de ellos se concentraba un poder inusitado. En el mes de agosto, Justo Tirado tuvo problemas con las autoridades del ayuntamiento de Mazatlán, por lo que mandó llamar a un numeroso grupo de hombres de las rancherías circunvecinas (doscientos, según la prensa) que habían sido licenciados a principios de junio. A proósito apuntó un reportero: «Las calles de esta ciudad han vuelto a verse invadidas por un pueblo guerrero cargado de plomo y armas».3 La referencia a este «pueblo guerrero» da indicios de que se trataba de un pueblo temido, formado por aquellos que habían tomado 2 3
la, México, 20 de agosto de 1911, núm. 81, p. 5. la, México, 10 de agosto de 1911, núm. 72, p. 2.
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las armas en la revolución maderista. Se temía a los miembros de ese «pueblo» que no pudo ser desmovilizado, que se mantuvo sobre las armas, adherido a sus jefes en los cuerpos de rurales o a quienes siguieron operando, ahora fuera de la ley. En adelante, a esos hombres que seguían armados se les clasificó como «bandoleros», sobre los que las autoridades registraron constantes persecuciones, pues seguían moviéndose en zonas apartadas de su control. Al pactarse el fin de la revolución, la antigua estructura de gobierno quedó casi intacta. Se nombró como gobernador provisional a Celso Gaxiola Rojo, un personaje salido del gobierno anterior, y de la misma forma se mantuvieron en sus puestos diputados, magistrados y jueces. Ante esta situación, en el mes de julio, en Culiacán y en Mazatlán los comerciantes miembros de clubes políticos maderistas realizaron manifestaciones políticas contra los personajes del antiguo régimen.4 Su protesta resulta comprensible, toda vez que sus expectativas con respecto al triunfo del maderismo eran que se dieran cambios principalmente en la conformación de las estructuras de gobierno. Los miembros de estos clubes políticos eran partidarios de Madero decepcionados con el nombramiento de Gaxiola Rojo y que percibían como injusta la situación imperante. Si bien los actores urbanos miembros de la clase media —profesionistas y comerciantes— que habían dado su apoyo al movimiento político maderista mostraron su descontento por medio de una manifestación política, el gobernador Gaxiola Rojo temió que otro grupo insatisfecho, el de los revolucionarios maderistas enviados a sus hogares, se rebelara en su contra por la vía armada. Por tal razón, a principios de agosto, solo dos meses después de la orden de licenciamiento de tropas, el gobernador interino Gaxiola Rojo presentó su renuncia. Entre los motivos que esgrimió para separarse del cargo se encontraba la posibilidad de que se llevara a cabo una manifestación armada en contra de su gobierno.5 la, México, 21 de julio de 1911, p. 4. Saúl Armando Alarcón Amézquita, Juan M. Banderas en la Revolución, tesis de maestría, Culiacán, uas, 2006, pp. 100-107. 4 5
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Gaxiola Rojo propuso que su cargo fuera ocupado por Juan Banderas, un revolucionario maderista de extracción popular. Finalmente, Banderas fue nombrado gobernador interino y de él se esperaba que pudiera prevenir insubordinaciones de quienes seguían conservando lealtades y hombres armados. Sin embargo, los personajes del antiguo régimen empezaron a ver como un peligro tal participación de los militares maderistas en la política. Asimismo, en la prensa se reflejaba como un signo de decadencia el hecho de que los revolucionarios controlaran los asuntos más importantes del estado, se mencionaba que «la situación del estado se agrava. No hay tropas federales, de modo que la cosa pública y la cosa privada andan en manos y a merced del elemento insurgente».6 Por otro lado sucedía algo innegable: tanto los representantes del antiguo régimen como los seguidores más conservadores del maderismo temían que los líderes revolucionarios hicieran cambios radicales en las estructuras de gobierno. Después de celebradas las elecciones para gobernador del estado, Banderas entregó el poder al candidato triunfante, José María Rentería, quien asumió el cargo a fines de septiembre de 1911. Este personaje fue miembro del antirreeleccionismo en 1909 en el distrito de El Fuerte, profesor y excoronel de la lucha liberal. Fue el primer gobernador maderista, pero pertenecía a los maderistas civiles, término que utiliza Alan Knight para referirse a un grupo moderado, compuesto por miembros de la clase media ilustrada o de las élites, cuyo anverso eran los maderistas militares. Mientras que Rentería y otros maderistas civiles compartían la visión de Madero acerca de la necesidad de una transformación política basada en la democracia, los maderistas militares no abandonaron la vía de la revolución popular.7 El nuevo gobernador, ganador de un proceso electoral, debía ser el representante de un nuevo sistema político basado en la democracia, la, México, 9 de agosto de 1911, p.4. Alan Knight, La Revolución mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional, vol. i, México, Grijalbo, 1996, p. 322. 6 7
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sin embargo enfrentaba dos tareas complicadas: por una parte, la de reorganizar el gobierno y nombrar nuevos funcionarios, y por otra, lograr el desarme de los jefes maderistas que hicieron la revolución. Pero a dos meses de estar al frente del gobierno, le escribía al recién nombrado presidente de la República, Francisco I. Madero, para expresarle que no había podido lidiar con la difícil situación en el estado, la cual se le escapaba de las manos, y acusaba a sus correligionarios, incluso a sus amigos, de obstruir sus labores. Se quejaba, además, de que por diversos medios se le hacía aparecer como «un falso demócrata por arbitrario y traidor a los intereses del pueblo», y de la misma forma expresaba que esos correligionarios «no me han dejado un momento de reposo para acabar de estudiar y poner en planta proyectos de ley de vital importancia que tengo en carpeta, pues a menudo me ponen dificultades que llaman fuertemente mi atención».8 Entre los correligionarios con quienes el gobernador tuvo discrepancias se encontraban los jefes de las tropas maderistas, muestra de ello es que en el mes de octubre, antes de que Madero fuera presidente, ya le escribía sobre la que calificaba como «pésima conducta» de Justo Tirado y su hijo Isidoro: lo acusaba de recibir fuertes sumas de dinero cuando en meses pasados (de junio a los primeros días de octubre) había sido prefecto del distrito de Mazatlán, así como de adueñarse de una casa pagada por el gobierno de ese lugar; se refería a Tirado como «un obstáculo para la tranquilidad, pues entorpece la acción de las autoridades».9 Además, a inicios de noviembre expresaba quejas similares contra otros cabecillas como Banderas y Joaquín Cruz Méndez, y pedía al presidente Madero les dé comisiones ventajosas que los tengan por algún tiempo lejos de aquí, sobre todo a Banderas, que cuenta con gran partido entre la clase baja, y no poco entre la clase media, además de armamento, parque y
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agn-ffim, exp. 66, f. 2. agn-ffim, vol. 32, exp. 869, f. 2.
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caballos que ha sustraído y tiene ocultos, con los cuales le sería posible el perturbar de una manera seria el orden público.10
Desde que el gobernador interino Gaxiola Rojo había renunciado en agosto, hasta estos meses en que Rentería era gobernador, las cosas no habían cambiado mucho, por lo que en su carta advertía que los jefes revolucionarios y sus tropas seguían siendo considerados como una amenaza latente. En noviembre de 1911, el New York Herald reportaba que un comité especial había llegado a Texas y presentado al Departamento del Interior un reporte de la situación en Sinaloa; así, se informaba que en el estado existía «una situación que está al borde de la anarquía, que se debe solamente a las actividades continuas de Juan Banderas, hasta hace poco gobernador provisional».11 De esta forma, el gobierno maderista en el estado tenía frente a sí el reto de mantener subordinadas a las fuerzas que lo habían encumbrado. Por su parte, Banderas era señalado como el jefe que tenía mayores posibilidades de reavivar una movilización popular capaz de echar abajo la endeble estabilidad del gobierno maderista. Finalmente ese fue uno de los factores que determinó la suerte del jefe revolucionario, quien, al viajar a la ciudad de México para entrevistarse con el presidente Madero, fue encarcelado. En este viaje se marcó su destierro y al mismo tiempo fue aprehendido bajo los cargos de rebelión contra el gobierno del estado y por el fusilamiento del coronel Morelos, elemento de las fuerzas porfiristas que habían defendido la ciudad de Culiacán en mayo de 1911.12 A pesar de que el gobierno maderista había logrado exiliar del estado a Banderas, uno de los líderes con mayor influencia, aún tenía pendiente la fallida desmovilización de tropas; a fin de cuentas quedaban todos aquellos que se habían lanzado a la revolución y para quienes el licenciamiento continuaba siendo percibido como injusto, e incluso, Ídem. agn-ffim, vol. 60, exp., 59, f. 1. 12 Véase Saúl Armando Alarcón Amézquita (op. cit., pp. 165-176), quien estudia con detenimiento la causa seguida contra Banderas. 10 11
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aún existían otros jefes maderistas que contaban con el apoyo popular suficiente para levantarse en armas. Esto lo ejemplifican casos como el de un grupo de treinta soldados que habían sido licenciados en Mazatlán y que en noviembre se manifestaron para que se les pagaran haberes que se les debían desde el mes de septiembre y en contra la rebaja de cuarenta centavos diarios para compra de uniformes. «Juan Carrasco, un maderista que estaba a cargo de un cuerpo de rurales, fue el encargado de combatir a los sublevados y muchos de ellos escaparon armados a los pueblos foráneos, mientras que otros fueron aprehendidos en las cantinas de la población».13 Los siguientes meses mostrarían cuán difícil iba a ser la labor del licenciamiento: aún en diciembre de 1911 se seguían recogiendo armas y semovientes de quienes prestaron servicios a la revolución. Sin embargo esto no fue un asunto sencillo, dado que quienes se habían incorporado al movimiento armado habían encontrado un nuevo modo de vida: el licenciamiento significaba, para muchos, perder la certidumbre de la subsistencia, y la renuncia a un arma, un caballo bienes materiales de alto significado en la vida de aquellos que se dedicaban a la caza, que poseían esas armas como un legado de sus padres, quienes las habían usado para defender sus territorios, era pedir demasiado. Además de estas desavenencias con los jefes rebeldes, Rentería tenía que enfrentar una nueva situación: ejercer el control sobre los distritos, ya que entre otras cosas la capacidad de mando del gobierno porfiriano se había perdido y ahora el nuevo gobierno tenía frente a sí una difícil tarea al tratar de conciliar las pugnas entre las autoridades y los habitantes de las localidades. Uno de los ejemplos de que el gobierno del estado estaba siendo rebasado por los conflictos locales provenía de Cacalotán, en el distrito de Rosario, donde un grupo de 150 firmantes hicieron un ocurso al presidente Madero donde se quejaban del director político, Rafael Lizárraga.14 En dicho documento se mencionaba que esta ne, México, 14 de noviembre de 1911, p.1. «Este señor siempre ha estado sobre el pueblo tratándolo con modos despóticos». agn-ffim, vol. 6, exp. 147-1, f. 3. 13
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autoridad había sido nombrada en agosto, lo cual había suscitado quejas, y que el gobernador de ese tiempo, Gaxiola Rojo, lo había removido de su cargo, pero que al llegar al poder Rentería lo había restituido. El gobernador seguía sumando desaciertos. En los primeros días de noviembre, el licenciado Francisco B. Astorga escribió una carta a Madero para informarle que a raíz de una manifestación llevada a cabo en Mazatlán para que se cambiara al prefecto político, Rentería decidió autorizar un envío de tropas para sitiar el puerto. Le escribía también que, a pesar de que no hubo enfrentamientos armados porque los grupos que cuidaban el puerto fueron avisados a tiempo de que se trataba de maderistas, Rentería decretó que fueran aprehendidos los jefes que cuidaban la plaza. Eso fue aún más complicado, porque precisamente esos jefes habían sido maderistas y vieron como un agravio la orden de detenerlos. Se trataba de Isidro Peraza, Mariano Quiñones, Modesto Vega, Fernando Castro y Manuel Banderas, al igual que Francisco Quintero, Emilio Banderas y Bernabé Valdés. En su carta, Astorga también extendió una queja al presidente de la República sobre los métodos de Rentería, quien desobedeció las peticiones del pueblo de Mazatlán para cambiar de prefecto, así como el haber ordenado el cateo de las casas de los ex jefes insurgentes Juan M. Banderas y Antonio M. Franco «bajo el fútil pretexto de buscar armas y caballos. Son cosas estas que me hacen recordar los tiempos porfirianos».15 De esta suerte, vemos que la labor del gobierno de Rentería había estado llena de pasos desafortunados, entre los que pesaba la imposibilidad de concertar acuerdos con los jefes revolucionarios, a quienes se enfrentó a lo largo de su administración: Juan Banderas fue encarcelado, pero también tuvo diferencias con otros jefes como Justo Tirado, Antonio Franco, Francisco Quintero y Emilio Banderas, hermano de Juan. Hasta aquel diciembre de 1911, Rentería no había sido un gobernante que pactara con los jefes maderistas, sino todo lo contrario. Así pues, en el estado se fue gestando una división muy marcada entre el gobernador electo, José María Rentería, y los líderes revolucio15
agn-ffim, vol. 61, exp. 716, f. 4.
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narios, quienes habían movilizado a hombres de los pueblos y localidades rurales para dar el triunfo al maderismo. Esta división debe ser explicada a la luz de las decisiones políticas de Francisco I. Madero, quien desde el principio mostró que solo confiaría el poder a elementos de mediana edad, educados y provenientes de las élites urbanas.16 Así nos explicamos por qué en Sinaloa y en otras regiones del país los líderes del movimiento armado quedaron al margen del poder, ignorados por el nuevo régimen en el que habían fincado sus expectativas y relegados como una especie peligrosa que en cualquier momento podía levantarse en armas. Finalmente, en distintas regiones del país surgió una serie de rebeliones lideradas por maderistas descontentos; estas luchas hicieron tambalear al régimen. En Sinaloa, ese «pueblo guerrero» se levantó en armas de nueva cuenta, pero su lucha esta vez era contra Madero y el gobierno maderista en el estado.
la revolución que no cesó: rebeldes zapatistas, vazquistas y orozquistas Francisco I. Madero enfrentó una serie de movimientos armados en diferentes regiones del país. Estas luchas se desprendían de los grupos y actores que bajo su liderazgo habían formado una coalición armada contra el régimen de Díaz. Cuando estos grupos percibieron que su líder era incapaz de cumplir las expectativas que creó al convocar a la revolución, decidieron levantarse contra él. El primero de estos levantamientos sucedió después de que Madero disolviera el Partido Antirreeleccionista, a través del cual lanzó su campaña opositora a la presidencia de la República en 1909 para integrar otro denominado Partido Constitucional Progresista. Ante esta 16 David LaFrance, «Diversas causas, movimientos y fracasos, 1910-1913, índole regional del maderismo», en Thomas Benjamin y Mark Wasserman (coords.), Historia regional de la Revolución mexicana. La provincia entre 1910-1929, México, Conaculta, 1996, p. 53.
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acción, uno de sus partidarios más leales, Francisco Vázquez Gómez, se sintió traicionado debido a que Madero ya no lo contempló para que contendiera por la vicepresidencia, sino que anunció que haría equipo con José María Pino Suárez. Además de esta, que fue percibida como una traición política, Emilio Vázquez Gómez, hermano de Francisco, fue presionado para que renunciara a su cargo como secretario de Gobernación durante el interinato de León de la Barra,17 y quienes estuvieron detrás de tal presión fueron precisamente Madero y De la Barra. Emilio se había vuelto un personaje incómodo debido a que se opuso al licenciamiento de las tropas revolucionarias y a su pretención de que fueran sustituidos los representantes del antiguo régimen.18 Sus peticiones eran compartidas por muchos maderistas, por tanto, la decisión de forzar su renuncia dejó una mala impresión entre los revolucionarios. Después de estos episodios, los Vázquez Gómez se rodearon de personajes de la clase media, profesionistas, escritores y otros seguidores del maderismo que estaban disgustados con la forma en que se había dado por finalizada la revolución. En Chihuahua, el 31 de octubre de 1911, los partidarios de los hermanos Vázquez Gómez lanzaron el Plan de Tacubaya, que reformaba el Plan de San Luis Potosí, de Madero, y en el que proclamaban a Emilio Vázquez Gómez como presidente provisional de la República.19 En el mismo Plan acusaban a Madero de traidor a los principios del Plan de San Luis, porque se había rodeado de grupos del antiguo régimen, y hacían referencia a la necesidad de solucionar el problema agrario. Uno de los principales firmantes del Plan de Tacubaya fue el periodista de oposición Paulino Martínez, quien posteriormente Después de que Díaz dejó la presidencia de la República, su lugar fue ocupado por Francisco León de la Barra, cuyo mandato duró hasta el 5 de noviembre de 1911, cuando Madero, candidato vencedor de las elecciones, ocupó este cargo. 18 Pedro Salmerón Sanginés, «Los rebeldes contra la revolución: los disidentes agrarios de 1912», en Felipe Castro y Marcela Terrazas (coords.), Disidencia y disidentes en la historia de México, México, unam, 2003, p. 331. 19 Graziella Altamirano, «Movimientos sociales en Chihuahua, 1906-1912», en La Revolución en las regiones. Memorias, Guadalajara, ies/Universidad de Guadalajara, 1986, p. 50. 17
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formó parte de los intelectuales adheridos al zapatismo.20 Así, tenemos que este movimiento surgió en el interior del grupo político que había sido más cercano a Madero desde 1909, pero trascendió como una rebelión cuando su llamado tuvo eco entre los grupos revolucionarios. En diciembre surgieron los primeros rebeldes vazquistas en el estado de Chihuahua, que se levantaban en armas contra Madero enarbolando los principios del Plan de Tacubaya.21 Después de estos pronunciamientos vazquistas, en Morelos, el 25 de noviembre de 1911, los campesinos que habían formado un movimiento armado bajo el liderazgo de Emiliano Zapata y se habían unido a la revolución maderista, lanzaron un plan que expresaba sus demandas sociales y a la vez hacía pública su separación del maderismo. Por medio del Plan de Ayala anunciaron la autonomía de su lucha y manifestaron lo siguiente: «[...] declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la revolución de que fue autor, por haber traicionado los principios con los cuales burló la voluntad del pueblo y pudo escalar el poder».22 Si bien este movimiento revolucionario inició en la esfera local, pronto se convirtió en un movimiento claramente antimaderista. Su lucha tenía como causa fundamental los agravios sufridos por las comunidades de Morelos frente a las autoridades y hacendados que les negaban la posibilidad de subsistir de manera autónoma, pues habían ido perdiendo sus tierras y en los últimos años se les negaba el derecho Pedro Salmerón Sanginés, op. cit., p. 322. Entre los últimos meses de 1911 y la primera mitad de 1912, en Chihuahua prevalecía una situación confusa debido a los distintos movimientos rebeldes que tenían lugar allí. En aquel momento operaban los magonistas, seguidores del movimiento de los hermanos Flores Magón, quienes el 24 de mayo de 1911 hicieron un llamado a tomar las armas contra Madero bajo el lema de «Tierra y libertad». Cabe decir que en este trabajo no abundaremos de forma particular en el tema del magonismo, pero es preciso aclarar que este fenómeno surgió en 1906, como un movimiento de crítica al gobierno porfirista. Muchos de los magonistas se sumaron a la revolución de 1910; más tarde, luego del llamado de sus líderes contra Madero, algunos se adhirieron al vazquismo, y con los partidarios de esta fracción acudieron a Pascual Orozco para solicitarle que se pusiera al frente de su lucha armada. 22 John Womack Jr., Zapata y la Revolución mexicana, México, Siglo XXI Editores, a 3 . edición, 1970, p. 395. 20 21
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a cultivarlas, incluso mediante la renta de las mismas. Esta era la problemática en la que se hundían las raíces de su movimiento: sus líderes se habían sumado al llamado maderista, su lucha armada se desarrolló en la coyuntura revolucionaria y cuando rompieron con Madero dieron origen al movimiento campesino —que se extendió hasta 1919, año en que asesinaron a su líder, Emiliano Zapata— que desafió al poder central con una propuesta programática en el Plan de Ayala.23 En él retomaban el Plan de San Luis Potosí, pero adicionando el artículo sexto con sus demandas de «restitución de terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques».24 En el Plan de Ayala los zapatistas daban la jefatura de su movimiento armado a Pascual Orozco, un líder revolucionario de Chihuahua que pronto se había convertido en leyenda por sus victorias y los miles de hombres que formaban su contingente; finalmente, Orozco no asumió esa jefatura y el liderazgo quedó en Emiliano Zapata.25 Sin embargo, en marzo de 1912, Orozco realizó una rebelión contra Madero, misma que contó con el apoyo de miles de combatientes que lanzaron su campaña en el noroeste del país. El líder juró defender el Plan de San Luis reformado en Tacubaya (Plan de Tacubaya vazquista) y la parte relativa a la propiedad de la tierra que contemplaba el Plan de Ayala.26 De igual forma Orozco declaró su rompimiento con el maderismo al proclamar el Plan de La Empacadora el 25 de marzo de 1912. En él exigía la destitución de Madero y Pino Suárez y la instrumentación de reformas políticas como la abolición de las jefaturas y la autonomía municipal, mejores salarios para los trabajadores y la nacionalización de 23 Felipe Arturo Ávila Espinosa, Los orígenes del zapatismo, México, El Colegio de México/unam, 2001, p. 14. 24 John Womack Jr., op. cit., p. 396. 25 Cabe aclarar que en la historiografía se denomina zapatismo al movimiento campesino que tuvo lugar de 1910 a 1919. Su nombre se debe a Emiliano Zapata, líder del pueblo de Anenecuilco, y no debe concebirse como un movimiento homogéneo, pues había dentro de él diferencias regionales. Al respecto, para mayor información, véase el trabajo de Felipe Arturo Ávila Espinoza, citado anteriormente, en el que se refiere la existencia de una serie de zapatismos regionales. 26 Pedro Salmerón Sanginés, op. cit., p. 339.
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los ferrocarriles y reconocía la cuestión agraria como el problema más urgente.27 El movimiento duró solamente unos meses, pero fue una de las mayores movilizaciones populares en contra del nuevo gobierno. A inicios de 1912 había en el panorama tres rebeliones que parecían muy diferentes entre sí. Si acudimos a los orígenes del vazquismo, tenemos que este movimiento surgió de una escisión en el grupo político más cercano a Madero: los Vázquez Gómez habían participado directamente en la campaña antirreeleccionista y al triunfar la revolución querían que los maderistas civiles ocuparan puestos en el nuevo gobierno; por otra parte, habían ganado adeptos entre los maderistas militares al oponerse al licenciamiento. Pensando en estos términos, el vazquismo era muy diferente al zapatismo, cuyos orígenes se inscriben en la lucha campesina del estado de Morelos, esto es, con raíces en agravios locales. Sin embargo, estas luchas tan distintas no parecen serlo tanto cuando analizamos sus liderazgos visibles y las declaraciones que emitían. Más allá del liderazgo de Vázquez Gómez se encontraban los rebeldes vazquistas, que operaban en Chihuahua en los primeros meses de 1912 y cuyo comportamiento escapaba a toda lógica: bien podían amotinarse manifestando la consigna de «¡Tierra y Libertad!», que pertenecía a otros rebeldes (los Flores Magón) o expresando que buscaban el liderazgo de Pascual Orozco.28 De la misma forma, John Womack ha señalado que por los mismos meses la lucha de los zapatistas se desarrolló sin organización y sin un liderazgo regional unificado, por lo que la violencia campesina parecía más un motín rural que una rebelión propiamente dicha.29 En aquel momento, dichas rebeliones tuvieron eco en otras zonas: el vazquismo y el orozquismo se extendieron más allá de Chihuahua y tomaron cauce hacia La Laguna, Durango y Sonora. Con el zapatismo ocurrió algo similar, ya que hubo pronunciamientos en Jalisco, ChihuaAlan Knight, op. cit., p. 342. Graziella Altamirano, op. cit., p. 52. 29 John Womack Jr., op. cit., p. 127. 27
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hua, La Laguna y Durango, lugares muy lejanos a las zonas del centro y sur de México, donde el cuartel zapatista tenía vínculos y acuerdos. Sin embargo, en estas zonas las rebeliones no estaban organizadas bajo los liderazgos de Zapata, Vázquez Gómez u Orozco, y lo único que las identificaba con estos movimientos era su caótica forma de actuar, como aquel motín rural que hubo en Morelos, de acuerdo con John Womack. Como muestra tenemos lo que escriben Gabino Martínez Guzmán y Juan Ángel Chávez acerca de los rebeldes que operaban en Durango en 1912: todos los guerrilleros que Madero dio de baja se volvieron bandoleros y después orozquistas [...] por ello el bandolerismo surgió a mediados de 1911 y a principios de 1912 tomó gran auge [...] en estas correrías los rebeldes asaltaban haciendas y ranchos. La operación consistía en apoderarse de caballos, armas, dinero, víveres y reclutar voluntarios [...] al principio se decían zapatistas, después magonistas y vazquistas; y el grito de guerra era: ¡tierra y libertad! o ¡arriba los pobres y mueran los ricos!30
Según lo anterior, se advierte que en un mismo territorio se confundían estas distintas consignas, y dentro de ese caos aparente la única certeza era que seguían en lucha, sin un liderazgo o una ideología definidos, bajo lo que parecían gritos incendiarios, como una flama que se expandía. Esta llama, que amenazaba con convertirse en incendio, llegó a Sinaloa, donde grupos rebeldes retomaron las declaraciones de los vazquistas, zapatistas y orozquistas. Al igual que en las regiones mencionadas, dieron origen a un movimiento que no parecía tener un programa definido. No formaban un ejército cohesionado, sino diferentes grupos armados con distintos líderes. Quienes participaban eran muchos de los combatientes a favor del maderismo de 1911, y quizá la única certeza acerca de su condición provenía de la forma en que se les declaraba desGabino Martínez Guzmán y Juan Ángel Chávez Ramírez, Durango: un volcán en erupción, Durango, Gobierno del Estado de Durango/fce, 1998, p. 148. 30
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de el punto de vista legal: cometían el delito de rebelión contra el gobierno. Por su parte, las autoridades y la prensa los llamaban «bandoleros» y los identificaban como «zapatistas». En la historiografía sobre la Revolución en Sinaloa se les ha ubicado como zapatistas y al hacerlo se ha dado una explicación racional a su lucha, pues se le dotó con la identidad de movimiento agrario. Esta visión prevalece desde lo escrito por el historiador Héctor R. Olea, en 1964, quien le dio a esta lucha un carácter agrario al afirmar que el zapatismo en Sinaloa surgió en diciembre de 1911, cuando Manuel Vega, al saber de la prisión de su jefe, Juan M. Banderas, dio a conocer el Plan de Ayala en Navolato. A decir del autor, con el mismo «aparecen los primeros ideólogos de la Revolución en Sinaloa, antes los revolucionarios habían llegado echando balazos sin saber por qué, ahora ya tenían bandera, la fracción VI del Plan de Ayala».31 A esta voz se unieron las de otros historiadores como Alan Knight, quien, al preguntarse acerca de la naturaleza de lo que él llama una «rebelión endémica en Sinaloa», la dota de una racionalidad que abreva en la visión de Olea, y menciona: «Existen evidencias de causas agraristas: los gritos de “Viva Zapata” escuchados en el ataque a Mocorito, se repitieron cuando Cañedo (Juan Cañedo, a quien nos referimos más adelante) tomó por asalto San Ignacio en marzo de 1912».32 Nuestro trabajo no trata de explicar la lucha de los zapatistas que operaban en Sinaloa a partir de los mismos factores con que se ha dado
Héctor R. Olea, Breve historia de la Revolución en Sinaloa (1910-1917), México, Biblioteca Nacional de Estudios Históricos de la Revolución mexicana, 1964, p. 40. Respecto a la afirmación de que el Plan de Ayala fue leído en Sinaloa en diciembre de 1911, debemos decir que dicho plan se dio a conocer el 15 de diciembre de 1911 en el periódico capitalino El Diario del Hogar. Debido a la naturaleza de las comunicaciones de ese tiempo, es improbable que llegara en una fecha tan temprana al estado; sin embargo, carecemos de indicios que demuestren si fue leído o no en tal fecha. 32 Alan Knight, op. cit., p. 325. Otros autores que han hablado sobre el zapatismo en Sinaloa son François-Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la Revolución, tomo ii, México, fce, 1991; Saúl Armando Alarcón Amézquita, Juan M. Banderas en la Revolución, op. cit., y Diana María Perea Romo, La rebelión zapatista en Sinaloa, tesis de maestría, Culiacán, uas. 31
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sentido al zapatismo de Morelos.33 Los zapatistas sinaloenses no hicieron un movimiento homogéneo, con un carácter agrario expresado en su apego al Plan de Ayala. Más bien eran parte de una misma lucha junto con los vazquistas y orozquistas, en la que combatían contra el maderismo y todo lo que fuera símbolo de autoridad; la mayoría de ellos se había lanzado en una revolución contra el antiguo régimen, y después de que se les ordenara el regreso a sus hogares siguieron en lucha por su derecho a seguir combatiendo. Las manifestaciones de esta rebelión comenzaron a mediados de 1911 y se prolongaron hasta el último tercio de 1912. En el estado se vivía una situación de inestabilidad que cada vez se fue tornando más confusa, al mismo tiempo que se iba debilitando el nuevo gobierno maderista. En El Correo de la Tarde, periódico de difusión de la Cámara de Comercio de Mazatlán, desde los primeros meses del año se publicaron noticias acerca de la lucha armada que se estaba desarrollando en el estado. En ellas se escribía acerca de grupos de «rebeldes alzados» —también llamados «plagas»— que asolaban los lugares por donde iban pasando. El 29 de febrero el periódico informaba que el distrito de Badiraguato estaba en poder del «vandalismo», y se narraba que la noche en que fue asaltada la población «fue una noche de pillaje y de saqueo, en que fueron ultrajadas numerosas familias».34 Lo que se informaba de estos hombres armados, que recorrían otros distritos como el de Rosario y Mazatlán, era que «solo llevan por bandera la rapiña, el estupro y las depredaciones», o que eran «alzados» que «querían dinero y no tenían a quién defender ni proclamar».35 Esta misma información era emitida por el periódico Nueva Era de la ciudad de México —dirigido por Juan Sánchez Azcona, uno de los correligionarios de Francisco I. Madero— donde se emitía una opiEn este trabajo no tratamos de delinear causalidades de la Revolución en Sinaloa, un tema aún pendiente en la historiografía. Respecto a las caracterizaciones ya existentes sobre el zapatismo o sobre la naturaleza de la lucha en el norte del país, en esta región se ha avanzado poco o casi nada al respecto. 34 ct, Mazatlán, 29 de febrero de 1912, p. 3. 35 ct, Mazatlán, 8 de marzo de 1912, p. 1 y 3. 33
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nión que juzgaba el recurso de seguir en armas como una expresión del «bandolerismo». De tal suerte que este periódico reportaba a sus lectores que «en Sinaloa el movimiento es exclusivamente de bandolerismo y no reviste más importancia que una persecución para exterminar esta plaga, consecuente con todo movimiento revolucionario, tanto las fuerzas del Estado como las de la Federación, persiguen activamente a los malhechores».36 Así calificaba este diario a quienes seguían en armas en el estado: como una plaga que había quedado después de terminar el periodo revolucionario. De esta forma, la prensa emitía un discurso sobre hombres armados que recorrían el estado, que no luchaban por ningún plan político y que se dedicaban al pillaje. Junto a estas notas, podemos ver el caso de un editorial publicado en El Correo y firmado por J. F. Valle, titulado «El gobierno de Sinaloa y la pacificación del estado. El bandolerismo y el descontento social».37 Valle era profesor, miembro de la sociedad urbana de clase media que empezó a participar en política a fines del porfiriato. El autor representaba a la corriente de opinión de una época, la del «orden y progreso», a cuya luz se juzgó la lucha armada de este tiempo. Para ejemplificar esta sentencia, tenemos que Valle escribía acerca de quienes estaban en armas en el estado como «los enemigos del orden, los constantes agitadores, los que no buscaban la paz, el progreso y la moralidad». Estos «rebeldes», «alzados», representaban lo opuesto a los ideales que seguían permeando en la opinión durante los años revolucionarios; su lucha se condenaba por no seguir ningún precepto, era «anárquica», contra el progreso y la moralidad. Valle ubicaba las posibles causas de la lucha en Sinaloa en dos sentidos: por una parte, como producto del descontento con el gobernador del estado, José María Rentería, y por otra, como «un movimiento tendiente al bandolerismo».38 En primera instancia descartaba que existiera un zapatismo agrario, toda vez que en Sinaloa «no tenemos ne, México, 20 de enero de 1912, p. 1. Las cursivas son mías. ct, Mazatlán, 28 de febrero de 1912, p. 1. 38 Ídem. 36 37
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al hacendado despiadado que hace del campesino una bestia»,39 y al mismo tiempo lo catalogaba como «un grito de libertinaje, un estímulo para el asesinato y el despojo».40 Esta lucha contra el gobernador debía solucionarse mediante su renuncia, pero al calificar a este movimiento como bandolerismo había más dificultades de solución, ya que se debía al descontento social de «individuos que ya no contentos con la ruda labor del campo, buscan en la vida por supuesto azarosa la manera de proveer sus necesidades».41 Sin embargo, cabe preguntarse quiénes eran estos rebeldes que amenazaban la estabilidad del gobierno y que eran presentados como bandoleros y una plaga por la prensa, en específico por una clase urbana compuesta por profesionistas y comerciantes; asimismo, cuál era este «movimiento anárquico» del que formaban parte, en el que —se decía— no perseguían ni un plan ni programa, y por qué se buscaba descartar que su lucha fuera como la de Zapata, a la que igual se presentaba como «un grito de libertinaje, un estímulo para el asesinato».42 Estos grupos estaban desestabilizando al gobierno maderista desde distintos lugares, y ello se expresaba en sus consignas. Eran presentados como artífices de un «movimiento anárquico» porque sus consignas representaban símbolos de la lucha zapatista, asaltaban las poblaciones gritando «¡Viva Zapata!» y firmaban los vales con que obtenían mercancías y dinero bajo la promesa de que cumplirían cuando triunfara la causa del «Partido Vázquez Gómez». El que utilizaran estas consignas parecía no darle un sentido único a su lucha, pues mediante ellas expresaban un rompimiento con el poder, enarbolaban luchas contra el maderismo —representado en Sinaloa por el gobierno de José María Rentería y por las autoridades que regían las localidades— o eran simplemente los símbolos de una lucha a la que habían sido conducidos por circunstancias particulares, por la defensa de su territorio o de su vida misma. Ídem. Ídem. 41 Ídem. 42 Ídem. 39
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En febrero de 1912, el presidente Madero era informado de la situación que se vivía en Sinaloa: «continúa el peligro por estar amenazada la ciudad por bandidos y no contarse con fuerza suficiente».43 En el mismo mes, el día 28, la prensa de Durango informó a sus lectores que ya se conocía una partida de 150 a 200 rebeldes que había bajado la serranía desde Badiraguato y al grito de «¡Viva Zapata!» habían asaltado la población de Mocorito, capitaneada por Antonio Franco, Manuel F. Vega y Francisco Quintero. Al terminar el asalto de esta población, la partida continuó su marcha rumbo a Bacubirito y San José de Gracia, en el distrito de Sinaloa: Durante su permanencia allí declararon que no peleaban en contra de Rentería ni de otros partidos, sino únicamente por la renuncia del señor Madero y porque Vázquez Gómez subiera a la Presidencia, porque consideraban que era el único que podía cumplir las promesas del Plan de San Luis. Todos los vítores fueron para Zapata y Vázquez Gómez.44
Los jefes a los que alude el informe habían tenido una participación como maderistas en 1911 y habían jugado un importante papel entre las tropas de Juan Banderas, uno de los principales líderes del movimiento anterior. El comerciante Manuel Vega había ocupado el puesto de jefe de la policía de Culiacán desde que Banderas tomara su lugar como gobernador interino hasta inicios de enero de 1912, cuando por diferencias con el prefecto político del lugar fue destituido del cargo.45 Antonio Franco, por su parte, se había levantado en 1911 en el distrito de Tamazula, Durango, y en esa lucha lideraba sus guerrillas en la serranía entre dicho estado y Sinaloa. En agosto, cuando Banderas era gobernador interino de Sinaloa, ocupó el cargo de jefe de las fuerzas rurales, conservando sus
agn-ffim, caja 60, exp. 207, f. 3. hd, Durango, 12 de marzo de 1912, p. 2. 45 Manuel Vega es a quien Héctor R. Olea llama el precursor del zapatismo en Sinaloa, después de que dio lectura al Plan de Ayala en Navolato en diciembre de 1911. Aquí tenemos que Vega aún trabajaba como jefe de la policía en el mes de enero de 1912. 43
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tropas e influencia en los distritos de Badiraguato, Culiacán y Cosalá.46 También Francisco Quintero había sido maderista en 1911. Al momento de volver a levantarse en armas ya ninguno de ellos figuraba en los cuerpos militares del estado, y el caudillo al que habían seguido en la revolución maderista, Juan Banderas, estaba encarcelado. Cuando estos rebeldes tomaron el Mineral de San José de Gracia, en marzo, el periódico mazatleco Heraldo de Occidente informó: «Franco ha dicho que el gobierno va a pagar muy caro el encarcelamiento de Juan Banderas».47 Es interesante advertir que los líderes de este grupo de rebeldes habían sido excluidos recientemente de su participación en el nuevo gobierno, razón por la que luchaban. Expresaban que su movimiento era contra Madero, quien había traicionado los principios del Plan de San Luis, y en esa lucha se adscribían al zapatismo y al vazquismo. Aquí es importante resaltar que, en orden cronológico, aún no se había suscitado el levantamiento de Orozco, pero el vazquismo y el zapatismo ya aparecían en el horizonte como luchas antimaderistas. En este sentido, la rebelión que iba surgiendo en Sinaloa tenía similitudes con lo que pasaba en otras regiones del país, como Chihuahua, La Laguna y Durango, por citar algunas, donde el régimen maderista empezó a desmembrarse por la presencia de luchas armadas en las que se enarbolaban diversas banderas. En este momento los levantamientos contra el régimen en otras regiones incluían vivas a Zapata y a Vázquez Gómez como expresión de un estado generalizado de insubordinaciones. Al respecto Alan Knight explica que «los intentos del régimen (especialmente del gobierno local) por desmovilizar las tropas y derrocar a los oficiales maderistas fueron detonadores de la nueva rebelión».48 Sin embargo, el momento del antimaderismo significaba una escisión entre los ex revolucionarios maderistas: por una parte estaban aquellos que al frente de sus guerrillas defendían al maderismo y aqueSaúl Armando Alarcón Amézquita, op. cit., p. 117. ho, Mazatlán, 7 de marzo de 1912, núm. 47. 48 Alan Knight, op. cit., p. 325. 46 47
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llos que combatían al gobierno. El caso de Claro Molina, quien se había levantado como maderista en Cosalá en 1911 y que en 1912 combatía a los grupos rebeldes en el estado, ejemplifica el hecho de que ser maderista o antimaderista estaba determinado por factores diversos y no solamente por la pertenencia de los rebeldes a una región o una localidad, sino acaso también por la circunstancia de una decisión personal, que separaba incluso a los miembros de una familia. Su hermano Hilario Molina, por ejemplo, operaba con las tropas rebeldes de Pilar Quintero, con quien recorría la serranía de Sinaloa y Durango. En marzo de 1912, Hilario le escribía a su hermano pidiéndole que luchara a su lado. La carta decía lo siguiente: Mi respetable hermano: Tengo la honra de escribirte estos renglones, con el objeto de saber si recibiste una carta que te escribimos ayer Pilar Quintero y yo, en la que solicitamos familiarmente que no pelees con nosotros por ser de la familia, y serás bien recibido con todo tu ejército, lo mismo que Pedrito. Uds. tal vez no estarán al corriente que Madero renunciara [sic] el día 2 del mes que entra, por tal motivo nosotros decíamos que ustedes quedan en conformidad con el Gobierno que sigue constituido. Espero pues tu contestación, para dar el paso que nos combenga [sic], esperando no embromes ni un instante el propio. Campamento revolucionario Zapatista. La Estancia. Marzo 28 de 1912. Tu hermano que te estima, Hilario Molina.49
Claro Molina no aceptó la propuesta de Hilario, a pesar de que su hermano apelaba a los lazos de sangre para pedirle que no combatiera contra ellos. Circunstancias que desconocemos llevaron a ambos a pelear en ejércitos distintos. También hacía referencia a Pedrito, quizá otro miembro de la familia. Hilario, asimismo, le comunicaba que Madero renunciaría a la presidencia el 2 de abril, lo cual no sucedió, pero nos da 49
hd, Durango, 22 de abril de 1912, núm. 83, p. 1.
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un indicio de que el objetivo de su lucha era que el presidente se separara del gobierno. Al comunicarle esta supuesta renuncia, Hilario le daba a su hermano la garantía de que no estaría insubordinado contra el gobierno, pues este seguiría constituido, es decir, lo que buscaban era la renuncia de Madero. También es importante señalar que la carta había sido emitida desde el «cuartel zapatista», lo cual nos indica que estos rebeldes se adscribían a este movimiento y con base en él estaban en pie de guerra. En Durango, un importante número de guerrillas rebeldes seguían movilizadas; no habían capitulado en junio de 1911 y representaban una preocupación importante. En las comunicaciones oficiales se hablaba de los que pertenecían a las tropas de Pilar Quintero, que operaba en San Dimas; de Juan Cañedo, en Pueblo Nuevo; y de Antonio Franco, Conrado Antuna, Aurelio Díaz y Rodolfo Cárdenas, en Tamazula. Sin embargo, hablar de zonas de operación es muy relativo, ya que todos se desplazaban por estos puntos y de manera constante cruzaban la línea entre Durango y Sinaloa. Su lucha disidente era parte de los movimientos desarrollados en las regiones aledañas: en La Laguna, punto entre Durango y Coahuila, existían bandas de zapatistas, orozquistas, magonistas y vazquistas, y esas luchas también llegaban por contacto a Sinaloa a través de dichos jefes. Por otra parte identificamos líderes comunes, como Antonio Franco, de quien ya habíamos mencionado que actuaba con Vega y Francisco Quintero; y sin ser casualidad encontramos que si Vega, Franco y Quintero actuaban con vivas a Zapata y expresaban luchar por Vázquez Gómez, también aludían a ambos movimientos. En abril, la prensa de Durango, que reportaba la toma de Topia por las tropas de Conrado Antuna y de Antonio Franco, hacía un comentario irónico acerca de la variabilidad de las consignas: «Eran cerca de 600 los que entraron a esta y casi todos maderistas de ayer, zapatistas de hoy y vazquistas al firmar los recibos. Antuna dio recibos en nombre de Vásquez (sic) Gómez y entró en el de Zapata».50
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ec, Durango, 21 de abril de 1912.
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En la región sur de Sinaloa también se sublevaron contra el gobierno de Madero otros que habían sido sus partidarios: Juan Cañedo era uno de ellos. En 1912 tenía 24 años de edad, era un hombre de la serranía y propietario de cabezas de ganado y un terreno agrícola; una parte del año trabajaba en las minas y en el verano se dedicaba a cosechar sus tierras. Cañedo compartía el rasgo de los pobladores serranos que gozaban de movilidad laboral, es decir, la posibilidad de elegir entre distintas formas de ganarse el sustento. Hasta antes de la Revolución había trabajado en Estados Unidos, e incluso en las minas de Cananea, en Chihuahua, mientras que sus hermanos cuidaban de las siembras. Durante la contienda maderista había ascendido a coronel, pero después de la orden de licenciamiento dada a las tropas maderistas, fue llamado a Tepic para que depusiera las armas y su grado militar; se le pidió que regresara a su vida entre las minas y la siembra. Este llamado le causó gran disgusto y llegó a enfrentarse a la guerrilla del cuartel; sin embargo, a pesar de su enojo, regresó a su pueblo natal. De vuelta a Los Ocotes, participó en una riña en la que asesinó a un rival, por lo que fue enviado a prisión. Aunque pudo escapar de la cárcel, la suerte no parecía favorecerlo a su llegada a Concordia donde fue encarcelado por el prefecto, quien lo acusó de tratar con personas desafectas al gobierno quienes le ofrecían dinero a cambio de que se levantara en armas. Sin embargo, logro fugarse de nueva cuenta y fue entonces cuando empezó a buscar seguidores e inició su lucha fuera de la ley.51 Las correrías de Cañedo iniciaron en marzo y casi de manera inmediata sus tropas fueron identificadas por las autoridades como zapatistas, pero los rebeldes que le seguían llegaban a las localidades gritando «¡Viva Juan Cañedo!» y «¡Viva Zapata!», mientras que su jefe, cuando robaba dinero, firmaba vales a nombre del «partido Vasques Gómes (sic)». Sin embargo, en uno de sus ataques al distrito de Concordia declaró que no peleaba por Zapata, sino que pedía la destitución de las autoridades
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hd, Durango, 17 de abril de 1912, p. 2.
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de ese distrito y otros lugares, acusándolas de caciques.52 Es interesante que este jefe, cuyos hombres llegaban a las poblaciones gritando vivas a él en primera instancia y luego a Zapata, declarara que no luchaba por esa razón, aunque el uso del «¡Viva Zapata!» es comprensible, ya que en aquel momento era un símbolo. A inicios de abril la prensa comunicaba que Cañedo había llegado a Concordia y ofrecía abandonar la rebelión a cambio de que sus tropas formaran un cuerpo rural encabezado por él mismo, así como que el gobierno le diera diez mil pesos para recoger los recibos que había entregado para su causa.53 El proceso para tales arreglos de paz consistió en que Cañedo, al tomar la cabecera del distrito de Concordia, de donde era originario, nombró una comisión con vecinos del lugar, entre ellos el cura párroco Luis Danis, Leoncio Ocio y Arturo Gómez, quienes viajaron a Mazatlán para reunirse en la casa de Joaquín Cruz Méndez, quien el mes anterior se había levantado con Justo Tirado para derrocar al gobernador Rentería. Llevaban una proclama en la que establecían las bases de su lucha: Conciudadanos la base de esta contrarrevolución no es perjudicar los intereses de nuestros compatriotas ni a los negocios que dan vida a los pueblos porque esto sería ruina de nuestra patria ni ultrajar familias de ninguna clase social así como respetar a todos los extranjeros sean de cualquier nación y sus intereses [...] Nuestro propósito como maderistas es hacer respetar y que se observe el Plan de San Luis y todas personas impuestas como caciques o científicos no figuran en nuestro sistema de gobierno; hacemos formal llamamiento a todo mexicano que quiera ayudarnos a la causa que perseguimos, ayudarnos honradamente a combatir hasta cumplir con nuestro objeto.- por lo que suplico no cometer los más mínimos abusos, ya sea robar, pedir sin orden superior ultrajes de familias, porque al tener conocimiento de cualquier atentado a mi pesar será
52 53
ho, Mazatlán, 6 de abril de 1912, núm. 70, p. 1. Ibíd., Mazatlán, 9 de abril de 1912, núm. 72, p. 1.
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castigado duramente por los jefes de esta partida. General en jefe Juan Cañedo, 1er Coronel Telésforo Ávila, 2º Coronel Vidal Soto.54
Esta proclama da pie a varias observaciones: la primera es que Cañedo hablaba de una «contrarrevolución». Sin embargo el uso de ese término significaba una contradicción, ya que sus tropas se seguían asumiendo como maderistas y expresaban continuar luchando conforme al Plan de San Luis; es decir, se mantenían con los lineamientos revolucionarios con los que un año antes se habían levantado en armas. Al asumirse como maderistas se otorgaban una identidad revolucionaria, algo opuesto a la contrarrevolución, que habría sido la lucha de los conservadores por el regreso al antiguo régimen, a «la paz y el orden». En todo caso su lucha no era contra los principios de la pasada revolución, sino que se adscribían a otros movimientos que a nivel nacional rompían con el presidente Madero y con su gobierno, pero que también seguían reivindicando el Plan de San Luis y la lucha revolucionaria de 1910; tales movimientos eran el zapatismo y el vazquizmo. Ante la confusión de sus proclamas y la declaración de objetivos podemos señalar rasgos característicos, como el hecho de que los rebeldes de Cañedo tenían una identidad como maderistas desde la lucha pasada, que se adscribían al Plan de San Luis y no al de Ayala o al de Tacubaya de Vázquez Gómez. De ello podemos inferir que su movimiento se inscribía en un contexto de rebeliones nacionales como el zapatismo y el vazquizmo para alzarse contra el gobierno y no contra la revolución maderista. Resulta evidente, pues, que Sinaloa era una de tantas regiones donde estos movimientos se desarrollaban, y Cañedo y sus hombres expresaban a fin de cuentas su descontento con los caciques locales; su querella no tendía a rebasar el ámbito de su localidad. En dicha proclama se habla también del respeto a las propiedades y negocios de extranjeros y nacionales; es decir, su lógica era no volcar sus acciones en una lucha de clases, en cambio, pedían que se respetara el funcionamiento de estas propiedades, las cuales eran fundamental54
ahsdn, exp. Sinaloa 1912, xi/481.5/260, foja 127. Las cursivas son mías.
