Diálogo. La Iglesia debe estudiar los contactos con el mundo. La vida Cristiana es luz, vida nueva, “blick”. La vida profana exaltacin de la bondad natura ! desesperada corrupcin. corrupcin. La diferencia, es el "isterio #ascual de Cristo. #ero la Iglesia debe estar en el mundo sin ser del mundo, sin ser segregacionista. Los m$todos preventivos% unin vital con Cristo ! tener conciencia de &uien es ella misma. 'raba(o. 'raba(o. Leer ).*. + - /. 0uscar caracter1sticas del Diálogo.
•
Di
álogo
Dice la verdad, no la disminuye. Es una fortaleza interna, no debilidad. Guiada por las pautas del Concilio Vaticano II. Tiene que ser vivo y benéco. !erym erym"t "tic ico, o, con con pr pred edic icac aci# i#n n de $uena %oticia. Con todos los &ombres. Donde 'ay un 'ombre a'( la I)lesia dialo)a. Insertado en la realidad y el len)ua*e actual. Comunicar vida nueva. %acido de la caridad. $usca la 'ora oportuna. Estable Estable un proceso proceso de conversi# conversi#n, n, no inmediatez. Vivo desde el di"lo)o de Dios con los 'ombres. El método, sin l(mites, sin calcular. Es deber de caridad. Toma la iniciativa. +e adapta al interlocutor. Es claro, afable, conado y evan)élico.
Lumen Gentium. 2Cap. I3. La Iglesia está en Cristo% sacramento, signo, instrumento de la unin 1ntima con Dios ! de la unidad de toda la Iglesia.
4aturaleza ! misin. *acrado - sacamentum, 2gr. "!sterion3. )n la 0iblia referido a lo &ue está oculto 2Dn. ,+/3. 5mbito% lo sagrado. 6uien entra% solo Dios. )l contenido del misterio son los planes de &uien gobierna al misterio. 7om. +8,9. +: Cor. , +; -++. "t. ++, 9 - .
)f. +, < - +;. #or eso, eso, lo &ue &ue par parec ec1a 1a inco incogn gnos osci cibl ble e en Dios Dios lo =a revel evelad ado o Cris Cristo to,, en su )ncarnacin, >ida, #asin, "uerte ! 7esurreccin. 'raba(o% 'raba(o% ?Cmo participa la Iglesia en este "isterio@ Leer L.A. - /.
#adre
Bi(o
)sp1ritu *anto
Creaci#n. Elevaci#n del ecado. romesa
Encarnaci#n. -edenci#n. scensi#n.
entecostés. Con)re)aci#n. +anticaci#n. Consumaci#n.
)ucarist1a - Iglesia. La Iglesia está fundada por Cristo. )lla maniesta el reino de Dios. uera de la Iglesia no =a! salvacin. #or eso, las guras de la Iglesia son% redil, gre!, labranza. )n el Entiguo 'estamento, 'estamento, se basa en lo pastoral, agricultura, construccin, construccin, esponsal ! familia. )lla es un cuerpo, el de Cristo% (erár&uicamente organizada. #ero a la vez es #ueblo de Dios, muc=edumbre congregada en nombre de Dios Fno ! 'rino. Igualdad para todos sus miembros, aun&ue con distintas funciones.
La Iglesia en el Nuevo Testamento.
