El hambre ha sido, desde siempre, la razón de cambios sociales, progresos técnicos, revoluciones, contrarrevoluciones. contrarrevoluciones. Nada ha influido más en la historia de la humanidad. Ninguna enfermedad, ninguna guerra ha matado más gente. Todavía, ninguna plaga es tan letal y, al mismo tiempo, tan evitable como el hambre 1.
Pero, por otro, tanto menos importante, es un problema: esas hecatombes eran las únicas oportunidades que tenía el hambre de presentarse — imágenes imágenes en la pantalla del hogar — a los que no lo sufren. El hambre como catástrofe puntual y despiadada solo aparece cuando una guerra o un desastre natural. Lo que queda, en cambio, es aquello tanto más difícil de mostrar: los millones y millones de personas que no comen lo que deberían — y penan por eso, y se mueren de a poco por eso. El iceberg, lo que este libro trata de contar y de pensar. Aunque no diga nada que no sepamos ya. Todos sabemos que hay hambre en el mundo. Todos sabemos que hay ochocientos, novecientos millones de personas — los cálculos vacilan — que que pasan hambre cada día. Todos hemos leído o escuchado esas estimaciones — y no sabemos o no queremos hacer nada con ellas. Si en algún momento sirvió, se diría que ahora el testimonio — el el relato más crudo — ya ya no sirve. ¿Qué queda entonces, el silencio? 2 nada me impresionó más que entender que la pobreza más cruel, la más extrema, es la que te roba también la posibilidad de pensarte distinto. La CAPARROS-El hambre.indd 11 02/07/14 16:50 12 que te deja sin horizontes, sin siquiera deseos: condenado a lo mismo inevitable. 3 Nos hace analizar analizar el tema de la incertiumbre del tener tener hambre Inicia el texto con una alisis “El hambre es – para Martín CaparrósCaparrós- un proceso, una una lucha del cuerpo contra el cuerpo. cuerpo. […] Hubo tiempos en que el hambre era un grito, pero el hambre contemporánea es, sobre
todo, silenciosa: una condición de los que no tienen la posibilidad de hablar. Los que no comen, generalmente, callan. O hablan donde nadie les escucha.[…] El hambre es el mal que más personas sufren.” Afirma el autor que “El hambre tiene muchas causas. La falta
de comida ya no es una de ellas. La causa principal del hambre en el mundo es la riqueza: el hecho de que unos pocos se queden con lo que muchos necesitan, incluida la comida”.
Esta y cuantas afirmaciones aparecen en el libro se presentan desgranadas, desgranadas, argumentadas, justificadas, “Aunque -como pone de manifiesto el autor- las cuentas del hambre suelen ser vagas, imprecisas: así las prefieren los que cuentan. […] Las cifran varían: es muy
difícil calcular con precisión cuántas personas pasan hambre. La mayoría vive en países 1
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con Estados precarios, incapaces de registrar a buena parte de sus ciudadanos y las organizaciones que tratan de contarlos tiene que usar, en lugar de censos detallados, cálculos estadísticos”. Todas y cada una de las páginas del citado libro – y son más de 600- interpelan enérgicamente al lector, dejando muy claro, que la realidad del hambre hoy no se justifica porque, si bien durante siglos las hambrunas no tenían solución, hoy “El mundo produce má s comida que la que necesitan sus habitantes; todos sabemos quiénes no tienen suficiente”. El hambre hoy “es más brutal, más horrible que hace cien o mil años. O, por lo menos, mucho más elocuente de lo que somos”. Y para muestra un botón: “Estados Unidos gasta 1.760 millones de dólares diarios en sus fuerzas armadas.
Ese dinero alcanza y sobra para darle cada día a cada uno de los 800 millones de hambrientos del mundo los dos dólares que necesitan para comer, para que nadie más se quede sin comida.”
Desde la colonización/descolonización, al tráfico descontrolado de armas mundial (gran negocio), pasando por las nefastas políticas de las grandes potencias, secundadas por organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, así como la falta de reacción de la ciudadanía frente a los reiterados incumplimientos de los compromisos adquiridos por sus gobiernos respectivos, dan como resultado la escandalosa e injustificable lista de personas que, día a día, son víctimas del hambre. Por no hablar de la “apropiación” de tierras que están realizando países y grandes corporaciones “porque no quieren depender del comercio internacional para conseguir los alimentos que precisan” y porque es un buen negocio. Lorena, Nyayiyi, Abi, Nynkuma…
son mujeres, entre millones de personas que tienen hambre; lo sabemos y no les damos de com
Desde que apareció en España el libro titulado “El Hambre”, de Martín Caparrós, lo tengo en mis manos y me siento interpelada por sus protagonistas, la mayoría mujer es “porque,
entre otras cosas, este es un libro hecho de mujeres como un cuerpo está hecho de agua […] Y parece como si el hambre fuera sobre todo cosa de mujeres: el 60% de los hambrientos del mundo son mujeres”. En efecto, el testimonio de Aisha, Royeka,
Taslima, Shahalla, Angelina y muchas más es el testimonio de mujeres hambrientas unidas a hombres que, con toda normalidad, las abandonan, quedando con sus hijos a los que no pueden alimentar, que les ven morir porque el hambre les ha dejado sin un soplo de vida. Como afirma Martín Caparrós, “Son muertes que no salen en los diarios. No podrían: colapsarían los diarios. En los diarios sale lo inhabitual, lo extraordinario”.