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mente minas y haciendas de beneficio. En la contienda de 1911, Matías Pazuengo, el jefe con el que operaba Cañedo, había permitido que funcionaran las compañías mineras, y podemos constatar que esto era una característica del movimiento de los revolucionarios de esta zona al igual que de los del norte, quienes no destruían ni repartían las propiedades, un factor que los diferenciaba del movimiento en el estado de Morelos, donde la violencia estaba enfocada en el reparto de las haciendas y trastocaba en gran medida los capitales extranjeros. Días después de que Cañedo enviara sus representantes a Mazatlán, Justo Tirado viajó a Concordia para entrevistarse con él y los principales jefes. En este encuentro Cañedo le expresó que se había levantado obedeciendo los principios del Plan de San Luis, a los que había faltado el gobernador. Por otra parte, Tirado, quien apenas había encabezado un movimiento armado para derrocar al gobernador del estado, José María Rentería, coincidió con Cañedo y habló de la defensa de los principios proclamados en la revolución maderista y le prometió a Cañedo que haría llegar su queja al presidente Madero.55 Pero la respuesta del gobierno nunca llegó, y después de una espera de cuatro días en los que alimentó a sus tropas con las reses de quienes más tenían, terminó por abandonar el pueblo sin haber logrado una respuesta satisfactoria a sus demandas. El cura del lugar lo entretuvo diciéndole que esperara un tiempo para ver si podía arreglar algo, pero el plazo se venció después de la misa de la mañana y Cañedo partió de nuevo a sus correrías. A lo largo de los meses se trataba de explicar con quién estaría afiliado en su lucha; ya había declarado que no luchaba por Zapata sino contra los caciques locales, y en mayo la prensa reportaba que el cabecilla había declarado estar de acuerdo con Pascual Orozco, con quien había tenido correspondencia.56 De igual forma, toda esta información solo permitía especular acerca de si tenía filiaciones con orozquistas o zapatistas; lo único cierto era que a sus tropas se les llamaba zapatistas. 55 56
Ídem. ct, Mazatlán, 12 de mayo de 1912, núm. 8769, p. 1.
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Respecto a los pronunciamientos de orozquistas no hay muchos indicios acerca de quiénes eran sus líderes o qué expresaban en sus consignas. Sabemos, sin embargo, que a partir de marzo de 1912 las autoridades del estado temían las incursiones de orozquistas provenientes de Chihuahua, Sonora y Durango. Algunos de los rebeldes a quienes ya nos hemos referido, como Pilar Quintero y Juan Cañedo, en algunas ocasiones eran llamados zapatistas y en otras orozquistas. Una prueba de ello se encuentra en El Correo de la Tarde de abril, donde se relata la toma de El Rosario. En la nota se decía que por el ala norte de la población entraban rebeldes gritando vivas a Orozco, mientras que en otra calle habían grupos de zapatistas.57 En los norteños distritos de El Fuerte y Sinaloa las autoridades hablaban de incursiones de orozquistas provenientes de Sonora y Chihuahua, los cuales cruzaban la frontera con Sinaloa para refugiarse en las rancherías. En julio, el síndico de Mochicahui, del distrito de El Fuerte, informaba que mantenía estrecha vigilancia en el lugar debido a la presencia de orozquistas que se movían en la región y esperaban desembarcar un contrabando de armas en el puerto de Topolobampo.58 A principios de agosto estos orozquistas se hallaban también en el distrito de Sinaloa: el día 6, cuarenta rebeldes habían tomado el Mineral de San José de Gracia, donde destrozaron el equipo técnico de la oficina de telégrafos y quitaron fondos a la negociación minera.59 Tres días después un grupo de doscientos rebeldes procedentes de Guadalupe y Calvo, en Chihuahua, se movían en Choix, al norte de Sinaloa, por lo que el jefe de armas, Salvador Zurita, pedía desesperadamente que los hombres que guarnecían Topolobampo se dirigieran hacia este distrito, así como el envío de 250 efectivos del xiv batallón asentado en Tepic.60 Si bien no hay información acerca de quiénes eran los líderes, sí tenemos acceso a dos procesos judiciales contra vecinos del distrito de El Fuerte acusados de ser orozquistas. En el primero de los casos, los Ibíd., Mazatlán, 7 de mayo de 1912, núm. 8764, p. 3. ahef, Presidencia 1912, caja 54, exp. 1. 59 ahsdn, exp. Sinaloa 1912, núm. xi/481.5/260, foja 127. 60 Ídem. 57
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acusados eran Brígido Gil, un comerciante de 68 años de edad, casado, vecino de la ciudad de El Fuerte; Jesús Peña y Armenta, apodado El Corona, de oficio barbero, de 40 años; y Antonio Armenta, un carpintero, soltero, de 38 años. A los tres se les levantaron cargos por haber recibido el 25 de julio de 1912 unos rollos impresos por cuyo contenido se les acusó de ser propagandistas de un movimiento sedicioso en contra del presidente de la República, Francisco I. Madero. Los rollos contenían hojas volantes firmadas por los generales orozquistas que operaban en Sonora: Antonio Rojas y Francisco del Toro, e iban dirigidas «a los voluntarios sonorenses» y firmadas en el campamento revolucionario de Sahuaripa, Sonora, el 21 de julio de 1912. He aquí una parte de su contenido: [...] Los voluntarios que forman parte del ejército que injustificadamente sostiene en el poder a Francisco I. Madero, han sido engañados con falsas promesas como lo fue el pueblo mexicano en 1910 [...] hacemos un llamamiento por medio de las presentes líneas, a sus sentimientos de verdaderos patriotas, con el fin de que abandonando a su suerte al hombre funesto que ha dejado en la miseria a nuestro País, comprometiendo además el decoro e integridad en el extranjero, se unan a nosotros y nos ayuden a consumar la grandiosa obra que arrojará del Palacio Nacional al pigmeo, que, por un error nuestro, que jamás deploraremos lo suficiente, vive como una vergüenza Nacional sobre la gloriosa colina de Chapultepec.61
El contenido del escrito que llegó a estos vecinos de El Fuerte, llevaba un mensaje para los «voluntarios sonorenses», es decir, los milicianos que el gobierno de Sonora había logrado reclutar a través de una política de militarización que consistía en formar cuerpos de voluntarios y batallones irregulares, pero en realidad los «empleaba», asegurando
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Ídem.
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su lealtad por medio de un sueldo.62 Originalmente esta proclama iba dirigida a ellos, buscando persuadirlos de que se pasaran a sus filas criticando las falsas promesas con las que había sido engañado el pueblo mexicano que se levantó en armas en 1910, por lo que mencionaban que su rebelión era para derrocar a Madero y su familia de traidores; finalmente ofrecían que en sus filas serían reconocidos sus grados militares y se les darían garantías; por el contrario, quienes no hicieran caso de su llamado, serían juzgados como traidores y pasados por las armas.63 Cuando los acusados de El Fuerte respondieron acerca del contenido de estas hojas utilizando argumentos para deslindarse. El carpintero Antonio Armenta expresaba «que de nada le servían dichos impresos, más cuando que siempre ha sido del partido maderista»;64 de la misma forma, el comerciante y el barbero señalaron que no eran miembros de los «voluntarios», y ratificaron su adhesión al maderismo. Lo interesante del asunto estriba en que las hojas estaban dirigidas a ellos y, además, llevaban estampillas de Estados Unidos. El cartero expresó que estas hojas que circularon en la población llegaron en el correo que provenía del norte y de alguna manera estaban dirigidas, con los nombres y apellidos, por los declarantes. Por último, el comerciante Brígido Gil, el barbero Jesús Peña y Armenta, alias El Corona, y el carpintero Antonio Armenta, fueron absueltos de ser propagandistas. A pesar de que la pregunta de si este llamado de Francisco del Toro y Antonio Rojas tuvo eco en Sinaloa permanece sin respuesta, este documento ofrece indicios de las estrategidas para sumar adeptos a la lucha contra Madero, a quien se caracterizaba como un «pigmeo» que por un error de los revolucionarios era presidente de la República. El segundo de estos procesos judiciales se enderezó contra varios vecinos de El Fuerte: los señores Alejandro Ibarra, Miguel Amarillas, Ignacio García, Ramón Acosta, Alfonso M. y Pacheco, Emilio Retes, Al62 Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada, Sonora y la Revolución mexicana, 3a edición, México, Cal y Arena, 1997, p. 317. 63 ahef, Ramo Presidencia 1912, caja 54, exp. 1. 64 Ídem.
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fonso Delgado y Florencio Delgado. En la correspondencia oficial se señalaba: He tenido informes fidedignos de que Emilio Retes y Florencio Delgado se han declarado revolucionarios orozquistas recorriendo varios lugares de este distrito teniendo conferencias para formar fuerzas con partidarios [...] porque se reúnen formando agrupaciones sospechosas, en conferencias manifestando sus simpatías por los revolucionarios orozquistas y porque son indicados por el público en general como orozquistas dispuestos a ayudarles y formar parte integrante de ellos favoreciéndolos por todos los medios de que disponen para la toma de esta plaza.65
Las acusaciones surgieron a raíz de que, en septiembre, una partida de rebeldes orozquistas atacó El Fuerte mientras permanecía desguarnecido, ya que las tropas maderistas habían salido del lugar. Las autoridades hablaban de que habían sido complices toda vez que no les parecía casual su llegada al punto precisamente cuando estaba desprotegido. Además, se decía que dos de los acusados, Emilio Retes y Florencio Delgado, no solamente se reunían para hablar sobre el movimiento, sino que ya se habían declarado revolucionarios y estaban entregados a la tarea de reclutar seguidores en varios lugares del distrito. El nombre de Emilio Retes no era nuevo en esta región, pues había participado en reuniones a la media noche para conspirar como maderista, teniendo contacto con José Rentería.66 Las autoridades pudieron aprehender e interrogar a cuatro de los implicados: Alejandro Ibarra, Miguel Amarillas, Ignacio García y Ramón Acosta, a quienes no pudieron comprobárseles los cargos, razón por la cual fueron puestos en libertad con la condición de que no dieran lugar a sospechas. Por otro lado, Alfonso M. y Pacheco, Alfonso Delgado Emilio Retes y Florencio Delgado, que eran señalados como los principales activistas, lograron escapar y no se les formó juicio. 65 66
Ídem. agn-ffim, vol. 60, exp. 182, f. 2.
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Los casos mencionados quizá no revelen mucho acerca de quiénes se levantaron como orozquistas, qué buscaban o qué demandas enarbolaban, pero sí nos brindan indicios acerca de la forma en que circulaban las proclamas, cómo se hacían campañas en medio de la Revolución y cómo se efectuó el llamado contra Madero. En uno de los informes militares acerca de la situación en Sinaloa, se juzgaba que la llegada de orozquistas al norte se debía a que los rebeldes «creían con razón que podría resucitar la revolución con su presencia». Ese «con razón» no era fortuito, toda vez que se aceptaba la existencia de las condiciones para que la lucha armada prosiguiera.
conclusión Desde su arribo a la presidencia en noviembre de 1911, hasta su asesinato en febrero de 1913, Francisco I. Madero enfrentó un movimiento opositor en el que intervinieron tanto los grupos que habían tenido el poder político y económico durante el porfiriato, como los que habían sido seguidores de sus propuestas políticas y del movimiento armado que se conformó alrededor de su figura. Como parte de este antimaderismo se suscitaron una serie de rebeliones en distintas partes del país, como la de los vazquistas y orozquistas en Chihuahua y la de los zapatistas en Morelos. En el contexto de estas luchas, en Sinaloa tuvieron lugar pronunciamientos antimaderistas por parte de quienes habían participado en la rebelión contra el antiguo régimen. A partir de junio de 1911 se ordenó el licenciamiento de las tropas maderistas, con lo que se esperaba que iniciara una nueva etapa de paz; este licenciamiento consistía en la entrega de las armas y el regreso a sus trabajos. Sin embargo, la difícil tarea de pacificar el estado se vio truncada debido a las equivocadas medidas que se tomaron a la hora de formar un nuevo gobierno, como de mantener a antiguos funcionarios en la administración y dejar a los principales jefes revolucionarios al margen del poder. Muestra de ello fue el caso del general Juan Banderas, quien fue desterrado de la política en Sinaloa
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tras ser encarcelado en la ciudad de México bajo la acusación de ordenar el fusilamiento de un coronel porfirista, cargo que parece absurdo dado que su lucha había sido contra el régimen de Díaz; otros, en cambio, obtuvieron cargos menores como jefes de las fuerzas rurales en el estado, pero no fueron incluidos en la reconstrucción del régimen. Por tal razón, quienes recientemente habían sido excluidos de su participación en el nuevo gobierno, se levantaron en armas, reapropiándose de los símbolos de las luchas vazquista, zapatista y orozquista. Este fenómeno no fue exclusivo de Sinaloa: en otros lugares, como Durango y La Laguna, surgieron también levantamientos armados que retomaban estas corrientes para vindicar su posición antimaderista. Los pronunciamientos rebeldes aquí estudiados expresaban objetivos distintos hacia quienes estaba dirigida su lucha, por lo que no hablamos de un movimiento homogéneo, sino de diversas declaraciones organizadas en torno a distintos líderes. Algunos de estos rebeldes decían luchar contra Madero por haber traicionado los principios del Plan de San Luis; otros afirmaban luchar contra las autoridades de un distrito a los que acusaban de caciques, y también hubo quienes expresaron que no peleaban contra el gobernador del estado, José María Rentería, sino para lograr la renuncia de Madero. Sin embargo, entre estos distintos objetivos había un elemento en común: llevar a cabo una lucha antimaderista, entendida como una lucha contra las autoridades afines a Madero.
iIi. FELIPE RIVEROS: UN HACENDADO SINALOENSE EN LA REVOLUCIÓN
saúl armando alarcón amézquita
Felipe Riveros Pérez, originario de Mocorito, Sinaloa, nació el 5 de febrero de 1880 en el seno de una familia de hacendados opositora a la dictadura del general Porfirio Díaz. Inició su actividad política en 1909, en la campaña electoral del periodista José Ferrel, candidato a gobernador que enfrentó a Diego Redo, a su vez candidato de la oligarquía sinaloense y del presidente Díaz. El ferrelismo se extendió por todos los distritos del estado. En Mocorito, el principal núcleo de la oposición se encontraba en el pueblo de Angostura,1 donde el 12 de junio se constituyó el Club Democrático José Ferrel,2 en el que resultó electo Felipe Riveros como uno de los cinco vocales de la mesa directiva, de la que Cándido Avilés fue designado presidente, Joaquín Mascareño vicepresidente y Enrique Díaz secretario.3 La campaña electoral ferrelista adquirió el carácter de una movilización popular, que dibujó «los núcleos de la futura revolución maderista en el Estado».4 Las elecciones se realizaron el domingo 8 de agosto de ese año y el Congreso del Estado declaró gobernador electo a Redo.5 El fraude que
Después de la Revolución nacieron los municipios, entre ellos los de Mocorito y Angostura, pero en ese tiempo este último pertenecía al distrito de Mocorito. 2 Azalia López González, Rumbo a la democracia: 1909, Culiacán, cobaes/uas, 2003, p. 144. 3 Dina Beltrán López y Marco Antonio Berrelleza Fonseca, A las puertas de la gloria, las elecciones de 1909 en Sinaloa, Culiacán, difocur/uas, 1997, pp. 96-97. 4 François-Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la Revolución, México, fce, 2003, t. ii, p. 163. 5 Beltrán López y Berrelleza Fonseca, op. cit., pp. 148-150. 1
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impuso a Redo6 influyó para que la candidatura de Francisco I. Madero a la presidencia de la República tuviera un enorme apoyo en Sinaloa. En diciembre de 1909 salió Madero de la ciudad de México para iniciar su segunda gira política como candidato a la presidencia, acompañado de su esposa, Sara Pérez, de su secretario particular, Elías de los Ríos, y del licenciado Roque Estrada.7 El 5 de enero, durante la reunión del Club Antirreleccionista de Culiacán se nombró presidente al ingeniero Manuel Bonilla y también llegó un grupo de angosturenses para invitar a Madero a su pueblo.8 Al día siguiente Madero salió en el ferrocarril Sudpacífico hacia el norte y al llegar a Estación Guamúchil lo esperaban Felipe Riveros y Elías, Joaquín y Rudesindo Mascareño, Enrique Díaz, Nicolás Cuadras, Silvano Gaxiola, Juan y Felipe Urías, Lázaro y Florentino Camacho y Ramón Félix, «así como simpatizadores de Guamúchil y Mocorito».9 Madero, Roque Estrada, Felipe Riveros y Elías Mascareño abordaron el lujoso coche cabriolé proporcionado por Antonio Cuadras, trasladándose en él a Angostura donde, luego de participar en un mitin, Madero presidió la asamblea constitutiva del Club Antirreleccionista, del cual fue electo presidente Felipe Riveros.10 En Sinaloa se formaron numerosos clubes antirreeleccionistas y Riveros se convirtió en uno de los más influyentes líderes, por ello asistió en representación de Sinaloa, junto con Rosendo Verdugo, a la Convención del Partido Nacional Antirreleccionista, celebrada el 15 de abril de 1910 en la ciudad de México.11
6 Manuel Bonilla Jr., Diez años de guerra, México, Fondo para la Historia de las Ideas Revolucionarias en México, 1976, p. 84. 7 Roque Estrada, La Revolución y Francisco I. Madero, México, inehrm, 1985, p. 145. 8 Francisco Ramos Esquer, La verdadera revolución en Sinaloa, inédito, p. 29. 9 Enrique Ruiz Alba, «Don Francisco I. Madero en Angostura», en Presagio, núm. 28, Culiacán, octubre de 1979, p. 7. 10 Ibíd., pp. 7-8. 11 Héctor R. Olea, La Revolución en Sinaloa, Culiacán, Centro de Estudios Históricos del Noroeste, 1993, p. 24.
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El 8 de junio la gendarmería trató de aprehender en Cabrera de Inzunza al profesor y litigante Gabriel Leyva Solano, jefe del maderismo en el distrito de Sinaloa. Pero Leyva y acompañantes escaparon, dejando a un gendarme muerto y dos heridos, lo que constituyó el primer combate entre maderistas y fuerzas porfiristas. Sin embargo Leyva fue capturado el día 12 de junio y al siguiente día se le aplicó la «ley fuga». Las autoridades tuvieron temor de que se preparase una rebelión y, con ese pretexto, el 9 de junio aprehendieron a los más destacados maderistas de los distritos de Sinaloa y Mocorito para amedrentarlos y obstaculizarlos en sus actividades electorales antirreeleccionistas. Los detenidos fueron 24, entre ellos Riveros, y fueron trasladados a la cárcel de Sinaloa, en donde se radicó la causa de «Gabriel Leyva y socios, por el delito de sedición». El licenciado Enrique Moreno, único abogado correligionario, tomó su defensa y tiempo después logró su libertad.12 También en Culiacán fueron aprehendidos el 11 de junio los más connotados antirreeleccionistas, a quienes se les involucró en la rebelión que Leyva había iniciado en el distrito de Sinaloa. No obstante, fueron liberados hasta el día 14 de junio, pues las autoridades aseguraron que esa rebelión había terminado con la muerte de Leyva.13 El fraude que permitió a Díaz reelegirse para el periodo 1910-1916 hizo cambiar de opinión al hasta entonces pacifista Madero, y convencido de que solo la revolución terminaría con la dictadura, proclamó el Plan de San Luis Potosí en octubre de 1910. La revolución estalló el 20 noviembre de 1910 y en los meses siguientes se extendió por la mayor parte del país. En Sinaloa, en los distritos de El Fuerte, Sinaloa, Mocorito, Culiacán y Mazatlán, se prepararon sublevaciones.14 En enero de 1911 se alzaron en armas los jefes Juan M. Banderas y Ramón F. Iturbe.15 12 Elías Arias, «Gabriel Leyva Solano», en Gabriel Leyva Velázquez (comp.), Resonancias de la lucha, ecos de la epopeya sinaloense, 1910, México, Gobierno del Estado de Sinaloa, t. I, 1961, p. 93. Ruiz Alba, op. cit., p. 9. 13 Ramos Esquer, op. cit., p. 33. 14 Ibíd., p. 41. 15 Rafael Martínez et al., La Revolución y sus hombres, apuntes para la historia contemporánea, México, Talleres Tipográficos de El Tiempo, 1912, p. 92. Carta de Agustín
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En abril de 1911 los maderistas de Angostura integraron una guerrilla comandada por Cándido Avilés, de la que formaron parte Elías Mascareño, Macario Gaxiola y Felipe Riveros, quien fungía como el pagador de la guerrilla,16 aportando de su peculio;17 a finales de mayo participaron en el sitio de Culiacán. El 1 de junio triunfó la revolución en Sinaloa, rindiéndose el gobernador Redo y el general Higinio Aguilar, por lo que el licenciado Celso Gaxiola Rojo fue nombrado gobernador interino, y a quien le tocaría convocar a elecciones para nuevo gobernador. Esa contienda electoral fue una disputa entre maderistas: los radicales —inconformes con los Tratados de Ciudad Juárez—, quienes postularon al profesor José Rentería, y los moderados —seguidores del ingeniero Manuel Bonilla, que apoyaban la política de conciliación de Madero con los partidarios del porfiriato—, cuyo candidato fue el licenciado José A. Meza, quien también tuvo el respaldo de los oligarcas porfiristas. La parcialidad de Gaxiola Rojo a favor del licenciado Meza provocó protestas populares por todo el estado, las cuales terminaron con su renuncia y el nombramiento del general Juan M. Banderas como gobernador interino el 7 de agosto de 1911. Banderas actuó para que las instituciones del estado dejaran de estar al servicio de la campaña del licenciado Meza y la voluntad popular prevaleciera al garantizar el nuevo gobierno el sufragio efectivo, que había sido uno de los principales reclamos populares en la revolución. A mediados de julio, Riveros y los maderistas de Angostura fundaron el Club Gaxiola y Méndez y se unió al Partido Democrático Sinaloense, formado en Mazatlán, el cual postuló como candidato a gobernador a José Rentería.18 Este partido aprobó una plataforma que incluía entre sus principios el sufragio universal y efectivo y la no reelección, «reformas de las leyes vigentes en todo aquello que lesionen Beltrán al director de El Correo de la Tarde. CT, Mazatlán, 9 de agosto de 1911, p. 5. «Curiosas aventuras de un valiente guerrillero en Culiacán», Ibíd., 31 de agosto de 1911, p. 4. 16 Bonilla Jr., op. cit., p. 182. 17 Manuel Bonilla Jr. le atribuye un capital de cincuenta mil pesos en El régimen maderista, México, Editorial Arana, p. 329. 18 ct, Mazatlán, 25 de agosto de 1911, p. 3.
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[...] los principios reconquistados por la revolución»; disminución de impuestos, supresión de las prefecturas, elección popular directa de los presidentes municipales y «reformas políticas y sociales a favor de la clase obrera».19 El gobierno de Banderas no fue del agrado de los porfiristas ni del presidente interino de la República, Francisco León de la Barra, y ni siquiera del propio Francisco I. Madero, por lo que le pidieron que renunciara; ante su negativa, la prensa porfirista llevó a cabo una campaña de desprestigio. Desde Culiacán, el 23 de agosto un numeroso grupo de maderistas, entre ellos Riveros, le envió una carta a Madero respaldando la gestión de Banderas.20 El 8 de septiembre llegó a la ciudad de México una comisión de sinaloenses para entrevistarse con el gobierno federal y con el propio Madero, para manifestarles su conformidad con el gobierno de Banderas, que garantizaba la paz y el orden público. Dicha comisión estaba integrada por Severiano Tamayo y Jorge Clouthier, representantes de los comerciantes y banqueros de Culiacán, y también por Felipe Riveros, quien representaba a los clubes políticos maderistas;21 sin embargo, el presidente León de la Barra no desistió de su intento. Rentería, vencedor en las elecciones, ocupó la gubernatura el 27 de septiembre de 1911, pero no terminó el periodo para el que fue electo, ya que una revuelta en Mazatlán encabezada por el general Justo Tirado y apoyada por Madero lo depuso el 26 de marzo de 1912. Quien se hizo cargo del gobierno fue el licenciado Carlos C. Echeverría, presidente del Supremo Tribunal de Justicia. Poco después, la legislatura designó gobernadores a Fortino Gómez, Felipe Riveros, Guillermo Haas y Manuel Clouthier, pero estos no aceptaron el cargo22 porque en esos momentos era como ganar la rifa del tigre, Ibíd., 21 de junio de 1911, p. 4. José C. Valadés, La Revolución y los revolucionarios, t. I, parte dos, maderismo, México, inehrm, 2006, pp. 89-91. 21 Iisue-unam-agm, c. 14, exp. 5, doc. 255. 22 Olea, op. cit., p. 70. 19
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pues la revolución zapatista en Sinaloa se encontraba en su apogeo.23 Sin embargo en junio fue derrotado el zapatismo, que quedó reducido a unas cuantas pequeñas partidas. Riveros, quien se encontraba en Guaymas, telegrafió el 19 de abril al licenciado Echeverría: «Juzgando que gobierno Sinaloa carece de elementos necesarios para dominar situación actual, considero inútil mi gestión en cuya virtud resuelvo no aceptar cargo gobernador interino que honrame ese Congreso».24 Pero Riveros sí aspiraba a ocupar la gubernatura, solo que durante el siguiente periodo constitucional de cuatro años y el interinato se lo impediría. El periodo para el que fue electo Diego Redo terminaba en septiembre de 1912, por lo que se convocó a nuevas elecciones que se verificaron el 4 de agosto. Las campañas estuvieron muy disputadas: Riveros contó con el respaldo de Manuel Bonilla y Madero.25 Los candidatos obtuvieron la siguiente votación: Felipe Riveros 11 656 votos, Enrique Moreno 7100, Rosendo R. Rodríguez 4120, Martiniano Carvajal 3314, José Zacany 1146 y otros seis ciudadanos obtuvieron 140, para un total de 27 476 votos.26 Como ningún candidato obtuvo la mayoría absoluta, y acorde al artículo 38 de la Constitución local, al Congreso le correspondió decidir entre los dos candidatos que obtuvieron la mayoría relativa de los sufragios. «Al principio parecía inminente un conflicto»,27 ya que se vivió una situación de encono político: los morenistas y rodriguistas se inconformaron argumentando «que las elecciones no se verificaron de un modo legal».28 Así, los primeros propalaron el rumor de que si su candidato no era electo por los diputados, se levantarían en armas, dando un El Plan de Ayala fue proclamado en Navolato, al grito de «viva Zapata», el 13 de febrero de 1912 por los jefes Manuel F. Vega, Antonio M. Franco y Francisco «Chico» Quintero. AHSDN, Fondo Revolución FR, exp. Sinaloa 1912, XI/481.5/260, f. 3. 24 aces, Expediente asuntos 1912-1913. 25 Alonso Martínez Barreda, Relaciones económicas y políticas en Sinaloa 1910-1920, Culiacán, uas/El Colegio de Sinaloa, 2004, p. 108. 26 aces, Expediente asuntos 1912-1913. 27 Bonilla Jr., El régimen maderista, op. cit., p. 59. 28 agn-ffim, c. 36, exp. 954-1, f. 27638. 23
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golpe en Culiacán.29 No obstante, la legislatura decretó: «Es gobernador del Estado para el periodo comprendido del 27 de septiembre del año en curso al 26 de septiembre de 1916, el C. Felipe Riveros, por haber resultado electo por mayoría de votos de esta cámara».30 El gobierno de Riveros padeció penuria económica debido a diversos factores que afectaron las actividades productivas en el estado. Para enfrentar esta situación, presentó al Congreso diversas iniciativas de ley que fueron aprobadas en 1912.31 Aun así, en febrero de 1913 las rentas del estado habían sufrido tal disminución «que apenas se recaba en las oficinas fiscales lo más indispensable para sufragar los gastos que ocacionan (sic) los servicios públicos», por lo que le aprobaron un empréstito de 50 000 pesos, con interés del 5 % anual con el Banco Nacional de México.32 El 29 de octubre de 1912 el Congreso atendió una demanda popular: concedió una pensión de 50 pesos mensuales a la señora Anastasia Velázquez, viuda del mártir maderista Gabriel Leyva Solano.33 En diciembre de 1912 los legisladores aprobaron una iniciativa presentada por el grupo político del gobernador Riveros a través del diputado por Mocorito, Cándido Avilés, para establecer la Ley Reglamentaria de Creación de Municipalidades,34 con lo que se cumplió una vieja demanda revolucionaria. Por su parte, Riveros solicitó permiso al Congreso para viajar a la ciudad de México: Con el objeto de arreglar que se reconozca por la federación la deuda proveniente de pagos hechos por el Estado en el sostenimiento, transpor-
29 Carta de Felipe Riveros a Francisco I. Madero, Mocorito, agosto 30 de 1912, agnffim, c. 36, exp. 954-1, f. 27634. 30 aces, Expediente asuntos 1912-1913. 31 Ibíd., poes, Culiacán, 26 de octubre de 1912, p. 5; 28 de noviembre de 1912, pp. 4 y 6; 3 de diciembre de 1912, p. 6. 32 aces, Expediente asuntos 1912-1913. 33 poes, Culiacán, 2 de noviembre de 1912, pp. 5-6. 34 Ibíd., 14 y 17 de diciembre de 1912.
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te y demás de fuerzas federales así como otros asuntos que se relacionen con la seguridad pública del Estado.35
La licencia concedida al gobernador comprendió del 5 de diciembre de 1912 al 3 de febrero de 1913, fecha en que reasumió el cargo. El 19 de ese mes, Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez fueron hechos prisioneros y obligados a renunciar a sus cargos. Pretendiendo haber cubierto las formas «legales», el general Victoriano Huerta asumió la presidencia de la República. La noche del día 22 de febrero, Madero y Pino Suárez fueron asesinados por orden de Huerta. El 23 de febrero, Riveros recibió la visita del mocoritense Rafael Buelna, quien le propuso desconocer a Huerta ese mismo día y sublevarse por la noche, confiando en que se apoderarían de Culiacán. Riveros dudó del éxito y no aceptó, pero a cambio le ofreció a Buelna comunicarse con su amigo José María Maytorena, gobernador de Sonora, para pronunciarse contra el mandatario. Ante la indecisión de Riveros, Buelna salió rumbo a Tepic resuelto a combatir.36 El mismo día 23 en Mazatlán, luego de una reunión, un grupo de maderistas, encabezó una multitud que recorrió las calles vitoreando a Madero y lanzando mueras a Huerta. El prefecto del distrito, Maximiliano López Portillo, ordenó la aprehensión de varios de los organizadores de la protesta, pero el licenciado Carlos C. Echeverría, secretario del Gobierno del Estado, lograría liberarlos. Riveros, desde el 15 de febrero, mantuvo constante comunicación con el gobernador de Sonora, Maytorena, para actuar de común acuerdo contra Huerta,37 y en secreto inició preparativos para un levantamien-
35 Felipe Riveros a los secretarios de la H. Legislatura del Estado, Culiacán, noviembre 22 de 1912, aces, Expediente asuntos 1912-1913. 36 José C. Valadés, Rafael Buelna, las caballerías de la Revolución, Culiacán, uas, 1990, pp. 27-28. 37 LC, México, 25 de enero de 1915, p. 7. Gabriel Ferrer Mendiolea, Notas acerca de la Revolución en Sinaloa, en Sergio Ortega y Edgardo López Mañón (comps.), Sinaloa textos de su historia, México, difocur/Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, 1987, t. 2, p. 292.
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to general en el estado.38 Para ello contaba con algunos prefectos de su entera confianza, como José A. Meza de El Fuerte, Miguel Armienta de Cosalá y Gregorio L. Cuevas de Rosario; además, nombró dos nuevos prefectos: Zeferino Conde en Mocorito y Cándido Avilés en Mazatlán. Mientras tanto, para crear confianza entre los partidarios del nuevo régimen, el 27 de febrero le contestó una nota a Huerta reconociéndolo como presidente de la República;39 y el 15 de marzo, en un manifiesto al pueblo sinaloense, hizo público su reconocimiento al gobierno de Huerta.40 Entre la mayoría de los maderistas sinaloenses cundió el descontento contra Riveros, sobre todo entre los partidarios del licenciado Enrique Moreno, quienes establecieron una junta revolucionaria en Culiacán y el 17 de marzo se lanzaron a la revolución. Ese día, Riveros trasladó los poderes del estado a Mazatlán. El 20 de marzo, desde Mazatlán, Riveros le telegrafió al licenciado Ignacio Noris, quien se encontraba en la ciudad de México: Suplico a usted hacer público en la prensa de esa capital, que es enteramente inexacto que en Pericos, Distrito de Mocorito, haya habido manifestación hostil al gobierno federal. Desmienta usted toda noticia relativa a que mis hermanos (Jesús, Manuel y Macario) tengan intenciones de levantarse en armas, porque, tanto ellos como yo, nos hemos trazado definitivamente una línea de conducta que tiende a cooperar con el Gobierno Federal para la conservación del orden. Mis enemigos políticos dan en propalar las especies calumniosas en mi contra, para lograr mejor su intento. Estoy satisfecho de cumplir con mi deber y, a pesar de tantas intrigas que se han desarrollado en mi contra, no variaré de conducta.41
Miguel A. Sánchez Lamego, Historia militar de la revolución constitucionalista, t. I, México, inehrm, 1956, p. 333. 39 Olea, op. cit., p. 80. 40 poes, Culiacán, 15 de marzo de 1913, p. 1. 41 Olea, op. cit., p. 82. 38
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Sin embargo los planes de Riveros fueron descubiertos. El coronel Reynaldo Díaz, quien había llegado a Mazatlán el 5 de marzo para hacerse cargo de la jefatura de armas del estado, «pronto se dio cuenta de que las sospechas del gobierno federal eran fundadas».42 Así, el día 21 de marzo Díaz invitó a Riveros a un banquete en honor de su reciente ascenso a general brigadier, pero cuando el gobernador y sus colaboradores43 se retiraban del festejo fueron aprehendidos bajo el cargo de rebelión. Su complot había sido descubierto.44 Esa noche, en prisión, Riveros probablemente se arrepintió de haber rechazado la propuesta de Rafael Buelna. A las dos de la madrugada del día siguiente, Reynaldo Díaz envió a los presos a la ciudad de México para ser internados en el cuartel de San Pedro y San Pablo.45 La noche del 31 de marzo Riveros fue interrogado por el secretario de Guerra y Marina, el general Manuel Mondragón. Le recordó los cargos que se le imputaban, pero Riveros negó las acusaciones, alegando desconocer el movimiento revolucionario en Sonora y no haber participado en las actividades del agente maytorenista Gregorio Esparragoza; asimismo, aclaró que el nombramiento de Cándido Avilés como prefecto de Mazatlán, sustituyendo a Maximiliano López Portillo, no se debió a la aprehensión de maderistas que este ordenó el día 23 de febrero. Como los huertistas consideraron que Riveros y sus compañeros no eran peligrosos, los liberaron el 9 de abril,46 pero un día antes, debido a las amenazas, Riveros envió por telégrafo su renuncia a la gubernatura.47 El 22 de marzo, al conocerse la detención del gobernador, los implicados en la conspiración riverista se alzaron en armas. Macario Gaxiola, jefe de la escolta de Riveros, salió de Mazatlán hacia Angostura, Sánchez Lamego, op. cit., p. 334. Ramos Esquer, op. cit., p. 182. 44 Loc. cit. Olea, op. cit., pp. 82, 84. Ferrer Mendiolea, op. cit., 197. José María Figueroa Díaz, Los gobernadores de Sinaloa 1831-1996, Culiacán, Once Ríos Editores, 1996, p. 96. 45 Sánchez Lamego, op. cit., p. 334. 46 Olea, op. cit., p. 84. 47 Héctor R. Olea, Gobernantes del estado de Sinaloa, 1909-1917, en Sergio Ortega y Edgardo López Mañón (comps.), op. cit., pp. 306-307. 42 43
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mientras que Juan Carrasco y Lino Cárdenas combatieron a los federales cerca de Mazatlán e Inés Osuna en Rosario; Claro G. Molina, al frente de una numerosa guerrilla, se apoderó de San Ignacio, al tiempo que Miguel Armienta se sublevó en Cosalá. En suma, la revolución se extendió por todo el estado, pues otros jefes de rurales como José María R. Cabanillas y José María Ochoa también se alzaron en armas. Por su parte, al ser liberado, Riveros se marchó a los Estados Unidos, pero a mediados de mayo se presentó en Piedras Negras, Coahuila, ante Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila y Primer Jefe del Ejercito Constitucionalista, quien el 26 de marzo de 1913 había proclamado el Plan de Guadalupe para desconocer al gobierno de Huerta. Para entonces, los revolucionarios de Chihuahua, Sonora, Sinaloa y otras regiones del país, se habían subordinado a Carranza. También Riveros se adhirió a dicho plan y Carranza lo reconoció como Gobernador Constitucional de Sinaloa, nombrándolo además como jefe de las operaciones militares de las fuerzas constitucionalistas en el estado. Así, el 1 de junio Carranza les comunicó a los jefes del Ejército Constitucionalista en Sinaloa que Riveros «nuevamente se hace cargo del Gobierno de ese Estado, dirijiendo así mismo la campaña contra las fuerzas traidoras. Deben Uds. Presentarse á él y recibir órdenes para efectuar el movimiento a favor de la causa constitucionalista».48 Riveros se trasladó a Sonora y de ahí, a principios de junio, llegó a San Blas,49 población donde habían establecido su cuartel general los constitucionalistas sinaloenses, que ya controlaban gran parte del norte del estado. En San Blas, Riveros instaló su nuevo gobierno e integró su gabinete con el licenciado José G. Heredia como secretario general de Gobierno, Alejandro Castro como oficial mayor, Enrique Pérez Arce como jefe de la Sección de Justicia y Beneficencia Pública, licenciado José A. Meza como tesorero, ingeniero Matías Ayala como interventor avc-cehm (fondo xxi), carpeta 3, legajo 328. Filiberto Leandro Quintero, Historia integral de la región del río Fuerte, Los Mochis, El Debate, 1978, p. 688. 48
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auxiliar del tesorero,50 coronel Felipe Dussart como jefe del Departamento de Guerra.51 Durante julio, el gobernador emitió seis decretos: el primero establecía las cuotas que debían pagar las mercancías que salieran del estado, considerando reo de fraude a quien pretendiera exportarlas de contrabando; el segundo imponía la obligación de que toda persona debía entregar a la autoridad las armas, municiones y explosivos que tuviera en su poder; el tercero permitió la emisión de cien mil pesos en papel moneda por el gobierno del estado; el cuarto liberaba el comercio nacional e internacional a través del puerto de Topolobampo; el quinto exceptuaba por tres meses el pago de impuestos aduanales a algunos artículos alimenticios y los abonos químicos, maquinaria, refacciones y toda clase de implementos que fueran a usarse en la agricultura; y el último permitió que los fondos que se recabaran en las oficinas federales del impuesto del Timbre en el estado se utilizaran para el sostenimiento de la guerra.52 La actividad militar de los revolucionarios constitucionalistas en el norte de Sinaloa «aumentó en forma arrolladora [...] debido, muy particularmente, a la actividad que desplegó el gobernador Riveros»,53 quien a mediado de julio, envió de regreso a su zona de operaciones, en los distritos de Mazatlán, Concordia y Rosario, a la columna del jefe Juan Carrasco, debidamente abastecida de pertrechos militares; y a la vez, Riveros también avanzó al sur con sus fuerzas, para lanzar un ataque sobre la Villa de Sinaloa, cabecera del distrito del mismo nombre. Riveros movió sus fuerzas hasta Estación Bamoa, donde el 22 de julio derrotó a la fuerza federal; en tanto, el 2 de agosto, Carrasco, al derrotar a la guarnición huertista, ocupó por dos días el pueblo de Mocorito y continuó su movimiento hacia el sur. El 31 de julio Riveros se presentó en la plaza de Sinaloa con 1500 hombres y acompañado de los jefes Claro G. Molina, Maximiano GáFigueroa Díaz, op. cit., pp. 97-98. ahsdn, FR, exp. Sinaloa 1913, segundo tomo, xi/481.5/261, f. 361. 52 Diccionario histórico y biográfico de la Revolución mexicana, t. VI, San Luis Potosí, Sonora, Sinaloa y Tabasco, México, INEHRM, 1992., p. 308. 53 Sánchez Lamego, op. cit., t. iii, p. 276. 50 51
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mez y Miguel Armienta para demandar la rendición incondicional al coronel Miguel Rodríguez, «dentro del único e improrrogable plazo de setenta y dos horas», en un documento en el que explicó las razones del constitucionalismo, «[haciendo] una narración sucinta del estado general del país, en sus fases militares y políticas»:54 Cuando el valiente y abnegado pueblo mexicano se agrupó en santa y justa reivindicación al viril llamado del ciudadano Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila, Don Venustiano Carranza, primero; y en segundo lugar del valiente Ciudadano Gobernador del Estado de Sonora, Don José María Maytorena, recogiendo la sacra bandera de la legalidad constitucionalista manchada en sangre de mártires en el vergonzoso golpe de mano de la ciudadela, coronado del más infamante éxito con la traición abominable de Victoriano Huerta, [...] nuestros hermanos los constitucionalistas están controlando militarmente el resto del país, no porque seamos unos grandes guerreros ni estrategas, no, sino por una razón poderosísima y grande: porque contamos con la voluntad nacional y con la fuerza moral del mundo entero ante el horrible y salvaje asesinato en el patio de honor del Palacio Nacional, del que fue nuestro gran presidente Don Francisco I. Madero y nuestro mártir el Señor VicePresidente de la República, Licenciado Don José María Pino Suárez, esa y no otra es nuestra fuerza y virtud, la justicia y el Derecho Constitucional ultrajado.55
Al expirar el plazo, el ataque inició el día 5 de agosto y continuó hasta el día 8, cuando llegaron refuerzos de los federales que obligaron a los revolucionarios a retirarse al pueblo de Bamoa. Además de dirigir la guerra, Riveros siguió gobernando. Como muchos de los terratenientes y empresarios enemigos de la revolución salieron del estado, el mandatario decidió intervenir las empresas aban-
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ahsdn, fr, exp. Sinaloa 1913, t. ii, xi/481.5/261, f. 359. Ibíd., f. 360.
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donadas para hacerlas producir; de este modo, el 13 de agosto, creó la Dirección de Bienes Intervenidos de Ausentes.56 Una fuerza federal fue enviada desde Mazatlán en el cañonero Tampico a Topolobampo, pero del 28 al 30 de agosto fue atacada por la columna del general Iturbe, logrando inmovilizarla en dicho puerto; también el 30 de agosto las fuerzas de Riveros rechazaron dos columnas de federales que habían atacado Estación San Blas. Los problemas económicos generados por la guerra fueron aprovechados por los comerciantes para subir los precios y ocultar artículos de primera necesidad. Para remediar este problema, Riveros expidió el decreto del 11 de septiembre de 1913 para obligar a los comerciantes a vender al menudeo las mercancías que tuvieran en depósito, no excediendo su precio del 20 % sobre los precios corrientes de plaza.57 El 13 de septiembre arribó a El Fuerte Venustiano Carranza, procedente de Chihuahua; fue recibido por el gobernador Riveros y por el general Iturbe. El día 16 llegó a San Blas, donde le ratificó a Iturbe el grado de general brigadier que le había sido otorgado por Madero; asimismo, expidió nombramientos de general brigadier a Riveros, de coroneles a Juan Carrasco, Macario Gaxiola, Claro G. Molina, José María R. Cabanillas y Manuel Mestas y de tenientes coroneles a Miguel Armienta y Ángel Flores. El día 17 Carranza partió a Sonora. El 25 de septiembre los coroneles Cabanillas y Benjamín Hill, este último fue enviado como refuerzo por el general Álvaro Obregón, derrotaron por completo en Los Mochis a la fuerza federal del coronel Heriberto Rivera. El 5 de octubre los generales Riveros e Iturbe, con las columnas del recién ascendido general Hill y de los coroneles Gaxiola, Cabanillas y Molina, tomaron la ciudad de Sinaloa.58
56 Mayra Lizzete Vidales Quintero, Comerciantes de Culiacán, del porfiriato a la Revolución, Culiacán, uas, 2003, p. 68. 57 Arturo Carrillo Rojas, «Aspectos económicos de la Revolución en Sinaloa», en Jorge Luis Sánchez Gastélum (ed.), Memoria del IX Congreso de Historia Regional, uas/ iies, 1994, pp. 298-299. 58 Ibíd., ff. 490-491; Olea, La Revolución en Sinaloa, op. cit., p. 94; Sánchez Lamego, op. cit., t. iii, pp. 280, 282-288.
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A mediados de octubre, en Hermosillo, Carranza ascendió a Obregón a general de brigada, lo nombró jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste59 y le dio instrucciones para que con el grueso de las fuerzas de Sonora marchara contra los federales en Sinaloa60 con el objetivo inmediato de tomar la ciudad de Culiacán. El 5 de noviembre, los revolucionarios iniciaron el cerco de Culiacán y el día 8 Obregón reunió a los principales jefes para informarles sus planes —estuvieron presentes los generales Riveros, Iturbe, Diéguez y Hill, así como los coroneles Gaxiola, Molina y Mezta.61 Los combates empezaron el día 9 y terminaron el 14, al evacuar la ciudad las tropas del general Miguel Rodríguez.62 Una vez ocupada la ciudad, Riveros la declaró capital del estado e instaló en ella su gobierno.63 Al terminar el mes de noviembre de 1913, el ejército huertista solo conservaba en Sinaloa el puerto de Mazatlán, pero se encontraban bloqueados por la brigada del general Juan Carrasco. El 4 de mayo siguiente se completó el cerco y finalmente el 9 de agosto de 1914 los federales evacuaron el puerto en el cañonero Guerrero. Por otro lado, Riveros invitó a Carranza a visitar Sinaloa y este arribó a Culiacán el 22 de enero de 1914, acompañado del gobernador Maytorena y una numerosa comitiva. Carranza recibió muchos homenajes durante los días de su estancia y en uno de los banquetes que se le ofrecieron planteó el desconocimiento de Riveros al mencionar que el Plan de Guadalupe establecía que los gobernadores que aceptaran el régimen de Huerta no serían reconocidos; Carranza se refería al punto tres del plan que no era aplicable a Riveros, pero no hubo oportunidad a interpretaciones jurídicas, pues el general Carrasco se puso de pie y le dijo: «Oiga Jefe, si usted quita el “hueso” a Riveros, que el pueblo se lo ha dado, yo me volveré zapatista y no me saca usted de aquí ni con avc-cehm (fondo xxi), carpeta 4, legajo 553. Álvaro Obregón, Ocho mil kilómetros en campaña, México, Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1917, p. 129. 61 Ibíd., p 133. 62 Sánchez Lamego, op. cit., t. iii, p. 307, t. IV, p. 379. 63 avc-cehm (fondo xxi), carpeta 7, legajos 808, 810 y 812. 59
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perros de buena raza».64 La imprudencia autoritaria había levantado de su asiento al Sinaloa bronco; por su parte los generales Ramón F. Iturbe —jefe de las operaciones militares en el estado— y Macario Gaxiola Urías le advirtieron a Carranza que no tolerarían el desconocimiento del gobernador, por lo que este mejor no insistió, aunque quedó claro que Riveros no le era grato cuando asentó lo siguiente: «a reserva de que el pueblo resolviese esta cuestión en definitiva, después del triunfo de la revolución».65 A la caída del régimen del general Huerta, en julio de 1914, los jefes del constitucionalismo acordaron convocar a una convención nacional revolucionaria en la que se reunieran los generales constitucionalistas para resolver las fricciones que habían surgido entre el primer jefe, Venustiano Carranza, y el general Francisco Villa. La convención inició el 1 de octubre en la ciudad de México, pero ante la inasistencia de los generales villistas, se acordó trasladar la convención a la plaza «neutral» de Aguascalientes. A las sesiones de esta ciudad, a partir del 10 de octubre, asistieron los villistas y posteriormente los zapatistas, a quienes se les extendió una invitación un tanto especial, pues estos también tenían rencillas con Carranza y nunca lo reconocieron como primer jefe. Los generales constitucionalistas que operaban en Sinaloa, todos ellos oriundos del estado, participaron en la convención. Personalmente lo hicieron Ramón F. Iturbe, Rafael Buelna y Macario Gaxiola; por su parte, el gobernador Felipe Riveros, José María R. Cabanillas, Juan Carrasco y Ángel Flores enviaron cada uno a su representante. También asistieron, como parte de la delegación zapatista, el general Juan M. Banderas y el coronel Manuel F. Vega.66 Los propósitos conciliadores de la convención no se lograron; más aún, las contradicciones se hicieron irreconciliables, y dieron como re64 Antonio Nakayama, Juan Carrasco, caballero de la lealtad, en Sergio Ortega y Edgardo López Mañon (comps.), op. cit., p. 351. 65 Saúl Armando Alarcón Amézquita, «El cisma del constitucionalismo en Sinaloa», en Estudios Jaliscienses, El Colegio de Jalisco, Zapopan, núm. 82, noviembre de 2010, p. 17. 66 Florencio Barrera Fuentes (Introd. y notas), Crónicas y debates de las sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria, t. 1, México, INEHRM, 1964, pp. 20-22.