)n el )vangelio segGn *an "ateo.. Iglesia ! reinado. Embiente cultural% espera del "es1as. La Iglesia &ue está con Cristo, en accin por el 7eino de Dios, ella enuncia la proximidad del 7eino de Dios, guiar ! realizar la voluntad del #adre. HesGs lo instaura, ! con $l, empieza el periodo de la Iglesia. Los disc1pulos son la Iglesia de Cristo. HesGs convoca a la Iglesia% visin puesta en el futuro. La caracter1stica% "t. /, J,. ella es la comunidad de los Disc1pulos% "t. 9, + - +. Preformación de la Iglesia. Israel es modelo de la Iglesia &ue se institu!e con los Epstoles. Iglesia ! 7evelacin, el ministro se muestra como tal. #or eso, en el sermn de la montaKa, arma “Entes se di(o pero !o les digo” Lo anterior es preformacin de la Iglesia ! &ue la Iglesia es continuacin del #ueblo de Dios, pero con la novedad de Cristo. La Iglesia se muestra como reveladora ! a &uien, se va cumpliendo en el Entiguo 'estamento, =asta &ue llega a su plenitud con ! en Cristo, ! el nuevo Israel, &ue es la Iglesia. se transforma en el tiempo de la Iglesia. La Iglesia se forma en torno a la #alabra% Bc=s. ,/ +<,+ +<,8 +;, // - /M. Lc., presenta en sus o < primeros primeros cap1tulos lo ideal de la vida comunitaria ! luego la realidad de la Iglesia perseguida, dicultades externas e internas. •
)n el )vangelio segGn *an Huan. Hn. , 8 - +;. La Iglesia es el con(unto de los Disc1pulos. La Iglesia se insinGa en HesGs de 4azaret ! su discipulado% Gnica ! catlica 2universal3. Hn. ,
)f. +, < - +;. #or eso, eso, lo &ue &ue par parec ec1a 1a inco incogn gnos osci cibl ble e en Dios Dios lo =a revel evelad ado o Cris Cristo to,, en su )ncarnacin, >ida, #asin, "uerte ! 7esurreccin. 'raba(o% 'raba(o% ?Cmo participa la Iglesia en este "isterio@ Leer L.A. - /.
#adre
Bi(o
)sp1ritu *anto
Creaci#n. Elevaci#n del ecado. romesa
Encarnaci#n. -edenci#n. scensi#n.
entecostés. Con)re)aci#n. +anticaci#n. Consumaci#n.
)ucarist1a - Iglesia. La Iglesia está fundada por Cristo. )lla maniesta el reino de Dios. uera de la Iglesia no =a! salvacin. #or eso, las guras de la Iglesia son% redil, gre!, labranza. )n el Entiguo 'estamento, 'estamento, se basa en lo pastoral, agricultura, construccin, construccin, esponsal ! familia. )lla es un cuerpo, el de Cristo% (erár&uicamente organizada. #ero a la vez es #ueblo de Dios, muc=edumbre congregada en nombre de Dios Fno ! 'rino. Igualdad para todos sus miembros, aun&ue con distintas funciones.
La Iglesia en el Nuevo Testamento.
)n el )vangelio segGn *an "ateo.. Iglesia ! reinado. Embiente cultural% espera del "es1as. La Iglesia &ue está con Cristo, en accin por el 7eino de Dios, ella enuncia la proximidad del 7eino de Dios, guiar ! realizar la voluntad del #adre. HesGs lo instaura, ! con $l, empieza el periodo de la Iglesia. Los disc1pulos son la Iglesia de Cristo. HesGs convoca a la Iglesia% visin puesta en el futuro. La caracter1stica% "t. /, J,. ella es la comunidad de los Disc1pulos% "t. 9, + - +. Preformación de la Iglesia. Israel es modelo de la Iglesia &ue se institu!e con los Epstoles. Iglesia ! 7evelacin, el ministro se muestra como tal. #or eso, en el sermn de la montaKa, arma “Entes se di(o pero !o les digo” Lo anterior es preformacin de la Iglesia ! &ue la Iglesia es continuacin del #ueblo de Dios, pero con la novedad de Cristo. La Iglesia se muestra como reveladora ! a &uien, se va cumpliendo en el Entiguo 'estamento, =asta &ue llega a su plenitud con ! en Cristo, ! el nuevo Israel, &ue es la Iglesia. se transforma en el tiempo de la Iglesia. La Iglesia se forma en torno a la #alabra% Bc=s. ,/ +<,+ +<,8 +;, // - /M. Lc., presenta en sus o < primeros primeros cap1tulos lo ideal de la vida comunitaria ! luego la realidad de la Iglesia perseguida, dicultades externas e internas. •
)n el )vangelio segGn *an Huan. Hn. , 8 - +;. La Iglesia es el con(unto de los Disc1pulos. La Iglesia se insinGa en HesGs de 4azaret ! su discipulado% Gnica ! catlica 2universal3. Hn. ,
Hn, +,/ "t. "t. +8,+M, Lc. J,+M J,+M "c. M,<; ss. Hunto a #edro, #edro, aparece aparece el Disc1pulo Disc1pulo amado. amado. Iglesia ! el mundo% Hn. +, +/ - +M /,+9. )l mundo en torno a tres conceptos% tinieblas, destino de la )vangelizacin, )vangelizacin, creacin. Criterios a renovar% unidad es la conciencia de la Iglesia, la misin es la conciencia del )nv1o.