«Si usted se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en – digamos – ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas ocho mil personas: son muchas ocho mil personas. Si usted no se toma ese trabajo esas personas se habrán muerto igual, pero usted tendrá la suerte de no haberse enterado. O sea que, probablemente, usted prefiera no leer este libro. Quizás yo haría lo mismo. Es mejor, en general, no saber quiénes son, ni cómo ni por qué. (Pero usted sí leyó este breve párrafo en medio minuto;
sepa que en ese tiempo sólo se murieron de hambre entre ocho y diez personas en el mundo – y respire aliviado).»
el hambre puede verse "como la metáfora más violenta de la desigualdad en la que vivimos y toleramos vivir" "la imposibilidad de conseguir la comida que se necesitaba" Además, estando allí vio que aunque "se supone que Níger es el ejemplo más claro del hambre estructural, un lugar muy árido donde es difícil cultivar, es el segundo productor de uranio del mundo, pero los que lo explotan son una empresa francesa y otra china", Son otros los que siembran y comen Grabadora en mano, Caparrós viajó por India, Bangladesh, Níger, Kenia, Sudán, Madagascar, Argentina, Estados Unidos o España para encontrar a personas que sufren hambre, que en todo el mundo se calcula son unos mil millones. Después de todos estos años de testimonios directos y de centenares de páginas de informes leídos sobre alimentación, Caparrós se pregunta hoy: "¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?. Es una de mis grandes perplejidades, aunque al mismo tiempo lo entiendo porque yo también sigo viviendo, pero, por lo menos, hay que preguntarlo". Sin tener recetas, sí cree que parte de la solución pasa por la política. "Creo que tendría que haber una forma moral de la economía, entendida como forma económica que redistribuya la riqueza para que todos tengamos suficiente y nadie tenga demasiado. El problema es que no sabemos qué forma política puede sustentar esta forma moral", apuntilla. Entiende el escritor que "cuanto más desarrollo, más se estiran las desigualdades, no la igualdad" y ha puesto como ejemplo que la India, un país que se pone como ejemplo de su desarrollo en los últimos años, "sigue siendo el que cuenta con más desnutridos del mundo". Por otra parte, ha defendido, especialmente después de permanecer en ciudades norteamericanas con un índice de obesos que casi llega al 40 %, que hoy "los obesos son los malnutridos de los países ricos, porque sólo pueden comer comida basura, mientras que en los países pobres los hambrientos son los malnutridos". En el libro también denuncia la cantidad de comida que diariamente se tira a la basura o que en Bangladesh haya mujeres trabajando seis días a la semana durante doce horas diarias en la industria del textil por apenas 200 dólares al mes. "Llevamos sobre el cuerpo jirones del hambre de estas mujeres de Bangladesh y lo hacemos con mucha tranquilidad", ha subrayado.
Por otra parte, ha comentado que en otros países como Madagascar los países ricos "se quedan con enormes cantidades de tierras, a un ritmo brutal, en una forma de colonización muy directa, para producir allí y llevarse esos productos a sus países". A su juicio, este hecho "es el hambre del futuro, porque restringe a esos países la posibilidad de producción de alimentos en sentido estricto". El libro, que en la última feria de Fráncfort despertó la curiosidad de numerosos editores, se publicará este año en Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Holanda, Suecia, Estados Unidos, Brasil y Taiwán. Martín Caparrós traza una lacerante ruta ante la que no se interponen fronteras ni continentes; no la detiene la tecnología, ni la ideología, ni la religión. Con el propósito de hacer visible esa realidad clandestina para quienes vivimos ajenos a ella, el autor penetra en las venas de África. El Sahel, en la orilla del Sáhara, en Níger. La India, Calcuta, donde el hambre, de tan antigua, es una costumbre. El ominoso mapa incluye el desierto africano y la favela brasileña, el slum indio, el arrabal hispánico. Hay 250.000 villas-miseria en el mundo habitadas por 1.200 millones de personas. Cada año emigran 500.000 personas a Bombay y 400.000 terminan en slums como el de Dharavi. En Bangladesh la desnutrición infantil es la mayor del mundo: un 46 por ciento de niños y niñas desnutridos. Hambre y tratamientos para adelgazar Los círculos dantescos alcanzan Estados Unidos: Chicago, la ciudad de los pantries, de los «sinhogar» y las ollas populares, a las que acuden 700.000 personas. El presente está asentado sobre la contradicción y el contraste: el país más rico del mundo tiene 50 millones de pobres. El país más rico del mundo tiene, también, 90 millones de obesos: «Live Fat. Die Young» [«Vive obeso, muere joven»], alerta el renovado eslogan. Según Caparrós, 30.000 millones de dólares al año servirían para acabar con el hambre en el mundo. La misma cantidad que gastan los norteamericanos en dar de comer a sus mascotas y menos de lo que ese país gasta en tratamientos para adelgazar. Caparrós nos acusa: hemos construido un aterrador mundo feliz El recorrido sigue por los basurales de José León Suárez, en Argentina. Los últimos países son Sudán y Madagascar. El primero se presenta como el último infierno: Yuba. Allí el hambre se adereza con la guerra. El segundo es un modelo de implacable neocolonialismo. La pobreza extrema nos impide ser otros, «pensarse distinto»; nos impide el ocio y lo superfluo («Le superflu, très necessaire», clama Voltaire). «Ganado tengo el pan: hágase el verso», escribió el cubano José Martí. La poesía es el lujo necesario de quienes no tienen la urgencia del hambre. El mundo satisfecho no quiere enfrentarse a esa realidad hiriente. Inventa solemnes eufemismos para sortear la punzada directa de las cifras y los hechos. Los Estados hablan de «inseguridad alimentaria» y «malnutrición coyuntural aguda». Historias mínimas Caparrós nos acusa: hemos construido un aterrador mundo feliz, el hambre es un invento de la civilización y el desarrollo. Añade esta vergüenza: casi la mitad de la comida que se produce en el mundo termina en la basura.