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sultado la más encarnizada guerra civil de la historia del país. Contra Huerta hicieron causa común actores con distintos intereses políticos y sociales, pero a la derrota de este los diferentes actores revolucionarios encontraron en sus antiguos aliados el estorbo para construir su proyecto de nación. El choque se tornó inevitable. El 14 de octubre la convención se declaró soberana, contrariando a Carranza, quien la consideraba consultiva. El día 28 la asamblea adoptó el Plan de Ayala y el 30 cesó a Carranza en sus funciones de primer jefe del Ejército Constitucionalista encargado del Poder Ejecutivo, eligiendo en su lugar, el 1 de noviembre, al general Eulalio Gutiérrez como presidente provisional de la República. Pero Carranza no reconoció la soberanía de la convención, por lo que el 8 de noviembre ordenó a todos los constitucionalistas que se retiraran de la asamblea y se pusieran al frente de sus tropas, advirtiendo que los generales y jefes que no obedecieran serían relevados y considerados enemigos. Dos días después, la convención declaró a Carranza como rebelde. Los generales sinaloenses, personalmente o a través de sus representantes, votaron por el cese de Carranza, pero solo permanecerían con la convención el gobernador Riveros, Gaxiola, Buelna y el zapatista Banderas. Carranza logró que Flores, Carrasco y Cabanillas permanecieran a su lado, e Iturbe, inicialmente indeciso, se sumó a los carrancistas. Desde el momento en que la convención se declaró depositaria de la soberanía de la nación, Riveros y sus partidarios se independizaron de la jefatura de Carranza y actuaron en consecuencia. El 25 de octubre67 Riveros inició una abierta campaña proselitista a favor de la convención, telegrafiando al general Ángel Flores y al coronel Manuel Mezta, jefes del 6º y 2º batallones, respectivamente;68 al jefe accidental de la Brigada de Sinaloa —por la ausencia de su jefe nato, el general Iturbe—, al general José María R. Cabanillas, quien tenía su cuartel en Mazatlán,
avc-cehm (fondo xxi), carpeta 20, legajo 2056. Rodolfo G. Robles, Sinaloenses en campaña, labor de la columna expedicionaria de Sinaloa en su campaña contra la infidencia, Culiacán, Imprenta de Faustino Díaz, 1916, p. 17. 67
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y «hasta con el último destacamento de esta jefatura en los siguientes términos»: Para hacer honor al juramento solemne prestado por nuestros altos jefes en la Gran Convención Soberana que se reúne en Aguascalientes y estimando que los problemas que se tienen que resolver para el bien y progreso de nuestra querida Patria son de tal importancia que ningún hombre aislado, aunque se llame Venustiano Carranza, los puede solucionar satisfactoriamente, he resuelto, y así lo he jurado por mi honor de ciudadano armado, acatar solamente disposiciones de esa Convención Soberana, aun cuando pugnen con las que dicte Don Venustiano. Confiado en el patriotismo de Ud. me permito invitarlo, seguro de no recibir un desaire, a secundar en el Estado con la fuerza que es a sus órdenes, esta mi determinación digna y patriótica.69
Flores, Mezta y Cabanillas le respondieron que no podían «desobedecer a sus superiores ni menos ser traidores», que Carranza «no se había desviado de la justicia» y que los villistas «intentan hacer fracasar la Revolución».70 El 7 de noviembre Riveros hizo pública su posición al informar, mediante telegrama al presidente de la convención, su respuesta dada al general Francisco Coss, ferviente carrancista y gobernador de Puebla, negándose a desautorizar al mayor Mauricio Contreras, su representante ante la convención. Riveros le comentó a Coss que la Convención de Aguascalientes se había declarado soberana para la salvación de la patria, para restablecer el orden constitucional y realizar los ideales revolucionarios de 1910: Que si usted estima que la voluntad nacional quedó expresada en la cláusula quinta del llamado Plan de Guadalupe solo porque está firmado por
avc-cehm (fondo xxi), carpeta 20, legajo 2056. bm, Guadalajara, 20 de noviembre de 1914, p. 1. 70 Alarcón Amézquita, op. cit., p. 19. 69
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los ilustres desconocidos que lo subscriben y antes de disparar un cartucho, con mayor razón, debe usted estimar que el acuerdo de la Convención en que se priva a Carranza en bien de la causa de la Presidencia interina, es igualmente la expresión de la voluntad nacional. Tanto más cuanto que los signatarios de ese acuerdo son los genuinos y legítimos representantes del pueblo armado y victorioso.71
Riveros le explicó a Coss que como su representante había jurado respetar y hacer respetar las decisiones de la Asamblea, y no podía ni debía desautorizarlo so pena de incurrir en perjurio; además, el 24 de octubre lo instruyó para que declarara que el gobierno de Sinaloa reconocía la soberanía de la Convención. Al final de su respuesta, fue categórico: no secundaré su actitud y persistiré en la línea de conducta ya adoptada, procurando el bien de mi patria, la realización de los ideales de la Revolución de 1910 y el triunfo de los principios, aun cuando perezcan las personas. Entre la Convención, última esperanza de la patria, y Carranza, ávido de mando y de poder, no vacilo: con la Convención hasta morir.72
La inconformidad contra Riveros por parte de los leales a Carranza motivó que el 13 de noviembre los generales Carrasco 73 y Flores 74 le pidieran su renuncia a la gubernatura. Ante el descontento de los fieles a Carranza y la inminencia de las hostilidades, Riveros retrocedió tratando de mantener la neutralidad en Sinaloa. El 15 de noviembre reunió a sus más cercanos colaboradores, así como al general Iturbe, comandante de la tercera División del Cuerpo del Ejército del Noroeste y jefe de las operaciones militares en el estado. José C. Valadés, Historia general de la Revolución mexicana, México, Ediciones Gernika/sep/conafe, 1985, t. 4, p. 223. 72 Ídem. 73 Gilberto J. López Alanís, General brigadier Miguel Armienta López, Culiacán, ahgs, 2004, p. 43. bm, Guadalajara, 19 de noviembre de 1914, p. 3. 74 Robles, op. cit., p. 17. 71
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Riveros propuso la suspensión de las relaciones del gobierno estatal tanto con Carranza como con Gutiérrez, y el reconocimiento del general Iturbe como jefe de las operaciones militares en el estado; por su parte, Iturbe garantizaría el apoyo militar al Ejecutivo estatal. Los asistentes aceptaron la propuesta y redactaron un acta que rubricaron.75 Sin embargo, el acuerdo entre Riveros e Iturbe generó mayor descontento entre generales y jefes constitucionalistas. El 18 de noviembre los jefes del norte del estado,76 con mando de fuerza, se pusieron a las órdenes del general Flores, quien inmediatamente telegrafió a Mazatlán al general Carrasco para que a su vez le comunicara al general Iturbe que las fuerzas constitucionalistas del norte no apoyarían a Riveros, sino que protestaban por su permanencia en el cargo de gobernador y pedían que fuera «llevado ante un Tribunal Militar para que sea juzgado»; además, le decían a Iturbe: «no acataremos órdenes de esa Jefatura».77 La respuesta de Iturbe fue «el vehemente deseo de tener una conferencia en San Blas, Sin., con los Jefes de los Batallones que desconocían su autoridad». Como la mayor parte de los constitucionalistas sinaloenses eran fieles a su «primer jefe», Iturbe prefirió mantener su posición y rompió todo trato con Riveros. La conferencia se verificó el 19 de noviembre y gracias al acuerdo logrado Iturbe volvió a ser reconocido como jefe de la división y se lanzaron contra el gobernador: en tren especial salieron a Culiacán Iturbe, Flores y el coronel Manuel Mezta, acompañados de los batallones 2º y 6º. Enterados en Culiacán del movimiento de las tropas constitucionalistas, el día 20 de noviembre Riveros y sus partidarios declararon su beligerancia contra Carranza y abandonaron la ciudad. Antes de salir, el general Gaxiola publicó un manifiesto a los sinaloenses, informando de los acuerdos de la convención:
avc-cehm (fondo xxi), carpeta 20, legajo 2056. Flores reunió, además del 6º Batallón que estaba bajo su mando directo, a los batallones 2º, 3º y 4º, comandados por el coronel Manuel Mezta, el teniente coronel Maximiano Gámez y el coronel Mateo Muñoz. 77 Robles, op. cit., p. 26. 75
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Dicha Convención, formada por los más altos jefes de la Revolución y que en sí llevaba la representación de ese heroico pueblo victorioso, tuvo que declararse soberana con perfecto derecho, porque la soberanía reside en el pueblo, y ella sin duda alguna era la representante legítima de ese pueblo armado triunfador [...] formada con el objeto de discutir en su seno todos los problemas que encarnan los ideales de la Revolución y dictan las leyes que los hicieran efectivos, [...] Carranza, ambicioso del poder, hundió su prestigio histórico en el abismo de las vulgaridades. Él, que aceptó el poder y reconoció la soberanía del Plan de Guadalupe firmado por unos cuantos, no quiso reconocer la soberanía de la Convención en donde estaban todos los jefes de la Revolución. Para tomar el poder le bastaron 20 firmas; para dejarlo no le parecieron suficientes 160 que se lo pedían. Así las cosas, la Convención que ahora representa el alma de la Revolución declaró rebelde a Carranza, quien, ciego de poder, es el responsable del nuevo sacrificio de sangre impuesto a la nación.
Sinaloenses: [...] He formado parte de la Convención y creído de mi deber, no solamente informaros de tales acontecimientos, sino cumplir el compromiso que contraje ante la nación, cuando juré por mi honor de ciudadano armado cumplir y hacer cumplir las resoluciones de la soberana convención, honrando mi firma al escribirla sobre el blanco de nuestra insignia nacional. Vosotros me conocéis y más honrado me siento ahora por haberme tocado ser quien viniera a deciros: «El alma de la Convención está en la Revolución»: ella no acepta ni aceptará dictaduras, no acepta personalismos; es el alma del pueblo y por eso quiere lo que el pueblo quiera. Respetad la voz de la mayoría, que es el anhelo de todos. ¡Viva la Convención Soberana!78
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vn, Chihuahua, 8 de diciembre de 1914, p. 2.
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Riveros, con los funcionarios de su gobierno y el 7º batallón, tomó el rumbo de Cosalá para cruzar la sierra y llegar a la ciudad de Durango. Por su parte, Gaxiola y su escolta partieron a Angostura y a los distritos del norte reclutando un gran número de hombres; luego pasaron a Sonora, estado controlado por Maytorena, quien se declaró convencionista;79 así, Gaxiola se quedó a operar por varios meses en el sur de Sonora, combatiendo a los constitucionalistas sinaloenses.80 El 5 de diciembre de 1914 el presidente convencionista, general Gutiérrez, ratificó a Riveros como gobernador de Sinaloa. El día 20 del mismo mes este último salió de Durango hacia la ciudad de México con su Estado Mayor y los principales funcionarios de su gobierno para entrevistarse con el presidente Gutiérrez y con el general Francisco Villa, jefe de operaciones del Ejército Convencionista, ya que requería de su apoyo para activar la campaña militar en Sinaloa.81 El día 21 Riveros llegó con su comitiva a la capital;82 dos días después visitó al general Villa en su casa, sostiendo una «larga entrevista».83 El 30 de diciembre le autorizaron trescientos mil pesos «para haberes de tropa y oficialidad» de la Brigada Riveros;84 el 2 de enero de 1915, el general José Isabel Robles, secretario de Guerra y Marina, le notificó: Por acuerdo del C. Presidente Provisional de la República, esta Secretaría ha tenido a bien nombrar a usted, Comandante Militar en el Estado de Sinaloa, facultándolo ampliamente para que dirija las operaciones militares en esa región y para nombrar y ascender a los oficiales y tropa que juzgue conveniente. Autorizándolo debidamente para que, en caso de que las circunstancias lo exijan... pueda usted emitir papel moneda...85
Ferrer Mendiolea, op. cit., p. 298. argg-b-up, c. 4, doc. 272 y c. 7, doc. 318. 81 vn, Chihuahua, 22 de diciembre de 1914, p. 4. 82 em, México, 22 de diciembre de 1914, p. 1. 83 Ibíd., 24 de diciembre de 1914, p. 1. 84 ahsdn, Archivo de Cancelados ac, exp. Gral. Felipe Riveros, xi/111/3-1439, f. 3. 85 Ibíd., f. 8. 79
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El 6 de enero Riveros fue entrevistado por el periódico La Convención, en el que informó de los planes para «someter a los que se han declarado en abierta hostilidad contra la Soberana Convención Revolucionaria»: En estas operaciones militares tomarán parte los generales Rafael Buelna, Juan Cabral, Gaxiola y otros. El primero avanzará de Tepic, por el sur, hacia Mazatlán; Cabral y Gaxiola, por el norte, entrando por Sonora y se dirigirán sobre Culiacán, y otro núcleo poderoso atravesará la sierra de Durango para cooperar en dichas operaciones.86
El periódico vespertino La Convención publicó el 8 de enero de 1915 un manifiesto de Riveros «al pueblo sinaloense», el cual inicia diciendo que con la acción de su gobierno «había logrado ver transformadas en realidades muchas de las aspiraciones populares», pero su gestión —decía— se había interrumpido por el cuartelazo que consumó el general Iturbe en noviembre, y terminaba manifestando que venía decidido a desarrollar un nuevo programa de gobierno en el que, además de medidas políticas, se planteaban «reformas económico-sociales», como «restituir los ejidos a sus respectivos pueblos» y el que «todas las tierras que la rapacidad de los poderosos quitó al indefenso, serán devueltas». Sin embargo Riveros era un revolucionario moderado, y hay otros que lo mencionan como «relativamente conservador»;87 así, contradiciendo el carácter revolucionario radical del Plan de Ayala zapatista, que ya había sido aprobado por la asamblea de la Convención y formaba parte del proyecto de gobierno convencionista, también se proponía: La propiedad se respetará hasta donde lo permitan las necesidades de la guerra; se levantará la confiscación de bienes, devolviéndolos a sus legítimos dueños, excepto aquellas propiedades que adquirieron por me-
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lc, México, 6 de enero de 1915, p. 1. Friedrich Katz, Pancho Villa, t. 2, México, Era, 1999, p. 18.
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dios ilícitos, pues estos serán reintegrados a los despojados, previa comprobación de sus derechos, por ser así de justicia.88
No consideró Riveros la nacionalización de las propiedades de los enemigos de la Revolución, ni la expropiación por causa de utilidad pública, previa indemnización, de la tercera parte de los latifundios para dotar de tierra a los pueblos y ciudadanos que carecían de ella. Al día siguiente de la publicación de su manifiesto en la prensa, Riveros salió en tren hacia Ciudad Juárez, y al llegar «embarcará rumbo al estado de Sonora, donde se unirá a la columna militar que mandan los generales Cabral y Gaxiola, para continuar el avance hacia el estado de Sinaloa».89 Llegó de esta manera a la ciudad de Durango, dejándole a la Brigada Riveros —comandada por el coronel Carlos Real— haberes, pertrechos y órdenes de marchar a través de la sierra para dirigirse a Sinaloa.90 La tarde del 15 de enero Riveros llegó a Nogales, Sonora,91 de donde pasó a Guaymas y se instaló con su Estado Mayor. Después, en la Estación Fundición —cuartel del general Ramón V. Sosa, comandante maytorenista del sur del estado— con apoyo de dicho general y del propio Maytorena, organizó una fuerza de mil soldados en la que figuraban los generales Juan Antonio García y Macario Gaxiola, a quien le otorgó el nombramiento de jefe de la Columna Expedicionaria del Norte de Sinaloa, de la que una parte ya operaba en Sinaloa a las órdenes del teniente coronel Luis Barrios.92 En enero de 1915, el general Buelna se apoderó del territorio de Tepic, derrotando al general Juan Dozal. En febrero avanzó sobre Sinaloa, venciendo el día 6 al general Carrasco en la sierra de La Muralla y obliogándolo a retirarse hasta Mazatlán. Buelna ocupó el sur del estado, llegando con su brigada muy cerca de Mazatlán, pero no sitió el puerto, lc, México, 8 de enero de 1915, p. 7. iisue-unam-agm, c. 25, exp. 2, doc. 27. 90 Ibíd., c. 25, exp. 2, doc. 29. 91 ahsdn, ac, exp. Gral. Felipe Riveros, xi/111/3-1439, f. 12. 92 argg-b-up, c. 9, doc. 200. 88
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más bien se replegó al pueblo de Villa Unión, donde dejó a una parte de su fuerza al mando del general Gándara y se regresó a Tepic. A fines de enero la Brigada Riveros, comandada por el coronel Carlos Real, invadió Sinaloa desde Durango, apoderándose del mineral de Pánuco y de la Villa de Cosalá y derrotando al general Cabanillas, pero Iturbe acudió en auxilio de este y el 10 de febrero derrotó en Cosalá a los convencionistas, quienes se regresaron a Durango. Iturbe marchó entonces sobre Villa Unión, donde el 22 de febrero sorprende y derrota a los buelnistas, quienes se retiraron hasta el campo atrincherado de La Muralla, donde se sostuvieron por tres meses hasta que, falto de municiones, Buelna ordenó el repliegue a Tepic.93 El 5 de junio la columna de Riveros salió de Estación Fundición rumbo a Sinaloa, por el camino de Álamos; al llegar al estado, los generales convencionistas se separaron para operar por distintos lugares. El 20 de junio Gaxiola tomó la Villa de Sinaloa y el 26 de junio Riveros ocupó la Villa de El Fuerte. Iturbe envió contra Riveros a la brigada del general Luis Herrera, la cual derrota el 4 de julio a las tropas riveristas del general García en el Llano de Soto,94 entonces el gobernador convencionista se replegó rumbo al pueblo de Choix; el 9 de julio Herrera lo derrotó por completo en el rancho de Tasajera, aunque Riveros y ochenta seguidores escaparon por el camino de herradura de Choix a Estación Creel, donde tomaron el tren para la ciudad de Chihuahua para presentarse ante el general Villa.95 El general Mateo Muñoz atacó a Gaxiola y lo derrotó en El Tule el día 7 de julio.96 Luego, Gaxiola se retiró al sureste, apoderándose de la Villa de Mocorito, pero los generales Iturbe, Cabanillas y Muñoz lo
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Valadés, Las caballerías de la Revolución, op. cit., pp. 76-79. Olea, op. cit., pp. 139-
Ibíd., p. 142. Francisco R. Almada, La Revolución en el estado de Sonora, Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1990, pp. 181-182. 96 Sergio Ortega Noriega, Breve historia de Sinaloa, México, El Colegio de México/ fce, 1999, p. 276. 94 95
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derrotaron en Bacamacari; entonces, decidió irse con su tropa para Chihuahua, siguiendo los pasos de Riveros. A fines de agosto, Villa realizó una concentración de sus fuerzas en Torreón: los generales Riveros y Gaxiola llegaron a la ciudad con sus tropas y se incorporaron a la división del general Juan M. Banderas,97 quien llegó del sur del país junto con otros generales villistas a Torreón el 18 agosto de ese año.98 En Torreón, a principios de septiembre, Villa acordó con sus generales el plan para una nueva ofensiva militar y se determinó la formación de dos columnas expedicionarias. La primera, bajo el mando directo de Villa, partiría a Sonora; la segunda, a las órdenes del general Banderas, se internaría en Sinaloa.99 En los primeros días de agosto había iniciado en Washington una conferencia de países latinoamericanos (Argentina, Brasil, Colombia, Bolivia, Guatemala y Uruguay) convocados por el gobierno de los Estados Unidos con el propósito de invitar a todos los jefes revolucionarios, militares y civiles a reunirse para poner fin a la guerra civil. Naturalmente los convencionistas aceptaron el ofrecimiento que los podía salvar del desastre y los constitucionalistas no aceptaron dicha invitación. En la ciudad de Chihuahua, el 10 de septiembre Riveros nombró como su representante ante esa conferencia al licenciado Enrique Pérez Arce y como representantes del villismo a los generales Roque González Garza y Felipe Ángeles, a los licenciados Miguel Díaz Lombardo y Francisco Escudero, a Enrique C. Llorente y a su viejo amigo, el ingeniero Manuel Bonilla.100 El 19 de septiembre, llegó Riveros a la ciudad de Chihuahua con los licenciados Díaz Lombardo y Escudero a la casa de Villa, con quien conversaron durante toda la noche sobre las conferencias de Washingargg-b-up, c. 64, docs. 194-196. Loc. cit., Memorias de Roque González Garza, en lp, San Antonio, Texas, 22 de octubre de 1932, segunda sección, p. 2; para publicar estas Memorias, González Garza fue entrevistado en El Paso, Texas, por José C. Valadés. 99 Alberto Calzadíaz Barrera, Hechos reales de la Revolución, el fin de la División del Norte, t. 3, México, Editores Mexicanos Unidos, 1965, p. 73. 100 argg-b-up, c. 64, doc. 378. 97
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ton. Al día siguiente, más de cincuenta civiles y militares discutieron por última vez y aprobaron los nombramientos de los delegados que irían a participar en las conferencias.101 La columna de Banderas, el 6 de octubre, salió por tren de la ciudad de Chihuahua hacia Creel, rumbo a Sinaloa.102 Al siguiente día salieron a Casas Grandes los trenes con las tropas que Villa conducía a Sonora; en esos trenes iban los generales Buelna y Riveros,103 quienes se quedaron en Ciudad Juárez para cruzar la frontera y exiliarse en los Estados Unidos, pues ya no le vieron futuro al villismo. Jesús Riveros Pérez, hermano del gobernador de Sinaloa, fue asesinado el 30 de septiembre en Chihuahua por un miembro de la escolta del general José Rodríguez. El 3 de octubre el general Villa le envió una carta al general Riveros para darle una «sincera condolencia», prometiéndole «castigar con severidad» al culpable. El 8 de octubre Villa le dirigió otra carta a Riveros, quien ya se encontraba en El Paso, Texas y lo llamó a Ciudad Juárez para informarle de la resolución que había tomado: «hacer un escarmiento con el asesino de su apreciable hermano don Jesús».104 El general Banderas fue derrotado en El Fuerte el 7 de noviembre, y después de breve campaña en el norte de Sinaloa se rindió junto con el caudillo de los indígenas yoremes del río Fuerte, el general Felipe Bachomo, en Movas, Sonora, el 5 de enero de 1916.105 A principios de 1916, el villismo en Sinaloa se había extinguido, con sus jefes —Banderas y Bachomo— en la cárcel y Riveros, Buelna y Gaxiola exiliados en los Estados Unidos. En el exilio, Felipe Riveros siguió siendo villista y en los años de 1918 y 1919, junto con sus amigos Manuel Bonilla, Rafael Buelna y José María Maytorena, fue uno de los principales promotores de la Alian101 Calzadíaz Barrera, op. cit., p. 79. Paco Ignacio Taibo II, Pancho Villa, una biografía narrativa, México, Planeta, 2006. p. 560. 102 Alberto Calzadíaz Barrera, Hechos reales de la revolución, el fin de la División del Norte, t. 3, México, Editorial Patria, 1972, p. 92. 103 Ibíd., p 83. 104 Carlos Grande, Quién es quién en Sinaloa, inédito, pp. 26-27. 105 ahsdn, ac, exp. Gral. José de Jesús Madrigal Guzmán, XI/111/1/396, ff. 153-157.
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za Liberal Mexicana, organización política que formaron los exiliados villistas en los Estados Unidos.106 En 1920, al triunfo del Plan de Agua Prieta, que derrocó de la presidencia a Carranza, Riveros regresó a Sinaloa, retirado de la política y dedicado a labores agropecuarias en su hacienda «La Providencia»,107 donde murió el 5 de mayo de 1945.
cehm-afgg (fondo cmxv), carpeta 48, legajos 4726 y 4737; carpeta 50, legajo 4969. argg-b-up, c. 21, docs. 1 y 2. 107 López Alanís, op. cit., p. 85. 106
iV. Bienes intervenidos y préstamos forzados durante la Revolución mexicana. El caso de Sinaloa, 1911-1920 pedro cázares aboytes
introducción Una de las preocupaciones de las facciones de la Revolución mexicana en cuanto alcanzaron cierta estabilidad militar y política, fue regular y administrar las propiedades intervenidas o de propietarios ausentes. Estos últimos eran los más, debido a que salieron huyendo de sus lugares de residencia, ya sea hacia otro estado del país o hacia los Estados Unidos, destino recurrente del grueso de los propietarios y hacendados de México. Algunos estudiosos mencionan cuatro como las principales actitudes que asumieron los revolucionarios en torno a las fincas intervenidas y los reclamos de las personas afectadas por el conflicto bélico, inicialmente por los préstamos que les impusieron o los daños en sus propiedades.1 La primera fue la de los zapatistas morelenses, que consistió en el reparto de tierra y otros bienes entre sus seguidores y sus bases de apoyo social. En segundo término, la posición de los constitucionalistas se centró en el interés por explotar las fincas intervenidas, manteniendo tanto la estructura de la propiedad como sus anteriores formas de explotación. Una situación intermedia la constituyó la facción villista que, si 1 Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada: Sonora y la Revolución mexicana, México, Siglo XXI Editores, 3ra. edición, 1981; John Mason Hart, El México revolucionario. Gestación y proceso de la Revolución mexicana, México, Alianza Editorial, 1990; Hans Werner Tobler, La Revolución mexicana. Transformación social y cambio político, 1876-1940, México, Alianza Editorial Mexicana, 1994; François Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la Revolución, 2 vols., 1988; y Friedrich Katz, Pancho Villa, 2 vols., México, Era, 1998.
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bien expulsaba a los terratenientes, no desmembraba las unidades productivas: las mantenían intactas con la promesa a sus adeptos de que, al triunfo de su causa, se llevarían a cabo repartos agrarios, trabajándose las propiedades en beneficio de sus ejércitos revolucionarios y productos como la carne se distribuirían entre los soldados y la gente pobre. Y, por último, tenemos la actitud practicada en las intervenciones, por lo regular predatoria y destructiva, pues básicamente estaba enfocada a disponer de todos los bienes.2 Desde el primer trimestre de 1911 se dejaban sentir las acciones de los pronunciados en el estado. Por ejemplo, en menos de un mes la población de Badiraguato padeció la incursión de las huestes maderistas —o «revoltosos», como solían denominarlos los encargados del Juzgado de Primera Instancia y el encargado de la Tesorería Municipal, quienes reportaron a las autoridades de Culiacán serios destrozos perpetrados, como la quema del Archivo.3 En el norte de Sinaloa, el estadounidense Thomas Robertson brinda un testimonio del paso de los estragos de la Revolución: Desesperadamente los comerciantes y hacendados buscaban asilo entre sus amigos los colonos y no tuvimos corazón para negárselos. Don Patricio Quiñónez y su esposa vivieron en nuestra casa muchos meses, como también la familia de don Dámaso Rentería, con sus hijos José, Dámaso hijo y su hermana Guadalupe. Perdieron sus siembras, su ganado, las mercancías de sus tiendas, todo lo que no pudieron acarrear con ellos.4
Este tipo de situaciones dan cuenta de que el desencadenamiento de la lucha armada colocó en condiciones incómodas a los propietarios 2 Romana Falcón, San Luis Potosí. Propiedades intervenidas: «¿daños o conquistas revolucionarias?», en Thomas Benjamin y Mark Wasserman (coords.), Historia regional de la Revolución mexicana. La provincia entre 1910-1929, México, Conaculta, 1996, pp. 198-199. 3 ahgs-icsges, Ramo Justicia, marzo de 1911, f. 97, ahgs-icsges, Ramo Hacienda, abril de 1911, f. 113. 4 Thomas Robertson, Utopía del Sudoeste: una colonia americana en México, 2da. edición, Los Ángeles, The Ward Ritchie Press, 1964, p. 193.
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de diversos giros económicos en la entidad. Conforme los revolucionarios avanzaban hacia los principales núcleos urbanos de Sinaloa, el pago de los haberes fue una cuestión que tenían que resolver los cabecillas militares lo más rápido posible, de tal forma que —a mediados de junio de 1911— el capitán segundo Pilar Quintero fue comisionado para recoger todas las armas que pudiera, así como agenciarse ganado vacuno y ponerlo de inmediato a disposición de la causa.5 Fue durante la toma de Culiacán cuando el grueso de combatientes dio rienda suelta a sus apetitos de saqueo. Los blancos principales fueron casas particulares y comerciales, y como ejemplos tenemos la quema de la industria textil El Coloso, con una pérdida de 471 161.12 pesos; la segunda planta del ingenio azucarero La Aurora y los cañaverales del ingenio El Dorado, con pérdidas de más de 200 000 pesos; e incluso el robo en la casa de la familia de Diego Redo, entonces gobernador del estado.6 Entre las principales casas comerciales atracadas se encuentran La Torre de Babel, Teodoro Piczan y Primos, Zapatería Nueva, La Preferida, el comercio y la bodega de Eduardo Retes, así como las tiendas de Jorge Vega, Crisanto Arredondo, Francisco Diez-Martínez y Napoleón Ramos.7 Ya tomada la ciudad de Culiacán, los revolucionarios sustrajeron de los caudales públicos la cantidad de 40 000 pesos que serían destinados al licenciamiento de tropas que tomaron parte en la contienda revolucionaria.8 Un mes después, en Mazatlán, las fuerzas maderistas otorgaron garantías a la Aduana Marítima para que realizara sus actividades cotidianas.9 Sin embargo, las primeras diferencias por el manejo de recursos ya se empezaban a ver, pues desde Culiacán llegó la orden al prefecto de Mazatlán para que impidiera a toda costa que las fuerzas
ahgs-icsges, Ramo Gobernación, junio de 1911, f. 191. Alonso Martínez Barreda, Relaciones económicas y políticas en Sinaloa, 1910-1920, uas/El Colegio de Sinaloa, Culiacán, 2004, pp. 75-76. 7 Ibíd. p. 76. 8 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, junio de 1911, f. 197. 9 Ibíd., Ramo Hacienda, julio de 1911, f. 227. 5
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revolucionarias siguieran tomando fondos de la Administración Postal del Timbre.10 La situación de los maderistas licenciados no era todavía una cuenta saldada, como se manifestó el día en que treita de ellos tomaron por asalto el cuartel Rosales, apoderándose del cuarto de armas y exigiendo lo que el gobierno les adeudaba y una recomendación por escrito de quienes no habían recibido el pago de sus salarios. Una situación similar se presentaba también en el norte de Sinaloa, donde los indios mayos planteaban reclamos de este tipo.11 Con el fin de aminorar estas situaciones, se recomendó a las autoridades de los distritos que buscaran la manera de que se darle empleo a estos hombres.12 Respecto a las personas afectadas durante los hechos de armas —por saqueos y préstamos forzados durante los enfrentamientos, entre otros atropellos—, la Secretaría de Gobernación publicó una circular en la que conminaba a los damnificados a que se presentaran para efectuar una investigación y, en su caso, recibir la indemnización correspodiente.13 Dicha circular tuvo una inmediata recepción entre quienes se sentían agraviados de una u otra forma. Tal es el caso de dos norteamericanos: Peter Nestley, quien por medio del vicecónsul de los Estados Unidos, Charles B. Parker, se quejó ante la gubernatura del estado de que los revolucionarios habían destruido unos documentos con valor de 3000 pesos; y William Lemcke, quien por medio del embajador se quejó de diversos agravios a sus propiedades.14 Otro inconforme fue el ingeniero Eduardo Victoria, quien envió un recibo para comprobar ante las autoridades haber entregado al jefe de la guerrilla, Magdaleno Beltrán, la cantidad de 150 pesos;15 por otra parte, varios civiles del puerto de Mazatlán manifestaron su molestia Ibíd., Ramo Hacienda, julio de 1911, f. 237. Alonso Martínez Barreda, op. cit., pp. 77-78. 12 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, julio de 1911, f. 243. 13 Ibíd., Ramo Hacienda, julio de 1911, f. 231. Debido al conflicto, el plazo contemplado comprendía del 21 de noviembre de 1910 al 31 de junio de 1911. Al respecto, véase Alonso Martínez Barreda, op. cit., pp. 89-90. 14 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, julio de 1911, f. 243 y 254. 15 Ibíd., Ramo Gobernación, julio de 1911, f. 252. 10 11
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contra la dirigencia revolucionaria, pues habían sido obligados a prestar 10 000 pesos para el pago de los haberes de las fuerzas maderistas y deseaban que tal dinero les fuera reembolsado a la brevedad posible.16 Los reclamos se multiplicaron, provenientes no solo de los núcleos urbanos, pues desde los centros mineros llegaban diversas quejas, como la de la compañía minera Santa Cruz Mine, que solicitó el reintegro del capital pedido por los revolucionarios, así como que se le otorgaran garantías para seguir operando.17 Por cierto, los comerciantes de Pánuco lograron que se les condonara la mitad de tres meses de cuotas, debido a que los maderistas les habían impuesto préstamos forzosos.18 En el otro extremo del estado, el prefecto del distrito de El Fuerte acordó —previa consulta con la comisión evaluadora— condonarle a Blas Borboa el 50 por ciento de la cuota por derecho de ventas causados por su establecimiento mercantil en San Blas para retribuir la sustracción de algunas mercancías por parte de las fuerzas revolucionarias.19 Por otro lado, el mismo prefecto comunicó a las autoridades de la capital del estado que las fuerzas al mando del comandante José María Ochoa no habían sido pagadas por falta de fondos.20 Y cabe destacar que este tipo de reclamos provenían de diversos sectores: por ejemplo, el doctor Andrés Vidales solicitó el pago de 1800 pesos por servicios profesionales prestados a heridos y enfermos tanto de las fuerzas maderistas como federales que combatieron en los hechos de armas.21 Asimismo, llama la atención que la Comisión Consultora de Indemnización preguntara a la Junta Militar si el señor Conrado Antuna había sido uno de los jefes de la última revolución, pues habían recibido varias peticiones de indemnización.22 Otro caso es el de Isabel y Juana Cárdenas, quienes acudieron a la instancia ya aludida pidiendo se les Ibíd., f. 243. Ibíd., f. 245. 18 Ibíd., Ramo Hacienda, agosto de 1911, f. 281. 19 Ídem. 20 Ibíd., Ramo Gobernación, agosto de 1911, f. 296. 21 Ibíd., septiembre de 1911, f. 337. 22 Ibíd., f. 338. 16 17
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pagaran 304 pesos por perjuicios sufridos meses atrás, al tomarles las filas maderistas maíz y bestias.23 Situación parecida era la planteada por Pedro Vega, quien solicitó indemnización por los daños y deterioros causados por las tropas maderistas.24 Diversas situaciones fueron presentadas ante las autoridades, como aquella persona que solicitó la devolución de sus armas, recogidas por el general Juan M. Banderas; o Francisco Estensor, quien solicitó el pago de su trabajo como cuidador de unas mulas propiedad de dicho general.25
llegaron los zapatistas Hacia 1912 en Sinaloa operaban grupos que se decían adeptos al zapatismo y eran denominados como tales por las autoridades de la entidad. Si bien dicho movimiento duró poco, no pasó inadvertido. Entre sus principales artífices se encontraban Conrado Antuna, Francisco Quintero, Roberto Almada y Miguel Vega.26 Vega y Antuna, al enterarse de la detención de Juan M. Banderas en la capital del país, dieron a conocer el Plan de Ayala en Navolato a finales de noviembre de 1911, lo cual vino a reavivar el fuego de las armas en Sinaloa. Para febrero de 1912 era ya muy evidente el despliegue de fuerzas zapatistas a lo largo y ancho del estado; así lo notificaban las autoridades a la de Culiacán, al tiempo que la mantenían al tanto de los desmanes que estos cometían a su paso,27 sobre todo en las partes serranas, donde inicialmente hicieron acto de presencia. En este contexto, se comenzó a denunciar a los implicados, entre ellos Anastasio Meraz, Francisco P. Alarid y Asunción Lomelí, acusados de ser los autores de un complot zapatista en la localidad de Cosalá.28
Ibíd., f. 343. Ibíd., noviembre de 1911, f. 20. 25 Ibíd., Ramo Gobernación, diciembre de 1911, f. 52., ahgs-icsges, Ramo Gobernación, enero 1912, f. 94. 26 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 100. 27 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, febrero de 1912, f. 149. 28 Ibíd., marzo de 1912, f. 185. 23
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En otros lugares de la entidad se adoptaron distintas medidas ante el convulso escenario; entre otras, se comisionó a Bernardo González para que entablara negociaciones de paz con los rebeldes que merodeaban los distritos de Mocorito y Sinaloa.29 En la prefectura de Concordia, para tratar de restablecer el orden público, se tomó la decisión de prohibir la venta de licores hasta que la situación estuviera más tranquila.30 Pero la calma brilló por su ausencia, pues los rebeldes zapatistas ya estaban llevando a cabo préstamos forzados con diversas personas y propietarios particulares, por lo que las quejas se presentaron de inmediato. Remigio Agramón se comunicó a la capital del estado para notificar que el cabecilla zapatista Francisco Quintero le había exigido dinero.31 En el sur, en El Rosario, los comerciantes recibieron también la visita de los zapatistas y la petición —«de manera muy amable» en las palabras de estos últimos— de que aportaran recursos para la causa revolucionaria.32 Para abatir la presencia cada vez más amenazante de los zapatistas y ante la falta de recursos del gobierno del estado, el doctor Ruperto L. Paliza tomó la decisión de contratar dos préstamos: uno de 100 000 pesos con el comercio de Mazatlán y otro con la sucursal mazatleca del Banco Nacional por la cantidad de 25 000 pesos,33 de suerte que las cuentas nuevas se hacían viejas y las nuevas no se pagaban. Sin embargo, nada pudo evitar que los rebeldes —unos 300 hombres comandados por Pilar Quintero y Conrado Antuna—34 llegaran a Culiacán el 24 de abril de 1912, provenientes de las serranías de Durango, Mocorito, Guadalupe de los Reyes, Concordia, El Verde, Siqueiros, El Roble, Sinaloa, San Ignacio y de otras parte del sur del estado. Conrado Antuna echaba mano de métodos muy «convincentes» para Ibíd., f. 186. Ibíd., f. 185. 31 Ibíd., f. 193. 32 Ibíd., f. 189. 33 Ibíd., Ramo Hacienda, abril de 1912, f. 221; ahgs-icsges, Ramo Hacienda, abril 1912, f. 223. 34 Héctor R. Olea, La Revolución en Sinaloa, Culiacán, 2da edición, cehnac, 1993, p. 68. 29
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conseguir dinero, que iban desde amenazar con dinamitar la tienda La Torre de Babel —propiedad de la familia Almada— si su encargado no les entregaba la cantidad de 5000 pesos, pasando por el saqueo del ingenio La Aurora —propiedad de la familia Redo— hasta retener contra su voluntad a ciertas personas en tanto no reunieran los 6000 pesos que necesitaban para destinarlos al pago de las tropas.35 Otros comerciantes de Culiacán padecieron la presencia de los zapatistas que saquearon sus casas comerciales: entre ellos figuran Ángel Chong, Eduardo Retes y Miguel Sánchez. Las pérdidas fueron prácticamente totales, tomando en cuenta que los zapatistas permanecieron alrededor de un mes en esta ciudad y al salir tomaron camino por distintos rumbos llevándose consigo un poco más de 45 mulas.36 Las oleadas del zapatismo en la entidad tenían atemorizados a los mazatlecos, por lo que más de uno no dudó en conseguir un salvoconducto para abandonar por vía marítima el estado.37 En el sur, los dispersos pero aun presentes zapatistas llegaron hasta la población de Aguacaliente, donde despojaron a Fructuoso Arroyo, el colector de rentas, de la cantidad de 143 pesos,38 quien, temiendo por su vida, abandonó no solo su puesto, sino también el estado. Otro que dejó Sinaloa fue el empresario azucarero Francisco Orrantia y Sarmiento,39 quien por medio de su apoderado, el licenciado Francisco Sánchez Velázquez, pidió una reconsideración sobre el avalúo de sus propiedades, pues argumentaba haber sufrido considerables pérdidas por los embates de los zapatistas.40
Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 102. Mayra Lizzete Vidales Quintero, Comerciantes de Culiacán. Del Porfiriato a la Revolución, Culiacán, uas, 2003, pp. 61-62. 37 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, abril de 1912, f. 235. 38 Ibíd., Ramo Hacienda, mayo de 1912, f. 259. 39 El Arquitecto Luis F. Molina comenta en su autobiografía lo siguiente: «iban huyendo de la revolución, como lo hacíamos nosotros. En Los Ángeles estaban por igual motivo don Francisco Orrantia y Sarmiento, de Sinaloa; la señora Redo, de Sinaloa; el licenciado Barrantes, de Sinaloa; y otras muchas personas del mismo estado y otros de Sonora». Al respecto véase Luis Felipe Molina Rodríguez, Autobiografía. El Mundo de Molina, Culiacán, difocur, p. 106. 40 ahgs-icsges, Ramo Hacienda, mayo de 1912, f. 259. 35
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También Antonio Vizcaíno solicitó el pago por los daños ocasionados por los zapatistas en su negocio mercantil en Culiacán.41 A medida que se disolvían las fuerzas zapatistas en la entidad, sus escasos «botines de guerra» empezaron a ser reutilizados por las mismas autoridades, pues la Secretaría de Guerra y Marina ordenó que los caballos arrebatados a los rebeldes fueran usados en las guerrillas organizadas por el gobierno del estado.42 Las acciones desplegadas por los zapatistas en Sinaloa eran diferentes a las del movimiento morelense, pues si bien las fuerzas rebeldes de Antuna, Vega y Quintero se cobijaron bajo los ideales de esta facción revolucionaria, no hicieron ningún intento por repartir la tierra. Tal situación guarda mucha similitud con la presencia zapatista en San Luis Potosí, donde este tipo de actitudes eran muy comunes y los alzados por lo general eran tildados de «bandidos».43 Si bien en este trabajo no se trata de analizar a profundidad la naturaleza del zapatismo sinaloense, sí se trata de revisar en qué momento sus acciones estuvieron orientadas a recabar fondos para su causa, cualesquiera que hayan sido las formas para lograrlo.
huertistas contra constitucionalistas: ¿qué depara esta vez la contienda? Con el golpe de Estado perpetrado por Victoriano Huerta y los asesinatos de Madero y Pino Suárez, se desencadenó una intensa lucha en gran parte del país. Antes de ello la estabilidad ya se presentaba difícil debido a la presencia del zapatismo principalmente en el centro del país, al descontento orozquista y a las intentonas de derrocar a Madero, como las dos que había instrumentado ya Bernardo Reyes. El ambiente en Sinaloa distaba mucho de ser relajado, pues antes del asesinato de Ibíd., Ramo Gobernación, junio de 1912, f. 309. Ibíd., Ramo Gobernación, octubre de 1912, f. 495. 43 Romana Falcón, op. cit., p. 210. 41
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Madero, tras una accidentada elección en la que el ganador fue Enrique Moreno, el general Felipe Riveros arribó al poder en medio de un gran descontento, tomando posesión como gobernador del estado el 27 de septiembre de 1912.44 No obstante sus titubeos, Riveros decidió finalmente adherirse al huertismo, luego de declinar la invitación de Rafael Buelna para sumarse a la lucha contra el dictador. Como se comprobaría después, esta adhesión —como le sucedió a otros gobernadores— no le garantizó su permanencia en el puesto. Felipe Riveros fue detenido en marzo de 1913 junto con varios integrantes de su escolta personal y para sustituirlo fue nombrado gobernador interino el general José L. Legorreta, de la Tercera División de Infantería de Mazatlán. Como Isauro Ibáñez, asesor personal de Riveros, no fue aprehendido, un mes más tarde se incorporó a las fuerzas de Juan Carrasco y fue comisionado para recoger ganado, maíz, frijol y otros productos de las haciendas para abastecer a las tropas.45 Para soportar el vendaval, el gobierno del estado ordenó a los prefectos de los distritos de San Ignacio, Concordia y El Rosario la requisición de caballos, monturas y armas. Al parecer la cantidad incautada no fue suficiente, pues la Secretaría de Gobierno llegó a un acuerdo con Antonio Armenta para que elaborara la mayor cantidad posible de monturas y otros objetos.46 Pero la situación no paró ahí. El gobierno del estado siguió tomando medidas para apertrechar a sus fuerzas armadas. Fue así que la Secretaría de Gobernación emitió un desplegado para que las personas dueñas de armas y municiones las entregararan en el término de un mes; asimismo, el Ejecutivo estatal, que se había declarado insolvente, recibió un préstamo de 100 000 pesos por parte de la Secretaría de Hacienda para el pago de las fuerzas federales y otros gastos.47 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 108. Ibíd., p. 124. 46 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, abril, de 1913, f. 159; ahgs-icsges, Ramo Gobernación, marzo de 1913, f. 117. 47 Ibíd., Ramo Gobernación, abril de 1913, f. 167. 44 45
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En Sinaloa crecían los focos de descontento y de nuevo hubo víctimas de los rebeldes a causa de préstamos forzosos o daños a sus propiedades. El malestar se evidenció con quejas y peticiones de diversa índole, como la presentada por los comerciantes de Cosalá, quienes solicitaron se les eximiera del pago de contribuciones por los meses de abril y mayo argumentado haber sufrido considerables pérdidas y cedido a la fuerza algunas sumas de dinero.48 También Peiro Hermanos pidió se les redujeran 540 pesos de los impuestos a pagar al estado, cantidad que les habían quitado los revolucionarios.49 Ante tal situación, la Jefatura de Armas comunicó a la población que tomara medidas para garantizar los intereses de los agricultores y ganaderos que habían sido molestados por los rebeldes.50 Las quejas no eran únicamente de connacionales, sino también de empresas estadounidenses, alemanas y japonesas que eran asediadas por rebeldes exmaderistas, grupos provenientes de la sierra de Durango y hasta por el mismo Ejército federal.51 Así, 32 ciudadanos italianos residentes en México le manifestaron al ministro de Relaciones indemnizaciones por los daños y perjuicios causados a sus propiedades durante los movimientos revolucionarios.52 Por su parte los rebeldes no se durmieron en sus laureles y siguieron buscando la manera de obtener recursos para su causa. El 8 de noviembre de 1913 arribó al puerto de Topolobampo —que estaba bajo control rebelde— el vapor Homer, y por esas fechas esta embarcación levantó un cargamento de garbanzo propiedad del hacendado Blas Valenzuela y de Álvaro Obregón.53 Por cierto, un mes antes, al primero de ellos le habían asignado un impuesto de guerra de 8000 pesos. Para asegurar la circulación de billetes en la lucha contra las fuerzas federales y seguir avanzando hacia el centro de la entidad, mediante Ibíd., Ramo Hacienda, julio de 1913, f. 266. Ibíd., f. 270. 50 Ibíd., Ramo Gobernación, agosto de 1913, f. 306. 51 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 130. 52 ct, marzo 13 de 1913, p. 6. 53 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 133. 48
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un decreto Felipe Riveros emitió el billete El Estado de Sinaloa el 14 de octubre de 1913.54 A la llegada de las fuerzas rebeldes a Culiacán, y después de su respectivo posicionamiento, empezaron a instrumentar mecanismos para hacerse de mayores recursos; así, comisionaron a Crisanto Arredondo para que recogiera peletería de res y mercancías en la ciudad con la obligación adicional de rendir un informe detallado.55 Para mantener el control sobre los montos en especie o en efectivo que se asignarían a las fuerzas militares, se nombró a Jesús J. Ponce como proveedor general, quien a su vez dependía del general Ramón F. Iturbe, jefe de operaciones.56 Durante la toma de Culiacán por las fuerzas constitucionalistas, ocurrida el 13 de noviembre de 1913, se suscitaron algunas quejas. Por ejemplo, el gerente general del ingenio La Aurora solicitó a las autoridades que se le hiciera entrega de un automóvil y dos mulas en poder del capitán Candelario Ortiz y que le habían sido facilitadas en el ingenio El Dorado.57 Asimismo, el comercio de Culiacán se vio embestido de nuevo, esta vez por el bando constitucionalista; las casas comerciales más afectadas durante este periodo fueron las de Miguel y Lucano de la Vega y, sobre todo, la de Severiano Tamayo, un abierto partidario del huertismo.58 Al llegar las fuerzas carrancistas a Escuinapa pronto se allegaron de recursos económicos. Así lo demuestra el caso de Dámaso Murúa, a quien le impusieron un préstamo obligado de mil pesos, además de decomisarle mil latas de manteca y camarón.59
54 Rafael Ayala Aragón, La moneda en Sinaloa: sus flujos y conflictos, 1846-1925, tesis de maestría, Culiacán, uas, 2006, p. 120. 55 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, noviembre de 1913, f. 367. 56 Ibíd., f. 369. Para satisfacer las necesidades de abasto del Ejército, al principio se crearon proveedurías y prebostazgos. Al respecto ver Luz María Uhthoff López, Las finanzas públicas durante la Revolución, El papel de Luis Cabrera y Rafael Nieto al frente de la Secretaría de Hacienda, México, uam, 1998, p. 73. 57 Ibíd., Ramo Gobernación, noviembre de 1913, f. 367. 58 Mayra Lizzete Vidales Quintero, op. cit., p. 69. 59 Alonso Martínez Barreda, op. cit. p. 145.
