, t.
ANNA FREUD '
! i
1,
e \
NORMALIDAD .y PATOLOGIA .EN LA NI~EZ Z3~IN Vl N
1;
~~,>
r',
I
\
VI~OlOlVd-A~'
~I
~
IJ
r
.
aVallV'W~ON
.
~ I
biblioteca de psicología profunda editorial paiClós
Descarga mas libros en: http://librosdejoe.blogspot.com
o busca en la web: librosdejoe
NORMALIDAD Y PATOLOGIA EN LA NIÑEZ
BIBLIOTECA DE PSICOLOGIA PROFUNDA 22. Marie Lange r MATERNIDAD y SEXO
1. Karen Horney LA PERSONALIDAD NEUROTICA DE NUESTRO TIE MPO
23. Harry Guntrip ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD E INTERACCION HUMANA
2. Anna Freud EL YO Y LOS MECAN ISMOS DE DEFENSA 3. C. G. Jung PSICOLOGIA y RELlGION
24. Hanna Segal INTRODUCCION A LA OBRA DE MELAN IE KLEIN
4. C. G. Jung PSICOLOGIA y EDUCACION
25. W. R. Bion APRENDIENDO DE LA EXPERIENCIA
5. J. C. Flügel PSICOANALlSIS DE LA FAMILIA
26. E. Jones LA PESADILLA
6. C. G. Jung LA PSICOLOG IA DE LA TRANSFERENCIA
27. L. Grinberg, M. Langer y E. Rod rigu é PSICOANALlSIS EN LAS AMERICAS El proceso analítico. Transferencia y contratransferenc ia
7. C. G. Jung SIMBOLOS DE TRANSFORMACION 8. C. G. Jung ENERGETICA PSIQUICA y ESENCIA DEL SUEÑO
28. Carlos A. Paz ANALlZAB ILlDAD
9. E. Kris PSICOANALlSIS y ARTE
29. C. G. Jung PSICOLOGIA y SIMBOLlCA DEL ARQUETIPO
10. C. G. Jung - R. W i lhelm EL SECRETO DE LA FLOR DE ORO
30. A. Garma NUEVAS APORTACIONES AL PSICOANALlSIS DE LOS SUEÑOS
11. O. Rank EL MITO DEL NACIMIENTO DEL HEROE
31. Arminda Aberastury APORTACIONES AL PSICOANALlS IS DE NIÑOS
12. C. G. Jung - W. Pauli LA INTERPRETACION DE LA NATURALEZA Y LA PSIQUE
32. A. Garma EL PSICOANALlSIS Teoría, clínica y técnica
13. E. Neumann ORIGENES E HISTORIA DE LA CONCIENCIA
33. R. W. White EL YO Y LA REALIDAD EN LA TEORIA PSICOANALlTICA
14. C. G. Jung ARQUETIPOS E INCONSCIENTE COLECTIVO
34. M. Tractenberg LA CIRCUNCiSION Un estudio psicoanalítico sobre las mutilaciones genitales
15. O. Rank EL TRAUMA DEL NACIMIENTO 16. C. G. Jung FORMACIONES DE LO INSCONSCIENTE
35. W. Reich LA FUNCION DEL ORGAS MO
17. H. Racker ESTUDIOS SOBRE TECNICA PSICOANALlTICA
36. J. Bleger SIMBiOSIS y AMB IGüEDAD
18. A. Garma PSICOANALlSIS DEL ARTE ORNAMENTAL
37. J. Sandler, Ch. Dare y A. Holde r EL PACIENTE Y EL ANALISTA
19. L. Grlnberg CULPA y DEPRESION Estudio psicoanalitico
38. M. Abadi y otros LA FASCINACION DE LA MUE RTE Panorama, dinamismo y prevención del suicidio
20. A. Garma PSICOANALlSIS DE LOS SUEÑOS
39. Sandor Rada PSICOANALlSIS DE LA CONDUCT A
21. O. Fenichel TEORIA PSICOANALlTICA DE LAS NEUROSIS
40 . Anna Freud NORMALIDAD Y PATOLOGIA EN LA NIÑEZ
Volumen
40
ANNA FREUD
NORMALIDAD Y PATOLOGIA ,
EN LA NIÑEZ Evaluación del desarrollo Vers:ión castellana de Humberto Nágera
EDITORIAL PAIDOS
Buenos Aires
·
,
Título del original inglés: NORMALITY AND PATHOLOGY IN CHILDHOOD Assessments of Development Copyright 1965 , by Internatíonal Universities Press , lnc. © 1971 by Arma Freud
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 1;¡' edición, 1973
La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a máquina, por el sistema "Multígraph", mimeógrafo, impreso, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
© Copyright de todas las ediciones en castellano by EDITORIAL PAIDOS S.A.I.C.F. Defensa 599, 3er. piso
Buenos Aires
INDICE
Reconocimientos,
9
Nota del traductor,
10
1. El criterio psicoanalítico de la infancia: en el pasado y el presente, 11 Las reconstrucciones en los análisis de los adultos y sus aplicaciones, 11 El advenimiento del análisis de niños y sus consecuencias,
15 La observación directa al servicio de la psicología psicoanalítica del niño, 16 Ir. Las relaciones entre el análisis de niños y el de adultos, 27 Los principios terapéuticos, 27 Las tendencias curativas, 28 Técnica, 29 La dependencia infantil como un factor en el análisis de adultos y niños, 40 El equilibrio entre las fuerzas internas y externas observado por el analista de niños y por el de adultos, 44
lIT La evaluación de la normalidad en la niñez, 49 El descubrimiento temprano de los agentes patógenos: prevención y pronóstico, 49 La traslación de los hechos externos a las experiencias internas, 50 Cuatro campos diferentes entre el niño y el adulto, 52 El concepto de las líneas del desarrollo, 54 La regresión como un principio del desarrollo normal, 76 IV. Evaluación de la patología. Parte 1. Algunas consideraciones generales, 89 La evaluación descriptiva y la evaluación metapsicológica,
90
Terminología estática y terminología evolucionista, 93 Criterios para evaluar la severidad de la enfermedad, 96 La evaluación basada en el desarrollo y su significación, 100 La evaluación por medio del tipo de ansiedad y de conflicto, 105 La evaluación por medio de características generales, 107 Un perfil metapsicológico del niño, 110 V. Evaluación de la patología. Parte II. Algunos preestadios infantiles de la psicopatología adulta, 119 Las neurosis infantiles, 119 Los trastornos del desarrollo, 123 Asocialidad, delincuencia y criminalidad como categorías diagnósticas en la niñez, 131 La homosexualidad como una categoría diagnóstica en los trastornos de la infancia, 145 Otras perversiones y adicciones como categorías diagnósticas en la infancia, 155 VI. Las posibilidades terapéuticas, 167 La terapia psicoanalítica clásica para adultos: su extensión y definición, 168 La terapia psicoanalítica para niños: su fundamento, 170 Conclusiones, 181 BIBLIOGRAFÍA, 183
RECONOCIMIENTOS
Puesto que la mayor parte de este libro está basada en las experiencias clínicas obtenidas en los distintos departamentos de la Hampstead Child-Therapy Clinic, tengo una enorme deuda de gratitud con la señorita Helen Ross, la doctora Muriel Gardiner y el doctor K. R. Eissler por haber establecido, ordenado y ayudado incansablemente a esta organización y con la Field Foundation, la Foundations Fund for Research in Psychiatry, el Freud Centenary Fund, la Grant Foundation, el Flora Haas Estate, la Newland Foundation, la Old Dominion Foundation, el William Rosenwald Family Fund y la Taconic Foundation, por el generoso apoyo que han brindado a lo largo de muchos años. Tengo una deuda similar con los analistas y terapeutas de niños de la Clínica por haber puesto a mi disposición el material de análisis obtenido de sus pequeños pacientes. Una sección del libro, "Un perfil metapsicológico del niño" (que figura en el capítulo 4) fue presentada a la consideración del National Institute for Mental Health en Washington, en 1961, como base posible para futuros estudios en la Hampstead Clinic y tal investigación, bajo el título de "Evaluación de la patología infantil" ha sido subvencionada desde entonces por el Public Health Service Grant N9 M-5683, MH (1, 2, 3). Otras secciones, compiladas y completadas para servir a este proyecto, son: "El concepto de las líneas del desarrollo" (capítulo 3) y "Asocialidad, delincuencia y criminalidad como categorías diagnósticas en la niñez" (capítulo 5). Las secciones "La evaluación de los trastornos de la niñez" y "El concepto de las líneas del desarrollo" aparecieron como comunicaciones preliminares en The Psychoanalytic Study of the Child, volúmenes XVII y XVIII, mientras que "La regresión como un principio del desarrollo mental" fue publicada en el Bulletin of the Menninger Clinic, vol. XXVII. · A. F.
Nota del Traductor
He aceptado la responsabilidad de traducir este libro de Anna Freud, como un modesto homenaje de admiración y gratitud a su persona, de quien he tenido la fortuna de ser discípulo y colaborador ya por varios años, en la Hampstead ChildTherapy Clinic and Course (Londres) que ella dirige. Es por esto que tengo la esperanza de que la traducción castellana haga justicia a la edición original inglesa de esta importante contribución al psicoanálisis en general y más especialmente al psicoanálisis de niños. Me resta sólo decir que en el caso de un número limitado de términos he encontrado ciertas dificultades en la traducción por no existir equivalentes en español, tal como sucede, por ejemplo, con el término inglés "toddler". En el caso del término "cathexis", que es usualmente traducido como "carga", he decidido introducir el término "catexis" como una corrupción del inglés, dado que "carga" resulta una traducción insatisfactoria en muchos contextos. En cuanto a las citas de Sigmund Freud que aparecen en la obra, he utilizado la edición española de sus Obras Completo», traducida por Ballesteros. Citas de otros autores las he traducido directa y libremente del inglés. HUMBERTo NÁGERA
I EL CRITERIO PSICOANALITICO DE LA INFANCIA: EN EL PASADO Y EL PRESENTE LAS RECONSTRUCCIONES EN LOS ANALISIS DE LOS ADULTOS Y SUS APLICACIONES
Desde el comienzo del psicoanálisis, cuando se determinó que los "histéricos padecen principalmente por causa de sus recuerdos", * los analistas han manifestado más interés en el pasado de sus pacientes que en sus experiencias presentes, y más aún en las etapas de crecimiento y desarrollo que en aquélla de la madurez. Esta preocupación por las primeras experiencias de la vida hizo pensar que se convertirían en expertos especialistas en problemas de la niñez, aun cuando se ocuparan solamente del tratamiento de adultos. Sus conocimientos de los procesos de la evolución mental y su comprensión de la interacción entre las fuerzas externas e internas que forman la personalidad del individuo, permitían suponer que estarían capacitados automáticamente para entender en todos aquellos casos en que se dudara del normal funcionamiento de -Ia estabilidad emocional del niño. En lo que respecta a la primera etapa del psicoanálisis, un examen de la bibliografía demuestra que muy poco se hizo, concretamente, para confirmar estas esperanzas. En aquella época, los esfuerzos se dedicaron totalmente a la búsqueda de información y a perfeccionar la técnica que ponía al descubierto nuevos hechos, tales como la secuencia de las fases del desarrollo de la libido (oral, anal, fálica), el complejo de
* Véase Breuer y Freud, "On the Psychical Mechanism of Hysterical Phenomena: Preliminary Communication" (1893). Standard Edition, vol. Ir, pág. 7. 11
Edipo y el de castración, la amnesia infantil, etcétera. Puesto que estos importantes descubrimientos tuvieron origen en deducciones efectuadas en el análisis de adultos, el método de "reconstruir" los acontecimientos de la infancia se estimaba suficiente, y era empleado coherentemente para obtener los datos que constituyen el núcleo de la psicología psicoanalítica del niño en el momento presente. Por otra parte, después de una o dos décadas de ese trabajo, algunos analistas se aventuraron más allá de la obtención de datos y comenzaron a aplicar el nuevo conocimiento al campo de la crianza del niño. La tentación de realizar esta experiencia resultaba casi irresistible. Los análisis terapéuticos de adultos neuróticos no dejaban ninguna duda sobre la influencia negativa de muchas de las actitudes de los padres y del ambiente, y de acciones tales como la falta de fidelidad en materia sexual, los niveles de exigencias morales excesivamente altos, irrealistas, la severidad o indulgencia extremas, las frustraciones, los castigos o la conducta seductora. Parecía posible extirpar algunas de estas amenazas de la siguiente generación de niños mediante la educación de los padres y la modificación de las condiciones de crianza, y planear, por lo tanto, lo que se llamó "educación psicoanalítica" que serviría para prevenir la neurosis. Los intentos por alcanzar este objetivo han continuado hasta ahora, a pesar de que algunas veces sus resultados fueron confusos y difíciles. Cuando los observamos retrospectivamente después de un período de más de 40 años, los consideramos como una larga serie de ensayos y errores. Mucha de la incertidumbre que acompañaba estos experimentos resultaba inevitable. En aquella época no era posible tener un profundo insight de toda la complicada red de impulsos, afectos, relaciones objetales, aparatos del yo, con sus funciones y defensas, internalizaciones e ideales, con las interdependencias recíprocas entre el ello y el yo y las deficiencias resultantes del desarrollo, las regresiones, las angustias, formaciones de compromiso y las distorsiones del carácter. El caudal de conocimientos psicoanalíticos fue en aumento gradual al sumarse cada pequeño descubrimiento al efectuado anteriormente. La aplicación de los conocimientos pertinentes a los problemas de crianza y a la prevención de las enfermedades mentales tuvo que efectuarse también paso a paso, siempre siguiendo atenta y lentamente el trabajoso camino. A medida que se realizaban nuevos descubrimientos de los agentes patógenos en la labor clínica, o se arribaba a ellos mediante cambios e innovaciones en el pensamiento teórico, eran convertidos en consejos y preceptos para padres y educadores, y llegaban a formar una parte integrante de los conceptos psicoanalíticos para la crianza. La secuencia de estas extrapolaciones es ahora bien co-
12
nocida. Así, en la época en que el psicoanálisis puso gran énfasis en la influencia seductora que ejercía el compartir el lecho de los padres y en las consecuencias traumáticas de presenciar las relaciones sexuales entre ellos, se les aconsejó que evitaran la intimidad física con sus hijos y también realizar el acto sexual en presencia aun de los más pequeños. Cuando se comprobó en el análisis de adultos que vedar el acceso a la información sexual era responsable de muchas inhibiciones intelectuales, se aconsejó brindar una completa información sexual desde una edad temprana. Cuando al buscar la causa de los síntomas histéricos, la frigidez, la impotencia, etcétera, se los vinculó con las prohibiciones y las consiguientes represiones del sexo en la niñez, la educación basada en el psicoanálisis incluyó en su programa una actitud permisiva y benévola en relación con las manifestaciones de sexualidad pregenital infantil. Cuando la nueva teoría de los instintos definió que también la agresión es un instinto básico, se aconsejó que la tolerancia se extendiera a las tempranas manifestaciones de violenta hostilidad del niño, a los deseos agresivos y de muerte manifestados contra padres y hermanos, etcétera. Cuando se reconoció que la ansiedad jugaba un papel primordial en la formación sintomática, se hicieron todos los esfuerzos posibles para tratar de disminuir el temor de los hijos frente a la autoridad de los padres. Cuando se demostró que al sentimiento de culpabilidad correspondía un determinado grado de tensión de las estructuras internas, la respuesta fue una eliminación de todas aquellas medidas educacionales que conducían a la formación de un superyó severo. Cuando el nuevo punto de vista estructural de la personalidad responsabilizó al yo del mantenimiento del equilibrio interno, se destacó la necesidad de propiciar en el niño el desarrollo de fuerzas en el yo lo suficientemente intensas como para resistir las presiones de los instintos. Finalmente, en la época actual, cuando las investigaciones analíticas se dirigen hacia los acontecimientos iniciales del primer año de vida destacando su importancia, estos insights específicos son traducidos en nuevas y, en algunos aspectos, revolucionarias técnicas para el cuidado de los niños. Este lento y elaborado proceso hizo que la educación psicoanalítica careciese de sistematización. Más aún, sus preceptos cambiaban de dirección continuamente enfatizando en un principio la libre expresión de los instintos, más tarde la fortaleza del yo, para luego insistir nuevamente en la normalidad de las relaciones libidinales. En esta incesante búsqueda de los agentes patógenos y de las medidas preventivas, siempre parecía que el último descubrimiento analítico prometía una mejor y definitiva solución de los problemas. . De los consejos dados a los padres durante todos estos años,
13
unos eran coherentes entre sí; otros resultaban contradictorios y mutuamente excluyentes y algunos de ellos demostraron ser mucho más beneficiosos de lo esperado. Así por ejemplo, la educación psicoanalítica cuenta entre sus éxitos la mayor comunicación y confianza entre padres e hijos, a las cuales se llegó gracias a la que la educación sexual se había iniciado con mayor honestidad. Otra victoria se obtuvo respecto de la terquedad y el negativismo de los primeros años que desaparecieron casi completamente tan pronto como fueron reconocidos los problemas de la fase anal, y el control de los esfínteres comenzó a plantearse no tan precozmente ni con tanto rigor como en épocas anteriores. También ciertos trastornos relacionados con la alimentación infantil dejaron de existir después que los problemas alimentarios y del destete fueron modificados para adecuarlos más apropiadamente con las necesidades orales. Asimismo, al quedar atenuados los conflictos en relación con la masturbación, la succión de los dedos y otras actividades autoeróticas, fueron resueltas algunas perturbaciones del sueño (por ejemplo, las dificultades para conciliarlo). Por otra parte, no faltaron desilusiones y sorpresas. Fue algo inesperado comprobar que hasta las informaciones sexuales mejor planteadas y formuladas con las palabras más simples no eran inmediatamente aceptadas por los niños, y que se aferraban persistentemente a lo que tuvimos que reconocer como sus propias teorías sexuales, en las cuales se traduce la genitalidad adulta en los términos adecuados de oralidad, analidad, violencia y mutilación. Igualmente inesperado resultó el hecho de que la desaparición de los conflictos acerca de la masturbación tenían, además de sus consecuencias beneficiosas, algunos efectos colaterales indeseables en la formación del carácter, al eliminar problemas que, a pesar de 'sus aspectos patógenos, servían también como campo de entrenamiento moral (Lamplde Groot, 1950). Sobre todo, librar al niño de la ansiedad resultó una tarea imposible. Los padres dieron 10 mejor de sí mismos tratando de disminuir el temor que inspiraban a los hijos, para encontrarse con que lo que estaban logrando era aumentar los sentimientos de culpabilidad de éstos, es decir, el miedo exagerado del niño en relación con su propia conciencia. Por otra parte, cuando se atenuaba la severidad del superyó, se producía en los niños la más profunda de todas las ansiedades, es decir, la ansiedad de los seres humanos que se sienten sin protección frente a la presión de sus instintos. Resumiendo: a pesar de numerosos avances .parcíales, la educación psicoanalítica no logró convertirse en el instrumento profiláctico que todos esperábamos. Es cierto que los niños que crecieron bajo su influencia son en muchos aspectos diferentes de las generaciones anteriores, pero no están más libres de ansiedad o de conflicto, y por consiguiente no menos ex-
14
puestos a sufrir de trastornos neuróticos u otras formas de enfermedades mentales. En realidad, esto no hubiera debido sorprendernos si no fuese que en algunos autores el optimismo y el entusiasmo por el trabajo profiláctico predominó sobre la aplicación estricta de los principios psicoanalíticos. De acuerdo con estos últimos, no existe la posibilidad de la "prevención de la neurosis". La división misma de la personalidad en ello, yo y superyó se nos presenta con una estructura psíquica en la cual cada parte tiene sus derivaciones, sus alianzas, sus fines y su modo de funcionamiento específicos. Por definición, las distintas fuerzas psíquicas se encuentran en conflicto entre sí, lo cual da lugar a los desajustes internos que se manifiestan en nuestra mente consciente como conflictos mentales. Estos últimos existen, por consiguiente, donde quiera que el desarrollo de la estructura de la personalidad alcanza un cierto grado de complejidad. Naturalmente que hay casos en que "la educación psicoanalítica" ayuda al niño a encontrar soluciones adecuadas que contribuyen a su salud mental; pero también existen muchos otros en los que los desajustes internos no pueden prevenirse, convirtiéndose luego en el punto de partida de distintas manifestaciones de desarrollo patológico. EL ADVENIMIENTO DEL ANALISIS DE NIÑOS Y SUS CONSECUENCIAS
I¡
Algunas dudas e incertidumbres que imperaban en este campo se desvanecieron mediante la aplicación del psicoanálisis de niños, que de esta manera se acercó así un poco más al ideal fijado desde su comienzo: un servicio de especialistas en niños. Con la ·aparición del psicoanálisis infantil surgió una fuente complementaria de material para el desarrollo de una psicología psicoanalítica de la niñez y para la integración de los dos tipos de información, directa y reconstruida, que convirtió así a esta disciplina en una tarea sumamente provechosa: al mismo tiempo que la reconstrucción de los sucesos' de la infancia a través del análisis de los adultos conservaba su lugar, se añadieron las reconstrucciones de los análisis de los niños mayores y los hallazgos de los análisis de los niños en edades más tiernas. Pero el análisis de niños aportó mucho más. Además de estudiar las "interacciones entre el ambiente concreto del niño y el desarrollo de sus capacidades", facilitó el estudio "de una gran cantidad de información de carácter íntimo concerniente a la vida del niño", de manera tal que "las fantasías de éste así como sus experiencias diarias se hicieron accesibles a la observación". No todos .est os datos eran exclusivos; algunos eran ya familiares a los educadores y observadores analítica15
mente orientados, pero la entrevista analítica con los mnos y el uso adecuado de la información por el especialista proveyeron el contexto en el que las ensoñaciones y los temores nocturnos, los juegos y otras creaciones expresivas del niño se hicieron comprensibles en su exacta posición dentro del devenir de su experiencia diaria en el hogar y en la escuela, y fueron definidos en una forma mucho más concreta que nunca.' Afortunadamente, en el análisis del niño pequeño, los complejos infantiles y las perturbaciones que éstos crean en sus mentes son todavía accesibles a la observación directa y no alejados de la mente consciente por obra de la amnesia o de la distorsión debida a recuerdos encubridores. El ajustado y prolongado estudio de la niñez basado en el análisis de niños le ofrece al especialista analítico un criterio sobre el desarrollo de la personalidad, que difiere sutilmente del de los colegas que conocen al niño sólo a través del análisis de adultos. Los analistas de niños, por consiguiente, no solamente ofrecen confirmaciones de ciertas proposiciones analíticas, como se esperaba que hicieran desde el principio, sino que también ayudan a decidir en aquellos casos en que "se han propuesto hipótesis alternativas por los métodos reconstructivos"; 2 y pueden intentar cambiar, con éxito, el énfasis puesto erróneamente en determinadas cuestiones y en corregir ciertos puntos de vista (véase A. Freud, 1951). Además, como espero demostrarlo posteriormente, el analista hace su propia contribución a la metapsicología y a la teoría de la terapia psicoanalítica.
LA OBSERVACION DIRECTA AL SERVICIO DE LA PSICOLOGIA PSICOANALITICA DEL NIÑO En sus escritos teóricos, los analistas tardaron cierto tiempo para llegar a la conclusión de que la psicología psicoanalítica (y especialmente la psicología psicoanalítica del niño) "no está limitada a lo que puede descubrirse mediante el empleo del método psicoanalítico" (Heinz Hartmann, 1950 a). No fue así en el terreno práctico. Inmediatamente después de la publicación de los Tres ensayos sobre una teoría sexual (S. Freud, 1905), la primera generación de analistas comenzó a hacer observaciones e informar sobre la conducta de sus pacientes en relación con detalles tales como la sexualidad infantil, el complejo de castración y el de Edipo. Algunos maestros y asistentes sociales (maestros jardineros, maestros de primaria y 1 Estas referencias provienen de Ernst Kris (1950, pág. 28); véase también Ernst Kris (1951). 2 Ernst Kris (1950), refiriéndose a un trabajo de Robert Waelder (1936) .
16
encargados de delincuentes y criminales juveniles) trabajaban en este sentido en las décadas de 1920 y 1930, mucho antes de que estos estudios llegaran a abordarse en forma sistemática, tal como aconteció después de la Segunda Guerra Mundial." No obstante, en lo referente a la observación fuera de la situación psicoanalítica, el analista que está acostumbrado a trabajar con material reprimido e inconsciente tiene que sobreponerse a ciertas dudas antes de desplazar su interés hacia la conducta manifiesta. En este sentido, puede resultar útil el recordar de qué manera se han desarrollado a través de los años las relaciones entre el psicoanálisis y la observación directa.' El interrogante de si la observación directa superficial de la mente puede penetrar dentro de la estructura, funcionamiento y contenido de la personalidad, ha sido contestado en diferentes épocas de distintas maneras, pero de modo cada vez más positivo, especialmente en cuanto concierne al insight de la evolución del niño. Aunque no puede rastrearse una secuencia histórica clara, existen numerosos aspectos y factores que de modo consecutivo o simultáneo han sido importantes a este respecto.
La exclusiva concentración del analista en las motivaciones inconscientes ocultas En los inicios del trabajo psicoanalítico y antes de la aplicación del análisis de niños, existía una fuerte tendencia a mantener el carácter negativo y hostil de las relaciones entre el análisis y las observaciones superficiales directas. Era aquélla la época del descubrimiento del inconsciente y del desarrollo gradual del método psicoanalítico, factores ambos que se encontraban íntimamente ligados entre sí. La tarea de los pioneros analíticos consistía más en remarcar la diferencia entre la conducta observable y 10s impulsos ocultos que en señalar las similitudes, y lo que es aun más importante, en confirmar, ante todo, la existencia de esas motivaciones inconscientes ocultas. Todavía más, este trabajo debía llevarse a cabo a pesar de la oposición de un público que se negaba a aceptar la existencia de un inconsciente al cual la conciencia no tiene libre acceso, o la posibilidad de que ciertos factores pueden influir en la mente sin que estén expuestos a la observación. Los legos tendían a confundir las trabajosas interpretaciones del material que ocurren durante el proceso analítico con una supuesta cas Véase Bernfe1d, Aichhorn, Atice Balint, A. Freud, así como las numerosas publicaciones en el Zeítschríft für psychoanalytísche Piidagogik. Viena, Internationa1er Psychoana1ytischer Verlag, 1927-1937. 4 Véase también Heinz Hartmann (1950 a).
17
pacidad sobrenatural para descubrir los más recónditos secretos de un desconocido por medio de una simple mirada, creencia en la que persistían a pesar de todas las aseveraciones en sentido contrario. El analista depende de su laborioso y lento método de observación, y sin él no irá más allá que un bacteriólogo que, privado de su microscopio, pretende ver los bacilos a simple vista. Los psiquiatras clínicos olvidaban un poco las diferenciaciones, por ejemplo, entre la manifiesta violación sexual de una niña por su padre psicótico y las tendencias inconscientes latentes del complejo de Edipo, al referirse al primero y no al segundo como un "hecho freudiano". En un recordado caso críminal," un juez llegó a utilizar la ubicuidad de los deseos de muerte de los hijos en contra de sus padres como parte de la acusación, sin tener en cuenta la existencia de las alteraciones mentales que pueden convertir los impulsos inconscientes y reprimidos en una intención consciente y descargarse en acción. Los psicólogos académicos por su parte trataron de v erifi car o negar la validez del complejo de Edipo por medio de investigaciones y cuestionarios, es decir, utilizando métodos que por su misma naturaleza son incapaces de franquear las barreras que median entre el consciente y el inconsciente y de llegar así a descubrir en los adultos el sedimento de la represión de los impulsos emocionales de la infancia. Tampoco se hallaba la nueva generación de analistas de ese período totalmente exenta de la tendencia a confundir el contenido del inconsciente con sus derivados manifiestos. Por ejemplo, en los cursos sobre la interpretación de los sueños una de las tareas más difíciles para los profesores, que persistió durante años, fue demostrar la diferencia entre el contenido latente y el manifiesto de un sueño; que el deseo inconsciente no aparece en el contenido manifiesto sin antes disfrazarse mediante una elaboración onírica, y que el contenido consciente es representativo del contenido oculto solamente de manera indirecta. Aun más; en su ansiedad por traspasar los límites de lo consciente y de cubrir el espacio existente entre la superficie y lo profundo, muchos analistas trataron de descubrir, por medio del estudio de las manifestaciones superficiales, a los que experimentan impulsos inconscientes específicos, o fantasías incestuosas o sadomasoquistas, angustia de castración, deseos de muerte, etc., intento que en aquella época no era factible y por consiguiente originaba conclusiones erróneas. No es sorprendente, entonces, que en estas condiciones todos los estudiantes de psicoanálisis fueran aconsejados en contra del método de observación superficial, enseñándoseles a no eludir el proceso de desenvolvimiento de las represiones del paciente y a desintere(; El caso Halsmann. 'véase S. Freud (1931).
18
sarse de métodos que solamente podían constituir una amenaza contra la tarea principal del profesional, consistente en perfeccionar la técnica analítica. ,
Los derivados del inconsciente como material para la observación
Con el transcurso del tiempo, el aporte de nuevos descubrimientos y factores importantes contribuyó a modificar la firme actitud que existía hacia la observación superficial. Después de todo, lo que el analista explora con el propósito de intervenir terapéuticamente no es el inconsciente mismo sino sus derivados. El medio analítico contiene, por supuesto, los elementos necesarios que incitan y favorecen a la producción de estos derivados mediante el completo relajamiento al que el paciente se somete; 'la suspensión de sus facultades críticas que posibilitan las asociaciones libres; la eliminación del movimiento, que permite verbalizar aun los impulsos más peligrosos sin ningún riesgo; el ofrecimiento del analista para recibir la transferencia de sus experiencias, etcétera. A pesar de que con estas disposiciones técnicas los derivados del inconsciente aparecen en mayor número 'Y se manifiestan con una secuencia más ordenada, las eclosiones del inconsciente profundo y las incursiones en el consciente no ocurren sólo durante las sesiones analíticas. En cuanto el analista se apercibe de esta presencia constante, opta por incluirlas también como "material". En los adultos, encontramos los lapsus verbales, los actos fallidos y sintomáticos que revelan impulsos preconscientes o inconscientes; los símbolos oníricos y los sueños típicos cuyo contenido oculto se puede develar sin necesidad de laboriosas interpretaciones. En los niños, más fácilmente aún, encontramos los simples sueños de realización que revelan los deseos subyacentes; también las ensoñaciones conscientes, que nos informan con muy poca distorsión sobre su desarrollo libidinal. Las fantasías heroicas o de rescate constituyen ejemplos que demuestran que el niño ha alcanzado la cumbre de sus impulsos masculinos; el romance familiar y las fantasías que lo acompañan (Dorothy Burlingham, 1952) que caracterizan el proceso de desilusión del niño con respecto a sus padres, en el período de latencia; las fantasías de recibir castigos físicos que evidencian la fijación sadomasoquista de la fase anal en la sexualidad infantil. Siempre existieron analistas dispuestos más que otros a utilizar estos signos tal como se manifiestan para arribar al contenido inconsciente. Incidentalmente esto los puede limitar como terapeutas, ya que la facilidad con que interpretan tales indicadores suele tentarlos a continuar su tratamiento sin una colaboración total del paciente y a tomar atajos hacia el íncons19
ciente ignorando las resistencias; en definitiva, aplicando un procedimiento que se opone a la mejor tradición del psicoanálisis. Pero esta intuición para lo inconsciente -que puede convertir a un buen analista en un analista "descabellado"- es el atributo más útil del observador analítico quien, por su medio, puede utilizar manifestaciones superficiales, áridas y sin interés como material significativo. Los mecanismos de defensa com o m aterial de obser vación La imagen que manifiestan los niños y los adultos se hace aun más transparente para el analista cuando extiende su atención desde el contenido del inconsciente y sus derivados (impulsos, fantasías, imágenes, etcétera) hacia los métodos empleados por el yo para mantenerlos alejados de la conciencia. Aunque estos mecanismos son automáticos y no conscientes en sí mismos, los resultados que producen son manifiestos y fácilmente individualizados por el observador. Por supuesto, si la represi:ón es el mecanismo de defensa del yo escudriñado, nada puede observarse en la superficie excepto la ausencia de aquellas tendencias que, de acuerdo con la concepción de normalidad del analista, serían ingredientes necesarios de la personalidad. Cuando, por ejemplo, los padres describen a su pequeña hij a como "cariñosa, resignada, dócil",e1 analista observará la notoria ausencia de las exigencias, avaricias y agresiones propias de la niñez. En donde los progenitores remarcan el "cariño hacia los bebés" de sus hijos mayores, el analista deberá investigar el destino de los celos ausentes. Cuando un niño es descripto apropiadamente por los padres como "falto de curiosidad y desinterés en cuestiones tales como las diferencias de los sexos, el origen de los bebés, la relación entre los padres", resulta obvio que una batalla interna ha tenido lugar con el resultado, entre otros, de la extinciónen la mente consciente de una normal curiosidad sexual. Afortunadamente, existen otros mecanismos de defensa que posibilitan lograr al observador resultados más sustanciales. Entre ellos se encuentran en primer término las denominadas formaciones reactivas que, por definición, atraen la atención del observador a la contraparte reprimida de aquello que se exhibe de manera manifiesta. La excesiva preocupación de un niño pequeño "porque su padre tiene que ausentarse por la noche, cuando hay neblina", etcétera, es una clara indicación de la existencia de reprimidos deseos de muerte; como lo es también su ansiosa vigilia nocturna escuchando la respiración de los hermanos que quizá "puedan morir inadvertidamente mientras duermen". Cualidades tales como vergüenza, disgusto y compasión sabemos que el niño llega a adquirirlas como re-
20
sultado de luchas internas contra el exhibicionismo, el placer en la suciedad y la crueldad; la aparición de éstas en la superficie son, por consiguiente, un valioso indicador para diagnosticar el destino de estos componentes de los impulsos instintivos; De modo similar, las sublimaciones pueden interpretarse con facilidad en los significativos impulsos primitivos de los que son desplazadas. Las proyecciones en los niños pequeños demuestran su sensibilidad frente a una no deseada multitud de cualidades, actitudes, etcétera. Educados en la experiencia que adquirieron dentro de su profesión, los analistas se manifiestan cada vez más atentos a la aparición de ciertas particulares combinaciones de actitudes; es decir, de determinados tipos de personalidad que pueden ser identificados mediante la observación directa y de los que se pueden extraer valiosas deducciones. Estos cauces hacia la comprensión se abrieron paso a través del insight obtenido sobre las raíces genéticas del carácter obsesivo, en donde la manifestación de la tendencia al orden, a la limpieza, a la obstinación, a la puntualidad, a la parsimonia, a la indecisión, al atesorar, al coleccionar, etcétera, pone al descubierto las tendencias sádico-anales inconscientes, de las que derivan las inclinaciones anteriormente nombradas. No había razón para suponer que este particular aspecto, el primero que fue estudiado, sería el único ente comunicante entre la superficie y lo profundo. Pero era razonable esperar "que también otras cualidades del carácter se nos muestran como residuos o productos reactivos de determinadas formaciones pregenitales de la libido" (S. Freud, 1932, vol. Il). En efecto, desde la época en que se escribió el pasaje arriba citado, muchas de estas expectativas fueron confirmadas, sobre todo las pertenecientes a tipos de carácter oral y uretral, y especialmente aquéllas relacionadas con los niños. Si un pequeño exhibe fallas tales como insaciabilidad, voracidad, avidez, apegamiento, es exigente y egoísta en SUS! relaciones objetales, desarrolla temores de ser envenenado, siente repulsa hacia ciertos alimentos, etc., resulta obvio que el punto crítico en su desarrollo y que amenaza a su progreso, es decir, su punto de fijación, yace en la fase oral. Si exhibe vehementes ambiciones asociadas con una conducta impulsiva, el punto de fijación debe ser localizado en la zona uretral. En todos estos casos, los lazos entre el contenido reprimido del ello y las estructuras manifiestas del yo son tan fijos e inmutables que una simple ojeada de la superficie es suficiente para permitir al analista llegar a conclusiones relacionadas con los hechos y actos presentes o pasados en los, de otro modo, ocultos repliegues de la mente. 21
Items de la conducta infantil como material para observación A través de los años surgió "una creciente concientización apreciativa sobre el valor que la función de los signos y de las señales de la conducta pueden tener para el observador" (Hartmann, 1950 a). Como un derivado del análisis infantil, muchas de las acciones y preocupaciones propias del niño se tornaron comprensibles, de tal manera que cuando se aprecian pueden descifrarse, de la contraparte inconsciente de la cual se derivaron, a su correcta interpretación. La claridad de las formaciones reactivas ha estimulado a los especialistas analíticos a coleccionar elementos complementarios que tienen iguales e inalterables relaciones fijas con impulsos específicos del ello y sus derivados. Tomando una vez más como punto de partida el hecho de que la tendencia al orden, a la exactitud, a la puntualidad, a la limpieza y la falta de agresividad son indicaciones manifiestas de pasados conflictos con las tendencias anales, es posible señalar indicadores de conflictos similares en la fase fálica. Estos son la timidez y la modestia, que representan formaciones reactivas y como tales son una reversión completa de las tendencias exhibicionistas previas; existe además una conducta descripta comúnmente como bufonada o payasada, que en los análisis se ha revelado como una distorsión del exhibicionismo fálico, con tendencia a lucir desplazada del aspecto positivo del individuo y hacia alguno de sus defectos. La exagerada masculinidad y la agresión ruidosa son sobrecompensaciones que delatan al temor subyacente de la castración. Las quejas de maltrato y discriminación representan una clara defensa contra los deseos y fantasías propias del carácter pasivo. Cuando el niño se queja de un excesivo aburrimiento, podemos estar seguros que ha reprimido enérgicamente las fantasías masturbatorias e incluso la masturbación misma. El estudio de la conducta infantil durante la enfermedad orgánica también permite arribar a conclusiones con respecto a su estado mental. Un niño enfermo puede tratar de buscar alivio en el medio o evadiéndose a través del sueño; uno u otro tipo de reacción delata algunos aspectos relacionados con el estado de su narcisismo mensurado con la intensidad de su interés y su relación con el mundo de los objetos. La sumisión pasiva a las órdenes del médico, aceptando las restricciones de la dieta, del movimiento, etc., que a menudo se atribuye erróneamente a una supuesta madurez, es la resultante del placer regresivo que se experimenta al ser cuidado y atendido mientras se permanece pasivo o bien es un sentimiento de culpa, o sea del significado que el niño le da a su enfermedad aceptándola como un castigo que sus actitudes previas han originado y que bien se merece. Cuando un niño enfermo se atiende impa22-
cientemente a sí mismo como un hipocondríaco, el hecho indica de modo palpable su sentimiento de que su madre no se interesa lo suficiente por él y de encontrarse insatisfecho con la protección y atención que se le brinda. La observación de las actividades infantiles típicas durante los juegos también permite recoger información en cuanto a su mundo interno. Las conocidas ocupaciones sublimadas de pintar, modelar y jugar con agua y arena señalan que el punto de fijación está ubicado hacia las zonas anal y uretral. El desarmado de los juguetes para tratar de ver lo que tienen adentro delata la curiosidad sexual. Es incluso significativa la manera en que el ,infante juega con sus trenes: sea que su mayor placer se derive de escenificar choques (como símbolo de las relaciones sexuales de los padres), o cuando se concentra preferentemente en la 'construcción de túneles y vías subterráneas (expresando de este modo su interés por el interior del cuerpo humano); sea que sus automóviles y ómnibus tienen que transportar grandes cargas (como un símbolo del embarazo de la madre), como cuando la velocidad y el funcionamiento adecuado son su mayor interés (símbolos de la eficiencia fálica). La posición favorita del niño en la cancha de fútbol indica sus particulares relaciones con los otros niños en el lenguaje simbólico del ataque, la defensa, la habilidad o incapacidad para competir, para desempeñarse con éxito, para adoptar un rol masculino, etc. La locura por los caballos de algunas niñas señala sus deseos autoeróticos primitivos (si su placer se encuentra circunscr ípto al movimiento rítmico sobre el caballo); a su identificación con la tarea protectora de la madre (si lo que disfruta especialmente es el atender al bienestar del caballo); a su envidia del pene (si se identifica con el grande y poderoso animal y 10 trata como si fuera una parte de su propio cuerpo) ; a sublimaciones fálicas (si su ambición consiste en dominar al caballo, en exhibir sus habilidades al montarlo, etcétera). La conducta de los niños con respecto a la comida revela mucho más al observador entrenado que una simple "fijación en la fase oral", con la que se relaciona comúnmente a la mayoría de los displaceres ante ciertos alimentos y en la cual el apetito exagerado hasta la gula es la manifestación que más obviamente la representa. Examinando en detalle la conducta infantil son notorios también otros elementos por igual de significativos. Sobre todo, dado que los desarreglos con respecto a la alimentación son trastornos del desarrollo 6 relacionados con fases particulares y con los niveles de desarrollo del ello y del yo, su observación y discriminación detallada llena a la perfección el cometido como señal indicadora de los desniveles de la conducta. 6
Véase el capítulo V.
23
Aún quedan por analizar las manifestaciones dentro del área de la vestimenta, de la que se puede extraer valiosa orientación. Es bien sabido que el exhibicionismo puede trasladarse del cuerpo hacia las ropas, apareciendo superficialmente como una actitud vanidosa. Si está reprimida, la reacción es opuesta y se manifiesta como negligencia en el vestir. Una sensibilidad exagerada con respecto al material para vestimenta que es rígido y "pincha" indica un erotismo reprimido de la piel. En las niñas, el disgusto ante su anatomía se revela por la manera con que evitan las ropas femeninas, los volados, los adornos, o si no, como lo opuesto: un deseo excesivo por ropas ostentosas y caras. Esta multitud de actitudes, atributos y reacciones se manifiesta abiertamente en la vida diaria del niño, dentro del hogar, en la escuela o en todo lugar que el observador elija. Dado que cada uno de estos elementos se encuentra relacionado genéticamente con el derivado específico del impulso del cual se originaron, permiten la deducción de formulaciones directas partiendo desde la conducta del niño, en relación con los conflictos e intereses que juegan un papel central en la parte oculta de su mente. De hecho, existe tal cantidad de datos relacionados con la conducta que pueden utilizarse provechosamente, que los analistas de niños deben evitar la confusión que determinan. Por un lado este tipo de deducciones no son aptas para su empleo terapéutico o, para expresarlo con mayor claridad, son inútiles desde el punto de vista terapéutico. Fundamentar con ellas las interpretaciones simbólicas, equivaldría a ignorar las defensas del yo contrapuestas a los contenidos inconscientes; estosignifica incrementar las ansiedades del paciente y endurecer sus resistencias, para cometer en corto término el error técnico de omitir la interpretación analítica propiamente dicha. En segundo lugar, la extensión de este insight no debe sobrevalorarse. Al lado de elementos de conducta que nos resultan claros, existe una multitud de otras motivaciones que se derivan, no de una fuente específica e invariable, sino a veces de uno u otro impulso subyacente sin que estén relacionadas específicamente con ninguno de ellos. Por consiguiente, sin el análisis estas formas de conducta no son concluyentes. El yo bajo observación
Dentro de los campos estudiados y con el solo empleo de los métodos descriptos anteriormente, el observador directo se encuentra en notoria desventaja comparado con el analista, pero con la inclusión de la psicología del yo en la tarea psicoanalítica su situación mejora decisivamente. Por cuanto el yo 24
y el superyó son estructuras conscientes e inequívocas, la observación superficial se convierte en un instrumento de exploración idóneo que colabora en la investigación de lo profundo. No existe controversia alguna en cuanto al empleo de la observación directa, fuera de la sesión analítica, con respecto a la esfera libre de conflictos del yo, es decir, los distintos aparatos del yo para la percepción y recepción de estímulos. A pesar de que el resultado de sus funciones es de primordial importancia para la internalización, identificación y formación del superyó, por ejemplo, para procesos que son accesibles solamente durante el trabajo analítico, el observador externo puede medirlos, así como el nivel de maduración que han alcanzado. Aun más, en lo que respecta a las funciones del yo, el analista logra similares satisfacciones tanto por medio de la observación interna como externa de la condición analítica. Por ejemplo, el control del yo sobre las funciones motrices y el desarrollo del lenguaje por parte del niño, pueden evaluarse a través de la simple observación superficial. La memoria se mide por medio de tests en cuanto a su eficiencia y extensión, mientras que se requiere la investigación analítica para medir su dependencia del principio del placer (para recordar lo placentero y olvidar lo desagradable). La integridad o las deficiencias de esta prueba de la realidad se revelan en la conducta. La función de síntesis, por otra parte, no es aparente y su daño debe determinarse mediante el análisis, excepto en los casos de fallas graves y notorias. La observación directa o superficial y la exploración analítica o de profundidad se complementan también en relación con aspectos vitales como las distintas formas de funcionamiento mental. El descubrimiento de un proceso primario y secundario (el primero gobierna al mecanismo del sueño y la formación de síntomas y el segundo el pensamiento consciente y racional) se debe, por supuesto, a la investigación analítica. Pero una vez establecidos y descriptos, la diferencia entre ambos procesos puede determinarse rápidamente, por ejemplo mediante la observación extraanalítica de niños en su segundo año de vida, o de púberes y adolescentes con inclinaciones delictivas. En estas dos situaciones infantiles se pueden observar rápidas alternancias entre estos dos tipos de funcionamiento: en los períodos de calma mental la conducta es gobernada por los procesos secundarios, pero cuando algún impulso (de satisfacción sexual, de agresión, de posesión, etc.) se vuelve urgente, son los procesos primarios de funcionamiento quienes toman el control. Finalmente, existen campos donde la observación directa, en contraste con la exploración analítica, es el método de elección. Las limitaciones al análisis 7 están determinadas, en parte, 7
Véase también Heinz Hartmann (1950 a).
25
por los medios de comunicación que se encuentran a dísposición del niño, y en parte por lo que hay de recuperable en la transferencia analítica adulta y que puede utilizarse para la reconstrucción de las experiencias infantiles. Aun más importante que ese enunciado es la carencia de un camino que conduzca desde el análisis hasta el período preverbal. En años recientes, la observación directa en esta área ha ampliado el conocimiento del analista con respecto a la relación madre-hijo y al impacto que las influencias ambientales producen en el niño durante su primer año de vida. Es necesario destacar que las variadas formas de la angustia inicial por la separación se detectaron por vez primera en los internados, casas cuna, hospitales, etc., y no en las sesiones analíticas. Estos insights hablan a favor del método de observación directa. Por otra parte, conviene recordar que los observadores no lograron ninguno de estos hallazgos sino después de haber sido entrenados analíticamente, y que hechos vitales, como la secuencia del desarrollo de la libido y los complejos infantiles, a pesar de sus derivados manifiestos, no fueron detectados por los partidarios de la observación directa antes de ser reconstruidos a través del trabajo analítico. También existen otras áreas, en donde la observación directa, los estudios longitudinales y el análisis de niños trabajan en estrecha colaboración. Puede obtenerse una mayor cantidad de información si los cuidadosos registros de la conducta en la época infantil se comparan posteriormente con los resultados de la observación analítica del antiguo bebé, ahora infante; o si el análisis del niño pequeño sirve como introducción para un estudio longitudinal detallado de la conducta manifiesta. Constituye otra ventaja el hecho de que en tales experimentos la aplicación de los dos métodos -el analítico en oposición al de la observación directa- sirve para determinar su necesaria evaluación,"
8 Véanse a este respecto los estudios realizados por Ernst y Marianne Kris en el Child Study Center, Yale University, E.U.A., y en la Hampstead Child-Therapy Clinic, Londres, Inglaterra.
26
11 LAS RELACIONES ENTRE EL ANALISIS DE y EL DE ADULTOS
NI~OS
LOS PRINCIPIOS TERAPEUTICOS
Aunque las diferencias entre el análisis de niños 1 y el de adultos se hicieron notorias de manera gradual, los analistas de niños no se apresuraron a proclamar su independencia de los procedimientos técnicos clásicos. Por el contrario, la tendencia definida que se seguía, normalmente, consistía en enfatizar la similitud o cuasi-identidad de los dos procesos. Era casi una cuestión de prestigio para los analistas que también administraban tratamiento a los niños, sostener que los principios terapéuticos 2 eran idénticos a los que se utilizaban en el análisis de adultos. Referidos al análisis de niños, estos principios involucraban: 1. no hacer uso de autoridad y eliminar, en la medida de lo posible, la sugestión como un elemento del tratamiento; 2. descartar la abreaccíón como un instrumento terapéutico; 3. mantener la manipulación (manejo) de los pacientes en un nivel mínimo, es decir, interferir solamente en la vida del niño cuando existen influencias de naturaleza lesiva o potencialmente traumática (seductivas); 4. considerar como legítimos instrumentos del proceso te1 Todo lo que en esta obra expongo acerca del análisis de niños, se refiere solamente al método con el cual estoy relacionada y no a ninguna otra técnica, teoría o variedad derivada de aquél. 2 Véase Edward Bibring (1954).
