EL HERRERO Y LA MUERTE de Mercedes Rein y Jorge Curi
Personajes
Peralta Peraltona Nuestro Señor San Pedro Magnate Fullero Muerte Gobernador Caballero Lilí Coro
ESCENA I Cuento de fogón
(Se oye una guitarra. Miseria, en cuclillas junto a la horqueta de un árbol muy viejo y reseco, inicia su relato rodeado por el Coro de pobres más miserables aún que él. No se ven sus rostros. Este Coro rondará constantemente la escena, acechando, suplicando, festejando, amenazando, según los casos. También puede encarnar los diversos papeles secundarios.) Miseria – Miseria – Les viá a contar una historia pa’ que se la cuenten a un amigo que ande en la mala. Pasó hace algún tiempo en un lugar que llamaban Tierra Santa. Por allí vivía un paisano de apellido Peralta, pero más conocido por su apelativo de Miseria. Era un criollo medio ladino, que habitaba en un triste rancho, solo con su hermana, a quien unos llamaban la Peraltona y otros, simplemente, Pobreza. Pobreza. El hombre era herrero de oficio y muy habilidoso para sacarle el cuerpo al trabajo. Peraltona – Peraltona – ¡Miseria! ¡Miseria! ¿Ande andará este atorrante? (Cruza entre el Coro sin verlo, en otro tiempo y espacio. Uno del Coro se levanta. La sigue. Se vuelve hacia el público. Lleva máscara de calavera). Miseria – Miseria – Dicen Dicen las mentas que el hombre era un vagoneta, amigo del trago, los naipes, los dados y de todos los vagos como él. Pero también se cuenta que era un almita de Dios, que se quitaba el pan de la boca y los trapitos del cuerpo pa’ dárselos a los pobres y por eso vivía en la mayor necesidad. Y su hermana se la llevaba el diablo al ver la pachorra de su hermano Miseria.
Peraltona – (lo ve en un rincón acuclillado al pie de la horqueta) ¿Estabas ahí? Levantate, hombre de Dios, andá a trabajar, encendé la fragua, hacé algo, afanate un poco por ganar plata, hermano, que me estoy consumiendo con esta vida miserable que me hacés llevar. Miseria – Pues ándate al pueblo y casate, Pobreza, ansí te dejás de tanto amolar.
(Se desplaza el Coro. Se ven sus rostros de calavera). Peraltona – ¿Cómo querés que me case si no tengo ni pa’ un mísero ajuar? ¿Qué hiciste con la plata que cobraste ayer, infeliz? Miseria – Se la presté a mi compadre que andaba muy necesitado. Peraltona – Pero ¿quién más necesitado que vos, Miseria? ¡Ahí te veo más hilachento y piojoso que tuitos los atorrantes que socorrés! Bien podrías comprarte una muda de ropa o comprármela a mí que me tenés casi desnuda y muerta de hambre… pero vos sólo pensás en tu compadre tal y tu comadre cual… ¿Me querés decir de ande sacás tanto compadre y tanta c omadre vos? (Procura espantar al Coro de infelices acechantes) ¡Juera! ¡Juera, méndigos! Miseria – Es que tuitos me quieren pa’ apadrinar sus hijos. Peraltona – ¿Y los tuyos, infelices? ¿No pensás en ellos? Miseria – ¿Los míos? ¿Di ande? Peraltona – ¿Cómo diande, gaucho sabandija? ¿Ya no te acordás de lo que has andao haciendo por ahí? Miseria – Yo de eso no sé nada. Pa’ mi tuitos son hijos de Dios y a tuitos les reparto lo que tengo. Peraltona – Pero ¡qué vas a repartir vos, Miseria! ¡Si fueras hombre te afanarías un poco por tu familia! Pero vos, ahí tirao, todo el santo día, panza arriba… ¡Tenés sangre de lagarto, vos! Miseria (relata) – Y así vivía la Peraltona, siempre renegando. Pero una vez llegaron al rancho dos pelegrinos. Cuentan que Nuestro Señor Jesucristo, que fue el creador de la bondad, había bajado a Tierra Santa con su asistente San Pedro y andaba predicando de rancho en rancho y de pueblo en pueblo. ESCENA II San Pedro y Nuestro Señor
San Pedro – ¡Pucha, que está calentando la resolana! N. Señor – No me usés ese lenguaje, San Pedro, que no queda nada bien en un santo como vos. San Pedro – Perdone, Nuestro Señor, pero la verdá que está haciendo una calor de la gran siete –con perdón de su Divinidá – y ya nos vamos acercando a un poblao. Podríamos hacer un alto pa’ descansar un poco y refrescarnos. N. Señor – Ahí veo un rancho donde podemos detenernos.