)n *an #ablo. La Iglesia es cuerpo de Cristo% su relacin es vital con la cabeza, entre sus cre!entes ! su fundador, es para acentuar la caracter1stica caracter1stica universal Cabeza - cuerpo% )f. +, /,+ - +8 9, < <;. )l cuerpo de un =ombre es el =ombre en un determinado aspecto, el simblico. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, ! es Cristo en su cuerpo. Cristo Cabeza% 'es. +, +M )f. /, +9 ss 9, + ss. )ntre cre!entes% cuerpo - miembro 2Col., ! )f.3. Comida entre cre!entes. )l cuerpo es la comunidad de los cre!entes, peor los miembros no crean a la Iglesia, al cuerpo no lo =acen los miembros. Col. +, + - +M todo el universo participa de la Iglesia como cuerpo de Cristo. 'odo lo creado participa de la Iglesia. La Iglesia es templo de Dios. )dicio% lugar del actuar de Dios en el )sp1ritu 2+: Cor. <,+8 : Cor. 8,+8 )f. ,3 Construccin% )f. ,J. 'emplo de Dios% Dios% Aal. 8,+;. 'emplo Casa, Iglesia universal% )f. ,+J +: 'im. <,+9. Ciudad o #olis celeste% Aal. /,+ ilip. <,;. "orada de Dios en el )sp1ritu *anto% )f.
)n las cartas pastorales. La Iglesia es propiedad de Dios ! Hesucristo% 'it. ,+/. Casa% +: #ed. /,+. amilia Beb. <,8. )dicio% +: 'im. <,+9. Leer% +: 'im. 'im. , / - /,+< : 'im. , +J - ;. )lla es institucin Divina integrada por Bombres, descansa en ! por los apstoles
Traba*o r"ctico/
?Cuáles son los Documentos del C>II &ue reNe(an los pensamientos de la ).*.@ Investiga Investigarr Dienzger Dienzger,, Concilio Concilio >aticano aticano I, =asta =asta Corporis Corporis "!stici, "!stici, &ue cosas =ablan de los < pensamientos@
)cclesia m *uam
Conciencia
0G.
-enovaci#n
DV. 1 +.C.
Di"lo)o
G+.
CD. 1 2. 1 2T. 1 C. 1 . 1 G.
3-. 1 D&. 1 %. 1 GE. 1 I4
La esperanza ecuménica en la encíclica Ecclesiam Suam 'odos los =ombres en general llamados a la salvacin por la gracia de Dios
El Beato Juan XXIII, inició el Concilio Vaticano II, pero no pudo llevarlo a término, porque el 3 de junio de 1963, entrea!a "u e"p#ritu a $io"% el nuevo &ont#'ice, &a!lo VI, a"eura!a al mundo que "e compromet#a a reali(ar como "u principal o!ra en aquel momento, la culminación del Concilio% en e'ecto el )9 de "eptiem!re de aquel a*o, &a!lo VI, reinicia!a el Concilio Vaticano II+ a-n cuando decidió no tocar directamente ninuna de la" cue"tione" di"cutida", "in querer pertur!ar lo" tra!ajo" del concilio.pero para que "e cele!ren m/" 'ructuo"amente "u" "e"ione", pu!licó "u primera enc#clica Eccle"iam 0uam+ re" "on "u" directrice"% 2 cada una de ella", corre"ponden a la" tre" parte" de la enc#clica+ &odemo" deciro" "in m/",.que tre" "on lo" pen"amiento" que aitan nue"tro e"p#ritu cuando con"ideramo" el alt#"imo o'icio que la &rovidencia.no" a querido con'iar, de reir la Ile"ia de Cri"to+415 El primero la Ile"ia de!e pro'undi(ar la conciencia de "# mi"ma, de!e meditar "o!re el mi"terio que le e" propio, de!e e7plorar,.acerca de "u propio orien, de "u propia naturale(a, de "u propia mi"ión, de "u propia "uerte 'inal+4)5 El "eundo pen"amiento de la enc#clica "e-n pala!ra" de &a!lo VI que ocupa nue"tro e"p#ritu 2 que qui"iéramo" mani'e"taro" a 'in de encontrar no "ólo ma2or aliento para emprender la" de!ida" re'orma", "ino tam!ién para allar en vue"tra ade"ión el con"ejo 2 apo2o en tan delicada 2 di'#cil empre"a, e" el ver cu/l e" el de!er pre"ente de la Ile"ia de correir lo" de'ecto" de lo" propio" miem!ro" 2 acerlo" tender a la ma2or per'ección 2 cu/l e" la v#a para llear con "a!idur#a a tan ran renovación+ 8435 