27
rapéutico al análisis de la resistencia y de la transferencia y a la interpretación del material inconsciente. Con la técnica del análisis de niños gobernada por estas consideraciones, los profesionales podían sentirse satisfechos de que no hubiera mejor definición para sus actos que la empleada en el análisis clásico: analizar las resistencias del yo antes que el contenido del ello, permitiendo el libre movimiento entre el ello y el yo de la labor de interpretación a m edida que se va obteniendo el material; accionar desde la superficie hacia lo profundo; ofrecerse como objeto de transferencia para la revivificación e interpretación de fantasías y actitudes inconscientes; analizar, en la medida de lo posible, los impulsos en estado de frustración, evitando así que sean actuados y satisfechos; esperar que disminuya la tensión no a través de una catarsis sino mediante el material que surge desde el nivel de funcionamiento de los procesos primarios hasta los procesos secundarios del pensamiento; en suma, vertiendo el contenido del ello en el contenido del yo. LAS TENDENCIAS CURATIVAS Aun si el análisis de niños fuera idéntico al de adultos en relación con los principios que regulan el manejo de la situación, ambos permanecen distintos en lo que concierne a otras condiciones terapéuticas básicas. De acuerdo con una feliz formulación de E. Bibring (1937), el psicoanálisis de adultos debe su buen resultado terapéutico a la liberación de ciertas fuerzas que normalmente están presentes dentro de la estructura de la personalidad y que actúan espontáneamente para lograr la curación. Estas "tendencias curativas", como las denomina ese autor, se activan bajo la influencia del tratamiento en beneficio del análisis, y están representadas por .las apetencias innatas del paciente, tendientes a completar su desarrollo, a obtener satisfacción de los impulsos y a repetir experiencias emocionales; por su preferencia hacia la normalidad; por su capacidad para asimilar e integrar experiencias y por proyectar en los objetos parte de su propia personalidad. Es precisamente en todos estos aspectos que los niños difieren de los adultos, y estas diferencias afectan necesariamente a las reacciones terapéuticas que experimentan los dos tipos tratados. El paciente neurótico adulto anhela aquella normalidad que le ofrece posibilidades de placer sexual y de éxitos profesionales, mientras que para el niño "la curación" no le causa placer ya que presupone adaptarse a una realidad desagradable, renunciar a una inmediata realización de sus deseos y a las gratificaciones secundarias. Las tendencias del adulto a
28
repetir experiencias emocionales, que son importantes para el establecimiento de la transferencia, se complican en el niño por su marcado interés en experiencias nuevas y en nuevas relaciones objetales. Los procesos de asimilación e integración, de gran utilidad durante la fase de elaboración, son neutralizados en el niño por el énfasis puesto por la "adecuación del yo" sobre mecanismos opuestos tales como la negación, proyección, aislamiento y desdoblamiento del yo. La apetencia de gratificar el impulso -que explica las periódicas oleadas provenientes del ello y que es indispensable para la producción de material en general- es tan pronunciada en el niño que se convierte en un obstáculo y no en una ventaja, durante su análisis. En efecto, el psicoanálisis de niños recibiría poca ayuda por parte de las fuerzas curativas, si no fuera por una excepción que restaura el equilibrio. Por definición y debido a los procesos de maduración, la apetencia por completar el desarrollo es muchísimo más marcada durante la inmadurez que en ninguna otra etapa posterior de la vida. En el adulto neurótico, la libido y la agresión, simultáneamente con lascontracatexis oponentes, están atrapadas en su sintomatología; la energía instintiva nueva, tan pronto como se produce, es forzada en la misma dirección. Por el contrario, la incompleta personalidad del niño permanece en un estado de fluidez. Los síntomas que sirven para solucionar conflictos en un determinado nivel de desarrollo, resultan completamente inútiles en la fase siguiente y son abandonados. Las energías libidinal y agresiva están en continuo movimiento y más fácilmente dispuestas que en los adultos, a circular a través de los nuevos canales abiertos por la terapia analítica. Así, donde la patología no es demasiado severa, el analista de niños con frecuencia se pregunta, después de la satisfactoria terminación de un tratamiento, hasta qué punto la mejoría es el resultado de las medidas terapéuticas o en qué medida se debe a los procesos de maduración y a los progresos espontáneos del desarrollo. TECNICA Comparados con problemas tan esenciales, las discutidas diferencias técnicas entre el análisis de adultos y el de niños aparecen casi como de importancia secundaria. Es de esperarse que debido a su inmadurez, los niños no posean muchas de las cualidades y actitudes que en los adultos se consideran indispensables para emplear el tratamiento psicoanalítico: que carezcan de insight con respecto a sus anormalidades; que por consiguiente no experimenten el mismo deseo de curarse ni idéntico tipo de alianza terapéutica; que habitualmente su yo esté del lado de 'sus resistencias; que no decidan por sí mismos
29
para miciar, continuar o completar el tratamiento; que su relación con el analista no sea exclusiva, sino que incluya a los padres, quienes deben sustituir o complementar el yo y superyó del niño en varios aspectos. Toda descripción del análisis de niños es aproximadamente sinónimo de los esfuerzos necesarios para vencer y neutralizar estas dificultades. La ausencia de asociaciones libres
Las características de la niñez anteriormente mencionadas, tan importantes como son, juegan un pequeño papel dentro de las diferencias existentes en la metodología del análisis de adultos con respecto al de niños, al compararlas con un factor esencial: la incapacidad o carencia de inclinación del niño para producir asociaciones libres. Los niños pueden relatar sueños y ensoñaciones al igual que los adultos, pero en ausencia de asociaciones libres falta la vía que conduzca con certeza desde el contenido manifiesto al latente. Pueden comunicarse verbalmente, después de hesitaciones iniciales, pero la carencia de asociaciones libres no les permite traspasar los confines de la mente consciente. Esta actitud irreconciliable hacia la asociación libre se encuentra en todos los niños, sea porque no confían lo suficiente en la fuerza de su yo como para permitir la su;presión de la censura, sea porque no confían del todo en los adultos como para ser completamente honestos con ellos. En mi opinión, no hemos encontrado a través de los años una solución para remediar este problema. Los juegos con juguetes, el dibujo, la pintura, la puesta en escena de juegos fantásticos y la actuación en la transferencia han sido aceptados en reemplazo de las asociaciones libres y, faute de mieux, los analistas de niños han tratado de convencerse de que constituyen sustitutos válidos. En realidad esto no es cierto. Una de las desventajas consiste en que algunos de estos sustitutos elaboran principalmente material simbólico, cuya interpretación introduce en el análisis de niños elementos de duda, de incertidumbre y de arbitrariedad. Otra desventaja consiste en que bajo la influencia de la presión del inconsciente el niño actúa en vez de verbalizar, lo que infortunadamente limita la situación analítica. Mientras que la libertad de asociación verbal es ilimitada siempre que esté restringida la motricidad, este principio no es válido cuando se producen ciertas acciones motrices dentro o fuera de la transferencia. Cuando el niño pone en peligro su propia seguridad o la del analista o causa daños importantes a la propiedad, o trata de seducir o forzar la seducción, el analista no puede evitar su interferencia, a pesar de su paciencia extrema y de sus mejores intenciones y aun cuando sabe que podría recoger mucho material de naturaleza 30
vital a través de esa conducta infantil. Las palabras, los pensamientos y las fantasías, al igual que los sueños, no influyen de manera directa en la vida real, pero no sucede lo mismo con las acciones. Tampoco ayudará prometer a los pequeños pacientes que podrán liberarse de todas las restricciones durante la sesión analítica y, para hablar con la licencia que se concede en el análisis de adultos, "que harán lo que quieran". El niño pronto convencerá al analista de que esa libertad no es factible y que no se puede mantener una promesa de ese tipo. Otra diferencia entre las dos técnicas surge por sí sola, diferencia a la cual no se le ha prestado mucha atención. Mientras que las asociaciones libres parecen liberar las fantasías sexuales, la libertad de acción -aun relativa- actúa de manera similar con respecto a las tendencias agresivas. Los niños fundamentalmente realizan el acting out en la transferencia y, por consiguiente, la agresión o el aspecto agresivo de sus tendencias pregenitales, que los lleva a agredir, golpear, patear, escupir y provocar al analista. Técnicamente esto crea dificultades, dado que una parte del valioso tiempo del tratamiento debe dedicarse a controlar la agresión desencadenada por la tolerancia analítica inicial. Teóricamente esta relación entre el acting out y la agresión puede originar una idea errónea acerca de la proporción entre la libido y la agresión infantiles. Es un hecho indiscutible, por supuesto, que este acting out que no es interpretado o cuya interpretación no se acepta, no resulta beneficioso. A pesar de que es una expresión infantil normal, no conduce a un insight o a cambios internos, aunque el criterio opuesto, remanente del período catártico del psicoanálisis, haya persistido en el análisis de niños en varios países, mucho tiempo después de haber sido abandonado en el análisis de adultos. Interpretación y verbalización
El criterio de que la tarea del analista para interpretar el material inconsciente es la misma en niños que en adultos necesita corregirse y aclararse aunque, obviamente, es cierto en un aspecto. También con los niños la finalidad del análisis consiste en ampliar el campo consciente sin lo cual no puede aumentarse el control del yo. Esta finalidad debe lograrse aun cuando la ausencia de asociación libre y la intensidad del acting out obstaculicen la técnica del análisis. La diferencia entre las dos técnicas no reside entonces en el objetivo, sino en el tipo de material que se debe interpretar. En los adultos, el material para analizar ha estado durante largos períodos bajo los efectos de la represión secundaria, es decir, que se deben derribar las defensas contra los derivados
31
del ello, que se expulsaron de la conciencia en un determinado momento. Solamente entonces avanza hacia la interpretación de los elementos que se hallan bajo represión primaria, que son preverbales, que nunca han formado parte del yo organizado y que no pueden "recordarse" sino solamente revivirse dentro de la transferencia. Aunque este procedimiento es idéntico para niños mayores, difiere en los más pequeños en quienes la proporción entre los elementos del primero y segundo tipos, y también el orden de su aparición, se encuentra invertida. , El yo del niño pequeño es el responsable, durante su desarrollo, de dominar, por un lado, su orientación en el mundo exterior y por el otro, los estados emocionales caóticos que experimenta; y gana sus victorias y progresa a medida que comprende esas impresiones, las expresa en pensamientos y palabras, y las somete a procesos de tipo secundario. Los niños más pequeños concurren al tratamiento analítico con este desarrollo demorado o incompleto debido a razones variadas. En ellos, el proceso de interpretación propiamente dicho está unido a la verbalización de muchos impulsos de los que serían capaces de tomar conciencia como tales (por ejemplo, bajo la represión primaria) pero que no han podido alcanzar aún el estado yoico, la toma de conciencia ni la elaboración secundaria. Anny Katan :(1961) ha señalado la importancia de estas verbalizaciones en las etapas primarias del desarrollo e insiste en que la fecha de formación del superyó depende hasta cierto punto del período en que el pequeño adquiere la capacidad de sustituir los procesos secundarios del pensamiento por procesos primarios; que la verbalización es requisito preyio e indispensable para elaborar los procesos secundarios del pensamiento; que la verbalización de las percepciones del mundo exterior precede a la del contenido del ámbito interno, y que esto último a su vez determina la prueba de la realidad y el control del yo sobre los impulsos del ello. En efecto, el insight del papel que juega la verbalización en el desarrollo no es, en modo alguno, nuevo en las técnicas analíticas; S. Freud lo señala cuando dice: "el hombre que por primera vez lanzó una palabra de abuso a su enemigo en lugar de una lanza fue el fundador de la civilización" (1893, pág. 36) ,;, Mientras que la verbalización como parte de la interpretación de lo inconsciente reprimido pertenece al análisis de todas las edades, la verbalización en el sentido señalado más arriba juega un papel específico en el análisis de niños muy pequeños o con retraso, detención o deficiencias graves del desarrollo del yo.
* Traducción directa de la Standard Edition.
32
Resistencias Con respecto a la resistencia, resultaron fallidas las esperanzas iniciales de que la tarea del analista sería fácil. El inconsciente del niño no probó estar menos estrictamente separado de lo consciente que el de los adultos. No se logra con más facilidad la oleada de derivados del ello hacia la superficie y hacia la sesión analítica. Por el contrario, las fuerzas que se oponen al análisis son quizá mayores en los niños que en los adultos. Las resistencias en el análisis de adultos se reconocen por lo general relacionadas con los procesos internos o acciones que las determinan. El yo resiste al análisis para proteger las defensas, sin las cuales el displacer, la ansiedad y el sentimiento de culpa tendrán que volver a enfrentarse. El superyó se opone a la licencia concedida por el análisis a pensamientos y fantasías que pueden amenazar su existencia. Los derivados de los impulsos dentro o fuera de la transferencia, aunque liberados por el proceso analítico, actúan como resistencias en contra si son presionados para descargarse a través dela acción en vez de controlarse una vez que han servido al propósito del insight. El ello mismo se resiste al cambio puesto que está unido al principio de la repetición. Los niños comparten estas legítimas resistencias con el adulto, algunas de ellas intensificadas, modificadas y exageradas, y agregan además las dificultades y obstáculos específicos de las situaciones interna y externa de un individuo en desarrollo. Se debe tener en cuenta: 1. Que el niño no recurre al análisis por propia voluntad ni suscribe el contrato con el analista, y por lo tanto tampoco se siente obligado a aceptar sus reglas. 2. Que el niño no formula criterios sobre ninguna situación, y entonces la molestia, la tensión y la ansiedad provocadas por el tratamiento pesan más en su mente que la idea de un provecho futuro. 3. Que siendo normal para su edad, prefiere actuar y como resultado el "acting out" domina el análisis, excepto cuando se trata de niños obsesivos." 4. Que el equilibrio del yo inmaduro es inestable entre las presiones internas y externas y entonces el niño se siente más amenazado por el análisis que el adulto y mantiene sus defensas con mayor rigídez," Este criterio se aplica a la niñez en general pero se experimenta con mayor intensidad al comienzo de la adolescencia. Para detener 3 4
Véase más arriba: la acción en lugar de la asociación libre. Véase más arriba: el rechazo de la asociación libre.
33
5.
6.
7.
8.
el aumento de los impulsos de la cercana adolescencia, el adolescente refuerza sus defensas y por consiguiente su resistencia al análisis. Que durante el curso de la niñez los métodos más primitivos de defensa continúan junto a los más elaborados, por lo que la r esist en cia del y o está aumentada en comparación con el adulto. Que habitualmente el yo del niño se une a sus resistencias, y así tiende a desertar del análisis, sobre todo en aquellas etapas en que aumentan las presiones desde el material inconsciente o por transferencia negativa intensa, y lo lograría si no fuera por la decisión y el apoyo de los padres. Que la necesidad de sobrepasar y rechazar el pasado es más intensa durante algunas etapas del desarrollo y entonces sus resistencias al análisis fluctúan en concordancia. Un ejemplo es la fase de transición entre el período edípico y el de latencia. De acuerdo con las imposiciones del desarrollo, el pasado infantil se clausura en este punto, se le vuelve la espalda y queda cubierto por la amnesia; pero según las reglas del análisis, debe mantenerse la comunicación con el pasado. De aquí el choque entre estos dos objetivos. Para el niño neurótico o con trastornos de otro tipo la necesidad de tratamiento no disminuye durante esta etapa, pero sí su deseo de continuarlo. Lo mismo sucede durante la adolescencia, cuando el adolescente necesita separarse de los objetos de su infancia, mientras que el análisis promueve la revivificación de las relaciones objetales en la transferencia. El paciente lo experimenta como una amenaza especial y con frecuencia determina la interrupción abrupta del tratamiento. Que todos los niños tienden a externalizar los conflictos internos en batallas con el ambiente, y por ello prefieren las soluciones ambientales a los cambios internos. Cuando esta defensa predomina, el niño manifiesta una renuencia absoluta a someterse al análisis, actitud que a menudo se confunde con una "transferencia negativa" y que (sin éxito) es interpretado como tal.
En resumen, el analista de niños debe enfrentar muchas situaciones difíciles en el curso del tratamiento, que ponen a dura prueba su idoneidad, pero el hecho que más le afecta es que durante largos períodos del análisis tiene que proseguir sin el apoyo que significa la alianza terapéutica con el paciente. 34
Transferencia
Como fruto de mi experiencia, de la eliminación de la fase de introducción (excepto en casos seleccionados) y del empleo inicial deliberado del análisis de las defensas (Bornstein, 1949) he modificado mi opinión anterior de que la transferencia en la niñez estaba restringida a "reacciones transferenciales" únicas y que no alcanzaba por completo el carácter de una "neurosis de transferencia". No obstante, aún no estoy convencida de que lo que denominamos neurosis de transferencia en los niños equivalga a la variedad adulta en todos los aspectos. La solución de este problema es más difícil, pues se encuentra oscurecida por dos de las particularidades del análisis de niños mencionadas más arriba: la ausencia de las asociaciones libres impide que toda la evidencia de la transferencia aparezca en el material y, debido a la tendencia infantil a actuar en vez de asociar, la transferencia agresiva es demasiado pronunciada y oscurece la transferencia libidinal. En cuanto al tratamiento de adultos, la posición con respecto a la transferencia ha sido tema de controversia en los últimos años. Algunos de nosotros todavía adherimos a la creencia más ortodoxa de que al comienzo del tratamiento existe una relación real (médico-paciente) que de manera gradual y pr ogr esiva se deforma a través de elementos regresivos, agresivos y libidinales acoplados que son transferidos desde el pasado del paciente hacia el analista, y que este proceso continúa hasta que en la neurosis de transferencia definitivamente establecida, la relación irrealística sumerge por completo a la real. Esperamos que se restablezca la primera relación al finalizar el tratamiento, después de separados los elementos infantiles por medio de la interpretación, y después que el fenómeno de la transferencia haya alcanzado la meta que se propone: proveer de insight al paciente. Una opinión más corriente espera poner las manifestaciones transferenciales en evidencia desde el comienzo del análisis, con el requisito de interpretarse como tales y no solamente en comparación con las actitudes realísticas que reemplazan. Desde que se consideran de primordial importancia, acaban por ocupar el lugar de casi todas las demás fuentes del material analítico, y se convierten en el "camino real hacia el inconsciente", un título de honor que en el pasado estaba reservado a los sueños. En algunos casos extremos, el compromiso del analista con estos aspectos del tratamiento es tan grande que corre el riesgo de olvidar que la transferencia constituye un medio y no un fin terapéutico. Considero que este último criterio acerca de la transferencia está basado en tres presunciones: 35
a) que todo lo que sucede en la estructura de la personalidad de un paciente puede analizarse según sus relaciones objetales con el analista; b) que todos los niveles de las relaciones objetales son igualmente accesibles a la interpretación, a los que puede modificar hasta idéntica medida; e) que la única función de las figuras ambientales es la de recibir las catexis libidinales y agresivas. Al examinar estas presunciones a la luz de la experiencia del analista de niños, quizá puedan aclarar a su debido tiempo su importancia en los adultos.
El analista de niños como un objeto nuevo En el análisis de niños más que en el de adultos resulta obvio que la persona del analista es utilizada de diversas maneras por el paciente. Como se ha dicho anteriormente," todos los individuos a medida que se desarrollan y maduran sienten la necesidad de experiencias nuevas que es tan intensa como la apetencia a la repetición. La primera es parte importante del equipo normal del niño; no obstante, los problemas neuróticos alteran la balanza en favor de la segunda. El niño sometido al análisis ve en el analista un objeto nuevo y lo trata como tal, en tanto exista una parte sana de su personalidad, y utiliza al analista para la repetición, es decir, para la transferencia toda vez que su neurosis u otros trastornos entren a discutirse. Esta doble relación es de difícil manejo para el analista: si acepta la condicíón de objeto nuevo, diferente de los padres, está indudablemente interfiriendo con las reacciones transferenciales. Si, en cambio, ignora o rechaza este aspecto de la relación, desencanta al pequeño en sus esperanzas que él considera legítimas. También puede ser que el analista interprete ciertos aspectos de la conducta del niño como transferenciales, lo que en realidad no es así. Dos de los elementos esenciales del entrenamiento técnico de todos los analistas de niños son aprender a distinguir esta superposición y a actuar cuidadosamente según los papeles que le son impuestos. Este elemento del "objeto nuevo", es decir, de actitudes hacia el analista que no son el resultado de transferencias, también se observa en el análisis de adultos y es útil destacarlas. Pero la necesidad de experiencias nuevas en el individuo maduro no es tan central ni tan poderosa como en el niño. Cuando 5
Véase el capítulo "Las tendencias curativ-as".
36
esta necesidad es parte integrante de su relación con el analista, por lo general está al servicio de la función de resistencia.
El analista de niños como objeto de la transferencia libidinal y agresiva En relación con la transferencia propiamente dicha y durante el curso del análisis los niños, al igual que los adultos, repiten y escenifican alrededor de la persona del analista por medio de la regresión, sus relaciones objetales provenientes de todos los niveles de su desarrollo. El narcisismo, la fase de la unidad biológica con la madre, de la satisfacción de las necesidades, de la constancia objetal, de la ambivalencia, las fases oral, anal y fálico-edípica, todas contribuyen con elementos que forman parte de la situación de tratamiento en un momento determinado, a menudo en un orden invertido, pero también de acuerdo con el tipo de trastorno, es decir, con la profundidad de la regresión en que el niño se encuentra al comenzar el tratamiento. Además de suministrar información con respecto a los niveles o fases que han tenido un papel importante en la patogénesis individual, cada una de las diversas tendencias transferidas colorea la situación analítica de una manera especial. La autosuficiencia narcisista se manifiesta bajo la forma de una separación del mundo de los objetos, incluido el analista, es decir, como una barrera opuesta al esfuerzo analítico. Las actitudes simbióticas reaparecen como el deseo de una completa e ininterrumpida unión con el analista; en los adultos esto se expresa a menudo con el deseo de ser hipnotizado. La re-emergencia de la dependencia anaclítica constituye una dificultad de carácter especial durante el análisis, y se disfraza con el deseo de ser ayudado, pero hace recaer toda la responsabilidad de esa ayuda en la persona del analista. El paciente !(niño o adulto) por su parte, está pronto a interrumpir la relación emocional con el analista cuando éste le impone esfuerzos y sacrificios. El retorno a las actitudes orales reemplaza las exigencias del paciente frente al analista, tanto como el descontento por todo lo que éste le ofrece (en el niño, con respecto al material para el juego, etc.; en el adulto, con respecto a la atención que se le brinda); la transferencia de las tendencias anales es la responsable de la obstinación del paciente, la retención del material, las provocaciones, la hostilidad y los ataques sádicos que dificultan la tarea del analista, no con las asociaciones libres del adulto pero sí con el acting out de los pequeños. La necesidad de ser amado y el temor a la pérdida del objeto también se transfieren bajo la manifestación de una sugestibilidad y complacencia hacia el analista; a pesar de su apariencia superficial positiva, el analista teme a ambas tendencias, y este ' temor es justificado pues son responsables de 37
las falsas mejorías transfer enciales. En su ma, la pregenit alidad y las tendencias preed ípicas intr oducen en la relación de transf eren cia una gama com plet a de elementos cuasi "resistentes" y negativos. Por otro lado est án los el ement os benefic iosos que aportan la aparición de transferencias de la constancia objetal y las actitudes que pertenecen al complejo de Edipo positivo y negativo, coordinados con el logro alcanzado por el y o de autoobservación, insight y funcionamiento de los procesos se cundarios. Todo esto consolida la alianza t erapéutica con el analista, ayudándola a soportar las vicisitudes del tratamiento. De acuerdo con el razonamiento anterior, los elementos preedípicos de la transferencia deben interpretarse antes que los edípicos, lo que quizá se considere como una variación de la técnica inicial de F r eud, que recomendaba an alizar la transferencia en el punto en que es empleada con propósitos de resistencia. Este criterio es válido, p or supuesto, t an t o para el análisis de niños como de adultos. Para el analista de niños, esta situación explica algunas de las dificultades t écnicas que se presentan con los más pequeños antes de que hayan alcanzado el nivel fálico-edípico , y con los mayores cuyo desarrollo se ha detenido (en contraste con las regresiones) en uno de los niveles preedípicos. Ninguno de estos niños responderá a un método basado en la cooperación voluntaria con el analista, es decir, actitudes que aún n o han adquirido y, por lo t ant o, d et er min an para su beneficio la introducción de modificaciones en la técnica. En este aspecto mucho se ha aprendido del tratamiento de los niños que han soportado intensas privaciones, que han carecido de hogar y del cariño maternal y de los que han estado confinados en los campos de concentración. Los pacientes que no alcanzaron nunca la constancia objetal en sus relaciones demostraron ser incapaces de establecer alianzas firmes y perdurables en la transferenciacon sus analistas (vé ase Edith Ludowyk Gyomroi, 1963) . El analista de niños como objeto para la externalización
No todas las relaciones establecidas o transferidas por un niño durante el tratamiento analítico son relaciones objetales en el sentido de que el analista es catectízado con la libido o con la agresión. Muchas se deben a externalizaciones, es decir, a procesos en los que la persona del analista es utilizada para representar una u otra parte de la estructura de la personalidad del paciente," En la medida que el analista "seduce" al n iño al to lerar su 6 Al respecto véanse los estudios de Warren M. Brodey (1964 ) quien apoya este criterio en -relación con las relaciones patológicas infantiles dentro de la familia ,
38
libertad de pensamiento, de fantasía y acción (esta última dentro de ciertos límites), se convierte en el representante del ello del paciente, con todas las inferencias positivas Y- negativas que se derivan en su mutua relación. En tanto que verbaliza y ayuda al niño en su lucha contra la ansiedad, se convierte en un yo auXiliar, al que se aferra el pequeño para protegerse. Debido a que es un adulto, el niño considera y también trata al analista como si fuera un superyó externo, es decir, paradójicamente como el juez moral de los mismos derivados instintivos que se han liberado gracias a sus esfuerzos. El niño de este modo re-escenifica sus conflictos internos (intersistémicos) en batallas externas con el analista, procedimiento que provee material de gran utilidad. Sería erróneo interpretar estas externalizaciones como relaciones objetales dentro de la transferencia, aunque originalmente todos los conflictos dentro de la estructura se producen en las relaciones más tempranas. En el curso del tratamiento, no obstante, su importanciaconsiste en que revelan lo que sucede en el mundo interno del niño, en la relación entre sus diversas actuaciones internas, opuestas a sus relaciones emocionales con los objetos del mundo exterior. El analista de adultos también está familiarizado con el mecanismo de externalización de los conflictos intersistémicos e intrasistémicos de sus pacientes. Pacientes con neurosis obsesivas severas escenifican querellas entre sí y su analista, provocadas por asuntos sin importancia, para escapar de las indecisiones internas penosas originadas por su ambivalencia. Los conflictos entre las tendencias activas y pasivas, masculinas y femeninas, se externalizan cuando el paciente atribuye al analista la preferencia por una de las dos posibles soluciones y lo combate como si fuera el representante de aquélla. En el análisis de los adictos a las drogas, el analista representa al mismo tiempo oen rápida sucesión, sea el objeto deseado ardientemente, es decir, la droga misma, sea el yo auxiliar cuya ayuda se requiere para luchar contra la droga. El rol del analista como yo auxiliar es bien conocido también en relación con el tratamiento de pacientes al borde de la esquizofrenia. Un paciente confuso, asustado por sus propias fantasías paranoídes empleará la presencia del analista para fortalecer su salud mental. El tono de la voz del analista, las palabras utilizadas en un interpretación (antes que el contenido) pueden determinar que los procesos primarios del pensamiento se desvanezcan en el olvido. Estos pacientes se aferran al analista como a un yo externo, pero esta situación es completamente diferente del apego del paciente histérico que desea al analista como el objeto de su pasión. Entendida de esta manera, la externalización es una subespecie de la transferencia. Tratada como tal en las interpreta-
39
ciones y mantenida al margen de la transferencia propiamente dicha, es una valiosa fuente de insight dentro de la estructura psíquica.
LA DEPENDENCIA INFANTIL COMO UN FACTOR EN EL ANALISIS DE ADULTOS Y NIÑOS Algunas de las más animadas controversias concernientes a la especificidad del análisis de niños corresponden a si los padres deben incluirse y hasta qué punto, en el proceso terapéutico. Aunque este es un problema manifiestamente técnico, el punto en discusión es de naturaleza teórica, es decir, la decisión de si el niño debe, y en qué momento, ser considerado no como un producto dependiente de la familia sino otorgándole el status de una entidad separada, de una estructura psíquica con derecho propio. La dependencia infantil como un agente en la formación del carácter y en la neurogénesis es un 'c oncept o familiar en los trabajos de Freud, donde se la considera como un "hecho biológico" y responsable de la mayoría de los logros de la personalidad del ser humano en desarrollo. Por el miedo de la pérdida del objeto, de la pérdida del amor del objeto, de los castigos a que se encuentra expuesto debido a su dependencia, el niño dependiente acepta el "sometimiento educacional" del mismo modo que el adulto convierte el temor de ser rechazado por la comunidad, en "sometimiento social". Al temor de la conciencia (culpabilidad) como residuo y producto final del período de dependencia infantil, adopta la tendencia a convertirse en neurótico. El adulto considera que la prolongada dependencia del retoño de la especie humana también es responsable de cuestiones tan vitales como la capacidad de formar relaciones objetales en general y el complejo de Edipo en particular; la lucha cultural contra la violencia y la necesidad de la religión; en resumen, la humanización del individuo, su socialización y sus necesidades éticas." 7 Véase a este respecto los siguientes comentarios en los trabajos de S. Freud: " ... del hecho biológico de que el infante de la especie humana pasa a través de un largo período de dependencia [de los padres] y sólo muy lentamente alcanza la madurez . .. " (1919, pág. 261).* " ... que el complejo de Edípo es la contraparte psíquica de dos hechos biológicos fundamentales: el largo período de dependencia del infante de la especie humana ... " (1924, pág. 208).* "El factor biológico es la larga invalidez y dependencia de la criatura humana. La existencia intrauterina del hombre es más breve que la de los animales, ,siendo así echado al mundo menos acabado que éstos. Con ello queda intensificada la influencia del mundo exterior real e impulsada muy tempranamente la diferenciación del yo y
40
La dependencia como un factor en el análisis de adultos A pesar de que nunca se dudó de la importancia de esta dependencia en los pacientes adultos, se refería solamente a los antecedentes, es decir, a los aspectos' genéticos del problema. Con respecto a los aspectos dinámicos, topográficos y económicos, los pacientes eran considerados seres independientes, con acciones y estructuras internas propias y con conflictos neuróticos localizados dentro de la personalidad y, sólo de manera secundaria, relacionados y conectados con el ambiente. La consecuencia de este criterio en relación con el tratamiento fue ineludible. La técnica analítica fue diseñada estrictamente para su empleo dentro de la estructura: el material es ofrecido por el propio paciente y acerca de sí mismo; el medio se observa desde un punto de vista subjetivo, es decir, a través de los ojos del paciente; las relaciones entre el analista y el paciente son privadas y exclusivas; las relaciones objetales pasadas y presentes del paciente serán restablecidas en esta condición privada. A pesar de algunas opiniones disidentes," todo esto permaneció como la estructura sobre la cual continuó desarrollándose la técnica para el análisis de adultos.
La dependencia como un factor en el análisis de niños Obviamente, nada de esto es útil para el analista de niños, quien se enfrenta con la dependencia mientras es un proceso activo. A él le corresponde la evaluación de los distintos grados de influencia que puede ejercer sobre su paciente en lo que del ello, elevada la significación de los peligros del mundo exterior y enormemente incrementado el valor del objeto único que puede servir de protección contra tales peligros y sustituir la perdida vida intrauterina. Este factor biológico establece, pues, las primeras _,s it u acion es peligrosas y crea la necesidad de ser amado, que ya no abandonará jamás al hombre" (1926, Obras Completas, vol. 1). "La defensa contra la indefensión infantil presta a la reacción ante la impotencia que el adulto ha de reconocer, o sea precisamente a la génesis de la religión, sus rasgos característicos" (1927, Obras Completas, vol. I). El motivo para la lucha de l a civilización contra la violencia "es fácilmente descubierto en el desamparo del niño y su dependencia de otras personas y puede ser mejor designada como el temor a la pérdida del cariño" (1930, pág. 124).* 8 Véase por ejemplo, los comentarios de R. Laforgue (1936) en relación con las neurosis familiares y la necesidad de tratar a varios miembros de la familia.
* Traducción
directa de la Standard Edition
41
respecta al nivel de su desarrollo, a la etiopatogenia y al tratamiento. Con respecto al nivel de desarrollo del paciente, es decir, los pasos dados para alcanzar su individualidad, es necesario que el analista se informe sobre cuáles son los aspectos vitales en que el niño depende de los padres y hasta qué punto los ha superado. Podemos evaluar aproximadamente si el estado de su dependencia, o independencia, está en relación con su edad cronológica a través de los siguientes servicios que el niño requiere consecutivamente de sus padres: -
-
-
para la unión narcisista con una figura materna a una edad en que no puede distinguirse a sí mismo del medio; para emplear la capacidad de los padres en comprender y manipular las condiciones externas de tal manera que pueda satisfacer las necesidades corporales y - los derivados instintivos; como figuras en el mundo externo a las que puede vincular su libido narcisista inicial y donde ésta puede convertirse en libido objetal; .. para que actúen como agentes limitadores de la satisfacción de los impulsos, y en consecuencia, iniciando el control del ello por medio de su propio yo; para -pr oveer los patrones de identificación que el niño necesita para la construcción de una estructura independiente.
Con respecto al rol de los padres en la causación de enfermedades, el analista de niños debe tener gran cuidado para que las apariencias superficiales no lo desorienten y sobre todo para no confundir los efectos de la anormalidad infantil sobre la madre, con la influencia patógena de la madre sobre el nífio." El método más seguro y laborioso para evaluar estas interacciones es el análisis simultáneo de los padres con sus hijos.t? De estos análisis surge un número de hallazgos concernientes a las relaciones patógenas entre padres e hijos, tales como las siguientes: Existen padres cuyo apego al hijo depende de que el niño represente una figura idealizada de sí mismos o una figura de su pasado. Para retener el amor de los padres en estas condiciones, el niño permite que su personalidad sea moldeada de acuerdo con patrones que no son los propios y queconflictúan, o no toman en cuenta sus propias potencialidades innatas. 9 Esto puede suceder con facilidad, especialmente en el autismo infantil. _" '1'f'!f1 10 Como se están r ealizando en la Hampstead Child-Therapy' Clinic, así como en otros lugares.
42
\
Algunas madres o padres asignan al niño un rol dentro de su propia patología, estableciendo sus relaciones sobre esta base y no sobre la de las necesidades reales del niño. Muchas madres realmente trasvasan sus síntomas a sus pequeños y luego los escenifican conjuntamente a la manera de una folie a deux (véase Dorothy Burlingham y otros, 1955). En todos los casos mencionados, las consecuencias patológicas para el niño son más pronunciadas cuando los padres expresan su relación anormal con éste por medio de acciones en lugar de fantasías. Cuando esto sucede, sólo el tratamiento simultáneo de los padres es capaz de aflojar suficientemente la tensión entre ellos, actuando como una medida terapéutica para el niño.P Los padres pueden también jugar un papel en el mantenimiento de los trastornos infantiles. Algunas de las fobias de la niñez, el disgusto por ciertas comidas, los rituales para dormirse son mantenidos por el niño solamente en connivencia con la madre. Debido a que ella teme los ataques de ansiedad del . niño tanto como él mismo, participa activamente en el mantenimiento de las defensas, precauciones, etc., y por consiguiente disimula la extensión de la enfermedad infantil.P Ciertas acciones sintomáticas, especialmente de carácter obsesivo, son llevadas a cabo por la madre y no por el niño. Algunos padres por razones patológicas propias, parecen necesitar un niño enfermo, con trastornos o retrasado (infantilismo) y así mantienen el statu quo con este propósito. Respecto de la conducción del tratamiento, está bien justificada la envidia del analista de niños porque sus colegas que tratan adultos pueden establecer una relación de persona-apersona. En el análisis de niños, el comienzo, la continuación y la posibilidad de terminación del tratamiento depende no del yo del paciente sino de la comprensión e insight de los padres. En este sentido, la tarea de los padres consiste en ayudar al yo del niño a vencer las resistencias y los períodos de transferencia negativa sin que descuiden las sesiones del análisis de su niño. El analista se verá imposibilitado de cumplir con su tarea si los padres apoyan las resistencias del pequeño. En los períodos de transferencia positiva los padres a menudo agravan el conflicto de lealtad que invariablemente padece el niño con r espect o al analista y sus progenitores. Las técnicas del analista de niños en cuanto a la manera 11 Véase en este sentido, Dorothy Burlingham y otros (1955); Ilse Hellmann y otros (1960); Kata Levy (1960); Marjorie Sprince (1962) . 12 Véanse las experiencias realizadas durante la última guerra cuando muchos trastornos neuróticos se descubrían después que los niños habían sido separados de sus hogares (distintos de los producidos por esta separación) .
43
de tratar con los padres varían ampliamente desde excluirlos por completo de la intimidad del tratamiento, mantenerlos informados, permitirles participar en las sesiones (en los casos de niños muy pequeños), tratarlos o analizarlos de modo simultáneo aunque separadamente del hijo, hasta llegar al extremo opuesto de tratarlos a ellos solos debido a los trastornos del niño, en vez de analizar a éste. Estudios sobre la dependencia Dos trabajos importantes sobre la teoría de la relación padres-hijos resumen la posición del analista a este respecto: el de Phyllis Greenacre (1960) que unifica el material sobre los procesos de maduración, y el de Winnicott (1960) sobre los hechos y consecuencias del cuidado maternal. Tomados en conjunto, estos trabajos ofrecen una descripción comprensiva de la fase preverbal de absoluta dependencia, de las influencias internas y externas que actúan sobre ella y del papel que juegan en la formación de la normalidad o anormalidad futuras. Existen muchos otros estudios analíticos derivados de investigaciones realizadas durante y aparte de la sesión analítica, cada uno enfocando aspectos diversos tales como la empatía entre madre e hijo durante la fase de dependencia absoluta (Winnicott, 1949); el aporte de esta fase a la constitución del individuo (Martin James, 1960); las consecuencias lesivas de omitir o interrumpir el estado de dependencia (A. Freud y D. Burlingham, 1943, 1944; John Bowlby y otros, 1952; James Robertson, 1958; R. Spitz, 1945, 1946); la influencia de largo alcance de las preferencias y actitudes de la madre durante el período de completa dependencia (Joyce Robertson, 1962).
'EL EQUILIBRIO ENTRE LAS FUERZAS INTERNAS Y EXTERNAS OBSERVADO POR EL ANALISTA DE NIÑOS Y POR EL DE ADULTOS La constante relación con la dependencia emocional del niño respecto de sus padres tiene consecuencias trascendentales para las perspectivas teóricas de su analista. En cambio, el analista de adultos, debido a las impresiones que recibe en su trabajo diario; no corre el riesgo de convertirse en un ambientalista. El poder de la mente sobre la materia, es decir, del mundo interno sobre el externo, se le presenta en una serie inacabable de ejemplos que le brindan sus pacientes: en los aspectos cambiantes de la descripción de circunstancias vitales originada por las modificaciones del estado 44
de ánimo desde la elación a la depresión; en el empleo que hace el paciente de los elementos ambientales para acomodarlos o alimentar sus fantasías inconscientes; en sus proyecciones, que convierten en perseguidores a las personas incapaces de hacer daño, indiferentes o benévolas; en la distorsión de la imagen del analista que sirve a los propósitos de una transferencia irracional y a veces delirante (Little, 1958), etc. Es especialmente esta última la que explica la predisposición del analista a creer que también durante la niñez del paciente operan fuerzas similares y que los responsables del origen de su enfermedad son los factores internos y no los externos. En suma, el analista de adultos cree firmemente en la realidad psíquica en oposición a la realidad externa. Si acaso, está demasiado dispuesto durante el tratamiento a considerar los hechos corrientes como resistencias y transferencias y, por consiguiente, a desestimar su valor como componentes de la realidad. Para el analista de niños, por otra parte, todas las indicaciones señalan la dirección opuesta, atestiguando sobre la poderosa influencia del ambiente. En el tratamiento, especialmente los más pequeños revelan hasta qué punto se encuentran dominados por el mundo objetal, es decir, la medida en que el ambiente llega a influir para determinar su conducta y su patología, tales como las actitudes protectoras o de rechazo, cariñosas o indiferentes, críticas o de admiración por los padres, así como la armonía o la discordia en la vida matrimonial de los progenitores. El juego simbólico del niño durante la sesión analítica no comunica sólo sus fantasías internas; también es su forma simultánea de comunicar los hechos familiares habituales, como las relaciones sexuales entre los padres, sus desacuerdos y peleas, sus actos frustrantes o que provocan ansiedad, sus anormalidades y expresiones patológicas. El analista de niños que toma en cuenta sólo el mundo interno de su paciente corre el riesgo de fracasar al interpretar en las comunicaciones del pequeño, la actividad relacionada con sus circunstancias ambientales, que en esa etapa vital es igualmente importante." Pero a pesar de que las pruebas acumuladas evidencian que las circunstancias ambientales desfavorables desembocan en resultados patológicos, nada debería convencer al analista de niños de que las modificaciones de la realidad externa pueden lograr la curación, con excepción quizá cuando se trate de 13 Sus "gestos testificantes" de acuerdo con el término introducido por Augusta Bonnard, También en el análisis de niños mayores donde las palabras reemplazan al juego simbólico, son los hechos externos habituales los que a menudo dominan el material. Pero este uso de la realidad externa tiene en la mayoría de los casos carácter defensivo y sirve a los propósitos de una cantidad de resistencias.
45
pacientes que cursan los períodos más tempranos de la infancia. Esta creencia significaría que los factores externos por sí mismos pueden ser agentes patógenos y que podría desestimarse su interacción con los factores internos. Esta consideración es opuesta a la experiencia del analista. Todas las investigaciones psícoanalít ícas demuestran que los factores patogénicos actúan desde ambos lados y que una vez entremezclados, los procesos patológicos impregnan la estructura de la personalidad y sólo pueden extraerse por medio de las medidas te apéuticas que tienen efecto sobre la estructura. Mientras que los analistas de adultos deben recordarse a sí mismos las causas externas frustrantes que precipitaron los trastornos del paciente, para no encandilarse con las fuerzas del mundo interior, el analista de niños ha de recordar que los factores nocivos externos que pueblan su criterio, adquieren significación patológica cuando interactúan con la disposición innata y adquirida y con las actitudes internalizadas de naturaleza Iibidinal y yoica. Ambos procedimientos, el análisis de adultos y el de niños tomados en conjunto, pueden ayudar a mantener la perspectiva equilibrada, requerida en la fórmula etiológica de Freud de la escala variable de influencias internas y externas: que existen personas cuya "constitución sexual no habría producido la neurosis sin la intervención de influencias nocivas, y estas influencias no habrían sido seguidas de un efecto traumático si las condiciones de la libido hubieran sido diferentes" (S. Freud, 1916-1917, Obras Completas, vol. II). A pesar de sus convicciones teóricas, los analistas de niños están siempre tentados a explorar la extensión en que actúa, la ecuación etiológica, es decir, a probar si existen límites cuantitativos más allá de los cuales la influencia patógena puede considerarse unilateral. Estas investigaciones pueden llevarse a cabo si se seleccionan para el análisis niños situados en los dos extremos de la escala etiológica, es decir, aquellos en quienes el daño determinado por el factor congénito o el ambiental es de carácter masivo. Los individuos que pertenecen al primer grupo manifiestan importantes contraindicaciones innatas para el desarrollo normal, tales como severas carencias de naturaleza física o sensorial (ceguera, sordera, deformaciones, etc.); los que integran el otro grupo son niños severamente traumatizados,con padres psicóticos, huérfanos o criados en instituciones, es decir aquellos cuyas condiciones complejas externas para su desarrollo normal no existieron. Pero hasta ahora, el material obtenido de estos casos tampoco ofrece un cuadro clínico que haya sido determinado por un solo tipo de factores. Aunque ciertas formaciones patológicas son inevitables cuando las influencias patogénicas tanto internas como externas alcanzan tal 46
magnitud, su variedad y las detalladas características de las personalidades infantiles dependen, como en los casos menos graves, de la interacción entre los dos factores, es decir, de la manera en que reacciona una constitución particular frente a determinada serie de circunstancias externas.
47
111 LA EVALUACION DE LA NORMALIDAD EN LA
NI~EZ
EL DESCUBRIMIENTO TEMPRANO DE LOS AGENTES P ATOGENOS: PREVENCION y PRONOSTICO
Para el analista de nmos, la reconstrucción del pasado del paciente o el rastreo de los síntomas hasta sus orígenes en los primeros años de vida constituye una tarea muy diferente de la detección de los agentes patógenos antes de que éstos hayan comenzado su tarea nociva; de la evaluación del grado de progreso normal de un niño pequeño; del pronóstico de su desarrollo; de interferir con el tratamiento del niño; de guiar a los padres; o en general de prevenir las neurosis, las psicosis y la asocialidad. Mientras que el entrenamiento reconocido para la terapia psicoanalítica prepara al analista de niños para llevar a cabo las primeras tareas señaladas, aún no se ha preparado un plan de estudios oficial para que logre cumplir todas las demás. El interés en los problemas del pronóstico o de la prevención conduce inevitablemente al estudio de los procesos men- . tales normales opuesto al estudio de los patológicos, o a la transición insensible entre los dos estados que concierne al analista de adultos. Este conocimiento de lo normal al que Ernst Kris (1951) denominó campo "subdesarrollado" o "problemático" del psicoanálisis, se ha ampliado considerablemente gracias a las extrapolaciones teóricas de los hallazgos clínicos realizados por Heinz Hartmann y Ernst Kris. También se debe mucho a la creciente importancia de los principios y presunciones de la psicología psicoanalítica del niño dentro del pensamiento metapsicológico, que "comprende el campo total del desarrollo, normal y anormal':' (Ernst Kris, 1951, pág. 15). El analista de adultos en su trabajo clínico tiene poco interés en el concepto de
49
normalidad, excepto de manera marginal, en cuanto se refiere al funcionamiento (en el amor, el sexo y en el buen rendimiento en el trabajo ). En contraste, el analista de niños que considera el desarrollo progresivo como la función más esencial de un inmaduro, está profunda y centralmente comprometido con la integridad o el trastorno, es decir, la normalidad o anormalidad de este proceso vital. Como ya lo he indicado desde hace varios años (1945) se puede evaluar el grado de desarrollo y las necesarias indicaciones terapéuticas en el niño a través del escrutinio, por un lado, de los impulsos libidinales y agresivos, y por el otro, del yo y del superyó de la personalidad infantil por medio de signos que indiquen, según la adaptación del yo, su precocidad o su retardo. Con la secuencia de las fases de la libido y una lista de las funciones del yo en el trasfondo de su mente, esta tarea no es en modo alguno imposible ni siquiera difícil de realizar para el analista de niños. Pero las indicaciones que así se obtienen son más útiles para establecer el diagnóstico y para revelar el pasado que para decidir las cuestiones relativas a lo normal o las perspectivas futuras, y demuestran de manera satisfactoria las formaciones y soluciones de compromiso que se han logrado en la personalidad del paciente; pero no incluyen señales de cuáles son las oportunidades que existen para mantener, mejorar o disminuir su nivel de rendimiento. x
LA TRASLACION DE LOS HECHOS EXTERNOS A LAS EXPERIENCIAS INTERNAS Los analistas, en la medida en que se los considera expertos en niños, deben enfrentar una multitud de interrogantes que el público les plantea, acerca de la crianza de los niños y de las decisiones que los padres deben tomar en relación con la vida de sus hijos y que pueden resultarles conflictivas. El hecho de que las consultas se refieren a situaciones de la vida diaria no es razón para delegar las respuestas en quienes carecen de entrenamiento analítico y se ocupan habitualmente de la vida mental normal (tales como los mismos padres, los pediatras, las enfermeras, las maestras jardineras, las maestras, los funcionarios de bienestar social, las autoridades educacionales, etc.), En efecto, los interrogantes planteados circunscriben precisamente aquellos campos en que pueden aplicarse con gran provech o las teorías psicoanalíticas desde el punto de vista preventivo. Los siguientes constituyen algunos ejemplos. ¿Debe la madre cuidar en forma exclusiva a su pequeño, y la madre sustituta significa un peligro para el desarrollo del niño? Si el niño está al cuidado exclusivo de la madre, ¿cuándo
50
puede comenzar a dejarlo durante cortos períodos para tomarse un descanso o para atender al esposo, a los hijos mayores, a sus propios padres, etc.? ¿Cuáles son las ventajas de amamantarlo comparadas con la alimentación a biberón o de la alimentación según la solicite el apetito del niño frente al sistema de horarios rígidos de comidas? ¿Cuál es la mejor edad para comenzar el entrenamiento del control de esfínteres? ¿A qué edad es beneficiosa la inclusión de otros adultos o niños como compañeros de juegos? ¿Cuál es la edad adecuada para su ingreso al jardín de infantes? Si se requiere una intervención quirúrgica (h er nia, circuncisión, amigdalectomía, etc.) y si existe la posibilidad de elegir el momento, ¿es mejor llevarla a cabo cuando el niño es muy pequeño o ya mayorcito? ¿Qué tipo de escuela (formal o informal) es más adecuada para qué tipo de niño? ¿Cuándo debe comenzar su educación sexual? ¿Existen edades determinadas para tolerar con mayor facilidad el nacimiento de un hermano? ¿Qué actitud tomar frente a sus actividades autoeróticas? ¿Debe permitírsele el chupeteo del dedo, la masturbación, etc., sin control y sería válida la misma actitud en relación con los juegos sexuales infantiles? ¿Debe permitirse libremente la expresión de agresión? ¿Cuándo y de qué manera debe informarse al niño adoptivo de su adopción? y en este caso ¿se les debe hablar de sus padres verdaderos? ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de las escuelas para alumnos externos e internos? Y finalmente, ¿existe un momento específico durante el proceso de la adolescencia en el que sea conveniente para el joven "alejarse" (Anny Katan, 1937) de su hogar correspondiendo al distanciamiento emocional de sus padres? Frente a cualquiera de estas preguntas, aun las que en apariencia son más simples, la reacción del analista tiene un doble carácter. Como resulta obvio, no basta con señalar que no existen respuestas generales aplicables para todos los niños, sino solamente respuestas particulares que se adaptan a un niño específico; ni tampoco que no pueden basarse tales respuestas en la edad cronológica, dado que los niños difieren tanto en la rapidez de su crecimiento emocional y social como en el momento en que empiezan a sentarse, caminar, hablar, etc., y en sus edades mentales; o incluso que no es suficiente evaluar el nivel del desarrollo del niño cuya conducta es consultada. Consideraciones de este tipo constituyen sólo una parte de su tarea y quizá sea la más simple. La otra parte, no menos esencial, consiste en la evaluación del significado psicológico de la experiencia o de las exigencias a las que los padres intentan som eter al niño. Mientras los padres consideran sus planes a la luz de la razón, la lógica y las necesidades prácticas, el niño los experimenta según su realidad psíquica, es decir de acuerdo con los complejos, afectos, ansiedades y fantasías que esos mismos pla-
51
nes origman y que corresponden a las distintas fases de su desarrollo. La tarea del analista consiste, por consiguiente, en señalar a los padres las discrepancias que existen entre la interpretación del adulto y la que hace el niño de estos hechos, explicándoles las formas y niveles específicos de funcionamiento que son característicos de la mentalidad infantil.
CUATRO CAMPOS DIFERENTES ENTRE EL NIÑO Y EL ADULTO Existen varios campos en la mente del mno de los que parecen derivarse estos "malen t endidos" de las acciones adultas. Ante todo, el punto de vista "egocentrista" que gobierna las relaciones del infante con el mundo de los objetos. Antes de que haya sido alcanzada la fase de la constancia objetal, el objeto, es decir la persona que cumple las funciones de madre, no es percibido por el niño como poseedor de una existencia independiente y propia, sino sólo en relación con el papel que tiene asignado dentro del esquema de las necesidades y deseos del niño. En consecuencia, todo lo que sucede en el objeto, o al objeto, se interpreta desde el punto de vista de la satisfacción o frustración de estos deseos. Las preocupaciones de la madre, su interés por otros miembros de la familia, por el trabajo u otras cosas, sus depresiones, enfermedades, ausencias, incluso su muerte, son transformadas en experiencias de rechazo y deserción. Por la misma razón, el nacimiento de un hermano se interpreta como una infidelidad por parte de los padres, como una expresión de la falta de satisfacción y la crítica de sus padres hacia su propia persona; en resumen, como un acto hostil al cual el niño responde a su vez con hostilidad y desilusión que se expresa a través de exigencias o en un retraimiento emocional con sus consecuencias negativas. Existe en segundo lugar la inmadurez del aparato sexual infantil que no le deja al niño alternativa, sino que lo fuerza a traducir los hechos genitales adultos en pregenitales. Esto explica la razón de que las relaciones sexuales entre los padres se interpreten como escenas brutales de violencia y conduce a todas las dificultades que resultan de la identificación con la supuesta víctima o el supuesto agresor, que se revelan posteriormente en la incertidumbre con respecto a su propia identidad sexual. Ello explica t ambién, como lo sabemos desde hace mucho tiempo, el fracaso relativo y la desilusión de los padres con respecto a la información sexual de los hijos. En lugar de aceptar los hechos sexuales de la manera razonable con que se les explica, el niño no p úede evitar traducirlos en términos que concuerdan con su experiencia, es decir, convertirlos en las
52
llamadas "teorías sexuales infantiles" de insem inación a través de la boca (como en los cuentos), el nacimient o a través del ano, la castración de la mujer durante las r elacion es sexuales, etcétera. En tercer lugar, están todas aquellas circunstancias en donde la falta de comprensión por parte del niño está basada no en su carencia absoluta de razonamiento, sino más bien en la relativa debilidad de los procesos secundarios del pensamiento cuando se comparan con la intensidad de los impulsos y las fantasías . Un niño pequeño, después del segundo afio de vida, puede entender muy bien, por ejemplo, la importancia de los hechos médicos, reconocer el rol beneficioso del médico o del cirujano, la necesidad de tomar las medicinas al margen de su sabor desagradable, de respetar ciertos regímenes dietéticos o hacer reposo en cama, etc. Sólo que no podemos esperar que se mantenga esta comprensión. A medida que la visita del médico o la operación se acercan, la razón naufraga y la mente del niño se inunda de fantasías de mutilación,castración, asalto violento, etc. El hecho de que deba permanecer en cama se convierte en prisión, la dieta en una privación oral intolerable; los padres que permiten que sucedan todas esas cosas desagradables (en su presencia o ausencia) cesan de ser figuras protectoras y se convierten en hostiles, contra las cuales el niño descarga su hostilidad, enojo o agresión.' Finalmente, existen algunas diferencias básicas y significativas entre el funcionamiento de la mente infantil y la del adulto. Menciono como la más representativa la diferente evaluación del tiempo en las distintas edades. El sentido de la duración del tiempo, largo o corto, de un determinado período, parece depender de que la medida se tome por medio del funcionamiento del ello o del yo. Los impulsos del ello, por definición, no toleran la demora ni la espera; estas últimas actitudes son introducidas por el yo y, entre ellas, postergar la acción (por interpolación de los procesos del pensamiento) es tan característica como la urgencia de gratificación para el ello. La manera como el niño experimente un período determinado dependerá, por consiguiente, no sólo de su duración real medida objetivamente por el adulto con el calendario y el reloj, sino de las relaciones subjetivas internas del ello o del yo sobre el dominio de su funcionamiento. Estos últimos factores decidirán si los intervalos fijados con respecto a la alimentación, la ausencia de la madre, la duración de la asistencia al jardín de infantes, la hospitalización, etc., le parezcan cortos o largos, tolerables o intolerables, resultando por lo tanto nocivos o in 0fensivoscon respecto a sus consecuencias. 1 Véase a este respecto Anna Freud (1952), Joyce Robertson (1956) .