San Pedro – Pero mire, Nuestro Señor, que esta gente ha de ser repobre y no han de tener ni pa’ ellos… N. Señor – Algo podrán ofrecernos, aunque sea un poco de sombra y una palabra buena. Andá y golpeá, a ver si sale alguien. (El coro lo rodea, suplicante. Él los mira con dolor y los bendice en silencio). San Pedro – ¡Ave María! ¿No hay naide aquí? ¡Ave María Purísima! Miseria – Sin pecado concebida. ¡Adelante! N. Señor – ¡Buenas y Santas! Buscamos un poco de sombra y agüita fresca, porque venimos a pie desde lejos. Miseria – ¡Che, hermana! (A los forasteros) Pasen nomás y acomodensén. ¡Pobreza! Peraltona – ¿Qué hay? Miseria – Traé vino y comida pa’ estos forasteros que vienen de muy lejos. Peraltona – ¿Y diande querés que saque vino y comida en este rancho pulguiento? Miseria – ¡Andá y traé lo que haiga, que algo has de tener guardao, coruja! (A los forasteros) Está un poco agriada, la pobre, por la mucha necesidá. Pero no ha de faltar en este rancho alguna cosa pa’ ofrecer a los forasteros. ¡Sacá la damajuanita que tenés escondida, no me hagás quedar mal, che, hermana vieja! (Se detiene la acción; Miseria se dirige al público) Comieron, bebieron Nuestro Señor y San Pedro y dispué que hubieron descansao, se despidieron del dueño de casa. N. Señor – ¿Cuánto te debemos, buen hombre? Miseria – Por lo que veo, ustedes son tan pobres como yo. ¿Qué diantres les viá cobrar? Vayan en paz por el mundo, que algún día tal vez Dios me lo tenga en cuenta. N. Señor – Así sea.
ESCENA III Las tres recompensas
(Se alejan. Miseria vuelve a su posición habitual junto a la horqueta) N. Señor – ¿Y? ¿No tenés nada que decir, San Pedro? San Pedro – La verdá, Nuestro Señor, que somos unos desagradecidos. Este pobre hombre se ha quitao el pan de la boca y no nos ha cobrado nada por más que es repobre y nosotros nos vamos así sin dejarle siquiera una prenda de amistá. N. Señor – Eso quería oír de vos, que por algo sos un santo. Volvamos hasta su casa a concederle alguna gracia y demostrarle así nuestra gratitud. Peraltona – Despertate, Miseria, que aquí están de güelta los forasteros y te quieren decir algo. Miseria – ¿Qué? ¿Qué pasa?
Peraltona – Aquí los señores quieren hablarte. N. Señor – Te has portado como un hombre bueno, Miseria y por eso quiero recompensarte. Andá pidiendo lo que querás y te será concedido. Miseria – ¿No diga? ¿Cualquier cosa? N. Señor – Tres pedidos te voy a conceder. Miseria - ¡Ta güeno! ¡Había sido brujo el hombre! ¿O será propio Mandinga disfrazao de cristiano? San Pedro – ¡Hable con más respeto, compañero, que está ante el mesmísimo Señor Jesucristo! ¡Y sepa que yo soy San Pedro, el portero del cielo! Miseria – Mire que yo tengo la boca grande pa’ contar cuentos, pero ¡usté me mata el punto, compañero! ¿De modo que el Señor Jesucristo en persona? ¡Había sido gracioso el hombre! Peraltona – Callate, hermano, que si llega a ser verdá nos desgraciamos pa’ toda la vida. Miseria – ¡No seas zonza, hermana! ¿Cómo va a ser verdá tamaño embuste? San Pedro – ¿Me estás tratando de mentiroso vos? Aura vas a aprender a respetar a la Divinidá. ¡Dejamelo a mí, Nuestro Señor, que a este lo arreglo yo solo! ¡Sacá la cara si te atrevés que acá hay un hombre! N. Señor - ¡Sosegate, San Pedro! (A Miseria) Y vos no le hagás caso. Es un viejo pendenciero pero de fondo bueno. Peraltona – ¿No oíste que es San Pedro? Miseria - ¿El mesmísimo San Pedro? N. Señor – Seguro. San Pedro – ¿Te convenciste al fin? Miseria – ¿Y este joven es su Divina Majestá, el hijo de Dios Padre que está en el cielo? San Pedro – El mesmo. Miseria – Perdonen pero hay algo que no entiendo. Si son gente tan encumbrada, ¿cómo es que andan de a pie como gauchos pobres, que no tienen ni pa’ un mísero mancarrón? Cuanti más viniendo de tan lejos, digo yo, ¿no? San Pedro – ¡Había sido gaucho hereje y desconfiao! N. Señor – ¿No sabés que he venido a predicar la humildad? Miseria – Oí decir, pero eso jué hace mucho tiempo. N. Señor – Si no me creés… ¡paciencia! ¡Vámonos, San Pedro! Peraltona – ¡Pedile, Miseria, no seas zonzo! ¿Qué perdés con pedir? Esperen, no se vayan, que mi hermano es medio abombao, pero ya se está arrepintiendo de su incredulidad.