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No muy lejos de ahí, en El Rosario, el comercio de Juan Zamudio fue también saqueado, con pérdidas por un monto de mil pesos; no conformes con ello, lo obligaron a pagar un subsidio de guerra. En este mismo distrito, pero en la parte serrana, las fuerzas de Miguel Laveaga hicieron acto de presencia en las oficinas de la Compañía Minera El Tajo, exigiendo la cantidad de 2000 pesos a sus directivos.60 Con el arribo a Sinaloa del mando constitucionalista, esta facción buscó controlar la situación económica y política de manera más metódica, lo cual no significó que sus políticas hayan sido el antídoto más efectivo para el caos. El constitucionalismo se enfocó a regular de manera gradual los aspectos económicos de la nación, así como a los generales que habían hecho la Revolución mexicana hasta entonces, según se evidenciaba en el hecho de que el Primer Jefe, Venustiano Carranza, desde sus primeros decretos había comenzado a conformar un aparato administrativo alterno, desconociendo las medidas dictadas por Huerta.61
el constitucionalismo en sinaloa y su postura frente a los bienes de ausentes: uso y abuso Establecido el constitucionalismo como gobierno en tierras sinaloenses, se dio de inmediato a la tarea de regular el manejo de recursos económicos. Lo anterior se demostró, por ejemplo, con los nombramientos de Alfredo Ezquerra como encargado del cobro de todos los recibos de la empresa de Luz y Agua de Culiacán, de Claudio Velarde como inspector de gobierno del Mineral de Jesús María Anexas y el de Clemente Velderráin como gerente de la misma.62 Otro ordenamiento fue el emitido por el jefe de Armas del distrito de Culiacán, quien por medio de un bando solemne ordenó la apertura de los establecimientos comerciales al servicio del público, y con el Ibíd. p. 146. Luz María Uhfhoff López, op. cit., p. 13. 62 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, noviembre de 1913, f. 369. 60 61
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fin de vigilar que se cumpliera esta medida se conformó una comisión con gente de confianza para que realizara un cateo general.63 Este tipo de medidas extendieron por la entidad, como fue el caso del ordenamiento girado al mayor Chaparro, quien se encontraba concentrado en Navolato, con el fin de que enviara toda clase de mercancías a la capital del estado.64 Ahí, los comerciantes Severiano y Juan Tamayo, Francisco B. Rojo e hijos, Teclo Osuna y Pedro P. Villaverde, fueron encarcelados y sometidos a varios actos de humillación e intimidación, como el simulacro de fusilamiento de que fue objeto este último, claramente identificado con el régimen huertista.65 La situación de Tamayo, Villaverde y Espinoza de los Monteros distaba mucho de ser inocua, pues se encontró un telegrama girado a Huerta en el que lo felicitaban por la detención y prisión del general Felipe Riveros, razón por la cual la dirigencia revolucionaria decidió condenarlos a siete años de prisión, pena que a la postre fue conmutada por la de destierro a Severiano Tamayo, José María Espinoza de los Monteros y José Ramos.66 A nivel nacional, el Primer Jefe instituyó una Dirección General de Bienes Intervenidos a cargo de Pascual Ortiz Rubio, a raíz de lo cual las oficinas interventoras constitucionalistas quedaron en posibilidad de explotar directamente, o bien de arrendar, estas propiedades.67 En un escenario plagado de incertidumbre, los adeptos del huertismo —que por el momento no contaban con garantías de respeto a sus vidas— optaron por abandonar sus lugares. Para mediados de 1914, un poco más de 4000 personas tomaron la decisión huir de la entidad, dejando detrás gran parte de sus propiedades.68 Agricultores, comerciantes, empresarios industriales y mineros salieron del estado y sus propiedades fueron confiscadas por la Oficina de Bienes Ausentes y Subsidio de Guerra, Ibíd., f. 370. Ibíd., f. 369. 65 Héctor R. Olea, op. cit., p. 64. 66 ahgs-icsges, Ramo Guerra, abril de 1914, f. 561. 67 Luz María Uhfhoff López, op. cit., p. 197. 68 Mayra Lizzete Vidales Quintero, op. cit., pp. 69-70. 63
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fundada el 13 de agosto de 1913.69 Durante estos meses dicha instancia averiguó la postura política de personas sospechosas de haber tenido relaciones con el huertismo. Para juzgar a los «enemigos de la causa constitucionalista» se crearon «consejos de salud pública», «juntas dictaminadoras» y el Departamento de Verificación de la Propiedad.70 Esta situación surgió a raíz de que un gran número de personas huyeron de Sinaloa e incluso abandonaron el país. Muchos de ellos, en aras de conservar sus propiedades, decidieron utilizar prestanombres que les respondieran en el aspecto legal: familiares o personas de confianza. Por ejemplo, Silveria Vea presentó una solicitud de certificación ante el Departamento de Verificación de la Propiedad del estado de Sinaloa donde notificaba que los bienes administrados por su hermano político, Francisco Vea, eran propiedad de ella, por lo cual solicitaba no fueran intervenidos por el gobierno.71 Por su parte, Emiliano Ceceña fue hallado culpable de falsificación de documentos por pretender amparar una propiedad que no era suya.72 Respecto a la posición de algunas personas en el conflicto armado, se abrieron averiguaciones para indagar su participación o comprobar su inocencia. Esta situación fue enfrentada por Antonio V. Castro, a quien algunos vecinos de Navolato trataron de de defender a través de una carta dirigida al Ejecutivo estatal, en la cual argumentaban que les constaba su buena conducta;73 también Francisco Izábal y su esposa vivieron una situación parecida, pues fueron defendidos enérgicamente por un grupo de personas frente a la sede del gobierno del estado, afirmando que el matrimonio había guardado una conducta pasiva y neutral durante la contienda armada.74 De igual forma Francisco Rea, vecino del distrito de Sinaloa, enfrentó acusaciones en este sentido. El Consejo de Salud Pública de Sinaloa fue la instancia encargada de llevar poes, agosto de 1913, p. 2. Romana Falcón, op. cit., p. 218. 71 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, noviembre de 1913, f. 371. 72 Ibíd., Ramo Hacienda, diciembre de 1913, f. 380. 73 Ibíd., Ramo Gobernación, diciembre de 1913, f. 385. 74 Ibíd., f. 391. 69 70
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la investigación, y ante ella abogaron varios vecinos del acusado argumentaron que se trataba de una persona honrada y laboriosa, ocupada solo de sus negocios particulares.75 Otro recurso para evitar la confiscación y conservar propiedades fue el salvoconducto. Así, a Dolores viuda de Hernández se le extendió uno para que se le respetaran sus propiedades76 y Genoveva Cota también interpuso esta solicitud con el fin de que se le respetaran sus propiedades, le dieran garantías de las mismas y se les exceptuara así de la intervención.77 La zozobra se apoderó de las personas acaudaladas que buscaban preservar su estatus económico. Hubo ocasiones en que las propiedades intervenidas eran regresadas a sus dueños originales, generándose situaciones confusas. Una de ellas la planteó el tesorero general de la entidad, quien consultó al gobierno del estado si debía cobrarse o no la contribución predial por el tiempo que habían estado intervenidas las propiedades que regresaban ahora a sus dueños.78 Respecto a este tipo de situaciones el administrador general de Bienes Ausentes recabó varias notificaciones.79 Con la finalidad de tener una mejor administración respecto a los bienes intervenidos y los subsidios de guerra a asignar, el Ejecutivo estatal ordenó un estudio del modelo implementado en Sonora para adaptarlo en esta entidad.80 En aras de establecer un estricto control de las actividades de las casas comerciales para que se mantuvieran abiertas al público y sus productos se vendieran a precios razonables, la Dirección de Bienes de Ausentes y Subsidio de Guerra nombró a Daniel Campa como comisionado especial para que inspeccionara el comercio de Culiacán.81 Entre las funciones de la Dirección de Bienes de Ausentes estaba la confiscación de tierras, inmuebles, haciendas, así como de propiedades Ibíd., enero de 1914, f. 426. Ibíd., f. 423. 77 Ibíd., f. 423. 78 Ibíd., Ramo Hacienda, enero de 1914, f. 417. 79 Ibíd., Ramo Gobernación, enero de 1914, f. 421. 80 Ibíd., Ramo Guerra, enero de 1914, f. 450. 81 Ibíd., Ramo Hacienda, febrero de 1914, f. 463. 75
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de muy diversa índole. La intervención de fincas incluía, por supuesto, la confiscación de todos sus aperos e implementos, lo cual fue aprovechado por la dirigencia revolucionaria, toda vez que esta circunstancia le permitió solventar gastos militares como la alimentación de las tropas, el pago de sus haberes, de uniformes, dotación de armamento y municiones, entre las necesidades más inmediatas,82 aunque también para acumular riquezas y escalar económica y socialmente. Muchas de las fincas de los ausentes fueron otorgadas en arrendamiento por esta dependencia con la finalidad de que siguieran produciendo. De esta forma Macario Guillermo Riveros firmó un convenio para trabajar la hacienda La Esperanza, la cual había sido confiscada en 1912 a su hermano, el general Felipe Riveros, cuando se vio obligado a salir de Sinaloa. En este convenio se estipulaba que Macario Guillermo se comprometía a producir treinta sacos anuales de garbanzo, además de sembrar caña de azúcar y producir panocha, la cual debía entregar empacada y limpia.83 Asimismo, el gobierno constitucionalista obtuvo de la minería buenos dividendos para el financiamiento de sus actividades militares. La compañía minera de San José de Gracia fue arrendada al señor Ignacio Velderrain para su explotación, otorgándosele un préstamo de 3000 pesos para que la pusiera a funcionar lo más rápido posible;84 otro fue el de la negociación minera de Pánuco que, pese a los fuertes reclamos de sus propietarios y socios,85 pasó a ser explotada por dicho gobierno. La actividad ganadera también rindió frutos a la dirigencia revolucionaria, pues obtenían efectivo con la venta y además aprovechaban para alimentar a sus tropas, aunque los cueros de res se convirtieron en otra forma de hacerse de jugosas ganancias y por lo general estas venían acompañadas de numerosos reclamos de los ganaderos afectados. El encargado de que la carne no faltara en las haciendas, negociaciones y en las cocinas militares era el capitán Francisco P. Pérez, nombrado inspecAlonso Martínez Barreda, op. cit., p. 144. Ídem. 84 ahgs-icsges, Ramo Hacienda, enero de 1914, f. 416. 85 Ibíd., Ramo Fomento, marzo de 1914, f. 513. 82 83
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tor de ventas de ganado y demás bienes de consumo de los distritos de El Fuerte, Sinaloa y Mocorito.86 Las confiscaciones de ganado por parte de los jefes revolucionarios fueron recurrentes durante esos años, como lo muestra el caso del general Carrasco, quien decomisó cien reses, en calidad de préstamo, a José María Calderón, vecino de Camino Real de Piaxtla, distrito de Elota.87 En torno a este asunto hubo variadas reclamaciones. Tanto Ramona F. viuda de Ramírez como Santos F. Salas solicitaron la devolución del importe del ganado recogido por el proveedor general, Francisco P. Pérez.88 Como medidas encaminadas a un mayor control y manejo de estos recursos, se obligaba a los encargados a presentar informes detallados y notas del ganado vendido; así lo hizo el jefe de la sección de Hacienda, capitán Eduardo F. Solorio.89 Como complementaria a la venta de ganado, como ya se mencionó, estaba la venta de cueros de res al extranjero, un negocio que resultó muy redituable, pues llegaron a entenderse con algunas empresas privadas que dieron salida rápida a estas pieles, lo cual devenía en capital contante y sonante. Algunos particulares enviaban sus pieles a los puertos del estado, como el señor Pedro E. López, quien desde la región costera del distrito de El Rosario embarcó hacia el puerto de Mazatlán noventa pieles de res, según lo notificaron las autoridades de aquella demarcación.90 Ibíd., Ramo Hacienda, marzo de 1914, f. 493. La venta de ganado fue uno de los recursos de mayor importancia durante la Revolución mexicana en el noroeste de México. Un claro ejemplo lo constituyeron las aduanas fronterizas del estado de Sonora: en un periodo de solo cinco meses y en una sola aduana, ubicada en Naco, Sonora, logró recaudar 200 000 pesos únicamente en este rubro. Al respecto véase Juan Castro Castro, El financiamiento del constitucionalismo sonorense, 1913-1915, una aproximación, tesis de licenciatura, Hermosillo, Departamento de Historia y Antropología, Universidad de Sonora, 1996, p. 53. 87 Alonso Martínez Barreda, op. cit. p. 146. 88 ahgs-icsges, Ramo Hacienda, abril de 1914, f. 532; ahgs-icsges, Ramo Hacienda, abril de 1914, f. 533. 89 Ibíd. Ramo Gobernación, abril de 1914, f. 542. 90 Ibíd., Ramo Hacienda, enero de 1915, asunto. 16, f. 23. 86
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En el otro extremo de la entidad, en el distrito de El Fuerte, los norteamericanos Dalton y Zenizo solicitaron permiso para embarcar en el puerto de Topolobampo 108 cueros de res.91 Para evitar la fuga de capitales de tan importante fuente de ingresos, la Dirección de Bienes de Ausentes ordenó al teniente coronel Arnulfo Iriarte decomisar todos los cueros a los poseedores que no justificaran su legítima procedencia.92 Por lo general, los puertos de Mazatlán y Topolobampo fueron los lugares de salida de esta mercancía. Empresas como Linga y Cia. y la United Sugar Companies (usco),93 con sede en Los Mochis, se convirtieron en verdaderos monopolios de las pieles de res para beneplácito de la dirigencia revolucionaria, que lograba de esta forma entradas de capital. Se dice que la usco llegó a acuerdos con algunos cabecillas revolucionarios para comprarles las pieles de los animales que se sacrificaban para alimentar a la tropa,94 que acumulaba grandes cantidades; de tal forma que en abril de 1915 la usco giró un telegrama a la Secretaría de Hacienda de Sinaloa pidiendo información sobre su precio, a lo cual esta secretaría respondió que no había problema, pues el decreto número 11 daba vigencia a esa actividad y el precio era de 1.50 pesos por unidad.95 Ante la respuesta positiva, la usco notificó dos meses más tarde a la Secretaría de Hacienda la exportación de 1563 pieles de res vía Topolobampo a bordo del barco norteamericano Grace Dollar.96 Al parecer no fue el único envío de pieles de res realizado por la usco, pues en otra ocasión, y al amparo de Víctor Preciado, administrador de la aduana de Topolobampo y a la vez empleado de la usco, la empresa embarcó un cargamento de 5000 cueros, por los que esta empresa pagó 5000 pesos en bilimbiques.97
Ibíd., Ramo Hacienda, marzo de 1915, asunto 16, f. 166. Ibíd., Ramo Gobernación, junio de 1915, asunto 34, f. 303. 93 En adelante usco. 94 Mario Gill, La conquista del Valle del Fuerte, Culiacán, uas, Colección Rescate, núm. 19, 1983, p. 70. 95 ahgs-icsges, Ramo Hacienda, Abril 1915, Asunto 25, f. 220. 96 Ibíd., Ramo Hacienda, Mayo 1915, Asunto 14, f. 265. 97 Mario Gill, op. cit., p. 70. 91
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Este monopolio incidió de manera negativa en la industria del calzado, al grado de que esta llegó a carecer de su materia prima. Ante esa situación, para mediados de 1915 los propietarios de tenerías del puerto de Mazatlán solicitaron al gobernador del estado, Manuel Rodríguez Gutiérrez, que intercediera, por lo cual el Ejecutivo estatal emitió dos decretos que prohibían indefinidamente la exportación de pieles hasta que no se resolviera la escasez de este material.98 También las empresas abastecedoras de agua potable y energía eléctrica de Culiacán y Mazatlán fueron intervenidas por la dirigencia constitucionalista. Aun cuando desde octubre de 1914 se había decidido intervenirlas,99 fue hasta el 26 de mayo de 1915, tras una orden girada por el gobernador del estado, que las empresas de agua y luz eléctrica de Culiacán quedaron en poder del ayuntamiento.100 En respuesta a la intervención, el gerente solicitó al Ayuntamiento de Culiacán el pago de 11 000 pesos, equivalente a los ocho últimos meses de adeudos vencidos, obteniendo como respuesta del cabildo una rotunda negativa.101 Durante el tiempo que estuvo intervenida, dicha compañía enfrentó diversas dificultades: en la dirección administrativa, falta de insumos para dar mantenimiento a ambos servicios y para echar a andar los servicios como la leña, disminución del personal, solicitud de aumento de sueldos por parte de los empleados, falta de recursos para darle mayor operatividad, entre otras. Estos problemas fueron sorteados por los interventores de la compañía hasta que finalmente se decidió regresarla a sus dueños originales en agosto de 1917, no sin los reclamos airados por parte de estos por pago de adeudos y utilidades devengadas por el Ayuntamiento.102 La empresa abastecedora de agua de Mazatlán fue intervenida por el Ayuntamiento a mediados de 1915, el cual promulgó un decreAlonso Martínez Barreda, op. cit., pp. 161 - 162. ahgs-icsges, Ramo Hacienda, octubre de 1914, Asunto 24, f. 4. 100 Archivo Municipal de Culiacán, Libro de actas, sesión del 8 de noviembre de 1916, acta número 12. 101 Eduardo Frías Sarmiento, Historia del alumbrado eléctrico en Culiacán, 1895-1920, Culiacán, difocur, 1999, p. 74. 102 Ibíd., p. 82. 98
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to expropiatorio por causa de utilidad pública, argumentando que esta empresa gozaba indebidamente de un privilegio y bajo el pretexto de introducir en ella una mejora material.103 Con las ganancias obtenidas por los bienes incautados se ayudó a financiar el desplazamiento de tropas y armamento, así como a cubrir gastos de salarios, alimentación y uniformes. En este sentido, la solicitud de productos era frecuente. El general Lucio Blanco, por ejemplo, pidió a la dependencia encargada cajas de gasolina para el desarrollo de diversas actividades.104 La obtención de buenos caballos para dotar a las tropas fue algo recurrente, por lo cual no era extraño que se les buscara en las haciendas enviando comisiones como la ordenada por el coronel Hay,105 así como tratar de tener lo mejormente uniformadas a las tropas carrancistas. También el general Juan Carrasco mandó pedir caballos y uniformes para las fuerzas a su cargo.106 Una forma de movilizar a los contingentes armados era a través del ferrocarril, y para ello había que alimentar con leña las máquinas, por lo que se pedían grandes cantidades de combustible en los diversos lugares de la ruta; una petición de esta naturaleza la hicieron las fuerzas constitucionalistas en la estación de El Caimanero.107 Otra forma rápida de allegarse fondos era a través del remate de fincas intervenidas y algunos de sus bienes, como el caso de la ex compañía industrial y agrícola en Mazatlán, en perjuicio de la cual se remataron pianos y muebles que habían sido decomisados como bienes de ausentes;108 o bien la venta de casas habitación realizada en Culiacán por la Dirección de Bienes de Ausentes durante el primer tercio de 1915, la cual arrojó un monto de un poco más de 8000 pesos.109 El mobiliario del 103 poe, julio 17 de 1915, p. 7; ahgs-icsges, Ramo Gobernación, mayo de 1915, asunto 16, f. 249. 104 ahgs-icsges, Ramo Gobernación, mayo de 1914, f. 573. 105 Ibíd., Ramo Guerra, mayo de 1914, f. 577. 106 Ídem. 107 Ibíd., Ramo Gobernación, junio de 1914, f. 580. 108 bm, octubre 28 de 1914, p. 1. 109 ahgs-icsges, Ramo Hacienda, febrero de 1915, asunto 56, f. 102.
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Banco Nacional, que por esas fechas estaba intervenido, sufrió una suerte parecida: fue puesto a disposición de Andrés Magallón para que este a su vez lo turnara para su venta a la Dirección de Bienes de Ausentes.110 Otro aspecto destacable en torno a los bienes de ausentes fue la corrupción que envolvió y enmarañó todo el proceso de explotación y mantenimiento: muchos militares y autoridades encargados del buen manejo de los bienes incautados los utilizaron para su beneficio y enriquecimiento personal, todo bajo el supuesto amparo de la Revolución mexicana. Por ejemplo, el capitán primero Francisco Ramos Esquer solicitó se le exceptuara del pago de contribuciones prediales de varias fincas de su propiedad.111 Otro caso de mayor envergadura fue el de Matías Pazuengo, quien al ser dado de baja se dirigió a la Negociación Minera de Pánuco, se apoderó de ella y la explotó para su beneficio personal;112 los actos de este personaje no se limitaron a este negocio minero, sino que se apoderó además de la hacienda Barrón, lo que causó la airada queja del cónsul británico, su legítimo propietario.113 Un revolucionario que enfrentó acusaciones por tráfico de alimentos —carne, harina, frijol, garbanzo y ganado— fue el general Ramón F. Iturbe,114 quien además se benefició de las ventas de pieles, préstamos forzosos y subsidios de guerra. Iturbe percibía un sueldo de 35 pesos como jefe de la Tercera División del Noroeste,115 cantidad que no le habría permitido adquirir propiedades como las que obtuvo desde que se incorporó a este movimiento armado. Iturbe se hizo de tierras, minas y constituyó sociedades de negocios. A decir de Romana Falcón, la «utilización del poder para fines particulares hermanó a todas las facciones revolucionarias».116 Otra forma de corrupción en la que incurrían las autoridades civiles y militares era el autoexonerarse del pago de impuestos y servicios; así, los secretabm, octubre 30 de 1914, p. 1. ahgs-icsges, Ramo Hacienda, enero de 1914, f. 417. 112 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 78. 113 ahgs-icsges, Ramo Guerra, enero de 1914, f. 451. 114 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 81. 115 Ídem. 116 Romana Falcón, op. cit., p. 216. 110 111
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rios y regidores del Ayuntamiento se descargaron de los pagos de agua y luz,117 y de igual forma las autoridades militares radicadas en Culiacán estuvieron exentos por poco más de un año del pago de luz y agua, lo que constituyó un claro abuso de poder.
la devolución de bienes: qué se regresó, a quién y cómo El proceso de devolución de bienes intervenidos no fue algo que se resolvió de manera tranquila y puntual. El Primer Jefe, Venustiano Carranza, había ordenado ya en 1915 el regreso masivo de las fincas intervenidas a los propietarios latifundistas del viejo régimen118 —salvo a algunos a quienes no se les confirmó la orden de intervención, sobre todo a huertistas connotados o grupos insurrectos que todavía continuaban en armas—, y aunque por lo general se regresó gran parte de los bienes intervenidos, no fue así con todos ni todo se devolvió en su totalidad. En el caso de Sinaloa, el jefe del Cuerpo del Ejército de Operaciones en el Noroeste de la República, general Manuel M. Diéguez, decretó el 20 de septiembre de 1915 que las medidas implementadas contra las propiedades intervenidas se daban por concluidas, de tal forma que el gobierno estudiaría cada uno de los casos para emitir un veredicto en cuanto a la sanción política o económica que se les asignaría, argumentando que el gobierno constitucionalista era justo y que por su parte daría amplias garantías a quienes demostraran no haberse inmiscuido en problemas políticos.119 Por cierto, por disposición de la jefatura de Hacienda, a partir del 1 de junio de 1915, la Administración General de Bienes de Ausentes y Subsidios de Guerra cambió su denominación para llamarse en lo sucesivo Dirección General de Bienes de Ausentes y Subsidios de Guerra de Sinaloa; asimismo, la Secretaría General del gobierno federal les solicitó Eduardo Frías Sarmiento, op. cit., p. 77. Luz María Uhthoff López, op. cit., p. 196. 119 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 151; bm, octubre 17 de 1915, p. 1.
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un informe acerca de todos los bienes intervenidos en este estado,120 y una de sus primeras órdenes fue nombrar a Antonino Farragut, administrador y subdirector de Bienes de Ausentes y Subsidios de Guerra de Sinaloa, comisionado en el distrito de Mazatlán.121 En agosto de 1915 Venustiano Carranza ordenó, a su juicio, que se realizara la devolución de bienes intervenidos a sus propietarios o administradores.122 Alan Knight señala que para fines de 1915 muchos terratenientes sinaloenses pagaron para poder recuperar sus tierras, y esa fue sin duda una medida de gran importancia, pues el régimen carrancista se había mostrado sumamente conservador.123 Constantemente llegaban peticiones a la primera jefatura para la devolución de bienes, Carranza resolvía personalmente, y solo con su aprobación y su firma se podía autorizar el regreso de propiedades. Para el carrancismo, estas solicitudes y las gestiones de entrega implicaban el reconocimiento de su gobierno.124 Ante el reclamo de los propietarios afectados, el gobierno del estado acordó la reintegración temporal de sus bienes a cambio de que proporcionaran un subsidio de guerra establecido por medio de un impuesto, además de abstenerse del reclamo del usufructo obtenido.125 Las peticiones y las devoluciones de bienes iniciaron en 1914, pero fue a partir de 1915 cuando este proceso se aceleró. Tanto Victoria Heredia de Talamante126 como la señora Rosario Campos de Carvajal, pidieron a la Dirección de Bienes Ausentes que se les resolvieran lo más rápido posible varios asuntos, en los cuales solo esta dirección podía tener injerencia.127 Otra solicitud en este sentido fue la de Juan B. Murúa, hijo 120 ahgs-icsges, Ramo Guerra, mayo de 1915, Asunto 4, f. 291; ahgs-icsges, Ramo Gobernación, junio de 1915, asunto 15, f. 299. 121 Ibíd., Ramo Guerra, junio de 1915, asunto 1, f. 335. 122 Ibíd., Ramo Gobernación, agosto de 1915, asunto 46, f. 389. 123 Alan Knight, La Revolución mexicana. Del Porfiriato al nuevo régimen Constitucional, vol. ii, México, Editorial Grijalbo, 1996, pp. 1021-1022. 124 Luz María Uhthoff López, op. cit., p. 105; Romana Falcón, op. cit., p. 217. 125 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 147. 126 ahgs-icsges, Ramo Justicia, abril de 1914, f. 549. 127 Ibíd., Ramo Fomento, agosto de 1914, asunto 1, f. 605.
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de Dámaso Murúa, quien pidió el regreso de las pesquerías Panzacola y México, e incluso mostraba disposición para negociar con las autoridades locales para aligerar los trámites.128 Las líneas telefónicas no escaparon a las confiscaciones, dada su estratégica importancia en materia de comunicaciones. Una de estas líneas era la que iba de San Ignacio a Cabazán, propiedad de Escoboza Burns y Cía., la cual fue solicitada para su devolución por Bernardo Escoboza, gerente de la empresa.129 Ejemplos al respecto hay muchos y de muy diversa índole. Cabe agregar que hubo ocasiones en que no solo los militares se aprovecharon de la ausencia de ciertos propietarios para intervenir los bienes, como fue el caso de la usco, que ante el exilio de Francisco Orrantia y Sarmiento y de Manuel Borboa, aprovechó para apoderarse de sus propiedades, previo acuerdo con la dirigencia revolucionaria. En el caso de Manuel Borboa, fue su hijo Guillermo quien se dirigió al Ejecutivo estatal para protestar enérgicamente contra la invasión y saqueo de las propiedades de su padre por parte de la usco;130 un año después, nuevamente se quejó de la usco por haber mandado quemar leña dentro de sus cosechas, dañándolas considerablemente, así como de apoderarse de algunos de sus productos.131 Las propiedades intervenidas de Francisco Orrantia y Sarmiento fueron arrendadas a través de un contrato entre el gobernador del estado, general Ángel Flores, y Francisco S. Flores, para el uso y aprovechamiento de la hacienda agrícola La Constancia.132 Un año después, la Secretaría de Gobernación ordenó a la Dirección de Bienes de Ausentes para que procediera a la desocupación de los bienes de Orrantia y Sarmiento;133 pese a este acuerdo la usco, previa negociación con el gobierno del estado, logró que se le facilitaran las bombas de riego de la Ibíd., Ramo Fomento, agosto de 1914, asunto 3, f. 605. Ibíd., Ramo Registro Civil, asunto 14, f. 600. 130 Ibíd., Ramo Registro Civil, julio de 1914, asunto 20, f. 600. 131 Ibíd., Ramo Justicia, marzo 1915, asunto 31, f. 154. 132 Ibíd., Ramo Hacienda, mayo 1916, asunto 34, f. 252. 133 Ibíd., Ramo Gobernación, mayo 1917, asunto 112, f. 371. 128
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hacienda La Constancia y demás implementos, así como el préstamo de 14 000 hectáreas para la siembra de caña.134 A río revuelto, ganancias de pescadores. En estas fechas se le regresaron sus propiedades a 28 particulares y empresas, pagando cuotas relativamente bajas para su regreso: entre 1500 y 3000 pesos.135 Entre las propiedades regresadas destacan el Teatro Apolo, tierras, haciendas, pesquerías, fincas urbanas y casas comerciales. Para 1916 hubo un pequeño incremento respecto a la entrega de bienes intervenidos, pues fueron 32 particulares y empresas los beneficiados, destacando varios ex funcionarios cañedistas a quienes se les aplicaron, por cierto, cuotas más altas que a sus antecesores, las cuales iban desde 1000 hasta 50 000 pesos; entre ellos se encontraban Antonio Díaz de León, Luis F. Molina y Severiano Tamayo.136 En los años posteriores el regreso de bienes se mantuvo, aunque en menor medida. Muchas de las veces, pese al aval de Carranza, los bienes de los afectados no se regresaron en los términos acordados. Esta fue la situación que sortearon —antes de de que les fueran devueltos sus bienes— Lucano de la Vega, Alberto de la Vega, Luis F. Molina y Fortunato Escobar, quienes enterados del decreto expedido por el general Diéguez en el que se les asignaba cierta cuota para el regreso de sus fincas, abogaron ante el Primer Jefe, pues a su juicio dos años de haber estado privados de posibles ganancias eran suficientes, de tal forma que no debían erogar un solo gasto.137 Esta solicitud fue recibida positivamente por Carranza, que confirmó el retorno de las fincas sin pago de ningún tipo; pero al gestionar Alberto de la Vega —hijo de Lucano de la Vega— el regreso de sus fincas Ibíd., Ramo Gobernación, febrero 1918, asunto. 10, f. 596, ahgs-icsges, Ramo Gobernación, abril 1918, asunto 8, f. 94, ahgs-icsges, Ramo Fomento, octubre, 1918, asunto. 40, f. 135. 135 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 253, agnes, Mazatlán, Juan B. Lizárraga, 1915, Ls. 379 - 410. 136 Alonso Martínez Barreda, op. cit., p.148. agnes, Mazatlán, Juan B. Lizarraga, 1916, Ls. 412, 414-418, 420-426, 430, 431, 435, 439, 440, 443, 452, 453, 463, 465, 467, 469, 471, 472, 478, 487-489, 491, 492. 137 cehm-apjecvc (fondo xxi), caja 58, L. 9063, 8 de noviembre de 1915. 134
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en Mazatlán, las autoridades se negaron, de tal forma que pagó en calidad de depósito cierta cantidad de dinero para recuperar una parte de sus propiedades.138 Este tipo de situaciones eran comunes por aquellos años, pues el Estado se encontraba en formación y había un enorme desorden legal, burocrático y político que entorpecía el manejo de los asuntos de gobierno, incluido el de la explotación y el regreso de las fincas.139 Hubo posturas de otras facciones revolucionarias, como la zapatista, que no compartieron la política de reivindicar los intereses económicos de los «enemigos de la Revolución», calificándolos de traidores y de ser la antítesis de la gesta armada, y señalaron que el radicalismo que la Revolución traía en su bandera era ahora un guiñapo.140 Este tipo de situaciones tiene relación con lo planteado por Charles Tilly, quien comenta que Prácticamente todos los estados adoptan más compromisos en el curso de la movilización bélica de los que pueden cumplir cuando concluye. Estos compromisos adoptan la forma de una deuda pública acumulada, promesas a los grupos organizados de trabajadores, capitalistas, sectores de la administración o grupos étnicos, que forman parte de la oposición y que suspenden sus reivindicaciones para colaborar con el esfuerzo bélico, la responsabilidad con respecto a los veteranos de guerra y sus familias, etc.141
conclusión El paso de la Revolución mexicana por Sinaloa durante la década de 1910 a 1920 se puede dividir en cinco etapas: una durante 1911, con el levantamiento maderista contra el régimen redista; la segunda con la insurrección zapatista, que puso en jaque a las autoridades; la tercera, cehm-apjecvc (fondo xxi), caja 61, L. 6786, 24 de noviembre de 1915. Romana Falcón, op. cit., p. 217. 140 cehm-agja (fondo VIII-2), carpeta 4, legajo 306, Fs. 1-2. 141 Charles Tilly, Las revoluciones europeas, 1492-1992, Barcelona, Crítica, 2000, p. 30. 138
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entre 1913 y 1914, entre los constitucionalistas y los huertistas; la cuarta etapa, de finales de 1914 a principios de 1916, entre villistas y carrancistas; y, finalmente, la de 1916 a 1920: aunque si bien el acontecer revolucionario se manifestaba en otra partes del país, en la entidad no se dio con la misma fuerza con que ocurrió de 1911 a 1916. El proceso revolucionario alteró notablemente las actividades económicas de la entidad, colocando a los sectores productivos en un proceso de reacomodo, que adoptaron comportamientos ajenos al estándar de vida que habían disfrutado anteriormente. Al principio, los grupos de hacendados fueron hostigados con préstamos forzosos y decomisos de mercancías que orillaron a más de 4000 personas a que dejaran tras de ellos todas sus propiedades, lo cual trajo como consecuencia, si no una paralización de las actividades productivas, sí un descenso considerable de la economía que se reflejó en un marcado desempleo, carestía de alimentos pese a los esfuerzos del gobierno y una escasez de ciertas materias primas que, si bien no llegó a un estado caótico de cosas, produjo un deterioro considerable en los niveles de vida de la población. Así, las confiscaciones de bienes a agricultores, comerciantes y empresarios trastocaron sobremanera la vida de estos, pues algunos fueron privados hasta por cinco años de sus fuentes laborales, lo cual los obligó a renegociar ante al dirigencia revolucionaria no solo sus propiedades, sino su estatus económico y político; y pese a que se les regresaron sus propiedades a un gran número de ellos, no todos volvieron a tener el mismo papel predominante en las actividades productivas —de hecho algunos ya no regresaron jamás a Sinaloa. En pocas palabras, ellos también padecieron a su manera la lucha armada. Al contrario, la Revolución permitió el enriquecimiento de cierta parte de la dirigencia que amasó dinero, propiedades y concesiones que contribuyeron a su ascenso social, económico y político.
v. SINALOA: TEMORES, ANGUSTIAS E INFORTUNIOS DURANTE LOS PRIMEROS AÑOS REVOLUCIONARIOS
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Los primeros estudios —de tipo tradicional— sobre la Revolución mexicana en tierras sinaloenses se ocuparon sobre todo de hombres y mujeres valientes que, junto con sectores del pueblo, emprendieron acciones épicas y memorables al lanzarse a la lucha armada para derrocar a un anquilosado régimen político al tiempo que se narran las gestas heroicas de los sectores del pueblo que acompañaron a estos personajes. En este tipo de discursos no existen muchos resquicios para abordar ciertos sentimientos que aquejaban a la sociedad, menos aún cuando se trata de los temores o miedos que denotan debilidad o cobardía. Es evidente que en estos años convulsos y violentos de la segunda década del siglo xx se amalgamó toda una variedad de comportamientos individuales y colectivos, es decir, se presentó una diferenciación de conductas donde si bien se expresaba la esperanza de un posible cambio social que abriría nuevas expectativas, este proceso revolucionario generó también mecanismos de defensa y supervivencia cuya comprensión es más propia del campo de la psicología social, sin que por ello se descarte la importancia estructural de factores económicos y sociales o las ideas y proyectos políticos presentes durante el proceso revolucionario.1 Sin embargo, en este caso se insiste en que, más allá de lo racional, durante esta confrontación político-militar se presentó un escenario de sensibilidades colectivas donde el miedo y el sentimiento de inseguridad fueron acompañantes de protagonistas y espectadores. 1 Reinaldo Rojas, «El miedo a la revolución y los “deberes del patriotismo”: el debate Acosta-Riera Aguinal de frente a la guerra federal en Venezuela, 1859-1863», Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, Coloquios, 2007. En http://nuevomundo.revues.org/index7191. html. Consultado el 23 de febrero de 2009.
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La simple evocación de la Revolución mexicana remite a una época envuelta por una crisis económica que fue un poderoso catalizador para la movilización social y la violencia generalizada. Pero este no es el único motor que marcó la dinámica del comportamiento de la población; tal fenómeno tuvo otros rostros que es importante rescatar bajo la premisa de que los hombres no solo vivieron la Revolución, sino —al decir de Michel Vovelle— bajo la Revolución. Durante la fase armada se desarrolló una gama de actitudes que osciló desde quienes se sumaron a ella de manera entusiasta hasta los que la rechazaron, pasando por quienes la ignoraron o adoptaron una actitud pasiva. Para nutrir un análisis al respecto es menester incluir a aquellos que experimentaron de rebote el impacto revolucionario o que se quedaron fuera del mismo, bajo la idea de que la Revolución no fue solo un fenómeno actuado, sino también padecido a través de la modificación de actitudes y de comportamientos cotidianos.2 En el proceso revolucionario armado se experimentaron diversos fenómenos en función de las especificidades regionales y por el grado de presencia que alcanzó el conflicto político y militar; si bien es cierto que el oleaje revolucionario mantuvo ciertas continuidades en varios aspectos de la vida nacional, en otros casos sus vaivenes solo presentaron alteraciones superficiales y pasajeras,3 aunque su golpeteo de playa generó profundas mutaciones en el tejido social. Para buena parte de la población, la Revolución hizo surgir visiones, comportamientos o actitudes inusuales. Este trabajo rastrea algunas de esas manifestaciones a partir de la búsqueda de los efectos generados en los sinaloenses que no participaron en los campos de batalla.
Michel Vovelle, Introducción a la historia de la Revolución francesa, Barcelona, Crítica, 2ª edición, 1984, p. 180. 3 Para observar dichas continuidades a nivel nacional, en el plano económico, político y en la vida cotidiana, véase François-Xavier Guerra, México: del Antiguo Régimen a la Revolución, 2 tomos, México, fce, 20a. ed., 1991. 2
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los primeros desasosiegos Faltaban solo seis meses para que concluyera la primera década del siglo xx. Acababa de ser asesinado Gabriel Leyva Solano, abnegado promotor del antireeleccionismo maderista en la Villa de Sinaloa y la zona de Angostura. Se acercaban los desenlaces de la contienda armada, pero para el gobierno del mandatario sinaloense Diego Redo la vida aparentaba ser pletórica y luminosa, por ello decretó la dispensa de toda clase de contribuciones del estado y del municipio para los espectáculos, fiestas y cualquier otra diversión de carácter público que tuviera por objeto allegarse fondos para honrar y celebrar dignamente el centenario de la Independencia nacional.4 También otros sectores de la sociedad se encontraban en un ambiente de tranquilidad y festividad. Por ejemplo, los indígenas del poblado de Mochicahui se dirigieron a las autoridades estatales a mediados de 1910 para solicitarles permiso para celebrar el tradicional día de San Juan mediante una jornada festiva que abarcaría los días 24, 25 y 26 de junio.5 Tres meses más tarde, con motivo de los festejos del 16 de septiembre, la plazuela de este pueblo lucía adornos y listones tricolores y el ambiente era amenizado con un par de «músicas», un escenario ideal para el discurso patriótico y los subsiguientes aplausos. La celebración retrató una realidad insoslayable: «La aristocracia del pueblo, con la mejor orquesta, celebraba su baile en un lugar; la segunda música tocaba para el baile de la gente pobre, en lugar aparte». Pero la diferenciación social patentizada en el disfrute y la diversión no paraba ahí: «Los indios mayos, que poca atención prestaron al discurso, celebraron el acto también aparte, con su propia música, cantos y bailes, sin duda contentos de que fuera un descanso para ellos».6 Pese a la tan marcada estratificación social, la imagen de tranquilidad y concordia estaba presente. ES, 23 de junio de 1910, pp. 2-3. ahgs, isges, Ramo Gobernación, junio, 1910, p. 360. 6 Thomas A. Robertson, Utopía del sudoeste, Una colonia americana en México, Los Ángeles, The Ward Ritchie Press, 2a. ed., 1964, p. 189. 4 5
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Incluso poco después de que Francisco I. Madero convocara a tomar las armas —a partir del 20 de noviembre de 1910—, los habitantes de los centros urbanos y aun de muchos poblados rurales no modificaron su dinámica y estilo de vida. Por ejemplo, en la prefectura de San Ignacio, los vecinos de la Hacienda del Carmen solicitaron ante la autoridad local un permiso para efectuar una fiesta que se extendería del 24 al 25 de diciembre. Solicitudes de este tipo se formulaban desde distintos puntos de la entidad, como la petición turnada por pobladores de Bacubirito, del distrito de Sinaloa, para que se les permitiera celebrar una fiesta pública.7 Para estas fechas, las primeras manifestaciones locales de ruptura violenta con el gobierno federal ya estaban haciendo acto de presencia. Los riesgos de estos llamados a la disidencia y la confrontación armada pronto empezaron a aflorar, sobre todo en las zonas apartadas de los principales centros urbanos y asiento de las autoridades gubernamentales, y los temores al respecto se expresaron con mayor nitidez cuando las personas necesitaban desplazarse por las zonas rurales. Como las autoridades estatales no tardaron en recibir las primeras señales de peligro, recomendaron a las autoridades políticas de Cosalá que proporcionaran auxilio para conducir fondos monetarios de Cosalá a Elota y Estación La Cruz.8 Recién iniciaba el año de 1911 y la compañía minera de San José de Gracia solicitó el apoyo gubernamental para trasladar sus fondos a la zona urbana,9 debido a que tenían miedo de padecer un asalto por parte de los grupos sediciosos que ya se desplazaban por la serranía, entre otros rumbos de la geografía sinaloense. En El Quelite, un pueblo cercano a Mazatlán, se generaba miedo entre la población por la posible llegada de rebeldes. Una narración de la psicosis generada fue recogida por la prensa:
ahgs-isges, Ramo Gobernación, enero, 1911, p 18. Ibíd., diciembre, 1910, p. 362. 9 Ibíd., Ramo Gobernación, enero, 1911, p. 244. 7
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ya son muchas las noches que no pegamos los ojos, ya por el simple «borrego» de que los tenemos cerca o por el más mínimo ruido de un sonar de espuelas... últimamente, ya yéndose el día, hicieron su entrada triunfal el Ministro protestante, un agente de tarjetas postales y otras personas que con ellos venían, y aquí precisamente tuvimos nuevamente para morirnos de espanto.10
Por esta misma razón, en marzo de ese año, desde el centro del país, la Secretaría de Comunicaciones le solicitó al gobernador sinaloense otra escolta para custodiar al contratista de correos en su traslado de Badiraguato a la hacienda de Pericos.11 Existen signos evidentes de que los grupos armados que actuaban en la serranía sinaloense y duranguense amenazaban la tranquilidad del estado. Corría todavía el mes de marzo de 1911 cuando un grupo de hombres armados afiliados al maderismo arribó al poblado de Badiraguato y cometió gran cantidad de destrozos, entre ellos, el incendio de la tesorería municipal;12 la población permaneció inerme ante tales acciones. Por su parte, José María Robles, Juan M. Banderas y Ramón F. Iturbe comandaban contingentes rebeldes en el norte de Sinaloa, internándose en una amplia zona colindante con Chihuahua y Durango, donde buscaban adeptos y sometían a los pobladores en las secuelas que arrojaban sus acciones. La situación del resto de la serranía sinaloense no era distinta a la que se presentaba en Badiraguato. Claro Molina y Justo Tirado encabezaban grupos armados que intempestivamente tomaban pueblos en la región montañosa del sur de Sinaloa. Un caso ilustrativo de la alteración de la vida de los montañeses a partir de la llegada de la flama de la revolución se obtiene de las crónicas de una habitante de Ventanas, un rancho ubicado en el municipio de Guadalupe y Calvo en Chihuahua. Debido a que dos personas del lugar 10 ct, 17 de febrero de 1911, citado por Diana María Perea Romo, La rebelión zapatista en Sinaloa, tesis de maestría, Culiacán, uas, 2009, p. 63 11 ahgs-isges, Ramo Gobernación, marzo, 1911, p. 84. 12 Ibíd., p. 97 y 113.
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fueron señaladas y asesinadas bajo la sospecha de tener vínculos con los revolucionarios, todas las familias de Ventanas abandonaron el lugar —a donde muchos volverían tras años de ausencia— por temor a los asesinos de sus paisanos; en su salida contaron con la ayuda de los cientos de alzados dirigidos por Ramón F. Iturbe, quienes los trasladaron a otro pequeño rancho ubicado en una abrupta zona de barrancas dentro de las propiedades de Atanasio de la Rocha, un rico agricultor dueño de grandes extensiones de tierra donde tenía huertas y una considerable cantidad de ganado.13 Por cierto, Atanasio era hermano de Herculano de la Rocha, dueño de minas y uno de los iniciadores de la revolución maderista en Sinaloa. La calma había desaparecido en la parte norte de Sinaloa. Macario Gaxiola capitaneó a un grupo de rebeldes que marchó hacia Los Mochis, particularmente sobre la guarnición militar que protegía este centro poblacional. La rendición de los militares fue precedida por tres días y noches de continuas balaceras que atemorizaron a los habitantes, al grado de que «las familias de americanos que vivían dentro del perímetro de defensa que habían marcado los federales, salieron a refugiarse en las casas de otras familias, que vivían más retiradas». El miedo se apoderó de los habitantes desde antes del inicio de los disparos, tanto así que un joven que iba entre las sombras de la noche a tratar de advertir del peligro a las familias vecinas, vio una hilera de figuras que se movían y esperó una andanada de balazos, pero como los disparos no llegaban, «me asomé otra vez con cuidado, examinando más detenidamente las figuras, hasta que comprendí que era un tendido de ropa sobre un cerco de alambre, y que se movían con el vientecito que soplaba».14 La sensación de inseguridad y el temor traicionaban el sentido de la vista, lo cual era comprensible debido a la magnitud del radio de acción de los grupos armados maderistas en la parte norte y en la serranía sinaloense
13 Víctor Hugo Aguilar Gaxiola, Así se cuenta la historia de hombres y mujeres de la centuria del siglo XX [sic], ponencia presentada al XVI Congreso Nacional de Historia Regional, Culiacán Sinaloa, 11, 12 y 13 de diciembre de 2000. 14 Thomas A. Robertson, op. cit., p. 191.