'inalmente el -ltimo pen"amiento del &ont#'ice nue"tro tercer pen"amiento, nacido de lo" do" primero" 2a enunciado", e" el de la" relacione" que actualmente de!e la Ile"ia e"ta!lecer con el mundo que la rodea 2 en medio del cual vive 2 tra!aja. pre"énta"e, pue", el pro!lema llamado del di/loo entre la Ile"ia 2 el mundo moderno+45 &or lo tanto, la Ile"ia al tomar conciencia de "u orien, naturale(a 2 mi"ión 2 al renovar"e, : renovación que no puede a'ectar a lo 'undamental, "ino que de!e comunicar un nuevo e"plendor del ;o"tro de la Ile"ia: re'uer(a aquel pen"amiento de Cri"to que "e reali(a en el di/loo entre la Ile"ia 2 todo" lo" om!re" de !uena voluntad, tanto dentro como 'uera de la Ile"ia+4<5 En"e*a Juan &a!lo II que la e"peran(a de!e conducir, al mi"mo tiempo, a aquel di/loo que &a!lo VI en la Enc#clica Eccle"iam 0uam llamó =di/loo de la
La esperanza ecuménica en la encíclica Ecclesiam Suam
"alvación>465, di"tinuiendo con preci"ión lo" diver"o" /m!ito" dentro de lo" cuale" de!e "er llevado a ca!o4?5+ a continuación area, dando nueva lu( con e"ta e7plicación, no ce"o de dar racia" a $io", porque e"te ran &redece"or m#o 2 al mi"mo tiempo verdadero padre, no o!"tante la" diver"a" de!ilidade" interna" que an a'ectado a la Ile"ia en el per#odo po"conciliar, a "a!ido pre"entar @ad e7tra@, al e7terior, "u auténtico ro"tro.Ael ro"tro de la Ile"ia, "u mi"ión 2 "u "ervicio%45 podr#amo" no"otro" arear entonce", que la mi"ión de la Ile"ia e" el di/loo de la "alvación, del cual a!la &a!lo VI en "u enc#clica Eccle"iam 0uam+ El Concilio Vaticano II a llevado a ca!o un tra!ajo inmen"o para 'ormar la conciencia plena 2 univer"al de la Ile"ia, a la que "e re'er#a el &apa &a!lo VI en "u primera Enc#clica+ al conciencia :o m/" !ien, autoconciencia de la Ile"ia: "e 'orma =en el di/loo>, el cual, ante" de acer"e coloquio, de!e diriir la propia atención al =otro>, e" decir, a aquél con el cual queremo" a!lar+495 El om!re e" la -nica criatura en la tierra a la que $io" a amado por "# mi"ma% por tanto no puede encontrar"e plenamente a "# mi"mo "ino en la entrea "incera de "# mi"mo41D5+ El di/loo e" pa"o o!liado del camino a recorrer acia la autorreali(ación del om!re, tanto del individuo como tam!ién de cada comunidad umana+ !arca al "ujeto umano totalmente+ E"ta verdad "o!re el di/loo, e7pre"ada tan pro'undamente por el &apa &a!lo VI en la Enc#clica Eccle"iam 0uam, 'ue tam!ién a"umida por la doctrina 2 la actividad ecuménica del Concilio+ El di/loo no e" "ólo un intercam!io de idea"+ 0iempre e" de todo" modo" un intercam!io de done"+
Los círculos del diálogo de salvación La Iglesia no ignora las formidables dimensiones de la misión que Dios le ha encomendado; a su vez conoce la desproporción que se!alan las es"adís"icas en"re lo que ella es # la población de la "ierra; conoce los lími"es de sus fuerzas conoce has"a sus propias humanas debilidades sus propios fallos sabe "ambién que la buena acogida del Evangelio no depende en fin de cuen"as de alg$n esfuerzo apos"ólico su#o o de alguna favorable circuns"ancia de orden "emporal% la fe es un don de Dios # Dios se!ala en el mundo las líneas # las horas de su salvación& 'ero la Iglesia sabe que es semilla que es fermen"o que es sal # luz del mundo por eso no prome"e felicidad "errena sino que ofrece algo (su luz # su gracia( a su