53
El egocentrismo, la inmadurez de la vida sexual, la preponderancia de los derivados del ello sobre las respuestas del yo, la diferente evaluación del tiempo son características de la mente in fan til que pueden explicar muchas de las insensibilidades aparentes de los padres, por ejemplo su dificultad para trasladar los hechos externos a experiencias internas. En consecuencia, la información de los padres sobre los antecedentes del niño en las entrevistas diagnósticas es superficial y enga. ñosa. Los informes pueden contener explicaciones acerca "d e una batalla en relación con la alimentación de pecho que duró poco tiempo"; "del rechazo inicial del niño en el segundo año de vida, de un sustituto de la madre durante la enfermedad de ésta"; o del niño "que desconoció a la madre momentáneamente cuando ésta retornó de la maternidad con el nuevo bebé"; de la "pasajera infelicidad del niño en el hospital", etcétera," Se requiere toda la ingenuidad del diagnosticador y algunas veces un período de tratamiento analítico para poder reconstruir, desde las descripciones, los conflictos dinámicos que yacen detrás del cuadro clínico superficial y que a menudo son los responsables del cambio de curso de la vida emocional infantil, desde la relación positiva, el cariño normal hacia los padres, al retraimiento, el resentimiento y la hostilidad; del sentimiento de haber sido altamente apreciado al de ser rechazado como un objeto sin valor alguno, etcétera.
EL CONCEPTO DE LAS LINEAS DEL DESARROLLO Para ofrecer respuestas útiles a las consultas de los padres en relación con los problemas del desarrollo, las decisiones externas bajo consideración deben trasladarse a su significado interno, lo cual no es posible, como mencionamos más arriba, si se consideran aisladamente el desarrollo de los impuls os y del yo, aunque esto es necesario para el propósito de r eali zar análisis clínicos y disecciones t eóricas. Hasta ahora, en nuestra teoría psicoanalítica, las secuencias del desarrollo se han establecido solamente en relación con ciertos as pectos particulares circunscriptos de la personalidad del niño. Con respecto al desarrollo de los impulsos sexuales, por ejemplo, poseemos la secuencia de las fases Iibidinales (oral, anal, fálica, período de latencia, preadolescencia, genitalidad adolescente) que, a pesar de su considerable super posición, 2 Ejemplos tomados del Servicio Diagnóstico de la Hampstead Child-Therapy Clinic,
54
corresponden de manera aproximada con edades específicas. En relación con los impulsos agresivos somos menos precisos y por lo general nos contentamos con correlacionar las expresiones agresivas específicas con las fases específicas de la libido (tales como morder, escupir y devorar con la- fase oral; las torturas sádicas, golpear, patear, destruir con la fase anal; la conducta arrogante, dominante con la fase fálica; la falta de consideración, la crueldad mental, las explosiones asociales con la adolescencia, etc.) . Del lado del yo, las conocidas fases y niveles del sentido de la realidad en la cronología de la actividad defensiva y en el crecimiento del sentido moral, establecen una norma. Los psicólogos miden y clasifican las funciones intelectuales por medio de escalas de distribución relacionadas con la edad, en los diferentes tests de inteligencia. No hay duda de que necesitamos para realizar nuestras evaluaciones algo más que estas escalas seleccionadas del desarrollo que son válidas solamente para aspectos aislados de la personalidad del niño y no para su totalidad. Lo que buscamos es la interacción básica entre el ello y el yo y sus dIstmtos m ': veIes-dé- de sarrolio', ' y también las secuencias de fas mismas dE acuerdo con la edad que"en importancia, frecuencia y regularidad son comparables con las secuencias de maduración del desarrollo de la libido o el gradual desenvolvimiento de las funciones del yo. Naturalmente, es.tas secuenci?s d e ~ entre los dos aspectos de la personalidad pueden determinarse si ambos son bien conocidos, como sucede por ejemplo en relación con las fases de la libido y las expresiones agresivas del ello y las correspondientes actitudes de relaciones objetales del yo . Así podemos rastrear las combinaciones que conducen desde la completa dependencia emocional del niño hasta la comparativa autesuñciencia, madurez sexual y de relaciones objetales del adulto, una línea graduada de desarrollo que provee la base indispensable para la evaluación de la madurez o inmadurez emocional, la normalidad o la anormalidad. Aunque quizá son más difíciles de establecer, existen líneas similares de desarrollo cuya validez puede demostrarse para casi todos los campos de la personalidad individual. En cada caso trazan el gradual crecimiento del niño desde las actitudes dependientes, irracionales, determinadas por el ello y los objetos hacia un mayor control del mundo int er no y del externo por el yo. Estas líneas, a las que contribuyen el desarrollo del ello y del yo conducen, por ejemplo, desde las experiencias del lact an t e con la amamantación y el destete, hasta la actitud racional, antes que emotiva, del adulto hacia la alimentación ; desde el entrenamiento del control esfinteriano impuesto al n iño por las presiones ambientales, hasta el control más o menos integrado y establecido del adulto; desde la fase en que
55
el niño comparte la posesión de su cuerpo con la madre hasta la exigencia del adolescente de su independencia y propia determinación en cuanto a la disposición de su cuerpo; desde el concepto infantil egocentrista del mundo y de los otros seres humanos hasta el desarrollo de sentimientos de empatía, mutualidad y compañerismo con los otros niños; desde los primeros juegos de carácter erótico con su propio cuerpo y con el cuerpo de su madre a través de los objetos de transición (Winnicott, 1953) hasta los juguetes, los juegos, los hobbies y finalmente hacia el trabajo, etcétera. Cualquiera que sea el nivel alcanzado por el niño en algunos de estos aspectos, representa el resultado de la interacción entre el desarrollo de los impulsos y el desarrollo del yo, del superyó y de sus reacciones frente a las influencias del medio, es decir, entre los procesos de maduración, adaptación y estructuración. Lejos de constituir aDsiracclOnes t eón cas, as 1:ñeaS del desarrollo en el sentido que aquí se les atribuye, son realidades históricas que en conjunto proporcionan un cuadro convincente de los logros de un determinado niño o, por otro lado, de los fracasos en el desarrollo de su personalidad. Prototipo de una línea del desarrollo: desde la dependencia hasta la autosuficiencia emocional y las relaciones objetales adultas Para establecer el prototipo, hay una línea básica de desarrollo sobre la que han dirigido su atención los analistas desde las etapas iniciales. Se trata de la secuencia que conduce desde la absoluta dependencia del recién nacido de los cuidados de la madre, hasta la autosuficiencia, material y emocional, del adulto joven, para la cual las fases sucesivas del desarrollo de la libido (oral, anal, fálica) simplemente forman la base congénita de . maduración. Estas etapas han sido bien comprobadas en los análisis de adultos y de niños y también a través de la observación analítica directa de niños, y se pueden enumerar aproximadamente en la forma siguiente: 1. La unidad biológica de la pareja madre-hijo, con el narcisismo de la madre extendido al niño, y el hijo incluyendo a la madre como parte de su milieu narcisista interno (Hoffer, 1952), período que además se subdivide (de acuerdo con Margaret Mahler, 1952) en las fases autistas, simbióticas y de separación-individuación con ciertos riesgos específicos del desarrollo inherentes a .cada una de estas fases; 2. la relación anaclítica con el objeto parcial (Melanie Klein) o de satisfacción de las necesidades, que está
56
3.
4.
5.
6.
7.
8.
basada en la urgencia de las necesidades somáticas del niño y en los derivados de los impulsos, y que es in termitente y fluctuante, dado que la catexis del objeto se libera bajo el impacto de deseos imperiosos y es vuelta a retraer tan pronto como se los ha satisfecho; la etapa de constancia objetal, que permite el mantenimiento de una imagen interna y positiva del objeto, independiente de la satisfacción o no de los impulso~; la relación ambivalente de la fase preedípica sádicoanal, caracterizada por las actitudes del yo de depender, torturar, dominar y controlar los objetos amados; la fase fálico-edípica completamente centralizada en el objeto, caracterizada por una actitud posesiva hacia el progenitor del sexo contrario (o viceversa), celos por rivalidad hacia el progenitor del mismo sexo, tendencia a proteger, curiosidad, deseo de ser admirado y actitudes exhibicionistas ; en las niñas la relación fálico-edípica (masculina) hacia la madre precede a la relación edípica con el padre; el período de latencia, es decir, la disminución postedípica de la urgencia de los impulsos y la transferencia de la libido desde la figura paterna hacia sus compañeros, grupos comunitarios, maestros, líderes, ideales impersonales e intereses de objetivo sublimado e inhibido, con fantasías que demuestran la desilusión y denigración a su respecto ("r om an ce familiar" , fantasías equivalentes, etcétera); el preludio preadolescente de la "rebeldía de la adolescencia", es decir, el retorno a conductas y actitudes anteriores, especialmente del objeto parcial, de la satisfacción de las necesidades y del tipo ambivalente; la lucha del adolescente por negar, contrarrestar, aflojar y cambiar los vínculos con sus objetos infantiles, defendiéndose contra los impulsos pregenitales y finalmente estableciendo la supremacía genital con la catexis Iíbídinal transferida a los objetos del sexo opuesto, fuera del círculo familiar.
Mientras que los detalles de estas posiciones han formado parte durante mucho tiempo del conocimiento común en los círculos analíticos, su importancia en relación con los problemas prácticos está siendo investigada cada vez más en los últimos años. Por ejemplo, con respecto a las controvertidas consecuencias de la separación del niño de la madre, de los padres o del hogar, una rápida mirada al desenvolvimiento de esta línea 57
de desarrollo será suficiente para demostrar de manera convincente la razón de reacciones comunes a las respectivas consecuencias patológicas frente a hechos tan variados como lo demuestra la experiencia y que están relacionados con las realidades psíquicas variables del niño en los diferentes niveles. Las interferencias con el vínculo biológico de la relación madrehijo (fase 1), debidas a cualquier motivo, darán lugar a una separación de la ansiedad propiamente dicha (Bowlby, 1960) ; la incapacidad de la madre para cumplir con su rol como organismo estable para la satisfacción de necesidades y para brindar confort (fase 2) determinará trastornos en el proceso de individuación (MahIer, 1952) o una depresión anaclítica (Spitz, 1946) u otras manifestaciones carenciales (Alpert, 1959) o el precoz desarrollo del yo (James, 1960) o lo que se ha denominado un "falso yo" (Winnicott, 1955). Las relaciones libidinales insatisfactorias con objetos inestables o por cualquier razón inadecuados durante la fase de sadismo anal (fase 4) trastornarán la fusión equilibrada entre la libido y la agresión y darán origen a una agresividad, una destrucción, etc., incontrolables (A. Freud, 1949). Es solamente después que se ha alcanzado la constancia objetal (fase 3) que la ausencia externa del objeto se sustituye, al menos en parte, con la presencia de una imagen interna que permanece estable; para fortalecer esta determinación pueden extenderse las separaciones temporales, en proporción al progreso de la constancia objetal, Por consiguiente, aun cuando sea imposible señalar la edad cronológica en que pueden tolerarse las separaciones, aquélla puede establecerse de acuerdo con la línea del desarrollo cuando las separaciones se adecuen al yo y no sean traumáticas, un punto de importancia práctica en relación con las vacaciones de los padres, la hospitalización del niño, la convalecencia, el ingreso al jardín de infantes, etcétera." También hemos aprendido otras lecciones de carácter práctico gracias a esta secuencia del desarrollo, tales como las siguientes: - que la actitud de marcado apego durante el segundo año de la vida (fase 4) es el resultado de la ambivalencia preed ípica, y no de los exagerados mimos maternales; - que no es realista, por parte de los padres, esperar durante el período preedípico (h asta el final de la fase 4) las relaciones objetales mutuas que pertenecen sólo al siguiente n ivel de desarrollo (fase 5) ; 3 Si por "du elo" entendemos no las diversas manifestaciones de la ansiedad, la aflicción y las disfunciones que acompañan a la pérdida del objeto en sus fases iniciales, sino el proceso doloroso y gradual de la separación de la libido de la imagen interna, es claro que no podemos esperar que esto ocurra antes de establecerse la constancia objetal (fase 3).
58
- que ningún niño se puede integrar completamente con un grupo hasta que la libido se haya transferido desde los padres a la comunidad (fase 6). Cuando la resolución del complejo de Edipo se demora y la fase 5 se prolonga como resultado de una neurosis infantil, serán comunes los trastornos de adaptación al grupo, la pérdida de interés, las fobias escolares (escolaridad diurna) y la extrema añoranza del hogar (alumnos internos) ; - que las reacciones en relación con la adopción son más severas durante la última parte del período de latencia (fase 6) cuando, de acuerdo con el proceso de desilusión normal de los padres, todos los niños sienten como si fueran adoptados y las emociones relacionadas con la adopción real se mezclan con la presencia del "romance familiar"; - que las sublimaciones vislumbradas en el nivel edípico (fase 5) y desarrolladas durante el período de latencia (fase 6) pueden desaparecer en la preadolescencia (fase 7) no a través de trastornos del desarrollo o de la educación, sino debido a la fase que corresponde a la regresión hacia niveles anteriores (fases 2, 3 Y 4); - que es tan antirreal por parte de los padres oponerse a la liberación del vínculo existente con la familia o a la lucha contra los impulsos pregenitales del adolescente (fase 8) como quebrar el vínculo biológico durante la fase 1 u oponerse a las manifestaciones autoeróticas pregenitales durante las fases 1, 2, 3, 4 Y 7. Algunas líneas del desarrollo hacia la independencia corporal
El hecho de que el yo del individuo comienza inicialmente y sobre todo como un yo corporal, no significa que él niño alcanza la independencia en cuanto al cuidado de su cuerpo con anterioridad a su autosuficiencia emocional o moral. Al contrario: la posición narcisista de la madre con respecto al cuerpo de su hijo coincide con los deseos arcaicos del niño de sumergirse en la madre, y la confusión de los límites corporales que se deriva del hecho de que en las etapas vitales iniciales la distinción entre el mundo interno y el externo se basa no en la realidad objetiva, sino en las experiencias subjetivas de placer y displacer. Por consiguiente, mientras que el pecho de la madre, su cara, sus manos, su pelo pueden ser tratados (o maltratados) por el infante como si fueran partes de sí mismo, el hambre, el cansancio, la falta de confort del niño le conciernen a la madre en igual medida. Aunque durante la época de la primera infancia la vida del niño está dominada por sus necesidades corporales y derivados, la cantidad y calidad de las gratificaciones y frustraciones están determinadas no por el niño sino por influencias ambien-
59
tales. Las únicas excepciones a esta regla son las gratificaciones autoeróticas que desde el principio están bajo su control y, por consiguiente, le conceden una independencia limitada del mundo objetal. Contrapuestos, como lo demostraremos más adelante, se encuentran los procesos de la alimentación, del sueño, de la evacuación, de la higiene corporal y de la prevención de daño o enfermedad, procesos que deben sufrir un complicado y largo desarrollo antes de convertirse de interés propio del individuo en crecimiento.
Desde la lactancia a la alimentación racional El niño debe superar una larga línea de desarrollo antes de alcanzar el punto en que es capaz, por ejemplo, de regular de modo activo y racional la ingestión de alimentos, tanto en cantidad como en calidad, de acuerdo con sus propias necesidades y apetito, y de manera independiente de sus relaciones con la persona que lo alimenta y de sus fantasías conscientes e inconscientes. Los pasos .que sigue son aproximadamente los siguientes: 1. La etapa de la lactancia de pecho a biberón, según un horario fijado o de acuerdo con su exigencia, con las dificultades comunes debidas en parte a las fluctuaciones normales del apetito y a los trastornos intestinales y, en parte, a las actitudes y ansiedades de la madre ; la interferencia en la satisfacción de sus necesidades originada por períodos de hambre, por largas esperas para comer, por el racionamiento de la comida o por la ingestión forzada de alimentos que determinan los primeros trastornos -a menudo perdurables- en la relación positiva del niño con la alimentación. El placer en el chupeteo aparece como un predecesor, un producto colateral, un sustituto o una interferencia con respecto a la alimentación; 2. el destete iniciado por el niño o por la madre. En el último caso y especialmente sí tiene lugar en forma abrupta, la protesta del niño por la privación oral produce resultados negativos con respecto al placer normal en la comida. Pueden presentarse dificultades con la introducción de sólidos, cuyos nuevos sabores y consistencias se reciben con agrado o rechazo; 3. la transición de que lo alimenten a comer por sí mismo, empleando utensilios o no, cuando "comida" y "mamá" aún se identifican entre sí; 4. comer por sí solo usando cuchara, tenedor, etc., con el desacuerdo de la madre acerca de la cantidad, a menudo
60
desplazado hacia el problema de los modales en la mesa; las comidas como un campo de batalla general en el que tienen lugar las dificultades de la relación madrehijo; el deseo ardiente por caramelos como una fase sustitutiva adecuada para los placeres orales ; el rechazo de ciertos alimentos como resultado del entrenamiento anal, es decir, de la recientemente adquirida formación reactiva de disgusto; 5. la desaparición gradual de la razón comida-madre en el período edípico. Las actitudes irracionales hacia la comida son determinadas ahora por las teorías sexuales infantiles, es decir, las fantasías de la inseminación a través de la boca (el temor de ser envenenado), del embarazo (el temor de engordar), de los partos anales (temor de ingestión y evacuación), así como por formaciones reactivas contra el canibalismo y el sadismo; 6. la gradual desaparición de la sexualización de la comida durante el período de latencia, con abstención o con el aumento del placer que acompaña al acto de comer. Al aumentar las actitudes racionales hacia la comida y la propia determinación en todo lo que a ella concierne, son decisivas las primeras experiencias en esta línea de desarrollo para determinar los hábitos de la alimentación adulta, los gustos, preferencias, así como las adicciones ocasionales o las aversiones relacionadas con la comida y la bebida. Las reacciones del infante en la fase 2 (es decir, el destete y la introducción de alimentos con sabores y consistencias nuevos) reflejan por primera vez sus inclinaciones, bien hacia el progreso y la intrepidez (que ve con gusto todas las experiencias nuevas) o la tenaz aferración a los placeres ya existentes · (qu e hace que todos los cambios y nuevas experiencias se perciban como peligros y privaciones) . Cualquiera que sea la actitud que domine los procesos de la alimentación, ésta también ejercerá influencias importantes en otros campos del desarrollo. La relación comida-madre que persiste durante las fases 1 a 4 fundamenta la convicción subjetiva de la madre de que el rechazo del niño hacia la comida está dirigido personalmente en contra de ella, es decir, expresa el rechazo del niño por la atención y los cuidados maternos, convicción que origina una hipersensibilidad durante los procesos alimentarios sobre la que se basan las batallas de la alimentación con respecto a la madre. También explica por qué en estas fases el rechazo y el extremo disgusto demostrado con respecto a ciertos alimentos desaparecen por la sustitucíón temporaria de la madre para alimentar al niño. Entonces los niños comen cuando están en
61
el hospital, en la escuela o de visita, sin que esto varíe en modo alguno las dificultades en el hogar a este respecto cuando la madre está presente. También esta observación explica la razón de que las separaciones traumáticas de la madre sean seguidas a menudo por rechazos del alimento (rechazo del sustituto materno) o por excesos alimentarios (cuando el niño considera a la comida como un sustituto del cariño maternal). Los trastornos de la alim entación de la fase 5 que no están relacionados con objetos externos pero que se originan en conflictos estructurales internos, no se afectan por la presencia . o ausencia física de la madre, hecho que puede utilizarse para establecer el diagnóstico diferencial. Después de la fase 6, cuando la personalidad madura es la responsable de la alimentación, las dificultades previas con la madre pueden ser reemplazadas por un desacuerdo interno entre el deseo manifiesto de comer y la incapacidad inconscientemente determinada de tolerar ciertas comidas, es decir los diversos trastornos digestivos y el disgusto por ciertos alimentos, de carácter neurótico.
De la incontinencia al control de los esfínteres Puesto que la finalidad expresa de esta línea de desarrollo no es la supervivencia relativamente intacta de los derivados de los impulsos sino el control, la modificación y transformación de las tendencias uretrales y anales, se pueden observar claramente los conflictos entre el ello, el yo, el superyó y las fuerzas ambientales:
1. La duración de la primera fase, durante la cual el niño tiene completa libertad con respecto a la evacuación, se determina no por el grado de maduración alcanzado, sino por influencias ambientales, es decir, por la decisión materna de interferir, también a su vez presionada por necesidades personales, familiares, sociales y médicas. En las condiciones actuales, esta fase puede durar desde unos pocos días (el entrenamiento comienza inmediatamente después del nacimiento y está basado en reflejos condicionados) hasta los dos o tres años (el entrenamien t o basado en la relación con los objetos y en el control del yo). 2. Encontraste con la fase primera, la segunda fase se inicia por un avance en la maduración. El papel dominante en la actividad de los impulsos se traslada desde la zona oral a la anal y debido a esta transición el niño , aumenta su oposición a cualquier interferencia relacionada con sus emociones vitales. En esta fase, los productos de la evacuación se encuentran grandemente ca-
62 ,.
tectizados con la libido y como se consideran objetos preciosos, el niño les otorga un carácter de "regalo" que entrega a la madre como un signo de amor; puesto que reciben también una carga agresiva, constituyen instrumentos por medio de los cuales se descargan las desilusiones, la rabia y la agresión en las relaciones con los objetos. En correspondencia con esta doble carga de estos productos, la actividad del niño hacia el mundo objetal, alrededor del segundo año de la vida, está dominada por la ambivalencia, es decir, por violentas fluctuaciones entre el amor y el odio (libido y agresión no . fusionadas entre sí). Este hecho está equiparado con respecto al yo por la curiosidad dirigida hacia el interior del organismo, por el placer en la suciedad y el desorden, en modelar, en los juegos de retención como vaciar y llenar, acumular objetos así como dominar, poseer, destruir, etc. Mientras que las tendencias observadas durante esta fase son bastante uniformes, los hechos reales varían de acuerdo con la actitud de la madre. Si mantiene su sensibilidad con respecto a las necesidades del niño con las que está tan identificada como en lo referente a la alimentación, entonces podrá mediar hábilmente entre las exigencias higiénicas del medio y las tendencias uretrales o anales opuestas de su niño; en este caso el entrenamiento del control esfinteriano progresará gradualmente, con tranquilidad y sin trastornos. Por otra parte, establecer esta empatía con el niño durante la fase anal puede ser imposible para la madre debido a su propio control de esfínteres, sus formaciones reactivas de disgusto, la tendencia al orden, la minuciosidad u otros elementos obsesivos en su personalidad. Si estos elementos la dominan, la madre impondrá las exigencias para el control esfinteriano de manera severa y sin concesiones, dando origen al comienzo . de una batalla en la que el niño está tan determinado a defender su derecho a evacuar caundo lo desee, como la m adre en entrenarlo para que logre la limpieza y la regularidad, es decir, los rudimentos sine qu a non de la socialización. 3. En una tercera fase, el niño acepta e incorpora las actitudes de la madre y el ambiente con respecto al entrenamiento esfinteriano convirtiéndolas por medio de identificaciones, en una parte integral de las exigencias de su yo y superyó; desde ese momento en adelante el control de esfínteres será un precepto interno y se crearán barreras internas contra los deseos uretrales y anales a través de la actividad defensiva del yo en las for-
63
mas familiares bien conocidas de represión y formaciones reactivas. La repugnancia, el orden, el aseo, el disgusto por las manos sucias, etc., protegen contra el retorno de lo reprimido; la puntualidad, la escrupulosidad y la fidelidad son productos laterales de la regularidad anal; la inclinación al ahorro y a coleccionar son evidencias del alto valor de las materias fecales desplazado hacia otros objetos. En suma, en este período tiene lugar la modificación y transformación de largo alcance de los derivados de los impulsos pregenitales anales que -si se mantienen dentro de límites normales- suministran a la personalidad una estructura de cualidades sumamente valiosas. Es importante recordar, en relación con estos progresos, que se basan en identificaciones e internalizaciones y como tales, no son totalmente seguros antes de la l:esCllu.d6n del cample)a
preedípico permanece vulnerable y en especial al comienzo de la tercera fase depende de los objetos y de la estabilidad de las relaciones positivas del niño con ellos. Por ejemplo, el niño que se entrena en el uso del orinal o del inodoro en su casa no quiere utilizarlos en lugares extraños, lejos de la madre. Un niño que está seriamente desilusionado de su madre o separado de ella, o que sufre de cualquier forma de pérdida de objeto puede no sólo perder la apetencia internalizada de estar limpio, sino que puede reactivar el empleo agresivo de la incontinencia. Ambas tendencias, conjuntamente, pueden originar incidentes de incontinencia que se consideran como "accidentes". 4. Sólo durante la cuarta fase se asegura por completo el control de los esfínteres, cuando éste ya no depende de las relaciones objetales y alcanza el estadio de intereses totalmente neutralizados y autónomos del yo y del superyó."
De la irresponsabilidad hacia la responsabilidad en ei cuuiado corporal La satisfacción de las necesidades físicas esenciales, tales como la alimentación y la evacuación 5 que permanece durante años bajo el control externo y que surge tan lentamente, corresponde con la manera lenta y gradual con que el niño asume la responsabilidad del cuidado y la "9ratecci..6n. de 'i>'J.. '}>l:Cl'}>\.Cl 4 Véase H. Hartmann (1950 b) sobre la "autonomía secundaria del yo". 5 También el sueño.
64
cuerpo contra posibles daños. Como ya lo he descripto en detalle anteriormente (A. Freud, 1952) , el niño que está bien atendido por su madre deposita en ella la mayoría de estos cuidados, mientras adopta actitudes indiferentes y desinteresadas o de absoluta indiferencia, como un arma que utiliza en las batallas contra su madre. Sólo el niño que no disfruta de una adecuada atención maternal o el huérfano, adoptan el rol de la madre en lo que se refiere a los hábitos higiénicos saludables y juegan "a la mamá" con sus propios cuerpos, como los hipocondríacos. Con respecto a la línea de desarrollo positivo y progresivo, también aquí existen varias fases consecutivas que deben distinguirse entre sí, aunque nuestro conocimiento actual no es tan detallado como en otros campos.
1. Durante los primeros meses y debido al progreso de maduración, la agresión se dirige desde el propio cuerpo hacia el mundo exterior. Este paso vital limita la autolesión por morderse, rasguñarse, etc., aunque también pueden observarse indicios posteriores de estas tendencias en muchos niños, como remanentes de esta fase." El progreso normal se debe, en parte, al establecimiento de barreras contra el dolor, en parte como la respuesta del niño a la catexis libidinal de la madre con respecto a su cuerpo, con una catexis narcisista de sí mismo (según Hoffer, 1950). 2. A continuación se producen avances en el funcionamiento del yo, tales como la orientación en el mundo exterior, la comprensión de causa y efecto, el control de deseos peligrosos en beneficio del principio de la realidad. Junto con las barreras contra el dolor y la catexis narcisista del cuerpo, estas funciones del yo recientemente adquiridas protegen al niño de los peligros externos tales como el agua, el fuego, las alturas, etc. Pero existen muchos casos en los cuales -debido a la deficiencia de cualquiera de estas funciones del yo- este progreso se retarda y el niño permanece vulnerable y expuesto si no es protegido por los adultos. 3. La última fase normalmente está caracterizada por la aceptación voluntaria de las reglas de higiene y sanitarias. En lo que concierne a evitar alimentos nocivos, a comer en exceso y a mantener el cuerpo aseado no es concluyente desde que las actitudes importantes en este sentido pertenecen más bien a las vicisitudes de los 6 Estos remanentes no deben confundirse con el posterior "vuelco de la agresión contra sí mismo" que no constituye una deficiencia de la maduración, sino un mecanismo de defensa utilizado por el yo bajo el impacto de conflictos.
65
componentes instintivos orales y anales, que a esta línea de desarrollo. Esta situación es diferente con respecto a la salud y a la obediencia de las órdenes del médico sobre la ingestión de medicinas o restricciones motrices o dietéticas. El miedo, el sentido de culpa, la angustia de castración pueden, por supuesto, motivar a todo niño a cuidar (es decir, temer) la seguridad de su cuerpo. Cuando no están bajo la influencia de estos factores, los niños normales son irresponsables y rebeldes en lo que a la salud se refiere. A juzgar por las frecuentes quejas de las madres, los niños se comportan como si consideraran un derecho personal el poner en peligro su salud mientras que le dejan a la madre la responsabilidad de protegerlos y sanarlos, actitud ésta que a menudo persiste hasta el final de la adolescencia y que quizá represente los últimos vestigios de la simbiosis original entre madre e hijo.
Otros ejemplos de líneas del desarrollo Hay muchos otros ejemplos de líneas de desarrollo, como las dos descriptas más arriba, de las que el analista conoce cada paso y que pueden seguirse sin dificultad bien hacia detrás por medio de la reconstrucción del cuadro adulto, o hacia adelante por medio de la exploración analítica longitudinal y la observación del niño.
Desde el egocentrismo al compañerismo Cuando se describe el desarrollo infantil en este aspecto, se puede establecer la siguiente secuencia: 1. Una perspectiva egoísta y narcisista orientada hacia el mundo objetal en la que los otros niños no figuran en absoluto o son percibidos solamente en sus roles como perturbadores de la relación madre-hijo y como rivales en el amor de los padres.
2. Los otros niños considerados como objetos inanimados, es decir, como juguetes que pueden ser manipulados, maltratados, buscados o descartados según sus estados de humor, sin esperar respuesta positiva o negativa a este tratamiento. 3. Los otros niños considerados como colaboradores para realizar una actividad determinada tal como jugar, const ruir, destruir, cometer travesuras, etc. La duración de esta sociedad está determinada por la tarea a realizar y es secundaria a ella.
66
4. Los otros runos considerados como socios y objetos con derecho propio a quienes el niño puede admirar, temer o competir con ellos, a los cuales ama u odia, con cuyos sentimientos se identifica, cuyos deseos reconoce y a menudo respeta, y con quienes ' puede compartir posesiones sobre una base de igualdad. Durante las primeras dos fases, aun cuando el bebé sea estimado y tolerado por los hermanos mayores, es asocial por necesidad, a pesar de todos los esfuerzos que realice la madre en sentido contrario; puede tolerar la vida comunitaria con otros niños en esta etapa, pero no será provechosa. El tercer estadio representa el requerimiento mínimo de socialización, bajo la forma de aceptación de los hermanos dentro de la comunidad hogareña o de ingreso al jardín de infantes integrando un grupo de su misma edad. Pero sólo la cuarta fase equipa al niño para el compañerismo y para entablar amistades y enemistades de todo tipo y duración.
Desde el cuerpo hacia los juguetes y desde el juego hacia el trabajo 1. El juego es al principio una actividad que proporciona un placer erótico, comprometiendo a la boca, los dedos, la visión, la total superficie de la piel. Se lleva a cabo en el propio cuerpo (juego autoerótico) o en el cuerpo de la madre (por lo general relacionado con la alimentación) sin que exista una clara distinción entre estos dos campos ni un orden o precedencia al respecto. 2. Las propiedades del cuerpo de la madre y del niño se transfieren a ciertas sustancias de consistencia suave tales como un pañal, una almohada, una alfombra, un osito de felpa, que sirven como primer objeto de juego, un objeto de transición (según Winnicott, 1953) cateetizado .t an t o por la libido narcisista como por la objetal. 3. El apego a un objeto de transición específico se desarrolla en un interés menos discriminado por juguetes suaves de varios tipos que, como objetos simbólicos, son acariciados y maltratados alternativamente (catectizados con li bido y agresión). Al ser objetos inanimados y por lo t ant o sin reacciones, permiten al niño de dos años expresar la gama completa de su ambivalencia hacia ellos. 4. Los juguetes suaves desaparecen gradualmente, excepto par a dormir, mientras que, como objetos de transición, siguen facilitando el pasaje del niño desde la participación activa en el mundo exterior hasta el retraimiento n arcisista necesario para lograr el sueño.
67
Durante el día, son reemplazados cada vez en mayor proporción por material de juegos que no posee en sí mismo el estado objetal pero que sirve a las actividades del yo y a las fantasías subyacentes. Estas actividades gratifican de manera directa un componente instintivo o están investidas con energía instintiva que ha sido desplazada y sublimada, y cuya secuencia cronológica es aproximadamente la siguiente: a) juguetes que ofrecen la oportunidad para ciertas actividades del yo, como llenar-vaciar, abrir-cerrar, encastrar, revolver, etc., y cuyo interés se desplaza desde los orificios del cuerpo y sus funciones; b) juguetes que pueden rodar y que contribuyen al placer de la motricidad que experimenta el niño; e) materiales de construcción que ofrecen iguales oportunidades para construir y destruir (en correspondencia con las tendencias ambivalentes de la fase sádico-anal) ; d) juguetes que sirven para expresar tendencias y actitudes masculinas y femeninas, utilizados: 1. en juegos solitarios en los que el niño gusta representar un papel determinado, 2. para actividades exhibicionistas con el objeto edípico (sirviendo al exhibicionismo fálico), 3. para la escenificación de situaciones variadas del complejo de Edipo en el juego del grupo (siempre que se haya alcanzado la fase 3 de la línea de desarrollo hacia el compañerismo). La expresión de la masculinidad puede lograrse a través de actividades del yo tales como la gimnasia y la acrobacia, en las que todo su cuerpo y su manipulación habilidosa representan, exhiben y proveen el placer simbólico de actividades y destreza físicas. 5. La satisfacción directa o desplazada obtenida de la misma actividad lúdica va dejando cada vez más lugar al placer por el producto final de las actividades, que ha sido descripto en la psicología académica como el placer de la tarea cumplida, del problema resuelto, etc. Para algunos autores esto constituye un requisito indispensable para lograr un buen rendimiento escolar (Bühler, 1935). La manera exacta en que este placer de la tarea cumplida está ligado con la vida instintiva del niño es aún un problema no resuelto en nuestro pensamiento teórico, aunque parecen claros varios factores operantes,
68
tales como la imitación y la identificación en la relación madre-hijo inicial, la influencia del ideal del yo, el vuelco pasivo a activo como un mecanismo de defensa y adaptación, la apetencia interna hacia la maduración, es decir, hacia el desarrollo progresivo. El placer en el logro, ligado solamente de manera secundaria con las relaciones objetales y presente en todos los bebés como una capacidad latente, se demuestra de manera práctica con el método de Montessori. En este método de jardín de infantes, el material de juego se selecciona para brindar al niño la mayor cantidad posible de autoestima y gratificación al completar una tarea o resolver un problema independientemente, y se puede observar que los niños responden de manera positiva a estas oportunidades casi desde el segundo año de la vida en adelante. Cuando esta fuente de gratificación no se conecta en el mismo grado con la ayuda de determinadas disposiciones externas, el placer que se deriva de su logro permanece directamente conectado con el elogio y la aprobación brindada por el mundo de los objetos; y la satisfacción por el producto obtenido ocupa un lugar preponderante sólo en una fecha posterior, probablemente como resultado de la internalización de las fuentes externas que regulaban la autoestima. 6. La capacidad lúdica se convierte en laboral." cuando se adquieren varias facultades complementarias como: a) el control, la inhibición o modificación de los impulsos para utilizar determinados materiales de manera agresiva o destructiva (sin arrojarlos, desbaratarlos, revolverlos, acumularlos) y emplearlos en forma positiva y constructiva (construir, planificar, aprender, y -en la vida en comunidad-e- compartir); b) llevar a cabo planes preconcebidos con una mínima relación de ausencia de placer inmediato, las frustraciones que pudieran surgir, etc., y el mayor interés por el placer en el desenlace final; e) lograr, por consiguiente, no sólo la transición desde el placer instintivo primitivo hacia el placer sublimado junto con un alto grado de neutralización de la energía empleada, sino también la transición desde el principio del placer hacia el principio de la reali7 Intentamos aquí no una definición del trabajo con todos sus significados sociales y psicológicos, sino una simple descripción de los progresos en el desarrollo del yo y el control de los impulsos que se asemejan a los requisitos previos necesarios para toda adquisición indiv idu al de la capacidad de trabajo.
69
dad, una evolución que es esencial para desempeñar con éxito el trabajo durante el estado de latencia, en la adolescencia y en la madurez. De la línea del desarrollo corporal hacia el juguete y desde el juego hacia el trabajo, basados especialmente en sus fases posteriores, se deriva una cantidad de importantes actividades para el desarrollo de la personalidad, tales como el soñar despierto, las aficiones (hobbies) y ciertos juegos. Soñar despierto: Cuando los juguetes y las actividades relacionados con los deseos van desapareciendo en la profundidad, éstos que al principio se ponían en acción con la ayuda de objetos materiales, es decir eran satisfechos en el juego, pueden elaborarse en la imaginación en forma de ensoñaciones conscientes, fantasías que pueden persistir hasta la adolescencia y aun en etapas posteriores. Juegos estructurados: El origen de muchos juegos deriva de las actividades grupales imaginativas durante el período ed ípico (véase la fase 4, d, 3) del cual se desarrollan en expresiones altamente formalizadas y simbólicas de tendencias hacia el ataque agresivo, la defensa, la competencia, etc. Desde que están gobernados por reglas inflexibles alas que deben someterse los participantes, los niños no pueden participar en ellos hasta tanto no hayan adquirido algún grado de adaptación a la realidad y cierta tolerancia a las frustraciones y, naturalmente, nunca antes de haber alcanzado la fase 3 de la línea de desarrollo hacia el compañerismo. Los juegos pueden requerir un equipo especial (no juguetes) y en razón de su valor simbólico fálico, por ejemplo masculino-agresivo, son altamente valorados por el niño. En muchos juegos de competencia el propio cuerpo y la destreza del niño se desempeñan como instrumentos indispensables. La eficiencia y el placer lúdicos son, por consiguiente, logros de naturaleza compleja que dependen de la contribución de muchos campos de la personalidad infantil, tales como la dote y la integridad del aparato motor, una catexis positiva del cuerpo y sus capacidades, la aceptación de compañerismo y actividades de grupo, el empleo positivo de la agresión controlada al servicio de la ambición, etc. De manera correspondiente, la función en estas áreas está abierta a un gran número de trastornos que pueden originarse por dificultades e insuficiencias en el desarrollo de cualquiera de ellas, así como de las inhibiciones en determinadas fases del desarrollo, de la agresión anal y de la masculinidad fálico-edípica. Aficiones: En la mitad del camino entre el juego y el trabajo se encuentran los hobbies que tienen ciertos caracteres 70
,.
comunes con ambas actividades. Con el juego comparten las siguientes características: a) de ser emprendidos con propósitos placenteros y con un relativo desprecio a las presiones y necesidades externas; b) de perseguir fines desplazados, es decir, sublimados pero que no se encuentran muy alejados de la gratificación de impulsos eróticos o agresivos; e) de perseguir estos fines con una combinación de energías instintivas no modificadas y en distintos estados y grados de neutralización. Las aficiones aparecen por vez primera al comienzo del estado de latencia (colecciones, · investigaciones primarias, especialización de intereses), sufren todo tipo de modificaciones de contenido, pero persisten bajo una forma específica de actividad a lo largo de toda la existencia. La correspondencia entre las líneas del desarrollo
Si examinamos en detalle nuestras nociones con respecto a la normalidad descubriremos que esperamos una estrecha correspondencia de crecimiento entre las distintas líneas de desarrollo. En términos clínicos, esto significa que para tener una personalidad armoniosa el niño que ha alcanzado un nivel específico en la secuencia hacia la madurez emocional (por ejemplo, co ñstáiicía objetal) debería haber alcanzado los niveles correspondleñtes en-el desarrollo hacia la independencia corporal (tales como el control de esfínteres, el debilitamiento de los vínculos entre la alimentación y la madre), en la línea hacia el compañerismo, el juego constructivo, etc. Mantenemos la esperanza de esta norma a pesar de que la experiencia nos presenta muchos ejemplos opuestos. Indudablemente que un gran número de niños se ajustan a una pauta muy irregular de crecimiento. Pueden haber alcanzado un alto nivel en algunos aspectos (madurez de las relaciones emocionales, independencia corporal, etc.) mientras que están at.rasados en otros (continúan apegados a los objetos de transición, a los juguetes afelpados, o en el desarrollo del compañerismo quizá persistan en tratar a sus compañeros como molestias o como objetos inanimados). Algunos hiñas están bien desarrollados en cuanto a los procesos secundarios del pensamiento, la verbalización, el juego, el trabajo y la vida en el grupo mientras que permanecen en un estado de dependencia con relación al manejo de sus procesos corporales, etcétera. Esta carencia de equilibrio en las líneas del desarrollo origina suficientes dificultades en la niñez como para justificar 71
•
una investigación más detallada de las circunstancias que las motivan, especialmente en 10 que concierne a la medida en que intervienen los factores congénitos y ambientales. En todos estos casos nuestra tarea no consiste en aislar estos dos factores y en atribuir a cada uno un determinado campo de influencia, sino en trazar sus interacciones, que pueden describirse de la siguiente manera: Suponemos que en todos los niños de constitución normal y sin daño orgánico las líneas de desarrollo a que nos hemos referido más arriba están incluidas en su constitución como Posibilidades,·nherentes. Lo que la constitución d. etermi.na e. n. . el campo de ello son, nafiifálmente, las secuencias de la ma,d~r<;,c.~ón ~n ~ . desarr?_y.~ _d e .la libido y a agf€sió!;] e~ el ca:rr:po del yo, CIertas tendencias innatas no tan claras DI tan bien estúdíadas hacia la organización, defensa y estructuración; quizá también, aunque a este respecto sabemos menos aún, algunas ,. diferencias cuantitativas determinadas del énfasis en el progreso en una dirección TI otr~El resto, es decir aquello que selecciona determinadas líneas especiales durante el desarrollo, tenemos que buscarlo en las influencias accidentales del ambiente. En el análisis de niños mayores y en las reconstrucciones de los análisis de adultos hemos encontrado estas fuerzas formando parte de la personalidad de los padres, de sus acciones e ideales, la atmósfera familiar, el impacto del medio cultural en su totalidad. En la observación analítica de los niños pequeños se ha demostrado que son los intereses y predilecciones individuales de la madre los que actúan como estimulantes. En las etapas vitales iniciales, por lo menos, el niño parece concentrarse en el desarrollo a lo largo de aquellas líneas que .reciben más ostensiblemente una respuesta de cariño y aprobación por parte de la madre, es decir, el placer maternal espontáneo con respecto a los logros del hijo y en contraposición la negligencia hacia otras líneas, para las que no existen estas manifestaciones de aprobación y placer. Esto significa que las actividades que la madre aplaude son repetidas con mayor frecuencia, reciben una carga libidinal y son por consiguiente mucho más estimuladas hacia un desarrollo completo. Por ejemplo, parece haber diferencias en cuanto a la edad en que el niño comienza a hablar y en la calidad de la verbalización inicial si la madre, por razones de su propia estructura personal, se relaciona con su niño no a través de canales corporales sino hablándole. Algunas madres no encuentran placer en la creciente tendencia a la aventura y en la turbulencia corporal del niño, y sus momentos más Íntimos y felices transcurren cuando el niño sonríe. Hemos visto por lo menos una madre cuyo niño sonreía con exceso en sus contactos con el ambiente. No ignoramos que el contacto inicial con la madre a través de su canto fiene consecuencias sobre las actitudes
72
posteriores hacia la música y puede promover aptitudes musicales especiales. Por otra parte, el desinterés pronunciado de la madre por el cuerpo de su niño y en el desarrollo de su motricidad puede tener como resultado que el niño sea torpe y falto de gracia en sus movimientos, etcétera. Mucho antes de estas observaciones infantiles, el psicoanálisis ya conocía que las depresiones de la madre durante los dos primeros años de vida del niño crean en éste una t endencia a la depresión (aunque quizá no se manifieste hasta años muy posteriores) . Lo que sucede es que estos niños logran un sentimiento de unidad y armonía con la madre no por medio de los progresos en su desarrollo sino reproduciendo en sí mismos el estado de ánimo de la madre. Todo esto no significa sino que las tendencias, inclinaciones, predilecciones (incluyendo la tendencia a la depresión, a las actitudes masoquistas, etc.) que se encuentran en todos los seres humanos pueden erotizarse y estimularse a través del establecimiento de vínculos emocionales entre el niño y su primer objeto. El desequilibrio entre las líneas del desarrollo así originado no tiene carácter patológico. La falta moderada de armonía prepara el terreno para las innumerables diferencias que existen entre los individuos desde edad temprana, es decir, producen una cantidad de variaciones de la normalidad que debemos tener en cuenta. Aplicaciones: El ingreso al jardín de infantes, como ejemplo
Para retornar a los problemas y los interrogantes planteados por los padres que mencionamos más arriba: Con los argumentos previos in mente, el analista de niños no necesita responderlos basándose en la edad cronológica, factor que en psicología no es concluyente; o en la comprensión intelectual del niño de una situación determinada, que es un concepto diagnóstico unilateral. En su reemplazo, puede considerar las diferencias psicológicas básicas entre la madurez y la inmadurez según las líneas del desarrollo. La disposición con que el niño tiende a enfrentar hechos tales como el nacimiento de un nuevo hermano, la hospitalización, el ingreso a la escuela, etc., se considera entonces como el resultado directo del progreso de su desarrollo en todas las líneas que están relacionadas con esa experiencia específica. Si se han cumplido las etapas adecuadas, las circunstancias tendrán un resultado beneficioso y constructivo para el niño; en caso contrario, sea en todas o sólo en algunas de las líneas, el niño se sentirá perplejo y oprimido y ningún esfuerzo de los padres, maestros o enfermeras 73
podrá prevenir su inquietud, su infelicidad y su sentimiento de fracaso, que a menudo asumen proporciones traumáticas. Este "diagnóstico del niño normal" puede ser ilustrado con un ejemplo práctico, tomando (uno entre tantos) el problema de señalar cuáles son las circunstancias de desarrollo bajo las cuales el niño está dispuesto a ausentarse de su hogar transitoriamente por vez primera, o a separarse de la madre y formar parte de un grupo en el jardín de infantes sin sufrir demasiado y con resultados beneficiosos.
EL nivel requerido en la línea "desde la dependencia hasta la autosuficiencia emocional" En un pasado no distante se opinaba que un niño que hubiese alcanzado la edad de tres años y medio debería ser capaz de separarse de su madre a la puerta de entrada del jardín de infantes en el día de su ingreso y que podría adaptarse al nuevo ambiente físico, a los maestros nuevos y compañeros, todo ello durante la primera mañana. Se pretendía desconocer la inquietud de los nuevos alumnos; se consideraban poco importantes el llanto por sus madres y su falta inicial de participación y cooperación. Lo que sucedía entonces era que la mayoría de los niños pasaban a través de una fase inicial de infelicidad extrema, después de la cual se adaptaban a la rutina del jardín. Algunos niños invertían la secuencia de estos hechos: comenzaban con un período de aceptación y de aparente placer que de pronto, para sorpresa de padres y maestros, concluía una semana después en intensa infelicidad, sin participar de las actividades. En estos casos, la reacción demorada se debía a la lentitud intelectual para comprender las circunstancias externas. El hecho importante en relación con ambos tipos de reacción es que anteriormente no se consideraba de modo alguno la forma en que los períodos individuales respectivos de inquietud y desolación afectaban internamente a cada niño y, aun más importante, que esos períodos eran aceptados como inevitables. Examinados desde el actual punto de vista, sólo son inevitables si se desestiman las consideraciones que conciernen al desarrollo. Si al ingresar al jardín un niño de cualquier edad cronológica todavía se encuentra en la primera o segunda etapas de esta línea del desarrollo, la separación del hogar y de la madre, aunque sea por períodos cortos, es inadecuada y contraria a sus necesidades más vitales; la protesta y el sufrimiento en estas condiciones son legítimos. Si ha alcanzado al menos constancia objetal (fase 3), la separación de la madre será menos desconcertante y el niño estará preparado para establecer relaciones con gente I}-ueva y para aceptar nuevos riesgos y aventuras. Aun entonces, el cambio debe ser gradual, en pe-
74
J
queñas dosis; los períodos de independencia no demasiado prolongados y al comienzo debe dejarse librado a la decisión del niño la posibilidad de retornar a la madre si así lo prefiere.
El nivel requerido en la línea hacia la. independencia corporal Algunos runos no se encuentran cómodos en el jardín de infantes porque son incapaces de disfrutar de las comidas o bebidas que le ofrecen o de usar el inodoro para orinar o defecar. Esta situación no depende en realidad del tipo de comida ofrecido o de las reglas con relación al uso del artefacto sanitario, aunque el niño por lo general utiliza su falta de familiaridad como una racionalización. La diferencia real entre la capacidad para su adaptación o su inadaptación corresponde al desarrollo. En la línea de la comida es necesario que haya alcanzado por lo menos la fase 4, es decir, alimentarse por sí mismo; en la línea del control de los esfínteres que haya alcanzado la fase 3.
El nivel requerido en la línea hacia el compañerismo El niño que no haya alcanzado por lo menos el nivel en que considera a los otros niños como colaboradores en el juego (fase 3) será un elemento molesto dentro del grupo del jardín y se sentirá desdichado. Llegará a ser un miembro constructivo y destacado en el grupo tan pronto como aprenda a aceptar a los otros niños como socios con derecho propio, paso que le permite también formalizar verdaderas amistades (fase 4). En efecto, si el desarrollo en este aspecto no ha superado los niveles inferiores, no debería aceptarse su inscripción en el jardín o si ha sido inscripto, se debe permitir que interrumpa su asistencia habitual.
El nivel requerido en la línea desde el juego al trabajo El niño por lo general ingresa al jardín de infantes al comienzo de la fase en que "el material de juegos sirve a las actividades del yo y a las fantasías subyacentes" (fase 4), Y asciende gradualmente por la escala del desarrollo, atravesando la secuencia de los juguetes y sus materiales hasta que al concluir el jardín se encuentra en los comienzos del "trabajo", que es un requisito previo necesario para ingresar a la escuela primaria. Al respecto, la tarea del maestro consiste en adaptar las necesidades de trabajo del niño y su expresión al material ofrecido, evitando el aburrimiento o el fracaso que se originan por haber esperado demasiado antes de ofrecerlos o por anticiparse al nacimiento de la necesidad.
75 I
"
En cuanto a la capacidad del niño para comportarse adecuadamente en el jardín de infantes depende no sólo de las líneas del desarrollo descriptas sino también en general de las interrelaciones entre su ello y su yo. En algún lugar de su mente, aun la más tolerante de las maestras jardineras lleva consigo la imagen del alumno "ideal" del jardín que no exhibe signos de impaciencia o inquietud; que pide lo que desea en vez de apoderarse de ello; que puede esperar su turno; que queda satisfecho con su participación; que no tiene rabietas y que puede tolerar desilusiones. Aun cuando ningún niño desplegará todas estas formas de conducta, se encontrarán en el grupo, en uno u otro alumno, con respecto a uno u otro aspecto de la vida diaria. En términos analíticos esto significa que durante ese período los niños aprenden a dominar sus impulsos y afectos en vez de encontrarse sometidos a su merced. Los instrumentos del desarrollo de que disponen pertenecen sobre todo al crecimiento del yo: el avance desde el funcionamiento de procesos primarios a los secundarios, es decir, la capacidad de interpolar el pensamiento, el razonamiento y la anticipación del futuro entre el deseo y la acción dirigida a su logro (Hartmann, 1947); el progreso desde el principio del placer al principio de la realidad. La ayuda proviene del ello con la fase de adecuación del yo -probablemente determinada por factores orgánicos-, que disminuye la urgencia de los impulsos. A continuación analizaremos, relacionado con la "escala de regresión" infantil normal (Ernst Kris, 1950, 1951), el hecho de que no debería esperarse que ningún niño pequeño mantenga su mejor nivel de rendimiento o conducta durante un tiempo prolongado. Estas declinaciones temporarias en el nivel de funcionamiento, aun cuando ocurran con facilidad y frecuencia , no afectan la selección del niño para ingresar al jardín de infantes.