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colindante con los estados de Chihuahua y Durango, inquietudes que poco a poco se extendieron a los centros urbanos. En Mazatlán y Culiacán la vida transcurría en relativa calma, ya que hacia marzo de 1911, mientras los badiraguatenses padecían la ocupación revolucionaria, la población de la capital sinaloense vitoreaba al jefe militar que desalojó a los grupos rebeldes serranos;15 a su vez, por rumbos del puerto mazatleco, entre las escasas muestras de molestia turnadas a la capital del estado figuró el escrito de Cirilo G. Rivas y Eligio Mora en el que expresaban sus quejas porque el prefecto no les permitía dar serenatas en las calles y plazas públicas.16 Pero esa calma era solo aparente o no era compartida por toda la población. El temor se potenciaba en espacios adonde llegaba una escasa y fragmentaria información de los avances y efectos de la revolución; era propagada redimensionada a partir de comentarios, especulaciones y rumores, que llegaba al extremo de provocar que los habitantes abandonaran sus moradas en busca de sitios «más seguros». Lo anterior se percibe en la narración del ingeniero Luis F. Molina, quien dejó consignado que en abril de 1911 trasladó a su familia a la ciudad de Los Ángeles, California, medida no sólo adoptada por él, sino que: «con nosotros también salieron para Los Ángeles otras numerosas familias, pues consideraban su situación insegura en la capital del estado, dado que la revolución cada día tomaba más incremento».17 A esta ciudad norteamericana llegaron también Francisco Orrantia, el licenciado Barrantes, la señora Redo, entre muchas otras personas. Estas actitudes eran las de una élite invadida por el miedo a la sedición de un «populacho» potencialmente desbordado, es decir, a la posible inversión del orden social y político. Así, esta emigración obedecía a la búsqueda de seguridad personal y familiar, misma en la que —a decir de Jean Delumeau— se basan la afectividad y la moral de las Gilberto J. López Alanís, General Brigadier Miguel Armienta López, Culiacán, Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa, 2004, p. 30. 16 ahgs-isges, Ramo Gobernación, abril, 1911, p. 123. 17 Luis Felipe Molina Rodríguez, El Mundo de Molina, Culiacán, cobaes/difocur/ La Crónica de Culiacán, 2003, p. 105. 15
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sociedades de Occidente, pues la seguridad es un símbolo de vida y, en cambio, la inseguridad símbolo de muerte.18 El temor coyuntural hacía que las élites locales no se sintieran seguras aun encerrando a sus familias y riquezas, atrincherándose detrás de rejas o en sótanos, sin contar con vigilantes para su protección; los levantamientos revolucionarios amenazaban con socavar esos resguardos, de ahí que prefirieran su seguridad personal en lugar de conservar intactos sus intereses económicos y materiales. Es posible que para este sector de la élite sinaloense que abandonó rápidamente el estado de Sinaloa y el suelo nacional, se aplicara la afirmación de Pilar Gonzalbo: «Lo que destruye el placer es doloroso, lo que amenaza destruirlo es terrible».19 O bien —tal como señala Claudia Rosas respecto a los efectos de la Revolución francesa en el Perú—, eran miedos más vitales e inherentes al ser humano, como el miedo a la muerte o el miedo colectivo que abarca por completo a una organización social determinada, generando en ella un clima de zozobra e inseguridad.20 Para enfrentar este crítico panorama de intranquilidad, las instituciones estatales implementaron una serie de medidas de control, vigilancia y fortalecimiento militar; fue así que la Jefatura de Armas de Sinaloa emitió una convocatoria pública para emplazar a los ciudadanos a que voluntariamente prestaran sus servicios en el Ejército federal.21 A pesar de lo anterior y armándose de valor —y quizá porque pensaba que la situación todavía era controlable—, el arquitecto Luis F. Molina regresó a una ciudad atemorizada; y bajo ese mismo estado de ánimo, el gobernador Diego Redo le ordenó que instalara una red de agua oculta para la ciudad desde el río Tamazula, ante la sospecha de que los
Jean Delumeau, El miedo en Occidente, México, Taurus, 2005, p. 21. Pilar Gonzalbo Aizpuru, «Reflexiones sobre el miedo en la historia», en Pilar Gonzalbo Aispuru et al., Una historia de los usos del miedo, México, El Colegio de México/ Universidad Iberoamericana, 2009, p. 21. 20 Claudia Rosas Lauro, Del trono a la guillotina. El impacto de la Revolución francesa en el Perú (1789-1808), Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos/Embajada de Francia/Universidad Católica del Perú, 2006, p. 177. 21 ahgs-isges, Ramo Gobernación, abril, 1911, p. 123. 18
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revolucionarios cortarían el servicio;22 con esta acción el mandatario ya estaba poniendo sus barbas a remojar. Es indudable que ante el posible arribo de los revolucionarios, el temor se incrementaba. Molina señala: Por las noches, mi hijo Luis y yo nos sentábamos en la banqueta y solamente pasaban por ahí muy pocas personas oyéndose de vez en cuando el grito «Centinela Alerta», que daban los soldados que estaban apostados en diferentes lugares de la ciudad.23
Las calles semivacías indican que debido al sobrecogimiento que se experimentaba entre los culiacanenses, el sitio considerado más seguro era el hogar. Durante este acecho a la ciudad, Molina fue testigo de varios de los preparativos e intentos revolucionarios: Al abrir el zaguán me encontré con un individuo que había sido uno de mis trabajadores y venía con el propósito de pedirme consejo de cómo cortar la luz de la ciudad, ya que a él lo habían comisionado para hacer esa maniobra, y no quería hacerlo sin tener mis indicaciones para que él no se expusiera, pues consideraba el asunto peligroso.24
El ingeniero se negó a ayudarlo, pero las visitas siguieron: un carpintero le anunció que en casa del señor Cleofás Salmón iba a realizarse un baile al que acudiría el gobernador Redo, y que por parte de los sediciosos ya se había designado a las personas que apresarían al mandatario para de esa manera facilitar a los revolucionarios la entrada a la ciudad.25 Estas maniobras presagiaban los tiempos venideros. Como cada día la ofensiva revolucionaria adquiría mayores proporciones, el arquitecto Molina comentaba:
Luis Felipe Molina Rodríguez, op. cit., p. 107. Ídem. 24 Ídem. 25 Ibíd., p. 108. 22 23
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mandé poner en el zaguán de mi casa una trinchera de costales llenos de arena; igual cosa hice en las ventanas, mandé hacer una noria para el servicio de WC, porque suponía que faltaría el agua para el servicio de drenaje. Compré una gran cantidad de cajas de agua gaseosa y bastantes comestibles para sostener, en caso necesario, un prolongado sitio a la población.26
Estas narraciones ponen de manifiesto que los espacios libres y ventilados habían desaparecido: el ambiente de guerra había penetrado hasta el interior de los hogares, convertiéndolos prácticamente en trincheras. Pero Molina no pudo consumir ni utilizar los bienes adquiridos debido a que, una vez enterado de que José María Cabanillas y Juan M. Banderas «ardían» en deseos de ponerlo frente a un pelotón de fusilamiento, puso pies en polvorosa y con grandes dificultades llegó a la zona de playa del distrito de Culiacán para intentar hacerse a la mar. El recorrido fue tortuoso en virtud de que los revolucionarios habían recogido casi todos los caballos y solo contaba «con dos caballos casi inútiles y un burro para que llevara el equipaje».27 Su mala estrella se negaba a desaparecer, pues por Altata no pasaba ningún vapor debido a que «el puerto estaba cerrado al tráfico y como prueba de ello, hacía varias semanas que estaba allí una Compañía de Zarzuela que actuaba en Culiacán y dicha compañía estaba en espera de ver cómo salía de allí».28 Finalmente, tras muchas peripecias, pudo ponerse a salvo. Mientras Molina se acomodaba en tierras norteamericanas, el gobierno al que había servido era desplazado. Las nuevas autoridades empezaban sus actividades en medio de un ambiente convulso, y si bien fueron restituidas algunas libertades estas se presentaban con limitantes: ejemplo de ello es que se autorizó que los ciudadanos pudieran reunirse pero sin portar armas de fuego.29 Ibíd., p. 109. Ibíd., p. 113. 28 Ibíd., p. 112. 29 ahgs-isges, Ramo Gobernación, junio, 1911, p. 193. 26 27
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entre la quietud y los temores La población que permaneció en tierras sinaloenses no tuvo mayores padecimientos bajo el gobierno promaderista. Los sinaloenses organizaban la vida en un nuevo contexto social y político, y por momentos el flujo humano no era distinto al de tiempos pasados. A principios de 1912 los empleados del gobierno del estado de Sinaloa —de todos los niveles— no cambiaban su rutina: asistían a sus oficinas de ocho y media de la mañana a doce y media del día, y luego de una pausa para comer en sus hogares regresaban a sus labores a las tres de la tarde para concluir su jornada hasta las seis; solo en casos urgentes estaban obligados a prolongar su horario laboral.30 Por supuesto, para estas personas era difícil asistir a los bailes en honor de los jefes del maderismo sinaloense celebrados en exclusivos recintos de Culiacán donde se homenajeaba a Herculano de la Rocha, Cándido Avilés, Macario Gaxiola y Ramón F. Iturbe, en reuniones amenizadas por la Orquesta Navolato desde las nueve hasta las doce de la noche.31 Sin embargo, esta situación cambiaría en poco tiempo: ya en ciertos sitios de Sinaloa, como las tierras altas y los espacios rurales, rebeldes identificados como zapatistas llevaban a cabo diversas acciones bélicas en contra de las autoridades maderistas, las cuales fueron señaladas por la prensa local como típico bandolerismo: robos, saqueos, abusos y asesinatos. De esta suerte, desde fines de febrero y en el transcurso del mes de marzo de 1912, los habitantes de las pequeñas poblaciones costeras cercanas a Villa Unión se trasladaron al puerto de Mazatlán obligados por los préstamos forzosos y los posibles ataques de los rebeldes.32 En estas fechas había escasas noticias sobre la ocupación de los centros mineros de Pánuco y Guadalupe de los Reyes, al igual que de las sureñas poblaciones de Concordia, San Ignacio, El Roble y El Verde; no poes, 2 de enero de 1912, p. 5 Moisés Medina Armenta, Espacios y formas de diversión durante la Revolución en Culiacán. 1910-1920, tesis de maestría, Culiacán, uas, 2008, p. 118. 32 Diana María Perea Romo, op. cit., pp. 139 y 169-170. 30 31
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obstante, para fines de marzo, las fuerzas de Conrado Antuna, Aurelio Díaz, Antonio Franco y Rodolfo Cárdenas tomaron el poblado de Canelas sin cometer abuso alguno debido a sus lazos con los habitantes. Días después tomaron el mineral de Topia, pero en esta ocasión saquearon las casas y comercios de los potentados del lugar, y parte de este botín fue repartido entre la gente humilde del lugar.33 Las acciones rebeldes subieron de tono y con ello las noticias y peligros se esparcieron por diversos rumbos. El panorama estatal empeoró cuando al mes siguiente numerosos contingentes zapatistas tomaron y saquearon la ciudad de Culiacán durante casi dos semanas. Los rumores —popularmente llamados «borregos»— sobre su proximidad se cumplieron con grandes daños para el comercio local34 y con gran dosis de temor para buena parte de la población —sobre todo para aquella que no se incorporó a los saqueos—, además de la zozobra generada por el tropel de la caballería y las trompetas y las balaceras que se acrecentaban durante la noche. Ante las calamidades y amenazas prolongadas por casi dos semanas, un buen número de personas de holgada posición económica emigraron apresuradamente a Mazatlán. Este hecho fue narrado por la prensa en los siguientes términos: el buque trajo ochenta y tres pasajeros [...] venía atestada [la embarcación] de pasajeros sobre cubierta, en los estrechos pasillos, en los camarotes, a proa y a popa [...] por todas partes se veía equipaje en desorden, mal empacado, como si al ser llevado al buque los propietarios hubieran estado desesperados por abandonar la tierra, donde peligraban, para refugiarse en la cubierta de la embarcación.35
Gabino Martínez Guzmán y Juan Ángel Chávez Ramírez, Durango: un volcán en erupción, México, Gobierno del Estado de Durango/Secretaría de Educación, Cultura y Deporte/fce, 1998, p. 155. 34 Héctor R. Olea, Breve historia de la Revolución en Sinaloa (1910-1917), México, INEHRM, 1964, p. 44. 35 ct, citado por Diana María Perea Romo, op. cit., p. 171. 33
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Si bien el puerto sinaloense era un sitio más seguro debido a los destacamentos militares que lo protegían, esto no era extensivo para todo el sur de la entidad. Bandas armadas merodeaban por rumbo de El Rosario alarmando a sus habitantes y dejando una estela de depredación por donde pasaban. Por eso este fenómeno provocó que varias personas acudieran al cobijo de lo sagrado para buscar protección, como el caso de la ceremonia religiosa en honor de María Santísima, patrocinada por los hijos de Culiacán residentes en esta población (Mazatlán) con el fin de que Dios, por la intercesión de su madre amorosísima, conceda la paz al Estado.36
El clima de violencia que se padecía laceraba la seguridad de los distintos sectores sinaloenses. Uno de estos, muy alarmado, era el de los grandes propietarios rurales, y para aminorar la sensación de inseguridad (personal y material) el gobierno estatal dispuso que podían contar con guardias armadas y pagadas por ellos mismos; otros sectores, en cambio, quedaron en la más completa indefensión. Debido a que varios grupos armados hacían de las suyas en el distrito de Sinaloa, los habitantes de la población de Guasave solicitaron permiso para comprar rifles y parque.37 Sus temores eran fundados: nadie podía asegurarles que los grupos rebeldes serranos no se desplazarían hacia los valles, extendiendo hasta ahí sus violentas acciones. Los que no se escapaban eran los poblados situados en las ya referidas partes altas y apartadas de la entidad, como el mineral de Baromena, que fue objeto de saqueos y agresiones por parte de los grupos revolucionarios, motivo por el cual el gobernador ordenó el traslado del doctor Luis de la Torre para atender a las víctimas del lugar.38
Ibíd., pp. 164-168. ahgs-isges, Ramo Gobernación, abril, 1912, p. 275. 38 Ibíd., junio, 1912, p. 309. 36 37
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Las amenazas cundían por doquier. Previendo lo peor, la delegación de Alemania en México se comunicó con la Secretaría de Relaciones Exteriores para pedir el envío de tropas federales a Mazatlán; ese resguardo militar atenuaría los temores de la representación teutona en la región.39 Y ese interés de los rebeldes en incursionar en los puertos es el que explica que en julio de 1912 los habitantes de Altata intensificaran su demanda de castigo para los revolucionarios Rosendo Niebla y Praxedis Sáinz por los perjuicios ocasionados a sus propiedades.40 Pero no todo era tristeza y desolación, pues el contraste era evidente: mientras los pobladores de Altata «lloraban», los del pequeño poblado de San Juan se presentaban optimistas y gestionaban ante las autoridades en agosto de 1912 un permiso para organizar unas fiestas públicas;41 y al mismo tiempo que en el norte sinaloense —por los rumbos de Ocoroni y Sinaloa— los guardias de la fuerza federal cometían toda clase de abusos contra una población indefensa,42 en el sur de la entidad las festividades no se interrumpieron: la Junta Patriótica de Concordia, por ejemplo, hizo un trámite para llevar a cabo las fiestas patrias.43 Sin embargo la festividad no era lo predominante, y las reacciones entremezclaban varios estados de ánimo: la presencia zapatista y sus contiendas armadas eran vividas de distinta manera por cada habitante, pero su cercanía despertaba siempre incertidumbre, pánico y la búsqueda de refugio incluso en el campo del mito y la leyenda. Sobre esto último conviene destacar lo ocurrido en el poblado de Guasave, donde la prensa consignó la insólita desaparición de la popular y venerada figura de la Virgen de Nuestra Señora del Rosario: supuestamente esta había dejado una nota en la que señalaba que la guerra entre hermanos duraría siete años más, periodo en el que no llovería, y que ella no volvería a su templo hasta que terminara el desorden; la prensa remataba con este Ibíd., p. 315. Ibíd., julio, 1912, p. 370. 41 Ibíd., p. 371. 42 Ibíd., p. 496. 43 Ibíd., septiembre, 1912, p. 454. 39
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comentario: «Esta santa Virgen está disgustada con la revolución, porque los zapatistas, según dicen, le robaron algunas de las alhajas».44 Más allá de que una mano terrenal haya escondido dicha imagen, la nota se refería a lo providencial de la prolongación de la contienda bélica. Pero si solo se pone atención al hecho de la desaparición de la afigie, es de suponerse que esto provocó angustia y desasosiego en la masa de los devotos, todo bajo el auspicio de la vorágine de la revolución. Para finales de 1912 el zapatismo sinaloense ya iba a la baja, mas la tranquilidad solo era una ilusión, ya fuera por las huelgas de mineros en Guadalupe de los Reyes o por la constante amenaza de diversas bandas de asaltantes que atacaban a los pobladores y a las negociaciones mineras de El Rosario y San Ignacio, entre otras.45 Los asaltos eran obra de partidas encabezadas por Juan Cañedo, Juan Estrada y El Panocho, principalmente. A principios de enero de 1913, cerca de medio centenar de hombres asaltaron de nuevo el mineral de Santa Lucía, llevándose dinero, bienes y ropa, e incluso amenazaron con realizar otros ataques en breve tiempo. A raíz del temor que esto sucitó, la prensa de la época aseguró: Algunas familias de este vecindario se preparan para salir y han comenzado hoy a partir para Concordia y otras están mandando sus equipajes pues no quieren volver a presenciar otra trifulca aquí como la pasada después de sufrir las grandes pérdidas materiales que todavía se lamentan.46
La gran inseguridad e incertidumbre obligó a los pobladores de esta zona a elegir salvar sus vidas antes que sus propiedades. Casi al mismo tiempo, un grupo de vecinos de La Concepción, en el distrito de Concordia, abandonó su morada por la falta de garantías. Entre los emigrantes estaban el maestro de la escuela, el jefe de acordadas y hasta el mismo síndico, quien previamente renunció a su cargo; ct, 8 de octubre de 1912, p. 5. ahgs-isges, Ramo Gobernación, enero, 1913, p 244. 46 ct, 6 de enero de 1913, p. 6 44 45
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los asaltantes que los amenazaban se les catalogaba como exzapatistas que regresaban con sed de venganza. El Correo de la Tarde describe así la situación: «Los raptos y asaltos a mujeres abundan, lo mismo que los casos de abigeo. Todos los vecinos andan allí armados con rifles, pistolas y machetes, reinando la ley del más fuerte».47 Es decir, no toda la población rural se paralizaba ante las amenazas y alarmas, sino que emprendían acciones de defensa; y se llegó a decir incluso que «quizá los tímidos o miedosos ven en cada troncón un asaltante», por lo que para poner un alto a tanto rumor se debía «meter a chirona a cada mitotero que sin causa justificada alarme al vecindario».48 Sobre el papel activo para repeler los ataques armados de los facinerosos, la prensa resaltaba la actitud de los pobladores de Badiraguato, así como de los distritos de Sinaloa, El Fuerte y Mazatlán, quienes «cansados de tanta revuelta», habían ofrecido su colaboración con las autoridades estatales para poner alto a tanto abuso con las armas en la mano, en el caso de que sean visitados por alguna partida de bandoleros. Esta espontánea oferta obedece a los «borregos» que se han propalado de que en distintas partes del estado han aparecido revolucionarios.49
Sin embargo no todo eran falsos o exagerados rumores, ni tampoco se presentaba un mismo patrón de comportamiento ante las eventualidades. De eso daba cuenta la prensa local durante la última semana de enero de 1913, al difundir que los habitantes de los pueblos de Chicura, Las Huertas, San Bartolo, San Luis y San Manuel, entre otros, estaban siendo abandonados a causa de los desmanes de las gavillas que merodeaban en la zona sur de la entidad; el centro urbano de El Rosario fue el punto donde buscaron refugio muchas familias. Al respecto, El Correo de la Tarde ironizaba: «Este será un rudo golpe para sus vividores que Ibíd., 8 de enero de 1913, p. 5. Ibíd., 17 de enero de 1913, p. 1. 49 Ibíd., p. 6. 47
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ahora solo tendrán como compañía a [las] manadas de lobos y coyotes que abundan en la sierra».50 Desde luego, no todo lo publicado en la prensa era o se debía a conductas humanas violentas. Por ejemplo, los sinaloenses vivían también acontecimientos poco usuales, pues en febrero de 1913 se sintieron los efectos de un fenómeno natural: «Anoche hizo un frío intensísimo y todavía hoy a las siete de la mañana el termómetro marcaba diez grados centígrados bajo techo; probablemente heló otra vez en los pueblos vecinos».51 Pero este frío no fue lo que impulsó al famoso bandido El Panocho a incendiar el rancho El Apoderado, ubicado en el distrito de El Rosario, sino que eran un acto de depredación que coronaba un fugaz robo. Al parecer, este personaje no actuaba al margen de la convulsión revolucionaria: reportes sobre su persecución señalan que «los bandoleros revolucionarios del célebre cabecilla El Panocho, que tantas vejaciones y asesinatos han cometido en estos últimos días», obligaron a muchas familias de ranchos del sur de Sinaloa a emigrar y concentrarse en Mazatlán por temor a que, ante la ausencia de fuerzas de seguridad, fueran víctimas de asesinatos, robos, asaltos e incendios, como los efectuados por dichos rebeldes en los ranchos de El Pozole y El Apoderado.52 Pero lo que sucedía en estos ranchos ubicados cerca de la parte costera del distrito de El Rosario no era un caso aislado en la zona: los vecinos del puerto de Mazatlán también se alarmaban a raíz de nutridas detonaciones de armas de fuego que se habían efectuado la noche del 21 de febrero en los suburbios de la ciudad.53 Sin embargo, no hacía falta escuchar disparos para que la preocupación de la población se desbordara. La propia prensa hizo un llamado para que las autoridades pongan un freno a tanto borreguero que no cesa de lanzar al público burdas especies, que no hacen más que exaltar los ánimos o Ibíd., 22 de enero de 1913, p. 5. Ídem. 52 Ibíd., 22 de febrero de 1913, p. 6. 53 Ibíd., 25 de febrero de 1913, p. 5. 50 51
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alarmar a los pacíficos vecinos. Dicen, por ejemplo, que los Sres. Gobernadores y prefectos se levantaron en armas; que las armas y el parque han sido acaparados en grandes cantidades en determinados lugares y que en las poblaciones vecinas se reúnen muchos hombres sospechosos que piensan dar un golpe a esta ciudad, y otros mil borregos a cual más de lanudos que no dejan de alarmar a la población.54
Estas actitudes son comprensibles si se considera que la delincuencia o cualquier flagelo social que ponga en riesgo la integridad humana genera miedo es inherente a la naturaleza humana y tiene múltiples rostros, ya que puede ubicarse en los niveles instintivos y puede alterarse si se presentan variaciones súbitas en el devenir de una sociedad, provocando en ocasiones tremenda desazón y angustia.55 Las huidas y los sobresaltos eran también justificables si se toma en cuenta que los conflictos afloraban por todas partes. Sin embargo la vida continuaba, y por ello las autoridades convocaron a quienes estuvieran interesados en prestar el servicio de transporte de correspondencia y demás objetos entre la población de Sinaloa y Estación Bamoa, ubicadas en el centro-norte de la entidad; se estipulaba que el medio a emplearse debía ser el de correos por carruaje y el número de viajes redondos sería de uno diario.56 Pero si existía contiendas armadas en el medio rural y aun así emitían convocatorias públicas a dicho empleo, es de suponerse que el temor impedía que se presentaran aspirantes de manera normal u ordinaria. Temores aún más intensos se expresaban en el niño José María Reyes Flores, quien, cuando escuchaba las intermitentes balas de los «zapatistas» y «gobiernistas» en las inmediaciones de la hacienda de Pericos, se metía debajo de su cama de «mecates», donde pasaba la noche sin Ibíd., 27 de febrero de 1913, p. 3. Fernando Rosas Moscoso, «El miedo en la historia: lineamientos generales para su estudio», en Claudia Rosas Lauro (ed.), El miedo en el Perú. Siglos xvi al xx, Perú, Seminario Interdisciplinario de Estudios Andinos/Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2005, p. 24. 56 poes, 2 de enero de 1913, p. 5. 54 55
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dormir, temeroso de que una bala llegara hasta él o que de un momento a otro un hombre armado traspasara la puerta de su jacal.57 Sin embargo, estas angustias desaparecían al amanecer, luego de una larga noche de desasosiego. También un residente italiano padeció una fuerte impresión, cuando luego de visitar sus propiedades mineras en la serranía sinaloense, regresó precipitadamente al puerto mazatleco porque encontró una gran cantidad de cruces diseminadas en una amplia zona que señalizaban los sepulcros de zapatistas sometidos a juicios sumarios. «Lo que le causó más horror fue contemplar los harapos colgados de algunos [zapatistas], que cual péndulos oscilaban».58 Así, aunque eran los momentos de retirada de la amenaza zapatista, no lo eran del advenimiento de la tranquilidad, ya que la violencia, la inseguridad y el delito seguían lacerando la vida social en la amplia geografía sinaloense. Desde enero de 1913 la sindicatura de Aguacaliente —distrito de Concordia— había venido padeciendo el arribo y asalto de una gavilla,59 suceso nada excepcional si se toma en cuenta que hasta en la cercanía de la capital del estado se sufría el ataque de los asaltantes: durante la última semana de enero de 1913 la gavilla de Darío Medina asaltó Culiacancito, despojando de bienes y dinero a algunos comerciantes, y al momento de abandonar el lugar forzaron a tres pobladores a que colaboraran con sus fechorías.60 Pero la intranquilidad era provocada no solamente por bandoleros, sino también por supuestos guardianes del orden. Tal es el caso ocurrido en febrero de 1913, cuando cuatro rurales arribaron al poblado de La Guásima y armaron un gran escándalo, por lo que fueron detenidos y remitidos a las autoridades estatales; como cuerpo del delito se
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1997.
Entrevista realizada por el autor a José María Reyes Flores el 29 de diciembre de
ct, 20 de febrero de 1913, p. 5. ahgs-isges, Ramo Gobernación, enero de 1913, p. 20. 60 ct, 24 de enero de 1913, p. 1. 58
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presentó una guitarra «que uno de los escandalosos quiso ponerle de gabán a otro».61 Mas esos casos eran minúsculos frente a las amenazas de los bandidos. Por los rumbos de Guasave y Sinaloa se corrían los rumores de que una gavilla merodeaba hacía varios días cerca del poblado de Nío; la prensa recogió la noticia, pero desconocía los fines de este núcleo armado y si estaban cometiendo depredaciones,62 aunque se sospechaba que pudieran tener motivaciones más allá del simple robo. La prensa comentaba así el suceso: Habiendo circulado alarmante noticia acerca de un levantamiento revolucionario por el distrito de Sinaloa, nos dirigimos inmediatamente por telégrafo a nuestro corresponsal en aquella cabecera, preguntándole lo que hubiera de cierto sobre tan alarmantes rumores [...] Celebramos que la noticia haya resultado inexacta y sería de aplaudirse que las autoridades investigaran, en casos como el presente, el origen de tales noticias, castigando a los autores que alarman al vecindario y causan natural inquietud en el comercio y a cuantas personas tienen negocios en el estado.63
También en El Rosario, en la madrugada del 21 de marzo de 1913, irrumpieron sesenta hombres comandados por Inés Osuna. Fue tal el resultado de sus acciones armadas que la prensa señalaba: «Una docena de días después parece que la gente ya empieza a cobrar ánimo, saliendo de sus casas a paseos y diversiones [una de ellas las peleas de gallos]. Ojalá que pronto haya completa tranquilidad».64 Pero esos deseos estaban lejos de cumplirse en el territorio sinaloense, pues apenas se empezaba a recobrar la calma en un punto, cuando en otro la situación se ponía a punto de ebullición: solo unos días más tarde, en El Quelite se presentaron varios enfrentamientos entre las fuerzas federales del 10º Regimiento del Ejército Federal, con su famoso Ibíd., 8 de febrero de 1913, p. 3 Ibíd., 8 de marzo de1913., p. 1 63 Ibíd., p. 2. 64 Ibíd., 3 de abril de 1913, p. 4. 61
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Escuadrón de la Muerte y las fuerzas rebeldes de Juan Carrasco. Como producto de esta contienda los federales tomaron el pueblo; en cambio, los constitucionalistas emprendieron la huida y fueron perseguidos por un contingente. Las noticias sobre este enfrentamiento mencionaban: «el vecindario de El Quelite se salió, temeroso del fuego, pero ha empezado a regresar [...] no han venido carboneros ni leñadores, pues la gente no sale, temerosa de que se le persiga».65 Esto no era privativo de la parte sur de la entidad: la población de El Fuerte se encontraba amagada por los revolucionarios que rondaban en las inmediaciones y el panorama se agravaba por el hecho de que había escasa guarnición, pues los voluntarios de Mazatlán, al mando del capitán Castro, habían salido con destino a Álamos, Sonora. Algo similar ocurría en Los Mochis, ya que un grupo de norteamericanos al arribar a Mazatlán informó que aquel lugar había sido tomado por los revolucionarios; dicha ocupación no fue tan cruenta debido a que, ante la evidente superioridad de los rebeldes, el señor Benjamín F. Johnston, en unión con algunos vecinos, negoció la rendición del destacamento federal. Una vez tomado el poblado por los rebeldes, un extranjero radicado en el lugar comentó: Nosotros [...] no hemos corrido ningún peligro, pues en nada se nos perjudicó [...] mandan esas fuerzas los cabecillas Gaxiola y los Gámez, de Sinaloa. Los arreglos entre federales y revolucionarios no terminaron el sábado, sino hasta el domingo que quedó la plaza abandonada por los rebeldes. No hubo ningún muerto y los heridos no son de gravedad. [Sin embargo] En vista de esta situación muchas familias y comerciantes han emigrado.66
Estas migraciones de la apartada serranía y el campo sinaloense no solamente se realizaban hacia lugares urbanos más seguros, sino también fuera del país. Así, a principios de abril la prensa informaba 65 66
Ibíd., 7 de abril de 1913, p, 1. Ibíd., 8 de abril de 1913, p. 1.
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que la población flotante de Mazatlán se había incrementado considerablemente, pero esta solo estaba de paso, pues este lugar era el principal puerto de embarque para el éxodo; en el vapor Benito Juárez, por ejemplo, numerosas familias de la localidad salieron hacia el extranjero.67 Otros movimientos poblacionales se presentaban en distintos rumbos de la entidad, aunque su destino era mucho más cercano. En la parte sur del distrito de Mocorito, en el pequeño poblado de Calomato —ubicado en el valle de Pericos—, un testigo recordó que ante la proximidad de los revolucionarios, y sobre todo cuando arribaban tropas de Ramón F. Iturbe, se desataba un temor al rapto y la leva, motivo por el cual las mujeres y hombres jóvenes se escondían en un recodo de un arroyo donde se formaba un pequeño islote, y él, siendo niño, se desplazaba hasta allí para llevarles «lonche» diariamente. Por momentos, solo ancianos y niños quedaban en el lugar.68 Este ambiente no impedía que la población continuara con sus actividades habituales: el trabajo, el ocio y el entretenimiento, aunque sazonados con nuevos ingredientes que le proporcionaban otro sabor. Por ejemplo, en el apartado pueblo de Copala, la noche del primer domingo de marzo la tradicional serenata que se disfrutaba en la plazuela fue bruscamente interrumpida por una descarga de disparos que intercambiaban rebeldes constitucionalistas y guardias locales. Del gozo se pasó al pánico generalizado.69 Los sobresaltos y pesares estaban a la orden del día, unas veces provocados por los rebeldes y otras por las autoridades. Una forma pacífica de manifestar la inconformidad contra los abusos era dirigirse por escrito a las mismas autoridades para que aplicaran correctivos, eso hicieron los vecinos de San Ignacio en abril de 1913, debido a que el recaudador de rentas les exigía nuevamente el pago por el solo hecho de no poseer los recibos que acreditaran el cumplimiento de esa obligación
Ibíd., 2 de abril de 1913, p. 1. Entrevista a Manuel Gastélum Cázarez realizada por el autor el 28 de noviembre de 1990. 69 ct, 8 de marzo de 1913, p. 2. 67
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fiscal.70 En momentos en que lo dominante era la hostilidad, la violencia, el temor y los augurios de desgracias, «la solidaridad [se convertía en] una defensa, una protección, un arma colectiva»;71 en este sentido, esta denuncia colectiva constituía un medio de adhesión para enfrentar los abusos de la soldadesca, los rebeldes y los asaltantes. El panorama era variado ya que, en estas mismas fechas las amenazas y problemas eran menores en otros distritos. Para mediados de abril, mientras que en El Fuerte la inseguridad y el hostigamiento eran una constante, reportes oficiales de las municipalidades de Mocorito, Badiraguato y Sinaloa indicaban que el orden y la tranquilidad no se habían alterado.72 La situación era parecida en Culiacán, pero el prefecto Ramón J. Corona citó a los comerciantes con el fin de pedirles su ayuda para formar una guardia nacional que defendiera los intereses de este rubro en caso de ser necesario;73 incluso, pese a que a principios de julio de 1913 merodeaba un pequeño grupo de sediciosos encabezados por Francisco Chico Zazueta, varias familias se desplazaron a Cosalá, desde donde informaron telefónicamente que habían hecho el viaje sin ningún contratiempo.74 Tal parece que lo convulso del momento era preocupante, pero no se percibía como catastrófico. Los rumores y las amenazas armadas no impedían que en áreas costeras y urbanas como Mazatlán se efectuaran actividades sociales. Así que, poco antes de la desesperada evacuación de la muchedumbre de la plazuela de Copala, en el puerto mazatleco se organizaban las ya tradicionales fiestas de carnaval, que contarían con la visita de numerosos turistas que arribarían vía marítima.75 La prensa local destacaba que la visita de los turistas ocurría pese a la crítica situación que se vivía en la entidad, pues no hay que olvidar que en el ahgs-isges, Ramo Hacienda, abril, 1913, p. 553. Roberto Mandrou, Introducción a la Francia moderna (1500-1640). Ensayo de psicología histórica, México, Editorial Uthea, 1962, p. 251. 72 ct, 18 de abril de 1913, p. 6. 73 Ibíd., 22 de abril de 1913, p. 6. 74 Ibíd., 6 de julio de 1913, p. 2. 75 Alonso Martínez Barreda, Relaciones económicas y políticas en Sinaloa, 1910-1920, México, El Colegio de Sinaloa/Universidad Autónoma de Sinaloa, 2005, p. 131. 70 71
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puerto de Mazatlán, debido a su ubicación y su papel estratégico, estaba apostada una numerosa guarnición militar. En resumen, el panorama reinante no llegaba a la consternación generalizada pero el desasosiego era latente, ya que los momentos de paz y tranquilidad escaseaban. Los espacios y momentos de calma estaban colgados con alfileres y un suceso intempestivo podía dislocar esos breves lapsos en que la cotidianeidad estaba dominada por el solaz y lo rutinario. Por lo demás, una extenuante existencia material o un entorno violento e incierto regularmente imponen una larga retracción, «un acondicionamiento diario al que solo los días festivos aportan algún alivio»,76 es decir, las distracciones confortan a un ánimo disminuido o sumido en lo habitual.
los padecimientos continúan Las afectaciones a la tranquilidad ocasionadas por el zapatismo, y en menor medida por el orozquismo, no fueron las primeras ni las últimas. Una vez desatada la contienda tras el asesinato de Francisco I. Madero, los constitucionalistas sinaloenses, con el apoyo de sus similares de Sonora, invadieron el norte de la entidad y sin grandes tropiezos avanzaron hacia el centro, coaligados con núcleos armados locales, así como con los que actuaban en el mismo centro y la serranía. De esta manera, durante la segunda mitad de 1913 los principales sitios que se atiborraron de revolucionarios fueron los del norte de la entidad sinaloense: desde el distrito de El Fuerte avanzaban hacia la capital. Por tal motivo, desde julio de ese año un grupo de chinos radicados en la villa de El Fuerte se trasladaron por tren hasta el puerto de Mazatlán y lo mismo hicieron diversas familias de lugares como Bamoa,77 pues el peligro que se derivaba de los combates ocurridos en el distrito de Sinaloa no les dejaba más alternativa. 76 77
Roberto Mandrou, op. cit., p. 245. ct, 19 de julio de 1913, p. 3.
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Otras personas, que no tenían la posibilidad de viajar, protegieron su vida e intereses de forma más simple. Algunos comerciantes locales, ante el inminente paso avasallador de los revolucionarios, obedecieron con diligencia las indicaciones del prefecto de Sinaloa y cerraron las cantinas de la jurisdicción78 como una medida para prevenir mayores daños a la vida productiva y social de la localidad. Por su parte, los poblados circunvecinos de Mazatlán pronto sintieron los efectos de las revueltas. Para principios de octubre de 1913, ante la presencia de contingentes armados, las autoridades de El Rosario abandonaron el lugar y sus responsabilidades, y la prensa hablaba de que el pánico se había apoderado de los vecinos del lugar y que se vivía un verdadero desorden en las calles.79 Pocos días después estas inquietudes se extendieron hasta las inmediaciones del puerto, donde se rumoraba que «una gruesa partida de jinetes se encontraba en las marismas y naturalmente [...] causando la consiguiente alarma»,80 la cual se incrementaba por algunas detonaciones en El Venadillo. La violenta salida de una columna exploradora integrada por cerca de cuatrocientos infantes y cien hombres de caballería para perseguir y enfrentar a los revolucionarios, produjo una singular expectación en el puerto. Sin embargo, para muchos Mazatlán seguía siendo el lugar más seguro, por lo que varias familias de El Rosario se trasladaron ahí vía marítima e incluso llegaron grupos de personas provenientes de Durango.81 Para estas fechas el panorama político-militar del norte y centro de la entidad cambiaba de manera notoria. Las noticias que llegaban a la capital sinaloense eran preocupantes. Hacia la primera semana de octubre la prensa mazatleca informaba: «grandísima alarma ha causado aquí la noticia de que la Plaza de Sinaloa fue tomada hoy por los revolucionarios, replegándose las fuerzas del Gobierno a Mocorito, de donde tal vez se vengan a esta capital»;82 pero antes de que las fuerzas ahgs-isges, Ramo Gobernación, septiembre, 1913, p. 325. ct, 4 de octubre de 1913, p. 3. 80 Ibíd., 11 de octubre de 1913, p. 1. 81 Ibíd., 13 de octubre de 1913, p. 2. 82 Ídem. 78
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combatientes se desplazaran, lo hicieron varias familias de Mocorito, en tanto que variados personajes culiacanenses, con todo y su parentela, se trasladaban a Altata para embarcarse rumbo a Mazatlán y otros lugares más seguros. Las noticias sensacionalistas llegadas al puerto señalaban: «Culiacán está quedando completamente solo, pues ya todas las familias han salido y las pocas que quedan están por hacerlo».83 Pero no solamente desde la capital sinaloense se desplazaba gente hacia el puerto, sino que también desde la serranía central de Sinaloa «regresaron a esta ciudad los empleados de la Compañía Mineral de Guadalupe de los Reyes, los cuales vienen huyendo de los alzados que entraron en aquella población».84 Los últimos que pudieron salir de Cosalá y sus alrededores lo hicieron acompañados por la guarnición militar ante la superioridad del enemigo y se reconcentraron en Culiacán, punto de escala temporal, para luego trasladarse a otros sitios más seguros. La alarma era tal que el 22 de octubre salieron desde Cosalá cerca de doscientas familias rumbo a Culiacán, realizando el trayecto a pie durante al menos seis días. Otros reportes de Mazatlán informaban que Los pasajeros llegados ayer de Altata nos dicen que se encuentran en aquel puerto algunas familias esperando vapor en qué trasladarse a esta ciudad. Varias de estas familias vienen de Mocorito y Culiacán y algunas de Cosalá. [...] El vapor nacional Herrerías hará viaje a Altata con una misión del Gobierno. En él tomarán pasaje las familias que allá se encuentran esperando vapor.85
Sin embargo, a pesar de que pocas veces se había visto a este puerto tan concurrido, ni siquiera cuando se iba de paseo o a vacacionar, ni ahí se estaba seguro, pues como parte de las hostilidades sobre la plaza de Culiacán algunos grupos revolucionarios se desplazaron hacia AltaIbíd., 20 de octubre de 1913, p. 2. Ídem. 85 Ibíd., 29 de octubre de 1913, p. 2. 83
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ta, «lo que produjo una gran alarma y quedó abandonado. Las familias están refugiadas en las islas cercanas».86 Así, cuando los revolucionarios ocuparon la bahía, el lugar «estaba completamente solo, habiendo como habitantes únicamente tres o cuatro vecinos, los que fueron embarcados en el cañonero Morelos».87 Las nuevas circunstancias en buena parte de la geografía sinaloense eran la escasez, saqueos, ascenso de grupos de sublevados y de bandoleros, aunados al sentimiento de inseguridad, miedo e incertidumbre, que «contribuyeron para que se incrementara el tropel de desarraigados que llegaban a ser [...] uno de los elementos peculiares de los que vivieron marginalmente la crisis revolucionaria».88 Ante este panorama, la movilidad social crecía. Por otro lado, pese a las medidas de defensa que se establecieron en las inmediaciones de Culiacán, la alarma se esparcía sin control. Por ejemplo, el 20 de octubre de 1913 se señaló lo siguiente: «Circuló el rumor de que los revolucionarios habían pedido esta plaza para hoy; [por eso] todos estamos alarmados»;89 sin embargo los rumores se confirmaron el 13 de noviembre, cuando los constitucionalistas se apoderaron de la capital sinaloense. Lo que ocurrió en el puerto de Altata en días previos era parte del desasosiego de una población que ya veía venir a las tropas revolucionarias sonorenses y sinaloenses en pos de la sede de los poderes estatales. El panorama que presentaba la ciudad capital tras dicho acontecimiento fue descrito por Martín Luis Guzmán: Las tiendas saqueadas —rotas las puertas, vacíos los anaqueles— [...] Las casas desiertas, de donde la turba había arrebatado los muebles, sugerían apenas un leve momento de desorden confuso, una arruga pasajera en la trama del vivir social, no la guerra intestina en su máximo desenfreno.
Ibíd., 8 de noviembre de 1913, p. 1. Ibíd., 10 de noviembre de 1913, p. 4. 88 Michel Vovelle, La mentalidad revolucionaria, Barcelona, Crítica, 1989, p. 261. 89 ct, 25 de noviembre de 1913, p. 6. 86 87
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Discurrían por las calles contados hombres y mujeres puestos a la tarea de ganarse la vida en un sitio que apenas se encontraba que comer.90
Esta fuente literaria presenta un panorama similar al mostrado un par de años antes por el ingeniero Molina, pero con tintes más trágicos que seguramente no distaban mucho de la realidad. Los pocos establecimientos comerciales que se salvaron del saqueo —practicado por los dos bandos que se disputaban la ciudad— se negaban a abrir sus puertas, por lo que las nuevas autoridades emitieron un Bando Solemne para que restablecieran los servicios.91 El temor de los comerciantes al parecer estaba justificado, según se puede inferir de una queja interpuesta ante los recién estrenados gobernantes: el chino Antonio Wong expresó su molestia porque las fuerzas constitucionalistas se habían llevado todas las mercancías de su establecimiento.92 El orden y el respeto a la propiedad no eran virtudes de esos tiempos. Según Martín Luis Guzmán, «Culiacán vivía entonces el vacío de una ciudad prácticamente desierta. En pos de los federales habían huido hacia Mazatlán muchas familias, y entre ellas sin excepción, lo más selecto de todas las clases».93 Pero tampoco Mazatlán era un sitio seguro: como el avance constitucionalista no se detuvo tras la renuncia de Huerta y ante el temor de la toma del puerto por los revolucionarios, cerca de cien prominentes pobladores abandonaron Sinaloa por vía marítima. Otro sitio muy dinámico de embarque fue el puerto de Altata. Algunos potentados que no habían alcanzado a salir en aquel momento optaron por esconderse y en semanas y meses posteriores abandonaron sigilosamente la entidad. Y es que las amenazas constitucionalistas se transformaban en hechos tangibles: poco antes, en Culiacán, el general Ramón Iturbe había incautado propiedades y desterrado a más de 150 personas. Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, México, Compañía General de Ediciones, Col. Ideas, Letras y Vida, 1966, p. 106. 91 ahgs, isges, Ramo Gobernación, noviembre, 1913, p. 370. 92 Ibíd., p. 371. 93 Martín Luis Guzmán, op. cit., p. 128. 90
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El fragor que alcanzaba la lucha armada en la entidad provocó que un importante número de propietarios y comerciantes salieran huyendo, unos por sus claras filiaciones porfiristas o huertistas y otros solo por salvar sus vidas. Se calcula que poco más de cuatro mil personas abandonaron Sinaloa entre mediados de 1911 y principios 1913 con destino a California, Arizona y, en menor medida, al occidente mexicano.94 Este éxodo era tan considerable que un buen número de propiedades quedaron en el abandono, por lo cual a mediados de 1913 el gobierno constitucionalista creara la Oficina de Bienes de Ausentes del Estado para recomponer la menoscabada economía estatal y aminorar la escasez de alimentos, que era el principal clamor de la población sinaloense. Hubo otros que, si bien no abandonaron la entidad, sí buscaron afanosamente un refugio que les proporcionara la seguridad perdida. Varios de estos casos se presentaron en la parte norte: a fines de noviembre de 1913 la prensa daba a conocer que, como en El Fuerte no había ya ningún revolucionario, «las familias empiezan a llegar [de] donde se encontraban refugiadas [...]; muchas de ellas estaban concentradas en Los Mochis, sitio donde los artículos de primera necesidad no escasean».95 Este comportamiento era obvio para comerciantes y hacendados del lugar víctimas de persecución y despojo, por lo que su mejor opción fue buscar asilo entre sus amigos de la colonia norteamericana allí establecida, ya que era regularmente respetada y menos asediada. Un integrante de la familia Robertson relataba:
Uno de esos casos fue el de Antonio Díaz de León y su familia, que llegaron a Manzanillo procedentes de Mazatlán con una gran cantidad de maquinaria para fabricar puros, cigarros, jabones y chocolates, así como equipo de imprenta y litografía. Las autoridades de Sinaloa intentaban su aprehensión y la confiscación de sus bienes por su apoyo al huertismo, por lo que se solicitó el apoyo de sus similares de Colima para la detención y el regreso del industrial con todo y maquinaria. Así, el gobierno constitucionalista de Colima intervino dichos bienes, impuso una contribución extraordinaria y encarceló al industrial y sus hijos, pero no fueron enviados de regreso a Mazatlán. Aun más, ante la insistencia de las autoridades de Sinaloa, se les liberó y se les otorgaron facilidades para que la fábrica y la imprenta funcionaran en Colima. Datos sobre este proceso se encuentran en el Archivo Histórico del Estado de Colima, legajo 851, 1914. 95 ct, 28 de noviembre de 1913, p. 3. 94
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Don Patricio Quiñónez y su esposa vivieron en nuestra casa varios meses, como también la familia de Dámaso Rentería, con sus hijos José, Dámaso hijo y su hermana Guadalupe. Perdieron sus siembras, su ganado, las mercancías de sus tiendas; todo lo que no pudieron acarrear con ellos.96
Mientras tanto, en la parte sur de la entidad la inquietud y el temor seguían presentes. Si la asechanza a la ciudad continuaba, ¿qué panorama podía encontrase en el ámbito rural y puntos menos resguardados militarmente? Desde principios de noviembre, las maestras de las escuelas foráneas de Mazatlán no dudaron en suspender sus labores y refugiarse en el puerto, sin importarles mucho que el Ayuntamiento les rebajara el sueldo por abandono de labores.97 La decisión de refugiarse en Mazatlán se debía a que era la guarnición militar más fortalecida por los huertistas, de ahí que los alarmantes rumores esparcidos en el vecino puerto de San Blas de que había sido tomada a sangre y fuego por los revolucionarios98 estuvieran alejados de la realidad, aunque los hostigamientos armados se realizaron días después de que Culiacán cayera en poder de los constitucionalistas. Tan seria era la amenaza sobre este puerto sinaloense que, a fines de ese mes de noviembre, la asociación de Hijas de María invitó a los fieles a una misa por la paz que se celebraría a las 6 de la mañana en la capilla de «María Milagrosa».99 Como puede notarse, los temores y la desesperación fueron producidas por la vorágine de la contienda armada. En suma, si bien la oleada revolucionaria no dejó una estela de destrucción y muerte de grandes proporciones, sí desquició la vida de la población local ocasionando fugas intempestivas de familias que dejaron a la deriva sus propiedades, así como la rutina y la tranquilidad hogareña, mientras otros perdieron el fruto de su trabajo y sus ganancias, viendo cómo quedaban en suspenso sus deseos de progreso y enriquecimiento.