vez habla al mundo de verdad de )us"icia de liber"ad de progreso de concordia de paz de civilización& *ris"o le ha confiado es"a misión& + por eso la Iglesia "iene un mensa)e para cada ca"egoría de personas% para los ni!os para la )uven"ud hombres cien"íficos e in"elec"uales para el mundo del "raba)o # las clases sociales para los ar"is"as para los polí"icos # gobernan"es% especialmen"e para los pobres para los desheredados para los que sufren incluso para los que mueren% para "odos&,--. Es"a misión de la Iglesia se presen"a /en feliz e0presión de 'ablo 1I( en círculos concén"ricos alrededor del cen"ro en que la mano de Dios nos ha colocado&,-2. 3 su vez 4uan 'ablo II dice en la *ar"a 3pos"ólica 5er"io 6illennio 3dvenien"e% 'ablo 1I por su par"e en la Encíclica Ecclesiam suam e0plica la universal par"icipación de los hombres en el pro#ec"o de Dios se!alando los dis"in"os círculos del diálogo de salvación&,-7. 8a# un primer círculo inmenso cu#os lími"es no alcanzamos a ver;9 son los lími"es que circunscriben la humanidad en cuan"o "al el mundo9 5odo lo que es humano "iene que ver con noso"ros& 5enemos en com$n con "oda la humanidad9 la vida con "odos sus dones con "odos sus problemas9 Sabemos sin embargo que en es"e círculo sin confines ha# muchos por desgracia muchísimos que no profesan ninguna religión9 Es"amos firmemen"e convencidos de que la "eoría en que se funda la negación de Dios es fundamen"almen"e equivocada9 :o es una liberación sino un drama que in"en"a sofocar la luz del Dios vivo9 La hipó"esis de un diálogo se hace sumamen"e difícil en "ales condiciones por no decir imposible a pesar de que en nues"ro ánimo no e0is"e en es"e momen"o ninguna e0clusión preconcebida hacia las personas que profesan dichos sis"emas # adhieren a esos regímenes& Sin embargo siguiendo el e)emplo de su predecesor 4uan III,-<. conclu#e no perdemos la esperanza de que puedan un día abrir con la Iglesia o"ro diálogo posi"ivo diverso del que cons"i"u#e nues"ra presen"e reprobación # nues"ro obligado lamen"o&,-=. El segundo círculo "ambién inmenso pero menos le)ano de noso"ros% es el de los hombres que adoran al Dios $nico # supremo al mismo que noso"ros adoramos9 los hi)os del pueblo hebreo dignos de nues"ro afec"uoso respe"o fieles a la religión que noso"ros llamamos del 3n"iguo "es"amen"o; # luego a los adoradores de Dios seg$n concepción de la religión mono"eís"a especialmen"e de la musulmana merecedores de admiración por "odo aquello que en su cul"o de Dios ha# de verdadero # bueno; # después "odavía a los seguidores de las grandes religiones afroasiá"icas& Eviden"emen"e no podemos compar"ir es"as variadas e0presiones religiosas ni podemos quedar indiferen"es como si "odas a su modo fuesen equivalen"es9 al con"rario por deber de leal"ad hemos de manifes"ar nues"ra persuasión de que la verdadera religión es $nica # esa es la religión cris"iana # que alimen"amos la esperanza de que como "al llegue a ser reconocida
por "odos los que buscan # adoran a Dios& 3 es"e respec"o aclara un diálogo por nues"ra par"e es posible # no de)aremos de ofrecerlo donde quiera que con recíproco # leal respe"o sea acep"ado con benevolencia&,->. Se nos presen"a luego el "ercer círculo el círculo más cercano a :os en el mundo el de los que llevan el nombre de *ris"o& En es"e campo el diálogo que ha alcanzado la calificación de ecuménico9 *on gus"o hacemos nues"ro el principio% pongamos en evidencia primero de "odo lo que nos es com$n an"es de subra#ar lo que nos divide9 :ada puede ser más deseable para :os que el abrazarlos en una perfec"a unión de fe # de caridad9 ahora que la Iglesia *a"ólica ha "omado la inicia"iva de volver a reunir el $nico redil de *ris"o no de)ará ella de seguir adelan"e con "oda paciencia9 ?n pensamien"o a es"e propósi"o nos aflige # es el de ver cómo precisamen"e :os promo"ores de "al reconciliación somos considerados por muchos 8ermanos separados el obs"áculo principal que se opone a ella a causa del 'rimado de honor # de )urisdicción que *ris"o confirió al após"ol 'edro # que :os hemos heredado de él& 3l finalizar la mirada de es"e "ercer círculo del diálogo de salvación 'ablo 1I agrega ba)o es"a luz nues"ro diálogo siempre es"á abier"o; el cual a$n an"es de e0"enderse en conversaciones fra"ernales se abre en coloquios con el 'adre celes"e en efusiones de oración # de esperanza&,-@. Ainalmen"e el $l"imo círculo es con los 8i)os de la *asa de Dios la Iglesia una san"a ca"ólica # apos"ólica9 B*ómo quisiéramos gozar de un diálogo de familia en la pleni"ud de la fe de la caridad # de las obrasC&&& El espíri"u de independencia de crí"ica de rebelión no es"á de acuerdo con la caridad animadora de la solidaridad de la concordia de la paz en la Iglesia # "ransforma fácilmen"e el diálogo en discusión en al"ercado en disidencia% desagradable fenómeno (aunque por desgracia siempre a pun"o de producirse( con"ra el cual la voz del 3pós"ol 'ablo nos amones"a% ue no ha#a en"re voso"ros divisionesF,-G. es"amos pues ardien"emen"e deseosos de que el diálogo in"erior en el seno de la comunidad eclesiás"ica se va#a enriqueciendo en fervor en "emas en n$mero de in"erlocu"ores de "al manera que se acrecien"e la vi"alidad # la san"ificación del *uerpo 6ís"ico "erreno de *ris"o&,-H. El *oncilio 1a"icano II en la *ons"i"ución dogmá"ica sobre la Iglesia considerando la cues"ión de la per"enencia a la Iglesia # de la ordenación al 'ueblo de Dios dice así% 5odos los hombres es"án invi"ados a es"a unidad ca"ólica del 'ueblo de Dios&&& 3 es"a unidad per"enecen de diversas maneras o a ella es"án des"inados los ca"ólicos los demás cris"ianos e incluso "odos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios&,2.
JE0presa la encíclica la esperanza ecuménicaK
epe"imos una vez más las palabras de 'ablo 1I al hablar del segundo círculo de salvación% hemos de manifes"ar nues"ra persuasión de que la verdadera religión es $nica # esa es la religión cris"iana # que alimen"amos la esperanza de que como "al llegue a ser reconocida por "odos los que buscan # adoran a Dios&
'or eso finalizamos es"e ar"ículo con las palabras de 4uan 'ablo II% 6i predecesor 'ablo 1I ha dedicado al diálogo una par"e impor"an"e de su primera Encíclica Ecclesiam suam donde lo describe # carac"eriza significa"ivamen"e como diálogo de la salvación&
En efec"o la Iglesia emplea el mé"odo del diálogo para llevar me)or a los hombres (los que por el bau"ismo # la profesión de fe se consideran miembros de la comunidad cris"iana # los que son a)enos a ella( a la conversión # a la peni"encia por el camino de una renovación profunda de la propia conciencia # vida a la luz del mis"erio de la redención # la salvación realizada por *ris"o # confiada al minis"erio de su Iglesia& El diálogo au"én"ico por consiguien"e es"á encaminado an"e "odo a la regeneración de cada uno a "ravés de la conversión in"erior # la peni"encia # debe hacerse con un profundo respe"o a las conciencias # con la paciencia # la gradualidad indispensables en las condiciones de los hombres de nues"ra época&,2-.