LA REGRESION COMO UN PRINCIPIO DEL DESARROLLO NORMAL Las líneas del desarrollo y sus desarmonías descriptas más arriba no son en sí responsables de todas las complejidades que se presentan durante la niñez, y especialmente de no todos los obstáculos y detenciones que impiden su curso uniforme. Existe un progresivo crecimiento desde el estado de inmadurez al de madurez sobre líneas congénitas determinadas pero influidas y moldeadas a cada paso por las condiciones ambientales, noción con la que estamos familiarizados en el crecimiento 76
orgánico, donde los procesos anatómicos, fisiológicos y neurológicos están en constante flujo. Lo que estamos acostumbrados a ver en el cuerpo es que el crecimiento procede en una línea progresiva y directa hasta que se alcanza la edad adulta, solamente interferida por enfermedades o -lesion es graves y finalmente, por los procesos destructivos e involutivos de la vejez. No hay duda de que un movimiento progresivo similar subyace al desarrollo psíquico, es decir, que en el desenvolvimiento de la acción instintiva, los impulsos, los afectos, la razón y la moralidad, el individuo también sigue caminos determinados previamente y, sujeto a circunstancias ambientales, prosigue hasta su término. Pero la analogía entre los dos campos no puede extenderse más allá. Mientras que normalmente, en el lado físico, el desarrollo progresivo es la única fuerza innata que opera, del lado mental invariablemente tenemos que contar con un segundo conjunto de influencias complementarias que trabajan en dirección opuesta, es decir, las fijaciones y las regresiones. Sólo el reconocimiento de ambos movimientos, progresivo y regresivo, y de sus interacciones, provee explicaciones satisfactorias de los hechos relacionados con las líneas del desarrollo descriptas más arriba. Tres tipos de regresión
En un apéndice (1914) de La interpretaciórt de los sueños (1900) se distinguen tres tipos de regresión: a) topográfica, en que las excitaciones tienen dirección retrógrada, desde el extremo motor al sensorial del aparato mental, hasta que -alcanza el sistema perceptivo; éste es el proceso regresivo que produce la satisfacción de deseos alucinatorios en lugar de los procesos racionales del pensamiento; b) temporal, como un salto atrás hacia viejas estructuras psíquicas; c) formal, que determina que los métodos primitivos de expresión y representación reemplacen a los contemporáneos. Se establece en este sentido que estas "tres clases de regresión son en el fondo una misma cosa, y coinciden en la mayoría de los casos, pues lo más antiguo temporalmente es también lo primitivo en el orden formal, y lo más cercano en la topografía psíquica al final de la percepción" (S. Freud, Obras Completas, vol. 1). A pesar de sus similitudes, para nuestros propósitos actuales las acciones de los distintos tipos de regresión son lo suficientemente distintas como para analizarlas y tratarlas de manera separada en relación con los aspectos variados de la personalidad del individuo inmaduro y aun cuando fuesen más subdivididas. Para facilitar el pensamiento en nuestro lenguaje metapsicológico habitual comienzo por traducir el concepto topográfico previo del aparato mental en términos estructurales más 77 \
actuales. La referencia de La inteypretación de los sueños entonces debería leerse de la siguiente manera: que la regresión puede ocurrir en cualquiera de las tres partes de la estructura de la personalidad, tanto en el ello como en el yo o en el superyó; y que pueden estar comprometidos no sólo el contenido psíquico, sino también los métodos de funcionamiento; que la regresión temportü sobreviene en relación con impulsos de fines determinados, con las representaciones objetales y con el contenido de las fantasías; las regresiones topográfica y formal afectan las funciones del yo, los procesos secundarios del pensamiento, el principio de la realidad, etcétera. La regresión en el desarrollo de los impulsos y de la libido La regresión que se ha estudiado más estrechamente en análisis es la temporal en el desarrollo de los impulsos y de la libido. Este tipo afecta por un lado la elección de objetos y las relaciones con ellos, con el consiguiente retorno a los que jugaron un rol inicial importante y a las expresiones más infantiles de dependencia. Por otro lado, la organización de los impulsos puede estar afectada en su totalidad y revertida a niveles pregenitales iniciales y a las manifestaciones agresivas que los acompañan. La regresión en este aspecto se considera basada en características específicas del desarrollo de los impulsos, es decir, en el hecho de que mientras la libido y la agresión se movilizan hacia adelante desde un nivel al siguiente y cateetizan los objetos que deparan la satisfacción en cada fase, ninguna de las etapas de esta línea se abandona por completo como sucede con los procesos orgánicos. Mientras que una parte de la energía de los impulsos sigue un curso progresivo, otras cantidades variables permanecen rezagadas, ligadas a fines y objetos de épocas anteriores y crean los llamados puntos de fijación (al autoerotismo y al narcisismo, a las distintas fases de la relación madre-hijo, a la dependencia preedípica y edípica, a los placeres orales y al sadismo oral, a las actitudes sádicoanales o pasivo-masoquistas, a la masturbación fálica, al exhibicionismo a las actitudes egocentristas, etc.). Los puntos de fijación pueden determinarse por cualquier tipo de experiencia traumática, sea por frustración o por gratificación excesivas en cualquiera de estos niveles, pudiendo existir con distintos grados de conciencia, represión o inconsciencia. Este hecho es menos importante para el desenlace del desarrollo que los que, cualquiera que sea la causa y en cualesquiera de los dos estados anteriores, tengan la función de ligar y retener la energía de los impulsos, y por consiguiente empobrezcan su funcionamiento y las relaciones objetales posteriores. Las fijaciones y regresiones siempre se han considerado 78
interdependientes." En virtud de su misma existencia y de acuerdo con la cantidad de libido y agresión con que están catectizados, los puntos de fijación ejercen una atracción retrógrada constante sobre la actividad de los impulsos, atracción que se hace sentir durante todas las primeras 'etapas del desarrollo y también en la madurez. Las complicaciones de la regresión sexual pueden demostrarse mejor en todo caso clínico que se estudie y se describa con gran detalle, aunque las consideraciones que conciernen a este fenómeno están por lo general demasiado abreviadas y por consiguiente son incompletas. No es suficiente decir que un niño en el nivel fálico-edípico "ha regresado a la fase anal u oral" bajo el impacto de la angustia de castración. Lo que se debe describir de manera complementaria es la forma, el alcance y la significación del movimiento regresivo que ha tenido lugar. La consideración anterior puede significar en sus formas más simples nada más que el niño ha abandonado la rivalidad con el padre y la fantasía de poseer a la madre edípica, habiendo reactivado además su concepción preedípica de ella con el correspondiente apego excesivo, exigencias, actitudes mortificantes, mientras que todo lo demás se mantiene sin cambios; continúa considerándola como una persona con derechos propios y la descarga de las excitaciones anales y orales relacionadas con ella durante la masturbación fálica. Este concepto también puede significar que la regresión ha afectado además el nivel mismo de las relaciones objetales. En este caso se abandona la constancia objetal y se reviven las actitudes anaclíticas (u objeto parcial): la importancia personal del objeto amado es eclipsada nuevamente por la importancia de satisfacer un componente instintivo, relación que es no rmal alrededor del segundo año de vida pero que, en edades posteriores y en la madurez, produce relaciones objetales superficiales y promiscuas. Existe una tercera posibilidad: que la regresión incluya también el método de descarga de la excitación sexual. Cuando así sucede, la masturbación fálica desaparece completamente y es reemplazada por los impulsos de comer, beber, orinar o defecar en el momento de máxima excitación. Obviamente, 'las manifestaciones más serias son aquéllas en que se producen las tres formas simultáneas de regresión sexual (del objeto, del fin y del método de descarga)," 8 "Cuanto más considerable haya sido la fijación durante el curso del desarrollo, más dispuesta se hallará la función a eludir las dificultades exteriores por medio de la regresión, retrocediendo hasta los elementos fijados . .. " (S. Freud, 1916-16, Obras Completas, vol. n .) 9 Durante el proceso analítico de niños es fácil distinguir entre los pacientes que pr oducen (o luchan por suprimir) la erección en
I
79
Regresiones en el desarrollo del yo
Como analistas nos hemos familiarizado tanto con la constante interacción entre las fijaciones de los impulsos y las regresiones, que debemos cuidarnos para no cometer el error casi automático de considerar los procesos regresivos del yo y del superyó como correspondientes. Mientras que los primeros están determinados sobre todo por la persistente adhesión de los impulsos a todos los objetos y posiciones que han producido satisfacción en algún momento, este rasgo no es compartido por las regresiones del yo que se basan en principios diferentes y siguen reglas distintas.
Regresiones transitorias del yo durante el desarroHo normal El movimiento retrógrado del desarrollo normal de las funciones que se presenta en todos los niños es bien conocido para todos aquellos que tratan con pequeños y su educación en capacidades prácticas. Para éstos, la regresión funcional se da por sentada como una característica común de la conducta infantíl."? Actualmente, cuando se estudian en detalle, se puede demostrar que las tendencias regresivas están relacionadas con todos los logros importantes del niño: en las funciones del yo que controlan la motricidad, la prueba de la realidad, la integración, el habla; en la adquisición del control esfinteriano; en los procesos secundarios del pensamiento y el dominio de la ansiedad; en los elementos de adaptación social, como la tolerancia de frustraciones, el control de los impulsos, los modales; en las exigencias del superyó, como la honestidad, la justicia con respecto a los demás, etc. En todos estos aspectos la capacidad individual de cada niño para actuar a un nivel comparativamente alto no es garantía de que su rendimiento sea estable y continuo. Por el contrario: el retorno ocasional a una conducta más infantil debe ser aceptado como un signo normal. Por momentos significativos y aquellos otros que deben correr al inodoro para orinar o defecar o que necesitan con urgencia tomar un vaso de agua o chupar caramelos. S. Freud señaló en "Historia de una neurosis infantil" (1918, escrita en 1914) que el método de descarga de la excitación sexual es de extrema significación para evaluar el estado de la constelación sexual del niño: "El hecho de que nuestro infantil sujeto produjera como signo de su 'excitación sexual una deposición debe ser considerado como un carácter de su constitución sexual congénita. Toma en el acto una actitud pasiva demostrándose más inclinado a una ulterior identificación con la mujer que con el hombre" (S. Freud [1918 (1914) J, Obras Comrpletas, vol. Il). 10 Hay un dicho popular que dice que "los niños dan dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás".
80
consiguiente, decir tonterías o aun adoptar el lenguaje de un bebé tiene derecho a un lugar específico en la vida del niño, paralelo al lenguaje racional y alternando con éste. Los hábitos higiénicos no se adquieren al instante, sino que toman un largo camino a través de una serie interminable de avances, retrocesos y accidentes. El juego constructivo con juguetes alterna con el desorden, la destrucción y el juego erótico corporal. La adaptación social se interrumpe periódicamente por regresiones al egoísmo puro, etc. En efecto, lo que nos sorprende no son los retrocesos sino los logros repentinos ocasionales y los avances. Estos progresos pueden estar relacionados con la alimentación y toman la forma de un súbito rechazo del pecho materno y la transición hacia el biberón, la cuchara o la taza, o de los líquidos a los sólidos; desaparecen de manera súbita a una edad posterior el disgusto y los caprichos por determinados alimentos. También sabemos que suceden en relación con los hábitos, como el súbito abandono de chuparse el dedo, o de los objetos de transición, de las disposiciones fijadas para dormirse, etc. En el entrenamiento del control esfinteriano existen ejemplos de un cambio casi instantáneo de la encopresis y enuresis al control absoluto de esfínteres; con respecto a la agresión, su desaparición de un día para otro reemplazada por una conducta tímida, retraída y desconfiada. Pero aunque estas transformaciones son convenientes para el medio, el diagnosticador las observa con sospecha y las relaciona no con el flujo ordinario del desarrollo progresivo sino con influencias y ansiedades traumáticas que aceleran indebidamente su curso normal. De acuerdo con la experiencia, el método lento de ensayo y error, la progresión y la regresión temporaria son más convenientes para el desarrollo de la salud mental.
El deterioro del funcionamiento de los procesos secundarios durante las horas de vigilia del niño Este reconocimiento práctico de la ubicuidad de las regresiones del yo en la vida normal del niño no se relacionó durante muchos años con un tratamiento correspondiente del tema en la bibliografía analítica. Personalmente me ha interesado este problema por largo tiempo y lo presenté a la Sociedad Psicoanalítica de Viena en la década de 1930 en un breve trabajo titulado "El deterioro del funcionamiento de los procesos secundarios mientras el niño está despierto". Concluí entonces que estos deterioros se manifiestan en muchas situaciones que comparten un factor común: el control del yo de las funciones mentales está disminuido por una razón u otra, como por ejemplo: a) En el análisis de niños, como en toda condición analítica, se toman ciertas disposiciones con la intención de apoyar al niño para que reduzca sus defensas y controles y aumente ·81
/
la libertad de las fantasías , de los impulsos y de los procesos preconscientes e inconscientes. En estas condiciones se puede demostrar de qué manera el juego infantil y sus expresiones verbales pierden gradualmente las características de procesos secundarios del pensamiento como la lógica, la coherencia, la racionalidad, y despliegan en cambio los caracteres del funcionamiento de los procesos primarios, como generalizaciones, desplazamientos, repeticiones, distorsiones y exageraciones. Un determinado tema de importancia que inicialmente ocupa un lugar lógico en una fantasía o juego estructurado puede súbitamente descontrolarse y aparecer conectado con cada elemento de la construcción, no importa cuán forzada e inadecuada sea la relación; o puede intensificarse hasta el absurdo. Pasamos a dar ejemplos tomados del análisis pasado y actual: un niño de cinco años representaba en sus juegos con muñecos el elemento de "pelea" de una manera tentativa y juiciosa, haciendo que los distintos miembros de la pequeña familia de muñecos se envolvieran en discusiones los unos con los otros; pero a medida que el juego progresaba el elemento de pelea se hizo incontrolable y se extendió desde las personas a los objetos inanimados hasta que en el momento de mayor intensidad todos los muebles estaban comprometidos y el fregadero de la cocina estuvo envuelto en una batalla salvaje "mano a mano" con la mesa y los armarios. De modo similar el dibujo de un barco de batalla de un niño puede incluir uno o dos cañones colocados en posiciones correctas, mientras que en los dibujos siguientes aumentan en número y están colocados en cualquier parte hasta que todo el barco, por encima y por debajo del agua, está erizado con ellos.P Los ítems como morder, que aparecen primero en fantasías relacionadas con algún animal salvaje como el tigre o cocodrilo, pueden abandonar el lugar donde se encuentran "confinados" por representación simbólica y una vez libres del control del yo, manifestarse en cualquier lugar, con todo el mundo y todas las cosas mordiéndose unas a otras, etcétera. b) Casi idénticas manifestaciones pueden demostrarse fuera del medio analítico en la conducta normal del niño a la hora de acostarse durante el período de transición desde la actividad hasta que está dormido, cuando aun los niños más razonables y bien adaptados comienzan a enojarse, gimotear, decir tonterías, apegarse a la madre y a exigir la atención física que recibían cuando eran más pequeños. Aquí también lo que llama la atención especialmente es el aumento en la desorganización de los procesos del pensamiento, la perseveración de una palabra o frase, la labilidad general de los afectos demostrada en los cambios casi instantáneos del humor que fluctúan de la hila11 Esto, por supuesto, tiene un carácter defensivo que aquí ignoramos.
82
ridad hasta el llanto. Para el estudioso de la regreslOn, difícilmente puede existir un cuadro más convincente del deterioro gradual del yo y del fracaso de desempeñar una función después de la otra hasta que finalmente todas las funciones del yo cesan y el niño se duerme. e) En realidad, mi primer encuentro con estas manifestaciones sucedió cuando aún asistía a la escuela. Me recuerdo vívidamente a mí misma cuando pertenecía a un grupo de alumnos de sexto grado que se encontraba exhausto por el horario continuado de clases sucesivas sin ningún intervalo de descanso. Aunque éramos muy sensibles y atentos en el comienzo de la mañana, hacia la quinta o sexta hora esta atención se debilitaba y las palabras más inocentes de cualquier persona producían salvajes estallidos de risa y de conducta descontrolada. Los maestros que tenían la desgracia de dictar clases en esas horas denunciaban indignados a la clase de niñas como "una manada de gansos tontos". Yo comprendía nuestro cansancio y me sorprendía que nos hiciera comportar tontamente, pero lo único que podía hacer entonces era archivar este hecho en mi memoria para explicarlo más adelante.
Otras regresiones del yo bajo stress Aunque mis descripciones despertaron poco o ningún interés en la Sociedad Vienesa en aquel momento (y no fueron publicadas), el tema ha sido discutido en fecha posterior por varios analistas. Después de observar la conducta de pequeños en el jardín de infantes, Ernst Kris introdujo el concepto y el término "escala de regresión", y demostró con ejemplos que mientras el niño es más joven, más corto es el período durante el cual su rendimiento es óptimo. Esto explica el hecho bien conocido empíricamente por las maestras jardineras, de que la actividad y la atención de sus alumnos es menor hacia el final de la mañana en relación con su comienzo y la razón de que estas regresiones afecten la manipulación del material de juego (retorno desde la fase de juego constructivo dominada por el yo, hacia la fase del juego desordenado, agresivo y destructivo dominada por los impulsos); las relaciones sociales (el retorno desde la colaboración con los compañeros y la consideración debida, hacia el egoísmo y la tendencia a las querellas); y la tolerancia a las frustraciones (disminución del control del yo sobre los impulsos con el aumento resultante de la urgencia de la actividad instintiva). Otras publicaciones señalan situaciones de stress además del cansancio como factores operativos en la regresión funcional, aunque en estos casos la regresión del yo por lo general acompaña la regresión simultánea de los impulsos o la precede o es consecuencia de aquélla. Estos trabajos se refieren por una
83
parte a la influencia del dolor somático, la fiebre, la incomodidad física de cualquier tipo y señalan el hecho de que en lo que respecta a la alimentación y los hábitos del sueño, el entrenamiento del control esfinteriano, el juego y la adaptación en general, los niños enfermos tienen que ser considerados y tratados como si fracasaran por una situación potencialmente regresiva, con una marcada reducción o hasta suspensión de su capacidad funcional adecuada al yo (A. Freud, 1952) . Por otra parte, desde 1940 en adelante se ha prestado cada vez mayor atención al efecto resultante del dolor somático originado por situaciones traumáticas, ansiedad y sobre todo el sufrimiento del niño pequeño cuando es separado de sus primeros objetos amorosos (angustia de separación). Las severas regresiones de la libido y del yo que se producen por estas causas, han sido estudiadas y descriptas en detalle en niños internados en hogares durante la guerra, y en otras instituciones residenciales, hospitales, etcétera." Existe una característica que distingue a las regresiones del yo independiente de los variados factores etiológicos. En contraste con la regresión de los impulsos, el movimiento retrógrado en la escala del yo no retrocede a posiciones previamente establecidas puesto que no existen puntos de fijación. En su Iugar vuelve a trazar, paso a paso, el camino seguido durante el curso del desarrollo, observación confirmada por el hallazgo clínico de que en las regresiones del yo el logro último alcanzado es el que invariablemente desaparece primero." ,
Regresiones del yo como resultado de la actividad defensiva Otro tipo de empobrecimiento de las funciones del yo merece describirse como una "regresión", aunque por lo general no se incluya en esta categoría. A medida que el yo del niño crece y mejora en su funcionamiento, su mayor toma de conciencia del mundo interno y externo lo hace entrar en contacto con muchos aspectos dolorosos y desagradables; el dominio creciente del principio de ' La realidad disminuye la expresión del deseo; el mejor progreso de la memoria conduce a la retención no sólo de las experiencias agradables sino también de las dolorosas y atemorizantes; la función sintética prepara el terreno para los conflictos entre las distintas operaciones internas, etc..El flujo resultante del displacer y de la ansiedad es más intenso de lo que un ser humano puede tolerar, y en consecuencia es mantenido a distancia por 12 Véase a este respecto A. Freud y D. Burlingham (1943, 1944), John Bowlby (1960), James Robertson (1958), René Spitz (1945, 1946) Y otros. 13 Véanse las observaciones con respecto a la pérdida del habla, del entrenamiento esfinteriano, etc., en niños separados de sus madres.
84
medio de los mecanismos de defensa que actúan para proteger al yo. Por consiguiente, la negación interfiere en la exactitud de las percepciones del mundo externo por medio de la exclusión de lo fastidioso. La represión tiene el mismo efecto en el mundo interno al retraer la catexis consciente de los elementos desagradables. Las formaciones reactivas toman el lugar de las sensaciones ingratas importunas. Estos tres mecanismos interfieren en la memoria, es decir, con su funcionamiento imparcial, independiente del placer y del displacer. La proyección es contraria a la función sintética al eliminar de la imagen de la personalidad los elementos que provocan ansiedad, atribuyéndolos al mundo objetal. En suma, mientras que las fuerzas de maduración y adaptación presionan hacia el aumento de la eficiencia gobernada por la realidad, en todas las funciones del yo las defensas contra el displacer trabajan en dirección opuesta e invalidan a su vez las funciones del yo. En este campo también, por consiguiente, el movimiento constante hacia adelante y hacia atrás, progresión y regresión, alternan e interactúan entre sí. Regresiones temporarias y permanentes de los impulsos del yo
En las consideraciones anteriores está sobreentendido que las regresiones de los impulsos así como las del yo y del superyó son procesos normales que tienen su origen en la flexibilidad inmadura del individuo y que constituyen respuestas útiles frente a las tensiones de un determinado momento, siempre accesibles al niño para enfrentar situaciones que de otro modo podrían resultarle intolerables.v Por consiguiente, sirven simultáneamente a los procesos de adaptación y defensa y ambas funciones contribuyen al mantenimiento del estado de normalidad. Lo que no se ha remarcado de manera suficiente hasta el momento es que este aspecto beneficioso de la regresión se refiere sólo a aquellos casos en que el proceso es temporario y espontáneamente reversible. El empobrecimiento de la función debido al cansancio desaparece entonces de modo automático después del descanso o el sueño; si fue determinado por frustraciones, dolor, inquietud, las posiciones de los impulsos de adecuación del yo o los métodos de funcionamiento del yo se autorrestablecen tan pronto como se haya suprimido la causa de t ensión, o al menos poco después." Pero sería un optimismo De acuerdo con la formulación de René Spitz. Después de una enfermedad, separación, hospitalización, transcurren períodos de duración variable entre el retorno de las condicio14 15
85
indebido de nuestra parte esperar una reversión tan favorable en la inmensa mayoría de los casos. A menudo son tan frecuentes, en especial después de tensiones de naturaleza traumática, ansiedades, enfermedades, etc., que una vez establecidas; las regresiones se hacen permanentes; la energía de los impulsos se desvía entonces de los fines adecuados al yo, y las funciones del yo y del superyó restan empobrecidas, de modo que todo desarrollo progresivo posterior estará severamente lesionado. Cu an do esto sucede, la regresión deja de ser un factor beneficioso del desarrollo normal y se convierte en un agente patógeno. Desgraciadamente, en nuestra apreciación clínica de las regresiones cómo procesos en franca evolución progresiva, es casi imposible establecer en el caso de un niño determinado si el peligroso paso del carácter transitorio al permanente ya ha sido dado o si puede aún esperarse la reinstalación espontánea de los niveles previamente alcanzados. Hasta este momento no conozco opinión al respecto, a pesar de que la decisión acerca de la anormalidad del niño puede depender de esta diferenciación.
La regresión y las líneas del desarrollo Retornando nuevamente al concepto de las líneas del desarrollo: Una vez que aceptamos la regresión como un proceso normal, también aceptamos que el movimiento a lo largo de estas líneas se produce en dos direcciones. Durante todo el período del crecimiento tenemos que considerar legítimo para el niño la reversión periódica, la pérdida de los controles después de haberse establecido, la reinstalación de pautas anteriores con respecto al sueño y la alimentación (por ejemplo, durante una enfermedad), la búsqueda de protección y seguridad (especialmente en casos de ansiedad e intranquilidad) por medio del retorno a formas primitivas de protección y confort en la relación simbiótica y preedípica con la madre (especialmente a la hora de acostarse). Lejos de interferir en el desarrollo progresivo será beneficioso para liberarlo, si el movimiento retrógrado no se bloquea por completo con la desaprobación del medio y con represiones y restricciones internas. Al desequilibrio en la personalidad del niño originado por el desarrollo en grados diferentes de las variadas líneas que progresan hacia la madurez, tenemos que agregar el desnivel determinado por las regresiones de los diversos elementos de la estructura y de sus combinaciones. Sobre estas bases, resulta nes normales externas y' el restablecimiento de los niveles propios de la edad con respecto a los impulsos y al yo.
más fácil comprender por qué existen tantas desviaciones del crecimiento y del cuadro promedio de un niño hipotéticamente "normal". Con las interacciones entre la progresión y la regresión, ambas de naturaleza tan compleja, las disarmonías, los desequilibrios, en suma, las complejidades del desarrollo, se tornan innumerables las variaciones de La normalidad.
87
IV EVALUACION DE LA PATOLOGIA PARTE l. ALGUNAS CONSIDERACIONES GENERALES
Dentro de la estructura del pensamiento analítico, la transición desde las distintas variaciones de la normalidad hasta el establecimiento de la patología se considera un paso tanto de naturaleza cuantitativa como cualitativa. Opinamos que el equilibrio mental de los seres humanos está basado por una parte en ciertas relaciones fijas entre las operaciones internas dentro de su estructura y por otra parte, entre la personalidad y las condiciones ambientales. Estas relaciones son alteradas por un aumento o disminución de los derivados del ello, como ocurre espontáneamente en el período de latencia, en la adolescencia, en el clímaterio: por debilitamiento de las fuerzas del yo y del superyó, como sucede en estados de tensión, de cansancio extremo, en numerosas enfermedades, regularmente en la vejez; y por los cambios en las oportunidades para la obtención de satisfacción que son ocasionados por la pérdida de objetos y otras privaciones y frustraciones impuestas externamente. La facilidad con que se perturba el equilibrio ha conducido al criterio de que entre niños nerviosos y normales "no puede trazarse una frontera definida, que la enfermedad es un concepto puramente práctico, que han de coincidir la disposición y la experiencia para hacer emerger la neurosis; que en consecuencia pasan continuamente muchos individuos de la salud a la neurosis, y un número mucho menor de la neurosis a la salud" (S . Freud, 1909, vol. Il). Mientras que se supone que esta afirmación se refiere a personas de todas las edades "tanto niños como adultos" (ídem), es obvio que la línea limítrofe entre la salud y la enfermedad
89
mental es aun más difícil de establecer en la niñez que en las etapas posteriores. En el cuadro del crecimiento del niño hacia la madurez, descripto en el capítulo anterior, es inherente el hecho de que la proporción de fuerzas entre el ello y el yo está en flujo constante; que los procesos de adaptación y defensa, beneficiosos y patógenos, se mezclan entre sí; que las transiciones desde un nivel del desarrollo al siguiente constituyen hitos de detención potencial, disfunción, fijación y regresión; que los derivados del ello y las funciones del yo junto con las principales líneas del desarrollo crecen de manera irregular; que las regresiones temporarias pueden convertirse en permanentes; en suma, que existe un número de factores que se combinan para minar, detener, deformar y desviar las fuerzas sobre las que se basa el crecimiento mental. Ante este constante cambio del escenario interno del individuo en desarrollo, las categorías diagnósticas corrientes resultan de poca ayuda y tienden a aumentar más bien que a disminuir los aspectos ya confusos del cuadro clínico. En años recientes, el análisis de niños ha avanzado de manera decisiva en muchas y distintas direcciones. En cuanto concierne a los procedimientos técnicos, ha alcanzado más o menos una posición independiente a pesar de muchos contratiempos y .dificultades iniciales. En el terreno teórico, se han hecho hallazgos reconocidos como verdaderos complementos y no meras confirmacines del conocimiento psicoanalítico. Pero hasta la fecha, este espíritu aventurero y hasta revolucionario del analista de niños se ha concentrado en el campo de la técnica y la teoría, sin entrar a considerar el importante problema de la clasificación de los trastornos. En este sentido, se ha empleado una política conservadora, en donde no sólo el análisis de adultos sino también la psiquiatría y la criminología de adultos, han tomado a su cargo y al por mayor las categorías diagnósticas infantiles. Así, todas las formas de la psicopatología de la niñez se han adaptado de manera más o menos forzada a estos esquemas preexistentes. Existen muchas razones por las cuales, a la larga, esta solución de los problemas diagnósticos se demuestra insatisfactoria como fundamento para la evaluación, el pronóstico y la selección de las medidas terapéuticas.
LA EVALUACION DESCRIPTIVA y LA EVALUACION METAPSICOLOGICA Lo mismo que en el terreno del análisis de adultos, la naturaleza descriptiva de muchas de las categorías diagnósticas corrientes se encuentran en conflicto con la esencia del pensa-
90
miento psícoanalíticorpuestoque enfatiza la identidad o 'diferencia entre -Ia sintomatología .manifiesta, mientras descuida las que conciernen a los factores patógenos subyacentes. Es cierto que de este modo se logra una clasificación de los trastornos que en un examen superficial aparenta ser metódica y comprensible. Pero este esquema no contribuye en realidad. a una comprensión más profunda o a promover el diagnóstico diferencial en términos metapsicológicos. Al contrario, siempre que el analista acepte juicios diagnósticos a este nivel, se encontrará inevitablemente dirigido hacia confusiones con respecto a la evaluación y en consecuencia a inferencias terapéuticas erróneas. Para citar unos pocos ejemplos: términos tales como rabietas, pataletas, vagabundeos, angustia de separación, etc., comprenden bajo el mismo encabezamiento una variedad de cuadros clínicos en los que la conducta y la sintomatología son similares, aunque de acuerdo con la etiopatogenia metapsicológica subyacente, pertenecen a categorías analíticas totalmente distintas y requieren variadas medidas terapéuticas. . Una pataleta, por ejemplo, puede no ser más que la descarga afectivo-motriz directa de derivados instintivos caóticos en un niño pequeño; en este caso, tiene la oportunidad de desaparecer como un síntoma sin necesidad de tratamiento, tan pronto como se hayan establecido el lenguaje y otros canales de descarga del yo más sintónicos. 0, como segunda posibilidad, los berrinches pueden representar una explosión destructivo-agresiva en la que las tendencias hostiles son, en parte, desviadas del mundo objetal y descargadas en forma violenta sobre el propio cuerpo del niño y en su vecindad inanimada inmediata (golpeando con la cabeza o pateando los muebles, paredes, etc.); este estado sólo se calmará al sonsacar la razón de la cólera y su reconexíón con la persona responsable de la frustración o la ofensa. 0, en tercer lugar, lo que aparenta una pataleta puede ser, si se examina con mayor detalle, un ataque de ansiedad como ocurre en las estructuras de la personalidad mejor organizadas de niños fóbicos toda vez que el ambiente interfiere en sus mecanismos de protección. Privado de su defensa, el niñoagorafóbico que es forzado a salir a la calle o el niño con una fobia a los animales cuando se enfrenta con el objeto que teme, está expuesto e impotente a una ansiedad intolerable y masiva que se expresa por medio de estallidos cuya descripción puede muy bien resultar imposible de distinguir de una simple rabieta. No obstante, a diferencia de esta última, estos ataques de ansiedad se alivian sólo por medio de la restitución de la defensa o por la investigación analítica, la interpretación y la disolución de la fuente original de la ansiedad desplazada. De modo similar, una variedad de estados diferentes se
91
señalan con los términos de truhanería, vagancia y vagabundeo. Algunos niños huyen de sus hogares porque son maltratados o porque no están atados por vínculos emocionales a sus familias; o se escapan de la escuela o la evitan porque temen al maestro o a sus compañeros, porque su rendimiento escolar no es satisfactorio, porque esperan ser criticados, castigados, etc. En este caso, la causa de la conducta infantil desviada tiene su origen en las condiciones externas de la vida del niño y desaparece cuando éstas se mejoran. En contraste con esta situación simple, hay otros niños que vagan sin rumbo o hacen novillos no por razones externas sino por razones internas. Se encuentran dominados por una tendencia inconsciente que los obliga a perseguir una meta imaginaria, por lo general un objeto perdido perteneciente al pasado; es decir, aunque su descripción indica que se escapan de su medio, en un sentido más profundo se dirigen hacia la satisfacción de una determinada fantasía. En este caso, el mejoramiento de las circunstancias externas no hará desaparecer el síntoma, sino sólo el descubrimiento del deseo inconsciente. Aun el empleo del término más recientemente acuñado de angustia de separación es más bien de naturaleza descriptiva que dinámica. En los diagnósticos clínicos se 10 aplica de manera indiscriminada a los estados de intranquilidad provocados por la separación del niño muy pequeño de su madre, así como a los estados mentales que originan las fobias a la escuela (es decir, la incapacidad de alejarse del hogar) -o la añoranza del hogar (una forma de duelo) en los niños en período de latencia. También aquí emplear el mismo término para los dos tipos de trastornos con manifestaciones aparentemente similares tiende a oscurecer las diferencias metapsicológicas esenciales que los caracterizan. Separar, por cualquier razón, un niño pequeñito de su madre durante el período de unidad biológica entre ellos, representa una interferencia inexcusable con necesidades fundamentales inherentes. El niño reacciona, por 10 tanto, con un sufrimiento legítimo que puede aliviarse sólo por el retorno de la madre o, a la larga, a través del establecimiento de una madre sustituta. No existe correspondencia en este caso, excepto en la conducta, con los estados mentales del niño que extraña su casa o del que sufre de fobia a la escuela. En este último caso la inquietud experimentada por separarse de la madre, de los padres o del hogar, se debe a su excesiva ambivalencia hacia ellos. El niño puede tolerar el conflicto entre el amor y el odio hacia los padres sólo ante su presencia tranquilizadora. En su ausencia, el lado hostil de la ambivalencia asume proporciones temibles, y el niño se aferra a los padres amados de manera ambivalente para protegerlos de sus propios deseos de muerte, fantasías agresivas, etc. En contraste con el sufrimiento infantil debido a la separación, que se alivia a través de la
92
reunión con el progenitor perdido, en los conflictos ambivalentes la reunión con los padres actúa como un paliativo; en este caso, sólo el insight analítico de los sentimientos conflictivos curará el síntoma. En suma, las formulaciones descriptivas tan útiles dentro de su propio terreno se tornan desastrosas cuando se toman como punto de partida para inferencias analíticas.
TERMINOLOGIA ESTATICA y TERMINOLOGIA EVOLUCIONISTA Puesto que los términos diagnósticos, tal como se emplean en el presente, se crearon teniendo presente los trastornos mentales o sociales de los adultos, inevitablemente descuidan los problemas referidos a la edad y las fases del desarrollo, y no aclaran suficientemente las diferencias entre los síntomas originados por diferir o fracasar en los logros y por perfeccionar ciertos rasgos específicos de la personalidad, y los síntomas provocados por crisis o transgresiones funcionales. Para las evaluaciones del analista de niños, por otra parte, estas distinciones son fundamentales. Las formas de conducta tales como mentir y hurtar, las actitudes agresivas y destructivas, las perversiones, etc., no pueden adaptarse adecuadamente dentro de un esquema normal o patológico sin el respaldo de una escala razonablemente exacta de las secuencias del desarrollo. La mentira
Por ejemplo, ¿a qué edad y en qué fase del desarrollo merece la falsificación de la verdad comenzar a recibir el nombre de mentira? , es decir, ¿cuándo asume la importancia de un síntoma con un color distintivo de desviación de la norma social? Obviamente, antes de que esto suceda, tienen que atraversarse una serie de preetapas del desarrollo durante las cuales no esperamos veracidad por parte del niño. Para él es normal alejarse de las impresiones dolorosas en favor de las placenteras, tratar de disminuir la importancia de las primeras o ignorarlas y hasta negarlas si son persistentes. Existen similitudes entre esta actitud, que es un mecanismo de defensa primitivo dirigido contra el displacer, y la distorsión de los hechos objeUvas en los adultos o niños mayores. Pero es aún una cuestión de .opinión personal la manera en que se relacionan estas dos formas de conducta y si la primera debe considerarse precursora de la segunda en la mente del diagnosticador. La expresión del deseo y el dominio del principio del placer, en suma: los
93
procesos primarios de la función mental, son las fuerzas que en el niño pequeño se oponen a la veracidad en el sentido adulto que tiene la palabra. El analista de niños debe decidir desde qué momento en adelante empleará el término mentiTa en sus formulaciones diagnósticas, y debe basar su decisión al respecto sobre nociones claras referidas a la medida de los pasos en el desarrollo del yo, como la transición de los procesos primarios a los secundarios, la capacidad de diferenciar el mundo interno del externo, la prueba de la realidad, etcétera. Algunos niños necesitan más tiempo que otros para perfeccionar estas funciones del yo y por consiguiente continúan diciendo mentiras "con toda inocencia". Otros completan este desarrollo normalmente, pero retornan a niveles anteriores cuando enfrentan frustraciones y desilusiones excesivas en las circunstancias de sus vidas, y se convierten en el llamado mentiroso fantástico (pseudología fantástica), que encara realidades intolerables por medio de la regresión a formas infantiles de la expresión de los deseos. Finalmente, hay niños con un desarrollo del yo avanzado pero cuyas razones para evitar o deformar la verdad son otras que el nivel de su desarrollo. Su motivación es la ganancia de ventajas materiales, el temor a la autoridad, la huida de críticas y castigos, el deseo de parecer importante, etc. En las evaluaciones del analista de niños, el término mentira está reservado con ventaja para estos últimos casos, como el de la llamada mentira delincuente. En muchos de los casos reales que se observan en una clínica infantil, la etiología consiste en una combinación de estas tres formas, es decir, la mentira inocente, la mentira fantástica y la mentira delincuente, con las formas iniciales del desarrollo que actúan como precondiciones de las posteriores. El hecho de que estas asociaciones sean comunes y frecuentes no significa que el analista de niños esté absuelto de la responsabilidad de desenmarañarlas y de determinar hasta qué grado cada uno de los factores contribuye al resultado sintomático final. El hurto
Existen muchas consideraciones similares que gobiernan el empleo del término hurtar, que es legítimo en la evaluación diagnóstica sólo después que el concepto de propiedad privada ha adquirido significado para el niño. También aquí es necesario trazar una secuencia del avance del desarrollo que tan poca atención ha recibido hasta el momento por parte de los analistas. La actitud que hace que el pequeño se apodere de todo lo que encuentra se atribuye por lo general a su insaciable "vora94
cidad oral", que a esta temprana edad no está limitada por ninguna barrera del yo. Para mayor exactitud diremos que tiene dos raíces: una en el ello y la otra en el yo. Por una parte, es simplemente el funcionamiento familiar de acuerdo con el principio del placer que incita al Y'Ú inmaduro a atribuirse a sí mismo todo lo placentero, mientras que rechaza como ajeno todo lo desagradable. Por otra parte, es la falta de distinción adecuada al yo entre su propio ser y el objeto que determina la respuesta. Es bien sabido que a esta temprana edad un niño puede manipular o explorar con su boca partes del cuerpo de la madre como si fueran propias, es decir, juega con ellas autoeróticamente (los dedos de la madre, cabellos, etc.) ; o le presta a su madre partes de su cuerpo para jugar (sus dedos en la boca de la madre); o puede llevar la cuchara a su boca y a la de ella, alternativamente. Estas acciones se malinterpretan con frecuencia como prueba de una generosidad temprana y espontánea en vez de ser consideradas como 10 que son, es decir, consecuencia de los límites imprecisos del yo. Esta misma fusión indiscriminada con el mundo objetal convierte a todos los niños en una amenaza formidable, aunque inocente, al derecho de propiedad de los demás. Las ideas de "mío" y "no mío" que son conceptos indispensables para el establecimiento de la "honestidad" adulta se desarrollan de manera muy gradual y al mismo ritmo que su progreso hacia el logro de la individualidad. Probablemente, conciernen en primer lugar al propio cuerpo del niño, después a los padres, luego a los objetos de transición, todos los cuales están catectizados narcisistamente y con amor objetal. De manera significativa, tan pronto como el concepto de lo "mío" emerge en la mente del niño, comienza a cuidar de sus posesiones con fiereza, mostrándose muy celoso de cualquier interferencia. Comprende entonces la noción de "haber sido privado de" o "haber sido robado" mucho antes que la opuesta de que la propiedad de otras personas tiene que ser respetada. Antes de que esto último adquiera significado, el niño debe extender e intensificar sus relaciones con otras personas y aprender a establecer la empatía con la vinculación de aquéllas a su propiedad. Cualquiera que sea la escala de progreso al respecto, los conceptos de "mío" y "tuyo" como tal tienen poca influencia sobre la conducta del niño pequeño, pues se encuentran en conflicto con los poderosos deseos de apropiación. La voracidad oral, las tendencias posesivas anales, la tendencia a coleccionar y a acumular, la abrumadora necesidad por los símbolos fálicos, todo convierte al niño pequeño en un ladrón potencial a menos que la coerción educacional, las exigencias del superyó y con éstos, los cambios graduales en el equilibrio ello-yo 95
· trabajen en direcciones opuestas, es decir, hacia el desarrollo de la honestidad. Tomando en cuenta las consideraciones anteriores, el díagnosticador debe aclarar muchos puntos antes de asignar un caso determinado de hurto a una categoría u otra. Debe preguntarse si la acción se debe a un desarrollo incompleto o detenido en la adquisición de la individualidad, de las relaciones objetales, de la empatía, de la formación del superyó (el hurto en el caso de niños retardados o deficientes mentales); o cuando el desarrollo inicial está intacto, si han tenido lugar regresiones temporarias en alguno de estos campos vitales (el hurto ligado a una fase determinada, como un síntoma transitorio); o cuando la regresión es permanente en uno u otro de estos aspectos importantes, con el hurto como resultado de una formación de compromiso (síntoma neurótico); o, finalmente, cuando la razón yace exclusivamente en un control insuficiente del yo sobre los deseos normales y no regresivos de posesión, es decir, en una adaptación social defectuosa (síntoma de delincuencia) . Como con la mentira, muchos de los actuales casos clínicos de robos tienen etiología mixta, es decir, están originados por combinaciones de detenciones, regresiones y debilidad en el control del yo. El hecho de que todos los delincuentes jóvenes comienzan sus raterías hurtando de la cartera de la madre indica el grado en que todas las formas de hurto están basadas en la unidad inicial de mío y tuyo, el propio ser y el objeto.
CRITERIOS PARA EVALUAR LA SEVERIDAD DE LA ENFERMEDAD El analista de niños también halla dificultades cuando procede a medir la gravedad de los trastornos por medio de los criterios empleados comúnmente con los adultos, es decir, un examen de los síntomas existentes, una evaluación del sufrimiento por ellos provocado y la . interferencia resultante .en importantes funciones. Ninguno de estos criterios es válido para los niños a menos que sean modificados en gran escala. Sobre todo, la formación de síntomas en la niñez no tiene necesariamente la misma significación que en la vida adulta donde "estos síntomas típicos son los que nos sirven de guía para fijar el diagnóstico" (S . Freud, 1916-1917, Obras Completas, vol. II). Muchas de las inhibiciones, síntomas y ansiedades de los niños son originadas no por procesos de naturaleza realmente patológica sino, como demostraremos más adelante, por las tensiones y presiones inherentes a los procesos del desarrollo. Estas inhibiciones Y' síntomas comúnmente aparecen cuando una fase particular del crecimiento tiene exigencias excesivas 96
de la personalidad y si m ientras tanto no son mal tratadas por los padres, pueden desap ar ecer tan pronto como se haya alcanzado la adaptación al nivel del desarrollo o cuando haya pasado el momento culminante de la fa se. Es verdad que la manifestación de una dificultad traiciona la vulnerabilidad del niño ; que a menudo las llamadas curas esp on t áneas preparan simplemente el camino par a u n nuevo conjunto de trastornos que aparecen en la fase siguiente; tambi én, que éstos habitualmente no de saparecen sin dejar puntos débiles en uno u otro campo, qu e r esultan import antes para la formación sintomática en la vida adulta. Pero no es en modo al guno r aro, incluso p ara síntomas bien establecidos como la evitación del objeto fóbico , las precauciones obsesivas, las dificultades en la alimentación y el sueño, que de saparezcan en el intervalo entre la consulta y la investigación del caso, simplemente porque las ansiedades sobre las que están basadas se tornan insignificantes compar adas con la amenaza que representa la investigación clínica. Por la misma razón, antes y durante el tratamiento pueden presentarse con rapidez nuevas combinaciones de la sintomatología manifiesta, lo que significa que las mejorías sintomáticas durante la terapia son aun menos significativas que en los adultos. En conjunto, la sintomatología de los individuos inmaduros es demasiado inestable para poder fundamentar la evaluación. El momento en que se juzga que los adultos necesitan tratamien t o y se decide iniciarlo está determinado por lo general por la intensidad del sufrimiento que provocan los trastornos. En los niños, sin embargo, el factor del sufrimiento mental en sí mismo no es una indicación cierta de la presencia o ausencia de procesos patológicos o de su severidad. Durante largo tiempo hemos estado familiarizados con el hecho de que los niños sufren menos que los adultos por sus síntomas, probablemente con la única excepción de los ataques de ansiedad que experimentan con profunda intensidad. Muchas otras manifestaciones patológicas, en especial las fóbicas y las obsesivas, logran con más facilidad la evitación dolorosa o penosa que su causación, mientras que las restricciones o interferencias concomitantes con la vida ordinaria afectan a toda la familia, no como en el caso de los adultos, sino al mismo paciente. Los caprichos alimentarios, las restricciones neuróticas de la alimentación, los tr astor nos del sueño, el apego excesivo, las pataletas perturban a la madre, pero el niño las considera sintónicas con el yo - s íempr e que pueda expresarlas libremente; cuando los padres interfieren, su acción restrictiva y no el síntoma es culpado de originar el sufrimiento que padece. El niño aún ignora con frecuencia su enuresis y encopresis nocturnas y niega su humillante y desagradable naturaleza. Las inhibiciones neuróticas son generalmente tratadas con un completo desinterés del campo determinado, es decir, por una 97
restricción del yo y en consecuencia por indiferencia hacia la pérdida de placer que determine. Los niños con trastornos más serios, como aquéllos con deficiencias mentales o morales, retardos, autismo o psicosis infantiles, están completamente ajenos a su enfermedad y el mayor sufrimiento en estos casos corresponde, por supuesto, a los padres. Existe otra razón por la cual la presencia de sufrimiento no es en sí misma un indicador confiable de enfermedad mental. Los niños sufren menos que los adultos por su psicopatología, pero más ante otras tensiones a las que se hallan expuestos. En marcado contraste con las creencias convencionales primeras, se acepta hoy en día que el sufrimiento mental es un inevitable producto colateral de la dependencia del niño y de los propios procesos normales del desarrollo. Los niños muy pequeños sufren agudamente por cualquier demora, racionamiento y por las frustraciones impuestas a sus necesidades corporales y a los derivados de los impulsos; sufren por la separación de sus primeros objetos amados, cualquiera sea la razón que la determine; debido a desilusiones reales o imaginarias. El sufrimiento intenso es causado naturalmente por los celos y rivalidades que son inseparables de las experiencias del complejo de Edipo o por las ansiedades que inevitablemente surgen en relación con el complejo de castración, etc. Aun el niño más normal puede sentir una desdicha profunda por una razón u otra, durante períodos cortos o largos, prácticamente durante cada día de su vida. Esto es una reacción legítima cuando las emociones del niño y su sensitiva apreciación de las impresiones y hechos externos se han desarrollado de manera adecuada. Opuesto a lo que esperamos encontrar en los adultos es el niño complaciente y resignado quien despierta nuestras sospechas de que están actuando en él procesos anormales. La experiencia clínica demuestra que los niños que son demasiado "buenos", es decir que aceptan sin protestas aun las condiciones externas más desfavorables, se comportan así debido a enfermedades somáticas, deficiencias en el desarrollo del yo o porque son extremadamente pasivos con respecto a sus impulsos. La explicación de por qué los niños se separan demasiado fácilmente de sus padres es quizá porque éstos han fracasado para formar relaciones normales, sea por razones internas 'O externas. La ausencia de tensión y ansiedad cuando se está amenazado de perder el cariño no es un signo de salud y fortaleza en el niño; al contrario, es a menudo la primera indicación de un retraimiento autista del mundo objetal. En etapas posteriores de la niñez, también existen sentimientos de culpa y conflictos internos de manera legítima con la resultante tensión, y que son signos indispensables del crecimiento normal progresivo. Cuando están ausentes sospechamos serios retrasos en los procesos de identificación, internalizacíón e introyección, 98
es decir en la estructuración de la personalidad. El hecho de que estos defectos se acompañen de una disminución de las tensiones internas no significa, en modo alguno, una compensación. Obviamente, debemos acostumbrarnos a la situación paradójica de que la correspondencia entre la patología y el sufrimiento, la normalidad y la ecuanimidad, como la observamos en los adultos, se encuentra invertida en los niños. Repito un argumento sobre el que he insistido anteriormente (1945) cuando aconsejo a los analistas no basar sus evaluaciones en el grado de empobrecimiento de la función, a pesar de que éste es uno de los criterios más reveladores en la patología de los adultos. En el niño no existe un nivel estable en el funcionamiento de ningún campo o en ningún momento determinado; es decir, que no existen puntos de referencia sobre los cuales basar la evaluación. Como ya hemos descripto en relación con las manifestaciones regresivas, el nivel de la capacidad funcional del niño fluctúa de manera incesante. Debido a las alteraciones producidas por el desarrollo y a los cambios en los grados de las presiones internas y externas, las posiciones óptimas se alcanzan, se pierden y restablecen repetidamente. Esta alternancia entre la progresión y la regresión es normal y sus consecuencias son transitorias, aunque las consiguientes pérdidas de los logros y de la eficiencia alcanzados, algunas veces pueden impresionar al observador como ominosas. En general, es conveniente insistir en que los niños en cualquier edad pueden a veces manifestar una conducta por debajo de su nivel potencial sin que sean clasificados automáticamente como "retrasados", "inhibidos" o "en regresión". El diagnosticador de niños puede encontrar esta premisa fácil de cumplir, puesto que es bastante difícil determinar cuáles son las áreas de las actividades que deben considerarse significativas a este respecto. El juego, la libertad de producir fantasías , el rendimiento escolar, la estabilidad de las relaciones objetales, la adaptación social, se han sugerido por turno como aspectos vitales. No obstante, ninguno puede calificarse a la par de las dos funciones vitales primordiales del adulto: su capacidad para llevar una vida sexual y amorosa normal y su capacidad para trabajar. Como hemos sugerido anteriormente (1945) existe sólo un factor en la niñez cuyo daño puede considerarse de suficiente importancia en este sentido y nos referimos a su capacidad de avanzar en pasos progresivos hasta que la maduración, el desarrollo en todos los campos de la personalidad y la adaptación a la comunidad social hayan sido completados. Los desequilibrios mentales pueden considerarse normales siempre y cuando estos procesos vitales se conserven 99
intactos; en cambio deben ser tomados seriamente tan pronto como afecten al mismo desarrollo, sea con demora, con r eversión o con parálisis completa.
LA EVALUACI ON BASADA EN EL DE SARROLL O Y SU SIGNIFICACION Resulta obvio, a la luz de los criterios señalados, que el analista de niños debe liberarse de aquellas categorías diagnósticas rígidas, estáticas, descriptivas, o por otras razones, ajenas a su campo de acción. Sólo así será capaz de examinar los cuadros clínicos con una nueva orientación y de evaluarlos de acuerdo con su significación dentro de los procesos del desarrollo. Esto significa que su atención debe tomar otros rumbos desde la sintomatología del paciente hasta su posición en la escala del crecimiento, en relación con el desarrollo de los impulsos, del yo y del superyó, la estructuración de la personalidad (límit es estables entre el ello, el yo y el superyó ) y las formas de funcionamiento (la progresión desde los procesos primarios del pensamiento hacia los secundarios, del principio del placer al principio de la realidad), etc. El analista debe preguntarse si el niño que examina ha alcanzado los niveles del desarrollo que son apropiados para su edad; en qué aspectos los ha superado o está retrasado; si la maduración y el desarrollo son procesos activos o hasta qué punto están afectados como resultado de los trastornos del niño; si ha padecido regresiones y detenciones, y en este caso hasta qué profundidad y a qué nivel. Para encontrar las respuestas a estos interrogantes se necesita un esquema del desarrollo normal promedio, en todos los aspectos, tal como lo hemos intentado en el capítulo anterior. Cuanto más completo sea el esquema, con mayor facilidad podrá evaluarse al paciente individual en relación con la uniformidad o desnivel de la escala de progreso, la armonía o disarmonía entre las líneas de desarrollo y la naturaleza transitoria y permanente de las regresiones. El desnivel en la progresión de los impulsos y del yo
En los casos en que el desarrollo cursa a diferentes velocidades en los distintos campos de la personalidad esperamos que surjan consecuencias patológicas. Una de estas eventualidades con la cual estamos familiarizados forma parte de la etiología de la neurosis obsesiva, donde el desarrollo del yo y del superyó están acelerados, mientras que el desarrollo de los impulsos es más lento por lo menos comparado con el anterior. 100
La incompatibilidad entre las exigencias morales y estéticas relativamente intensas del superyó y las fantasías y derivados de los impulsos relativamente toscos conduce a conflictos internos que a su vez ponen en movimiento la actividad de la defensa obsesiva.' El caso opuesto, es decir, la disminución en la velocidad del desarrollo del yo y del superyó asociada al progreso normal o avanzado de los impulsos se observa al menos con tanta frecuencia, si no más, en la práctica clínica de nuestros días y en parte es responsable de muchos de los cuadros clínicos atípicos, manifestaciones limítrofes, etc. Cuando el yo y el superyó son inmaduros comparados con los niveles de la actividad de los impulsos, no existen relaciones objetales emocionales adecuadas, ni pronunciado interés social y moral como para contener y controlar los componentes pregenitales y agresivos de los impulsos. En su desarrollo sexual, estos niños alcanzan el nivel sádico-anal sin la suficiente maduración del yo para convertir y neutralizar las tendencias pregenitales, que pertenecen en esta fase a valiosas contribuciones para la formación del carácter, es decir, a las correspondientes formaciones y sublimaciones reactivas. O bien, el nivel fálico sin desarrollar de manera simultánea las relaciones objetales determinadas por el yo, que normalmente organizan las tendencias fálicas desunidas en el cuadro coherente del complejo de Edipo. O bien, alcanzan la madurez física en la adolescencia antes de que el yo esté preparado para la relación emocional genital que concede significación psíquica al acto sexual, etcétera. En suma, mientras que el desarrollo acelerado del yo conduce a aumentar los conflictos, a formar síntomas neuróticos y al carácter obsesivo, el desarrollo acelerado de los impulsos produce pérdida de control de situaciones referentes al sexo y la agresión, integración insuficiente de la personalidad y personalidades impulsivas (Michaels, 1955).