N. Señor – ¿Qué me decís, Miseria? Miseria – ¿Ansí que usté quiere concederme todo lo que yo pida? San Pedro – ¡Pará un poco, che! Tres pidos nomás te ha ofrecido Nuestro Señor. Miseria – ¡Tres pidos! ¿Qué le parece? N. Señor – Andá pidiendo nomás por esa boca. San Pedro – Pero pensá bien lo que vas a decir. Peraltona – Pedí plata pa’ rimediarnos, Miseria. Capaz que te dan algo, no siás zonzo. Miseria – Salí de aquí, hermana, que esto no es asunto tuyo. (La corre). Peraltona - ¡Pedí plata! Miseria – No me saqués de quicio, mujer, porque te viá sacudir el rebenque hasta molerte los huesos.
(Se esconde la Peraltona, Miseria vuelve a su posición habitual junto a la horqueta) San Pedro – Apurate hombre, no hagás esperar tanto a la Divina Majestá. (Se recuesta en la horqueta). Miseria – Quiero pedir que el que suba a esa horqueta no se pueda bajar hasta que yo lo mande.
(San Pedro se aparta del árbol apresuradamente) N. Señor – Concedido. Peraltona (espiando) – ¡Había sido zonzo, mi hermano! ¡Pedí plata, Miseria! Miseria – ¡Si no te mandás mudar, pido que se te caigan tuitos los dientes y tuitas las crenchas hasta quedar pelona como la Muerte! Peraltona – ¡Cruz diablo! (Se retira) San Pedro – Pensá un poco lo que vas a decir. Mirá que si pedís algo malo te perdés, porque lo que Dios concede se tiene que cumplir. Miseria – Callate, viejo, no me dejás pensar (A N. Señor) ¿Puedo seguir? N. Señor – Adelante. San Pedro – ¡Este no tiene cruz en el mate! Seguro que va a pedir otra bobada. N. Señor – Dejalo pensar. San Pedro (estalla) – ¡Pedí el Paraíso, no seas zonzo! ¡Pedí el Paraíso! Miseria – Vos te callás. Lo segundo que pido es que yo gane al juego siempre que se me dé la gana. San Pedro - ¡Había sido timbero, el hombre! N. Señor – Así será, como vos lo pediste. Ahora sólo te queda una gracia. Pensá bien lo que vas a pedir.
San Pedro – ¡Pedí el Paraíso! ¡Viejo porfiado, pedí el Paraíso! Miseria – ¡Callate, viejo bobo! Y escuchame bien, Nuestro Señor, que via hacerle un último pido. Quiero que cuando me venga a buscar la Muerte, me dé una horita’e pla zo. San Pedro – Pero ¿pa’ qué? ¿Pa’ qué pedís eso? Miseria – Pa’ tomarme unas copitas, que no me vendrán mal en ese trance. N. Señor – Y bueno, si es tu voluntad… San Pedro – Pero, Nuestro Señor, ¿no ve que este hombre está loco? ¡Mamao o loco! Miseria – ¡No me arrepiento de lo pedido! ¡Lo dicho, dicho está! N. Señor – Concedido, entonces. San Pedro – ¡Una horita! ¡Mamao! ¡Mamao hasta las patas! N. Señor – No me pediste el paraíso. Ahora te lo vas a tener que ganar. Y pa’ ponerte a prueba te vamos a dejar esta bolsa llenita de monedas de oro.