Ainal
+ Jqué decir de "odas las inicia"ivas bro"adas de la nueva orien"ación ecuménicaK El inolvidable 'apa 4uan III con claridad evangélica plan"eó el problema de la unión de los cris"ianos como simple consecuencia de la volun"ad del mismo 4esucris"o nues"ro 6aes"ro afirmada varias veces # e0presada de manera par"icular en la oración del *enáculo la víspera de su muer"e% M'ara que "odos sean uno como "$ 'adre es"ás en mí # #o en "iM& El *oncilio 1a"icano II respondió a es"a e0igencia de manera concisa con el Decre"o sobre el ecumenismo& El 'apa
'ablo 1I valiéndose de la ac"ividad del Secre"ariado para la unión de los cris"ianos inició los primeros pasos difíciles por el camino de la consecución de "al unión& J8emos ido le)os por es"e caminoK Sin querer dar una respues"a concre"a podemos decir que hemos conseguido unos progresos verdaderos e impor"an"es& ?na cosa es cier"a% hemos "raba)ado con perseverancia coherencia # valen"ía # con noso"ros se han empe!ado "ambién los represen"an"es de o"ras Iglesias # de o"ras *omunidades cris"ianas por lo cual les es"amos sinceramen"e reconocidos& Es cier"o además que en la presen"e si"uación his"órica de la cris"iandad # del mundo no se ve o"ra posibilidad de cumplir la misión universal de la Iglesia en lo concernien"e a los problemas ecuménicos que la de buscar lealmen"e con perseverancia humildad # con valen"ía las vías de acercamien"o # de unión "al como nos ha dado e)emplo personal el 'apa 'ablo 1I& Debemos por "an"o buscar la unión sin desanimarnos fren"e a las dificul"ades que pueden presen"arse o acumularse a lo largo de es"e camino; de o"ra manera no seremos fieles a la 'alabra de *ris"o no cumpliremos su "es"amen"o& JEs líci"o correr es"e riesgoK,22. ,--. 'ablo 1I *ar"a Encíclica Ecclesiam Suam III 27& ,-2. Ndem& ,-7. 4uan 'ablo II *ar"a 3pos"ólica 5er"io 6illennio 3dvenien"e 1 =>& ,-<. *fr& 4uan III 'acem in 5erris 3c"a 3pos"olicae Sedis < O-H>7P 7& ,-=. 'ablo 1I *ar"a Encíclica Ecclesiam Suam III 2<(2@& ,->. Ndem III 2H ,-@. Ndem III 7& ,-G. I *or& - - ,-H. 'ablo 1I *ar"a Encíclica Ecclesiam Suam III 7-& ,2. *fr& *onc& Ecum& 1a" II *ons"& dogm& Lumen gen"ium sobre la Iglesia -7& ,2-. 4uan 'ablo II E0or"ación apos"ólica econcilia"io e" 'aeni"en"ia 2= ,22. 4uan 'ablo II *ar"a Encíclica edemp"or 8ominis >
CARTA ENCÍCLICA «ECCLESIAM SUAM»
DEL SUMO PONTÍFICE PABLO VI EL "MANDATO" DE LA IGLESIA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
Venerables hermanos y queridos hijos:
Habiendo Jesucristo fundado su Iglesia para que fuese al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación, se ve claramente por qu é a lo largo de los siglos le han dado muestras de particular amor y le han dedicado especial solicitud todos los que se han interesado por la gloria de Dios y por la salvaci ón eterna de los hombres; entre éstos, como es natural, brillaron los Vicarios del mismo Cristo en la tierra, un n úmero inmenso de Obispos y de sacerdotes y un admirable escuadr ón de cristianos santos. LA DOCTRINA DEL EVANGELIO Y LA GRAN FAMILIA HUMANA
2. A todos, por tanto, les parecer á justo que Nos, al dirigir al mundo esta nuestra primera enc í clica, después que por inescrutable designio de Dios hemos sido llamados al Sumo Pontificado, volvamos nuestro pensamiento amoroso y reverente a la santa Iglesia. Por este motivo nos proponemos en esta Enc í clica aclarar lo más posible a los ojos de todos cuánta importancia tiene, por una parte, para la salvaci ón de la sociedad humana, y con cuánta solicitud, por otra, la Iglesia lo desea, que una y otra se encuentren, se conozcan y se amen. Cuando, por la gracia de Dios, tuvimos la dicha de dirigiros personalmente la palabra, en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, en la fiesta de San Miguel Arc ángel del año pasado, a todos vosotros reunidos en la bas í lica de San Pedro, os manifestamos el prop ósito de dirigiros también por escrito, como es costumbre al principio de un pontificado, nuestra fraterna y paternal palabra, para manifestaros algunos de los pensamientos que en nuestro esp í ritu se destacan sobre los dem ás y que nos parecen