La desarmonía entre las líneas del desarrollo Como indicamos más arriba, no esperamos que el niño demuestre una pauta muy regular en su crecimiento y estamos dispuestos a hacer concesiones si su nivel de desarrollo es más avanzado en un campo de su vida que en otro. La desarmonía 1 Véase S. Freud (Obras Completas, vol. 1, 1913): " ... la anticipación temporal de la evolución del yo a la evolución de la libido ha de integrarse también entre los factores de la disposición a la neurosis obsesiva". Otra razón para el desarrollo de síntomas obsesivos, es decir, la regresión unilateral de los impulsos, será analizada más adelante.
101
entre las líneas del desarrollo se convierte en un agente patógeno sólo cuando el desequilibrio de la personalidad es excesivo. En este caso, los niños ingresan al servicio diagnóstico con una larga lista de quejas provenientes del hogar o de la escuela. Son los niños "problemas"; su propio trastorno perturba a los demás; no aceptan las normas de la: comunidad y en consecuencia no se adaptan a ningún tipo de vida comunitaria. La investigación clínica confirma que estos niños no pertenecen a ninguna de las categorías diagnósticas comúnmente aplicadas. Una forma de aproximarse a la comprensión de su anormalidad es utilizar las distintas fases de las variadas líneas del desarrollo como una escala aproximada de valores. Así, nos encontramos que 'cada nivel de su progreso está desproporcionado con respecto a los otros. Los ejemplos más instructivos, en este sentido, son los niños con cocientes de inteligencia verbal excepcionalmente altos y al mismo tiempo con niveles de rendimiento extremadamente bajos, como es bastante habitual (desp er t an do la sospecha de lesión orgánica) , pero también con un retraso excepcional en las líneas de madurez emocional, de compañerismo, de manejo corporal. La distorsión resultante de su conducta es alarmante, en particular en campos tales como el acting out de las tendencias sexuales y agresivas, la profusión de fantasías organizadas, la racionalización inteligente de las actitudes delincuentes y la pérdida de control sobre las tendencias anales y uretrales. Estos casos se clasifican, en la forma corriente, como "limítrofes" o "preps ícótícos". Otra combinación bastante frecuente es la incapacidad del niño para alcanzar las fases finales en la línea desde el juego al trabajo, mientras que el desarrollo emocional y social, el manejo corporal, etc., se encuentran intactos y, en lo que a ello se refiere, el niño manifiesta un nivel adecuado a su yo. Estos niños concurren a las clínicas por sus fracasos escolares, a pesar de su inteligencia normal. En el examen diagnóstico habitual no es fácil establecer los pasos específicos en la interacción del ello y el yo que no han podido lograr, a menos que los examinemos para buscar los requisitos previos de una actitud correcta para el trabajo, tales como el control y la modificación de los componentes de los impulsos pregenitales; el funcionamiento relacionado con el principio de la realidad y el placer en los resultados finales de la actividad. Algunas veces todo o mn aspecto u otro están ausentes. Desde el punto de vista descriptivo, estos niños generalmente se clasifican como "incapaces de concentrarse", con una "amplitud breve de la atención" o "inhibidos".
102
Las regresiones permanentes y sus consecuencias Como señalamos anteriormente (capítulo III), la regresión cesa como factor beneficioso en el desarrollo si sus resu-ltados se vuelven permanentes, en vez de ser espontáneamente reversibles. En este caso, los distintos componentes de la estructura (ello, yo y superyó) deben relacionarse entre sí con nuevos términos, basados en el daño determinado por la regresión. Son estos efectos posteriores de la regresión que originan las repercusiones más lesivas sobre la personalidad y que deben considerarse en su rol de agentes patógenos. Las regresiones permanentes, igual que las transitorias, pueden tener su punto de partida en cualquier campo de la personalidad. Una de las posibilidades es que el movimiento regresivo comience en el yo y el superyó y los reduzca a un nivel inferior de funcionamiento y que secundariamente el daño se extienda hasta los derivados del ello. El yo y el superyó, cuando regresan, tienen menos poder de control que se manifiesta en un debilitamiento de la "censura", es decir, en la línea divisoria entre el ello y el yo y la eficiencia general de las defensas yoicas. Los resultados son una conducta impulsiva: abrirse paso entre las tendencias agresivas y los afectos, hiatos frecuentes en el control del ello, irrupciones de elementos irracionales en la mente consciente del niño y en la conducta racional anterior. Para los padres, estos son hechos alarmantes que modifican en gran medida el carácter del niño sin que se conozca una razón aparente. En la investigación clínica el deterioro puede rastrearse hasta encontrar la presión excesiva a la que fueron sometidos el yo y el superyó, tales como un shock traumático, hechos! internos o externos que producen ansiedad, separaciones, desilusiones severas con el amor objetal del niño y con sus objetos de identificación, etc. (Jacobson, 1946.) La otra posibilidad es que la regresión comience en nos derivados del erro y que su influencia patógena se extienda en dirección contraria. En este caso, el yo y elsuperyó están afectados en una de las dos formas posibles, dependiendo de si condenan la actividad inferior de los impulsos o si la objetan. En las entidades clínicas que pertenecen al primer caso, el yo yel superyó sucumben a la presión regresiva ejercida por los hechos en el campo de los impulsos y reaccionan con su propia regresión, es decir, con una disminución de sus normas y exigencias. De este modo, se evita el conflicto interno entre el ello y el yo, y los instintos permanecen sintónicos con el yo. Por otra parte, está afectada la personalidad total del niño y reducido el nivel global de maduración, circunstancia que conduce a muchas formas problemáticas de conducta infantil
103
atípica, delincuente y limítrofe. En el detalle clínico, los trastornos resultantes dependen de la intensidad de los movimientos regresivos en ambos terrenos, de los componentes particulares de los impulsos o las funciones del yo y del superyó que están afectadas y, finalmente, de las nuevas formas de interacción entre el ello y el yo en el nivel en que el proceso regresivo se haya detenido. Debido a la comparativa debilidad e inmadurez del yo infantil, la extensión de la regresión hacia ambos campos de la personalidad es más característica de la niñez que de la edad adulta, aunque no está por completo ausente en esta última. El segundo .caso se refiere a aquellos niños cuyos yo y superyó están mejor organizados desde una temprana edad en adelante y que son capaces de mantenerse firmes en presencia de la regresión de los impulsos. En muchos sentidos, sus funciones han alcanzado el estado que designamos, con Hartmann (1950 b), autonomía secundaria del yo, es decir un grado de independencia de los hechos que se producen en el ello. En lugar de aceptar las crudas fantasías e impulsos sexuales y agresivos que aparecen en la mente consciente después que la energía de los impulsos ha regresado a los puntos de fijación, estos niños se horrorizan de ellas, las rechazan con ansiedad; bajo la presión de esta ansiedad utilizan primero los variados mecanismos de defensa y si fracasan, recurren a la formación de compromisos y síntomas. En suma, desarrollanconflictos internos que conducen a los cuadros familiares de las distintas neurosis infantiles. La historia de ansiedad, las fobias , el pavor nocturno, las obsesiones, los rituales, los ceremoniales a la hora de acostarse, las inhibiciones y las neurosis del carácter pertenecen a esta categoría diagnóstica. La diferencia entre la regresión de los impulsos tanto de carácter sintónico como dístónico con el yo, está mejor ilustrada con referencia a las regresiones desde la fase fálica a la sádico-anal, típica en los varones en el momento cúlmine de su temor a la castración motivado por el complejo de Edipo. Los niños en quienes la regresión del yo y del superyó se presenta inmediatamente después de la regresión de los impulsos, se vuelven en este momento más sucios o más agresivos, o más apegados y posesivos, o más pasivo-femeninos en su conducta, o exhiben una combinación de estos variados atributos que están incluidos en la sexualidad de la fase anal. En estos pacientes es característico que no les importe retornar a las actitudes que ya habían superado. Aquellos otros niños cuyos productos del yo son tan poderosos como para resistir la regresión y que reaccionan con típica ansiedad, culpabilidad y actividad defensiva no desarrollan los mismos síntomas o rasgos del carácter en todos los 104
casos, pero sí una variedad de ellos, de acuerdo con los elementas específicos de los impulsos, a los cuales oponen fuertes objeciones. Cuando las tendencias a la suciedad, sádicas y pasivas, son rechazadas por el yo y el superyó con igual intensidad, la defensa se extiende sobre todo el campo y la sintomatología es profusa. Cuando sólo uno u otro es seleccionado, los síntomas estarán restringidos a una tendencia a la limpieza excesiva, temor a la polución, compulsión de lavarse las manos, o bien a la inhibición de la actividad y competencia, al temor de transformarse en mujer, o a estallidos compensadores de agresividad masculina, etc. En todo caso, el resultado es indiscutiblemente neurótico, sea como síntomas obsesivos aislados o comienzos de la formación de un carácter obsesivo. También es cierto que en estos casos el yo está finalmente afectado por la regresión y se torna más infantil, pero esto es un hecho secundario debido a mecanismos primitivos de defensa tales como la negación, el pensamiento mágico, el aislamiento, la anulación (hacer y deshacer) que se ponen en acción además de las represiones y formaciones reactivas más adecuadas al yo. También esta regresión está limitada a las funciones yoicas. Con respecto al nivel y severidad del ideal del yo y de las exigencias del superyó, no hay movimientos regresivos; al contrario, el yo continúa realizando los esfuerzos más extraordinarios para satisfacerlas.
LA EVALUACION POR MEDIO DEL TIPO DE ANSIEDAD Y DE CONFLICTO En el curso del crecimiento normal cada niño atraviesa una serie de pasos que conducen desde el estado inicial de comparativa indiferenciación hasta la estructuración completa final de la personalidad en el ello, el yo y el superyó. La división entre el ello y el yovcon los diferentes tipos de funcionamiento y los diversos objetivos e intereses válidos para cada uno, se continúa por la división dentro del yo, después de la cual el superyó, el ideal del yo y el ideal del sí mismo asumen el papel de guías y críticos de los pensamientos y acciones del yo. La integridad o el daño del crecimiento a este respecto y la posición exacta del niño en esta línea vital del desarrollo se revelan al examinador por medio de dos tipos de manifestaciones evidentes: por la naturaleza de los conflictos del niño y por el tipo prevalente de sus ansiedades. Con respecto a los conflictos hay tres posibilidades primordiales. La primera consiste en que el niño y el ambiente tienen propósitos contrarios, lo que sucede cuando bajo los dictados del principio del placer, el yo del niño se pone del lado del ello
105
I
en la prosecución de la necesidad, de los impulsos y la realización del deseo, mientras que el control de los derivados del ello está reservado al mundo exterior. Este es un estado legítimo en la niñez temprana antes de que el ello y el yo se hayan separado decisivamente el uno del otro, pero se considera como "infantil" si persiste en edades posteriores o si el niño regresa a esta situación. Las ansiedades coordinadas con este estado y características desde el punto de vista diagnóstico, son provocadas por el mundo exterior y adoptan diferentes formas de acuerdo con una secuencia cronológica que se desarrolla en la forma siguiente: temor de ser aniquilado como consecuencia de la pérdida del objeto que lo cuida (es decir, angustia de separación durante el período de unidad biológica con la madre); temor de la pérdida del amor del objeto (después de haber alcanzado el estadio de la constancia objetal); temor de sercriticado y castigado por el objeto (durante la fase anal-sádica cuando este temor está reforzado por la proyección de la propia agresión infantil); temores de castración (durante el período fálico-edípico) . El segundo tipo de conflicto se establece después de identificarse con las fuerzas externas y de la introyección de su autoridad en el superyó. La razón de este choque puede ser la misma que ya hemos señalado, es decir, perseguir la realización de impulsos y deseos, pero el desacuerdo se produce ahora internamente entre el yo y el superyó. Con respecto a las ansiedades, este choque se manifiesta a través del miedo del superyó, es decir, de sentimientos de culpa. Para el diagnosticador la aparición de sentimientos de culpa es un signo indudable de que ya se ha hecho un avance extremadamente importante en la estructuración, es decir, el establecimiento de un superyó operante. Es característico del tercer tipo de conflicto que las condiciones externas no tengan influencia sobre ellos, bien directamente, como en el primer tipo, o indirectamente, como en el segundo. Esta clase de choques se deriva exclusivamente de las relaciones entre el ello y el yo y de las diferencias intrínsecas entre sus organizaciones. Los representantes de los impulsos y los afectos de cualidades opuestas, tales como el amor y el odio, la actividad y la pasividad, las tendencias masculinas y femeninas, conviven pacíficamente en el ello mientras el yo es inmaduro. Pero se tornan incompatibles y se convierten en una fuente de conflictos tan pronto como la función sintética del yo en proceso de maduración empieza a operar sobre ellos. Por otra parte, todo aumento en la urgencia de los impulsos es experimentada por el yo inmaduro como una amenaza asu organización y como tal da origen a conflictos, que siendo de carácter interno provocan gran ansiedad en el niño; pero en contraste con el temor y la culpa, esta ansiedad permanece en
106
las profundidades y no puede identificarse con certeza en la base diagnóstica sino sólo durante el análisis. La clasificación de los conflictos en externos, internalizados y verdaderamente internos contribuye a crear una escala en cuanto al orden de gravedad de los trastornos infantiles que están basados, esencialmente, en conflictos. En lo que concierne a la terapia también contribuye a .explicar por qué algunos casos mejoran con el tratamiento de las condiciones ambientales (aquellos basados en conflictos externos); por qué otros son accesibles solamente a la intervención interna pero no necesitan más que períodos promedios de análisis (conflictos internalizados}; mientras que un cierto número de niños requieren tratamiento analítico intenso durante un período prolongado y se presentan al analista con dificultades excesivas (verdaderos conflictos internos). (Véase S. Freud, 1937.)
LA EVALUACION POR MEDIO DE CARACTERISTICAS GENERALES El analista de niños que tiene la tarea de evaluar el significado de los trastornos infantiles también debe dar su opinión con respecto a las perspectivas futuras de su salud o enfermedad mental. Este pronóstico se basa no sólo en los detalles del trastorno infantil existente sino también en ciertas características generales de la personalidad que juegan un papel esencial en el mantenimiento del equilibrio interno. Estas características son una parte integrante de la constitución individual, es decir, ellas son innatas o adquiridas bajo la influencia de las primeras experiencias del infante. Puesto que el yo es el encargado de mediaren sí mismo, y entre el yo y el medio, estos rasgos son en su mayor parte características del yo. Estos factores estabilizadores se refieren a una alta tolerancia para las frustraciones; un buen potencial para sublimar; modos efectivos de enfrentar la ansiedad; y una fuerte pulsión a completar el desarrollo. La tolerancia de frustraciones y el potencial de sublimación
La experiencia demuestra que la perspectiva del niño de mantener su salud mental está estrechamente ligada con su reacción al displacer liberada cuando los derivados de los impulsos permanecen insatisfechos. Los niños varían mucho a este respecto, aparentemente desde el comienzo. Algunos no pueden tolerar ninguna demora o disminución en la satisfacción de sus necesidades y su protesta consiste en impaciencia, hostilidad e infelicidad; insisten en la satisfacción inmodificada del 107
deseo original y rechazan todas las satisfacciones sustitutivas o comprometidas con la necesidad. Por lo general, esto se observa primero en la alimentación pero se extiende también a las fases posteriores como una respuesta habitual a toda contrariedad de sus deseos. En contraste, otros niños toleran las mismas cantidades de frustración con comparativa ecuanimidad o reducen de manera sistemática, cualquier tensión que experimentan, aceptando gratificaciones sustitutas. Este tipo de respuesta se lleva a cabo desde las fases más tempranas a las posteriores. Obviamente, el primer grupo es el que está en peligro. Las cantidades no disminuidas de tensión y ansiedad con que su yo debe luchar se mantienen bajo un control muy precario por medio de defensas primitivas tales como la negación y la proyección, o se descargan periódicamente en forma de estallidos caóticos de malhumor. Hay una distancia muy corta entre estos mecanismos y la patología, es decir, la producción de síntomas neuróticos, delictivos o perversos. Los niños del segundo grupo permanecen normales bajo las mismas condiciones, o encuentran alivio a través del saludable desplazamiento y neutralización de la energía de los impulsos que dirigen hacia fines aceptables. No existe la menor duda que esta capacidad para sublimar actúa como una valiosa salvaguardia para su salud mental.
El control de la ansiedad Hay poca diferencia entre los niños con respecto al tipo de ansiedad que experimentan, pues, como mencionamos anteriormente, son productos secundarios invariables de las fases consecutivas de la unión biológica con la madre (angustia de separación); de la de relaciones objetales (miedo a la pérdida del cariño objetal); del complejo de Edipo (angustia de castración); de la formación del superyó (culpabilidad). No es la presencia o la ausencia, la calidad, ni aun la cantidad de la ansiedad lo que permite pronosticar la futura salud o enfermedad mental; lo realmente significativo a este respecto es sólo la capacidad del yo para enfrentar la ansiedad. Aquí, las diferencias entre un individuo y otro son muy pronunciadas y la oportunidad de mantener el equilibrio mental varía de acuerdo con esta disposición. Si las demás circunstancias son iguales, los niños que están más predispuestos a ser víctimas de trastornos neuróticos en etapas posteriores son aquéllos incapaces de tolerar cantidades moderadas de ansiedad. En este caso, se ven forzados a negar y reprimir todos los peligros externos e internos que son fuentes potenciales de ansiedad', o proyectar los peligros internos hacia el mundo exterior, lo que hace a este último mucho más te-
108
mible, o retirarse fóbicamente de las situaciones de peligro para evitar los ataques de ansiedad. En suma, estos niños establecen una pauta para la vida posterior en la que la liberación de la ansiedad manifiesta debe mantenerse a cualquier p r ecio, y esto se logra por medio de actitudes defensivas constantes que favorecen resultados patológicos. . Los niños con pos ibilidades favor ables de salud mental son aquellos que se enfrentan con las mismas situaciones peligrosas de manera activa por medio de los recursos del yo t ales como la comprensión intelectual, el razonamiento lógico, el cambio de las circunstancias externas, los contraataques agresivos: los que tratan de dominar la situación en vez de retirarse. P uest o que así pueden enfrentarse con grandes cantidades de ansiedad, en consecuencia pueden prescindir del exceso de actividades defensivas, formaciones de compromiso y s íntomatología.s Las tendencias regresivas y progresivas
Mientras que en todos los niños existen fuerzas tanto regresivas como progresivas como elementos legítimos del desarrollo, la proporción de la intensidad entre ambas varía de uno a otro individuo. Existen niños para los cuales, desde muy t em pr ano, toda experiencia nueva mantiene la promesa de placer, sea probar gustos y consistencias nuevos en la comida; sea el avance de la dependencia hacia la independencia en la motricidad; sea el distanciamiento de la madre hacia nuevas aventuras, juguetes, compañeros; o el avance desde el hogar hacia el jardín de infantes, la escuela, etc. Sus vidas están dominadas por los deseos de ser "grande", de "hacer lo mismo que los adultos", y la realización parcial normal de esos deseos los compensa de las dificultades, las frustraciones y las desilusiones habituales que encuentran en su camino. Los niños del tipo opuesto experimentan el proceso de crecimiento en todos los niveles como una privación de las formas previas de gratificación. No se destetan de manera espontánea, como sería lo adecuado para su edad, sino que se apegan al pecho materno o al biberón y convierten este paso en un hecho traumático; temen las consecuencias de ser mayores, de aventurarse, de conocer gente extraña y, más tarde, de asumir responsabilidades, etcétera. 2 Este dominio activo de la ansiedad no debe confundirse con las bien conocidas tendencias contrafóbicas del niño. En el primer caso, el yo se enfrenta directa y saludablemente con el peligro mismo, mientras que en el segundo caso, el yo se defiende secundariamente contra las actitudes fóbicas establecidas. El control activo de la ansiedad fue descripto de manera muy efectiva por O. Isakower en un informe verbal acerca de un niño atemorizado que expresó con envidia: "Aun los soldados tienen miedo; pero ellos tienen suerte porque no les importa".
109
La distinción clínica entre los dos tipos se establece mejor por la observación de las reacciones infantiles con relación a alguna experiencia importante tal como la enfermedad somática, el nacimiento de un hermano, etc. Cuando las tendencias progresivas sobrepasan las regresivas, el niño responde a períodos prolongados de enfermedad con un aumento en la madurez del yo, o responde al nacimiento de un bebé en la familia reclamando para sí la posición y los privilegios del hermano o hermana "mayor". Cuando la regresión es más fuerte que la progresión, las enfermedades somáticas hacen al niño más infantil y el nací.miento de un hermano se convierte en una razón para abandonar sus logros y desear para sí el estado de bebé. El predominio de las tendencias, sean progresivas o regresivas, como un rasgo general de la personalidad, influye en el mantenimiento de la salud mental y, en consecuencia, tiene valor pronóstico. Los beneficios del placer que experimentan con el crecimiento, el desarrollo y la adaptación ayudan a los niños del primer grupo. Los niños del segundo tipo están más expuestos a detenciones en los puntos de transición entre los distintos niveles del desarrollo, en especial a establecer puntos de fijación, a sufrir de desequilibrio emocional y a refugiarse en la formación de síntomas.
UN PERFIL METAPSICOLOGICO DEL NIÑO La investigación durante el proceso de evaluación produce una gran cantidad de información constituida por datos de diverso valor y que se refieren a campos y capas diferentes de la personalidad infantil: orgánica y psíquica, ambiental, elementos congénitos e históricos; hechos traumáticos y beneficiosos; desarrollo pasado y presente; conducta y logros personales; éxitos y fracasos ; defensa y sintomatología, etc. Aunque todos los datos que se recogen merecen una cuidadosa investigación, incluyendo la verificación o la corrección posterior durante el tratamiento, es básico para el pensamiento analítico que el valor de los distintos ítems de información obtenidos no debe ser juzgado de manera independiente, es decir, que cada uno se relacione con el conjunto al que pertenece. Los factores hereditarios dependen para su impacto patógeno de las influencias accidentales con las que interactúan. Los defectos orgánicos como las anomalías congénitas, la ceguera, etc., dan lugar a las más variadas consecuencias psicológicas de acuerdo con las circunstancias del ambiente y los recursos mentales del niño. La ansiedad, como ya fuera descripto, no puede evaluarse suficientemente sobre la b ase de la . calidad o la cantidad, desde que su impacto patógeno depende de los me-
110
canismos o la capacidad para enfrentarla (Murphy, 1964) y de los recursos defensivos del yo. El mal genio del niño y sus acciones irracionales deben examinarse en relación con las pautas de conducta de la familia, y la evaluación de los casos en que el niño desarrolló estas formas de conducta de manera independiente debe diferir de aquellos casos en que las ha adoptado por imitación e identificación. Los hechos traumáticos no deben evaluarse superficialmente, sino traducirse en su significado específico en cada caso. Los atributos tales como el heroísmo o la cobardía, la generosidad o la avaricia, la rac íonalidad o la irracionalidad deben comprenderse de manera diferenciada en los distintos individuos, y juzgarse a la luz de sus raíces genéticas, de su fase y edad de adecuación, etc. Por consiguiente, cualquiera de estos elementos obtenidos aunque idénticos en nombre pueden ser totalmente diferentes en su significado en un marco personal distinto. De la misma manera que estas variables no se prestan para comparaciones con otras supuestamente idénticas en otros individuos, tampoco ofrecen una base confiable para la evaluación diagnóstica cuando se examinan fuera del contexto al que pertenecen, es decir, sin relacionarlas con otros campos de la estructura de la personalidad. En la mente del analista todo el material recogido durante el procedimiento diagnóstico se organiza en lo que podemos llamar un perfil metapsicológico comprensible del niño, es decir, un cuadro que contiene datos de naturaleza dinámica, genética, económica, estructural y de adaptación. Esto puede considerarse como el esfuerzo sintético del analista cuando analiza hallazgos muy discordes, o también demuestra su pensamiento diagnóstico separado analíticamente en sus distintos componentes. Este tipo de perfiles puede dibujarse en distintos momentos, es decir, después del primer contacto entre el niño y la clínica (fase del diagnóstico preliminar), durante el análisis (fase del tratamiento) y después de finalizado el análisis o el control de seguimiento .(fase terminal). Entonces, el perfil sirve no sólo como un instrumento para completar y verificar el diagnóstico sino también para evaluar los resultados del tratamiento, es decir, para controlar la eficacia del tratamiento psicoanalítico. En la fase diagnóstica, el perfil de cada caso debe comenzar con el síntoma que motivó la consulta, su descripción, su historia y antecedentes familiares y una enumeración de las influencias ambientales posiblemente significativas. Desde allí avanza hacia el cuadro interno del niño que contiene información acerca de la estructura de su personalidad; las interacciones dinámicas dentro de la estructura; algunos factores económicos qu e conciernen a la actividad de los impulsos y la intensidad
111
relativa de las fuerzas d el ello y del yo; su adaptación a la realidad, y algunas hipótesis de naturaleza genética (que deben verificarse durante y después del tratamiento ) . Entonces, dividi do en ítems, un perfil individu al puede consist ir en: Esquema del perfil di agnóstico l . MOTIVO DE CONSULTA (Det en ción del desarrollo, problem as de conducta, ansiedades, inhibiciones, síntomas, et c.). II. DESCRIPCIÓN DEL NIÑO (Apariencia personal, actitud, maneras, etc.) . III. ANTECEDENTES FAMILIARES E HISTORIA PERSONAL. IV. POSIBLES INFLUENCIAS AMBIENTALES SIGNIFICATIVAS. V. EVALUACIÓN DEL DESARROLLO. A. Desarrollo de los impulsos 1. Libido - Examinar y describir a) en relación con la fase del iiescrroüo : si en la secuencia de las fases libidinales (oral, anal, fálica, latencia, preadolescencia, adolescencia) el niño ha alcanzado la adecuación a su yo y especialmente más allá del nivel anal hasta el fálico ; si el nivel más alto alcanzado es el dominante ; si en el momento de la evaluación, este nivel más alto se mantiene o ha sido abandonado de manera regresiva por otro anterior; b) en relación con la distribución de la libido: si el yo se encuentra catectizado lo mismo que el mundo objetal y si existe suficiente narcisismo (primario y secundario, investido en el cuerpo, el yo o el superyó) para asegurar su respeto de sí mismo, su autoestima, un sentido de bienestar sin llegar a una sobreestimación de sí mismo, indebida independencia objetal, etc.; describir el grado de dependencia de la propia estimación de las relaciones objetales; c) en relación con la li:bido de los objetos: si en el nivel y calidad de las relaciones objetales (narcisista, anaclítica, constancia objetal, preedípica, edípica, postedípica, adolescente) el niño ha progresado de acuerdo con su edad; si en el momento de la evaluación, el nivel más alto alcanzad? se mantiene o ha sido abandonado regresivamente; 112
si las relaciones objetales existentes se corresponden con el nivel mantenido o en regresión de la fase de desarrollo. 2. Agresión - Examinar las expresiones agresivas que se encuentran a la disposición del niño: a) de acuerdo con su cantidad, es decir, presencia o ausencia en el cuadro manifiesto; . b) de acuerdo con su calidad, es decir, la correspondencia con el nivel del desarrollo de la libido; c) de acuerdo con su dirección, hacia el mundo objetal o hacia el propio yo. B. El desarrollo del yo y del superyó
a) Examinar y describir la normalidad o las deficiencias del aparato del yo, que sirven a la percepción, la memoria, la motricidad, etcétera; b) examinar y describir en detalle la normalidad o anormalidad de las funciones del yo (memoria, prueba de la realidad, síntesis,control de la motricidad, el habla, los procesos secundarios del pensamiento). Investigar especialmente deficiencias primarias. Anotar la falta de uniformidad en los niveles alcanzados. Incluir los resultados de los tests de inteligencia. c) examinar en detalle el estado de la organización de las defensas y considerar: si la defensa es empleada específicamente contra los impulsos individuales (que deben identificarse) o, por lo general, contra la actividad de los impulsos y el placer instintivo como tal; si las defensas son adecuadas al yo, demasiado primitivas o demasiado precoces; si la defensa está equilibrada, es decir, si el yo tiene a su disposición muchos mecanismos importantes o si está restringido a utilizar unos pocos de manera excesiva; si la defensa es efectiva, especialmente en el control de la ansiedad, si ello resulta en equilibrio o desequilibrio, labilidad, movilidad o paralización dentro de la estructura; si las defensas del niño contra los impulsos dependen, y hasta qué punto, del mundo objetal, o son independientes del mismo (desarrollo del superyó). d) anotar toda interferencia secundaria en la actividad de113
fensiva con los logros del yo, es decir, el precio pagado por el individuo para mantener la organización defensiva." VI. EVALUACIONES GENÉTICAS (las regresiones y los puntos de fijación)
Desde que presumimos que las neurosis infantiles (y algunos trastornos psicótícos de los niños) se inician en las regresiones de la libido hacia los puntos de fijación en los niveles anteriores, la localización de estos puntos problemáticos en la historia del niño es uno de los intereses vitales del examinador. Durante el diagnóstico inicial se delatan los campos siguientes: a) por ciertas formas de conducta manifiesta que son características de determinados niños y que permiten arribar a ciertas conclusiones con respecto a los procesos subyacentes al ello que han sufrido represiones y modificaciones pero que han dejado una huella inconfundible. El mejor ejemplo 10 constituye el carácter obsesivo manifiesto, en donde la limpieza, el orden, la puntualidad, la acumulación de objetos, las dudas, las indecisiones, etc., traicionan las dificultades especiales experimentadas por el niño cuando luchaba con los impulsos de la fase sádico-anal, es decir una fijación a esa fase. De manera similar, otros rasgos del carácter o actitudes traicionan los puntos de fijación en otros niveles o en otros campos. (La preocupación por la salud o seguridad de los padres y hermanos demuestra dificultades especiales para enfrentar deseos de muerte de la infancia; el temor a las medicinas, los caprichos alimentarios, etc., señalan la defensa contra las fantasías orales; la timidez, la defensa contra el exhibicionismo; la añoranza por el hogar a la ambivalencia no resuelta, etcétera); b) por la actividad de las fantasías del niño, algunas veces traicionadas accidentalmente durante el procedimiento diagnóstico, por lo común accesibles sólo por medio de los tests de personalidad. (Durante el análisis, las fantasías conscientes e inconscientes proporcionan, por supuesto, la información más completa acerca de las partes 3 La interacción del desarrollo de los impulsos con el desarrollo del yo y el superyó pueden evaluarse por medio de las líneas del desarrollo (véase el capítulo III) lo cual nos da una idea de qué manera la personalidad total reacciona ante cualquiera de las situaciones vitales que plantean para el niño un problema de control inmediato. Esto puede hacerse dentro del ámbito del perfil (como Parte v.c.) o como un complemento.
114
importantes desde el punto de vista patógeno de la historia de su desarrollo); e) por aquellos ítems en la sintomatología donde las relaciones entre la superficie y lo profundo están firmemente establecidas, sin posibilidad de variación, y familiares al examinador, como los síntomas de las neurosis obsesivas con sus puntos de fijación conocidos. En contraste, síntomas tales como la mentira, el hurto, la enuresis nocturna, etc., con su etiología múltiple, no suministran información genética durante la etapa diagnóstica.
VII. EVALUACIONES DINÁMICAS
Y
ESTRUCTURALES (conflictos)
La conducta es gobernada por el juego de fuerzas internas y externas o de las fuerzas internas (conscientes o inconscientes) entre sí, es decir, por el desenlace de los conflictos. Los conflictos deben examinarse y clasiñcarse en cada caso como: a) conflictos externos entre las acciones del ello-yo y el mundo objetal (creando un temor del mundo objetal); b) conflictos internalizados entre el yo-superyó y el ello después que las acciones del yo han hecho suyas las exigencias del mundo objetal y las representan para el ello (provocando sentimientos de culpa); e) conflictos internos entre impulsos insuficientemente fusionados o sus representantes incompatibles (tales como · ambivalencia no resuelta, actividad y pasividad, masculinidad y feminidad, etcétera). De acuerdo con el predominio de cualquiera de estos tres tipos es posible arribar a la evaluación de: 1. el nivel de madurez, es decir, la independencia relativa de la estructura de la personalidad del niño; 2. la severidad de sus trastornos; 3. la intensidad de la terapia necesaria para lograr la mejoría o la remisión de las alteraciones.
VIII. EVALUACIÓN DE ALGUNAS CARACTERÍSTICAS GENERALES La personalidad total del niño debe examinarse también para conocer ciertas características generales que son de probable valor pronóstico de la recuperación espontánea y de reacción al tratamiento. Examinar en este sentido los campos siguientes : . a) la tolerancia de frustraciones. Cuando (con respecto a la edad) la tolerancia para la tensión y la frustración es 115
excesivamente baja, se originará más ansiedad que la que se puede enfrentar y la secuencia patológica de la regresión, la actividad defensiva y la formación de síntomas será puesta en marcha con mayor facilidad. Cuando la tolerancia a la frustración es alta, el equilibrio se mantendrá o recobrará con mayor facilidad ; b) el potencial de sublimación del niño. Los individuos difieren ampliamente en el grado en que las gratificaciones desplazadas, con fines inhibidos y neutralizadas pueden recompensarlos por la realización frustrada de los impulsos. La aceptación de estos primeros tipos de gratificación (o la liberación del potencial de sublimación durante el tratamiento) puede reducir la necesidad de soluciones patológicas; e) la actitud general del niño hacia la ansiedad. Examinar hasta qué punto las defensas del niño contra el temor del mundo externo y de la ansiedad provocada por el mundo interior están basadas exclusivamente en medidas fóbicas y en contracatexis que están estrechamente relacionados con la patología; y hasta qué punto existe una tendencia a dominar activamente las situaciones de peligro externas e internas, lo que constituye un signo de una estructura del yo básicamente saludable y bien equilibrada; d) fuerzas progresivas del desarrollo contra las tendencias regresivas. Ambas se encuentran normalmente presentes en la personalidad inmadura. Cuando la primera sobrepasa a la segunda, las perspectivas de normalidad y recuperación espontánea están aumentadas; la formación de síntomas es de carácter más transitorio ya que los movimientos pronunciados hacia el nivel siguiente de! desarrollo alteran el equilibrio de las fuerzas internas. Cuando las tendencias regresivas predominan, las resistencias contra el tratamiento y la terquedad de las soluciones patológicas serán más formidables. Las relaciones económicas entre las dos tendencias pueden deducirse al observar la lucha del niño entre el deseo activo de crecer y su resistencia a renunciar a los placeres pasivos de la infancia.
IX.
DIAGNÓSTICO
Finalmente, es tarea del examinador integrar los ítems mencionados más arriba y combinarlos en una evaluación clínica significativa. Tendrá entonces que decidir entre una serie de posibles categorías como las siguientes: 1. que, a pesar de los trastornos manifiestos de la con116
2. 3.
4.
5.
6.
ducta diaria, el crecimiento de la personalidad del niño es esencialmente saludable y cae dentro de la amplia gama de las "variaciones de 10 normal"; que las formaciones patológicas existentes (síntomas) son de naturaleza transitoria y pueden clasificarse como productos secundarios de las tensiones del crecimiento; que existen regresiones permanentes de los impulsos hacia puntos de fijación previamente establecidos que conducen a conflictos de tipo neurótico y dan lugar a las neurosis infantiles y a los trastornos del carácter; que existen regresiones de los impulsos como en el caso anterior, más regresiones simultáneas del yo y superyó que conducen a trastornos como infantilismo, condiciones limítrofes, delincuencia o psicosis; que existen deficiencias primarias de naturaleza orgánica o privaciones tempranas que distorsionan el desarrollo y la estructuración, y producen personalidades retardadas, defectuosas y atípicas; que existen procesos destructivos (de origen orgánico, t óxico o psíquico, de origen conocido o desconocido) que han interrumpido el crecimiento mental o están a punto de hacerlo.
117
v EVALUACION DE LA PATOLOGIA PARTE 11. ALGUNOS PREESTAÍnOS INFANTILES DE LA PSICOPATOLOGIA ADULTA
Para el analista de niños, la evaluación del estadio del niño sirve a una variedad de finalidades. Algunos tienen interés práctico tales como la decisión a favor o en contra del tratamiento y la selección del método terapéutico más adecuado. Otros son teóricos y representan esfuerzos dirigidos a comprender mejor los procesos del desarrollo. Finalmente, aunque no menos importantes, están los esfuerzos por formular cuadros más claros de las fases iniciales de aquellos trastornos mentales que se conocen en sus estados finales,' y a aclarar el campo distinguiendo entre las manifestaciones patológicas transitorias y permanentes.
LAS NEUROSIS INFANTILES Existen varias razones por las cuales el analista de mnos se siente en terreno completamente seguro en presencia de esta categoría diagnóstica. Desde los días iniciales del psicoanálisis en adelante, la neurosis infantil ha sido considerada no sólo a la par con la neurosis adulta sino aun más: su prototipo y modelo. En la bibliografía analítica básica sobre este tema, se encuentra la afirmación de que la neurosis infantil tiene el significado de ser "típica y ejemplar" (S. Freud, 1909, Obras Com1 De acuerdo con un término introducido por Liselotte Frankl, para estudiar la "historia natural" de los trastornos del adulto.
119
pletas, vol. II) con respecto a las neurosis adultas ; que el análisis de las neurosis infantiles "aportan a la exacta comprensión de las neurosis de los adultos tanto como los sueños infantiles a la interpretación de los sueños ulteriores" (S. Freud, 1918, Obras Completas, vol. II); que el estudio "de las neurosis de la infancia [puede] ahorrarnos más de un error en la comprensión de las neurosis que atacan al sujeto en épocas más avanzadas de su vida" (S. Freud, 1916-1917, Obras Completas, vol. II); que el análisis "nos revela siempre ... que se trata de la consecuencia directa de una dolencia infantil del mismo género" (ídem). Además, se ha demostrado repetidamente que existe una correspondencia estrecha entre la sintomatología manifiesta de la neurosis infantil y de la adulta. En la histeria, que es común a ambas, está la ansiedad libre flotante y los ataques de ansiedad; las conversiones en síntomas físicos; los vómitos y el rechazo de alimentos; las fobias a los animales, la agorafobia. La claustrofobia, no obstante, es rara en niños en quienes en su lugar las fobias situacionales tales como fobias a la escuela, fobias al dentista, etc., juegan un papel prominente. Con respecto a la neurosis obsesiva, tanto los niños como los adultos padecen de sentimientos ambivalentes magnificados penosamente, de ceremonias a la hora de acostarse, otros rituales, compulsiones de limpieza, acciones repetitivas, preguntas, fórmulas; ambos emplean palabras y gestos mágicos o la evitación mágica de ciertas palabras y movimientos; compulsiones de contar y hacer listas, de tocar o evitar tocar, etc. Con las inhibiciones del juego y el aprendizaje en el niño corresponden restricciones similares de actividad en etapas vitales posteriores; la inhibición del exhibicionismo, la curiosidad, la agresión, la competencia, etc., produce los mismos efectos incapacitantes en la personalidad del individuo, lo mismo si ocurren en edad temprana o adulta. En los caracteres neuróticos se encuentran pocas diferencias entre el carácter histérico, obsesivo o impulsivo de la niñez y sus equivalentes posteriores, completamente desarrollados. Más importante aún que estas correspondencias en el nivel manifiesto, es la identidad que puede demostrarse entre las neurosis infantiles y adultas con respecto a su dinámica. La clásica fórmula etiológica para ambos casos es la siguiente: progreso inicial del desarrollo hasta un nivel comparativamente alto en el desarrollo de los instintos y del yo (por ejemplo, en el niño hasta la fase f'álíco-edípica, para el adulto hasta el nivel genital); un aumento intolerable de ansiedad o frustración en esta posición (para el niño, la angustia de castración en el complejo de Edipo); regresión de los instintos desde la adecuación al ¡y o hasta .los puntos de fijación pregenitales; emergencia de los impulsos pregenitales infantiles sexuales-agresivos,
120
deseos y fantasías; ansiedad y culpa en relación con éstos, movilizando reacciones defensivas por parte del yo bajo la influencia del superyó; actividad defensiva conduciendo a la formación de compromisos; como resultado, trastornos del carácter o síntomas neuróticos, cuyos detalles y -tipo se determinan por el nivel de los puntos de fijación hacia los cuales ha ocurrido la regresión, por el contenido de los impulsos y fantasías rechazados y por la selección de mecanismos de defensa particulares que se están utilizando. En los días iniciales de la práctica analítica, cuando sólo un pequeño y preseleccionado número de niños llegaban al analista, se esperaba que la mayoría de estos pequeños pacientes pertenecerían a la categoría de las neurosis infantiles y -con el pequeño Hans y el Hombre Lobo como prototipos- podrían incluirse en la fórmula etiológica descripta más arriba. Pero esta opinión cambió con el paso de la práctica privada a la apertura de centros de consulta y clínicas para niños, adonde llega una gran cantidad de material no seleccionado reclamando la atención del analista. Así se logró al principio un hallazgo descorazonador relacionado con una discrepancia entre la neurosis infantil y la del adulto. Mientras que en el adulto el síntoma neurótico individual en general forma parte de la estructura de la personalidad relacionada genéticamente, no sucede así en el niño. Aquí, los síntomas se presentan con frecuencia aislados o asociados con otros síntomas y rasgos de la personalidad de diferente naturaleza sin orígenes relacionados. Aun los síntomas obsesivos bien definidos tales como los rituales a la hora de acostarse o las compulsiones de contar aparecen en niños que por otra parte son incontrolables, inquietos, impulsivos, es decir, con personalidades histéricas; o conversiones histéricas, tendencias fóbicas, síntomas psicosomáticos aparecen dentro de estructuras del carácter de naturaleza obsesiva. Los niños bien adaptados y generalmente conscientes cometen actos delictivos únicos. Los niños incontrolables en el hogar se someten a la autoridad en la escuela y viceversa. Otra desilusión consistió en observar que a pesar de todos los vínculos existentes entre la neurosis infantil y la del adulto, no existe la menor certidumbre de poder comprobar un determinado tipo de neurosis infantil como el predecesor del mismo tipo en el adulto. Por el contrario, existe una gran cantidad de evidencia clínica que señala la dirección opuesta. Un ejemplo es el estado incontrolable de un niño de cuatro años, semejante en varios puntos al del delincuente juvenil o adulto, con respecto a que ambos liberan sus impulsos, especialmente los agresivos, y atacan, destruyen y se apoderan de lo que desean sin considerar los sentimientos de los demás. A pesar de todas estas similitudes, esta conducta delincuente temprana no se
121
convierte necesariamente en un verdadero estado delincuente posterior; el niño en cuestión puede desarrollar un carácter obsesivo o una neurosis obsesiva en lugar de convertirse en un delincuente o criminal. Muchos niños que comienzan con una fobia o histeria de ansiedad se desarrollan posteriormente como verdaderos obsesivos. Muchos con síntomas obsesivos reales tales como las compulsiones de limpieza, rituales del tacto, detallistas, etc., semejantes por completo a los adultos obsesivos mientras son pequeños, están a pesar de todo predestinados a desarrollar posteriormente no una neurosis obsesiva sino estados esquizoides y esquizofrénicos. Muchas presunciones sugieren la explicación de estas inconsistencias. Ovbiamente, aun en los casos en que los componentes instintivos dominantes son los mismos, como con el sadismo anal del neurótico delincuente y obsesivo, la elección entre las dos soluciones patológicas opuestas depende de la interacción con las actitudes del yo y éstas varían en el curso de los procesos de maduración y desarrollo. Los deseos de muerte, agresión, deshonestidad que son aceptables para el individuo en un determinado nivel del yo y del superyó, están condenados y existen defensas contra ellos en el siguiente; de aquí el cambio de rasgos delictivos a compulsivos. De otra manera, de nuevo con la maduración del yo, las defensas contra la ansiedad que utilizan el sistema motor tal como la conversión somática y las retiradas fóbicas cambian por mecanismos de defensa en los procesos del pensamiento tales como contar, las fórmulas mágicas, deshacer, aislar; esto explica el paso de la sintomatología histérica a la obsesiva. Las mezclas de síntomas histéricos y obsesivos pueden explicarse simplemente: los niños que producen trastornos histéricos de carácter permanente adquieren no obstante adicionalmente un número transitorio de síntomas compulsivos mientras pasan a través de la fase sádico-anal, para los cuales están adecuados; en otros, en quienes se está desarrollando una neurosis obsesiva permanente, las ansiedades libres flotantes , las fobias y los síntomas histéricos persisten como residuos del nivel de desarrollo que les ha precedido. En los obsesivos más pequeños, los conflictos ambivalentes y las compulsiones pueden considerarse como signos ominosos tempranos de escisiones y desarmonías dentro de la estructura, suficientemente serias como para conducir en etapa posterior a una total desintegración psicótica de la personalidad. Otro hallazgo que todos los analistas pueden confirmar en el servicio diagnóstico de las clínicas de niños es que el campo de las alteraciones mentales en la infancia es más extenso de lo esperado de acuerdo con la experiencia de la psicopatología del adulto. Entre todo este material clínico, se encuentra por supuesto el núcleo de todas las formas típicas de compulsiones, ceremo-
122
niales, rituales, ataques de ansiedad, fobias, trastornos de origen traumático y psicosomático, inhibiciones y deformaciones del carácter, que se pueden agrupar dentro del capítulo de las neurosis infantiles; o los serios retraimientos del mundo objetal y el enajenamiento de la realidad que se clasiñca dentro del capítulo de las psicosis infantiles. Pero esto no constituye de ninguna manera la mayoría. Habría que agregar las alteraciones (no orgánicas) de las necesidades vitales del organismo, por ejemplo los trastornos de la alimentación y del sueño del infante; las excesivas demoras (no orgánicas) en la adquisición de ciertas capacidades vitales tales como el control de la motricidad, del habla, de los hábitos higiénicos, del aprendizaje; los trastornos primarios del narcisismo 2 y de las relaciones objetales; los estados originados por tendencias destructivas y la destrucción de sí mismo de naturaleza incontrolable, o por derivados incontrolables de los impulsos sexuales y agresivos; las personalidades infantiles y con retardos. Algunos de estos niños nunca llegan a la fase fálico-edípica, que constituye el verdadero punto de partida de las neurosis infantiles. En algunos la organización defensiva está poco desarrollada, es primitiva y defectuosa con el resultado de que sus síntomas corresponden a irrupciones del ello más que a formaciones de compromiso entre el ello y el yo. En algunos casos, la formación del superyó es tan incompleta que los juicios morales, la culpabilidad y los conflictos internos faltan como fuerzas internas de control. Hasta el presente sólo existen formulaciones descriptivas y no dinámicas suficientemente detalladas para explicar la enorme variedad de cuadros clínicos que existen en este campo.Quizás algunos de los trastornos que sobrevienen en los primeros años de la vida representan los preestadios del desarrollo neurótico que serán transformados en una neurosis específica con los avances adecuados al yo y al superyó en la estructuración. Otros pueden representar neurosis abortivas, es decir, intentos fallidos, incompletos y a corto plazo, de las acciones del yo para corresponder a los impulsos y modificarlos. LOS TRASTORNOS DEL DESARROLLO Como mencionamos anteriormente, los trastornos mentales son numéricamente más frecuentes y más var iados en los niños que en los adultos. Su frecuencia aumenta por una parte debido a las circunstancias creadas por la dependencia del niño y, por otra parte, a los esfuerzos y tensiones relacionados con los procesos del desarrollo en sí. 2 Véase J. J . Sandler, "Tr ast or n os del narcisismo" (una serie de trabajos a publicar).
123
Tensiones externas
Debido a la incapacidad de cuidarse a sí mismos, los niños tienen que aceptar el tipo de cuidado que se les brinda. Cuando este no es extremadamente sensitivo origina un número de trastornos, los más tempranos de los cuales están ligados con el sueño, la alimentación, la evacuación y el deseo de estar acompañado. En estos cuatro campos las inclinaciones naturales propias del niño no están en armonía con muchos de los hábitos culturales y sociales de la actualidad. El niño tiene su propio ritmo de sueño, pero éste generalmente no coincide con la hora, durante el día o la noche, ni con el tiempo que la madre desea que duerma, de acuerdo con las necesidades de su horario. El niño tiene sus propios métodos para hacer la transición del estado de vigilia al sueño por medio de actividades autoeróticas tales como chuparse el dedo, masturbarse o abrazar los objetos de transición (Winnicott, 1953), pero sólo puede hacerlo libremente con la indulgencia de la madre, que por otra parte a menudo interfiere. Es una necesidad primitiva del niño el contacto estrecho y cálido de la piel de otra persona mientras se queda dormido, pero esto contraría las reglas de higiene que exigen que el niño duerma en su propia cama sin compartir la de sus padres. Los alimentos que el niño apetece, la hora en que quiere ingerirlos o la cantidad, raramente dependen de su propia decisión (excepto en el método de alimentación por solicitud de los infantes), con el resultado de que se le imponen penosos períodos de espera al hambre que padece o se lo alimenta cuando no lo desea. Excepto en los tipos más modernos de crianza, el entrenamiento del control de esfínteres comienza demasiado pronto, es decir, cuando aún ni el primitivo control muscular ni los progresos de la personalidad hacia el manejo corporal están preparados para ello. La necesidad biológica infantil de la presencia constante de un adulto que lo cuide se ignora en nuestra civilización occidental, y los niños son expuestos a largas horas de soledad debido a la concepción errónea de que es saludable para los pequeños dormir, descansar y, posteriormente, el jugar solos. Este desconocimiento de las necesidades naturales crean las primeras dificultades en el funcionamiento normal de los procesos de satisfacción de los impulsos y de las necesidades. Como resultado, las madres buscan consejo cuando sus niños tienen dificultades en conciliar el sueño o no duermen en toda la noche a pesar de estar cansados; que no comen lo suficiente o rechazan los alimentos adecuados, a pesar de la necesidad obvia de nutrir su organismo; o que lloran excesivamente y son incapaces de aceptar el consuelo ofrecido por la madre. En la medida en que estos trastornos se deben a los hábitos ambientales, pueden eliminarse si desde el principio se emplean distintos estilos de crianza. No 124
obstante, una vez establecidos, sus consecuencias no se pueden eliminar fácilmente ni siquiera cuando a través de ciertos tratamientos se realizan cambios beneficiosos. Las frustraciones y el displacer experimentados por el niño en relación con una necesidad o componente instintivo parti-cular permanecen asociados en la mente del niño. Esto debilita la efectividad y urgencia del impulso, lo hace vulnerable y en consecuencia prepara el camino para futuros trastornos neuróticos en el área comprometida (véase también A. Freud, 1946). El manejo incorrecto de las necesidades infantiles tempranas tiene repercusiones posteriores para el desarrollo patológico. En su crecimiento hacia la independencia y autosuficiencia, el niño acepta la actitud inicial de la madre, gratificante o frustrante, como un modelo para imitar y recrear en su propio yo. Cuando ella comprende, respeta y satisface los deseos de su hijo en la medida de lo posible, existen buenas posibilidades de que el yo del pequeño demuestre una tolerancia similar. Cuando ella innecesariamente demora, se opone o ignora la realización de los deseos, el yo del niño está propenso a demostrar en mayor grado la llamada "hostilidad hacia el ello", es decir, facilidad para los conflictos internos, que constituye uno de los requisitos previos del desarrollo neurótico. Tensiones internas En contraste con las tensiones determinadas por el mundo externo que en gran parte pueden evitarse, las internas son inevitables y más virulentas en aquellos casos en que el daño previo (de origen externo) ha minado la integridad orgánica de los impulsos y menos lesivas cuando la actividad de los impulsos ha permanecido normal. Pero, en esencia, son tan inevitables como los mismos procesos de maduración y desarrollo. En contraste con las formaciones patológicas de la vida adulta, estos stresses son de carácter transitorio a pesar de su intensidad y "dejados atrás" al superar la fase del desarrollo en que han aparecido.