Thomas A. Robertson, op. cit., p. 193. ct, 6 de noviembre de 1913, p. 1. 98 Ibíd., 10 de noviembre de 1913, p. 6. 99 Ibíd., 27 de noviembre de 1913, p. 4. 96 97
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Para los que permanecieron en el lugar, aparte del temor por su vida, el sustento era una preocupación constante, no así para los triunfantes revolucionarios que —instalados en las casas de prominentes personajes de la economía y la política local— se alimentaban de forma espléndida y hasta organizaban cenas y bailes de navidad para codearse y admirar a las bellas jovencitas, cuyos padres tuvieron que vencer el temor y la repulsa para acompañarlas a los convites.100 En términos generales, el escenario que reinaba en Culiacán a fines de 1913 era el siguiente: «La desolación, pavorosa en el día, pero semioculta entonces bajo el manto admirable de una naturaleza rica y desbordante en pleno invierno, se alzaba durante la noche del fondo mismo de las sombras, invisible y real, imponderable e inmediata».101 La desolación y las carencias en la capital alcanzaron tal proporción que fue necesario nombrar comisionados para que recorrieran toda la zona de la costa —sobre todo El Dorado— para localizar y obtener el mayor número de mercancías.102 Los derechos de propiedad individual estaban suprimidos de facto y las medidas unilaterales, como los préstamos forzosos o la incautación de bienes y mercancías, ya casi eran prácticas cotidianas; por ello, en 1913 importantes casas comerciales cerraron sus puertas como lo habían hecho en 1911, cuando el conflicto revolucionario inició en la entidad.103 Las medidas señaladas eran más drásticas para quienes no manifestaban su adhesión al recién instaurado gobierno constitucionalista. No finalizaba aún 1913 cuando el director político de Elota ordenó un reconocimiento de todas las siembras realizadas por personas que se creía o sabía manifestaron su adhesión al huertismo.104 Se hostigó también a personajes como Francisco Izábal, del distrito de Culiacán, y a Buenaventura Casals, de Mocorito, entre otros; para abogar por ellos, Martín Luis Guzmán, op. cit., pp. 127-133. Ibíd., p. 110. 102 ahgs-isges, Ramo Gobernación, diciembre, 1913, p. 388. 103 Al respecto véase Mayra Lizzete Vidales Quintero, Comerciantes de Culiacán. Un proceso de transición 1900-1920, tesis de licenciatura, Culiacán, uas, 1993, pp. 97-105. 104 ahgs-isges, Ramo Gobernación, diciembre, 1913, p. 390. 100 101
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sus vecinos enviaron misivas a las autoridades en las cuales hacían constar la neutralidad política de dichas personas.105 Otro de los medios más bruscos para que los bienes cambiaran de manos fueron los repentinos saqueos a comercios practicados por las tropas, lo cual incrementaba el problema de escasez de mercancías, uno de los padecimientos más graves de la población local. Estos se agravaron aún más a partir de 1914, pues los establecimientos bancarios paralizaron sus actividades en Sinaloa: los créditos y préstamos dejaron de fluir y los otorgados se volvieron de hecho incobrables e impagables.106 Por tanto, recobrar la tranquilidad y normalizar la vida en las áreas dominadas por los revolucionarios no era nada sencillo. Además, la situación variaba de lugar en lugar, ya que si bien para la segunda semana de enero de 1914 algunos comerciantes de Topolobampo que habían abandonado sus negocios tras la toma revolucionaria volvieron a sus actividades, sitios como Cosalá seguían prácticamente abandonados pues la mayor parte de su población se encontraba en Culiacán y en el mineral de Guadalupe de los Reyes; ante tal situación «la Prefectura y demás ramos de la administración rebelde» se trasladaron a Guadalupe de los Reyes iban en busca de sus «gobernados».107 En lo concerniente a Mazatlán, la vida transitaba entre los tímidos preparativos del carnaval de febrero de 1914 y el esmero por ampliar y perfeccionar las obras de defensa ante un posible asalto por parte de las fuerzas revolucionarias que acechaban en la zona. Las tertulias no desaparecían como tampoco los cultos religiosos que, con el fin de implorar la paz, se consagraban a San José en la iglesia del mismo nombre.108 Pero más allá de las dinámicas cotidianas del puerto mazatleco y las expectativas en su devenir —al figurar como el bastión y refugio de las fuerzas huertistas en el estado—, el panorama que vivía la entiIbíd., p. 391; y enero, 1914, p. 427. Véase Antonio Quevedo Susunaga, La banca en Sinaloa, de la Revolución a la Gran Depresión: el papel de los establecimientos y casas bancarias (1910-1934), tesis de maestría, Culiacán, uas, 1993, pp. 70-72. 107 ct, 20 de enero de 1914, p. 1. 108 Véase, ct, 17 de enero de 1914, p. 1; 19 de febrero de 1914, p. 1; 9 de marzo de 1914, p. 4; y 10 de marzo de 1914, p. 3. 105
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dad se tornaba caótico. Esto era más evidente en los lugares apartados de la capital, donde la autoridad se presentaba con su peculiar actitud. Los ecos de los abusos llegaban hasta la prensa: en enero de 1914 informaban que a las autoridades de Culiacán se les había reportado que el síndico de Aguacaliente, en Concordia, imponía préstamos forzosos a la población.109 La cercanía de los revolucionarios, que se desplazaban desde Sonora y daban arremetidas por la serranía colindante con Durango, conducía a que se emprendieran este tipo de acciones a fin de mantener un orden trastocado por los constitucionalistas; en pocas palabras, los préstamos forzosos eran medidas precautorias para enfrentar a un contingente armado que —la simple lógica así lo indicaba— en poco tiempo estaría tocándoles la puerta. Tal escenario no tardó en presentarse con todo su dramatismo. Una vez que las tropas constitucionalistas se desplazaron desde Culiacán para extender su dominio hacia el sur de la entidad y traspasar las fronteras estatales, a principios de mayo de 1914 apareció el biplano Sonora bajo el mando de los altos militares constitucionalistas con el objetivo de vencer las fortificaciones federales sobre el sitiado puerto de Mazatlán; pero el día 6, por error o accidente, esta aeronave dejó caer una bomba en el centro de la ciudad provocando cuatro muertos —dos niñas, una mujer y un hombre—, así como varios heridos. Este suceso motivó que algunos cónsules gestionaran ante el general Álvaro Obregón la suspensión de dichas acciones.110 Al tiempo que se atendió la petición de los funcionarios extranjeros, también se intentó normalizar el funcionamiento de la estructura de la vida local. Es por eso que para fines de mayo de 1914 quedó establecido el servicio de correos en distintas poblaciones de la entidad: existían administraciones en Ahome, Badiraguato, Culiacán, Choix, Concordia, Cosalá, Copala, Escuinapa, Elota, El Fuerte, Guasave, Guadalupe de los Reyes, Los Mochis, Mocorito, Mochicahui, Pánuco, Quilá, El Rosario, ahgs, isges, Ramo Gobernación, enero, 1914, p. 426. Luis Antonio Martínez Peña, «Cuando la muerte nos cayó del cielo», en Memoria del IV Congreso de Cronistas e Historiadores de Sinaloa. Muerte, panteones y ritos funerarios, Culiacán, Crónica de Sinaloa/difocur, 2004, pp. 59-60. 109 110
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San Blas, San Ignacio, Sinaloa, San José de Gracia, Topolobampo y Villa Unión; y existían además agencias en Altata, Navolato, Pericos, Hacienda La Constancia, Bamoa, Guamúchil, El Dorado y Venadillo.111 Y no solo este tipo de instancias se pusieron a funcionar: la presencia de una epidemia de viruela en el sur de Sinaloa hizo que se subsidiara a la junta de sanidad del distrito de Mazatlán y que se financiara la creación de un lazareto.112 Otro tipo de epidemia que se desató en estas tierras fue la de los matrimonios entre militares constitucionalistas y damitas sinaloenses: recién llegados a la entidad, decenas de ellos tramitaron las dispensas legales para contraer nupcias. Entre los jóvenes maridos figuraban Ramón F. Iturbe, Juan José Ríos y Ernesto Damy, por citar algunos. Era un breve lapso en el que las perturbaciones, las presiones y los temores de la guerra habían bajado de tono, así que era también un momento propicio para dar un paso de esa naturaleza.
un pequeño remanso en medio de la tormenta En 1915 las batallas más cruentas tenían lugar en buena parte del país tras el enfrentamiento entre constitucionalistas y villistas, y Sinaloa no era la excepción. Aquí, sin embargo, los combates se libraban fuera de los núcleos poblacionales más importantes, de suerte que la zona norte y la montaña se convirtieron en el escenario de las confrontaciones. Los oleajes revolucionarios golpeaban intermitentemente estos lugares, obligando a muchas personas a cambiar sus prácticas ordinarias y, por ende, a padecer continuos sobresaltos. Tal fue el caso del pequeño ganadero Salomé Galaviz, empleado de Benjamín Jonhston, quien, para proteger sus intereses, dejó de pastorear su ganado entre Bachoco y las marismas, refugiándose con su partida de reses en la península de Ajoro, ubicada entre las bahías de San Ignacio y Topolobampo.113 poes, 28 de mayo de 1914, p. 4. ahgs-isges, Ramo Fomento, junio de 1914, p. 597. 113 Thomas A. Robertson, op. cit., p. 167. 111
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Por su parte, Thomas Robertson comentó ante el inminente arribo a Mochicahui de los contingentes mayos alzados en armas: «Me encontré por el camino cientos de familias, unas a pie, otras en carritos, carruajes o en caballos, mulas, burros, acarreando con lo poco que podían, huyendo casi sin saber para dónde».114 Mientras tanto Los Mochis lucía semidesierto, pues la mayoría de los vecinos se había trasladado a poblados en las inmediaciones del río Sinaloa. No obstante, el peligro no solo provenía de los indígenas insurrectos, sino también de los constitucionalistas que fijaban contribuciones extraordinarias de guerra a comerciantes y hacendados y condenaban a muerte a quienes incumplían. Por tal motivo, los miembros de la familia Rentería, de Los Mochis, «pasaban su tiempo escondidos en sus huertas o en el campo, ocultando también sus mejores bestias de silla».115 Pero no todo eran éxodos y balas. El gobernador provisional del estado, Manuel Rodríguez Gutiérrez, decretó que la cerveza era una bebida embriagante, por lo cual los negocios de esta bebida quedaban sujetos al pago de impuestos y para su apertura debían cumplir con los requisitos que marcaban las leyes vigentes en materia de expendios de licores.116 Así pues, el consumo de licores sufrió cambios por el influjo de la Revolución, tanto así que la mañana del 14 de julio de 1915 las cantinas de Culiacán amanecieron con sus puertas cerradas hasta caer la noche;117 esta medida se extendió a otros puntos de la entidad y permaneció vigente por varios meses. Lo anterior no implicaba que el goce y la recreación desaparecieran, ya que en medio del conflicto —si bien había bajado de tono aún laceraba ciertos sitios de la entidad— el jolgorio era impulsado por las autoridades revolucionarias. Eso se manifestó en las fiestas patrias de Independencia de 1915, cuando la junta patriótica auspiciada desde el poder local configuró un programa de eventos para la noche del 15 de septiembre, en el que se incluía una velada literario-musical en el TeaIbíd., p. 208. Ibíd., p. 210. 116 poe, 26 de febrero de 1915, p. 1. 117 Ibíd., 15 de julio de 1915, p. 8. 114 115
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tro Apolo, acto presidido por el gobernador del estado y otras autoridades civiles y militares; a la mañana siguiente se realizó una función de matiné en el mismo teatro, ya por la tarde el público se deleitó con el desfile de carros alegóricos y por la noche se efectuaron dos serenatas con banda, una en la plaza Constitución y otra en la plaza Rosales.118 Las expresiones de alegría o beneplácito público estaban muy ligadas a los poderes establecidos; por ejemplo, con motivo de la noticia del reconocimiento de las autoridades estadunidenses al gobierno constitucionalista de Carranza, las campanas de las iglesias de Culiacán fueron echadas al vuelo, los militares y algunos particulares recorrieron las calles tocando dianas y alegres marchas y, como corolario de tan entusiasta manifestación, la noche del 20 de octubre se efectuó una amena serenata en la plaza Constitución.119 Los actos cívicos se siguieron repitiendo. En 1915, con motivo de la proximidad del 20 de noviembre, se constituyó en la capital sinaloense otra junta patriótica. Producto de las actividades programadas, la prensa calificó los festejos como suntuosos. Entre los eventos realizados por la guarnición de la plaza no podía faltar el izamiento de la bandera en medio de salvas y marchas de la banda, y la participación del general José María R. Cabanillas y el coronel Maximiano Gámez, así como la de los alumnos de la Escuela Industrial Militar. Ese mismo día, a las cuatro y media de la tarde, doce niñas ocuparon distintas plateas del Teatro Apolo, representando con sus vestimentas a la Patria, el Ejército, la Constitución, la Ciencia, las Artes, la Industria y el Comercio.120 Ya por la noche, cuando las campanadas del reloj daban las nueve, las señoritas y los caballeros concurrieron al baile en los salones de la Sociedad Mutualista de Occidente, asistiendo lo más selecto de la sociedad y del Ejército. En general, la prensa consignó que durante el día y la noche de ese 20 de noviembre, el entusiasmo en todas las clases sociales fue inusitado Ibíd., 9 de septiembre de 1915, p. 4. Ibíd., 21 de octubre de 1915, p. 5. 120 Ibíd., 18 de noviembre de 1915, p. 1. 118
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y que el teatro, los paseos públicos y los salones de la Sociedad Mutualista se vieron muy concurridos.121 Pero no todo eran actos públicos y oficiales, pues los militares constitucionalistas seguían ligándose con las familias culichis. Cuatro días después de los festejos patrios, en la casa marcada con el número 90 de la calle Libertad, en la ciudad de Culiacán, se desarrolló una alegre fiesta: el mayor Eleno Figueroa engrosaba la lista de los militares desposados al contraer nupcias con la «virtuosa y distinguida» señorita Francisca Flores Lozano. Curiosamente la prensa señalaba que en el festejo se había tomado chocolate.122 Más allá de las bodas de los militares, los actos cívicos se intensificaron. A finales de 1915 tuvieron lugar los festejos en conmemoración de aquel 22 de diciembre de 1864, día de la Batalla de San Pedro en la que participó el general Antonio Rosales, vencedor de los franceses. Como parte del programa festivo, a las seis de la mañana se izó la bandera en los edificios públicos saludada con salvas y repiques. Las bandas marciales y de música recorrieron las principales calles de la población; además las autoridades civiles y militares, empleados públicos y particulares, alumnos y profesores, gremios y corporaciones, se reunieron frente al palacio municipal para rendir honores y tributos. La fiesta cívica concluyó con una invitación para que los vecinos adornaran el frente de sus casas y por la noche acudieran a los actos programados en el Teatro Apolo.123 Meses después, al presentarse el día de la bandera de 1916, la junta patriótica organizó una velada más en este teatro. Dicho evento fue presidido por el gobernador del estado, acompañado por el comandante militar de la plaza y el presidente municipal; en este acto las localidades presentaron un lleno completo. 124 Con lo expuesto queda claro que el ocio, la diversión y el esparcimiento jugaban un importante papel dentro de la vida local. Mas había otros hechos entre serios, bizarros y curiosos que ocurrían en la geoIbíd., 21 de diciembre de 1915, pp. 2 y 5. Ibíd., 25 de noviembre de 1915, p. 8. 123 Ibíd., 21 de diciembre de 1915, p. 8. 124 Ibíd., 24 de febrero de 1916, p. 8. 121
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grafía estatal. Por ejemplo, hacia mediados de la segunda década el prefecto interino del distrito de Mazatlán decretó que en la municipalidad quedaba prohibida la exhibición de filmes cinematográficos en cuyo argumento aparecieran los mexicanos como de nivel moral inferior a los extranjeros, y quien exhibiera ese tipo de cintas sería multado con cincuenta pesos.125 Esta medida no se limitó al mencionado puerto, sino que se extendió por toda la entidad: una semana después el prefecto del distrito de Concordia tomó la misma medida de prohibición126 y semana y media después Candelario Elenes, desde su cargo de prefecto del distrito de Badiraguato, también se sumó.127 Cinco años más tarde, en Concordia seguían prevaleciendo estas normas.128 Esta suerte de nacionalismo se siguió manifestando de diversas maneras. En Concordia, la planta de profesores y los alumnos de las escuelas Benito Juárez y Josefa Ortiz de Domínguez contribuyeron monetariamente con la intención de reducir la deuda interna nacional.129 Pero las autoridades locales de ese tiempo también se preocupaban por otros asuntos. En el presupuesto de egresos de Concordia, por ejemplo, se contemplaban treinta pesos mensuales para subvencionar al director de la banda municipal, quien tenía la obligación de entonar una serenata pública todos los domingos, con una duración de dos horas.130 Mientras tanto, en la municipalidad de Escuinapa a los músicos les cayó la tasa impositiva, ya que se estableció que los órganos, fonógrafos y acordeones deberían pagar una cuota de entre cincuenta centavos y dos pesos cada vez que tocaran, esta contribución amparaba su labor de seis de la mañana a diez de la noche, en el entendido que si lo hacían fuera de ese rango pagarían otra cuota.131 Hacemos mención de todo esto para destacar que, después de 1915, se presentó una aparente disminución de los sobresaltos y tensiones en Ibíd., 7 de mayo de 1915, p. 1. Ibíd., 27 de abril de 1915, p. 1. 127 Ibíd., 7 de mayo de 1915, p. 1. 128 poges, 12 de febrero de 1920, p. 1. 129 poe, 10 de junio de 1916, p. 8; y poe, 13 de junio de 1916, p. 8. 130 poges, 15 de febrero de 1919, p. 1. 131 Ibíd., 27 de febrero de 1919, p.1. 125
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la sociedad local. Al tiempo que hubo un proceso de adaptación a estos años aciagos, la intensidad de la contienda también bajó sensiblemente, lo que generaba nuevas percepciones. Llegaban tiempos mejores para experimentar el gozo y adquirir más certidumbre, lo cual no implicaba la desaparición de las inquietudes, las cuales posiblemente se desplazaban por aguas más subterráneas.
un breve recuento y reflexión Los sinaloenses observaron muestras inequívocas de la presencia de la revolución y su predominio en el orden público. Las altas llamas provocadas por los revolucionarios al incendiar la fábrica textil El Coloso, el departamento de azúcar del ingenio La Aurora y los cañaverales de El Dorado,132 en el centro de la entidad, pueden leerse como la simbolización de la muerte de un orden político. La población de Culiacán captó la imagen de los maderistas, zapatistas y constitucionalistas que, en medio de una gran polvareda, se aposentaron en la capital del estado en diversos momentos. Pero, igual o más que la vista, el oído fue un sentido que movió la sensibilidad, los impulsos y las conductas de los habitantes. Durante los primeros y convulsos años de la contienda bélica, hubo un hecho que alcanzó gran significación: el rumor de una revolución que como torbellino arrasaba todo. Escuchar las ráfagas de los enfrentamientos, el «¡Quién vive!» o el comentario de boca en boca —ya fuera real, conjeturado o inventado— sobre el desenlace de los sucesos revolucionarios, dio pie a reacciones instintivas, fugaces, abruptas o resignadas, ante un mundo incierto y sin pautas para avizorar el porvenir. Si todo desconocimiento de la realidad genera un estado de inseguridad que se traduce de inmediato en miedo o temor, al iniciarse la coyuntura Al respecto véase Alonso Martínez Barreda, «Nuevos empresarios de la Revolución mexicana en Sinaloa», en Arturo Carrillo Rojas et al., La Revolución en Sinaloa, Culiacán, cobaes, 1994, p. 81. 132
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del oleaje revolucionario se alteró la fisiología de los individuos, generándose tensión o explícitamente miedo;133 e incluso esto desembocaría en angustia, ya que, según Jean Delameau, el miedo difiere de la angustia porque el primero se origina con respecto a lo conocido o identificado, mientras que la segunda se gesta ante lo desconocido o lo ambiguo.134 Al margen de lo anterior, si se parte de que las manifestaciones del miedo están íntimamente ligadas a la subversión del orden, de la armonía o, en este caso, del equilibrio en el plano político y de la paz social, esto generaría un sentimiento de inseguridad aunado a la ansiedad, de la cual, al presentarse súbitamente, brotaría también el miedo o hasta el pánico.135 Así, la Revolución en tierras sinaloenses fue un fenómeno que provocó, en el primer lustro, diversos sobresaltos en buena parte de la sociedad. Los saqueos, incautaciones, levas, raptos y agresiones físicas fueron los infortunios que acompañaron a las primeras percepciones de una inminente incursión armada en las distintas poblaciones. No se necesitaba observar a los contingentes armados o estar en medio de la llama revolucionaria para padecer su iracundo accionar; el simple augurio, rumor de su proximidad o paso por la zona desprendía calor y humo que sofocaba a los sinaloenses. A estas alturas vale aclarar que este caso difiere —en su origen y composición— del llamado Gran Pánico analizado por George Lefebvre en ciertas zonas rurales durante la Revolución francesa: aquí no fue un falso rumor sobre el inminente arribo de bandidos ni un complot aristocrático que provocó reacciones y comportamientos colectivos como la solidaridad y la organización popular, y tampoco potenció una inclinación al torrente de la revolución.136 Los sucesos presenciados en suelo sinaloense generaron temores y tensiones que muchas de las veces fueron constatados antes de ser referidos oralmente. Se trató, en este sentido, de Fernando Rosas Moscoso, op. cit., p. 24. Ibíd., p. 25. 135 Ibíd., pp. 24-25. 136 Cfr. George Lefebvre, El gran pánico de 1789. La Revolución francesa y los campesinos, Barcelona, Paidós, 1986. 133
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una realidad anunciada y palpable que creó un marcado sentimiento de inseguridad, el cual en ocasiones se acompañó de estados de paroxismo en el que cayeron mujeres y hombres de todas las edades. En fin, la población vivió y sufrió la Revolución como actora y espectadora. Si bien el contacto con este fenómeno ocurrió a través de las irrupciones de los diversos contigentes armados y de las medidas tomadas por las autoridades o jerarquías militares en turno, sus secuelas y efectos se experimentaban con antelación mediante las percepciones del momento, como el miedo y el avizoramiento de un acontecer plagado de incertidumbre. En otras palabras, aunque la contienda bélica no se hiciera presente en el conjunto de las localidades sinaloenses, su fantasma flotaba en el ambiente al menos durante el lapso más álgido del conflicto. Este elemento es de valorarse para dimensionar la presencia de la Revolución dentro de la sociedad local, ya que muchas de las veces una emoción, un sentimiento, una realidad perturbada o un factor inconsciente son de gran importancia para explicar las acciones o comportamientos humanos. En síntesis, la Revolución se tocó con los sentidos: fue padecida y experimentada. Asimismo, tanto la parte racional como los deseos e instintos llevaron a un buen número de sinaloenses a sumarse a un bando contendiente y a que muchos otros abandonaran sus lugares originales de residencia, o bien, optaran por una tenue resistencia y otras veces cayeran en el clamor desesperado y el desconsuelo. La Revolución se vivió a flor de piel.
VI. Economía y vida cotidiana En Sinaloa, 1910-1920
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Los estados de Nayarit, Sinaloa, Sonora y las Bajas Californias —situados en la costa del Pacífico— constituyen el noroeste geográfico del país. Sinaloa, nuestro espacio de estudio, se encuentra en las faldas de la Sierra Madre Occidental, colindando al norte con Sonora, al este con Chihuahua y Durango, al sur con Nayarit y al oeste con el Océano Pacífico; de norte a sur sus once ríos (desde el río Fuerte hasta el Baluarte) lo dividen en dos zonas geoeconómicas: los altos y el valle. A principios del siglo XX, en la zona de los altos, la minería, el pequeño comercio, la agricultura de temporal y de autoconsumo eran las principales actividades de los distritos de Badiraguato, San Ignacio, Concordia, Sinaloa, Cosalá, Mocorito y El Rosario; mientras que en el valle, que comprendía los distritos de El Fuerte, Mazatlán y Culiacán, gracias a sus propicias condiciones —además del ferrocarril y el transporte marítimo— se habían consolidado tres importantes polos de desarrollo: la industria, la agricultura y el comercio. Para 1910 la división política de Sinaloa estaba conformada por los diez distritos mencionados, que eran administrados por un prefecto designado por el gobernador Francisco Cañedo, y representaban la base social en la que el general desplegaba su control político. Dicha estructura político-administrativa se modificaría solo hasta 1915, cuando se conformaría los municipios. No obstante, la nueva división política no modificó los intereses de la élite. Sinaloa, al igual que Sonora, se había desarrollado de forma aislada sobre todo por razones geográficas, ya que estaba separada de los estados del noreste por la valla natural de la Sierra Madre Occidental y por la falta de un ferrocarril que lo articulara con el centro del país, lo 187
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cual ocurriría hasta 1927, cuando el tendido del camino de hierro atravesó Plan de Barrancas, en Nayarit, para comunicarse con la ciudad de Guadalajara.1 Para antes de 1909, el único acceso al estado de Sinaloa eran sus puertos, principalmente los de Mazatlán, Altata, Robalar y Topolobampo, y a partir de ese año la llegada del tendido ferrocarrilero del Sud Pacífico hasta la ciudad de Culiacán se convirtió en la columna vertebral de las actividades económicas con los mercados fronterizos de Estados Unidos. Según el novelista Martín Luis Guzmán: Los comerciantes de Arizona comprendieron que la revolución los enriquecería y se aprestaron desde el primer momento a satisfacer muchas de nuestras necesidades. Los de Nogales nos equipaban para la vida y la muerte; igual nos daban vino que se consumía en las fiestas oficiales de la Primera Jefatura que los tiros con balas de acero o expansivas para nuestras pistolas, situación que garantizó el traslado de ganado y productos agrícolas a mercados estadounidenses.2
En las regiones del noreste y occidente, los ferrocarriles fueron controlados por diversas fuerzas rebeldes que, hasta cierto punto, obstaculizaron el desarrollo comercial del país, pues solamente las regiones costeras podían garantizar las exportaciones e importaciones. Sin embargo, en el noroeste hubo una importante movilidad de mercancías, tanto en el mercado interregional como con Norteamérica y Europa —Sinaloa en especial tuvo una estrecha relación con la frontera del vecino país del norte. Así pues, tanto el transporte marítimo como el ferrocarrilero posibilitaron el comercio y el movimiento de tecnología, lo cual consolidó un circuito natural con el circuito estadunidense —que los inversionis-
1 Alonso Martínez Barreda, Relaciones económicas y políticas en Sinaloa, 1910-1920, Culiacán, Colegio de Sinaloa/uas, 2005, p. 24. 2 Martín Luis Guzmán, «El águila y la serpiente», en Antonio Castro Leal, La novela de la Revolución mexicana, México, sep, 1960, t. i, p. 289.
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tas supieron aprovechar—, generando así una importante circulación de dólares y billetes mexicanos de las diversas facciones revolucionarias. Otros medios que impusieron importantes cambios en la vida económica fueron los tendidos de líneas telegráficas y telefónicas, pero fue la introducción de la energía eléctrica la que generó nuevos patrones sociales en la vida cotidiana y, al mismo tiempo, creó condiciones más favorables para el desarrollo industrial, minero y comercial.
población y economía, 1910-1920 Para 1910, los ocho principales estados del norte del país concentraban a 2 507 062 habitantes de un total nacional de 15 160 407, lo cual representaba el 16.53 %.3 De estos estados Sinaloa ocupaba el quinto lugar, ya que contaba con 323 642 habitantes, de los cuales 49.35 % eran hombres y el resto mujeres —de la población masculina, el 35.14 % eran menores de edad y un 30.50 % de la femenina—. Asimismo, a inicios del siglo xx el 40.06 % de los hombres y el 49.48 % de las mujeres eran solteros, y solo el 14.38 % de los varones y 13.96 % de las mujeres eran casadas.4 Asimismo, los estados del noroeste registraban, una baja densidad poblacional: un habitante por kilómetro cuadrado en Baja California Sur, cuatro en Sonora, siete en Baja California Norte, catorce en Sinaloa y cuarentaiocho en Nayarit. Por su parte, cerca de 108 171 sinaloenses conformaban la Población Económicamente Activa (pea), 104 466 de los cuales eran hombres; el 59.30 % laboraba en actividades agrícolas, un 15.18 % en la industria de la transformación, un 20.68 % se distribuía en la minería, el transporte y las comunicaciones y solo un 4.84 % se dedicaba al comercio.5 Luis Aboites Aguilar, Norte precario: poblamiento y colonización en México, 17601940, México, El Colegio de México, 1995, pp. 101-102. 4 inegi, Estados Unidos Mexicanos. Cien años de censo poblacional, México, inegi, 1996, p. 99. 5 Mario Alberto Lamas Lizárraga, Sinaloa y el entorno geográfico durante el Porfiriato en Sinaloa, Culiacán, iies/uas, núm. 12, 1997, p. 12. 3
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A inicios del movimiento maderista, los diez distritos de Sinaloa se componían por 3605 localidades urbanas y rurales. No obstante, solo las seis localidades urbanas tenían un 15.73 % de la población (50 941 habitantes), mientras que las rurales concentraban 272 701 habitantes, es decir, el 84.26 %; en tanto, la pea era de 108 171, mientras que la inactiva era de 215 471 individuos. Asimismo, en Sinaloa había 70 850 personas alfabetizadas y 156 412 analfabetas; 316 899 dominaban el español y 6743 alguna lengua indígena.6 Ahora bien, si desde el periodo de gobierno del general Francisco Cañedo Belmonte (1876-1909) los diez distritos que estaban conformados por ciudades, villas y haciendas habían tenido un ascenso poblacional, con la Revolución este crecimiento no se modificó: para 1921, a pesar del conflicto armado, el incremento poblacional ya era mayor, lo cual nos indica que en Sinaloa el movimiento armado no causó tantas bajas como se ha creído. La mayor parte de dicha población vivía en el campo, y las ciudades más pobladas eran Culiacán, Mazatlán y El Fuerte. Es decir, aun cuando las principales estadísticas oficiales marcan una baja en la producción a nivel nacional, así como más de un millón de muertos en la década de la guerra civil, ello no es suficiente para determinar que hubo una gran crisis, paralización de la economía y gran mortandad en todo el territorio mexicano: Sinaloa y Sonora fueron una excepción.
6
Ibíd., p. 96.
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Población en Sinaloa y Sonora 450 000 400 000 350 000 300 000
P. Sinaloa
250 000
P. Sonora
200 000 150 000
pea Sinaloa
100 000
pea Sonora
50 000 0
1900
1910
1921
1930
Si para 1910 la pea en Sinaloa era de 108 171; para 1921, año en que culminó el conflicto armado, sería de 117 543, registrándose un incremento de 9372. Es decir, a pesar de las muertes ocasionadas por la lucha y las enfermedades, la composición del sector laboral no se vio afectada de forma considerable, ya que el porcentaje de hombres y mujeres del grupo de edad de 15 a 40 años era superior a finales de la Revolución.7 La explicación es una alza del índice de matrimonios y nacimientos, así como de la migración del centro y el sur del país —las zonas de mayor conflicto— a la región del noroeste y en particular a Sinaloa.
7
inegi, op. cit., p. 51.
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Población en Sinaloa 400 000 350 000
P. Urbana
300 000
P. Rural
250 000
P. Activa
200 000 150 000
P. Inactiva
100 000
Alfabetas*
50 000 0
Analfabetas 1910
1921
1930
una economía impulsada por el ferrocarril y el barco A nivel nacional las empresas henequeneras, petroleras, algodoneras, garbanceras y azucareras (con excepción del estado de Morelos) no fueron afectadas ni destruidas por la rebelión armada de 1910, pues los jefes revolucionarios —al aplicar subsidios de guerra, confiscaciones de bienes temporales e impuestos— resguardaron las actividades productivas y garantizaron su funcionamiento. Al contrario de lo que sostiene la mitología popular, basada más en presupuestos ideológicos que en datos empíricos, la Revolución no destruyó la industria mexicana ni mandó al exilio a los notables del Porfiriato para que jamás volvieran.8 La industria nacional, principalmente las grandes empresas que contaban con recursos financieros y políticos
Stephen H. Haber, «La economía mexicana, 1830-1940; obstáculos a la industrialización (ii)», en Revista de Historia Económica, Standford, Stanford University, año viii, núm. 2, 1990, p. 356. 8
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para protegerse, salió indemne, alcanzando una producción similar a la del Porfiriato una vez que finalizó la lucha armada. La década anterior al estallido de la Revolución, Sinaloa fue escenario de la concentración de agua y tierra. Bajo el amparo de las medidas de deslinde y colonización emitidas por el gobierno federal y el local, se expidieron los permisos para la explotación de dichos recursos a las siguientes empresas:9 Compañía Colonizadora Albert K. Owen (1886), Hacienda Hermanos Almada y Socios (1889), Compañía Carlos Conat (1890), Sinaloa Land and Water Company (1902), Alejandra Vda. de Redo (1904), Sinaloa Land Company (1904), Pacific Land and Water (1908), La Prosperidad Colony Company (1909), Culiacán Colonización Company (1909) y La Colorada Land Company (1910).10 Los industriales que salieron del estado a causa de la incertidumbre generada por el movimiento maderista y a quienes se les había confiscado los bienes, en 1913 ya habían retornado y se habían movilizado para defender sus intereses y continuar con sus actividades económicas. Y es que si bien durante el movimiento carrancista las reglas del juego habían cambiado al desplazar a esta élite del poder político, se buscó mantener cierto equilibrio de poder con dichos actores. Esta situación se entiende en la medida en que la vieja oligarquía porfirista, que siguió controlando el poder económico, permaneció también en el aparato municipal y en las diversas cámaras.
culiacán y mazatlán: entre balas y vida cotidiana Durante la década de 1910 a 1920 hubo diversiones como el teatro, el cine, las peleas de gallos, los circos, las corridas de toros, los carnavales y la exhibición de películas, por ejemplo, para una población culiacanense Alonso Martínez Barreda, «Sinaloa Land Company, S. A.», en Gilberto López Alanís (comp.), El Porfiriato en Sinaloa, Culiacán, difocur, 1991, pp. 99-107. 10 Ídem. Esta empresa monopolizó tierras y agua en la margen izquierda del río Tamazula, y gran parte de esas propiedades fueron compradas por el general Juan Carrasco en el periodo revolucionario. 9
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que si bien no se incorporó al movimiento armado, le tocó vivir parte de sus consecuencias. Las exhibiciones cinematográficas se presentaban generalmente en teatros y respondían a los intereses especulativos de sus propietarios, aunque también se realizaban en espacios públicos como la plazuela, en las que se orientaban a la beneficencia pública.11 En el teatro Luna, propiedad de los empresarios Juan N. Tamayo y Jesús de la Vega, con frecuencia se presentaban funciones de cine alternadas con espectáculos de variedades, para lo cual se contrataba el conjunto musical Cuarteto Soler, que ejecutaba lo mismo melodías que pequeñas obras o sketches.12 Para 1912, debido al auge cinematográfico, se constituyó una nueva empresa bajo la razón social de Compañía Cinematográfica, con un capital social de 5000 pesos, siendo su principal socio el general Ramón F. Iturbe.13 Sin embargo, en el mes de mayo de este mismo año las tropas zapatistas perpetraron un fuerte saqueo en Culiacán, por lo que la situación para las empresas teatrales (Allende, Palatino, Apolo, Luna), así como para el comercio, se tornó difícil. Por otra parte, en marzo de 1913 el teatro Apolo exhibió un filme que había tenido mucho éxito en el país: La Decena Trágica. Ante el deseo del público por enterarse de los hechos bélicos en el país, posteriormente se proyectó La toma de Ciudad Juárez, gracias a la cual los empresarios obtuvieron grandes ganancias. Cabe destacar que el teatro Apolo fue importante durante el periodo revolucionario, pues además de representarse ahí obras dramáticas funcionó como escenario de eventos políticos. En lo que respecta a comodidad, este recinto contaba con áreas destinadas para degustar cervezas, helados, refrescos y servicio de repostería.14 Moisés Medina Armenta, Espacios y formas de diversión durante la Revolución mexicana, 1910-1920, tesis de maestría en Historia, Culiacán, uas, 2008, p. 142. 12 Ídem. 13 Arturo Carrillo Rojas et al., La Revolución en Sinaloa, Culiacán, cobaes, 1994, p. 89. 14 Moisés Medina Armenta, op. cit., p. 151. 11
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Los años posteriores marcaron buenas condiciones para varias actividades, entre ellas las veladas literarias. Ya para 1913 la estabilidad social de Culiacán permitió la apertura de los comercios y centros de entretenimiento; en esta época arribó a la capital sinaloense la pareja de artistas denominada los «fantoches humanos»: Turich y Raquito. Otras diversiones para los habitantes de Culiacán eran las carreras de caballos y las peleas de gallos; las primeras se realizaban en la calle 2 de Abril los domingos, en las fiestas de algún santo o en las ferias, mientras que las peleas de gallos se efectuaban en el palenque Café América.15 Además había corridas de toros, circos, billares, juegos de azar, beisbol, frontón, entre otras distracciones. Los partidos de beisbol se llevaban a cabo en los terrenos de la plazuela Rosales —escenario de encuentros de los equipos de Mazatlán y Culiacán—,16 así como en los campos de la Culiacan Electric Company y en los de La Vaquita.17 Moisés Medina Armenta ha señalado que además del beisbol uno de los deportes preferidos por los pobladores de Culiacán y El Fuerte era el frontón (o como se le denominaba entonces, «juego de la pelota»), diversión que, al igual que otras, motivó quejas de la élite, que exigía a las autoridades la construcción de salones especiales; la demanda fue atendida, y se construyó uno en la calle Zaragoza de Culiacán, mientras que en el distrito de El Fuerte también hubo locales apropiados.18 Durante el carnaval, fiesta importante en la vida de los culiacanenses, los distintos sectores sociales participaban de diversas maneras en la organización y las votaciones para las candidatas a reina. Para febrero de 1911, antes de la primera toma de Culiacán por los rebeldes, fueron organizadas dos carnestolendas por el Colegio Civil Rosales y por la Sociedad Mutualista —que aglutinaba a diversos obreros—,19 en las que ambas instancias buscaban tener la mayor representación; para ese año la reina del carnaval que representó al Colegio Civil Rosales fue Armida Salazar. Ibíd., p. 162. Alonso Martínez Barreda, op. cit., p. 116. 17 Moisés Medina Armenta, op. cit., p. 168. 18 Ibíd., p. 170. 19 Ibíd., p. 108. 15
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Antes de la fecha de celebración, los carros alegóricos recorrían las calles de Culiacán rompiendo con la monotonía y mostrando una gama de coloridos trajes, haciéndose acompañar por músicos.
la gente que vivió la revolución en mazatlán A dos meses de la toma de Culiacán, las fuerzas revolucionarias comenzaron a llegar desde la sierra y el valle para concentrase en los límites de la capital, mientras que los mazatlecos, como si fuera un eco del levantamiento, se preparaban para iniciar el carnaval. Así, a principios de marzo las calles del puerto, que habían sido decoradas tanto por las autoridades como por los habitantes, fueron transitadas por enmascarados desde muy temprano hasta el mediodía, para luego asistir a la gran audición que presentaba la Banda del Quinto Batallón en la Plaza Machado, sitio donde hubo combates con confeti y serpentinas hasta las once de la noche. Como se puede inferir por ese derroche de alegría, el levantamiento que las fuerzas revolucionarias realizaban para destituir al gobernador Diego Redo tenía sin cuidado a la mayoría de los pobladores. Debido al incremento de actividades comerciales en el puerto, así como el constante arribo de turistas nacionales y extranjeros, los propietarios de coches de sitio solicitaron a la prefectura del distrito la autorización de nuevas tarifas, proponiendo que el precio del periodo normal cambiara durante las fechas de carnaval, los días 15 y 16 de septiembre y el primero de enero.20 Por otra parte, las familias de la alta sociedad se resistían a participar en los festejos, a diferencia de los miembros de la clase media, los trabajadores y gente sin recursos, quienes celebraban bajo los efecto del alcohol y a veces se enfrentaban en riñas callejeras. Las madres pudientes ponían a sus hijas a rezar el rosario y cerraban las ventanas cerradas para que no escucharan los gritos y obscenidades de los borrachos o los ct, Mazatlán, 30 de marzo de 1911, p. 4. Durante el día y hasta las doce de la noche, la tarifa sería de 1.50 pesos, con excepción de los días festeivos estipulados, en los que sería de dos pesos. 20
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vieran orinando en la vía pública. Por esta razón el gobierno cañedista pugnó por que los gastos y la organización del carnaval quedaran en manos de los notables para que, a través de la Junta Patriótica, convirtieran al carnaval en algo del agrado de las familias de «buena» reputación; es decir, que el carnaval también estuviera bajo el lema de Paz y Progreso y así la clase social baja no alterara el orden. Esto último era difícil, ya que había venta y consumo de cerveza en las calles, así como pleitos dentro y fuera de las cantinas21 y en otros lugares de entretenimiento y los pocos guardias de seguridad no podían cubrir todas las zonas en que constantemente se encendían los focos rojos. En los primeros cinco meses de 1911, antes de la toma de Culiacán y de diversos operativos de las fuerzas rebeldes, se manifestó un gran flujo en la actividad comercial en Mazatlán, a donde arribaban barcos nacionales y extranjeros,22 manteniendo el circuito comercial con importaciones23 y exportaciones24 a través de las principales casas alemanas, españolas, chinas y mexicanas.25 Cuando los revolucionarios entraron al puerto mazatleco en 1912, se acordó que a los abastecedores que quisieran sacrificar ganado para 21 Ibíd., Mazatlán, 30 de marzo de 1911, p. 1. En la nota roja se publicó que hubo una riña al interior de la cantina La Colmena. 22 Limantour, City of Panamá, San Juan, Bonita, General Rosales II, Iturríos, City of Sinney, Admiral Fourrchon, Curazao, Transit, Perú, Suez, etcétera. 23 Queso, frutas, papel higiénico, garbanzo, ferretería, cajas para calzado, máquinas, cables, suelas, accesorios para dibujo, vidrio, aceite, leche, féculas, cemento, tabaco y maíz. 24 Café, tabaco, tomate, cianuro, piedra mineral, limones, tecomate, chilpitín, concentrado mineral, palo de brasil, ixtle, pescado, tambos de hierro, maquinaria moderna, aletas de tiburón, cobre, hule, barras de plata, alfalfa, entre otros. 25 Díaz de León, Rafael Millán, Montero Sucesores, Elorza y Cía., Antonio de la Peña, Fojo Hermanos, F. Goodchild, Fundición de Sinaloa, Melchers Sucesores, Luis Reynaud, Francisco Echeguren y Cía., Compañía Minera de Pánuco, Compañía Ferrocarril Sud Pacífico, Compañía Industrial y Agrícola, Manuel V. Fontón, J. Elorza y Cía., Alejandro Loubet, Wholer Bartning Sucesores, G. R. Douglas, Justo Ornelos, Banco Occidental de México, Faustino Machado, Linga y Cía., Minera de Guadalupe de los Reyes, Juan Jiho, Juan Maximín, Joaquín Milán, Hernández Mendía Sucesores, Cervecería del Pacífico, Compañía Maquinaria de Singer, J.C. Barajas, Careaga Hermanos, Herrera y Cía., Manuel P. Rodríguez, E. F. Botts Golschmidt, Antonio Espinoza de los Monteros, P. G. Whilhelmy, Luang Son Chong, Manuel Somellera, Finningan Export y Felton Hermanos.
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expender no se les cobrara impuestos sobre el derecho por degüello26 con la condición de que no elevaran los precios. Pese a la toma del puerto, en diciembre la población sinaloense siguió con sus actividades rutinarias. Los comercios promocionaban una variedad de artículos extranjeros y nacionales en oferta debido a la constante competencia; asimismo, el teatro Rubio anunció en su cartelera la exhibición de películas como Novios a su pesar, Mudanza Modelo, Un viaje en trasatlántico, La llegada del 8º Batallón y La triunfal entrada de Madero a México; y durante los días siguientes, como parte de una velada literaria, se exhibieron La exposición de Tarín y La flota francesa en Portugal, repitiéndose Novios a su pesar27 debido a la gran aceptación que tuvo y anunciándose de nuevo para el jueves 19 La triunfal entrada de Madero a México. En este contexto, puede afirmarse que la economía estatal siguió siendo atractiva para las inversiones extranjeras y locales y que a partir de 1913 Sinaloa experimentaba una recuperación de la producción minera, industrial y comercial. Como consecuencia, la vida cotidiana se normalizaba: las actividades sociales, políticas y culturales son muestra de ello, y si bien se manifestaba cierta escasez de algunos productos estos eran inmediatamente importados.28 Al observar la vida cotidiana de la época, es difícil comprender el comportamiento de los habitantes de las zonas urbanas en pleno conflicto armado. Los principales polos del desarrollo sinaloense (Mazatlán, Culiacán y El Fuerte) se caracterizaron por la normalidad de sus actividades productivas y sociales, las cuales solo de vez en cuando eran interrumpidas por la lucha armada. Durante el carnaval, la población mazatleca y los turistas convivían en el Paseo Olas Altas y disfrutaban el desfile de carros alegóricos con la
ct, Mazatlán, 8 de junio de 1911, p. 8. Ibíd., Mazatlán, 8 de diciembre de 1911, p. 8. 28 Ibíd., Mazatlán, 1913. En este periódico se registró una serie de inserciones diarias que anunciaban las ofertas de productos, así como los adquiridos en la semana por los comerciantes del puerto. 26 27
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reina, sus princesas y el rey feo;29 mientras tanto, la compañía cervecera Pacífico aprovechaba para publicitar sus diversas marcas. Transcurrido el desfile, la población se abocaba a disfrutar del mar, descansando en palapas a la orilla del malecón o recostados en la arena o bien disfrutando de un buen baño; asimismo, los concurrentes consumían cerveza Pacífico, Eureka, Carta Blanca, Saturno y Bohemia, las cuales disfrutaban al compás de la banda sinaloense. Pero no todo fue diversión, ya que la lucha entre los constitucionalistas y las fuerzas federales hicieron acto de presencia. Controlada la capital sinaloense por los rebeldes, los federales buscaron refugio en Mazatlán —último bastión huertista—, pero ya los esperaban ahí las fuerzas de Juan Carrasco y Ángel Flores, por lo que hubo varios combates en Quilá, Abuya, La Cruz y Piaxtla, obligando el repliegue de los militares, quienes finalmente se embarcaron para retirarse de la entidad. Si bien es cierto que Mazatlán estuvo resguardado por el cañonero Guerrero, también lo es que fue bombardeado por el aeroplano Sonora; pero antes de ese ataque a las fuerzas federales, se buscó que tanto los extranjeros como los connacionales no fueran afectados, permitiéndoles que se refugiaran en una zona neutral en el lado sur del muelle —al extremo oeste de la calle Reforma, incluyendo la Isla del Crestón— decretada por Álvaro Obregón.30 Al tener controladas las principales entradas al puerto, los revolucionarios establecieron un cobro aduanal por algunos artículos provenientes de otras regiones, implementándose las siguientes tarifas: por una carga de maíz, veinte centavos por cada gallina, veinticinco centavos por carga de leña, un centavo por cada huevo, así como cincuenta centavos por persona que entrara o saliera.
Arturo Santamaría Gómez, El culto a las reinas de Sinaloa y el poder de la belleza, Culiacán, uas/codetur/cobaes, 1997, pp. 149-151. Acerca de la elección de las reinas, el autor señala que al emparentarse las familias de los Coppel y los Rueda, formaron una dinastía que duró cien años; esto inició en1913, cuando Elena Coppel Rivas y Tomás Rueda fueron la pareja real. 30 Secretaría de Relaciones Exteriores, exp. 17-5-117; ct, 9 y 12 de mayo de 1914. 29
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Sin embargo, mientras en diversos sitios había enfrentamientos entre los revolucionarios y las fuerzas federales, las actividades comerciales y de entretenimiento no detenían su dinámica. Por ejemplo, en tanto algunos comerciantes se abastecían de productos para el fin de año, otros, aparte de surtirse, se abocaban a la ampliación de sus capitales. El comerciante Guillermo Haas, propietario del negocio Nuevo Mundo, en diciembre de 1912 invirtió parte de su capital en la construcción del hotel Central y así poder atender la demanda turística de fin de año.31 Otra de las particularidades del puerto de Mazatlán, aparte de sus actividades económicas, fue la variedad de las actividades recreativas: funciones de cine y teatro, bailes, el carnaval, corridas de toros, peleas de gallos, entre otras, que mantuvieron a la población entretenida y no permitieron que los enfrentamientos en las zonas serranas y en los límites de la ciudad afectaran la cotidianeidad social y cultural. Aun en los años de más efervescencia armada el puerto continuó en forma casi normal. Para 1913, tanto la población mazatleca como los militares acuartelados realizaban los preparativos para la tradicional fiesta del carnaval, a la que llegarían más de ochocientos excursionistas32 por ferrocarril y transporte marítimo; esto último redundó en un auge de las actividades comerciales y en la captación de recursos financieros por parte del municipio. La utilización del ferrocarril, que estaba bajo el mando militar revolucionario, permitió la movilidad de numerosas personas de distintas partes del estado sin problema alguno. En enero de 1914 la empresa del teatro Rubio, con el fin de garantizar una continua programación de películas en sus funciones, recibió un cargamento de cincuenta rollos cinematográficos por medio del vapor Benito Juárez.33 Para febrero de 1914 la empresa de teatro Tívoli Mazatleco, propiedad de F. Peña y Herrera, programó el debut del dueto Turich y Raquito, debido a la buena aceptación que ya había tenido. Estas funciones Alonso Martínez Barreda, «La revolución en Sinaloa y su impacto en Mazatlán», en Arturo Carrillo Rojas y Guillermo Ibarra Escobar (coords.), Historia de Mazatlán, Mazatlán, H. Ayuntamiento de Mazatlán, 1998, p. 299. 32 Ibíd., p. 301. 33 Ibíd., p. 302. 31
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hacían olvidar las pugnas políticas y militares, pues eran un escape a la incertidumbre. Para continuar con el entretenimiento de la sociedad, para marzo se anunció una competencia entre los siguientes teatros: el Hidalgo, con la presentación del dueto Descardeti; el Tívoli, con Higares Novelty; y el Rubio, con los Hermanos Belda. Para abril hubo tres funciones populares de cine, presentando las películas Higares Novelty, Les Cido y Magda, con un costo en luneta de sesenta y veinte centavos en galería, satisfaciendo así a todo tipo de espectadores;34 y en el mismo mes, la empresa de teatro había programado varias funciones: en la semana del 17 al 22 las obras presentadas fueron Magda, Huelga trágica y La piedra de sir Arthur; la semana del 23 al 28 de junio continuó con otros grandiosos estrenos: La pesadilla del crimen y El vengador, las cuales fueron del agrado del público.35 En general, estos espectáculos propiciaban un clima de despreocupación ante los esporádicos enfrentamientos armados. Aparte de la continuidad de las funciones de películas, obras teatrales y presentaciones de artistas en diversos horarios, se realizaban constantemente otros entretenimientos como peleas de gallos en El Mesón de la Luz y las famosas novilladas en la plaza Toros Rea, las cuales eran organizadas por los abastecedores de ganado y los militares.36 Al igual que el teatro Rubio, el casino Mazatlán también ofrecía una serie de variedades artísticas, matinés y veladas literarias, a las cuales asistía gente de todas las clases sociales. En este contexto, la prensa jugó un importante papel en la difusión de actividades productivas, culturales, sociales y políticas; en este espacio público se realizaba distintas opiniones de los problemas de los tres órdenes de gobierno. Por otro lado, con los constantes permisos otorgados por la dirigencia revolucionaria en los puertos de El Robalar, Altata, Topolobampo y Mazatlán, arribaron con regularidad algunos vapores para dejar Ídem. Ídem. 36 Ídem. 34 35
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y recoger azúcar, alcohol, garbanzo y pieles, de las sociedades Redo y Compañía, The Almada Sugar Refineries Company, United Sugar Company, Blas Valenzuela y demás comerciantes de Culiacán y del norte del estado. Con las garantías que los dirigentes revolucionarios otorgaban a los notables, fue posible el incremento de las inversiones. Aun cuando los conflictos militares estaban a la orden del día, las actividades de los ciudadanos y del gobierno continuaban su curso cotidiano; por ejemplo, había erogaciones de recursos para la atención de la salud, particularmente para el combate de la viruela. En este sentido, el gobierno del estado retomó las propuestas del prefecto del distrito de Mazatlán para la construcción de un edificio que albergara a la Cruz Roja, constituyéndose una mesa directiva integrada por inversionistas locales.37 En suma, los caudillos mostraron interés por evitar que los disturbios afectaran a las empresas y al comercio. Para finales de enero de 1914, los comercios alemanes fueron cerrados por sus propietarios, pero no por la situación social, sino para festejar el cumpleaños del emperador germano con eventos como baile, box, lucha, natación y otros a los cuales concurrio gran parte de la población mazatleca.38 Al mes siguiente, las fiestas continuaron en los diversos sectores, pero ahora para conmemorar el 5 de febrero; asimismo, por esos días la población inició los preparativos del carnaval, gracias a lo cual se produjo un importante repunte del comercio.
37 ct, Mazatlán, 15 de octubre de 1913. Dicha mesa directiva quedó integrada por Francisco Urreolegoitia, Guillermo Haas, Porfirio Saavedra, Perfecto A. Bustamante y José H. Rico, entre otros. 38 Ibíd., 28 de enero de 1914.
VII. ALCOHOL, POLÍTICA, CORRUPCIÓN Y PROSTITUCIÓN EN EL SINALOA POSREVOLUCIONARIO félix brito rodríguez
Aunque algunos historiadores han definido el derrocamiento de Porfirio Díaz y a la década subsecuente a la guerra civil con el epíteto de «la Revolución social», solo en años recientes los estudiosos del tema han destacado las dimensiones sociales y culturales de la Revolución mexicana en la producción historiográfica. Uno de tantos tópicos notablemente ausente en la historiografía contemporánea han sido las implicaciones sociales y políticas de la leyes antialcohol. Alan Knigth ha argumentado de forma persuasiva que la prohibición formó parte del desarrollo ético de la mayoría de los revolucionarios asociados con la facción del constitucionalismo. Sinaloa se encuentra entre las diversas regiones donde los efectos de la prohibición del alcohol aún no han sido estudiados. La clase dirigente revolucionaria sinaloense, así como muchos hombres y especialmente mujeres,1 consideraron la prohibición del alcohol como la llave para transformar los atrasos económicos y sociales de la población. Incluso algunos gobernantes pensaron que el progreso del estado se lograría mediante una combinación de reformas legales y morales, junto con la construcción y consolidación de instituciones como escuelas y 1 Acerca de la relevante participación femenina en la lucha antialcohol, Enriqueta de Parodi, delegada de Sonora en el Consejo Consultivo Antialcohólico, decía lo siguiente: «Y es la mujer la que, consciente del deber que tiene de aportar su entusiasmo en esta obra regeneradora de la raza, valientemente se enfrenta a ella, con la seguridad de vencer, aunque para lograrlo sacrifique parte de aquel tiempo que hasta hoy dedicó a sus distracciones, o a otras labores de menos valor en el balance social... Por todas estas razones, la mujer mexicana a la altura de su responsabilidad, ha contestado al llamado del Departamento de Salubridad, ofreciendo su valiosa aportación en esta cruzada contra el vicio. Cruzada que estamos seguros no será un lírico alarde, sino una tangible realidad que se traducirá mañana en una raza fuerte...», ds, Mazatlán, 22 de enero de 1936.
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asociaciones cívicas. En su ideal de desarrollo, algunos gobiernos posrevolucionarios intentaron controlar el uso del alcohol para suprimir la pobreza y el atraso social. Fue así como el discurso oficial posrevolucionario etiquetó el alcohol como una toxina social dañina para la familia. La prohibición del alcohol era parte del discurso estatista de modernización, pues representó una tentativa de crear condiciones de trabajo justas y mejorar la vida familiar. El régimen posrevolucionario convirtió en criminal el consumo de bebidas embriagantes: se pensaba que el beber dañaba a la familia, principalmente a las mujeres y niños, que dependían económicamente del salario que el padre proveía al hogar. Pero además de los prejuicios económicos, los sectores moralizadores de la sociedad asociaron el consumo de bebidas con la degeneración de la raza.2 La concepción del mejoramiento racial relacionado con los programas de salud estatales se apoyó en la autoridad científica de la genética que se encontraba en auge a partir de inicios del siglo xx y se consideraba podía conducir al progreso o decadencia de las naciones. La eugenesia —relacionada estrechamente con el racismo y con la concepción de la degeneración de las clases bajas, ideologías ampliamente establecidas en las últimas décadas del siglo xix y principios del xx— fue tomada en consideración por el naciente Estado posrevolucionario para el establecimiento de las políticas sanitarias. La doctrina eugenésica cobró fuerza a principios de la década de los años treinta, fundándose el 21 de septiembre de 1931 la Sociedad Eugénica Mexicana para el Mejoramiento de la Raza, la cual se encontraba conformada por destacados médicos, científicos y políticos. La sociedad mantuvo su influencia en la promoción, aprobación e implementación de campañas a favor del mejoramiento racial. Fru2 Son abundantes las notas periodísticas que ligaban el consumo de alcohol con la degeneración racial. A continuación insertamos un claro ejemplo de ello: «La mente del Gobierno General de la República es conseguir por medio de los deportes que el conglomerado entero de la nación conserve una mentalidad sana y un cuerpo en perfectas condiciones físicas: para que esos hombres y mujeres den a la Patria hijos sanos y sin la mácula de enfermedades que degeneran a la raza; hijos enfermizos de una ascendencia minada por los excesos alcohólicos y las enfermedades venéreo sifilíticas», ds, Mazatlán, 22 de junio de 1936.