ESCENA IV Miseria y sus vecinos
Peraltona – ¿Qué pasó? Miseria – Se jueron. Peraltona – ¿Y esa bolsa? Miseria – No sé. Cayó de allá arriba. Plata parece… Peraltona – ¡Ya me maliciaba yo que había algo milagroso en esos dos forasteros! Miseria – ¿Y no dijo que era Nuestro Señor acompañao por San Pedro? Peraltona – Pero vos no le creíste. Miseria – Yo, ni creí ni dejé de creer. Peraltona – Entonces, ¿pa’ qué pediste tanta zoncera? Miseria – No son zonceras, hermana. Son cosas que vos no entendés. Peraltona – ¡Por lo menos te dejaron este montón de plata! Vamo a contar la moneda. Miseria – ¡Traé pa’ ca’! ¡No es tuyo eso! ¡Oiga vecina! ¡Venga a ver! ¡Soy rico! ¡Ña Jesusa! ¡Vecinos! ¡Soy millonario! Peraltona – ¡Callate, loco! ¡Que no se entere la gente! Mirá que se viene a pedigüeñar. Escondé la bolsa. (Se acercan los vecinos). Compadre – Lo felicito, compadre. ¿Así que le cayó la fortuna? Otro – ¿Fue en la timba?
Ña Jesusa – ¿Se sacó la lotería, verdá? Miseria – Suerte que uno tiene, nomás. Otro – Dicen que recibió una herencia. Ña Jesusa – ¿Una herencia? ¿Quién se murió? Miseria – Naides murió, Ña Jesusa. Compadre – Acuerdesé, compadre,que yo le había pedido pa’ pagar esa deuda que me está comiendo. Otro – Si me ayudara pa’ pagar el arriendo, vecino… Otro – Acuerdesé del quinchado de mi casa… Ña Jesusa – Acuerdesé que me quedé viuda de su compadre y no puedo mantener a mis siete hijos. Otro – No se vaya a olvidar de mí, compadre. (Lo acorralan). Miseria – No atropellen que hay pa’ todos. Compadre – Podríamos tomar una copita pa’ festejar. ¿Qué le parece? Miseria – Güena idea. Che, hermana, andá y comprá un bocoy de vino pa’ festejar con los vecinos. Peraltona - ¡Un momento! Antes de tirar toda esa plata por la ventana, sacate algún provecho. Lo único sensato que hiciste jue pedir la virtú de ganar al juego. Usá la cabeza, hermano. Apostá juerte y si se cumple la gracia, habrá pa’ tuitos y aún de sobra. Unos – ¿Le parece? ¿Y si pierde? Otro – El que no apuesta no gana. Miseria – Por una vez has hablado como un libro abierto, hermana. ¡Vamo a ver quién le aguanta la parada a este criollo de mi flor! Todos - ¡Huija!
(Se arma baile zapateado) ESCENA V El magnate
Miseria – Y se fueron al pueblo y Miseria empezó a jugar de a poco. Ganaba aquí, ganaba allá. El hombre no creía, pero apostaba y llegó a desafiar a los hombres más ricos del pago. Peraltona – Tené cuidao con la plata, Miseria. ¿Cuánto ganaste? Miseria – Dejame en paz, hermana. Peraltona – Tené cuidao con los ladrones… Hay mucho sabandija por aquí…
(Entra el magnate, un gaucho rico y grandote. Lleva máscara)
Magnate – ¡Vayan apostando, nomás! Miseria – Voy diez mil patacones. Magnate – ¿Quién dijo eso? Miseria – Yo, patrón. Magnate – ¿Y quién es ese gaucho rasposo con aires de gallito? Uno – Es el criollo Miseria, patrón. Magnate – ¿Así que querés jugar? ¡Mostrá los billetes! Miseria – Aquí están. Magnate – ¡Ta güeno, ta güeno el criollo! Peraltona (muy nerviosa) – ¡No jugués tanto de entrada, Miseria! Tené prudencia. Magnate – ¡Que sean veinte mil! Miseria – ¡Que sean cien mil! Peraltona – Cuidado, Miseria, si llegás a perder… Miseria – ¡Qué viá perder! Siento la suerte aquí en la yema de los dedos. Magnate – ¡Pago! Uno – Yo me retiro. Estoy jugao. Otro – Yo también.
(Juegan a la taba. Tira Peralta) Coro – ¡Suerte! ¡Ganó Peralta! Magnate – ¿Cómo? Miseria – ¿Está jugado? ¿Se retira? Magnate – Venga la taba, me juego el resto. Miseria – ¿Y ande está el resto? Magnate – ¿Cómo “ande está el resto”, gaucho atrevido? Aquí está el resto. Me juego entero. (Se despoja del cinto con medallas y empieza a quitarse la ropa) Miseria – Pare, pare, pare. Peraltona – ¡Culo, nomás! Coro – ¡Ganó Peralta! ¡Viva Miseria! (Música, baile) Miseria - ¿Habrá sido verdad nomás lo que me dijeron aquellos dos? (Al público). Poco a poco se convenció de la virtud que le había concedido el cielo. Siguió jugando y ganando hasta amasar una fortuna tan grande que ni sabía qué hacer con tanto dinero.