Trastornos del sueño Al margen del cuidado y el éxito obtenido con respecto al hábito del sueño del infante durante su primer año de vida, en el segundo año, y casi sin excepción, aparecen las dificultades para conciliarlo. El niño de un año, una vez satisfechas sus necesidades corporales, no sufre dolores o incomodidad, puede quedarse súbitamente dormido en cualquier momento cuando está cansado, quizá en medio de algún juego o con la cuchara todavía en la mano. Solamente unos cuantos meses después, el mismo niño protestará cuando llega la hora de acostarse, a pesar
125
de estar cansado, moviéndose continuamente en la cama o llamando para que le acompañen por períodos más o menos largos. Se tiene la impresión de que "las batallas contra el sueño" son tan intensas como su cansancio. Lo que ha sucedido es que dormir ya no es una cuestión de naturaleza puramente física como la respuesta automática a una necesidad corporal en un individuo indiferenciado, en quien el yo y el ello, el sí mismo y el del mundo objetal no se han separado aún unos de otros. Con el aumento de la intensidad de los vínculos del niño con los objetos y su mayor compromiso en los hechos del mundo exterior, el retiro de la libido y de los intereses del yo hacia sí mismo se convierte en un requisito previo y necesario para dormir. Esto no siempre se logra sin dificultades y la ansiedad que produce contribuye a que el pequeño se aferre con más tenacidad al deseo de mantenerse despierto. Las manifestaciones sintomáticas de este estado son las continuas llamadas desde la cama por la presencia de la madre, por una puerta abierta, por un sorbo de agua, etc. Todo esto desaparece espontáneamente cuando las relaciones objetales del niño se hacen más seguras y menos ambivalentes, y cuando el yo se estabiliza lo suficiente para permitir la regresión al indiferenciado estado narcisista necesario para dormirse. De acuerdo con lo ya mencionado, los métodos espontáneos del niño para facilitar la transición del estado de vigilia al de sueño son las actividades autoeróticas como mecerse, succionarse los dedos, masturbarse y los objetos de transición como juguetes adecuados para abrazar, objetos de materiales suaves, etc. Cuando estos métodos se abandonan o cuando años más tarde el niño lucha contra la masturbación, con frecuencia se origina una nueva ola de dificultades para conciliar el sueño. Si esto sucede durante el período de latencia, los nuevos métodos que utiliza el niño para combatir el trastorno son comúnmente de naturaleza obsesiva tales como la tendencía compulsiva a contar, a leer, a pensar, etcétera. Aunque las dificultades del niño para dormirse son similares en su apariencia manifiesta a los trastornos del sueño de los adultos melancólicos o deprimidos, el cuadro metapsicológico subyacente es diferente, y así este estado del niño no debe considerarse precusor de la condición en el adulto. Ambas tienen en común la vulnerabilidad de la zona del sueño.
Trastornos de la alimentación En general sabemos algo más con respecto a los trastornos de la alimentación del niño y los caprichos alimentarios, que tienen una larga historia y pueden ser de muy variada naturaleza," Los diversos trastornos de la ingestión de alimentos se re3 Véase el capítulo' lII, "La línea de desarrollo desde la amamantación a la alimentación racional", y A. Freud (1946).
126
lacionan con las distintas fases de la línea de desarrollo hacia la alimentación independiente, a medida que las fases se suceden y superan unas a otras. Desde el punto de vista cronológico, esta secuencia sigue aproximadamente el curso siguiente. Los primeros trastornos aparecen en relación con la lactancia de pecho y son de origen mixto: con respecto a la madre puede ser obstáculos físicos, relacionados con el flujo de la leche o la forma del pezón; o bien psicológicos, relacionados con una respuesta ambivalente o ansiosa a amamantar a su hijo. El niño puede tener dificultades orgánicas, como un reflejo de succión demorado o la urgencia disminuida de alimento; o bien psicológicas, bajo la forma de una reacción negativa automática a la duda o la ansiedad de la madre. El siguiente trastorno es el frecuente rechazo de alimentos en el período del destete, aunque puede prevenirse cuando el cambio se lleva a cabo de manera muy gradual y considerada. Cuando estos trastornos son excesivos dejan generalmente su huella en forma de disgusto por la comida, aversión por sabores y consistencias nuevos, la ausencia de intrepidez para comer, y la de placer en la esfera oral. Algunas veces los trastornos producen el resultado opuesto, es decir, dan origen a una excesiva voracidad y al temor de pasar hambre. Las batallas del niño que está comenzando a caminar para comer los alimentos que le ofrece la madre expresan sus relaciones ambivalentes con ella. Un ejemplo clínico excelente se observó en un niño de alrededor de dos años el cual cuando se enojaba con su madre, no sólo escupía la comida que ésta le daba, sino que también se frotaba la lengua para desprender cualquier pedacito de comida adherida. Literalmente "no quería nada de ella". Las peleas relacionadas con la cantidad alternan con las provocadas por el tipo de comida preferido o rechazado, es decir, los caprichos y con otras relacionadas con el mecanismo de comer, o sea, los modales en la mesa. Aun más, dentro de la naturaleza de los síntomas, es la evitación disgustada de ciertas formas, olores, colores y consistencias particulares de los alimentos derivada de las defensas contra las tendencias anales; o el vegetarianismo que (si no se produce y mantiene por las influencias ambientales) es el resultado de la defensa contra las fantasías regresivas canibalistas y sadistas; o el rechazo de comidas que engordan, y a veces de todas las comidas para preservarse de fantasías como la inseminación oral y el embarazo. Puesto que estas formas variadas de conducta sintomática son manifestaciones del desarrollo cada una por derecho propio, no hay razón para temer, como los padres hacen a menudo, que las formas más leves como el rechazo de ciertas comidas, constituyen las fases previas de trastornos más severos, tales como el rechazo sistemático de todo alimento, cuando aquéllas no son
127
tratadas. A menudo son por definición transitorias y susceptibles de curación espontánea. No obstante, toda alteración excesiva de los procesos de la alimentación en las etapas tempranas de la vida dejarán residuos que aumentan y complican los trastornos de las fases posteriores. En general, los trastornos infantiles de la alimentación dejan vulnerable la zona correspondiente y preparan el terreno para las afecciones neuróticas del estómago y del apetito en la vida adulta.
Los temores arcaicos Antes que el niño desarrolle estados de ansiedad coordinados con el aumento de la estructuración de la personalidad," pasa a través de una fase de ansiedad más temprana que es desagradable no sólo para él sino también para el observador, debido a su intensidad. Estas ansiedades se denominan a menudo "arcaicas" pues su origen no puede rastrearse hasta ninguna experiencia previa de temor pero que parece formar parte de la disposición congénita. De manera descriptiva, son los miedos a la oscuridad, a la soledad, a los extraños, a situaciones y perspectivas nuevas a las que no está habituado, al trueno, algunas veces al viento, etc. Metapsicológicamente no son fobias, pues al contrario de las fobias de la fase fálica, estos temores no se basan en regresiones o conflictos o desplazamientos. En su lugar, expresan la debilidad del yo inmaduro y la desorientación de tipo pánico cuando se enfrentan con impresiones desconocidas que no pueden controlarse y asimilarse. Los miedos arcaicos desaparecen en proporción al aumento, debido al desarrollo, de las diversas funciones del yo tales como la memoria, la prueba de la realidad, los procesos de funcionamiento secundarios, la inteligencia, la lógica, etc., y especialmente con la disminución de la proyección y del pensamiento mágico.
Los trastornos de la conducta del niño que comienza a caminar Los trastornos de la conducta del niño que comienza a caminar provocan intensa preocupación, especialmente cuando asumen proporciones que la madre no puede controlar. Estas manifestaciones están vinculadas con el nivel más alto del sadismo anal y expresan sus tendencias, en parte directamente a través de la destrucción, el desorden y el desaliño, la inquietud motriz, y en parte reactivamente, por medio del apego exce4 Véase el capítulo IV, "La evaluación por medio del tipo de ansiedad y de conflicto".
128
sivo, la incapacidad de separarse de la madre, los quejidos y gimoteos, la infelicidad, los estados afectivos caóticos (incluyendo las rabietas) . A pesar de su severidad y apariencia patológica, el síndrome es de corta duración. Permanece activo mientras no existen otras formas de descarga que las motrices para los impulsos y los afectos del niño, y su intensidad disminuye o desaparece tan pronto como se abren nuevas vías de descarga, especialmente con la adquisición del lenguaje (Anny Katan, 1961) .
Una fase obsesiva transitoria El orden y la limpieza excesivos, la conducta ritualista y las ceremonias a la hora de acostarse que a menudo asociamos a la neurosis obsesiva o al carácter obsesivo, aparecen en la mayoría de los niños alrededor o inmediatamente después de culminar la fase anal. Corresponden por una parte, a las defensas establecidas como resultado del entrenamiento del control esfinteriano y por la otra, a los aspectos específicos del desarrollo del yo que por lo general, aunque no de manera invariable, coinciden con los problemas de analidad (H. Hartmann, 1950 a). El hecho de que el niño durante este período se comporte como un obsesivo crea una falsa impresión patológica. Es habitual que las manifestaciones compulsivas desaparezcan sin dejar huella tan pronto como se hayan superado las posiciones del instinto correspondiente y del yo. Por otra parte, las manifestaciones obsesivas normales de naturaleza transitoria representan una amenaza patológica permanente si por alguna razón la inversión libidinal en la fase sádico-anal ha sido excesiva, de tal manera que grandes cantidades de libido permanecen fijadas en dicha fase. En estos casos el niño regresará a la fase sádico-anal, generalmente después de alguna experiencia de temor en el nivel fálico. Sólo estas regresiones, con las defensas respectivas y las formaciones de compromiso resultantes, forman la base de una verdadera y perdurable patología obsesiva. Los trastornos de la fase fálica, preadolescencia y adolescencia La manera en que la progresión de los instintos y del yo curan o bien originan trastornos en el desarrollo está demostrada con mayor convicción en aquellos puntos de transición entre las fases, en donde no sólo la calidad sino también la cantidad de la actividad de los impulsos se modifican. Un ejemplo lo constituye la extrema angustia de castración, los deseos y temores de muerte junto con las defensas contra ellos, que dominan la escena en el momento culminante de la fase fálico-
129
edípica, y que crean las bien conocidas inhibiciones, las sobrecompensaciones de masculinidad, la pasividad y los movimientos regresivos durante este período. Este conjunto de síntomas desaparece como por arte de magia tan pronto el niño da los primeros pasos hacia el período de latencia, es decir, como una reacción inmediata a la disminución de la actividad de los impulsos, determinada biológicamente. Comparado con el niño de la fase edípica, el pequeño del período de latencia está sin lugar a dudas menos importunado por conflictos. Sucede lo contrario en el punto de transición desde el período de latencia hacia la preadolescencia. En este momento, las modificaciones en la calidad así como en la cantidad de los impulsos y el aumento en las variadas tendencias pregenitales primitivas (especialmente orales y anales) originan una falla severa de la adaptación social, de las sublimaciones y en general de los logros de la personalidad alcanzados durante el período de latencia. La impresión de salud y de racionalidad desaparecen otra vez y el preadolescente parece menos maduro, menos normal y a menudo con inclinaciones hacia la delincuencia. Este cuadro cambia una vez más con la llegada de la adolescencia propiamente dicha. Las tendencias genitales que emergen actúan como curas transitorias para las inclinaciones pasivo-femeninas adquiridas durante el complejo de Edipo negativo y retenidas durante el período de latencia y la preadolescencia. También concluyen con la pregenitalidad difusa de la preadolescencia. Al margen de todo esto, como ha sido descripto por varios autores (por ejemplo, Eíssler, 1958; Geleerd, 1958), la adolescencia produce su propia sintomatología que en los casos más severos es de naturaleza cuasi-asocial, cuasi.psicótíca y de carácter limítrofe. Esta patología también desaparece cuando se deja atrás la adolescencia." 5 En su monografía "La neurosis infantil" (en prensa) el doctor H. Nágera sugiere dividir los trastornos del desarrollo en la forma siguiente: a) interferencias o trastornos en el desarrollo, definidos como casos cuando el ambiente impone al niño exigencias que no son razonables ni adecuadas a su yo y a las cuales no puede controlar sin grandes trastornos; b) conflictos del desarrollo, definidos como experimentados por todos los niños en mayor o menor grado, cuando el ambiente impone ciertas exigencias específicas en las fases adecuadas del desarrollo o bien cuando se alcanzan niveles de maduración y desarrollo que provocan conflictos específicos; e) conflictos neuróticos, definidos como los que se originan entre la actividad de los impulsos y las exigencias internalizadas, es decir, precursores' del sup er y ó; d) la neurosis infantil.
130
ASOCIALIDAD, DELINCUENCIA Y CRIMINALIDAD COMO CATEGORIAS DIAGNOSTICAS EN LA NIÑEZ ELfactor edad en el desarrollo social, legal y psicológico •
Además de las categorías diagnósticas analizadas en las secciones precedentes, existen otras que no pueden aplicarse sin modificaciones a los niños o de los cuales ciertos períodos de la niñez están por completo exentos. Son ejemplos la asocialidad, la delincuencia y la criminalidad. Las incertidumbres acerca de su aplicación se reflejan claramente en el campo legal, en los activos debates relacionados con la edad límite por debajo de la cual el niño que comparece ante el juez debe clasificarse simplemente como "sin control", "que necesita cuidado y protección"; 6 o hasta qué edad debe mantenerse al menos la "presunción de ausencia de responsabilidad criminal", la cual debe ser refutada por medio de evidencia, más completas cuanto más se acerca el niño a los ocho años; 7 hasta qué edad debe concederse al joven acusado el "beneficio de la edad" cuando se comprueba la existencia de intención." La tendencia a las recomendaciones aún consideradas en Inglaterra y en otros países, es hacia el aumento de estos límites de edad y especialmente de la edad que implica responsabilidad plena dentro de la ley." Como sucede en el ámbito legal, también en el educacional y psicoanalítico encontramos incertidumbre con respecto a las edades en las cuales las designaciones de asocial, delincuente y criminal son adecuadas. Por derecho, no deberíamos aplicarlas a los más tempranos desacuerdos entre el niño pequeño y su ambiente, aun cuando manifiesten una conducta desordenada y destructora y sean extremadamente alarmantes para la familia, es decir, para la primera comunidad social a la que el niño pertenece. La presunción de ausencia de intención cri6 En Inglaterra, hasta la edad de ocho años; antes de la cual se lo considera incapaz de intención criminal y de cometer delitos en el sentido técnico. 7 En Inglaterra, hasta la edad de catorce años. 8 En Inglaterra, de catorce a diecisiete años. 9 En Inglaterra se recomienda elevar la edad para la posibilidad de intento criminal hasta doce y posteriormente catorce años. En los Estados Unidos la edad límite se ha elevado de siete hasta dieciséis, dieciocho y aun veintiún años en algunos Estados. En el continente europeo la edad promedio es de trece o ca tor ce años. En el derecho internacional, los criminólogos han acordado que es "deseabl e que la edad para los fines de la ley penal en lo s países europeos no debe fijarse por debajo 'de los 18 años". Véase para mayor información T . E. James (1962, págs. 124, 125, 129, 158-160). Para las edades correspondientes en los Estados Unidos, véase Neil Peck (1962) .
131
minal en el sentido legal es comparable desde el punto de vista psicoanalítico con la noción de que del niño pequeño no puede decirse que se comporte de manera "social" o "asocial" antes de haber adquirido por lo menos la capacidad para percibir y comprender el medio social al que pertenece y pueda identificarse con las reglas que lo gobiernan. De acuerdo con la ley, creemos que la adquisición de esta capacidad es una función del avance de la edad y de la madurez, aunque esperamos verlas desarrollarse antes y no después de las edades mínimas estipuladas por la ley. También de acuerdo con el procedimiento legal, damos al individuo en desarrollo el "beneficio de la edad" cuando evaluamos la adaptación social, puesto que consideramos esta última como un proceso gradual ligado con el desarrollo de los impulsos, el yo y el superyó, y en general dependiente de su curso. Pero a pesar de todas estas convicciones teóricas y en completa oposición con el uso legal, cuando se trata de la práctica clínica y educacional no podemos dejar de pensar o hablar incluso de los menores de cinco años que se comportan de manera antisocial, asocial, etc., o que demuestran "asocialidad latente" (Aichhorn, 1925). Obviamente, esta práctica está basada en la creencia de que existen varios niveles intermedios de adaptación social que el niño debe alcanzar a determinadas edades, y de que tenemos derecho a alarmarnos si no observamos en su conducta evidencia ostensible de este progreso en los momentos adecuados, es decir, si la esperada cronología del desarrollo social gradual está destruida. De acuerdo con nuestro concepto psicoanalítico, el logro final de la adaptación social es el resultado de un número variado de progresos en el desarrollo. Es útil enumerarlos y examinarlos en detalle, porque de esta manera establecemos los requisitos previos para predecir los trastornos masivos futuros cuando sólo se encuentran presentes las indicaciones más ligeras de desarmonía, de desniveles en el crecimiento, o de una respuesta inadecuada al ambiente. Este esfuerzo también dispone efectivamente de la concepción que considera la asocialídad como una entidad nosológica basada en una causa específica, sea ésta considerada interna (tal como "deficiencia mental" o "insania moral") o externa (tal como hogares destruidos, desacuerdos de los padres, negligencia del niño, separaciones, etc.). A medida que dejamos de pensar en las causas específicas de asocialidad somos capaces de concebir las transformaciones favorables o desfavorables de la autoindulgencia y de la tendencia asocial, y de actitudes que normalmente forman parte de la naturaleza original del niño. Todo esto ayuda a construir las líneas del desarrollo que conducen a resultados patológicos, aunque éstas resulten más complejas, menos definidas y con una gama más amplia de 132
posibilidades que las líneas del desarrollo normal, cuyo intento de exposición se llevó a cabo en el capítulo anterior. El recién nacido como una ley , en sí mismo El recién nacido comienza la vida, no sin leyes sino con sus reacciones gobernadas por un principio interno supremo de acuerdo con el cual disfruta las experiencias placenteras, rechaza el displacer y lucha por reducir la tensión. Es significativo para su desarrollo posterior, que consiga operar por su cuenta este principio del placer en tanto pueda su propio cuerpo gratificar sus necesidades y exigencias instintivas, por ejemplo, en el campo limitado de las satisfacciones autoeróticas. En cuanto a estas concierne (mecerse, succionar el dedo, distintas formas de masturbación) es, y puede permanecer, una "ley en sí mismo".lO
La madre como el primer legislador externo Puesto que en todos los otros aspectos el pequeño es incapaz de satisfacer sus necesidades por sí mismo, el principio del placer, a pesar de ser una ley interna enclavada dentro del propio niño, debe complementarse desde el exterior por la madre que provee o retiene la satisfacción. Debido a esta actividad, la madre se convierte no sólo en el primer objeto del niño (anaclítico, que satisface las necesidades) sino también en el primer legislador externo. Las primeras leyes externas con las cuales confronta a su hijo conciernen al horario y a la cantidad de sus satisfacciones. A este respecto, los diferentes tipos de crianza varían de manera amplia en cuanto al grado en que toman en cuenta las leyes innatas del niño o las violentan. Los ejemplos extremos de este último caso son los métodos que no consideran el sufrimiento y donde el placer es mantenido al mínimo en interés del entrenamiento y condicionamiento de las necesidades (tales como el método de Truby King); ejemplos del primer caso son Jos regímenes basados en la declarada intención de . seguir el principio del placer, es decir, de reducir el displacer y las frustraciones y de aumentar las experiencias placenteras hasta los límites de que la madre es capaz (tal como alimentar al bebé sólo cuando lo pide). Los recién nacidos y los niños tienen poca o ninguna alternativa para aceptar o rechazar la forma de satisfacer sus necero Si no existen interferencias indebidas del ambiente o después de la estructuración del sentimiento de culpa.
133
sidades. Al ser incapaces de m anten er su pr opia existencia, las reglas impuestas por el ambiente reinan supremas. No obstant e, las prim eras escaramuzas entre el niñ o y el ambient e t ienen lugar en el campo de batalla del cuidado corporal, al mismo tiempo que ambas partes proporcionan sus primeras impresi on es el uno del otro. El pequeño experiment a el r égimen impuesto como una fuerza amistosa u hostil, de acuer do con la sensibilidad o insens ibilidad hacia el principio del placer que la madre despliegue en su cuidado. La madre, por su parte, tiene la pr imer a oportunidad de experimentar a su hijo , bien como un niño sumiso, acomodaticio, "fácil", bien como infl exible, volun t ar ioso y "difícil " según la gracia, buena o mala, con la que forzosamente se somete a las reglas benéficas o adversas y a los reglamentos que la madre impone en la satisfacció n de sus necesidades. El control externo ex tendido a los im pu lsos
A medida que la infancia se deja atrás, las discrepancias entre el principio interno del placer y la realidad externa se extienden gradualmente desde el dominio de las necesidades corporales básicas (por alimentos, calor, sueño, bienestar corporal) hacia los principales derivados de los impulsos (t ales como los sexuales-pregenitales, los agresivos-destructivos, los egoístasposesivos). Es tan natural para el niño buscar la gratificación de todos estos instintos con urgencia, prontitud y completa autoindulgencia como es inevitable para el mundo adulto imponer restricciones en la satisfacción de acuerdo con Jos dictados de la realidad, lo cual incluye la evitación de peligros para el niño mismo, para otras personas, para la propiedad y posteriormente, las transgresiones a las reglas comunes de la decencia social. Los choques entre estos intereses externos e internos se manifiestan en muchos actos de desobediencia, desenfreno, travesuras, berrinches, etc., del niño normal. Internalización del control externo de los impulsos
Cuando la realización de los impulsos y de los deseos, su aceptación o su rechazo, depende de la autoridad externa, representa una dependencia moral y como tal indica inmadurez. Casi toda la formación del carácter y la personalidad tal cual la conocemos, puede considerarse también como remedio de esta humillante situación y como adquisición de las personas maduras del derecho a juzgar sus propias acciones. Por supuesto, el crecimiento hacia la independencia moral n o es un
134
proceso libre de conflictos, sino todo lo contrario, es decir, el resultado de una lucha dinámica en la cual las capacidades y energías a disposición del individuo se depositan en un lado u otro. A continuación, estas etapas se descubren bajo diferentes encabezamientos según favorezcan o dificulten el proceso de sociali zación .
Los principios reguladores del funcionamiento mental y su influencia en los procesos de socialización El principio del placer en su forma original y su modificación posterior, el principio de la realidad, son ambos leyes internas cada una válida para períodos, zonas e intereses específicos de la personalidad. El principio del placer, como se describió más arriba, es la suprema ley durante la infancia. Después de este período aún continúa regulando todo el funcionamiento relacionado estrechamente con los procesos en el ello, tales como las fantasías inconscientes y en menor grado, las conscientes, los sueños y la formación de síntomas en las enfermedades neuróticas y psicóticas. El principio de la realidad gobierna todas las finalidades normales del yo durante las últimas etapas de la niñez y en la edad adulta. Ambos principios son concepciones psicológicas que tratan de caracterizar los diferentes tipos de funcionamiento mental. Originalmente, no estaban dirigidos a implicar juicios de valor moral o social. Por otra parte, las implicaciones para el desarrollo social y moral son demasiado obvias para ignorarlas. El funcionamiento de acuerdo con el principio del placer significa la aceptación, como finalidad suprema, de la inmediata e indiscriminada satisfacción de las necesidades e impulsos sin tomar en consideración las condiciones externas; por consiguiente, esto es sinónimo de la absoluta ignorancia de las normas ambientales. El funcionamiento de acuerdo con el principio de la realidad restringe, modifica y posterga la gratificación en interés de la seguridad, es decir, deja lugar a la evitación de consecu en cias desfavorables que pudieran surgir de los choques con el ambiente. Por consiguiente, el principio del placer está firmemente vinculado con la conducta asocial, antisocial e "irresponsable", así como el principio de la realidad es esencial para la adaptación social y el desarrollo de actitudes de acatamiento a las leyes. No obstante, sería un error asumir que la relación entre el principio de la realidad y la socialización es simple. August Aichhorn (1925) fue el primero en señalar que delincuentes y criminales pueden alcanzar un alto grado de adaptación a la realidad sin que al mismo tiempo pongan esta capacidad al servicio de la adaptación social. Es cierto 135
que la conducta social no puede realizarse a menos que el individuo haya progresado desde el principio del placer hasta el principio de la realidad. Pero no se puede afirmar que este avance por sí mismo garantiza la socialización. El avance del niño desde el principio del placer hacia el principio de la realidad significa una tolerancia creciente para la frustración de los instintos y de los deseos, para la postergación temporal de su ratificación, para la inhibición de sus finalidades, para el desplazamiento hacia otros fines y objetos, para la aceptación de placeres substitutos, todo lo cual está invariablemente acompañado de una reducción cuantitativa de la realización de los deseos. En efecto, es este crecimiento del niño en la capacidad de tolerar frustraciones que muchos autores consideran como el factor decisivo en el proceso de socialización, siendo su ausencia o su insuficiencia una razón importante para la conducta asocial y delictiva. Esta opinión, aunque válida dentro de un limitado marco de referencia, resulta una simplificación extrema cuando se aplica a todo el proceso del desarrollo social, dentro del cual deben tomarse en cuenta muchos otros elementos de igual importancia.
El desarrollo de las funciones del yo como una de las precondiciones de la socialización Si el proceso de socialización del individuo depende en buena medida del progreso desde el principio del placer al de la realidad, esto último a su vez depende de las funciones del yo que tienen que desarrollarse más allá de ciertos niveles primitivos para hacer el mayor avance posible. Las sensaciones y percepciones, por ejemplo, deben acumularse y almacenarse en la mente en forma de huellas mnémicas antes que el individuo pueda actuar con previsión y de acuerdo con su experiencia, es decir, actuar de manera adecuada a las condiciones de la realidad. Las sensaciones que provienen del mundo interno tienen que distinguirse de las percepciones producidas por estímulos externos ; es decir, la realidad de estas experiencias debe ser probada y separada de los productos de la fantasía antes de abandonar la realización de deseos por medio de la alucinación en favor de acciones determinadas tendientes a este fin. El lenguaje y con ello la introducción de la razón y la ¡lógica en los procesos del pensamiento representan por sí mismos un enorme progreso en la socialización del individuo y significa la capacidad de comprender la causa y el efecto que antes no existía y sin la cual las reglas ambientales resultan simplemente confusas para el niño, como influencias extrañas que le imponen una sumisión mecánica. También introducen la acción experimental en el pensamiento, es decir,
136
hacen posible para el nmo el insertar el razonamiento entre el comienzo de un deseo instintivo y la conducta tendiente a su satisfacción. Cuando las actividades musculares del niño son controuuiae por el yo sensible en vez de servir a los impulsos del ello, esto constituye otro paso importante hacia la socialización. Finalmente, existen avances esenciales que ocurren en la función integrativa del yo, que sintetizan lo que en el niño constituye un manojo de impulsos y de actitudes caóticas y los convierte gradualmente en una unidad estructurada con carácter y personalidad propios. Es el desarrollo de las funciones del yo más allá del nivel del proceso primario lo que resulta tan importante para la socialización como cualquier otro avance del desarrollo de la personalidad. No esperamos encontrar actitudes sociales en niños que cursan la etapa preverbal o antes que la memoria, la prueba de la realidad o los procesos secundarios del pensamiento se hayan establecido. Igualmente, no los esperamos en individuos con un grado bajo de deficiencia mental o con otros tipos de daños del yo. También esperamos que la socialización se destruirá cuando severas regresiones disminuyan las funciones del yo al nivel preverbal y de los procesos primarios, en la vida adulta.
Los mecanismos deL yo que favorecen La socialización Los avances descriptos, desde el principio del placer al de la realidad y desde el funcionamiento mental primario al secundario, sirven para disminuir la distancia que existe entre las leyes internas y las externas; pero esto no lo pueden lograr sin la ayuda brindada por ciertos mecanismos del yo cuya acción está basada en los vínculos libidinales del niño con el ambiente. Los mecanismos más familiares que actúan en este sentido son la imitación, la identificación y la introyección. La imitación de las actitudes de los padres es el primero de estos mecanismos que se pone en funcionamiento; comienza en la infancia y aumenta a medida que el niño toma conciencia del mundo objetal. Por medio de la imitación de los padres, el infante logra colocarse en el rol de estas poderosas y admiradas figuras que son capaces de controlar mágic amente el flujo y el reflujo de la satisfacción y las necesidades de los impulsos de acuerdo con reglas , que en esa et ap a vi t al r esultan misteriosas y extrañas para el niño. La identificación a estos intentos de imitaciones continúa desde la fase preedípica en adelante, siempre que esta última haya resultado en una experienc ia placentera. Este otro mecanismo está basado en el deseo de apropiarse de esos as-
137
pectos deseables de manera permanente por medio de cambios en el yo o al menos en su concepción de la imagen de los padres. Los ideales sociales de los padres, cualesquiera sean, son por consiguiente transportados desde el mundo externo hacia el interno, en donde se arraigan como el ideal de la propia persona del niño y se convierten en precursores importantes del superyó. Al compartir este ideal con los padres también se reestablece, por lo menos en un terreno moral circunscripto, la unidad absoluta entre el niño y su madre (simbiosis) que existía al comienzo de la vida, antes de que el niño diferenciara entre el yo que busca placer y el mundo objetal que lo brinda o lo retiene. La introyección de la autoridad externa, es decir de los progenitores, se agrega a esta nueva acción interna durante y después del período edípico. Por consiguiente, avanza desde el estado de un mero ideal deseable hacia el de un legislador real y efectivo, es decir, el superyó; desde ese momento en adelante podrá regular internamente el control de los impulsos por medio de la recompensa del yo sumiso con sentimientos de bienestar y autoestima, y castigando la rebeldía del yo con remordimientos de conciencia y sentimientos de culpa; de esta manera reemplaza la dependencia de los padres y el temor que éstos despiertan, que regulaban la conducta anterior. Pero aun con este grado de legislación interna establecida, el superyó todavía necesitará, durante un largo período, la conformidad con la autoridad externa y el apoyo activo de ésta.
Los atributos del ello como obstáculos para la socialización La efectividad del desarrollo del yo y de los mecanismos de· identificación e introyección pueden crear una impresión errónea, esto es, conducirnos a subestimar los obstáculos en el camino de la socialización que deben combatir todos los individuos inmaduros. La tendencia hacia la catexis, aceptación e internalización de las normas sociales es ciertamente poderosa, debido a los vínculos libidinales del niño con sus padres, que son sus primeros representantes. Por otra parte, la tendencia del niño hacia la satisfacción de sus finalidades instintivas es igualmente imperativa. Siempre será sumamente difícil para el ser humano el hecho de que sus tendencias sexuales y agresivas, tal como son durante la infancia, no se adapten a las normas culturales adultas, que deben modificarse antes de que esto sea posible y que la socialización, por consiguiente, demanda del niño no sólo un cierto grado de alienación de los aspectos más íntimos y legítimos de su yo, sino también una reacción contra ellos. '
138
Hay que aceptar, por otra parte, que algunas de las modificaciones necesarias no son el resultado de conflictos y esfuerzos pero se presentan más o menos espontáneamente durante el curso natural del crecimiento y la maduración. Las fantasías canibalistas tempranas, por ejemplo, parecen enfrentarse con una represión primaria antes de la existencia de un yo o superyó efectivo. Igualmente, la agresión y destrucción indiscriminada del niño están vinculadas, dominadas y controladas no por medio de manipulaciones ambientales o internas sino por el proceso espontáneo de fusión con la libido del niño y puesta a su servicio. Aun algunas de las inclinaciones anales hacia los olores, atracción por el excremento y otras suciedades, si no son mal manejadas, exageradas y perpetuadas por el medio, siempre invitablemente se desplazan y neutralizan en sublimaciones que la cultura acepta. No obstante, es de vital importancia hacer notar que normalmente la mayoría de los componentes instintivos del niño son más persistentes y crean por consiguiente conflictos, inicialmente con el medio y después con las acciones del yo en cuanto las mismas están orientadas por el ambiente. El niño considera entonces los componentes instintivos no como simples fuentes de placer sino que los escudriña para determinar si son adecuados o inadecuados, aceptables o inaceptables desde el punto de vista moral y ambiental. Es indudable que la voracidad, las demandas excesivas, el deseo de posesión exagerado, los celos extremos, una tendencia marcada a competir, los impulsos de dar muerte a los rivales y a las figuras frustrantes, es decir, todos los elementos normales de la vida instintiva infantil, se convierten en núcleos de asociabilidad posterior, si se les permite permanecer sin modificaciones, y que el crecimiento de las tendencias sociales implica la adopción de una actitud negativa y defensiva contra aquéllos. Como resultado de la actividad defensiva del yo, algunos se eliminan por completo (por represión); otros se convierten en sus tendencias opuestas que son más aceptables (por formaciones reactivas) o son desviados hacia fines no instintivos (por sublimación); otros elementos se desplazan desde el marco del yo hacia las imágenes de otras personas (por proyección); los componentes fálicos, más avanzados y placenteros, se relegan para ser satisfechos en el futuro distante, etcétera. Los procesos de socialización mientras que protegen al niño de posibles tendencias delincuentes, también restringen, inhiben y empobrecen su naturaleza original. Esto no es un resultado accidental debido, como sugieren algunos autores, al empleo infortunado de mecanismos de defensa "pat ológicos" (tales como represión, formaciones reactivas, etc.) en lugar de "mecanismos" de adaptación "normales" (tales como el
139
desplazamiento, la sublimación); ni tampoco se debe al énfasis de los padres en los procesos de defensa opuestos al libre desenvolvimiento de la personalidad del niño. En realidad, todos los mecanismos de defensa sirven simultáneamente para la restricción interna de los impulsos y para la adaptación externa, que son simplemente las dos caras de la misma moneda. No hay antítesis entre desarrollo y defensa, puesto que el fortalecimiento del yo y su organización defensiva es en sí misma una parte esencial del crecimiento, comparable en importancia al desenvolvimiento y maduración de los impulsos. La antítesis verdadera tiene raíces más profundas y de manera inevitable en los mismos fines del desarrollo, es decir, en la completa libertad individual (que significa libertad en las actividades de los impulsos) y la sumisión a las normas sociales (que significa restricción de los instintos). La dificultad para combinar estas tendencias opuestas es considerada con razón como uno de los mayores obstáculos en el camino de la socialización.'! Fallas en la socialización La multiplicidad de factores comprometidos en los procesos de socialización concuerda con la multiplicidad de trastornos que pueden afectarla. Como se ha señalado en las páginas anteriores, la manipulación externa por parte de -los padres y las influencias internas en relación con el desarrollo de los instintos, del yo y del superyó contribuyen al desenlace. 11 En lugar de diferenciar entre defensa y adaptación y de referirse a los mecanismos empleados por el yo como patológicos o normales, es preferible diferenciar sus diversos resultados que dependen de una variedad de factores tales como: a) Adecuación al yo. Las defensas tienen su propia cronología aun cuando sea solamente aproximada, y tienden a determinar resultados patológicos si comienzan a utilizarse antes de la edad adecuada o se mantienen mucho tiempo después. Un ejemp lo de esto es la negación y la proyección que son "normales" en la infancia temprana y tienen consecuencias patológicas en los años posteriores; o la represión y las formaciones reactivas que invalidan la personalidad del niño si son empleadas en etapas vitales muy tempranas; b) Equilibrio. La organización defensiva más normal es aquélla en donde se utilizan diferentes métodos para situaciones peligrosas distintas que surgen del ello sin que predomine ningún mecanismo que excluya a los demás ; e) Intensidad. El que las defensas conduzcan a la formación de síntomas antes que a la adaptación social normal depende de factores cuantitativos aun más que de factores cualitativos. Cualquier exceso en la restricción de los impulsos independiente de los mecanismos empleados inevitablemente conduce a resultados neuróticos; d) Reversibilidad. La actividad defensiva instigada en el pasado como protección de determinados peligros no debe mantenerse, activa en el presente cuando éstos puedan haber desanarecido.
140
La primera varía de acuerdo con elementos culturales, familiares e individuales; las últimas están sujetas a variaciones temporales así como a detenciones, regresiones y otras vicisitudes del desarrollo. En concordancia, las diferencias que existen entre los individuos con respecto a la cronología, la consistencia y la amplitud del desarrollo del superyó son considerables y resulta útil pensar en las variaciones de la formación del superyó más bien que en las desviaciones de una norma hipotética determinada. A estas alturas se reconocen muchos factores y constelaciones que conducen a la asociabilidad posterior y que han sido así descriptos en la bibliografía. La falla en eL desarrollo de los aspectos más refinados y superiores del yo, por las razones dadas anteriormente, que resulta en una socialización deficiente está confirmada por el gran número de delincuentes y criminales quienes, sometidos a exámenes psicológicos, demuestran tener una mentalidad primitiva, infantil, retardada, deficiente y defectuosa, con cocientes de inteligencia bajos.P Muchos autores (Aichhorn, 1925; Augusta Bonnard, 1950) han señalado que la asocialidad y criminalidad por parte de los padres son incorporados al superyó del niño a través de identificaciones normales con ellos. August Aichhorn (1925) fue el primero en insistir que los trastornos severos de la socialización se originan cuando la id!entificación con los padres se desbarata debido a separaciones, rechazos y otras interferencias en el vínculo emocional con ellos, hecho confirmado en abundancia por John Bowlby (1944) y por lo común aceptado. En general, los factores cualitativos en la lucha del niño . para alcanzar la socialización reciben más atención que los factores cuantitativos, aunque estos últimos no son menos responsables de un número de fracasos que se presentan durante la infancia. Cualquier alteración de las fuerzas en las acciones del ello o del yo puede trastornar el precario equilibrio social del niño. Si su yo está debilitado por cualquier razón, será incapaz de controlar la actividad normal de los impulsos de manera adecuada y sufrirá la regresión a actitudes anteriores de búsqueda de placer y autoindulgencia, es decir, su conducta será asocial. Si la actividad de los impulsos en general o en un determinado componente instintivo en particular aumentan, los esfuerzos y las defensas normales de su yo resultarán insuficientes para controlarlos. Por otra parte, estas alteraciones cuantitativas están siempre presentes y forman parte de la vida normal, cualesquiera sean sus resultados. El yo infantil se debilita a causa de dolores físicos, enfermedades, ansiedad, he12
Véase J. J. Michaels (1955) sobre el carácter delictivo im-
pulsivo.
141
chos desagradables, tensiones emocionales, etc. Las modificaciones de la intensidad de los impulsos también están determinadas, bien por el ambiente a través de seducciones, exposición a observaciones, indulgencia o frustración excesivas, bien internamente por las transiciones de un nivel del desarrollo al siguíente.v' Mientras estos factores cuantitativos estén en constante flujo, ninguna de las actitudes sociales adoptadas por el niño puede considerarse como final. En la bibliografía sobre el tema encontramos que, por lo general, los componentes que se consideran como una amenaza para la socialización no son los de la sexualidad infantil sino los agresivos. Aunque convincente a primera vista, esta opinión no resiste un examen minucioso. En efecto, si las tendencias agresivas están fusionadas con las libidinales como ocurre normalmente, constituyen influencias socializadoras antes que lo contrario. Ellas proveen la energía inicial y la tenacidad con que el niño alcanza el mundo objetal y allí se sostiene. Posteriormente, constituyen la base de la ambición a apropiarse de las cualidades y poderes de los padres, así como del deseo de ser grande e independiente. Además, ellas prestan energía y severidad moral al superyó en sus relaciones con el yo cuando son retiradas de los objetos y puestas a su disposición. La agresión es una amenaza para la adaptación social sólo cuando aparece en cultivo puro, sea por no haberse fusionado nunca con la libido, sea por haberse separado de ella después de la fusión. Y el origen de esto generalmente reside no en los instintos agresivos sino en los procesos libinales que quizá no se han desarrollado lo suficiente como para domesticar y amarrar la agresión o que han perdido esa capacidad en algún momento del crecimiento del niño debido a desilusiones en el objeto amado, rechazos imaginados o reales, pérdida del objeto, etc. Un punto de especial peligro para la pérdida de fusión es la fase sádico-anal durante la cual la agresión alcanza normalmente un punto culminante y su utilidad social depende especialmente de su estrecha asociación con iguales cantidades de libido. Todo trastorno emocional en esta etapa libera el sadismo normal del niño de su mezcla libidinal, de manera que se convierte en una tendencia destructiva pura y como tal, se vuelve contra los objetos animados e inanimados y también contra sí mismo. Lo que ocurre entonces es que las actitudes provocativas, voluntariosas, medio en broma y medio en serio del niño de casi dos años, se fijan en la personalidad como 13 Compárese, por ejemplo, la intensidad de los impulsos durante el período de latencia con otros períodos anteriores y posteriores. El descenso de la presión de los impulsos en esta etapa corresponde con el alto nivel de respuestas sociales durante el período de latencia.
142
tendencias a la querella y la argumentación, a conseguir lo que desea a cualquier precio, y la preferencia por relaciones hostiles antes que amistosas con los demás. Más importante aún es que la agresión en esta forma separada no es controlable, sea externamente por los padres, sea internamente por el yo y el superyó. Si no se restablece la fusión por medio del refuerzo de los procesos libidinales y nuevas catexis objetales, las tendencias destructivas se convierten en la causa principal de delincuencia y criminalidad. Desde los estándares familiares a los de la comunidad Los procesos de imitación, identificación e introyección que tienen lugar antes, durante y después del complejo de Edipo conducen al niño sólo a la internalización de los estándares de los padres. Aunque estos procesos son indispensables como pasos preparatorios para la futura adaptación a la comunidad de adultos, no aseguran por sí solos que esa adaptación será alcanzada finalmente ni siquiera en aquellos casos afortunados en donde coinciden las normas familiares con las de la comunidad. Las normas morales sobre las que se basa la vida familiar son aceptables para el niño por dos razones: por una parte, están representadas por las figuras de los padres que el niño ama y con cuyas actitudes puede identificarse; por otra, le son presentadas de una manera altamente personal por los padres que se han identificado narcisistamente con él, que sienten simpatía por sus peculiaridades y una empatía instintiva hacia sus dificultades e idiosincrasias. Su propio compromiso emocional con el niño les impide imponer exigencias que están más allá de la capacidad de comprensión del niño o más allá de su capacidad de acceder o adaptarse a ellas. De este modo, en el hogar se da a cada niño no sólo el "beneficio de la edad" sino también los beneficios de su personalidad y de su posición específicas dentro del marco familiar. Es cierto que este estado de cosas puede convertirse en una desventaja pues conduce al niño a esperar como un derecho que se le ofrezca una tolerancia similar en su vida adulta; pero también es cierto que las acciones del yo inmaduro necesitan esta indulgencia para iniciar y aumentar su actitud receptiva y positiva hacia el ambiente. Como quiera que sea, el niño retiene sólo unos pocos de estos privilegios iniciales cuando ingresa a la escuela. Las reglas escolares aún conservan un sabor personal hasta tanto sean representadas por la imagen del maestro, a quien en condiciones favorables el niño ama o admira y la utiliza en con-
143
secuencia como objeto de identificación. Por otra parte, las reglas de la escuela prestan poca o ninguna atención a las diferencias individuales. Los niños están clasificados de acuerdo con su madurez en el sentido de que diferentes normas se aplican a los distintos grupos de edades, pero dentro de cada grupo se espera que todos los individuos se adapten a una norma común, cualquiera sea el sacrificio que esto pueda significar para sus personalidades. Por esta razón muchos niños encuentran difícil lograr la transición de los estándares del hogar a los de la escuela. El hecho de que los primeros se hayan identificado y aceptado con éxito no garantiza que se identificarán y aceptarán con igual facilidad los segundos. El niño bien adaptado dentro de la familia no es necesariamente un niño bien ajustado en la escuela o viceversa. Con el cambio siguiente en la adolescencia, de la escuela a la comunidad adulta, las normas legales se vuelven finalmente impersonales. Ser "igual ante la ley" no es sólo una ventaja para el individuo, también significa que todas las exigencias de beneficios, privilegios, tratamiento preferencial por razones personales deben abandonarse. Es un paso difícil, y que no todos logran, aceptar que la comunidad imponga sus leyes y castigue las transgresiones sin consideración por el sacrificio del placer que esto representa para el individuo, sin tomar en cuenta sus necesidades, deseos y dificultades personales, y sin referencia a su estado caracterológico e intelectual que lo capacitan o incapacitan para acatar esa ley. Las únicas dos excepciones hasta este momento las constituyen dos casos extremos, es decir, el deficiente mental y el insano, basadas en la supuesta incapacidad para distinguir entre el bien y el mal. Al margen de las reglas morales básicas que se incorporan al superyó, los códigos legales con su naturaleza impersonal, compleja y formal no forman parte del mundo interno de un individuo. Lo que se espera que el superyó asegure no es la identificación del individuo con el contenido de todas las leyes específicas, sino su aceptación e internalización de la existencia de una norma general que gobierna. En este sentido, el ciudadano promedio en su actitud hacia la ley perpetúa la posición infantil de un niño ignorante y sumiso confrontado por los omniscentes y omnipotentes progenitores. El delincuente o el criminal perpetúa la actitud del niño que ignora, desprecia o resta importancia a la autoridad de los padres, desafiándola. También existen algunos individuos excepcionales cuyas exigencias morales hacia sí mismos son mayores y más estrictas que lo que el ambiente espera de ellos o podría imponerles. Estos sujetos adquieren sus estándares por medio de la 144
identificación con una imagen ideal de los padres más que con sus personas reales y las imponen a través de un superyó excesivamente severo por haber tornado hacia dentro casi toda la agresión de que disponía. Estas personas se sienten seguras en cuanto a la regulación y juicio interno de su propia conducta que reconocen superior y más allá de la norma común. En esta forma indirecta y tortuosa, desarrollando una forma extrema de carácter (a menudo obsesivo) logran convertirse una vez más en 10 que los seres humanos son en la infancia, es decir, "una ley por sí mismos".
LA HOMOSEXUALIDAD COMO UNA CATEGORIA DIAGNOSTICA EN LOS TRASTORNOS DE LA INFANCIA Muchos de los argumentos que se aplican a la asocialidad pueden emplearse con algunas modificaciones en el caso de las manifestaciones homosexuales de la infancia. Existe una semejante incertidumbre en relación con la edad en que puede utilizarse de manera legítima el término homosexualidad. Se observan relaciones similares entre las manifestaciones de homosexualidad y las fases del desarrollo normal. También se encuentran iguales dificultades para pronosticar la homosexualidad propiamente dicha del adulto, es decir, para establecer conexiones confiables entre ciertas fases preliminares visibles en la niñez y el desenlace sexual anormal. Desde la publicación de Tres ensayos sobre una teoría sex uaL en 1905, una creciente cantidad de bibliografía psicoanalítica se ha dedicado al estudio del fenómeno de la homosexualidad desde varios ángulos y no todos son de importancia en la niñez. La significativa distinción entre la homosexualidad manifesta y latente, por ejemplo, se puede aplicar a la conducta sexual de los adultos pero no de igual manera a la masturbación mutua y a otros juegos sexuales de niños o aun de los adolescentes. La diferenciación entre homosexualidad pasiva y activa, o más bien entre las fantasías subyacentes pasivas o activas, se refiere a la actitud adoptada por cada parte en el mismo acto sexual, es decir, en prácticas sexuales que t ienen lugar después de la adolescencia. El extenso debate r espect o de la reversibilidad de estas tendencias también se puede aplicar sólo al adulto para quien su forma homosexual de vida es o bien distónica y en consecuencia accesible al análisis, o sintónica para el yo, en cuyo caso se evita el tratamiento o se acepta sólo debido a presiones externas. 145
Por otra parte, un número de problemas relacionados con la homosexualidad son igualmente prominentes en la bibliografía y de gran importancia para el analista de niños, pues puede encontrar en ellas ciertas indicaciones para sus evaluaciones o contribuir con datos para su solución, que se derivan de sus propias observaciones. Estos problemas se relacionan con los tres aspectos siguientes: con la elección de objeto; con las reconstrucciones en el análisis de adultos y su valor para el pronóstico de la homosexualidad en las evaluaciones hechas durante la niñez; y con la causación de la homosexualidad valorando los elementos constitucionales con los adquiridos.
La selección de objeto: el factor edad Una de las proposiciones básicas en la teoría psicoanalítico. de la sexualidad infantil es que los niños de ambos sexos establecen vínculos líbidinales con objetos de ambos sexos. En cada período de la niñez la elección de objeto está gobernada por reglas, requerimientos y necesidades, tal como se demuestra a continuación. Por lo tanto, los vínculos con las personas del mismo sexo son tan normales como con los del sexo opuesto y no pueden considerarse como los precursores de la homosexualidad posteríor.> Los niños, al comienzo de la vida, seleccionan sus objetos basados en las funciones, no en el sexo. La madre es cateetizada con libido porque ella cuida al niño y le provee satisfacción para sus necesidades, el padre como un símbolo de poder, de protección, poseedor de la madre, etc. Una "relación de tipo materna" se establece a menudo con el padre cuando éste toma el rol de proveedor de las necesidades, o una "relación de tipo paterno" con la madre cuando ésta es la figura dominante en la familia. De esta manera, el niño normal, varón o mujer, mantiene vínculos objetales con ambas figuras , masculina y femenina. Aunque en el más estricto sentido de la palabra el niño no es heterosexual ni homosexual, también se puede describir como ambas cosas. La transferencia en el tratamiento psicoanalítico confirma también que las funciones y no el sexo del objeto deciden 14 "Para el psicoanálisis, la falta de toda relación de dependencia entre el sexo del individuo y su elección de objeto, y la posibilidad de orientar indiferentemente esta última hacia objetos masculinos o femeninos (hechos comprobables tanto en la infancia individual como en la de los pueblos), parecen constituir la actitud primaria y original, a partir de la cual se desarrolla luego el tipo sexual normal o el invertido por la acción de determinadas restricciones y según el sentido de las mismas." (S. Freud, 1905, nota añadida en 1915, Obras Completas, vol. J.)
146
estas relaciones, donde el sexo del analista no representa una barrera en contra del desplazami ento hacia su persona de las r elaciones paternales y maternal J. Aparte de esta elección de .jeto de tipo anaclítico, es obvio que las tendencias del ce ..probante pregenital dependen para su satisfacción, no del aparato sexual del compañero sino de otras cualidades y actitudes. Si éstas existen en la madre y si por esa misma razón la madre se convierte en el objeto amoroso principal, entonces el niño durante las fases oral y an al es "heterosexual", y la niña "homosexual"; si las cualidades existen en el padre la situación se invierte. En todo caso, la elección de objeto, determinada por la cualidad y los fines del componente instintivo dominante, es fase adecuada y normal sin tener en cuenta si la r elaci ón resultante es heterosexual u homosexual. En contraste con las fases precedentes, el sexo del objeto adquiere gran importancia en la fase fálica . L a sobreestim aci ón del pene, normal en esta fase, induce a los niños de ambos sexos a buscar relaciones que 10 posean, o al menos que se supone 10 posean (tales como la madre fálica). Cualquiera que sea el curso que las tendencias instintivas hayan tomado en otros sentidos, no pueden disociarse "de un tipo de ob jeto definido por una determinante particular't.t" El complejo de Edipo en sí, en sus formas positiva y negat iv a, está basado en el reconocimiento de las diferencias sexuales y dentro de este marco el niño hace su elección de objeto a la manera del adulto basado en el sexo de su pareja. El complejo de Edipo positivo con el progenitor del sexo opuesto como el objeto amoroso preferido corresponde t an estrechamente con la heterosexualidad adulta, como el complejo de Edipo negativo con el vínculo con el progenitor del mismo sexo corresponde a la homosexualidad adulta. Por ser ambas manifestaciones normales durante el desarrollo, no son sin embargo concluyentes en cuanto a la patología p ost erior ; ellas meramente satisfacen las legítimas n ecesidades bisex u ales del niño. No obstante, en algunos n iños el énfasis puede r ecaer en las relaciones edípicas p ositiv as o negativ as y est as di fer encias cuantitativas pueden consider ar se como indicaciones de valor pr on óstico p ara el futuro, pues revelan preferen cias importantes p or un o u ot ro sexo que están enraizadas en las experiencias preedípicas . Por una p ar te, la per sonalidad 1 5 " . .. como nues tr o J u an it o, el cual se m uestra ig ualmen t e car iñoso con los niñ os que con las niñas y en una ocasió n declar a que su a m íguito F eder ico es su 'nena más q u er ida' . J u anito es h omosexual en un sentido, en el q u e t odos lo s n iños pueden ser l o. puesto que no conocen m ás aue una clas e de órgan o qenital, un gen ital com o el suyo." (S. Freud, 1909, Obras Com pl etas, vol. n .)