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to de esta influencia fueron la aprobación legislativa en 1935 de pedir como requisito para la realización de todo matrimonio un certificado prenupcial a ambos pretensos, la realización de una campaña antivenérea en abril de 1940 y la aplicación de múltiples programas de educación sexual.3 En la búsqueda del desarraigo del consumo del alcohol, las autoridades locales y federales utilizaron tanto métodos persuasivos4 como una serie de estrictas regulaciones antialcohólicas a cuya violación correspondían, en teoría, castigos draconianos. Sin embargo estas nuevas regulaciones nunca acabaron con la cultura de la embriaguez y únicamente generaron más pobreza entre las familias de los viciosos debido a la serie de impuestos adicionales a las bebidas embriagantes. En 1935, el presidente Cárdenas renovó el esfuerzo por controlar el consumo del alcohol en México, sin embargo este siguió siendo un elemento importante en la cultura política regional, a pesar de que los políticos locales continuaron invocando en sus peroratas el discurso esencialmente sin sentido de prohibición: en el fondo se trataba de una retórica utilizada para granjearse el favor de las autoridades nacionales. La población civil tuvo una importante participación en el empeño cardenista de desarrollar en toda la República la continuidad de la campaña antialcohólica y para ello se conformaron, en diversos puntos del país, comités antialcohólicos integrados por
Laura Suárez y López-Guazo y Rosaura Ruiz Gutiérrez, «Eugenesia y medicina social en el México postrevolucionario», en Revista Ciencias, unam, núm. 60-61, octubre 2000-marzo 2001, México, pp. 80-86. Disponible en http://www.ejournal.unam.mx/ ciencias/no60-61/CNS06013.pdf. 4 Son constantes la notas que en la prensa local reflejan la lucha de las autoridades por persuadir a la población de consumir bebidas alcohólicas; así, por ejemplo, en mayo de 1929 el Ayuntamiento de Mazatlán decreta el cierre de cantinas por las noches; en el mes de julio prohíben la venta de ponches con alcohol y en septiembre del mismo año arriba desde la ciudad de México una misión de estudiantes de la Universidad Nacional de México, integrada por 120 alumnos y cuatro profesores con el objetivo de dar conferencias antialcohólicas para desterrar al pueblo de las cantinas. ds, Mazatlán, 26 de mayo de 1929, 22 de julio de 1929 y 27 de noviembre de 1929. 3
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hombres de buena voluntad [así] como de altruistas damas, quienes al frente de fuertes brigadas femeninas, [empuñaron] la luminosísima antorcha del progreso y adelanto de los pueblos, armadas así y aunadas con su vehementes deseos de sacar a las genuinas masas del pueblo de ese caos nauseabundo de todos los vicios, alejándolas de cuantas lacras están emponzoñando sus conciencias, minando sus organismos, así como también despilfarrando sus pocos recursos materiales.5
Durante el desarrollo de la campaña antialcohólica emprendida en Sinaloa, se destacó por su activa participación la figura del ingeniero Luis G. Franco, que según la prensa de la época cual un nuevo apóstol, [emprendió una] cruzada benéfica con el fin de librar a las masas populares y aún a las de arriba de la fatal lacra dejada por nuestros antecesores, que por medio de las bebidas espirituosas creían mitigar las penas y poder soportar los cruentos trabajos a que eran sujetados por capataces negreros y encomenderos exóticos.6
Los comités antialcohólicos que fundó el ingeniero Franco en cada una de las poblaciones de Sinaloa y que en su mayoría se encontraban integrados por mujeres, poco a poco fueron rindiendo frutos, entre los que cabe destacar la clausura de varias cantinas que, según la ley de 24 de diciembre de 1924, se encontraban situadas fuera del límite establecido con respecto a centros escolares y de trabajo.7 La participación de las féminas en esta tarea moralizadora es sumamente explicable: velaban por su bienestar y el de su familia, ya que pensaban que luchando contra el vicio el presupuesto hogareño mejoraría; así, el dinero que debería de ir a parar a manos de los envenenadores serviría para mejorar la situación de la familia, pues muchas veces se carecía hasta de las prendas de vestir más indispensables, e incluso de alimentos de primera necesidad.
ds, Mazatlán, 23 de agosto de 1936. Ibíd., 1 de septiembre de 1936. 7 Ídem. 5
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Entre los objetivos de los comités antialcohólicos, podemos resumir los siguientes: Informar a la opinión pública sobre los peligros del uso de las bebidas alcohólicas por medio de conferencias, libros, periódicos, folletos y cuantos medios estuviesen a su alcance; influir en las autoridades correspondientes para lograr medidas orientadas a la erradicación del consumo de bebidas embriagantes y fomentar la fundación de otros comités antialcohólicos. A pesar del apoyo brindado por una parte de la población civil, en realidad las autoridades federales se encontraban imposibilitadas para implementar una efectiva aplicación de la ley en lugares donde no tenían una presencia burocrática, mientras que las autoridades locales, entre las que destacaban las municipales, estaban muchas de las veces corrompidas por los contrabandistas de alcoholes, de tal forma que la tan traída y llevada erradicación del vicio fue solo un mito, pues además los centros clandestinos —mejor conocidos como aguajes— proliferaron. Un claro señalamiento de la corrupción e incapacidad que imperaba entre las autoridades para combatir el consumo clandestino de alcohol es la siguiente denuncia que realizó un indignado ciudadano sinaloense a través de la prensa: A propósito de los contrabandos de mezcal (me refiero a esta bebida embriagante por el caballito de batalla de los contrabandistas) conviene combatirlos, para lo cual se necesita una muy buena dosis de sinceridad y de honradez de parte de las autoridades en lo general, desde los Presidentes hasta los Comisarios, tocándoles a estos una parte de consideración, por actuar lejos de los centros de población, y por ende, donde se presta a las mil maravillas para hacer esa clase de «negocios» que casi siempre efectúan personas de nivel moral muy bajo, que nunca faltan.8
Durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas, las autoridades estatales intensificaron la moralizadora campaña contra el vicio de la 8
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embriaguez, de tal forma que las autoridades locales trataron de implementar en cada uno de los municipios del estado una serie de disposiciones expedidas por el gobierno federal.9 Durante la administración del gobernador Manuel Páez se dictaron medidas tendientes a combatir el alcoholismo. Entre otros acuerdos se tomó el de prohibir la venta de bebidas embriagantes el domingo, por considerar que ese día era generalmente el que se concedía para el descanso semanal de rigor a los empleados y trabajadores; asimismo, se dispuso que las cantinas cerrarían diariamente sus puertas a las doce de la noche como máximo. Sin embargo, tan atinadas disposiciones solo duraron en pie unas cuantas semanas porque los propietarios de tabernas y expendios consiUn claro ejemplo de lo arriba dicho es la siguiente circular girada por el coronel Gabriel Leyva Velázquez al presidente municipal de Culiacán: 9
Por iniciativa de los Delegados que integran la primera convención de las Comisiones de Seguridad que está celebrándose actualmente en México, el Jefe del Departamento del Trabajo, en nombre del Señor Presidente de la República, se ha dirigido al suscrito solicitando la más estrecha cooperación del Ejecutivo de mi cargo en la campaña que se va emprender en la clausura de los centros de vicios establecidos en la jurisdicción de las zonas de trabajo. Consecuente con tan elevada finalidad me permito rogar a usted proceda desde luego a clausurar todas las cantinas que se encuentren ubicadas en los lugares donde existan centros de trabajo, ayudando de este modo, en la medida de nuestras fuerzas, a los propósitos regeneradores que se persiguen, dando cuenta de la labor que desarrolle para comunicarla al Primer Mandatario de la Nación, por solicitarlo así los autores de la iniciativa de referencia. El Gobierno desea que, aprovechando esta ocasión, los expendios de cerveza que existen actualmente en el parque principal de esta ciudad sean clausurados a la mayor brevedad posible. Después, y dentro de un plazo razonable, procurará usted desplazar de los portales las cantinas que hay en ellos con el fin de invitar a las firmas comerciales ocupen esos locales con sus negociaciones, siempre que su giro comprenda peletería, bonetería, abarrotes, etc., pues aparte de lo que ganaría la moral pública, el ornato de la ciudad recibiría un vigoroso impulso por el contingente artístico de los aparadores comerciales. No dudo los tropiezos que encontrará usted en esta obra por los cuantiosos intereses creados que afecta; pero que hay que trazarse un plan de acción y poner en juego la energía necesaria para cumplirlo, no teniendo más mira que mejorar el destino de nuestra raza. Como siempre, soy de usted atento amigo y afectísimo S. S. Cornl. Gabriel Leyva V. «Es combatido el alcoholismo en Sinaloa», en ds, Mazatlán, 18 de julio de 1936.
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guieron que sus establecimientos permanecieran abiertos hasta las tres de la mañana, horario que propietarios y autoridades acordaron mediante el pago de una módica cantidad que según la prensa no compensaba las molestias ocasionadas a la policía cuando esta intervenía en las numerosas reyertas que se suscitaban entre los sempiternos adoradores de Baco. También la prohibición de venta el día domingo fue solucionada mediante la entrega de una contribución extraordinaria de los dueños de piqueras a las respectivas autoridades. Aunado a lo anterior, la población acudía para su abastecimiento a cantinas clandestinas conocidas como «aguajes», que no cubrían los impuestos correspondientes. La existencia de estos centros clandestinos era auspiciada por la corrupción de las autoridades, como lo deja entrever el siguiente comentario: Si ya de por sí resultaba discutible que las autoridades permitieran que los establecimientos de licores que pagaban «impuesto» extra, vendieran los domingos las bebidas espirituosas, en cambio constituye una verdadera aberración que también lo hagan, a ciencia y paciencia de la policía, otras cantinas y «aguajes» que no cubren la propia gabela. En efecto, los domingos basta hacer un recorrido por cualquier barrio de la ciudad para percatarse que la «prohibición» semanaria que se había decretado es letra muerta. Se ven a cada paso cuadros nada plásticos de borrachos que lanzan alaridos espeluznantes, ebrios que tripulan automóviles y que salen de los «aguajes» con la botella de vino en la mano; viciosos que hacen «cola» en determinadas cantinas que «dizque venden el vino a escondidas» y entre cuya clientela no es raro tropezar hasta con gendarmes uniformados y de servicio. Todas estas irregularidades [...] no han sido corregidas hasta la fecha, por complacencia de los funcionarios encargados de aplicar las sanciones correspondientes...10
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«La plaga del alcoholismo», en ds, Mazatlán, 22 de octubre de 1936.
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Según un informe detallado del tesorero del Ayuntamiento de Mazatlán, tan solo en el puerto existían siete cantinas no manifestadas en el departamento de la Tesorería, y estas eran: El Califa, propiedad de Crescenciano Olmos, ubicada en la esquina de Hidalgo y Fábrica; Paseo Oriente, propiedad también de Crescenciano Olmos y ubicada por la Calzada 18 de Abril; La Muralla, propiedad de Miguel Ríos, ubicada por Aquiles Serdán; Balneario, de Sixto A. Gutiérrez, ubicado en Puerto Viejo; Balneario, de David Monroy, ubicado en Playa Sur; Carpa, propiedad de Antonio Olivera, ubicada en Olas Altas; y una sin nombre, propiedad de Sebastián Lizárraga, ubicada en la esquina de Zaragoza y Rosales. Pero además de las cantinas clandestinas existían aquellas que defraudaban al fisco pagando una menor contribución al figurar como expendios de cerveza y tener no obstante meseras sin pagar la cuota fijada por el Ayuntamiento; estas eran El Abante, de Ezequiel Olmos; Hotel Francés, de Jorge P. Tolosa; Mi Oficina, de Apolonio Cortés; Alaska, de R. Garreta; La Cueva del Cabaret, de Rosa Vázquez; y La Rosa Encantada, de Crescencio Morales.11 Según estimación del tesorero, tan solo por las anteriores cantinas el Ayuntamiento dejaba de percibir $ 1047.00 mensuales, cantidad que se incrementaría a $1765 si incluyéramos las cantinas que no pagaban horas extras y las que se encontraban fuera de la ciudad.12 El clandestinaje de bebidas embriagantes y la prostitución representaron los dos objetivos primordiales de la campaña moralizadora emprendida por las autoridades locales; ambos asuntos estaban ligados, ya que en las diversas cantinas la atención a los devotos clientes del «jugo de las verdes matas» se realizaba con personal del sexo femenino, esto a pesar de que las autoridades habían establecido un decreto que impedía el acceso de mujeres a las cantinas. Además, algunas casas de lenocinio no pagaban contribuciones debido a que se encontraban registradas en la oficina de recaudación como expendios de cerveza, defraudando así al fisco. Una nota periodística de la época señala puntualmente la 11 12
Ibíd., 29 de junio de 1927. Ídem.
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preocupación en torno al incremento del la prostitución clandestina en Mazatlán, diciendo: Otra anomalía más queremos señalar [...] en muchas cantinas céntricas y expendios de cerveza, empiezan a ocupar «meseras» y hasta existen «reservados» donde se entregan los clientes a las concupiscencia, en compañía de esas mujeres a las que se les ha destinado otros lugares más apropiados para que ejerzan su triste profesión, valga la palabra.13
Contrario a lo previsto en la ley de salud del gobierno del estado, la prostitución se ejercía sin ningún control sanitario en centros donde se vendían y consumían bebidas alcohólicas. Mediante la habilitación municipal de lenocinios y la inscripción obligatoria de las prostitutas, quienes eran forzadas a un control médico periódico, las autoridades pretendieron circunscribir el ámbito de ejercicio de «la profesión más antigua del mundo» y evitar la difusión de enfermedades venéreas. Sin embargo, a lo largo del período analizado, no cesaron de aparecer en la prensa reclamos de parroquianos que solicitaban la supresión de las casas de citas. Por su parte, las autoridades municipales, preocupadas por el problema de la prostitución clandestina, intentaron coartar su expansión, reglamentando y calificando los locales destinados a un uso distinto y cuyo mal empleo había transformado en disimulados prostíbulos. El bando de policía expedido por el Ayuntamiento de Mazatlán en 1922, establecía en el artículo 94 del capítulo «De la moralidad pública», lo siguiente: En las cantinas, billares y fondos donde se expendan bebidas embriagantes, no se admitirá a las jóvenes menores de diez y ocho años, ni a mujeres a título de meseras y cajeras. La infracción a este artículo será castigada con multa de $ 20.00 a $ 50.00 o arresto de diez a quince días.14 13 14
«La plaga del alcoholismo», en ds, Mazatlán, 22 de octubre de 1936. Ibíd., 14 de enero de 1927.
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Con mayor precisión, el artículo 17 establecía en relación a la parte exterior de toda cantina y expendio lo siguiente: deberá estar precisamente cerrada a la vista del público por medio de persianas de suficiente altura para el objeto; debiendo tener además, marcada en el exterior, con letras visibles, la prohibición de entrada a los menores de edad y a las mujeres.15
De modo que de acuerdo a las disposiciones vigentes de la época, los menores de 21 años y las mujeres no debían entrar a las cantinas ni como parroquianos ni como empleados, ni aún como simples espectadores. Sin embargo la realidad era totalmente distinta a lo establecido en los códigos normativos, debido a que la mayoría de las cantinas eran atendidas por mujeres, ya que: Regularmente las cantinas que están atendidas por «horizontales» a título de meseras, cajeras, etc., obtienen más clientela y utilidades que los expendios en donde los meseros, cajeros, etc., son hombres y aunque dichas meseras no fueran propiamente meretrices, sin embargo, es natural y explicable que atraigan más a los parroquianos por el hecho de ser mujeres...16
Las autoridades municipales consideraron que el remedio debía ser fiscal y pretendieron terminar con el problema mediante un incremento en el cobro de las contribuciones a las cantinas atendidas por mujeres, de tal forma que adicionaron al artículo 35 del presupuesto de ingresos vigente los siguientes preceptos: En cualquier lugar del Municipio, cuando los expendios estén atendidos por mujeres con el carácter de meseras, cajeras, etc., [se pagarán de ] $ 300.00 a $ 500.00. 15 16
Ídem. Ídem.
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Artículo 39 b.- Los dueños de expendios que sin expresarlos en las manifestaciones a que se refiere el artículo anterior, ocupen mujeres como meseras, cajeras, etc., incurrirán en una multa por cada vez, de $ 5.00 a $ 100.00 a juicio del Tesorero Municipal, previa consignación que le hará el Presidente Municipal o cuando se descubra la infracción por medio del agente fiscal de la tesorería o por denuncia fundada para lo cual se concede acción popular.17
El celo administrativo ya había dispuesto la persecución y erradicación de la prostitución clandestina en las cercanías de las escuelas, colegios, templos, oficinas del Estado y fábricas, aplicando al respecto la medida de que todos los prostíbulos existentes en el puerto de Mazatlán fueran trasladados hacia una zona de tolerancia delimitada por las autoridades, no obstante dicha normatividad no se aplicó. Este espíritu de las autoridades de dictar disposiciones y no cumplirlas queda de manifiesto en el siguiente extracto de un editorial periodístico: La disposición que dio la Presidencia Municipal no hace mucho tiempo, prohibiendo que en las cantinas se ocupen mujeres, ha sido letra muerta y todo se ha reducido a palabras, palabras, palabras. Prostíbulos establecidos en lugares más o menos céntricos de la población, pero en todo caso fuera de la zona de tolerancia, funcionan con admirable regularidad, gracias a no sabemos qué «arreglos» asquerosos que descaradamente están imponiéndose al interés público [...] en esos lupanares «disfrazados» jamás llega la visita médica reglamentaria [...] los «aguajes» se multiplican en la ciudad y fuera de ella, sin que los de «arriba» se ruboricen [...] ¿Dónde esta la famosa campaña contra el clandestinaje que el señor Presidente Municipal ofreció iniciar y llevar a cabo vigorosamente sin contemplaciones para nadie?18
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Ídem. «En Mazatlán se toleran todos los vicios», en ds, Mazatlán, 7 de junio de 1927.
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Tan solo en el puerto de Mazatlán existían ocho casas de tolerancia clandestinas: Las Tres Luces, regenteada por Elisa Weydner; Salón Rojo, de R. Avendaño; As de Oros, de V. Monrroy; casa de Juana Zatarain, casa de Guadalupe García, casa de Lorenza N., casa de Elpidia, alias «La Chata», y la casa de Francisco Morales, alias «El Panchazo». A cada una de ellas les correspondía pagar al Ayuntamiento un gravamen mensual de $ 27.50, lo que entre las ocho casas hacía un total de $ 220, que no entraban a las arcas del erario municipal.19
Una vez electo presidente municipal de Mazatlán, José V. Sarabia se propuso llevar a cabo una lucha frontal en contra del vicio, pretendiendo liberar a Mazatlán del escandaloso libertinaje; para ello resultaba necesario realizar una restructuración del cuerpo de policía municipal con el propósito de mejorarlo e incrementarlo, sin embargo las arcas municipales no se encontraban en una buena situación económica. Por tal motivo, Sarabia emitió un decreto con el propósito de recaudar fondos para llevar a cabo el mejoramiento del cuerpo policiaco que se encontraba integrado por un inspector, dos oficiales, 12 cabos y 60 agentes.20 El razonamiento de las autoridades municipales para la emisión de dicho decreto era que debido a la abundancia de cantinas y prostíbulos en la ciudad, se incrementaban las funciones de la policía, resultando por ello insuficientes los elementos de dicha corporación; resultaba entonces obvio que dichos establecimientos fueran los que debían de aportar los recursos suficientes para aumentar y mejorar el servicio de la policía. Por ese entonces la ciudad de Mazatlán contaba con 47 patentes para expendios de bebidas embriagantes, que pagaban en conjunto $ 3172.16.21 De los 47 expendios mencionados, ocho eran al mayoreo, Ibíd., 29 de junio de 1927. Ibíd., 7 de enero de 1927. 21 Ídem. 19
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cuatro de centros sociales y cuatro tenían permiso de la presidencia para abrir en horas extraordinarias.22 Debido a que se vigilaba poco este ramo, Sarabia pensó en ampliar la base recaudatoria a 31 expendios mediante el cobro de impuestos, e incrementar el cobro por bebidas en un 25 %.23 Con estas medidas recaudatorias, por una parte las autoridades pretendieron restringir el número de cantinas, y por la otra obtener recursos para aumentar, uniformar y armar a la policía. Además de los expendios, el presidente municipal pretendía regularizar el cobro mediante una efectiva vigilancia en el ramo de casas de tolerancia, a las que el Ayuntamiento había designado un barrio en el que estarían bajo la vigilancia de las autoridades y sujetas a reglamentos de policía y a los exámenes de sanidad, con el propósito de erradicar el clandestinaje; sin embargo las casas clandestinas se encontraban extendidas por todos los barrios de la ciudad. Con el fin de ejercer una vigilancia estricta y eficaz, Sarabia decidió incrementar en diez plazas el cuerpo de policía, con la pretensión de obligar a todas las prostitutas a que se trasladaran a la zona de tolerancia. Además, presentó una iniciativa tendiente a suprimir el empleo de meseras en las cantinas: Ahora pretendo acabar con uno de los azotes de inmoralidad que afligen a este puerto; quiero referirme a la escandalosa lubricidad que existe con las prostitutas que a título de meseras están en las cantinas. Si la prostitución es un mal necesario, reglamentémosla debidamente, y sobre todo, cumplamos con los reglamentos que existen o que expidamos, y que las mesalinas que infestan las cantinas vayan al lugar que les corresponda, a la «Casa de Tolerancia»; así causarán menos males, tanto a la moral como a la salubridad.24
Con las medidas adoptadas, José V. Sarabia pretendió mostrarse ante la opinión pública como el azote de la inmoralidad, al gravar los Ídem. Ídem. 24 Ibíd., 14 de enero de 1927. 22 23
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expendios de bebidas embriagantes y hacer cumplir los reglamentos que existían sobre la prostitución. Pero tras solo algunos meses de haber tomado protesta como presidente, su verdadero rostro salió a la luz pública cuando fue destituido de su cargo, pues trascendió en la prensa que tanto él como cuatro regidores y el comandante de la policía resultaron, según el juez de primera instancia, con responsabilidades en un juicio penal promovido por el procurador de justicia del estado. Sarabia, en contubernio con las demás autoridades, extorsionaban a los fumaderos de opio: el chino José R. Chin, gerente de un casino, declaró que obsequiaba mensualmente al presidente importantes sumas para que permitiera el funcionamiento de su negocio donde se apostaba y se fumaba opio.25 El clandestinaje de la venta del alcohol y la prostitución, auspiciado por la corrupción de la administración municipal de Sarabia, se puso de manifiesto tras su destitución. En un detallado informe, rendido a las nuevas autoridades por el tesorero municipal con el propósito de que esa honorable corporación se formase una idea de las cantidades que el erario municipal no percibía por la evasión en diferentes conceptos, se arrojó la cifra de «$ 2968.50 mensuales, pero suponiendo [decía el tesorero] que esta cantidad se redujera a $ 2500.00 al mes, siempre serán $ 50 000.00 al año».26 Al parecer las autoridades pusieron manos sobre el asunto imponiendo una férrea fiscalización a las cantinas y prostíbulos clandestinos, ya que poco después de rendido el informe apareció la siguiente declaración del tesorero a la prensa: En general los causantes están más conformes en pagar a esta Tesorería que a la otra ilegal que existía anteriormente, pues casi a todos, pagando íntegramente sus impuestos, les resulta más barato que antes; únicamente unos cuantos se sienten afectados (seguramente a estos les resultaba más barato antes) y no se pueden resignar, no quieren creer que a esta Te25 26
Ibíd., 21 de junio de 1927. Ibíd., 29 de junio de 1927.
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sorería no le permite cumplir con la ley y se les restituyan sus facultades y por eso, soñando en tiempos pasados, revolotean alrededor del despacho de la Presidencia Municipal y «hacen hondo el camino» a las casas de los amigos de esta Administración.27
En tan solo cinco meses de aplicada tan estricta fiscalización, el Ayuntamiento de Mazatlán obtuvo un promedio mensual por ingresos ordinarios de $ 3146.19.28 Llama la atención sobre todo que el anterior aumento se había obtenido sin nuevos impuestos ni aumentando las cuotas de los existentes ni la de cada negocio en particular, sino únicamente aplicando el presupuesto y exigiendo las aclaraciones respectivas a los que por diversas causas no las habían presentado. Un aspecto que dividió a la opinión pública en torno a las bebidas embriagantes fue la posibilidad de que el Estado brindara protección a la producción de la cerveza como un recurso para lograr erradicar de entre la mayoría del pueblo el uso y abuso del aguardiente mezcal. Se argumentaba que debido al alto costo de la cerveza el pueblo no podía comprarla, y un periodista argumentó al respecto: Con los veinte o treinta y cinco centavos que es el costo del «cuartito» o de la «media», se compran una mulita de vil «margallate», que para el caso surte mejores efectos que la cerveza: es decir, se embriagan más pronto y a menos costo.29
«Del mal, el menor», dice un proverbio, y de igual forma lo pensaron algunas autoridades. Si resultaba imposible evitar que el pueblo renunciara al uso de las bebidas espirituosas, habría que conseguir que se inclinara por otras menos destructoras. ¿Cómo pensaron lograrlo? Restringiendo su uso por todos los medios posibles, y uno de ellos era que no estuviesen al alcance de los consumidores.
Ídem. Ibíd., 2 de agosto de 1927. 29 «La cerveza ¿no es embriagante?», en ds, Mazatlán, 1 de septiembre de 1936. 27
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Ya durante el Porfiriato, las autoridades estatales, preocupadas por el incremento del vicio de la embriaguez en Mazatlán, determinaron implementar una medida que sin tener carácter prohibicionista detuvo el avance de tan «funesto hábito». Esta consistió en aumentar las contribuciones a los establecimientos donde se vendía aguardiente, a la vez que un decreto exceptuaba de todo impuesto a los expendios de cerveza, aguas gaseosas y refrescos de toda clase. A los pocos meses de aplicada la disposición, las autoridades observaron que el pueblo substituía el consumo de bebidas fuertes por la cerveza, ya que el precio de esta quedaba al alcance de su bolsillo; sin embargo, tras el arribo de la Revolución, tal disposición pasó al olvido debido al relajamiento del orden y la inaplicación de la ley.30 Los subsecuentes gobiernos posrevolucionarios brindaron una decidida protección a la industria cervecera en el estado con el firme propósito de abaratar el precio de su producto. Esta medida proteccionista conllevó una paulatina desaparición de la tradicional industria mezcalera en Sinaloa, debido a que no pudo competir con los bajos precios de la cerveza, la cual poco a poco se fue incorporando como la habitual bebida embriagante para la mayor parte de los sinaloenses. En la prensa de la época se pueden observar artículos publicitarios, como el que a continuación citamos, que describen al lector los beneficios del consumo de mezcal y el de cerveza, orientándoles al consumo de esta última: Sabido es que la cerveza es una bebida fermentada, hecha a base de malta germinada y lúpulo, con una pequeña porción de alcohol para su mejor conservación. Es indiscutible, además, que posee cualidades nutritivas, de tal modo que tomada con moderación resulta beneficiosa en alto grado al organismo, y aun en aquellos casos en que se abusa de ella no puede
«Hay que combatir el alcoholismo generalizando el uso de la cerveza», en ds, Mazatlán, 25 de abril de 1927. 30
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causar los efectos y trastornos que producen los vinos fuertes. Es lógico por consiguiente que el pueblo se incline a tomar cerveza.31
Sin embargo, también existieron voces de sectores radicales que se alzaban contra la protección estatal a cualquier bebida embriagante, ya fuera la cerveza o el pulque. Este debate trascendió en los medios. Un diario de Mazatlán se expresaba de la siguiente manera: Pero lo que sí no se alcanza a comprender es la actitud que ha asumido un colega que ve la luz pública en Culiacán, quien se opone abiertamente a que sean clausurados los expendios de cerveza existentes en los portales de cierto sector de la ciudad, cercanos a los planteles escolares. Entre otras razones intrascendentes expone la de que «la cerveza es un producto altamente alimenticio y de bajas graduaciones alcohólicas, por lo que deja de pertenecer a influencias dañinas y embriagantes». ¡Que vengan a decirnos a nosotros que la cerveza no es bebida embriagante, cuando constantemente estamos observando los efectos que esta produce sobre los organismos de los que entre pecho y espalda se acomodan un «octavo» o un «cuarto» del espumoso brebaje, y aun unas cuantas medias botellas!32
Por su gradación alcohólica, precio, facilidad de transporte, conservación y sobre todo por la permanente aplicación de reformas a los sistemas de promoción y venta, la cerveza pronto se convirtió en un serio retador del mezcal, que todavía a principios del siglo xx representaba más del 90 % de las ventas de bebidas alcohólicas. Aunque el alcohol significaba una fuente importante por su constante aumento de réditos, tanto legales como ilegales, irónicamente para los políticos las regulaciones terminaron alentando la corrupción. El gobierno estatal demostró que era demasiado débil para regular los expendios de bebidas embriagantes en los pueblos distantes, mientras que 31 32
Ídem. «La cerveza, ¿no es embriagante?», en ds, Mazatlán, 1 de septiembre de 1936.
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las autoridades municipales evadían la rigurosa aplicación de las leyes, pues temían la repercusión política en su clientela. Ciertamente el régimen posrevolucionario entendió el potencial político que el alcohol podría brindar: los candidatos supieron apreciar el poder de atracción en los hombres a las reuniones y así registrar los votos de los lugares. Sin embargo, los historiadores aún no hemos atendido el papel desempeñado por el alcohol como crucial lubricante de la maquinaria política en el México posrevolucionario.
violencia electoral: de la campaña al escrutinio Quienquiera que se acerque a la historia de Sinaloa no tarda en identificar dos manifestaciones recurrentes en la vida política: elecciones y violencia. En particular, los conflictos electorales han recibido muy poca atención, pese a que la mayoría de los historiadores parecen aceptar la afirmación de Clausewitz: la guerra es la continuación de la política por otros medios.33 ¿Qué tan frecuentes fueron las confrontaciones violentas en la historia de las elecciones del estado entre 1920 y 1940?, ¿bajo qué circunstancias una campaña electoral desembocaba en violencia?, ¿cuál era el papel de los candidatos, el electorado y las autoridades en estas confrontaciones?, ¿qué tan significativa fue la violencia electoral para la política y la sociedad sinaloense? En este contexto, el alcohol tuvo una doble importancia: en primer lugar fue un componente del ritual electoral y, en segundo, su utilización en estos procesos facilitó el mando y dominio de los intermediarios políticos sobre la mayor parte del voto masculino. Mediante el reparto de damajuanas de aguardiente, cohetes y al menos una banda musical, a menudo los candidatos a puestos de elección popular transaron descaradamente el aguardiente por la promesa de votos, tal como lo registra la prensa en 1926: 33
Karl von Clausewitz, De la Guerra, Madrid, Labor, 1984, p. 47.
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En los últimos años las campañas políticas, y especialmente las municipales, se hacen a base de jolgorios en los que abundan las viandas y las bebidas alcohólicas... Cada manifestación, entre cuyos participantes circulan las bebidas de todas clases, según la delicadeza de las gargantas que las catan; los automóviles que se alquilan para dar mayor realce; las bandas musicales que se contratan para inyectar mayor entusiasmo y atraer «mirones» que hacen que a los contrarios les parezcan «istas» del candidato agasajado, cuestan también mucho dinero. La propaganda impresa, los viajes de los representantes del candidato a los pueblos, las fiestecitas íntimas, las copitas que se liban para convencer (?) a los probables partidarios, y otros mil detalles de este estilo, cuestan también.34
Algunos caciques vieron en la distribución del alcohol algo más que un redituable negocio, ya que además les reforzó su poder políticoclientelar mediante el reparto de bebidas a cambio de votos en las campañas electorales. Sin embargo, el alcohol mezclado con la política sirvió como un importante detonador en el uso de la violencia, a juzgar por las numerosas notas periodísticas de ataques físicos perpetrados por ebrios en mítines. Es decir, el alcohol parece haber sido un factor frecuente en las peleas a puñetazos o balazos. Así pues, la temeraria mezcla entre alcohol y política fue un recurso contundente en las votaciones, ya que los operadores políticos usaron las bebidas embriagantes como medio para reclutar el voto. El licenciado Rosendo R. Rodríguez se quejaba amargamente en 1937: Veamos cómo se hacía una elección por allá: cuantas veces se presentaba un candidato a la presidencia municipal, tenía que ser, naturalmente, hijo de familia acomodada [...] el representante al Congreso Local, también de la misma camarilla. Una vez deslindados los campos, se giraban cartas avisos a los compadres «pudientes» de los pueblos circunvecinos, y... ya está. Los futuros Gobernantes hacían (por no dejar) una gira de placer por el municipio, entrevistaban en cada pueblo al abanderado de la 34
«La propaganda a base de vino es inmoral», en ds, Mazatlán, 11 junio de 1926.
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voluntad popular y partían de continuo dejándole instrucciones de poner a disposición del pueblo elector una damajuana de «Periqueño»35 y tres horas de música para el baile de acordeón, retirándose gustosos de ser los genuinos representantes de ese pueblo que los aclamaba en todas partes. La campaña política quedaba de esta manera en manos de los que yo llamaría jefes de fortaleza electoral, quienes a su vez indicaban a sus vasallos «la conveniencia» de votar por fulano y por mengano...36
Queda claro, pues, que la relación entre alcohol y política contribuyó a generar corrupción y corroer el sistema legal y electoral. Como se recuerda, en el México posterior a la fase armada las elecciones fueron el método general para transferir el poder. Desde la década de los años veintes gobernadores y senadores, así como miembros de los ayuntamientos y diputados en las legislaturas locales, fueron elegidos regularmente a través del sufragio. Desde que fue adoptada la constitución de 1917,37 la agenda electoral sinaloense se intensificó. La Ley Orgánica Electoral, promulgada el 14 de noviembre del anterior año, establecía en su artículo 3º que: «la elección de gobernador se verificará cada cuatro años; cada dos la de diputados, y anualmente la de munícipes, síndicos y comisarios». De tal forma que si a las anteriores elecciones locales aunamos las federales, podemos comprender que escasamente había un año en el que no hubiese una campaña en curso. Como consecuencia de un intenso calendario electoral, Sinaloa vivía en permanente estado de efervescencia política: la conducta de los candidatos en disputa, sus agentes electorales y sus seguidores condicionaban la fragilidad del endeble orden público. La actividad política Mezcal de reconocida calidad en el estado de Sinaloa, así denominado porque se elaboraba en la Hacienda de Pericos, Mocorito. 36 ds, Mazatlán, 4 de mayo de 1937. 37 La Constitución Política del Estado de Sinaloa fue firmada el 25 de agosto de 1917, reformando a la Constitución del 22 de septiembre de 1894. Héctor R. Olea, Sinaloa a través de sus constituciones,
México, UNAM/IIJ, 1985, p. 271. 35
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era, ciertamente, una fuente regular de quejas por parte de la opinión pública. En 1924 la prensa observaba: Es una vieja enfermedad entre nosotros apasionarnos por todo. Ya hemos visto en el terreno de la política, por ejemplo, cómo nos dividimos profundamente, creándonos enemistades personales a cada paso y dirimiendo a balazos o a golpes nuestras diferencias de partido. Y cuando pasan las elecciones y unos debían alegrarse por el triunfo y otros conformarse con la derrota, esas divisiones subsisten. Los primeros se envalentonan con la victoria creyéndose amos y señores de la cosa pública, y los segundos no pueden disimular el despecho que les causa haber perdido en los comicios.38
Las campañas electorales alteraban el ritmo cotidiano de la vida de los sinaloenses, y tanto para gobernantes como para gobernados la época electoral motivaba alarmas y preocupaciones. Es costumbre inmemorial, y muy nuestra, que al iniciarse una campaña política de cualesquiera índole, la decencia, la cordura y la buena educación se ahuyenten de los bandos contendientes, dejándole el lugar a la procacidad, a la intemperancia y a la abyección, que campean por sus fueros como dueñas y señoras de la situación, aprovechando las circunstancias del momento propicio.39
Las elecciones eran luchas de vida y muerte en las que las pasiones se caldeaban hasta el rojo vivo. Estos conflictos, originados aparentemente por disputas de partido, también dividían a familias completas, e inclusive los lazos de amistad llegaban a destruirse. La contienda política podía identificarse con una guerra, y es por ello que no resulta extraño encontrarnos en discursos y periódicos con 38 ds, Mazatlán, 22 noviembre de 1924; «Las autoridades no van a permitir ningún desorden. Como procederán con energía contra los que provoquen, es necesario que las mujeres y niños no vayan a las casillas electorales», Ibíd., 16 de noviembre. 39 Ídem.
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un lenguaje electoral que connotaba ciertamente un espíritu guerrero, en términos como «batalla», «enemigo», «lucha». Tanto en los periódicos como en las hojas anónimas que circulaban en las calles, los actores contemporáneos observaban con cierta sorpresa la virulencia del lenguaje utilizado en Mazatlán: Los partidarios de los aspirantes a un puesto de elección popular se dedican, con un ahínco digno de mejor suerte, a lanzar toda clase de insultos, tanto al contrincante como a los que, tal vez de buena fe, propugnan por llevar al triunfo al hombre de sus simpatías y que si tiene defectos grandes o chicos para esos partidarios pasan inadvertidos [...] han recurrido al sucio expediente de siempre: el insulto procaz, la injuria soez, la difamación cobarde, adjetivos que no manchan la reputación de un hombre íntegro, pero que sí causan bochorno, que avergüenzan a una sociedad como la nuestra, que se precia de moral y de ostentar nítidas y buenas costumbres.40
Hasta cierto punto, las posibilidades de una violenta confrontación estaban condicionadas por la duración del proceso electoral. La votación se prolongaba por más de un día y el conteo de los votos podía tardar más de tres, si no es que semanas, convirtiéndose así en una fuente de ansiedad pública. El sistema mismo era una desventaja para el mantenimiento del orden, debido al prolongado lapso que iba del principio hasta el término de una elección, lo cual ayudaba a mantener la inquietud, la zozobra y agitación entre los partidarios de los distintos candidatos y socavando los fundamentos de la seguridad social.41 La zozobra se hacía presente desde el momento en que comenzaban a disIbíd., 2 de agosto de 1924. La Ley Orgánica Electoral del Estado establecía en su capítulo viii, sobre calificación de elecciones, lo siguiente: «Art. 70.- Los Ayuntamientos tendrán sesión extraordinaria para examinar los expedientes de elecciones el primer jueves siguiente al día de su celebración. Si para ese día no se hubieran recibido los expedientes de todas las secciones, los Ayuntamientos, sin abrir los recibidos, esperarán hasta el lunes siguiente, y, entre tanto, reclamarán con la mayor eficacia los que falten, a fin de que estén a la vista en la revisión de ese día. 40 41
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cutirse públicamente los nombres de los candidatos. Una vez que arrancaba una campaña el estado se encontraba inmerso en tal fermento de pasiones encontradas que era fácil que naciera el odio.42 Las elecciones locales parecen haber sido particularmente susceptibles a confrontaciones con sangrientos resultados. Campañas duramente competidas fueron fuentes de conflicto que de forma recurrente condujeron a violentas confrontaciones, como la sostenida entre el ingeniero Guillermo Liera Berrelleza y el coronel Rodolfo T. Loaiza, entre enero y julio de 1940. Durante la disputada campaña por la gubernatura del estado entre Liera y Loaiza, varias manifestaciones públicas desembocaron en violencia con serios resultados, como la del 12 de mayo, durante el recibimiento que partidarios de ambos candidatos hicieron en la ciudad de Culiacán al candidato a la presidencia de la República, Manuel Ávila Camacho, registrándose dos heridos: Antonio Rocha, apuñalado por «Art. 71º.- Si el indicado día lunes aún no se hubieren recibido todos los expedientes, se procederá a la revisión, siempre que el número de los recibidos formen por lo menos las dos terceras partes de los que debieran recibirse. No siendo así, los Ayuntamientos, siempre sin abrir los expedientes, seguirán teniendo sesiones diarias hasta que se consiga la revisión de los que falten o de la parte necesaria»... poges, Culiacán, 15 de mayo de 1924. 42 En el siguiente extracto podemos apreciar cómo el senador y coronel Gabriel Leyva Velázquez alertaba a sus correligionarios de los desequilibrios que provocaban las campañas políticas prematuras y la zozobra poselectoral : «La honda agitación que tiene conmovida a esta Entidad con motivo de las pasadas elecciones, no resueltas aún en lo que a las locales se refiere, en vez de liquidarse satisfactoriamente en bien de la tranquilidad pública, se complicará gravemente acometiendo con impaciencia, sin reflección [sic], sin sinceridad y cordinadamente, las actividades políticas para las elecciones municipales, resultando de tal actitud actos de violencia que siempre hemos sufrido y deplorado en estas pugnas, y sobre todo, exponiendo la cohesión de nuestras organizaciones, que deben seguir compactas e infranqueables para defender sus conquistas sociales [...] Por tanto, para no dar margen a agitaciones prolongadas que entorpezcan la serenidad que pronto debe recobrar el Estado, para evitar situaciones encontradas entre agrupaciones afines y asegurar que el funcionamiento municipal se oriente y desarrolle en armonía con el Gobierno del Estado, para un prestigio común, equilibrio social y aseguramiento de una acción gubernativa que garanticen los intereses públicos y prepare una era de progreso y bienestar, soy de opinión [...] que no se festinen los trabajos tendientes a la designación de Candidatos Municipales, para que la misma se haga en el tiempo más oportuno y a través de las convenciones que prescribe el estatuto de nuestro Instituto Político». LO, 31 de octubre de 1940.
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José Ramos Silva, quienes discutieron asuntos políticos en estado de ebriedad; y un obrero de Navolato —se ignora el nombre del agresor, debido a la confusión en una riña protagonizada entre varios grupos antagónicos. Durante las campañas electorales, los recorridos y las manifestaciones públicas servían de termómetro para conocer el grado de intensidad de la disputa. Los desfiles políticos en las plazas de los pueblos, en los que participaban todos los partidos contendientes, se convertían fácilmente en campos de batalla, como ocurrió en la ciudad de Los Mochis, cuando tras el arribo del general Manuel Ávila Camacho, los directores de los partidos loaicista y lierista reunieron a sus gentes formando dos grupos: los obreros cetemistas, partidarios del candidato Guillermo Liera, pretendieron obstaculizar y disolver al grupo de partidarios del candidato Rodolfo T. Loaiza, pasando por entre ellos «20 carros con llantas de hierro jalados por mulas, además de varios tractores».43 De una confrontación verbal se pasó pronto a la agresión física, seguida de disparos Del zafarrancho resultó muerto a balazos el coronel Borrego Martínez; el abanderado loaicista cayó entre las patas de los caballos de lieristas socios de la Cicae, quienes pretendieron arrebatarle la bandera roja que portaba y él se resistió a entregar; un ingeniero de la Sicae terminó con un balazo en la cabeza, así como dos manifestantes; el sargento de la policía Faustino Félix Ayón, fue gravemente herido de tres machetazos, y quince más a pedradas, garrotazos, machetazos, palazos, horquillazos, etcétera.44 La lucha partidista no concluía con el fin de la jornada electoral, pues la animosidad del electorado se mantenía hasta el proceso de conteo de los votos: el escrutinio, durante el cual las sospechas de fraude, la natural expectativa de los resultados e inclusive el ánimo triunfalista o el espíritu de venganza entre quienes anticipaban la derrota, a menudo motivaban actos de violencia. El escrutinio era un acto público que se 43 44
«Cinco Muertos y 16 heridos en Mochis», lo, Culiacán, 15 de mayo de 1940. Ídem.
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realizaba en lugares abiertos y, por consiguiente, era observado por todas las partes en disputa, las cuales no se encontraban allí como simples espectadoras;45 en estado de alerta, los activistas que observaban el escrutinio estaban listos para reaccionar a la primera señal de irregularidades en el proceso. En este contexto, donde la sola expectativa de los resultados electorales eran causa de tanto malestar público, un prolongado escrutinio daba amplias oportunidades para que estallara el conflicto. Cuando el proceso de contar los votos se tardaba semanas, los desórdenes públicos eran inevitables. Las expresiones de violencia hacían su aparición apenas se conocían los nombres de los candidatos. La retórica electoral adquiría un tono guerrero y los encuentros públicos durante las giras electorales eran propicios a confrontaciones. Desde el momento en que se�������� «������ destapaban» los candidatos, hasta el conteo final de los votos, dominaba una atmósfera de excitación pública condicionada por el comportamiento de un electorado que hacía uso de bebidas embriagantes. Asimismo, sobresalía siempre un elemento de precariedad en el orden público durante las épocas electorales, es por ello que para evitar el desorden en las elecciones los ayuntamientos ordenaban cerrar las cantinas y expendios de bebidas embriagantes un día antes y otro después de las elecciones,46 además de solicitar que ante el riesgo de conflictos mujeres y niños no asistieran a las casillas electorales.47 La misma naturaleza del proceso debilitaba la posición de las autoridades, ya que toda elección abría, por definición, la posibilidad de transferir el poder. El cuestionamiento de la autoridad durante las elec45 La Ley Orgánica Electoral del Estado establecía lo siguiente en su artículo 72: «La sesión en que se deba verificar la apertura y revisión de los expedientes, será pública [...] Si algún miembro del Ayuntamiento o cualquier otro ciudadano solicita que se repita la computación de votos hecha en alguna mesa o que se haga la debida rectificación, se accederá a lo solicitado», poges, Culiacán, 15 de mayo de 1924. 46 ds, 15 de noviembre de 1929. «Para evitar todo desorden en las elecciones, el ayuntamiento [de Mazatlán] giró órdenes de que cerraran las cantinas y expendios de bebidas embriagantes a partir de mañana a las 18 horas hasta el lunes». 47 Ibíd., 16 de noviembre de 1929. «Las autoridades no van a permitir ningún desorden. Como procederán con energía contra los que provoquen, es necesario que las mujeres y niños no vayan a las casillas electorales».
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ciones se hacía aún más evidente si las reglas del juego no eran consideradas justas por las partes en disputa y si el proceso era empañado por el fraude, tal como podemos apreciar en uno de los puntos señalados en el manifiesto que enarbolara en su levantamiento contra el gobierno federal el general Juan Carrasco, fechado en su Hacienda del Potrero en Mazatlán, el 24 de junio de 1922: Las actuales elecciones de diputados y senadores al Congreso de la Unión han sido la burla más espantosa que ha contemplado el Pueblo mexicano; no parece sino que estamos como en los tiempos del porfirismo, en que las elecciones se hacían de pura fórmula, siendo designados previamente, en la Secretaría de Gobernación, los ciudadanos que debían figurar en el Congreso; pero desde luego se compromete el objeto de los obregonistas, que no es otro que pretende tener Cámaras incondicionales para hacer lo que se les antoje.48
consideraciones finales Todo parece demostrar que el enfoque prohibicionista aplicado por el Estado posrevolucionario no fue tan eficaz en la prevención del consumo de bebidas embriagantes, puesto que no logró controlar del todo la incidencia (en la sociedad sinaloense continuaron apareciendo nuevos casos de dependencia) ni reducir la prevalencia del consumo. Por otro lado, la aplicación de leyes prohibitivas tuvo como consecuencia el surgimiento de un mercado negro, puesto que cada vez que se prohíbe la distribución y venta de algo para lo cual existe demanda se tiene como secuela la organización de un mercado clandestino para hacer frente a la carencia, el cual, por su carácter ilícito, se vuelve inevitablemente delictual y criminal. En los intersticios de esa amplia estructura que representó el mercado negro, surgió un espacio para la Planes en la nación mexicana, 198, libro ocho: 1920-1940, México, Senado de la República-LIII Legislatura/El Colegio de México, 1987, p. 67. 48
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corrupción tanto de las autoridades fiscales como de las encargadas de hacer cumplir la ley, con la finalidad de mantener el negocio de la clandestinidad. A pesar de la serie de medidas coercitivas adoptadas, las autoridades tuvieron que admitir que la embriaguez persistía entre la población y que los impuestos adicionales cobrados a las bebidas penalizaban solamente a las familias de los viciosos. La aplicación de las diversas leyes antialcohol en el estado terminaron con la edad de oro de la industria del aguardiente mezcal en Sinaloa. Al mismo tiempo dichas leyes crearon nuevas y provechosas oportunidades para los contrabandistas y el clandestinaje, más allá del riesgo que significaba la persecución por las autoridades. De esta forma prosperó la producción y distribución de un mercado negro de alcohol, conduciendo a muchos bebedores a cantinas clandestinas. En una atmósfera como esta, la corrupción floreció dado la relativa debilidad de las autoridades —tanto estatales como federales— para la supervisión y aplicación de las medidas y sanciones; fueron las autoridades municipales en quienes recayó la interpretación y aplicación de las leyes que regulaban la venta del alcohol. Sin embargo, ello les permitió a los alcaldes y demás autoridades municipales crear un monopolio eficaz para los vendedores de alcohol favorecidos por las autoridades, usando la ley únicamente para perseguir a los competidores que obstruían el negocio de los protegidos. Así, no es de extrañar que se produjeran casos como el que aconteció en el poblado de Angostura, donde existían dos cantinas: una del presidente y otra de Mucio Monroy. El presidente mandó cerrar la cantina de Mucio.49 Los impuestos locales en las cantinas y en la producción del alcohol significaban para las autoridades un importante caudal para el erario estatal. No obstante al aumento de estos réditos, tanto legales como ilegales, para los funcionarios públicos irónicamente las regulaciones del alcohol terminaron alentando la corrupción. El gobierno estatal demostró que era demasiado débil para regular los expendios de be49
ds, Mazatlán, 7 de septiembre de 1930.