147
de los progenitores y sus propios éxitos o fracasos en sus roles sexuales han dejado su huella hacia las identificaciones, que se establecen después de alcanzar la fase de amor objetal. Por otra parte, las fijaciones a las tendencias sádico-agresivas empujan al niño firmemente en la dirección del complejo de Edipo positivo y en etapa posterior, hacia la heterosexualidad igual que las fijaciones a las tendencias orales y anales pasivas lo fuerzan hacia el complejo de Edipo negativo y quizás hacia la homosexualidad posterior. En conjunto, la conducta del niño durante el p eríodo fáIico-edípico permite vislumbrar más claramente que en ninguna otra etapa sus futuras inclinaciones con respecto al rol y a la elección del objeto sexual. Cuando entra en el período de latencia, este aspecto particular de la vida libidinal del niño desaparece una vez más del campo de observación. Existen en esta época, por supuesto, remanentes inmodificados del complejo de Edipo que determinan los lazos, particularmente en los niños neuróticos, que no han sido capaces de resolver, y disolver, sus relaciones edípicas con los padres. Pero al margen, existen también las tendencias adecuadas a esta fase, con fines inhibidos, desplazadas o sublimadas, para las cuales la identidad sexual del objeto es de nuevo una cuestión de relativa indiferencia. Ejemplo de esto son las relaciones del niño en el período de latencia con sus maestros, a quienes ama, admira, odia o rechaza no porque sean hombres o mujeres sino porque los considera figuras bondadosas, útiles, inspiradoras o duras, intolerantes y provocadoras de ansiedad. Las evaluaciones del diagnosticador durante este período son aun más confusas debido al hecho de que la elección de objeto con respecto a los contemporáneos procede en líneas opuestas a las habituales en el adulto. El niño que busca exclusivamente la compañía masculina y evita y desprecia a las niñas no es el futuro homosexual, cualquiera que sea la similitud en la conducta manifesta. Todo 10 contrario, este apego a los varones y el rechazo y desprecio de las niñas puede considerarse como la marca distintiva del niño masculino normal del período de latencia, es decir, el futuro heterosexual. En esta edad las tendencias futuras homosexuales son delatadas, más bien, por una preferencia para jugar con las niñas y por la apreciación y apropiación de sus juguetes. Esta inversión de la conducta se considera típica de las niñas en el período de latencia, que buscan la compañía de los varones no cuando son femeninas sino cuando son "marimachos", por ej emplo por su envidia del pene y deseos de masculinidad y no por sus deseos femeninos de relacionarse con el sexo opuesto. Lo que aparenta en la conducta manifiesta como inclinaciones homosexua148
les, son en realidad inclinaciones heterosexuales y viceversa. Se debe recordar a este respecto que la elección de compañeros de juegos en el período de latencia (es decir, la elección de objeto entre los contemporáneos) está basada sobre identificaciones con los otros niños, no sobre relaciones objetales de amor propiamente dichas, esto es, en un sentido de igualdad que puede incluir igualdad del sexo o no. Finalmente, en la preadolescencia y la adolescencia, se sabe que episodios homosexuales son bastante comunes y existen ju nt o a manifestaciones heterosexuales sin que sean en sí mismos signos pronósticos confiables. Estas manifestaciones deben ent en der se en parte como r ecu rr en cias de los vínculos objetales pregenitales y sexualmente indiscrim in ados del niño pequeño, qu e son válidos una v ez m ás en la preadolescen cia junto con la reverificación de muchas otras ac titudes pr egen it ales y preedípicaso La elección de objeto homosexual en la adolescencia se debe t ambién a la regresión del adolescente desde la catexis objetal hacia el amor por su propia persona y la identificación con el objeto. En este último aspecto el objetivo del adolescente repr esent a en muchos casos no sólo su yo real individual sino su ideal de sí mismo, un concepto que invariablemente incluye la noción ideal del adolescente de su rol sexual. Las parejas adolescentes formadas sobre estas bases exhiben todas los signos exteriores de relaciones de objeto homosexuales y se aceptan con frecuencia como verdaderas preetapas de la homosexualidad adulta. Pero, desde el punto de vista metapsicológico constituyen fenómenos de naturaleza narcisista, que como tales pertenecen a la variada sintomatología esquizoide de la adolescencia, y tienen más significado como indicadores de la profundidad de la regresión que como pronósticos del futuro rol sexual del individuo. Pronóstico y reconstrucción
Comparado con el pequeño número de indicios pronósticos que se encuentran cuando se sigue el movimiento progresivo de la libido en el niño, existe en el análisis de homosexuales adultos una gran cantidad de datos valiosos reconstruidos, que rastrean las variadas manifestaciones de la homosexualidad latente y manifiesta hasta sus raíces infantiles. En la importante bibliografía existente, se discute el origen de la homosexualidad en relación con los siguientes campos del desarrollo de la personalidad, períodos y experiencias: las dotes congénitas del individuo, es decir, la bisexualídad como la base instintiva de la homosexualidad (Freud, 1905, especialmente pie de página agregado en 1915, 1909; 149
Bohm, 1920; Sadger, 1921; Bryan, 1930; Nunber g, 1947; Gillespie, 1964); - el narcisismo individual que crea la necesidad de escoger un objeto sexual de acuerdo con su propia imagen (Fer enczi, 1911, 1914; Fr eu d, 1914; Bohm, 1933); - las r el aci ones entre la homosexualidad y las fases pregen it al es orales y anales (Bóhm, 1933; Grete Bibring, 1940; Sadger, 1921; Lewin, 1933) ; - la sobr eestimación del pene en la fase fálica (F r eud, 1909; Sadger, 1920; J on es, 1932; L ewin , 1933; L oew enst ein , 1935; Fenichel, 1936; Pasche, 1964) ; la influencia del amor y de pendencia excesivos de la madre o el padre o la hostilidad extrema hacia uno de ellos (Freud, 1905, 1918, 1922; Sadger , 1921; Weiss, 1925; Bohm, 1930, 1933; Wulff, 1941); - las observaciones traumáticas de los genitales femeninos y de la menstruación (Daly, 1928, 1943; Nunber g, 1947); - la envidia del cuerpo de la madre (Bohm, 1930; Melanie Klein, 1957); _ . los celos entre hermanos rivales, los cuales se convierten en sustanciales objetos amorosos (Freud, 1922; L agache, 1950); etcétera. A pesar de estos muchos y bien documentados vínculos entre la infancia pasada y el presente adulto, el razonamiento no puede invertirse y los datos reconstruidos no pueden utilizarse para la investigación temprana del desarrollo homosexual en los niños. La razón por la cual esto no puede realizarse resulta obvia cuando examinamos en detalle uno de los tipos homosexuales, por ejemplo, el homosexual masculino pasivo-femenino cuya psicopatología ha sido especialmente estudiada en muchos análisis terapéuticos. Este tipo de homosexualidad se caracteriza por la estrecha vinculación con la madre, por la falta de deseo o incapacidad de realizar el acto sexual con mujeres y por actividades sexuales con hombres, por lo gen er al de un orden social inferior, escogidos porque poseen atributos corporales masculinos crudos tales como una gran fuerza muscular, un cuerpo velloso, etc. Cuando son analizados, la sintomatología homosexual puede rastr earse hasta un apego extremadamente pasional con la madre que dominó la infancia y la niñez desde la fase oral, a través de la fase anal y más allá de la fase fálica; hasta el horror hacia el cuerpo femenino, adquirido en forma traumática después del descubrimiento de ros genitales de la madre o una hermana; y hasta un período de fascinada admiración del pene del padre. 150
Estos elementos, que indudablemente son influencias patógenas en el pasado del homosexual no pueden ser, no obstante, utilizados para pronosticar la homosexualidad si forman parte del cuadro clínico de un niño. Lejos de ser manifestaciones anormales o ni siquiera poco comunes, constituyen, por el contrario, partes regulares e indispensables del equipo de desarrollo de todos los varones. El estrecho vínculo con la madre, que devasta al futuro homosexual al incrementar su temor del padre rival, al aumentar su angustia de castración y al imponer una regresión a la dependencia anal y oral, es también la bien conocida constelación del complejo de Edipo positivo y como tal, el precursor normal de la heterosexualidad adulta. El shock que todos los varones experimentan cuando son confrontados con el genital femenino por primera vez y que crea en el futuro homosexual una aversión perdurable por cualquier atracción por parte del sexo femenino, es un hecho habitual e inevitable ya que comienzan por creer que todos los seres humanos poseen un pene como ellos. Normalmente, el descubrimiento de la diferencia entre los sexos no significa más para el varón que un aumento temporario de su angustia de castración; puede incluso actuar reforzando de manera saludable sus defensas contra sus propios deseos e identificaciones femeninas, puede fortalecer su orgullo en la posesión del pene y simplemente aumentar el desprecio lastimoso por las mujeres castradas, que es una de las características verdaderamente masculinas del varón en la fase fálica. Finalmente, la admiración por el mayor tamaño del pene que domina la vida amorosa de este tipo de homosexual pasivo con exclusión de todo lo demás, es también una estación normal intermedia en las relaciones de todos los niños varones con su padre. El futuro homosexual permanece fijado en este punto y continúa atribuyendo a todos sus objetos masculinos todos los deseables signos de fortaleza y potencia masculinas, mientras que el niño normal supera esta fase, se identifica con el padre como poseedor del pene, y adquiere sus características masculinas y actitudes heterosexuales para su propia persona y para su futura identidad sexual. En otras palabras, la presencia de ciertos elementos en la niñez en determinados casos que han conducido a un desenlace homosexual específico, no excluye un resultado diferente o incluso opuesto en otros casos. Obviamente, lo que determina la dirección del desarrollo no son los hechos y constelaciones infantiles más importantes en sí mismos, sino una multitud de circunstancias acompañantes cuyas consecuencias son difíciles de juzgar tanto de manera retrospectiva en el análisis de adultos como pronóstico en la evaluación de los niños. Estas consecuencias incluyen factores externos, internos, cualitativos y cuantitativos. Que el amor de un niño por su madre sea el primer
151
paso en el camino hacia su masculinidad o que lo determine a reprimir su agresividad masculina en beneficio de ella, dependerá no sólo del niño, es decir, de la naturaleza saludable de sus impulsos fálicos, de la intensidad de sus temores y deseos de castración y de las cantidades de libido dejadas atrás en los puntos de fijación iniciales. El desenlace también depende de la personalidad de la madre y de sus acciones, de la cantidad de satisfacción y frustración que ella le administra oral y analmente durante los procesos de la alimentación y el entrenamiento del control esfinteriano, del deseo que aquélla tenga de mantener al niño dependiente, o su propio orgullo para que el hijo logre la independencia y finalmente, aunque no menos importante, de la aceptación o el rechazo de manera placentera o intolerante, de los progresos fálicos del niño hacia ella. Los shocks de castración a los que ningún varón puede escapar bajo la forma de amenazas, observaciones, operaciones, etc., dependen, en primer lugar, en cuanto concierne a la intensidad de sus consecuencias del momento en que se presentan, y se hacen sentir más cuando coinciden con el acmé de la masturbación fálica, los deseos pasivos femeninos hacia el padre, los sentimientos de culpa, etc. Los temores de castración y las tendencias pasivas están, a su vez, influidas por las actitudes represivas o seductoras del padre, su capacidad o incapacidad en el rol de modelo masculino, etc. Cuando el padre está ausente por divorcio, deserción o muerte, falta la restricción del rival edípico, circunstancia que intensifica la ansiedad y la culpabildad en la fase fálica y favorece la falta de masculinidad. En esta situación, la fantasía del niño de que el padre ha sido eliminado por la madre como castigo por su masculinidad agresiva también actúa como un trastorno para sus deseos heterosexuales normales. En última instancia tenemos que reconocer que lo que puede impulsar el desarrollo sexual en una u otra dirección son hechos puramente ocasionales como los accidentes, las seducciones, las enfermedades, las pérdidas del objeto amoroso causadas por muertes, la facilidad o dificultad de hallar un objeto heterosexual en la adolescencia, etc. Ya que estos hechos son imprevisibles y pueden modificar la vida del niño en cualquier momento trastornan los posibles cálculos pronósticos establecidos previamente. Homosexualidad, favorecida o evitada por las posiciones normales del desarrollo De acuerdo con los argumentos previos, es preferible considerar no las preetapas- infantiles de la homosexualidad adulta sino las influencias del desarrollo que favorecen o evitan la ho-
152
mosexualidad. Este criterio se basa en la presunción de que durante el crecimiento las inclinaciones homosexuales alternan regularmente y compiten con la heterosexualidad normal y que las dos tendencias utilizan por turno las diversas posiciones libidinales por las que el niño atraviesa. Considerado desde este punto de vista, el desarrollo homosexual resulta favorecido por los factores siguientes:
1. Las tendencias bisexuales que son consideradas como parte integral de la constitución y que dotan al individuo con rasgos psicológicos no sólo del propio sexo sino también del opuesto y le permiten tomar objetos amorosos que pertenezcan a ambos sexos. Esta bisexualidad innata se intensifica en el periodo preedípico por las identificaciones con ambos progenitores y permanece como base constitucional para cualquier inclinación homosexual que pudiera surgir en etapas vitales posteriores. 2. El narcisismo primario y secundario del individuo, es decir, la catexis libidinal de su propio yo. En tanto la elección de objeto en las etapas posteriores de la infancia sigue esta pauta narcisista original, se escoge la pareja tan idéntica como sea posible, al propio yo, incluyendo la identidad del sexo. Estas relaciones homosexuales o, más estrictamente hablando, narcisistas son características del período de latencia y de ciertas fases de la preadolescencia y la adolescencia. 3. El apego anaclítico del niño a los objetos, para quien el sexo es de importancia secundaria. Esto tiene una significación especial para la homosexualidad femenina ya que la niña puede fijarse en esta fase, como "homosexual". 4. La libidinización del ano y de las tendencias pasivas habituales de la fase anal que proveen la base física normal para la identificación femenina del niño. 5. La envidia del pene que provee la base normal para la identificación masculina de las niñas. 6. La sobreestimación del pene en la fase fálica que hace difícil o imposible para el niño aceptar un objeto amoroso "castrado". 7. El complejo de Edipo negativo que representa una fase normal "homosexual" en la vida tanto de los niños como de las niñas. En contraste con los factores enumerados antes, y que impulsan al individuo hacia la homosexualidad, hay otras influencias operantes que actúan en la dirección opuesta y prote-
153
gen a determinadas personas contra la adopción de este tipo particular de solución sexual: 1. Tendencias heterosexuales y homosexuales compiten unas con otras de manera cuantitativa durante todo el período de la niñez. Cualquier elemento que favorezca la heterosexualidad controla la homosexualidad a un nivel correspondiente. Por ejemplo, el aumento de las tendencias heterosexuales que está ligado con la entrada del varón en la fase fálica y el complejo de Edipo positivo, automáticamente disminuye toda inclinación homosexual que ha quedado como residuo del período de pasividad anal. La misma disminución de las tendencias homosexuales ocurre en ciertas fases de la adolescencia debido al influjo de la masculinidad genital que mueve al varón hacia la elección de objeto heterosexual. 2. La misma intensidad de los temores de castración que determina que algunos hombres eviten a las mujeres y se conviertan en homosexuales, actúa en otros como una fuerza contrapuesta al complejo de Edipo negativo y como una barrera contra la homosexualidad. Puesto que los deseos pasivos femeninos hacia el padre presuponen para su satisfacción aceptar la castración, estos deseos son evitados por estos varones a cualquier precio. Esto a menudo resulta en una seudomasculínídad exagerada como una reacción contra la angustia de castración, y en una agresividad sexual hacia las mujeres que niega la posibilidad de castración y la presencia de todo deseo femenino y en consecuencia bloquea el camino hacia cualquier manifestación homosexual. 3. Mientras que la regresión desamparada a la fase anal promueve actitudes homosexuales pasivo-femeninas en el varón, las formaciones reactivas contra las tendencias anales, especialmente el disgusto, de manera efectiva bloquean el camino hacia la homosexualidad o al menos, de su expresión manifiesta. En el análisis de adultos estos hombres aparecen como "homosexuales fracasados", 4. Finalmente, la "tendencia a completar el desarrollo" y la "racionalidad biológica" (Edward Bibring, 1936) que hacen que el individuo prefiera la normalidad pueden considerarse factores que se oponen a la homosexualidad.
En conjunto, el equilibrio entre la heterosexualidad y la homosexualidad durante todo el período de la niñez es tan precario, y las escalas son tan fácilmente invertidas en una dirección o en la otra por una multitud de influencias, que la opinión
154
todavía válida es que: "La decisión de la actitud sexual definitiva tiene efecto después de la pubertad" (S . Freud, 1905, Obras Completas, vol. 1).
OTRAS PERVERSIONES Y ADICCIONES COMO CATEGORIAS DIAGNO STICAS EN LA INFANCIA Otras características diagnósticas que no pueden ser utilizadas directamente en los niños son las perversiones como el travestismo, fetichismo y adicciones. En estos casos como en el de t odas las perversiones, la razón es obvia. Puesto que la sex u alidad infantil es por definición polimorfamente perversa, clasificar sus aspectos específicos como perversos es, en el mejor de los casos, un uso impreciso del término, si no significa además una completa ignorancia del desarrollo del instinto sexual. En lugar de evaluar ciertos fenómenos de la infancia como perversos, error en que aun los analistas pueden incurrir fácilmente, los problemas diagnósticos necesitan ser reformulados en estos casos y debemos investigar qué componentes instintivos parciales o en qué condiciones algunos de estos componentes permanecerán activos después de la niñez; es decir, cuándo deben considerarse como los precursores reales de las perversiones del adulto. Con respecto a la conducta manifiesta, algunos cuadros clínicos de los niños son casi idénticos con los de los adultos pervertidos. No obstante, esta aparente similitud no significa una correspondiente identidad metapsicológica. En los adultos, el diagnóstico de perversión significa que la primacía de los genitales no se ha establecido o mantenido nunca, es decir, que en el acto sexual los componentes pregenitales no se han reducido al rol de factores contribuyentes o meramente preparatorios. Esta definición es necesariamente incorrecta si se aplica antes de haber alcanzado la madurez, es decir, a una edad cuando el acto sexual está fuera de la cuestión y mientras se da por sent ada la igualdad de las zonas pregenitales y genitales. Por consiguient e, los individuos que no han llegado a la adolescencia no son p er v er tidos en el sentido adulto del tér m in o y deben introdu cirse puntos de vista diferentes para explicar su sintom atología importante. La experiencia clínica sugiere que esta sin t om at ología puede explicarse como desviaciones de la norma del d esar r ollo en dos direcciones principales, es decir, cr onológica y cuantitativamente. La cronología está alterada cuando las zon as corporales específicas que proveen estimulación erótica no funcionan en el or den temporal que corresponde a la secu encia normal del des155
arrollo de la libido. Al margen de la ocurrencia posterior de las bien conocidas regresiones, cualquiera de estas zonas puede resultar extraordinariamente persistente en su rol de proveedora de placer, en vez de disminuir en favor de las zonas que debieran ocupar su lugar de acuerdo con las leyes de maduración. En este sentido, el erotismo de la piel del niño es un ejemplo instructivo. Al principio de la vida, ser acaricado, abrazado y satisfecho a través del contacto corporal libidiniza diferentes zonas del cuerpo y contribuye a crear una imagen corpórea y del yo corporal saludables, aumenta su catexis con libido de tipo narcisista y simultáneamente favorece el desarrollo del amor objetal reforzando los lazos entre el niño y la madre. No hay duda de que en este período la piel en su rol erógeno llena múltiples funciones en el desarrollo del niño. Por otra parte, estas funciones resultan redundantes, normalmente, después de la infancia. El erotismo de la piel cambia de carácter si su gratificación continúa siendo importante para el niño después de alcanzadas las fases anal y fálica. Entonces la piel continúa como fuente de estimulación erótica, mientras que los fenómenos de descarga de la excitación sexual se han alterado por el desarrollo y alcanzan niveles diferentes. Un varón en la fase edípica por ejemplo, puede anhelar vorazmente este tipo de contacto con su madre, pero si es gratificado en realidad o en fantasía, descarga su excitación a través de la masturbación fálica, similar a lo que sucede en el adulto pervertido que descarga la excitación de fuentes extragenitales a través del orgasmo genital. Es precisamente esta discrepancia entre la fuente de estimulación y la descarga de la excitación que crea el parecido con la perversión en ciertos casos ínfantiles.l" Con respecto al aspecto cuantitativo, es decir, las desviaciones de las intensidades normales de los componentes instintivos, constituye obviamente una común "variación de la normalidad" dentro del marco de la naturaleza polimorfa pervertida del niño. En cualquier momento durante la niñez, cualquiera de los componentes instintivos de la sexualidad o cualquier aspecto parcial de la agresión infantil pueden poseer una intensidad exagerada y dominar el cuadro de manera excesiva o exclusiva. Esto pudiera deberse a la constitución innata del niño. La experiencia clínica demuestra, por ejemplo, que con frecuencia se encuentran tendencias orales de marcada intensidad en los hijos de drogadictos, alcohólicos o maniaco-depresivos. También se sabe que los hijos 16 Este estado de cosas fue claramente ilustrado en el análisis de un varón tratado por Isabel Paret en la Hampstead Child-Therapy Clinic desde los dos años y medio hasta los cuatro años y medio. En su caso fue posible determinar el papel que en el deseo de ser acariciado jugó la influencia seductora del ambiente, es decir, su propia adicción a la madre en este particular contacto corporal con su hijo.
156
de padres obsesivos tienen tendencias anales poderosas, aunque en estos casos lo innato está invariablemente reforzado por la manera en que los adultos obsesivos conducen el entrenamiento del control de esfínteres del niño. Por supuesto, el aumento en la intensidad de los componentes instintivos puede deberse exclusivamente a influencias ambientales tales como la falta de idoneidad general de los padres, la seducción, las fallas en controlar y guiar al niño, etc. Muy frecuentemente la razón de la excesiva intensidad de un componente instintivo reside en la interacción de factores externos e internos, tales como la relativa debilidad del yo o del superyó en el manejo de los instintos, o en la excesiva severidad del superyó que se manifiesta en una actividad defensiva exagerada. Un ejemplo común de esta última constelación son los varones que durante la fase fálica viven en constante temor de sus insuficientemente reprimidas tendencias pasivo-femeninas. Para controlar sus temores de castración que, en estos casos, están aumentados por deseos simultáneos de castración, exageran abiertamente todas las tendencias opuestas con el resultado de que parecen masculinamente agresivos y con frecuencia adoptan la conducta de los exhibicionistas fálicos. No obstante, a pesar de esta identidad de conducta, la diferencia más importante reside en que su tipo de exhibicionismo es el resultado de mecanismos del yo que sirven a propósitos tranquilizantes y defensivos, mientras que en el tipo adulto constituye una parte genuina de la actividad instintiva del pervertido encaminada a procurar la satisfacción sexual. Adicción También en las adicciones, es el aumento en la intensidad de las tendencias, por otra parte normales, el responsable de crear la impresión de una conducta "pervertida". Los niños son a menudo excesivamente adictos a los dulces, aparentemente en forma similar a las adicciones de los adultos al alcoholo las drogas. Experimentan una voracidad por los dulces, empleando la satisfacción de este deseo como un antídoto contra la ansiedad, la privación, la frustración, la depresión, etc. , como hacen los adultos, y también como ellos están dispuestos a utilizar cualquier método, es decir, mentir o robar para asegurarse la posesión de la sustancia deseada. Pero a pesar de todas estas similitudes, la constelación metapsicológica subyacente a la manífestación difiere en los dos casos. La inclinación de los niños hacia los dulces es la expresión relativamente simple y directa de un componente instintivo. Tiene su raíz en deseos insatisfechos o sobreestimulados durante la fase oral, deseos que se han hecho
157
excesivos y que en virtud de su cantidad dominan las expresiones libidinales del niño. Posteriormente, estos deseos por lo general se desplazan de los dulces hacia otras sustancias que resultan más o menos inofensivas. De esta manera encuentran satisfacción en algunos casos bebiendo grandes cantidades de agua; en otros, comiendo con exceso, en la glotonería o quizá fumando. Desde el punto de vista libidinal, se expresan en la preferencia por relaciones objetales de un tipo especial y reconfortante de mantenimiento. Ninguna de estas manifestaciones por sí misma pertenece a la categoría de las adicciones. La adicción verdadera, en el sentido adulto del término, es una estructura más compleja en la que la acción de tendencias pasivo-femeninas y autodestructivas se añade a los deseos orales. Para el adulto adicto, la sustancia anhelada no representa sólo un objeto o materia buena que ayuda y fortalece como los dulces para el niño, sino que de manera simultánea se experimenta como dañina, abrumadora, debilitante, desmasculinizante, castrante, tal como sucede con el exceso de alcohol y de drogas. Es la mezcla de las dos tendencias opuestas, del deseo de ser fuerte y de ser débil, la actividad y la pasividad, la masculinidad y la femineidad que ata al adulto adicto al objeto de su hábito, de una manera que no encuentra paralelo con lo que sucede en las adicciones más benignas y positivas del niño. Travestismo Los factores libido-económicos también juegan un papel en la distorsión y exageración de ciertas inclinaciones comunes a todos los niños, y en crear por consiguiente el fenómeno de travestismo, como se observa con cierta frecuencia. En este caso, los aumentos de intensidad están referidos a las tendencias masculinas o femeninas de la naturaleza del niño. El interés por las ropas que son adecuadas al sexo opuesto o a los adultos de ambos sexos es en sí un rasgo común de la infancia. El juego estructurado, tan popular, de "disfrazarse" da a los niños la oportunidad de imaginarse a sí mismos en el rol del padre o de la madre, del hermano o la hermana, o de escenificar cualquiera de las ocupaciones que simbolizan, para ellos, el rol de los padres. Un paraguas, un bastón o un sombrero pertenecientes al padre son suficientes para transformar al niño en su progenitor; una cartera, zapatos o el uso de lápiz labial lo transforman en la persona de la madre. Los cascos de astronautas o pilotos, las gorras de conductores de ómnibus, la vestimenta de los indios piel roja, los uniformes de enfermera, etc., son juguetes convencionales diseñados para crear la ilusión de que puede cambiar su propia personalidad por la de aquellos
158
a quienes admiran, apropiándose de las ropas necesarias. Las diferencias de sexo son fácilmente transgredidas en estos juegos fantásticos, especialmente por las niñas, y los artículos de vestir seleccionados para dis frazarse son con frecuencia símbolos t an to del estado como de l sexo. Fuera del terreno de los juegos, con las niñas en la fase de envidia del pene, la preferencia por los pantalones y otras ropas de varones es tan familiar que ha pasado a conside rarse adecuada al yo . Esta tendencia no crea preocupación, excepto en aquellos casos en que la niña se niega absolutamente, y r esult a en efecto incapaz de aceptar la vestimenta femenina cualquiera que sea la ocasión ; así esto se interpreta como signo de que su envidia del pene, sus tendencias masculinas y el rechazo de su propia femineidad han alcanzado un nivel excepcional. Pero aun en estos casos extremos constituye un error considerar esta expresión sintomática como paralela en significado con la del adulto travestista femenino. La conducta de estas niñas no es una manifestación sexual propiamente dicha, es decir, no está acompañada por la masturbación o las fantasías de la masturbación, ni está en otros sentidos dirigida a obtener excitación sexual directa. Más bien cumple el propósito de imitación e identificación con los varones hasta el extremo de asumir realmente su rol en la conducta cotidiana; de defensa contra la envidia y la rivalidad, contra el autodesprecio de sentirse castrada, y contra la culpabilidad por haberse supuestamente lesionado como consecuencia de la masturbación. De esta manera, el "travestismo" de la niña fálica constituye tanto una función de su sistema defensivo como una descarga para las tendencias masculinas de su innata bisexualidad. Del lado del niño, no existe un paralelo completo a esta conducta de las niñas. Aparentemente, en nuestra cultura, ninguna fase del desarrollo por sí produce normalmente en el niño el deseo de vestirse como las niñas. En los casos aislados en qu e se observa esta conducta, se tiende a considerarlo como algo mucho más anormal y generalmente intranquiliza a los p adres como el signo om inoso inicial de aberraciones sexuales posterior es. En un pequeño número de casos de este tipo.t? el cuadro clínico fue bastant e u niforme . Cuando el síntoma real aparece en tr e los tres y cin co años, la conducta fe men ina del niño varía d esde la simple expresión del deseo de ser una niña, de tener un nombre de niña, de jugar con las niñas y sus muñecas, da r le nombre de niñas al osito, etc., hasta v estir realmente la r opa inter ior o l os vestidos de l a madre, de una h ermana o de una 17 Obser vados en la H am pst ead Child-Th erapy Clinic durant e un procedimiento diagnóstico o un t ratamiento an alítico.
159
mnera favorita, con especial preferencia por las ropas bonitas, con volados, bien específicamente femeninas. Cuando el niño no tiene a su alcance ropas femeninas, puede vestir las propias de manera que imiten la blusa de una niña, la cintura estrecha de una mujer joven, etc. Algunas veces el niño lo exhibe abiertamente; en otros casos, oculta las ropas en su cama para vestirlasen secreto durante la noche. Cuando se interfiere con estas actividades, el niño racionaliza su conducta o lo niega con un sentimiento de culpa, o incluso "llor a patéticamente" de acuerdo con el informe de la madre, cuando se le quitan las vestimentas ilegítimamente adquiridas. Las circunstancias externas también son parecidas en los distintos casos. Casi sin excepción, se encuentra cierta presión hacia la femineidad ejercida por la madre que manifiesta preferir una hermana mayor o menor o que admite haber deseado una niña antes que el niño naciera. Como dijo un niño de padres divorciados, a la madre "no le gustan los hombres porque no le gusta papi". Con frecuencia se encuentra una colusión por parte de la madre hasta el punto de complacer los deseos del niño y de comprarle delantales con volados, para "mantener la paz entre el hermano y la hermana", etc. La separación de una figura femenina muy querida (la madre, la niñera) es otra circunstancia externa de importancia obvia y observada con frecuencia. Del mismo modo que la conducta manifiesta y las influencias ambientales, el análisis de niños descubrió los distintos significados de los procedimientos travestistas. Vestir como una niña representa para algunos el intento de atraer el cariño de la madre con el disfraz de la hermana preferida. En otros casos, sirve para negar por completo su masculinidad fálica que, justa o injustamente, supone que no agrada a la madre. Aun en otros, mantiene el vínculo libidinal interno con el objeto amoroso perdido por medio de una identificación parcial con ella. Es cierto, por supuesto, que como en el caso de la niña, la conducta travestista del niño se basa en alteraciones cuantitativas de la economía libidinal. Sin un refuerzo excesivo de sus inclinaciones femeninas, no puede ignorarse el orgullo del niño en su propio atavío masculino y otras manifestaciones tendrían que emplearse para expresar la misma envidia, celos, rivalidad, el galanteo a la madre, la defensa contra la angustia de separación, etc. Además, la conducta travestista en niños de ambos sexos probablemente se explique por la fijación del niño en un nivel en que una parte del objeto se acepta como un sustituto por el todo y en el cual, por 10 tanto, se realizan fácilmente desplazamientos del cuerpo (masculino o femenino) hacia las ropas que lo cubren, es decir, una fijación a la base del desarrollo en la cual se origina el simbolismo de la ropa (Flugel, 1930). 160
Con respecto a la significación pronóstica de la conducta travestista, ésta no necesita considerarse como más o menos ominosa que cualquiera de las otras expresiones de los conflictos bisexuales del niño. Así como en el caso de la niña está relacionada con el estadio de la envidia, del pene, también está vinculada en los niños con los componentes femeninos del período pasivo-anal y con el complejo de Edipo negativo o con regresiones a estas actitudes. Mientras sirve al propósito de defensa contra la ansiedad (angustia de separación, temor de perder el cariño del objeto, peligros fálicos), no hay razón para suponer que el travestismo persistirá más allá de las fases donde dominan estas ansiedades. Sólo cuando la conducta travestista es en sí misma la descarga de la sexualidad infantil, es decir, cuando se acompaña de signos inequívocos de excitación sexual, puede considerarse como paralela y precursora de la perversión específica. Probablemente, aquellos casos en que esta actividad se realiza en secreto, en la cama y durante la noche, son significativos en este sentido. Pero sin pruebas directas suministradas por las erecciones, la masturbación, etc., en conjunción con esta actividad, el exacto significado del travestismo en la vida sexual del niño es de difícil evaluación y verificación, aun en los casos bajo análisis."
Fetichismo Como ya señalamos en las secciones anteriores, la conducta pervertida manifiesta de un niño puede ser tanto parte de su organización defensiva y de sus esfuerzos para controlar ciertas ansiedades como también la expresión de sus necesidades sexuales. Este doble aspecto es aun más obvio en los fenómenos descriptos como fetichismo en los niños, que ha sido objeto de una atención considerable en la bibliografía psícoanalítíca." Aunque existen muchos desacuerdos en puntos esenciales, la mayoría de los autores comparten la opinión de que aunque "el fetichismo infantil se parece al de los adultos", el llamado fetiche del niño es "simplemente una fase de un proceso que puede conducir o no al fetichismo adulto" (Sperling, 1963). Wulff (1946) lo expresa con gran énfasis cuando dice que estas "manifestaciones anormales ... en el período preedípico son en su estructura psicológica nada más que una simple formación reactiva de un impulso inhibido o no gratificado de manera ínstíntías En este sentido véase también la discusión de Charles Sarnoff (1963) del trabajo de Melitta Sperling "The Analysis of a Transvestite
Boy". 19 Véase Melitta Sperling (1963), "Fetishims in Children", con la bibliografía adjunta.
161
va", o cuando afirma que mientras que "las manifestaciones fetichistas en el niño pequeño son frecuentes ", su estructura psicológica "es diferente" de la del fetichismo adulto. En este caso, como en otras ocasiones ya antes descriptas, es obvio que el empleo del mismo término para las manifestaciones infantiles y las adultas conduce a la presunción errónea de que la semejanza de la conducta en ambos casos está equiparada por la correspondiente identidad metapsicológica. Lo que el niño tiene en común con el fetichista adulto es la tendencia a catectizar algún objeto o parte de su propio cuerpo o el de otra persona, con grandes cantidades de libido, bien narcisista, bien objetal. Basado sobre la intensidad de esta catexis, el mencionado objeto o parte del cuerpo adquiere el valor de un objeto parcial o proveedor de las necesidades y se convierte en algo indispensable para el individuo. En psicopatología adulta esta situación es bien conocida por el analista: el fetichista adulto reconoce al objeto parcial, simbolizado por el fetiche, como el pene imaginario de la madre fálica al cual el individuo se encuentra atado para su satisfacción sexual. Con respecto al homosexual pasivo he señalado anteriormente que el pene mismo de su pareja masculina puede asumir la condición de un fetiche, representando los propios atributos masculinos del individuo que han sido desplazados hacia la persona del otro hombre. También aquí, la excitación y la gratificación sexuales están ligados de manera indisoluble al fetiche, que es buscado compulsivamente y en cuya ausencia el individuo se siente hambriento de satisfacción sexual, despojado y castrado. Es en este sentido que la diferencia entre el verdadero fetiche del adulto y los objetos fetichistas supercatectizados del niño resulta fundamental. Mientras que el fetiche adulto sirve un propósito único y juega un papel central en la vida del adulto pervertido sexual, el objeto fetichista del niño tiene diferentes significados simbólicos y sirve a una variedad de fines del ello y del yo, que cambian de acuerdo con la fase de desarrollo alcanzada. En la época de la lactancia y del destete, por ejemplo, cualquier objeto (como un chupete, etc.) puede ser sobrecatectizado y hacerse indispensable, siempre que sirva por una parte, para el placer oral del niño y, por la otra, para evitar o disminuir la angustia de separación, al garantizar la permanencia ininterrumpida de la gratificación. De acuerdo con Wulff (1946), el valor del fetiche en esta etapa yace en el hecho de que "representa un sustituto del cuerpo de la madre y en particular, del pecho materno". En la fase siguiente, el objeto sobrecatectizado, generalmente del tipo de un juguete suave, una almohada, una frazada, etc., se convierte en un "objeto de transición" (Winnicott, 1953), investidos igualmente con libido narcisista y objetal que, para los propósitos de la distribución de la libido, 162
establece un puente entre la persona del niño y la de la madre. De acuerdo con Winnicott, estos fenómenos, aunque permitidos y esperados por la madre, son inherentes a la propia naturaleza del niño y como tal, constituyen una "parte del desarrollo emocional normal". De acuerdo con Melitta Sperling (1963), son "manifestaciones patológicas de trastornos específicos en las relaciones objetales" y directamente influenciados y promovidos por los sentimientos inconscientes y las actitudes conscientes de la madre. Es en las dificultades del niño pequeño a la hora de acostarse que estos objetos de "transición" o "fetichistas" juegan un papel especialmente importante en el establecimiento de las precondiciones esenciales para conciliar el sueño, es decir, en el retorno del interés del mundo objetal hacia sí mismo. Hay muchos niños que son incapaces de quedarse dormidos, excepto que tengan a su lado una de estas preciosas posesiones, al mismo tiempo que se muestran profundamente afectados cuando aquéllas desaparecen o se extravían; en tales ocasiones, muchas madres organizan una búsqueda frenética de tales objetos como respuesta al sentimiento de privación evidente que el niño manifiesta. Melitta Sperling plantea el problema de por qué un niño "se hace tan adicto a un objeto intrínsecamente sin valor de manera de llegar a ser más importante que la propia madre", y concluye que esto no sucedería sin la colusión activa de la madre. Nosotros arribamos a una respuesta diferente si (de acuerdo con Winnicott) le adjudicamos suficiente valor a las propiedades calmantes del objeto de transición en el cual las ventajas del amor a sí mismo se combinan con las ventajas del amor objetal; aun más, para su importancia como una posesión permanente bajo su control, en contraste con la madre que no SP. encuentra bajo su control y cuya independencia para irse o quedarse, aparecer y desaparecer, amenaza constantemente al niño con sentimientos de inseguridad y ansiedad de separación. Contrario a este punto de vista que sostiene que la madre juega un papel "en la génesis de la conducta fetichista y en la elección del fetiche" (Sperlíng, 1963), se puede afirmar que todas las sugerencias de su parte permanecerían sin efecto si no coincidieran con las ascilaciones entre el autoerotismo, el narcisismo y el amor objetal determinadas por el propio desarrollo del niño. Hay muchos otros aspectos, más o menos obvios, en que el objeto fetichista se encuentra relacionado con la sexualidad polimorfa pervertida del niño. Las cualidades esp ecíficas tales como la textura, unen el objeto fetichista con el primitivo erotismo de la piel del infante, que sirve como un objeto para ser rítmicamente frotado, acariciado, tocado, etc. Su olor, especialmente cualquier tipo de olor relacion ad o con el cuerpo, establece una importante conexión con las prácticas travestistas que el 163
f etich e sirve al determinar el tipo de vestidos o ropa interior escogidos para disfrazarse. En la fase del sadismo anal, el juguete de pelusa como objeto de transición sirve a la expresión abierta de la ambivalencia aument ada del niñ o al ofrecer una descarga sin riesgos para la sucesiva expresión de sentimientos afectuosos y hostiles, dirigidos hacia el mismo objeto. Es sólo durante la fase fálica (Wulff, 1946) que el fetiche se identific a finalmente con el propio pene, el del padre o con el imaginario de la madre. H asta qué punto este seudofetichismo de la niñez es una preetapa y precursor de las v er dader as perversiones posteriores, es un problema que hasta el momento ningún autor ha podido resolver de manera satisfactoria. Examinado desde el punto de vi sta de casos importantes de análisis de adultos, no hay duda del temprano origen del fetiche y de su naturaleza persistente, sin r elación con el hecho d e que éste esté representado por u n miembro del cuerpo, un modelo o tipo determinado de ropas , un zapato 'O un guante, o como en un caso especial de fetichismo en un paciente adulto.s? por un ruido que, se pudo determinar, fue producido en primera instancia por la madre. Examinado desde el punto de vista de l a experiencia clínica con niños, por otra parte, resulta igualmente obvio que el número de fetiches en la niñez es siempre mucho mayor que el de los fetichistas verdaderos de los años posteriores, 10 cual significa que una gran parte de los fenómenos del fetichismo infantil está asociada con fases específicas del desarrollo y desaparece cuando se superan las necesidades especiales del ello o del yo a las que sirve. Como ya lo mencionáramos en los casos de travestismo, los tipos más cercanos a la perversión adulta y por consiguiente con más oportunidad de persistir son aquéllos en que las necesidades instintivas tienen una importancia primordial y no las del yo o los mecanismos defensivos, es decir, aquellos casos que desde el comienzo se acompañan de signos inequívocos de excitación sexual y sirven como una mayor fuente de descarga, alrededor de la cual se organiza t oda la vida sexual del niño. L as descripciones de tales casos son abundantes en la Iíteratura." Analizado por la autora. Véase Melitta Sperling (1963). Otro ejemplo lo constituye el caso de un niño de cuatro años informado por Anna Freud y Sophie Dann (1951). Este niño era huérfano, criado sin una madre sustituta, que para sus gratificaciones se vio obligado a recurrir al chupeteo compulsivo y a la masturbación, al autoerotismo y los objetos fetichistas. "Todo su interés se concentraba en las toallas o franelas para la cara que él chupeteaba mientras colgaban de sus ganchos ... trataba los baberos como fetiches, es decir frotándolos rítmicamente h acia arriba y hacia abajo en su nariz mientras chupeteaba, atesorando seis baberos en sus brazos, o apretando uno o más entre sus piernas. Cuando daba un paseo, algunas veces ansiaba estos éxtasis con gran 2{)
21
164
Pronóstico del resultado final: En vista de la variedad de elementos que intervienen no es posible predecir, con ningún grado de seguridad, el destino último de un componente instintivo que se ha desviado de la norma habitual en una de las formas descriptas. Está aún sin resolver el problema de si el componente instintivo tomará finalmente el curso normal, sometiéndose a la primacía de los genitales, o si permanecerá independiente convirtiéndose, por ende, en el núcleo de una perversión verdadera. No hay certeza en cuanto a su destino último antes de la adolescencia. Aun entonces el desenlace dependerá de un número de influencias como las siguientes:
-
si los impulsos genitales que aparecen en la pubertad son fuertes o débiles, es decir, capaces o incapaces de dominar las tendencias pregenitales; si las cantidades de la libido que han permanecido retenidas en los puntos de fijación pregenitales ejercen una atracción regresiva lo suficientemente intensa como para interferir y debilitar la genitalidad; si el progresivo deseo de ser "grande" y adulto sobrepasa en la personalidad la atracción regresiva de las primeras satisfacciones; si el mundo objetal ofrece oportunidades para la gratificación sexual adulta del individuo o si se frustran los primeros intentos genitales, etcétera.
Son estos factores cuantitativos añadidos a los cualitativos los que hacen difícil e incierto el pronóstico del desenlace.
excitación, corriendo hacia la casa al regresar mientras exclamaba con alegría '¡Babero, babero!'." La excitación fálica y la masturbación acompañante no estaban en duda. Por otra parte, era obvio que el fetiche mismo no tenía significación fálica y el hecho de que era indiferente a los: mismos baberos cuando habían sido recientemente lavados sugería la posibilidad de que su excitación erótica se derivaba del olor relacionado con su alimentación inicial.
165
VI LAS POSIBILIDADES TERAPEUTICAS
En una clínica psicoanalítica infantil,' todos los posibles tipos de ,t r astor n os de la niñez se examinan con fines diagnósticos, y el tratamiento comienza en el extremo de las alteraciones más comunes del desarrollo, los fracasos escolares, los retardos y detenciones del desarrollo mental, conduciendo a través de los casos traumatizados y seducidos, 'Y de una neurosis infantil específica, al otro extremo con defectos graves y atípicos del yo y de la libido, trastornos limítrofes, estados autistas y psicóticos, adolescentes delincuentes o cuasi esquizofrénicos, etcétera. En los casos de niños aceptados para análisis, la terapia y la recolección de datos son dos propósitos que se alternan y preceden uno al otro en distintos grados, momentos y situaciones. Hay casos en los cuales el terapeuta, después de haberse familiarizado con el paciente, no duda de que el análisis no hubiera sido necesario si se hubiese trabajado de manera preventiva con los padres en el momento adecuado, o si se hubieran creado oportunidades correctas, o si se hubieran evitado las interferencias ambientales más lesivas. Existen casos donde el terapeuta se siente tan razonablemente seguro del diagnóstico como de la indicación del método analítico, aplicado de manera conveniente. Pero existen también casos donde el analista se enfrenta con enigmas que despiertan su incertidumbre acerca de las posibilidades terapéuticas. En estos casos, debe contentarse con la convicción de que el análisis de niños ofrece opor1
Como la Hampstead Child-Therapy Clinic.
167
·
tunidades sin rival para explorar sus psicopatologías específicas. Naturalmente, ninguna alteración puede clasificarse correctamente o adaptar su tratamiento de elección antes que los factores genéticos, dinámicos y libido-económicos responsables se hayan aclarado. Cuando el análisis no brinda la mejoría esperada, la culpa se atribuye generalmente no a la psicopatología del caso en sí, sino a circunstancias externas desfavorables tales como la inexperiencia o incapacidad del terapeuta, la falta de colaboración de los padres, el no haber dado tiempo suficiente al proceso analítico, las interrupciones debidas a las enfermedades somáticas, los trastornos en el hogar, cambio de analista, etc. Cuando el análisis tiene éxito, sea total o parcial, su competencia se da por sentada y no nos sorprendemos que un procedimiento tan definido y circunscripto como el análisis de niños pueda beneficiar un número tan variado de trastornos, en tanto casos tan diferentes entre sí en cuanto a su estructura y origen concierne.
LA TERAPIA PSICOANALITICA CLASICA PARA ADULTOS: SU EXTENSION y DEFINICION La terapia psicoanalítica se creó en un principio ajustada a las necesidades de los adultos neuróticos y, similarmente, la primera adaptación del método en niños fue hecha con la neurosis infantil presente." Desde entonces, en el terreno adulto, la amplitud de la terapia analítica se ha hecho mayor," y, con alteraciones mínimas," ahora se aplica además de en las neurosis, en otros tipos de trastornos tales como las psicosis, las perversiones, las adicciones, la delincuencia, etc. De manera similar, el análisis de niños siguió los mismos pasos, extendiendo su campo de aplicación en las mismas direcciones. En el psicoanálisis de adultos poseemos una extensa bibliografía en constante aumento, referida al método psicoanalítico, los elementos que contiene y los procesos terapéuticos que moviliza." 2 Con excepción de Melanie Klein y sus discípulos, que incluyeron los defectos serios del yo y las psicosis entre sus pacientes desde el principio. 3 Véase el Simposio (1954) con este título. 4 O "parámetros", según K. R. Eissler (1953). 5 En vez de citar el gran número de autores, incluyo la lista de una serie de simposios y discusiones de panel que han resumido este tema: 1936. Congreso Psicoanalítico Internacional, Marienbad: "The Theory of the Therapeutic Results of Psycho-Analysis" (Glover, Fe-
168
Podemos extraer de estas publicaciones varias definiciones con respecto a los fines de la terapia analítica, tales como las siguientes: que "es una de las finalidades del análisis cambiar las interrelaciones entre el ello,el yo y el superyó" (Bibring [Simp osio, 1937]) ; que "la terapia analítica induce al yo a suspender o alterar las defensas ... a tolerar los derivados del ello que están ca da vez menos distorsionados" (Feníchel [Simposio, 1937]); que "el análisis influencia el superyó aumentando su tolerancia" (Strachey [Simposio, 1937]); que "el objetivo del análisis es una modificación intrapsíquica del paciente" (Gill [Panel, 1954 b]); que "la meta del analista es proveer de ínsíght al paciente de manera que pueda resolver por sí mismo sus conflictos neuróticos; por consiguiente, efectuando cambios permanentes en su yo, ello y superyó, y de este modo extendiendo el poder y la soberanía de su yo" (Greenson [Simposio, 1958]) ; Existe unanimidad entre estos diferentes autores (y muchos otros no mencionados aquí), acerca de que el principal efecto terapéutico del psicoanálisis es la modificación del equilibrio de fuerzas entre el ello, el yo y el superyó, un aumento de la tolerancia de los fines de cada uno y, como resultado, de la armonía entre ellos. Esto, por supuesto, presupone que en los trastornos en tratamiento, el conflicto intrapsíquico figura como el principal agente patógeno y que, comparado con la suprema importancia de este único factor, otros, como por ejemplo las relaciones interpersonales insuficientes (R. W aelder [véase Zetzel, 1953]), ocupan un lugar secundario. Los procedimientos tenichel, Strachey, Bergler, Nunberg, E. Bibring). Para las contribuciones individuales véase el simposio (1937). 1952. Asociación Psicoanalítica Americana, Midwinter Meeting, Nueva York: "The Traditional Psychoanalytic Technique and its Variations (Orr, Greenacre, Alexander, Weigert). Para el informe de la discusión del panel, véase Zetzel (1953). Para los trabajos individuales véase panel (19541a). 1953. Asociación Psicoanalítica Americana, Meeting Anual, Los Angeles: "Psychoanalysis and Dynamic Psychotherapy" (E. Bibring, Gill, Alexander, Fromm-Reichmann, Rangell). Para los trabajos individuales véase panel (1954: b) . 1954. Simposio en Arden House, Nueva York: "The Widening Scope of Indications for Psychoanalysis" (Stone, Jacobson, A. Freud) . Para las contribuciones individuales véase simposio . (1954:). 1957. Simposio, Congreso Psicoanalítico Internacional, París: "Variations in Classícal Psycho-Analytic Techniques" (Greenson, Loewensteín, Bouvet, Eissler, Reich, Nacht). Para las contribuciones individuales véase simposio (1958).
169
rapéuticos se valoran por consiguiente, de acuerdo con el grado en que cumplen este propósito.
LA TERAPIA PSICOANALITICA PARA NIÑOS: SU FUNDAMENTO Aunque ninguno de los pronunciamientos que hemos citado más arriba se hicieron con el análisis de niños in mente, resultan de todos modos importantes para el analista de niños puesto que lo incitan a reexaminar las precondiciones de su trabajo clínico y a determinar el terreno de su legitimidad. Lo que debe definir con mayor claridad son las relaciones entre los conflictos intrapsíquicos, la psicopatología infantil y la terapia analítica de niños. Después de todo, está justificado considerar el análisis de niños a la par 6 con el de adultos sólo si ambos métodos, al margen de la técnica, tienen en común el campo de aplicación y las finalidades terapéuticas. Los conflict os intrapsíquicos en el análisis de niños
Los conflictos «normales" de la infancia y el análisis Como se ha discutido en los capítulos anteriores, los conflictos intrapsíquicos como tales son productos secundarios normales del desarrollo estructural, comunes a todos los individuos que evolucionan en su crecimiento más allá del nivel primitivo de la no diferenciación. Se presentan tan pronto como el yo y el superyó se separan lo suficiente, primero del ello, y luego uno del otro; cada estructura persiguiendo sus propias finalidades. En condiciones normales, estas desarmonías internas determinadas por el desarrollo son manejadas por el yo del niño, asistido por el apoyo, la ayuda y guía ofrecida por los padres. Cuando esto es insuficiente y el sufrimiento del niño es considerable, puede recurrirse a la ayuda de l análisis ya que la clarificación, verbalización e interpretación empleadas de manera coherente reducen las ansiedades a medida que se presentan, eliminan las defensas incapacitantes antes de que se tornen patógenas y abren o mantienen abiertas las salidas para la actividad de los impulsos que producen alivio. Todo esto ayuda al niño a mantener un mejor equilibrio mientras atraviesa las distintas etapas del desarrollo yes en esta circunstancia que se basa la opinión expresada con frecuencia de que todos los 6
Véase el capítulo II.