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bidas embriagantes en los pueblos distantes, mientras las autoridades municipales evadían la rigurosa aplicación de las leyes, pues temían la repercusión política en su clientela. «�������������������������������������������������������������� El primer domingo de noviembre del año próximo pasado se verificaron las elecciones para designar los Ayuntamientos, las que se llevaron a efecto sin ningún accidente que anotar»,50 informaba el gobernador al Congreso del Estado. Este tono casi victorioso era también compartido por otros funcionarios del gobierno donde quiera que se hubiesen desarrollado las elecciones de manera pacífica; tales ocasiones eran celebradas con un sentimiento de satisfacción, como se puede apreciar en el siguiente párrafo: El acontecimiento de mayor importancia que se registró durante mi actuación como Ejecutivo, lo constituyeron las elecciones para renovación de Poderes Federales y Locales [...] en forma que habla muy alto de nuestra cultura y de nuestra democracia, pues estoy seguro de que nunca se han llevado a cabo dentro de la República mexicana elecciones más pacíficas y más libres, más ordenadas y más legales como las que acabo de mencionar.51
Lo anterior lo informaba el gobernador al Congreso del estado en 1924. El que la ausencia de violencia en las elecciones fuese digno de noticia y aun causa de regocijo oficial revela qué tan excepcionales fueron las elecciones pacíficas. Al acercarse el periodo electoral siempre se esperaban problemas, ya que al parecer la violencia era parte necesaria de la contienda política. Si las elecciones transcurrían en calma ello era causa de sorpresa, algo extraño y ajeno a la cultura sinaloense. Por encima de todo, la violencia electoral obstruía la consolidación del Informe de gobierno correspondiente al año comprendido del 16 de septiembre de 1936 al 15 de septiembre de 1937, rendido por el C. Coronel Alfredo Delgado, Gobernador del Estado de Sinaloa, ante la xxxvi Legislatura del Estado, Culiacán, 1937, p. 3. 51 Informe de gobierno correspondiente al año comprendido del 16 de septiembre de 1923 al 15 de septiembre de 1924, rendido por el C. Lic. Victoriano Díaz, Gobernador del Estado de Sinaloa, ante la xxxi Legislatura local, Culiacán, 1924, p. 5. 50
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orden político: dondequiera que ocurriese dejaba tras de sí una herencia de odio partidista y de venganza. Fue por ello que el Estado, mediante las autoridades y los partidos políticos, realizó constantes esfuerzos por civilizar el proceso electoral mediante el orden de los mismos. La violencia disminuyó en la medida que avanzó el siglo xx y la explicación de tal proceso es una vertiente aún por explorar. Por último, me gustaría cerrar estas breves consideraciones finales con la cita de un artículo periodístico titulado ������������������� «������������������ La campaña antialcohólica», la cual considero engloba la problemática aquí abordada: Nuevamente se trata de intensificar la moralizadora campaña que desde hace tiempo vienen desarrollando en el país algunos humanitarios pensadores, autoridades y prensa en general contra el vicio de la embriaguez, asunto que siempre será de actualidad mientras no llegue a dominarse por completo esa vesánica propensión a empinar el codo más de la cuenta...52
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«La campaña antialcohólica», en ds, Mazatlán, 9 de septiembre de 1936.
viiI. El proyecto caciquil de Blas Valenzuela
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Los poderosos parecen servirse de los amigos distinguiendo entre los que les son útiles y los que son agradables, no siendo muy a menudo las mismas personas lo uno y lo otro. aristóteles Decir poder regional es decir, sin duda, participación regional en el Poder; es ofrecer a las entidades regionales una cierta capacidad de autogobierno... juan beneyto
introducción La intención principal de este texto es subrayar el proceso de formación de un cacicazgo en el norte de Sinaloa —el de Blas Valenzuela—, poniendo de manifiesto la importancia de tres factores en el transcurso de su gestación: la agricultura, el agua y las relaciones políticas. En un primer apartado se apuntan, de forma contextual, las condiciones políticas en las que se encontraba el país, buscando advertir el escenario que le generaría a Valenzuela la oportunidad de relacionarse con Álvaro Obregón, con cuyos intereses se entrecruzarían los suyos al
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buscar el desarrollo de la agricultura moderna y a la postre impulsarían la gestación del poder de Valenzuela. En el segundo apartado se aborda el andamiaje político en el que se trepó Valenzuela y que, en esta ocasión, le provocaría grandes problemas al ser acusado de participar en la rebelión escobarista de 1929, con lo cual pasó de inversionista agrícola a disidente. En el tercero se abordan las implicaciones originadas por su participación en el levantamiento armado referido, acción que enfrentaría a la empresa caciquil de la familia Valenzuela a severas consecuencias, la más grave, la confiscación de sus tierras ubicadas en la hacienda Bonanza del Cubilete, a lo que posteriormente se sumaría la pérdida de gran parte de sus bienes y finalmente la disminución de su empresa monopolizadora. En un último apartado se resume el aspecto estructural del artículo: el rol que juegan los vínculos afectivos —relacionales— en la construcción del poder.
las tierras y aguas de Sinaloa en el concierto de la política posrevolucionaria En la mayoría de los países latinoamericanos los Estados nacionales tendían cada vez más al intervencionismo, a la autonomización y a la supremacía, y México no sería la excepción: el Estado —considerado como la encarnación de las élites dirigentes y actor central de las sociedades y su desarrollo— sería el que regiría la tentativa de progreso y los caminos que había que seguir.1
1 Sobre esta cuestión, Córdova sostiene que el Estado se había convertido en el principal promotor del desarrollo social, debido a la enorme dispersión de los factores productivos y a la debilidad de las relaciones económicas modernas. Arnaldo Córdova, La formación del poder político en México, México, Era, 1997, pp.9-12; Cf. Hans Werner Tobler, «Los campesinos y la formación del Estado revolucionario, 1910-1940», en Friedrich Katz (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo xvi al xx, México, Editorial Era, 2004, pp. 438-441.
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Los principales países latinoamericanos presentaban una constante establecida por la estructura y la dinámica de la centralización, la omnipresencia y supremacía del Estado acompañado de las élites públicas. Esta situación no hizo más que acentuarse en la fase de transición, desde comienzos del siglo xx hasta 1930.2 Así, los años transcurridos de 1920 a 1940 constituyeron para la vida política mexicana una etapa caracterizada por una profunda transformación institucional del Estado; en el trancurso de ellos se fundaron los cimientos de la estabilidad marcada en la etapa posrevolucionaria. Siguiendo a Hans Werner Tobler, nos percatamos del planteamiento de la centralización, uno de cuyos parámetros más importantes fue el grupo de gobierno que constituirían los sonorenses, toda vez que ellos serían los que dirigirían sus esfuerzos hacia la estabilización política y social del país: se dedicaron a construir el nuevo Estado, dejando de lado lo que después vendría a ser la fortaleza del gobierno de Lázaro Cárdenas: las reformas sociales. De esta manera podemos entender el proceso continuo de construcción nacional y, a la vez, conocer los intereses del grupo sonorense y del gobierno cardenista, donde se contraponen el gran énfasis de los cambios económicos en la primera etapa (la sonorense) y los sociales en la segunda (la cardenista).3 Las condiciones políticas a principios de la década de 1920 fueron descritas por Fuentes Díaz4 con el concepto «caudillismo revolucionario», caracterización con la que buscó realzar la idea de que el auténtico poder aún descansaba en los caudillos nacionales —como Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles— y en la gran cantidad de caciques regionales.5 Los años veinte y la posterior década se definieron por la plataforma institucional que el sistema político mexicano logró constituir en plena etapa de reconstrucción, buscando efectuar una modernización 2 Carlos Martínez Assad, «El poder local, pilar de la democracia», en Cuadernos Americanos, Nueva época, año iv, vol. 5, núm. 23, septiembre-octubre 1990, pp. 173-175. 3 Cf. Hans Werner Tobler, La Revolución mexicana. Transformación social y cambio político, 1876-1940, México, Alianza Editorial, 1997, pp. 419-462. 4 Vicente Fuentes Díaz, México, 50 años de Revolución, t. iii [La política], México, 1961, p. 369. 5 Véase Hans Werner Tobler, op. cit., p. 42.
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que habia sido interrumpida. Estos fueron años claves en muchos sentidos, ya que en ellos se procuró la necesaria estabilidad que requerían los sonorenses para organizar al país y una nueva política.6 Durante los regímenes de Obregón y Calles nació una nueva clase capitalista: generales, caciques provinciales y líderes obreristas que habían invertido su dinero en tierras e industrias, pero especialmente en bienes raíces urbanas.7 Especialmente Obregón, con el fin de no marginar a los sectores terratenientes aún poderosos, se vio obligado a apoyar el derecho de la propiedad; al mismo tiempo, debilitó las bases de poder de los caudillos regionales y los subordinó, aunque también buscó asimilarlos al sistema político.8 Cuando Calles asumió la presidencia el 24 de diciembre de 1924, el régimen emprendió una segunda etapa para realizar la centralización del Estado. Su política acentuó el esfuerzo por dominar a los gobiernos estatales y concentrar las acciones de las organizaciones que había formado y patrocinado.9 Para Sinaloa, la década de los treinta fue un periodo de transición. La tenencia de la tierra y la posterior desaparición de la gran propiedad acumulada en la etapa cañedista dio paso al reparto entre los agricultores particulares y el ejido, aunque sin dar por finalizada la existencia de los cacicazgos locales y regionales,10 ya que la restauración de la vida financiera nacional, así como el inicio de la reconstrucción y modernización del país, no sería posible sin la palanca regional de los caciques. En este sentido, Obregón llegó a considerar que le correspondía al Estado la búsqueda del desarrollo agrícola nacional como una de las fuentes de riqueza, por lo que se enfocó en la distribución más equitatiIbíd., p. 484. L. B. Simpson, Muchos Méxicos, México, fce, 1983, p. 309. Para el caso de Sinaloa, véase Alonso Martínez Barreda, Relaciones económicas y políticas en Sinaloa. 1910-1920, Culiacán, uas/EI Colegio de Sinaloa, 2005. 8 Heather Fowler Salamini, «Tamaulipas. La reforma agraria y el Estado», en Thomas Benjamin y Mark Wasserman (coords.), Historia regional de la Revolución mexicana. La provincia entre 1910-1929, México, Conaculta, 1996, p. 265. 9 Ibíd., pp. 277-278. 10 Martínez Barreda, op. cit., p. 283. 6 7
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va de la tierra, idea que desembocaría en una política de carácter protector respecto a la enajenación y distribución de terrenos propiedad de los terratenientes, a quienes estimuló la estrategia obregonista. Así lo refería el propio Obregón: «si nosotros atentamos contra lo que ya está creado, matando todo estímulo, seremos inconsecuentes con la civilización»;11 sin embargo mostraba una intención política contradictoria, pues exigía que se respetaran los predios bien cultivados y que solo fueran repartidos aquellos en los que «por la desgana de sus propietarios, perduraba aún la técnica rudimentaria del arado».12 De esta manera se excluía de toda expropiación a las fincas rústicas que tuvieran establecidos sistemas modernos de cultivo, y además, según el juicio de la Secretaría de Agricultura, se buscaba que se respetara toda la extensión que fuera necesaria para el proyecto agrícola con el objetivo de no hacer perder a las fincas su carácter de unidad global.13 Desde la perspectiva obregonista, la cuestión agraria debía formar parte de la reconstrucción nacional dentro del marco de conciliación de clases; es decir, una de las formas de resolver el problema sería el fomento de la pequeña agricultura para lograr el impulso de la productividad agrícola en México. Sin embargo, Obregón no estuvo de acuerdo con fincar la creación de la pequeña propiedad sobre la base de una fragmentación indiscriminada del latifundio, por lo que se negó a reconocer la afectación de los intereses de los terratenientes porque «si un propietario trabajaba y mantenía en explotación sus tierras, incluso tratándose de un gran terrateniente, lo lógico y lo verdaderamente legal era que se le respetase su propiedad».14 En sí, estaba de acuerdo en que debían salvaguardarse los latifundios que utilizaban procedimientos modernos.
11 «Palabras de gran alcance pronunciadas por Obregón en su discurso en Mazatlán, Sinaloa, el 7 de noviembre de 1919», en Antonio Soto y Gama, La cuestión agraria en México, México, Ediciones El Caballito, 1970, p. 69. 12 Ibíd., p. 70. 13 Ídem. 14 Arnaldo Córdova, La ideología de la Revolución mexicana, México, Era, 1987, p. 279.
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Las décadas de los veinte y treinta en Sinaloa se caracterizaron por la manifestación de un cambio en la estructura económica, la cual se basaría esencialmente en la agricultura especializada, razón por la que la industria no llegó a despegar hacia un nivel competitivo basado en la diversificación.15 En los municipios costeros del centro y norte del estado, la agricultura comercial fungió como el motor del crecimiento económico, sumado a los cultivos del período anterior: la caña de azúcar, el tomate y el garbanzo. La gran propiedad se conservó porque los diferentes gobernantes de Sinaloa la protegieron e impidieron el reparto de tierra, aunque también surgieron pequeños propietarios en los valles irrigables.16 En una región económicamente agrícola y semidesértica, además de la posesión de la tierra, el dominio del agua de riego resultaba decisivo para el desarrollo económico y político de la entidad y de individuos como Blas Valenzuela.17 La posesión del líquido hacía posible que se pudieran trabajar sus tierras y, además, venderlo a su clientela política o negarlo a sus enemigos, lo que fue una constante en la etapa final del cacicazgo.18
Guillermo Ibarra, Sinaloa. Tres siglos de economía, México, difocur, 1993, p. 77. Sergio Ortega Noriega, Breve historia de Sinaloa, México, colmex/fce/Fideicomiso Historia de las Américas, 2004, p. 282. 17 Eduardo Frías manifiesta que, pasada la vorágine revolucionaria, en la década de 1920 se reinició la construcción de canales en el estado, solo que en esta ocasión el capital privado que participaba en las obras era minoritario comparado con la parte correspondiente al gobierno. Es decir, «aun cuando hombres como Blas Valenzuela, Buenaventura Casal, Silvano Gaxiola, Silverio Trueba y Patricio McConegly, continuaban haciendo obras de irrigación, fue el gobierno el que por cuestiones económicas y de control político se hizo cargo de la construcción y el control de las mismas. De este modo, a partir de la creación de la cni, la construcción comenzó a depender y a ser administrada por el gobierno estatal o federal o ambos». Eduardo Frías Sarmiento, El oro rojo de Sinaloa. El desarrollo de la agricultura del tomate para la exportación: 1920-1956, tesis doctoral, Puebla, buap, 2005, p. 33. 18 Véase Actas Públicas de Debate de la xxviii Legislatura, t. x, 17 de junio de 1920, ff. 127-128. Aquí se puede constatar la importancia de legislar el manejo del agua; en este caso se legisla la viabilidad de que se le entregue a un particular el monopolio del agua para beneficio propio y en perjuicio de la región de El Caimanero, como se hace constar en el aha-fas, c., 543, exp. 8131. 15
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Esta situación no fue casual, ya que el origen de la empresa de Valenzuela se correspondía con un primer nivel, el escenario político, circunstancia que se suma y obedece a un nivel distinto: el de las implicaciones relacionales de Valenzuela con Obregón dentro de un marco político contextual que así lo requería.19 En otras palabras, de acuerdo con este planteamiento, podemos entender la identificación de las intersecciones sociales y la reconstrucción de las relaciones establecidas entre un grupo de actores que conformaron una entidad social, aunque esta no corresponda necesariamente a una forma ritualizada de socialización o sociabilidad.20 Para la formación de su cacicazgo, Blas Valenzuela siguió un camino cuyos orígenes se encuentran en su adolescencia y en su gran interés por las carreras de caballos, las peleas de gallos y todo tipo de juegos de azar; mas fue su afición a lo primero21 la que le brindó la oportunidad de conocer y establecer amistad con la familia Menchaca, dueños de las haciendas de El Buen Retiro, La Bebelama y El Dorado, en Guasave, lazo que aprovechó para hacerse de las entonces tierras vírgenes del predio de Huicho,22 con las que inició lo que más tarde sería una de las más importantes empresas agrícolas del valle: la hacienda de El Cubilete.
19 Aunque no se había podido encontrar una explicación satisfactoria al porqué de la ayuda que Blas Valenzuela recibió por parte de Álvaro Obregón, un acercamiento a la respuesta nos la presenta María Luisa Lugo de Castro, sobrina de Valenzuela, al decir que fue el contexto político de la época y dos tipos de cercanías: la geográfica y la de ambos troncos familiares. Entrevista realizada el 22 de abril de 2006 por Wilfrido Llanes Espinoza. 20 Bertrand Michel, «De la familia a la red de sociabilidad», en Revista Mexicana de Sociología, núm. 2, vol. 61, abril-junio de 1999, pp. 111-112. 21 Un ejemplo que ilustra la afición de Valenzuela a las carreras de caballos, a la vez que denota el fuerte vínculo afectivo con Álvaro Obregón, es el regalo de una yegua que a principios de marzo de 1922 recibe de parte de Obregón, que a decir de este último serviría para «pelar a los prójimos en las carreras», agn, Obregón-Calles, vol. 16, exp. 103, f. 120. 22 Fueron 174 hectáreas las que Blas Valenzuela obtuvo por esta compra-venta, misma en la que Emilio, Camilo y Baltazar Menchaca cedieron a Valenzuela todos los derechos del lote de Huicho. aha-fas, c. 1125, exp. 15806, ff. 163, 185; aha-fas, c. 1098, exp. 15400, f. 87v.
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En sociedad con Álvaro Obregón, Valenzuela incrementó sus propiedades. El escenario no podía ser mejor: Obregón era uno de los principales exportadores de garbanzo en México, estaba asociado con las élites políticas y económicas de Sonora y, además, exportaba a los mercados estadounidense y español. En un afán por expandir sus negociaciones, en Sinaloa estableció relaciones con agricultores y empresarios con el fin de sembrar y exportar garbanzo, empresa en la que Valenzuela se convirtió en uno de sus principales apoyos,23 asegurándose un importante respaldo y protección. Como ya se mencionó, las tierras sin agua resultaban improductivas y ociosas, por ello para los agricultores fue una de sus principales preocupaciones. Debido a que la idea de aprovechar al máximo el caudal de los ríos y los numerosos arroyos del estado implicó —dada la situación económica del país y debido a que las obras suponían una fuerte inversión— que fueran los hombres dedicados a la agricultura comercial los que financiaran la construcción de las obras la mayor parte de los canales fueron construidos por los hacendados. Valenzuela fue uno de estos caciques beneficiados con las anuencias para el aprovechamiento del agua del río Sinaloa,24 lo que le significó la posibilidad de vender el agua a precios que en ocasiones resultaban incosteables para los colonos; esta fue la vía de la que se valió para ejercer el control sobre los pequeños campesinos, quienes no tuvieron otra opción que pagar por el agua que necesitaban o tomarla por la fuerza, originándose así constantes problemas entre el cacique y los agricultores.
23 El escenario de la estrategia de Obregón nos la presenta Eduardo Frías, al referir que conjuntamente, buscando ampliar su influencia económica en la entidad, Obregón se apoyó en Juan José Ríos, quien fungiendo como su intermediario compró y arrendó tierras en el área de influencia del canal Rosales. El primer lote adquirido era de ciento veinte hectáreas y sus condiciones eran inmejorables: se encontraba a treintaicinco kilómetros de la estación de Culiacancito y a tres kilómetros del río; la tierra era de aluvión y contaba con agua subterránea para bombeo con tubos de doce a quince pulgadas de diámetro. No contento con lo adquirido, el general Juan José Ríos anunciaba al presidente en un telegrama que había oportunidad de obtener otros predios en el valle. Eduardo Frías Sarmiento, op. cit., p. 42. 24 Como se hace constar en el aha-fas, c. 543, exp. 8131.
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En efecto, el monopolio local del agua conllevaba en diversas ocasiones al abuso de los caciques; un ejemplo de ello es el caso que se presentó entre los aparceros y el hijo de Blas Valenzuela, Francisco, quien anunció en el periódico que «quien no pagara el agua propiedad de su canal, [no recibiría] una gota del líquido».25
de inversionista agrícola a disidente escobarista Con la muerte de Álvaro Obregón, tras resultar presidente electo en julio de 1928, se abrió un período de transición política que abarcó siete años, lo cual tuvo consecuencias significativas en las estructuras del poder, ya que inmediatamente después de su deceso ocurrió una serie de acontecimientos que influyó en la conformación del régimen nacional. El asesinato del caudillo agitó a un sistema político que descansaba en él, generándose un vacío de poder que nadie estuvo en condiciones de llenar. El bloque de poder que descansaba en la hegemonía del caudillo y en su alianza con el presidente Calles, si bien no se dividió de inmediato, sí mostró fracturas que se ampliaron con el tiempo; los obregonistas más devotos —Fausto Topete, Roberto Cruz, Gonzalo Escobar, Antonio Díaz Soto y Gama, Manrique y Ríos Zertuche, entre otros— rápidamente acusaron a Morones de ser el responsable intelectual del magnicidio. Los callistas —beneficiarios directos de la muerte de Obregón— se defendieron de las acusaciones y negaron su responsabilidad en el suceso. Manteniendo la institucionalidad en condiciones difíciles y dando muestras de cálculo político, Calles se declaró jefe único de la clase política revolucionaria, misma que sería la encargada de designar al próximo presidente de la República, el que, según la idea de Calles, tendría que ser un civil. El elegido fue Emilio Portes Gil. El Partido Nacional Revolucionario (pnr) sería entonces la culminación de un esfuerzo por dejar atrás el caudillismo y su inmenso poder. 25
Véase ds, 17 de diciembre de 1929.
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Frente a estos acontecimientos, el obregonismo radical decidió jugarse una última carta. Un sector del Ejército —en el que figuraban oficiales con mando de fuerzas o con autoridad en las entidades que gobernaban— que no estaba de acuerdo con los dictados de Plutarco Elías Calles, decidió rebelarse: el 3 de marzo de 1929, bajo el Plan de Hermosillo,26 inició la denominada «Rebelión escobarista o renovadora». En este contexto, Blas Valenzuela y su proyecto caciquil se instalaron en un proceso en picada; los motivos fueron varios, pero el que ahora interesa es el concerniente a las consecuencias que trajo consigo la rebelión escobarista a su «gobierno» regional. Algunos de los actores que participaron en el estallido del movimiento rebelde y que lucharon en contra del gobierno federal fueron los exgenerales José Gonzalo Escobar,27 Jesús M. Aguirre, Francisco R. Manzo, Fausto Topete, Roberto Cruz y Marcelo Caraveo.28 En Sinaloa, al recuperar y evacuar la zona —misma que en un momento fue ocupada en su mayor parte por los infidentes—,29 el gobierno federal se dio a la tarea investigar a los participantes más activos. Entre los nombres que se dieron a conocer figuraban políticos, comerciantes y terratenientes, todos con presencia en el ambiente estatal y todos acusados de haber cooperado en el movimiento rebelde, ya fuera mili26 Véase Román Iglesias González, Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la Independencia al México moderno, 1812-1940, México, unam/iij, 1998, pp. 956-960; Gilberto Escoboza Gámez, «El Plan de Hermosillo», en Boletín de la Sociedad Sonorense de Historia, núm. 7, enero-febrero 1983; y Octavio Fernández Perea, «The Escobar Rebellion: A Consideration of La Azonda Militar de 1929», en The Journal of Big Bend Studies, vol. 14, Center for Big Bend Studies, Sul Ross State University, Texas, 2002, disponible en http:/www.sulross.edu/~cbbs, consultado el 13 de marzo de 2006. 27 El general José Gonzalo Escobar nació en 1892 en Mazatlán, Sinaloa. En 1913 se incorporó al ejército constitucionalista y destacó en el Cuerpo de Ejército del Noroeste. Derrotó a Villa en 1914 y 1915. Participó en la rebelión de Agua Prieta contra Carranza. Como jefe de operaciones en varias entidades federativas, luchó contra la rebelión delahuertista en la batalla de Palo Verde y en la toma de Ocotlán, en 1924. Combatió la rebelión del general Arnulfo R. Gómez, en 1927, a quien derrotó, hizo prisionero y ejecutó. Dos años después tomó las armas contra Calles como jefe de operaciones militares en Coahuila. En: http://www.inep.org/content/view/1646/74/. Consultado el 3 de enero de 2006. 28 accj-m, Sección Penal, 1929, caja 1, exp. 13, f. 1. 29 Cf. ds, 7 de marzo de 1929, p.1.
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tando, reclutando, financiado o facilitando armas.30 El juez de Culiacán se encargó de las averiguaciones sobre Celso Gaxiola Andrade, Ramón F. Iturbe y Blas Valenzuela; al de Guasave le correspondió investigar a Ramón Castro Inzunza y Emilio Menchaca Jr., y al de Los Mochis a José María Ochoa, Ramón J. Luque, Alfonso Peñúñure, Antonio R. Castro, Concepción C. Castro, Alfonso Cota, Damián Ruiz H. y José María Encinas Jr.31 Las indagatorias también implicaron a los diputados del Congreso local Francisco I. Medina, Francisco Morán Acuña, Luis Sáenz H. y Pedro M. Fierro, quienes no pudieron escapar al desafuero después de la derrota de los rebeldes. También se descubrieron involucrados los representantes de la xxxiii Legislatura del estado, al ser acusados de haber secundado el movimiento rebelde de acuerdo con el Plan de Hermosillo; de la misma Legislatura, y por la misma razón, perdieron sus fueros como diputados Delfino G. Ochoa, Ramón Domínguez, Cuauhtémoc Silva, Vicente Ramos, Lauro Aguirre y Federico González Jr.32 Igualmente fueron destituidos los magistrados del Supremo Tribunal de Justicia Francisco Olea, Francisco Acosta y Plata, José R. Rocha, Miguel Garza, Gerardo Ceniceros, José Alcaraz Alatorre y Rafael Ronquillo, acusados también del delito de rebelión.33 De igual manera —por disposición de Plutarco Elías Calles— el diputado Ramón Castro Inzunza perdió su asiento en la Legislatura; entre los argumentos para su detención se declaraba que «el exdiputado tenía en su poder documentos comprometedores para Blas Valenzuela, de quien se decía estuvo implicado en el movimiento denominado Renovador».34 30 Licenciado Celso Gaxiola Andrade, exgeneral Ramón F. Iturbe, exdiputado Ramón Castro Inzunza, Blas Valenzuela, Emilio Menchaca Jr., exgeneral José María Ochoa, Ramón J. Luque, Alfonso Peñúñure, Antonio R. Castro, Concepción C. Castro, Alfonso Cota, Damián Ruiz H., José María Encinas, Jr., exgeneral Roberto Cruz y exgeneral José Gonzalo Escobar, accj-m, Sección penal, 1929, caja 1, exp. 13, f. 9. 31 accj-m, Sección penal, 1929, caja 1., exp. 13, f. 13. aces-aspohces, 20 de mayo de 1929, f. 1. 32 aces-aspohces, 20 de mayo de 1929, p. 1. 33 Ídem. 34 ds, 7 de mayo de 1929, p.1.
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En el rubro de las finanzas, se condenó a los contribuyentes del gobierno rebelde, mientras que «el gobierno rebelde» despojó al gobierno establecido, ocupando las funciones legales; al removerlos, la consigna fue restablecer las funciones interrumpidas. Asimismo, se ofrecieron facilidades para quienes hubieran hecho los pagos de manera forzada por la administración renovadora; como se hace constar en los anexos I y II, los préstamos forzados y pagos de impuestos fueron los métodos utilizados por los rebeldes para financiar y mantener la campaña.35 Lo que se buscaba era que los contribuyentes comprobaran la falta de confianza en dicho gobierno a la hora de hacer los pagos; de haber sido así, los que accedieron al pago de los impuestos exigidos por los rebeldes tendrían derecho de retribución.36
el final del cacicazgo de blas valenzuela Con lo anterior se comprende que la decadencia del cacicazgo de la familia Valenzuela era previsible: la rebelión escobarista no les había dejado en buena situación. En tal circunstancia, la afectación más relevante que sufrió el cacicazgo fue el de la dotación de tierras que la familia Valenzuela, por problemas con los medieros y peones,37 «decidió hacer»; los terrenos entregados, que pasaron a formar la colonia Portes Gil, fueron los de Utatave No. 1, Utatave No. 2 y Agua Blanca y se les obligó además a adquirir —de Salomé Apodaca— 101 hectáreas de terrenos colindantes con los donados, mismos que en conjunto sumaban novecientas.38 La dotación se dio de manera pacífica, pero los acontecimientos sucesivos fueron cada vez más violentos. En una ocasión el Ministerio 35 En el anexo I y II se pueden ver las cantidades de maíz con las que algunos agricultores de la región centro del estado contribuyeron para cumplir las exigencias de las tropas renovadoras. 36 aces-aspohces, 22 de mayo de 1929, f. 2 37 Véase Hubert Cartón de Grammont, Los empresarios agrícolas y el Estado: Sinaloa 1893-1984, México, unam-iis, 1990, p. 106. 38 aran-s, c. 29, exp. 700, f. 1.
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Público Federal tuvo que intervenir en contra de los ejidatarios de la colonia Portes Gil por haber destruido el vertedero del canal Utatave;39 el origen de los daños provenía de una represalia por quejas continuas sobre el aprovechamiento de las aguas que les correspondían, ya que no se respetaban los derechos contraídos en la dotación de sus tierras.40 Para 1930, el plano de la colonia Portes Gil marcaba 428 hectáreas de tierras de riego y el resto de montes sin cultivar, hasta completar las novecientas hectáreas aptas para regarse; a estas se les sumaron setenta más por el desmonte que los ejidatarios habían realizado; así, en números redondos, para 1932 el ejido contaba con quinientas hectáreas de riego, pero solamente se irrigaban 125 de ellas.41 Tal situación molestaba a los ejidatarios, que reclamaban castigo para el responsable de la falta de agua. En esta misma línea, Francisco Santa Cruz pedía al teniente Marcos Jarero Salas, jefe del Departamento del Regimiento de Guasave, que se respetara el trato celebrado el 8 de enero de 1933,42 en el que se establecía, entre otras cosas, el tandeo semanal de siete días para la colonia Portes Gil y siete para las tierras de Blas Valenzuela; también demandaba que no se les siguiera hostigando quitándoles el agua, pues ya no estaban dispuestos a soportar más abusos, manifestándose el hartazgo que les provocaba el despotismo del cacique, puesto que ellos también estaban exigidos de riegos.43
Las quejas fueron una constante en la relación colonia-cacique. Una muestra más que evidencia lo dicho se manifiesta en el reclamo presentado por el comité agrario de la colonia Portes Gil sobre las irregularidades en el aprovechamiento de las aguas, en el que los quejosos aran-s, c. 29, exp. 700, f. 57. El 4 de julio de 1930 se les había dado posesión definitiva de los terrenos cedidos por Blas Valenzuela al gobierno federal. Ibíd., f. 61. 41 aran-s, c. 29, exp. 700, f. 62. 42 Ibíd., c. 29, exp. 700, ff. 67-69. 43 Ibíd., c. 29, exp. 700, f. 88. 39
40
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señalaban a José María Valenzuela como responsable del incumplimiento del convenio. La petición interpuesta por los colonos encontró eco: el ingeniero Livio Guerra Leal, jefe de la Oficina Agraria, encomendó a Alberto C. Marín, ingeniero subauxiliar en Guasave, para que tomara medidas; la primera de ellas era hablar con José María Valenzuela al respecto. El ingeniero Livio telegrafió también a Blas Valenzuela una petición directa: que tomara en cuenta las recomendaciones de acatamiento del acuerdo sobre tandeo de aguas, además de recomendarle que girara instrucciones a sus empleados para evitar más anomalías en los usos del agua pactados.44 A quien había sufrido fuertes pérdidas no le resultaba fácil solicitar cooperación, pero Pedro P. Obeso —quien ya antes había tenido roces con la familia Valenzuela— instó, ahora como comisario ejidal de la colonia Portes Gil,45 a Francisco Valenzuela para que respetara la propiedad ajena y los tandeos acordados con la finalidad de que pudieran terminar los riegos de sus tierras, pidiéndole además que respetara la propiedad ajena, ya que las aguas de Valenzuela habían inundado y provocado pérdidas en las cosechas de maíz, calabaza y zacate de los colonos.46 Las intenciones nunca han sido suficientes para solucionar los problemas, pues los poderosos siempre tienen aliados, y este caso no fue la excepción: la «casa Valenzuela» tenía un aliado y la colonia Portes Gil un enemigo más, porque el comisario ejidal se había propuesto cuidar de los intereses de aquella familia en detrimento de los de la colonia; en esta ocasión la queja era por la intención de quitarles las tierras a Joaquín Santa Cruz, Alejandro Santa Cruz, Martín Armendáriz, Tomás Armendáriz, Rodolfo Áreas, Rosendo López Ochoa y Francisco López, Telegrama del ingeniero Livio Guerra Leal enviado a Blas Valenzuela sobre inconformidad en la reglamentación provisional de aguas establecidas en mutuo acuerdo el 8 de enero de 1932. aran-s, c. 29, exp. 700, f. 131. 45 Véase Enrique Ruiz Alba, «Don Blas Valenzuela», en revista Presagio, núm. 41, noviembre, 1980, p. 8; y núm. 42, diciembre de 1980, p. 10. 46 aran-s, c. 28, exp. 540, f. 112. 44
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habiendo despojado de sus parcelas a varios ejidatarios.47 Esta situación comprometía al comisario ejidal, a quien se le acusaba de no cumplir su papel como representante de la mayoría, pues, entre otras cosas, perjudicaba a los ejidatarios no distribuyéndoles el agua debida para sus siembras.48 Los años treinta resultaron los más difíciles para la Sucesión Valenzuela. La política nacional había cambiado desde 1935 y ya no eran prioridad los grandes cacicazgos, sino la pequeña propiedad, el ejido, de suerte que El Cubilete, para el 7 de septiembre de 1938, recibía la primera dotación de 2283 hectáreas,49 mismas que habían pertenecido a la Sucesión de Blas Valenzuela. La segunda afectación en beneficio del mismo ejido ocurrió dos años más tarde; en esta ocasión la superficie afectada sumaba 1230 hectáreas de riego y agostadero salitroso, íntegramente tomadas de la Sucesión.50 Inconforme con la situación, Francisco Valenzuela trató de aplicar una estrategia que apuntaba a recuperar las tierras afectadas y entregarlas a quien él quisiera; pero la marrullería fue denunciada por Cleofas Rodríguez, comisario ejidal de El Cubilete, ante el delegado agrario del estado, mismo que desmentía que la delegación a su cargo hubiera dado apoyo e instrucciones a Francisco Valenzuela sobre sus arbitrarias pretensiones relacionadas con El Cubilete.51 Como se puede percibir, las oportunidades de entrar en disputa no fueron pocas; en esta ocasión la Sucesión Valenzuela continuaba 47 Se le pedía al presidente de la República que se respetaran sus derechos en el ejido El Cubilete, que había sido dotado con 325 parcelas, a las que tienen derecho por integrar grupo 270 compañeros. agn-flc, exp. 404.1/7638, sn/f. Rafael A. Velásquez, Guasave, Sinaloa, 5 de julio de 1937. 48 aran-s, c. 20, exp. 700, f. 132. 49 La distribución de calidad de tierras fue la siguiente: 1304 ha de terrenos de riego; 920 ha de agostadero para ganados; 18 ha de terrenos salitrosos y 14 ha para la zona ocupada por el caserío. aran-s, c. 28, exp. 904, f. 3. 50 La separación de los terrenos quedaron de la siguiente manera: 409-40 ha en terreno de riego y 820-60 ha de agostadero salitroso. Con los terrenos de riego se formaron 102.5 parcelas, dejándose a salvo los derechos de 64 individuos que no alcanzaron dotación por falta de tierras; los terrenos de agostadero se destinaron pena uso colectivo. aran-s, c. 30, exp. 904, f. 204; Cf. aran-s, c. 28, exp. 540, ff. 63, 66-67. 51 Ibíd., f. 42.
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destruyendo los pastizales del ejido:52 más de cien hombres «enemigos de la causa agraria [estaban interesados] en despojar tierras al ejido Cubilete»,53 situación que ponía de manifiesto que las garantías no existían para ellos como ejidatarios, por lo que estaban dispuestos a «sostener el gobierno de la Revolución, si era posible con armas en mano».54 La inconformidad por la pérdida de tierras de la Sucesión Valenzuela se hacía evidente en cada oportunidad que se presentaba; en esta ocasión el acoso fue la ruta y el despojo de la vivienda de Basilio Armenta por órdenes de Francisco Valenzuela (pues las tierras enajenadas a la Sucesión incluían también los edificios)55 fue una manifestación más de los constantes conflictos. La influencia de la familia Valenzuela en el juzgado de Guasave les permitió ejecutar acciones de desalojo y embargo sobre los ejidatarios de El Cubilete. Como dejamos asentado, el control y aprovechamiento del agua fue el motivo más frecuente de los enfrentamientos, debido a que el líquido resultaba vital para las siembras de garbanzo, el producto que más se cosechaba en la región, y la Sucesión Valenzuela no lo dejaba llegar a las tierras de los colonos: lo detenía hasta que no se cubriera el pago de ocho pesos por hectárea regada, situación que acarreaba grandes problemas a los ejidatarios, pues, al no cubrir la cuota, las tierras quedaban sin cultivar, lo que los orillaba a tomar el agua por la fuerza.56 Aunque los hechos sangrientos estaban al borde, el ingeniero Vega Orozco, de la Comisión Agraria, ordenaba que no se pagara la cuota por uso de agua a la que se refería Francisco Valenzuela; no obstante, los ejidatarios estaban dispuestos a pagar y cumplir con los compromisos,57 Ibíd., f. 48. Ibíd., f. 55. 54 Ibíd., f. 58. 55 Cleofas Rodríguez pedía la intervención del gobierno para evitar que se despojara a los campesinos del ejido de El Cubilete de sus casas habitación y de 132 hectáreas de cultivo por orden de la Delegación Agraria del Estado a favor de Francisco Valenzuela, quien sacrificó vidas de campesinos el 12 de abril de 1937. agn-flc, exp. 404.1/7638, s/f. Guasave, Sinaloa, 24 de abril de 1937. 56 agn-flc, exp. 404.1/7638, f. 87. 57 Ibíd., f. 187. 52 53
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pues era mucha la urgencia por regar las tierras —de lo contrario se perderían las siembras de toda una temporada agrícola. La justificante que argüía la Sucesión respecto al embargo y cobro por uso de agua, se basaba en que la actitud del encargado de la Comisión Agraria, Ing. Vega, resultaba contradictoria en relación al actuar de la Sucesión. Alegaban que el mismo Vega había proporcionado su consentimiento para que los ejidatarios del Caimanero pagaran a Patricio McConegly el 5 % de las cosechas, en retribución por el uso anual de las aguas del canal construido por McConegly.58
Tal situación se repetía en Tamazula, Guasave, donde se cobraba por la extracción de agua del río Sinaloa con la bomba de Francisco Echavarría;59 e idéntico proceder se suscitaba con el sistema de riego de El Burrioncito, pues a los distintos ejidos que aprovechaban el sistema se les cobraban cuatro pesos por hectárea.60 De esta manera, la Sucesión Valenzuela buscaba por todos los medios recuperar algo que ya no le sería posible: el privilegio del agua y tierras para seguir monopolizando el control de la región. En la etapa final de su decadencia, en 1943, la ex hacienda Bonanza del Cubilete solo contaba con una superficie de 75.5 hectáreas, de las que 15.4 eran de riego de primera y las 58 restantes también, aunque invadidas por el salitre.61
Ibíd., f. 188. El cobro por hectárea regada ascendía a la cantidad de 34 pesos. 60 agn-flc, exp. 404.1/7838, f. 188. 61 aran-s, c. 30, exp. 968, f. 30. Conjuntamente a estas tierras, la Sucesión tenía una superficie de 100 ha de riego de primera ubicadas en El Cubilete, más otras en la Bebelama, mismas que fueron afectadas en su totalidad para formar el ejido de Napalá. 58
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consideraciones sobre una inquietud Hoy podemos afirmar que la amistad, más que un problema teórico, es una situación guiada por el sentido común y por las necesidades prácticas del sujeto y puede ser estudiada, como lo han venido haciendo las ciencias sociales, como un fenómeno sociocultural.62 En cuanto al estudio de los sentimientos, podemos decir que se enfatiza su espontaneidad. Aun así, los sentimientos también se aprenden, ya que las formas sociales establecidas son culturales y asimiladas por cada individuo en el proceso de socialización, es decir, «si un individuo considera que su vinculación con otro es de amistad, tenderá a comportarse con él según las pautas propias de la amistad vigentes en su cultura»;63 en este caso fue de una necesidad recíproca de apoyo para establecer un monopolio político regional en el norte del estado. En el caso de nuestro estudio, la amistad no solo se dio en función de una elección propia, sino que la estructura social influyó sobre el carácter de las relaciones personales. De esta forma, la elección de las amistades, por un lado, se mostró como un proceso en función de las oportunidades estructurales —el contexto posrevolucionario y sus implicaciones— y, por otro, de las preferencias personales. En otras palabras, la estructura social permite tener amigos, que en este caso cumplieron funciones que rebasaron la simple amistad.64
62 Enriqueta García Pascual, «Amistad y androcentrismo: la doble exclusión de lo femenino», en Pasajes del pensamiento contemporáneo, núm. 8, Primavera 2002, p. 87. 63 Ídem. 64 Félix Requena, Amigos y redes sociales, Madrid, Siglo XXI Editores, 1994, pp. 129130. Para entender con mayor profundidad el aspecto relacional, véase Eric R. Wolf, «Relaciones de parentesco, de amistad y de patronazgo en las sociedades complejas», en Eric R. Wolf et al., Antropología social de las sociedades complejas, Madrid, Alianza Editorial, 1999, pp. 28-31; Francesco Alberoni, La amistad. Aproximación a uno de los más antiguos vínculos humanos, España, Gedisa, 2001; Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, vol. iii, Sills David L. [director], Madrid, Aguilar, 1974, pp. 227-228; Larissa Adler Lomnitz y Marisol Pérez Lizaur, Una familia de la élite mexicana, parentesco, clase y cultura 1820-1980, México, Alianza Editorial, 1993, pp. 23-34; y George M. Foster, Tzintzuntzan. Los campesinos mexicanos en un mundo de cambio, México, fce, 1976, pp. 81-90.
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Así, podemos ver que la vinculación de amistad de Blas Valenzuela con Álvaro Obregón correspondió a una necesidad que se relacionó con el contexto político nacional: la construcción del Estado-nación emprendida por el grupo sonorense y por el aprovechamiento de una coyuntura (el origen rural de Obregón al igual que el de Valenzuela), a lo cual hay que agregar el factor regional-espacial, pues siendo el segundo originario del norte de Sinaloa y el primero del sur de Sonora, se correspondieron en intereses económicos y políticos.65 Por otra parte, como afirma Cynthia Radding: la revolución en las regiones nos hace pensar no solo en los contrastes geográficos que se manifestaron a lo largo y ancho de la nación mexicana, sino también en distintas formaciones sociales que se gestaron en diferentes partos de la República durante su tumultuoso período formativo.66
Al ser la visión empresarial de los sectores medios de la nueva burguesía la que guió la definición de las resoluciones institucionales al concluir la contienda militar, el «nuevo orden» político fue el que logró la reconstrucción del gobierno central mediante las alianzas con diferentes sectores sociales y focos regionales de poder.67 Como hemos visto, fueron las relaciones afectivas —en aras del fortalecimiento económico y político— las que hasta cierto punto determinaron que el poder de Valenzuela se fortaleciera con base en los vínculos establecidos a lo largo de su vida; es por ello que en esta inves65 De esta forma toma curso lo que en términos de Michel Bertrand podemos llamar la construcción de redes de sociabilidad. Transportando el marco de la red al círculo de sociabilidad podría ser el lugar de relaciones y de vínculos elegidos, o bien de afinidades y actividades en un periodo dado por uno de los miembros de la red; esa sería la función del análisis de los intereses de los actores. Se trata de la dimensión cualitativa inherente a toda relación y a todo vínculo. Véase Michel Bertrand, «De la familia a la red de sociabilidad», en Revista Mexicana de Sociología, núm. 2, vol. 61, abril de 1999, pp. 122 y 124. 66 Cynthia Radding, «Revolucionarios y reformistas sonorenses: las vías tendientes a la acumulación de capital en Sonora, 1923-1919», en Memorias del III Encuentro sobre la Formación del Capitalismo en México, México, 1983 (mimeo.). 67 Ibíd., pp. 67-68.
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tigación se desarrolló la idea del poder como una relación y no como un atributo de los actores.68 Cuando François-Xavier Guerra se refiere a la actual hechura de la historia política, pone de relieve una cuestión que interesa retomar en estas consideraciones finales: la búsqueda de un aparato conceptual para comprender a una sociedad llena de singularidades reclama la falta de atención en los desniveles que hay entre las sociedades y la élite política, lo que significa una invitación abierta para abordar las relaciones informales que están implícitas y son formuladas en el discurso cotidiano.69 Lo anterior nos lleva a entender que ningún tipo de poder ni singularidad, por más distantes que se encuentren del centro del poder, pueden ser plenamente autónomos e independientes, pues son dimensiones existentes y actuantes en el sistema de relaciones de poder que se imbrican, refuerzan y confrontan en formas y procesos distintos, según las características de cada sociedad. Por ello, cuando nos centramos en el estudio del poder político, buscamos, por un lado, ser conscientes de que las formas, manifestaciones y mecanismos que componen el poder no pueden separarse de las demás relaciones, y, por otro, que este planteamiento responde a un diseño metodológico que ha intentado abordar el análisis del verdadero objeto de estudio: el poder.
François-Xavier Guerra, México. Del Antiguo Régimen a la Revolución, t. I, México, fce, 2000, p. 126. Véase el apartado de la estructura afectiva, en Michel Argyle, Análisis de la interacción, Argentina, Amorrotú, 2001, pp. 241-245. 69 François Xavier Guerra, «Hacia una nueva historia política. Actores sociales y actores políticos», en Anuario del Instituto da Estudios Históricos y Sociales, Argentina, Tandil, núm. 4, 1989, p. 243. 68
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anexos Anexo i. Aportaciones en efectivo con que contribuyeron los comerciantes a la causa renovadora Cristóbal Bon Bustamante
$ 500.00
Ismael Castro
100.00
Rafael Yan y Cía.
600.00
Severiano Tamayo
168.10
Manuel C. Zazueta
500.00
Francisco Salazar H.
200.00
Fong Quí y Cía.
500.00
H. Murillo e hijos
350.00
Francisco Cho y Cía.
200.00
Gurvitz Hermanos
250.00
Golberg Gasman y Cía.
250.00
Arturo Pan
100.00
José Chao
75.00
Fu hermanos
100.00
Rosendo Flores y Cía.
100.00
Benigno A. Zazueta
200.00
Luis Sam
50.00
Cota y Cota
25.00
Galup J. Mudeci
200.00
Jesús Angulo
100.00
Rafael Gómez García
100.00
Walerstein García
50.00
Martín P. Careaga
500.00
Antonio Vizcaíno e hijo
1000.00
Ion Sang y Cía.
600.00
Víctor Beltrán
50.00
Donaciano Hernández
25.00 Total:
$ 7043.10
Elaboración propia, apoyada en datos contenidos en el accj-m, Sección penal, 1929, c. 1, exp. 13.
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Anexo ii. Relación de las cantidades de maíz con las que algunos agricultores de la región centro del estado de Sinaloa contribuyeron para cumplir con las exigencias de las tropas renovadoras Lugar
Las Tapias
Quilá
Nombre del contribuyente
Cantidad en sacos
Domingo Félix
20
Severiano León
50
Aparicio León
10
Mauricio Lugo
15
Primitivo Quintero
10
Luis Ramos
15
Ponciano Ramos
15
José María Tellaeche
10
Emilio Aguerrebere
15
Manuel Barrantes
10
Servando Beltrán
20
José Cubillas
10
Enrique Douglas
10
Ruperto Lara
30
Lucas G. López
25
José María Michel
15
Antonio Ochoa
40
Guadalupe A. Ochoa
50
Rafael Ramos
20
Jesús Rojo
10
Camilo Romero
40
Mariano Romero
25
Crisanto Rojo
50
Juan Sicairos
25
Irineo Sicairos
20
Miguel Vega
15
Mateo Zebada
20
Ramón Zebada
30
255
el proyecto caciquil de blas valenzuela
Tepuche e Imala
Margen izquierda del río Culiacán
Margen derecha del río Culiacán
Nicolás Beltrán
20
Silvano Bengueres
10
C. Bon Bustamante
50
Canuto Castro
20
Arnaldo de la Rocha
15
Bernardo Estrada
20
Jesús C. Guerra
20
Jesús Güémez Clouthier
20
Benjamín Ibarra
20
Rosendo Leal
20
Marcelino Morales
15
Jesús Orrantia
10
Rodolfo G. Ramos
50
Plácido Verdugo
20
Alejandro Zebada
10
Francisco Avilés
10
Guadalupe Gastélum
25
Carlos Izábal
50
José Moncayo
10
Víctor Palazuelos
25
J. M. Pablos
10
Sanz Romero
10
Ángel Trapero
10
Bruno Camacho
20
Julio Podesta
30
Francisco Ritz
50
Jesús L. Tamayo
30
Alfonso de la Vega
20
Hermanos Valencia
20
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Historias de la Revolución en Sinaloa, de Samuel Octavio Ojeda Gastélum y Matías Hiram Lazcano Armienta (coordinadores), se terminó de imprimir y encuadernar en noviembre de 2011, en los talleres de la Imprenta Pandora S. A. de C. V., ubicados en Caña 3657, La Nogalera, Guadalajara, 44470 (Jalisco). La edición, al cuidado de la Dirección de Editorial de la uas, consta de mil ejemplares.