170
runos podrían beneficiarse con el análisis, y no sólo aquéllos manifiestamente trastornados. De todas maneras, el analista de niños no puede escapar al presentimiento de que en este caso el método terapéutico se asigna una tarea que por derecho debe ser llevada a cabo, por una parte,. por el yo del niño y, por la otra, por sus padres.
Los trastornos del desarrollo y el análisis La situación es diferente en aquellos casos en que una progresión irregular en el desarrollo de los impulsos y del yo altera el equilibrio interno en una dirección u otra." Como describimos más arriba, los niños con un desarrollo acelerado del yo y del superyó experimentan un gran sufrimiento cuando son confront ados con sus impulsos orales y anales agresivos y crueles. Aunque esto podría considerarse como adecuado a la fase desde el punto de vista de la maduración de los impulsos es distinto desde el divergente aspecto del yo, y se inician las defensas contra ellos. Un sufrimiento similar, pero por razones opuestas, puede presentarse cuando la progresión del yo se retarda comparada con la de los impulsos; el yo es, en este caso, incapaz de controlar los impulsos pregenitales que lo invaden. Aquí también la decisión de aplicar el tratamiento psicoanalítico no está claramente definida. Después de todo, es posible que el progreso de desarrollo del ello y del yo pueda equilibrarlas nuevamente, aun cuando no se recurra al tratamiento. Por otra parte, el desequilibrio puede ser excesivo, y en ese caso sus efectos pueden persistir y lesionar, de manera permanente, el carácter y la personalidad. El análisis de niños es capaz deevitar10 y al mitigar los conflictos actuar no sólo como una medida terapéutica, sino también preventiva en el sentido más real. El diagnosticador se encuentra así enfren tado a la difícil tarea de prejuzgar el desenlace de un proceso del desarrollo que aún no se ha completado.
La neurosis infantil y el an álisis com o el tratamiento de elección Ninguna de estas difíciles decisiones se plantea en relación con la neurosis infantil (cat egor ía diagnóstica 3) y en este campo terapéutico 'el analista de niños puede sentirse t r an qu il o. Con los conflictos del complejo de Edipo como causa precipit ante y la sintomatología n eurótica explicada por medio de la fórmula clásica de peligro I~ ansiedad , ~ regresión permanente de los puntos de fijación ~ rechazo de los impulsos pregenitales reactivados ~ defensa ~ formación de compromisos, la neurosis infantil no sólo está más próxima al trastorno correspon7
Véase el capítulo IV.
171
diente del adulto en la identidad metapsicológica, sino que también ofrece al analista el rol similar al que tiene en los casos adultos. Puede asumir el papel de compañero del yo del paciente y bajo condiciones favorables es aceptado como tal por el niño. El problema referente a la edad desde la cual el yo del niño es lo suficientemente maduro como para desear el tratamiento, puede resolverse en la neurosis infantil en relación con el hecho de la formación de síntomas: un yo que se opone suficientemente a los impulsos como para reforzar los compromisos neuróticos a su respecto, confirma la intención de mantener su posición y esto indica, al menos en teoría, su voluntad de aceptar ayuda externa. A pesar del hecho, ya antes discutido, de que el sufrimiento provocado por los síntomas no tiene el mismo valor diagnóstico en los niños que en los adultos, en muchos nmos neuróticos el sufrimiento motiva la terapia, por ejemplo, las molestias y dolores físicos causados por los trastornos psicológicos gástricos y digestivos, las dermatopatías, el asma, las cefalalgias, las alteraciones del sueño, etc.; en las fobias a la escuela, a la calle o a los animales, por la pérdida de la libertad de acción, la incapacidad de hacer lo que otros niños y la exclusión de sus placeres; en los rituales y obsesiones, por la idea de encontrarse a la merced de una fuerza desconocida y compulsiva que ordena la realización de acciones sin sentido; etcétera. Algunas veces, estos sentimientos son verbalizados abiertamente por los niños como, por ejemplo, en el caso de un pacíente de cuatro años y medio 8 que dijo a su analista después de un ataque de su conducta ritualista compulsiva: "Ahora tú . puedes ver por lo menos lo que me obligan a hacer mis preocupaciones", expresando de esta manera el extremo desamparo experimentado por su propio yo en esa situación; o por una paciente de seis años, en las agonías de una severa fobia a la escuela que le dijo a su madre: "Sabes, no es que no quiera ir a la escuela, es que no puedo"; o por una niña en el período de latencia, la mayor en una familia numerosa, con dificultades del carácter ocasionadas por su envidia del pene, los celos, la culpabilidad por la masturbación, que cantaba para sí: "Todos los otros niños son buenos y solamente yo soy mala. ¿Por qué soy tan mala?" Ella, como los otros, expresaba de esta manera el abismo que existía entre el ideal de sí misma, las exigencias de su superyó y su yo impotente, junto con la perplejidad ocasionada por el hecho de no poder, por sí misma, hacer nada para remediar la situación (véase también Bornstein, 1951) .
.
Tratado analíticamente en la Hampstead Child-Therapy Clinic por Audrey Gavshon. 8
172
Naturalmente, el analista de nmos no esperará que estos insights provean para el niño nada más que un enfoque inicial del tratamiento. Aun al margen de la interferencia normal ocasionada por la resistencia y la transferencia, no se puede contar con que este interés inicial persista por tiempo indefinido en el caso de los niños, o que provea un terreno firme en el cual basar la técnica; La división del yo en una parte que observa y otra que es observada, ayuda a los pacientes adultos durante largos períodos de sus análisis en los procesos de elaboración, y está por completo descartada sólo en las peores tormentas de la neurosis de transferencia. Esta actitud en que una parte del yo se identifica con el analista, comparte la clarificación de los problemas y toma parte en el esfuerzo terapéutico, fue descripta de manera convincente por Richard Sterba (1934) . Esta introspección, que es una capacidad normal del yo del adulto, no existe en los niños, quienes no escudriñan sus pensamientos o hechos internos al menos cuando no son obsesivos. En este último caso, esta división particulares simplemente una entre muchas otras tendencias similares, tales como la aumentada ambivalencia, la inclinación a aislar, la avidez por explotar el autocriticismo y la culpabilidad con propósitos masoquistas, etc.; es decir, en estos casos, la introspección sirve más bien a fines de naturaleza patológica que constructiva. Al margen de estos casos, los niños no se inclinan a tomarse a sí mismos como objetos de su propia observación o a valorar honestamente los hechos que ocurren en sus mentes. Su curiosidad natural se dirige hacia el mundo exterior, alejándose del mundo interno y por lo general toman la dirección opuesta hasta la pubertad, cuando en algunos tipos juveniles específicos 9 el autoexamen y la introspección excesiva! pueden aparecer como un ingrediente doloroso del proceso adolescente. En los períodos preedípíco, edípico y de latencia esta ausencia habitual de percepción del mundo interior también sirve a la repugnancia del niño para experimentar de manera consistente todo conflicto como intrapsíquíco, Es aquí donde el mecanismo de externalízacíón.t" no solamente hacia la persona del analista, se pone en juego. Es bien sabido que muchos niños, después de transgredir de una manera u otra sus propias normas in tern as, huyen de los sentimientos de culpa resultantes, haciendo que los padres asuman el rol de la autoridad que critica o castiga, es decir, una externalización del conflicto con el superyó que es responsable de los incurables actos de desobediencia que de otra manera resultarían inexplicables. Esto se 9
10
Por supuesto, no en el tipo delincuente. Véase el capítulo n.
1'73
refiere específicamente a los rimos en ·el período de latencia con un conflicto por masturbación activa, quienes después de cada irrupción y satisfacción de sus necesidades sexuales tratan siempre de irritar al mundo adulto en su contra por medio de su conducta provocativa. En el terreno de la asocialidad, también es un hecho familiar que una conciencia culpable no sólo sigue al acto delictivo, sino que con frecuencia lo precede y motiva la delincuencia. En todos estos casos, sentirse criticado, acusado o castigado por un agente externo alivia el conflicto interno con el superyó. Los conflictos con los impulsos son tratados de manera similar. Las tendencias peligrosas de origen preedípico o edípico, tales como los impulsos orales y anales, los deseos inconscientes de muerte de los hermanos, la hostilidad contra el progenitor rival, se desplazan y externalizan o proyectan hacia figuras del mundo exteríorr.por consiguiente éstos se consideran seductores y perseguidores con quienes el niño puede comenzar una batalla exterior. Los mecanismos utilizados aquí son bien conocidos desde las fobias infantiles (escuela, calle, animales) en las cuales, por medio del desplazamiento y la externalización, la totalidad del campo de batalla interno se transforma en externo. Lamentablemente para el analista de niños, esta tendencia a externalizar los conflictos internos tiene una relación definida con las esperanzas del niño respecto del tratamiento. Mientras que el adulto neurótico espera mejorar con los cambios que tengan lugar dentro de sí y que por lo tanto desea que ocurran, el niño pone sus esperanzas en el poder superior del terapeuta para modificar el ambiente, por cuanto éste ha sido utilizado para personificar sus propias acciones conflictivas internas. u El niño espera en este sentido que cambiar de escuela y alejarse del maestro temido aliviará 10 que, en realidad, son sus propios sentimientos de culpa; o que la separación de un "mal" compañero pondrá fin a sus tentaciones, ignorando que éstas se originan de sus propios impulsos y fantasías sexuales agresivos; o que la separación de compañeros del colegio abusadores remediará lo que en realidad son sus tendencias pasivo-masoquistas. El analista que, con toda razón, se niega a aceptar este rol que el paciente trata de imponerle, cambia con facilidad en la estimación del niño de un compañero apreciado a un adversario. Con bastante frecuencia, los padres se inclinan por la preferencia del niño a modificar el ambiente y no las condiciones intrapsíquicas, La ausencia de la capacidad introspectiva del niño y el consiguiente insight disminuido sobre la naturaleza de sus dificultades neuróticas, no son idénticas con esas resistencias contra el análisis que pueden comprenderse e interpretarse
.
u Véase el capítulo II, Resistencias.
174
dentro del marco de sus dependencias emocionales y en los fenómenos transferenciales. La falta de introspección es una actitud general del yo, característica de la niñez, a la cual el niño se adhiere como un efectivo agente preventivo de sufrimiento psíquico. Es sólo a través de la identificación con un adulto en el cual confía, y de su alianza con él, que abandona esta actitud y la reemplaza con desgano por un punto de vista más honesto del mundo interno. Sería válido objetar que la negación de la naturaleza intrapísquica de los conflictos no es exclusiva del niño sino que muchos adultos la utilizan también como defensa. Esto es cierto, pero afortunadamente para el analista de adultos los individuos que utilizan esta defensa particular no son por lo general quienes eligen someterse al tratamiento analítico. Si en este sentido operan en un nivel infantil, también prefieren "curarse" por medios externos, es decir, mediante el acting out en el medio ambiente. Es, por lo tanto, una dificultad especial reservada para el analista de niños el hecho de que sus pacientes deban someterse a un procedimiento que no han escogido por propia decisión ni libremente y enfrentar imposiciones que de él se derivan.
Una sub especie de la neurosis infantil en anáLisis 12 Cuando el niño no resuelve su conflicto con los impulsos por medio de una neurosis infantil específica, pero elimina los desacuerdos por medio de la disminución de todos los estándares del yo (como sucede en los casos de infantilismo, trastornos atípicos, algunas reacciones asociales) se conforma con su deterioro, del mismo modo que los adultos con su perversión, delincuencia o criminalidad." De igual manera que el adulto, el niño siente que la intervención analí .ca es indeseable y que perturba su estado de tranquilidad interna. Esto sitúa al analista en la paradójica posición de que, para tratar al niño, tiene que favorecer (y dar la bienvenida) los mismos conflictos entre el y o y el ello que trata de resolver, cuando está en presencia de neurosis infantiles. En la historia del análisis de n iños este síndrome particular fue tomado en dos oca siones lo suficien tem en t e en serio como para justificar la introducción de par ám etr os técnicos específicos. August Aichhorn (1925, 1923-1948) expresó la opinión de que no lograba progresar en el tratamiento de los delincuentes juveniles mientras se mantenían rebeldes contra el medio y contra él, al mismo tiempo que concordaban con sus propias 12 13
Véase la categoría diagnóstica 4. Véase capítulo IV, Regresiones permanentes.
175
inclinaciones asociales. Favoreciendo la identificación y el vínculo (narcisista) primero con él como persona y después con sus sistemas de valores, logró cambiar los estándares de su yo y crear, por consiguiente, un estado de desarmonía en su estructura. En sus propias palabras, cuando esto sucedía, "el delincuente se ha vuelto (o vuelve a ser) un neurótico", que podría responder ahora a la terapia psicoanalítica más o menos según la norma habitual. En el sentido empleado más arriba, consideraba la presencia del conflicto intrapsíquicocomo sine qua non para la aplicación del análisis clásico. La llamada "fase de introducción" sugerida por mí en 1926, tenía un motivo similar (además de facilitar por vez primera la entrada en el mundo privado del niño). Aunque ínterpretada erróneamente por muchos colegas como una ínterveriéíon "educacional", es decir, una manera de lograr mejorías transferenciales injustificadas, su verdadera finalidad consistía en alertar al niño con respecto a sus propias desarmonías internas al inducir un estado del yo favorable para su percepción. El razonamiento subyacente era mi pretensión de que el conflicto intrapsíquico debe ser reintroducido en la estructura y experimentado por el niño antes de que su interpretación analítica' pueda aceptarse y resulte eficaz. Hoy en día, la interpretación consistente de las defensas sirve al mismo propósito de confrontación del ello-yo.
Resumen Es evidente por lo antedicho, que en relación con todos los
conflictos de la niñez, sean transitorios y vinculados con el desarrollo, o permanentes y neuróticos propiamente dichos, el trastorno y la terapia analítica están íntimamente relacionados. Al margen de las bien conocidas mejorías transferenciales iniciales que no deben engañar al analista ni a los padres, es posible generalmente relacionar en detalle las mejorías a medida que se presentan, con las interpretaciones consecutivas del material, la resistencia (defensa) y la repetición transferencial, es decir, con el trabajo analítico en el sentido más estricto. En las dificultades y desarmonía del desarrollo, el sufrimiento se disminuye y las detenciones se neutralizan cuando las ansiedades pueden claríficarse e interpretarse; las regresiones se anulan, es decir, que son transitorias y se reinicia la progresión con la clarificación analítica de las situaciones peligrosas que las determinaron. En la neurosis infantil, los ataques de ansiedad, los rituales a la hora de acostarse, las ceremonias diurnas se reducen o eliminan con la interpretación de los contenidos inconscientes; las compulsiones a tocar desaparecen cuando se revela su conexión con la masturbación o las fantasías 176
agresivas subyacentes; las fobias ceden al desenmascararse con las interpretaciones de los desplazamientos edípicos que las han creado; las fijaciones a hechos traumáticos r ep r imidos se liberan cuando la memoria trae el trauma a la con cie ncia o cu ando se reviven e interpretan en la transferencia. En la sintomatología de las neurosis infantiles, un doble daño han padecido los derivados de los impulsos como también el yo. La contraparte terapéutica es la doble acc ión del análisis. Puesto que la interpretación de la defensa altern a con la interpretación del contenido, a su turno alivia al yo y al impulso duramente oprimido hasta que lo inconsciente en ambos se hace más superficial, se verbaliza, clarifica, int er pr eta y llega a formar parte de la personalidad int egrada del niño. El tratamiento de los trastornos no neuróticos
A medida que nos alejamos de las alteraciones neuróticas basadas en conflictos (Categorías 1 a 4) y nos acercamos a las detenciones, defectos y deficiencias del desarrollo (Categorías 5-6), el proceso terapéutico cambia su naturaleza, aunque el análisis de niños aún es aplicable y pro du ce mejorías.
Los elementos terapéuticos del psicoanálisis 14 Todos los autores que han estudiado este tema coinciden en que hay más elementos contenidos en el método analítico que la interpretación de la transferencia y la resistencia, la ampliación del área de lo consciente a expensas de las par tes inconscientes del ello, del yo y del superyó y el consecu ent e aumento en el dominio del yo . Mientras que éstos son su s elementos esenciales, existen también otros cuya presen cia es in evitable aun en los casos no intencionales. La verbalización y clarificación de lo preconsciente juega un rol definido, especialmen t e en los niños, para preparar el camino para la ínt erpretación adecuada y disminuir el impacto concomitant e de la ansiedad. Existen elementos sugestivos que son consecu en cia inevitable de la posición transitoria de poder e Importancia emocional del analista en la vida emocional del p acien t e : con los niños están representados por los llamados efectos secundarios "educacionales" del tratamieno analítico. E x ist e la ren dencia del paciente a emplear mal la relación t ransferencíal p!"'':'a la "experiencia emocional correctiv a", t endencia qu e re.ult a más fuerte cuanto mayor sea el r ol del analista como u n objeto "n uevo" . Finalmente, existe segu ridad que en el caso 14
Véase E. Bibring (1954).
177
del niño es inseparable de la presencia e intensidad de la relación con un adulto en quien confía plenamente. Los analistas están adiestrados para evitar estos elementos no analíticos del método y mantener su acción al mínimo, pero en última instancia, la elección del proceso terapéutico no parece depender de ellos sino de sus pacientes. Ferenczi (1909, pág. 55) cita a S. Freud como diciendo con respecto a las neurosis: "Podemos tratar a un neurótico de cualquier manera que se nos ocurra, él siempre se trata a sí mismo . . . con transferencias", es decir, repitiendo sus constelaciones neuróticas reorganizadas alrededor de la persona del analista. Otra impresión, frecuentemente expresada por Freud, es la siguiente: "De cualquier modo y por cualquier medio técnico qu~ tratemos de mantener a nuestros pacientes en análisis, ellos p. .r su parte se aferran al tratamiento de distintas maneras, cada uno de ellos sobre la base de su propia patología: el histérico por medio de su transferencia pasional de amor y odio; el obsesivo invistiendo al analista con poderes mágicos en los cuales entonces él participa en la transferencia; el masoquista por medio del imaginario sufrimiento que extrae del tratamiento; el sadista con el propósito de tener un objeto dentro del alcance de la transferencia al cual torturar; el adicto, porque convierte a la persona del analista en algo tan indispensable para él como la droga o el alcohol del que depende". Con respecto a la patología del yo, K. R. Eissler (1950) de manera similar establece que cada paciente reacciona a la técnica analítica de un modo personal, y que por el parámetro que el analista se ve obligado a utilizar es posible establecer las desviaciones de la norma del yo del paciente. Coincidiendo con este criterio, se puede decir que la naturaleza de los trastornos de un niño se revela a sí misma por medio de los elementos terapéuticos específicos que selecciona para empleo terapéutico cuando se le ofrece la gama completa de posibilidades contenidas en el análisis. La selección de elementos terapéuticos de acuerdo con la categoría diagnóstica
Si se aplican en detalle estos puntos de vista al campo de la psicopatología infantil : Como ya lo habíamos señalado, los preestadios de la neurosis infantil y de las neurosis infantiles específicas responden adecuadamente a las interpretaciones de resistencia y transferencia, defensa y contenido, es decir, a verdaderas medidas analíticas, que para los niños se convierten en procesos terapéuticos por cuanto inician alteraciones y producen mejorías. Ni la sugestión, ni el apoyo ni Ia-experiencia correctiva o el tratamiento
178
juegan un papel digno de mencionarse, siempre que el terapeuta no se aparte de su rol analítico. Cuando el niño neurótico las rechaza, expresa la resistencia en momentos en que huir del análisis es más importante para él que la adquisición de insight. Ninguno de esos elementos aislados o combinados tienen un efecto terapéutico sobre la neurosis infantil que se aproxime a lo que el analista requiere de una curación. Aun cuando se logran mejorías sintomáticas por tales medios, como en la orientación y en la psicoterapia infantiles, el equilibrio de fuerzas entre las distintas operaciones internas no se modifica por medio de estos procedimientos. Por el contrario, los casos no neuróticos se benefician a veces sea con unos, sea con otros o con la combinación de los elementos terapéuticos complementarios, mientras que el procedimiento analítico esencial puede no brindar resultado alguno o producirlos desfavorables, o desvanecerse en el trasfondo. Con los casos limítrofes, por ejemplo, el clásico avance y retroceso entre transferencia, defensa y el análisis del contenido tiene consecuencias distintas de las que se producen en los niños neuróticos. La actividad de la fantasía del niño limítrofe es prolífica, mínima la distorsión de los derivados del ello y por consiguiente la interpretación del analista es fácil y directa. Pero no se logra la mejoría habitual ni el mayor control del yo sobre el mundo de la fantasía. En su lugar, las mismas palabras utilizadas en la interpretación analítica son u t ilizadas por el paciente y entretejidas en un continuo y aumen tado flujo de fantasías provocadoras de ansiedad. Enfrent ado sólo con interpretaciones bien dentro, bien fuera del material de la transferencia, el niño limítrofe utiliza la oportunidad para convertir la relación con el analista en una especie de folie él deux que le resulta placentera y está de acuerdo con sus necesidades patológicas, pero que no rinde frut os de sde el punto de vista terapéutico. Por otra parte, el trat amient o le sirve para verbalizar y clarificar los peligros int er nos y externos, y los afectos atemorizantes que percibe preconscient em ent e pero que el yo, débil e impotente, abandonado a sí mismo, no puede integrar y traer bajo el dominio de los pr ocesos secundar ios. Desde el punto de vista diagnóstico, por consiguiente, la cualidad limítrofe de un caso puede evaluarse mediante su reacción terapéutica negativa a la interpr et ación del inconsciente específico. Los niños con graves defectos de la libido se relacionan con el analista en el nivel más bajo de las r elaciones objet ales en que se ha detenido su desarrollo; por ejemplo, transfier en las actitudes simbióticas o de satisfacción de necesidades, la ausencia del nivel de constancia ob jet al, etc . En estos casos, la interpretación específica no produc irá el efect o deseado de reiniciar
~""'-
179
el desarrollo, excepto en aquellos casos donde la detención tuvo un origen traumático o neurótico. Cuando el defecto de la libido se debe a privaciones tempranas y severas en las relaciones objetales, la interpretación de la repetición transferida no produce resultados terapéuticos, y en su lugar el niño puede reaccionar a la intimidad de la relación analista-paciente, que es favorable para el crecimiento del vínculo libidinal, debido a la frecuencia y prolongada duración del contacto, la ausencia de interrupciones, la exclusión de rivales molestos, etc. Apoyado en esta nueva y diferente experiencia emocional, el niño puede progresar hacia niveles más adecuados del desarrollo libidinal, un cambio terapéutico iniciado dentro del marco del análisis de niños pero basado en una "experiencia emocional correctiva" .15 Los niños con retardo uiteleciuol. generalmente sufren terriblemente de sus miedos arcaicos. Debido a la inmadurez de las funciones del yo carecen de suficiente orientación y dominio del mundo interno y externo, y la misma intensidad de la ansiedad que sufren, impide a su vez el progreso del crecimiento del yo. En el análisis de niños este círculo vicioso está interrumpido, con el resultado de que el niño avanza gradualmente por la escala del desarrollo, desde los temores arcaicos de total aniquilación, hacia la angustia de separación, la angustia de castración, el temor de la pérdida de amor, culpabilidad, etc. Pero el elemento terapéutico responsable de la mejoría en estos casos es el rol de apoyo del analista y no de su ayuda analítica. Aun en los casos con defectos orgánicos (traumatismos del parto, daño cerebral mínimo) pueden lograrse mejorías en las lesiones graves de la formación de la personalidad. Cuando un yo comparativamente normal ejerce una excesiva presión sobre una constelación de impulsos ~ empobrecidos, el niño se beneficia con la estimulación de las fantasías y la apertura de descargas para los derivados del ello que son productos secundarios de la situación analítica. Cuando una actividad instintiva promedio está controlada de manera insuficiente por un yo subdesarrollado, el rol y la acción del analista como "yo auxiliar", otro producto lateral del análisis, vienen en ayuda del paciente. Los adoLescentes trastornados en tratamiento analítico responden en rápida sucesión a los distintos elementos del proceso 15 En contraste con el efecto de la interpretación analítica que no está limitada para el niño, por la edad u oportunidad de la intervención, la experiencia emocional correctiva está limitada por las etapas de la maduración, y debe ocurrir aproximadamente dentro de la misma fase del desarrollo ,en la cual ha tenido lugar el daño de los procesos libidinales. Una vez que se han superado estas limitaciones en el tiempo, ya es demasiado tarde para lograr la corrección.
180
terapéutico de acuerdo con las necesidades de su psicopatología combinada. En un estudio de estos casos se ha descripto esta observación desde el punto de vista de las frecuentes variaciones intencionales que hace el analista con la técnica (K. R. Eissler, 1958). Aquí lo consideramos como un , proceso espontáneo por parte del paciente, es decir, la variación de la selección que va haciendo el paciente de los distintos elementos terapéuticos disponibles, mientras que por parte del analista, el procedimiento permanece invariable. CONCLUSIONES Dentro del terreno de las regresiones permanentes y de la sintomatología neurótica fijada, nada producirá cambios en el niño con excepción del análisis que trabaja para alterar el equilibrio de las fuerzas dentro de la estructura. Fuera del campo de las neurosis, la personalidad infantil permanece más fluida y abierta a una variedad de influencias que se ejercen en la vida familiar, en la educación o en el tratamiento. En el desarrollo del niño las potencialidades inherentes se aceleran o demoran de acuerdo con el grado de interés o desinterés que tengan las madres en ellas. El progreso disarmónico se equilibra si los padres Iíbídinízan las líneas del desarrollo en las cuales el niño se ha detenido, en vez de cometer el error común de estimular aun más la inteligencia del niño con alto coeficiente o el habla de los que se demuestran muy verbales, o dándole al niño físicamente activo más oportunidades para la acción. Las tendencias destructivas que han aumentado de manera excesiva por la defusión y agresión de la libido se disminuyen y atan de nuevo, si se promueven los vínculos libidinales. Los mismos procesos libidinales y agresivos responden al ofrecimiento de un objeto para la catexis. Las actitudes del yo se modifican cuando existe la oportunidad para identificaciones o la presión del superyó disminuye con la oportunidad de externalizaciones adecuadas. En suma, las posibilidades de una intervención beneficiosa en el campo del desarrollo son prácticamente tan ilimitadas como las de interferencia lesiva en el desarrollo o como las infinitas variaciones de normalidad y anormalidad. Algunos analistas, después de un estudio intensivo de campos y períodos específicos del de sarrollo infantil, recomiendan que para ciertos tipos de patología puede resultar ventajoso si el trastorno y la terapia se relacionan más estrechamente; que en los niños con retardos libidinales sus necesidades autistas o simbióticas deben ser atendidas antes que nada; que debe 181
darse la oportunidad de una experiencia emocional correctiva a los niños que han experimentado una privación materna temprana (Augusta Alpert, 1959; Margaret Mahler, 1955). Siguiendo el mismo razonamiento, se debería ofrecer a los niños con defectos del yo exclusivamente, la protección tranquilizadora del yo auxiliar que buscan, y a los niños limítrofes los métodos de la verbalización y clarificación. A primera vista esta especialización de la terapia resulta racional y económica puesto que reduce el gasto de esfuerzo potencial que demanda un procedimiento complejo como el análisis de niños al margen del campo legítimo de las neurosis, es decir, para pacientes que en realidad utilizan una mínima parte de los distintos elementos terapéuticos y se concentran en los menos esenciales. No obstante, la observación más precisa hace que surjan en la mente una cantidad de objeciones contra la aplicación de estos métodos a la mayoría de los casos. Una de las objeciones se basa en la experiencia real de que pacientes infantiles se presentan con un cuadro clínico puro que justificaría, él solo, un tratamiento dirigido a un factor específico. En la mayoría de los casos, los trastornos consisten más bien en mezclas y combinaciones de elementos que contribuyen en distintos grados al resultado patológico final: defectos en la libido asociados o subsiguientes, a defectos en el yo ; influencias traumáticas agudas se combinan con la influencia de situaciones crónicas perjudiciales; rasgos delictivos y neuróticos entremezclados, igual que los rasgos de naturaleza limítrofe y atípica con los conflictos neuróticos; excepto en los casos más graves existen siempre zonas normales y anormales en la personalidad del niño. Es esta psicopatología mixta que requiere el método comprensivo del análisis específico de niños, puesto que sólo en él se encuentra disponible la gama completa de posibilidades terapéuticas para el paciente y cada uno de sus aspectos recibe la oportunidad, por un lado, de manifestarse y, por el otro, de curarse. Para la mente inquisitiva del analista, una segunda y vital objeción es la imposibilidad de obtener datos de evaluación cuando no se utiliza el método analítico. Necesitamos tener absoluta certeza en la clasificación de un caso determinado antes de que los elementos terapéuticos seleccionados pasen desde el paciente a nuestras manos, es decir, antes de limitar las oportunidades de la terapia a un factor único. Sin embargo, en el estado actual de nuestra capacidad de evaluación considero que esta exactitud de juicio diagnóstico es un verdadero ideal que alcanzaremos no con nuestros conocimientos actuales, sino en un futuro distante.
182
BIBLIOGRAFIA
Aichhorn, A. (1923-1948): Delinquency and Child Guidance: Selected Papers. Nueva York, International Universities Press, 1965. - - (1925): Wayward Youth. Nueva York, Viking Press, 1935. [Hay versión castellana: Juventud descarriada. Madrid, Martínez de Murguía, 1956.] Alpert, A. (1959): "Reversibility of Pathological Fixations Associated with Maternal Deprivation in Infancy". The Psychoan alytic Study of the Child, XIV, págs. 169-185.* Angel, A. Véase K at an, A. Bibring, Edward (1936): "Th e Development and Problems of th e Theory of the Instincts". Int. J. Psycho-AnaL, XXII, págs. 102-1 31, 1941. - - (19 37) : "On the Theory of the Therapeutic Results of PsychoAnalysis". Int. J. Psycho-Anal., XVIII, págs. 170- 189. - - (1954): "Psychoanalysis and the Dynamic Psychotherapies". J . Amer. Psychoanal. Assn. , II, págs. 745-770. B ibring, Grete L. (1940): "über eine orale K omponente der mannlíchen Inversion". Int. Z . Psychoanal., xxv, págs. 124-130. Bóhm, F . (19 20) : "Beitráge zur Psychologie der Homosexualitát", Int. Z. Psychoanal., VI, págs. 297-319. - - (1930) : "The Femininity Complex in Men". Int. J. Psycho-Anal., XI, págs. 444- 469. - - (1933): "über zwei Typen von mánnlichen Homosexuellen". In t . Z . Psychoanal., XIX, págs. 499-506. Bonnard, A . (1950 ) : "E nvir on m en tal Backgrounds Conducive to the Production of Abnormal Behaviour and Character Structure, Including Delinquency", en Congres Int ern ation al de Psychiatrie. París, Hermann. Bo rnstein, B. (949): "The Analysis of a Phobic Child". The Psuchaanalytic Study of the Child, III y IV, págs. 181-226. - - (1951): "On Latency". The Psychoanalytic Study of the Child, VI, págs. 279- 285. B ow lby, J . (1944) : Forty -four Juvenile Thieves. L ondres, Bailtiére, Tindall y Cox, 1946. - - (1960) : "S ep ar at ion Anxiety". Int . J . Psyc ho- A n al., XLI, p á gs . 89-113. - - Robertson, J am es y Rosenbluth, D. (19 52): "A T wo-Year- Old Gp es to Hospital". The Psychoanalytic Study of the Child, VII, pags. 82-94. Breuer, J . y Freud, S. (1893): "On the P sych ical Mech an ism of Hysterical Phenomena: Preliminary Communication ". Standard Edition, II, págs. 1 -17.** Brodey, W. M. (1964) :"On the Dyn am ics of Narcissísm : 1. Externalization and Early Ego Developm en t " . The Psyc hoan aly tic Study of the Child (en prensa ). " T be Psychoanalytic Sludy of tbe Cbild , actualm ente 19 volú menes, comp ilado por Ruth S. Eissler, Auna Freu d, H einz Hartma n n, M arianne Kris. Nueva. York, Intcmational U niversi ties P ress; Londres, Hogarth Pr ess, 1945-1964. • * Véase nota de la página 185.
183
Bryan, D. (1930): "Bisexuality". Int. J. Psycho-Anal., XI, págs. 150-166. Bühler, C. (1935): From Birth to Maturity. Londres, Routledge y Kegan Paul. Burlingham, D. (1952): Twins: A Study of Three Pairs of Identical Twins. Nueva York, International Universities Press. - - Goldberger, A. y Lussier, A. (1955): "Simultaneous Analysis of Mother and Child". The Psychoanalytic Study of the Child, X, págs. 165-186. Daly, C. D. (1928): "Der Menstruationskomplex". Imago, XIV, págs. 11-75. - - (1943): "The Role of Menstruation in Human Phylogenesis and Ontogenesis". Int. J. Psycho-Anal., XXIV, págs. 151-170. Eissler, K. R. (1950): "Ego-Psychological Implications of the Psychoanalytic Treatment of Delinquents". The Psychoanalytic Study of the Child, v, págs. 97-121. - - (1953): "The Effect of the Strueture of the Ego on Psychoanalytic Technique". J. Amer Psychoanal. Assn., I, págs. 104-143. - - (1958): "Notes on Problems of Technique in the Psychoanalytic Treatment of Adolescents: With Sorne Remarks on Perversions". The Psychoanalytic Study of the Child, XIII, págs. 223-254. Fenichel, O. (1936): "The Symbolic Equation: Girl = Phallus". The Collected Papers of Otto Fenichel, TI, págs. 3-18. Nueva York, W. W. Norton, 1954. Ferenczi, S. (1909): "Introjection and Transference", en Sex in Psychoanalysis. Nueva York, Basic Books, 1950, págs. 35-93. [Hay versión castellana: Sexo y psicoanálisis. Buenos Aires, Hormé, 1959.] - - (1911): "On the Part Played by Homosexuality in the Pathogenesis of Paranoia", en Sex in Psychoanalysis. Nueva York, Basic Books, 1950, págs. 154-186. - - (1914): "The Nosology of Male Homosexuality (Homoerotism), en Sex in Psychoanalysis. Nueva York, Basic Books, 1950, pág. 296318. Flügel, J. C. (1930): The Psychology of Clothes. Londres, Hogarth Press. [Hay versión castellana: Psicología del vestido. Buenos Aires, Paidós, 1964.] Freud, Anna (1926-1945): The Psycho-Analytical Treatment of Childreno Londres, Imago Publishing Co., 1946; Nueva York, International Universities Press, 1955. [Hay versión castellana: Psicoanálisis del niño. Buenos Aires, Hormé, 1964.] - - (1945): "Indications for Child Analysis". The Psychoanalytic Study of the Child, I, págs. 127-150. - - (1946): "The Psychoanalytíc Study or Infantile Feeding Disturbances". The Psychoanalytic Study of the Child, TI, págs. 119-132. - - (1949): "Aggression in Relation to Emotional Development". The Psychoanalytic Study of the Child, III y IV, págs. 37-42. - - (1951): "Observation on Child Development". The Psychoanalytic Study of the Child, VI, págs. 18-30. - - (1952): "The Role of Bodily Illness in the Mental Life of Children". The Psychoanalytic Study of the Child, VII, págs. 69-81. - - (1962): "Assessment of Childhood Disturbances". The Psychoanalytic Study of the Chi14, XVII, págs. 149-158. - - Y Burlingham, D. (1943): War and Children. Nueva York, International Universities Press. [Hay versión castellana: La guerra y los niños. Buenos Aires, Hormé, 1965.] - - - - (1944): Infants Without Families. Nueva York, International Universities Press. [Hay versión castellana: Niños sin hogar. Buenos Aires, Imán, ,1960.] Freud, Anna y Dann, S. (1951): "An Experiment in Group Upbringing". The Psychoanalytic Study of the Child, VI, págs. 127-168.
184
- - Véase también R ob er tson , J oy ce ; Levy, Kata. Freud, Sigmund (1893): "On the Psychical Mechanism of Hysterical Phenomena: A Lecture". Standard Edition, ro, págs. 25-3 9.* [Hay versión castellana: "El mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos. Comunicación preliminar". Estudios sobre la histeria. Obras completas. Madrid, Biblioteca Nueva (B .N.), t. I, 1967.] - - (1900) : "The Interpretation of Dreams". Standard Edition, IV y v. [Hay versión castellana: "La interpretación de los sueños". Obras completas. B.N., t. I, 1967.] - - (1905): "Three Essays on the Theory of Sexuality". Standard Edition, VII, págs. 125-245. [Hay versión castellana: "Tres ensayos sobre una teoría sexual". Obras completas. B.N., t . I, 1967.] - - (1907): "The Sexual Enlightenment of Children". Standard Edition, IX, págs. 129-139. [Hay versión castellana: "La ilustración sexual del niño". Obras completas, B.N., t. I, 1967.] - - (1909): "Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old Boy". Standard Edition, x, págs. 5-149. [Hay versión castellana: "Análisis de la fobia de un niño de cinco años". Obr as completas. B .N., t. rr, 1968.] - - (1913): "The Disposition to Obsessional Neurosis : A Contribution to the Problem of Choice of Neurosis". Standard Edition, XII, págs. 313-326. [Hay versión castellana: "La disposición a la neurosis obsesiva. Una aportación al problema de la elección de neurosis". Obras completas. B.N., t. I, 1967.] - - (1914): "On Narcissism: An Introduction". Standard Edition, XIV, págs. 67-102. [Hay versión castellana : "Introducción al narcisismo". Obras completas. B.N., t. I, 1967.] - - (1916-1917 [1915 -1917]): "Introductory Lectures on Psycho-Analysis". Standard Edition, xv y XVI. [Hay versión castellana: "Introducción al psicoanálisis". Obras completas. B.N., t. rr, 1968.] - - (1918 [1914]): "From the History of an Infantile Neurosis". Standard Edition, XVII, págs. 7-122. [Hay versión castellana: "Historia de una neurosis infantil (El hombre de los lobos) ". Obras completas. B.N., t. rr, 1968.] - - (1919): Prefacio a la obra de Reik: Ritual: Psycho-Analytic Studies. Standard Edition, XVII, págs. 259-263. [Hay versión castellana: "Prólogo" para el libro de Theodor Reik: Problemas de la psicología de las religiones, parte 1, "El ritual". Obras completas. B.N., t. ID, 1968.] - - (1922): "Sorne Neurotic Mechanisms in J'ealousy, Paranoia and , Homosexuality". Standard Edition, XVIII, págs. 221-232. [Hay versión castellana: "Sobre algunos mecanismos n euróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad". Obras completas, B.N., t. I, 1967.] - - (1924): "A Short Account of Psycho-Ana1ysis". Standard Edi tion, XIX, págs. 189-209. [Hay versión castellana: "Esquema del psicoanálisis". Obras completas. B.N., t . rr, 1968.] - - (1926 [1925]): "Inhibitíons, Symptoms and Anxiety". Standar d Edition, xx, págs. 77-174. [Hay v ersión castellana: "Inhibición , síntoma y angustia". Obras com pletas. B.N., t. n, 1968.] - - (1927): "The Future of an Illusion". Standard Edition, XXI, p ágs. 5-56. [Hay versión castellana: "El porvenir de una ilusión". Obras completas. B.N., t. rr, 1968.] (1930 [1929]) : "Civilization and Its Discontents". Standard Edition, XXI, págs. 64-145. [Hay versión castellana: "El malest ar en la cultura". Obras completas. B.N., t. ro, 1968.] * The Standard Edition 01 tbe Complete Psycbological Wo rks 01 Sigmtlnd Freud , 24 vol ú menes, traducida y compilada por James Strachey, Londres, Hogarth Press y el I nstitute of Psycho-Analysis, 1953.
185
- - (1931): "The Expert Opinión in the Halsmann Case". Standard Edition, XXI, págs. 251-253. [Hay versión castellana: "La pericia
forense en el proceso Halsmann". Obras completas. B.N., t . ITI, 1968.] - - (1932): "New lntroductory Lectures on Psycho-Analysis". Standard Edition, XXII, págs. 3-182. [Hay versión castellana: . "Nuevas aportaciones al psicoanálisis". Obras completas. B.N., t. TI, 1968.] - - (1937): "Analysis Terminable and Interminable". CoHected Papers, v, págs. 316-357. Londres, Hogarth Press, 1950. [Hay versión castellana: "Análisis terminable e interminable". Obras completas. B.N., t. 1lI, 1968.] - - Véase también Breuer, J. Geleerd, E. R. (1958): "Borderline States in Childhood and Adolescence". The Psychoanalytic Study of the Child, xrrr, págs. 279-295. Gillespie, W. H. (1964): "Symposium on Homosexuality". Int. J. Psycho-Anal., ILV, págs. 203-209. Greenacre, P. (1960): "Considerations Regarding the Parent-Infant Relationship". Int. J. Psycho-Anal., XLI, págs. 571-584. Gyomroi, E. L. (1963): "The Analysis of a Young Concentration Camp Victim". The Psychoanalytic Study of the Child, XVITl, págs. 484-510. Hartmann, H. (1947): "On Rational and Irrational Actíon". Psychoanalysis and the Social Sciences, 1, págs. 359-392. Nueva York, International Universities Press. - - (1950a): "Psychoanalysis and Developmental Psychology". The Psychoanalytic Study oi the Child, v, págs. 7-17. - - (1950b): "Comments on the Psychoanalytic Theory of the Ego". The Psychoanalytic Study of the Child, v, págs. 74-96. Hellman, L, Friedmann, O. y Shepheard, E. (1960): "Simultaneous Analysis of Mother and Child". The Psychoanalytic Study oi the Chitd, xv, págs. 359-377. Hoffer, W. (1950): "Development of the Body Ego". The Psychoanalytic Study of the Child, v, págs. 18-23. - - (1952): "The Mutual Influences in the Development of Ego and Id: Earliest Stages". The Psychoanalytic Study of the Child, VII, págs. 31-41. Isakower, O.: Comunicación personal. Jacobson, E. (1946): "The Effect of Disappointment on Ego and Superego Formation in Normal and Depressive Development". Psychoanal. Rev., x:xxm, págs. 129-147. James, Martín (1960): "Premature Ego Development: Sorne Observation upon Disturbances in the First Three Years of Life". Int. J . Psycho-AnaI., XL, págs. 288-294. James, T. E. (1962): Child Law. Londres, Sweet y Maxwell. J ones, E. (1932): "The Phallic Phase". Papers on Psychoanalysis. Baltimore, Williams y Wilkins, 1949, págs. 452-484. Katan, Anny (1937): "The Role of 'Displacement' in Agoraphobia". Int. J. Psycho-Anal., XXXII, págs. 41-50, 1951. - - (1961): "Some Thoughts about the Role of Verbalization in Early Childhood". The Psychoanalytic Study of the Child, XVI, págs. 184-188. Klein, M. (1957): Envy and Gratitude. Londres, Tavistock Publications. [Hay versión castellana: Envidia y gratitud. Emociones básicas del hombre. Buenos Aires, Paidós, 1969.] Kris, E. (1950): "Notes on the Development and on Some Current Problems of Psychoanalytic Child Psychology". The Psychoanalytic Study of the Child, nv; págs. 24-46. (1951): "Opening ReÍnarks on Psychoanalytic Child Psychology". The Psychoanalytic Study oi ihe Child, VI, págs. 9-17.
186
Laforgue, R. (1936): "La Névrose Familiale". Rev. Franl;. Psychanal., IX, págs. 327-359. . Lagache, D. (1950): "Homosexuality and Jealousy". Int. J. PsychoAnaL, XXXI, págs. 24-31. Lampl-de Groot, J. (1950): "On Masturbation and Its Influence on General Development". The Psychoanalytic Study of the Child, v, págs. 153-174. Levy, K. (1960): "Simultaneous Analysis of a Mother and Her Adolescent Daughter: The Mother's Contribution to the Loosening of the Infantile Object Tie. With an Introduction by Anna Freud". The Psychoanalytic Study of the Child, xv, págs. 378-391. Lewin, B. D. (1933): "The Body as Phallus". Psychoanal. Quart., II, págs. 24-47. Little, M. (1958): "On Delusional Transference (Transference Psychosis) ". Int. J . Psycho-Anal., !XL, págs. 134-138. Loewenstein, R. M. (1935): "Phallic Passivity in Men". lnt. J . PsychoAnaL, XVI, págs. 334-340. Mahler, M. S. (1952): "On Child Psychosisand Schizophrenia: Autistic and Symhiotic Infantile Psychoses". The Psychoanalytic Study of the Child, VII, págs. 286-305. - - y Gosliner, B. J. (1955): "On Symbiotic Child Psychosis: Genetic, Dynamic and Restitutive Aspects". The Psychoanalytic Study of the Child, x, págs. 195-212. Michaels, J. J. (1955): Disorders of Character: Persistent Enuresis, Juvenile Delinquency and Psychopathic Personality. Springfield, Ill., Charles C. Thomas. - - (1958): "Character Disorder and Acting upon Impulse", en M. Levitt (comp.) : Readings in Psychoanalytic Psychology. Nueva York, Appleton. Murphy, L. B. (1964): "Some Aspects of the First Relationship". Int. J . Psycho-Anal., X LV, págs. 31-43. Nunberg, H . (1947): Problems of Bisexuality as Reflected in Circum cision. Londres, Imago Publishing Co., 1949. Panel (1954a): "The Traditional Psychoanalytic Technique and Its V ariations". J. Amer. Psychoanal. Assn., II, págs. 621-710. - - (1 954b): "Psychoanalysis and Dynamic Psychotherapies: Similarities and Differences". J . Amer. Psychoanal. Assn., II, págs. 711797. Pasche, F. (1964): "Symposium on H om osex u ali t y ". Int. J. Psycho-A nal., XLV, págs. 210-213. Peck, N. (1962): "Chr on ological Age and the Rehabilitative Process" . Thesis, Criminal Law Division, Yale Law School, New H av en . Rangell, L. (1954): "Panel Report: Psychoanalysis and Dyn amic P sy chotherapy, Similarities and Differences". J. Amer. Psychoan al. Assn., II, págs. 152-166. Ro bertson, James (1958): Young Children in Ho spit al. Londres, 'I'avistock Publications; Nueva York, Basic B ooks, 1959. Robertson, Joyce (1956) : "A Mother's Ob ser vations on the To nsillectomy oí Her Four-Year-Old Daughter. With Comment s by Anna Freud". The Psychoanalytic Study of the Child, XI, págs. 410-433. - - (1962): "M oth er in g as an Influence on Early Develo pment. A Study of Well-Baby Clinic Records". The Psy choanalytic Study of the Child, XVII, págs. 245-264. Sadger, J. (1920): "Psychopathia sexualis und innere Sekretion". Fortschr. Med., 1. - - (1921): Die Lehre von den Geschlechtsverirrungen. Leipzig y Viena, Deuticke. Sarnoff, C. (1963): "Discussion of 'The Analysis of a Transvestite Boy',
187
by Melitta Sperling [Abstract of Meeting of the Psychoanalytic Association of New York]". Psychoanal. Quart., XXXII, pág. 471. Sperling, M. (1963): "Fetishism in Children". PsychoanaL. Quart., XXXII, págs. 374-392. Spitz, R. A. (1945): "Hospitalism". The PsychoanaLytic Study of the ChiZd, I, págs. 53-74. - - (1946): "Anaclitic Depression". The PsychoanaZytic Study of the ChiLd, TI, págs. 313-342. Sprince, M. P. (1962): "The Development of a Preodipal Partnership between an Ado1escent Gir1 and Her Mother". The PsychoanaLytic Study of the ChiZd, XVII, págs. 418-450. Sterba, R. (1934): "The Fate of the Ego in Ana1ytic Therapy. Int. J. Psycho-AnaL., xv, págs. 117-126. Symposium (1937): "The Theory or the Therapeutic Results of PsychoAnalysis". Int. J. Psycho-Anal., XVIII, págs. 125-189. - - (1954): "The Widening Scope of Indications for Psychoanalysis". J. Amer. PsychoanaZ. Assn., TI, págs. 567-620. - . - (1958) : "Variations in Classical Psycho-Analytic Technique". Int. J. Psycho-Anal., XXXIX, págs. 200-242. Weiss, E. (1925): "über eine noch nicht beschriebene Phase der Entwicklung zur heterosexuellen Liebe". Int. Z. PsychoanaZ., XI, págs. 429-443. Winnicott, D. W. (1949): The Ordinary Devoted Mother and Her Baby. Londres, Tavistock Publications. - - (1953): "Transitional Objects and Transitional Phenomena: A Study of the First Not-Me Possession". Int. J. Psycho-Anal., XXXIV, págs. 89-97. - - (1955) : "Metapsychological and Clinical Aspects of Regression within the Psycho-Analytical Set-up". Int. J . Psycho-Anal. , XXXVI, págs. 16-26. - - (1960): "The Theory of the Parent-Infant Relationship". Int. J. Psycho-Anal., :xxIII, págs. 112-120, 1942. - - (1946): "Fetishism and übject Choice in Early Childhood". PsychoanaL. Quart., xv, págs. 450-471. Zetzel, E. R. (1953): "Panel Report: The Traditional Psychoanalytic Technique and Its Variations". J. Amer. PsychoanaL. Assn., I, págs. 526-537.
188
Este li bro se terminó de imprimi r
el 4 de Enero de 1974 en Del Carr il Impresores, Av. Salvado r M. del Carril 2639/41 Buenos Aires
".
:
~
._. J
__
. Definir qué es normal y qué es patológico en el psicoanálisis infantil se convierte en el punto de partida crucial para el especialista en esta disciplina. Si bien durante años se ha utilizado con los niños el mismo criterio que con los adultos, los diagnósticos resultantes no merecen ahora igual confianza. Para Anna Freud deslindar lo normal y lo patológico en el niño ha sido el centro de su tarea en esta obra . Con tal fin se vale de los conceptos fundamentales del psicoanálisis que el terapeuta emplea en relación con su trabajo, los esclarece y revitaliza con sus propias contribuciones y, sobre todo, establece cómo se vinculan con la realidad cotidiana. En esta obra Anna Freud ofrece la integración de su teoría en torno del análisis del niño. Trata los temas siguientes: el criterio psicoanalítico y la infancia en el pasado y el presente; reconstrucciones a partir del análisis de adultos y sus aplicaciones. Las relaciones entre el análisis infantil y el análisis de adultos. La evaluación de la normalidad en la niñez; cuatro áreas de diferencia entre el niño y el adulto; la regresión como un principio del desarrollo normal. La evaluación de la patología; criterio para evaluar la severidad de la enfermedad; un perfil metapsicológico del niño. Evaluación de la patología; las neurosis infantiles; los trastornos del desarrollo; asocialidad, delincuencia y criminalidad como categorías diagnósticas en la niñez; la homosexualidad como una categoría diagnóstica en los trastornos de la infancia; otras perversiones y adicciones. Las posibilidades terapéuticas. El lector puede consultar del catálogo Paidós las siguientes obras de la misma autora : Anna Freud: El yo y los mecanismos de defensa. Por su asunto, significado y realización, este libro es el fundamental de Anna .Freud. Se ocupa de los recursos protectores típicos que utilizan el niño, el adolescente y el adulto en su búsqueda de placer y evitación del miedo y la angustia, que en ocasiones conducen a la enfermedad. Esta obra ya es clásica. Anna Freud : Introducción al psicoanálisis para .educadores. Este libro, útil para iniciarse en el psicoanálisis, ha sido concebido "para los educadores", especialmente para los desprovistos de formación psicoanalítica. Contesta a las cuestiones fundamentales: el proceso del desarrollo anímico, la técnica de la exploración psicológica y las normas para una correcta educación, en forma sencilla, clara y directa. Anna Freud: Psicoanálisis del niño. Obra clásica en su género. Expone los conceptos básicos de la teoría y práctica del psicoanálisis infantil. Sirve de consulta a los entendidos y de guía excepcionalmente adecuada _para quienes deseen ingresar en este campo . También le interesarán de esta autora, los siguientes libros: S. Freud, A. Freud, M. Klein, E. H. Erikson y otros: Grandes casos del psicoanálisis de niños y A. Freud y D. Burlingham : La guerra y los niños.