útiles para guiar prácticamente los comienzos de nuestro ministerio pontificio. Verdaderamente nos es dif íc il determinar dichos pensamientos, porque los tenemos que descubrir en la más cuidadosa meditación de la divina doctrina teniendo muy presentes las palabras de Cristo: Mi doctrina no es mí a, sino de Aquel que me ha enviado (1); tenemos, además, que adaptarlos a las actuales condiciones de la Iglesia misma en una hora de intensa actividad y tensi ón, tanto de su interior experiencia espiritual como de su exterior esfuerzo apost ólico; y, finalmente, no podemos ignorar el estado en que actualmente se halla la humanidad en medio de la cual se desenvuelve nuestra misi ón. TRIPLE TAREA DE LA IGLESIA
3. Nos no pretendemos, sin embargo, decir cosas nuevas ni completas: para ello est á el Concilio Ecuménico; y su obra no debe ser turbada por esta nuestra sencilla conversaci ón epistolar, sino, antes
bien, honrada y alentada. Esta nuestra enc í clica no quiere revestir carácter solemne y propiamente doctrinal, ni proponer enseñanzas determinadas, morales o sociales: simplemente quiere ser un mensaje fraternal y familiar. Pues queremos tan s ólo, con esta nuestra carta, cumplir el deber de abriros nuestra alma, con la intención de dar a la comunión de fe y de caridad que felizmente existe entre nosotros una mayor cohesión y un mayor gozo, con el propósito de fortalecer nuestro ministerio, de atender mejor a las fructí feras sesiones del Concilio Ecum énico mismo y de dar mayor claridad a algunos criterios doctrinales y prácticos que puedan útilmente guiar la actividad espiritual y apost ólica de la Jerarquí a eclesiástica y de cuantos le prestan obediencia y colaboraci ón o incluso tan sólo benévola atención. Podemos deciros ya, Venerables Hermanos, que tres son los pensamientos que agitan nuestro esp í ritu cuando consideramos el altí simo oficio que la Providencia —contra nuestros deseos y m éritos— nos ha querido confiar, de regir la Iglesia de Cristo en nuestra funci ón de Obispo de Roma y por lo mismo, también, de Sucesor del bienaventurado Apóstol Pedro, administrador de las supremas llaves del reino de Dios y Vicario de aquel Cristo que le constituy ó como pastor primero de su grey universal; el pensamiento, decimos, de que ésta es la hora en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de s í misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio, debe explorar, para propia instrucci ón y edificación, la doctrina que le es bien conocida, —en este último siglo investigada y difundida— acerca de su propio origen, de su propia naturaleza, de su propia misi ón, de su propio destino final; pero doctrina nunca suficientemente estudiada y comprendida, ya que contiene el plan providencial del misterio oculto desde los siglos en Dios... para que sea ahora notificado por la Iglesia(2), esto es, la misteriosa reserva de los misteriosos designios de Dios que mediante la Iglesia son manifestados; y porque esta doctrina constituye hoy el objeto más interesante que ningún otro, de la reflexión de quien quiere ser dócil seguidor de Cristo, y tanto más de quienes, como Nos y vosotros, Venerables Hermanos, han sido puestos por el Espí ritu Santo como Obispos para regir la Iglesia misma de Dios(3). De esta iluminada y operante conciencia brota un espont áneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia —tal como Cristo la vio, la quiso y la am ó como Esposa suya santa e inmaculada(4)— y el rostro real que hoy la Iglesia presenta, fiel, por una parte, con la gracia divina, a las l í neas que su divino Fundador le imprimió y que el Espí ritu Santo vivificó y desarrolló durante los siglos en forma m ás amplia y más conforme al concepto inicial, y por otra, a la í ndole de la humanidad que iba ella evangelizando e incorporando; pero jamás suficientemente perfecto, jamás suficientemente bello, jamás suficientemente santo y luminoso como lo quer í a aquel divino concepto animador. Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior frente el espejo del modelo que Cristo nos dej ó de sí . El segundo pensamiento, pues, que ocupa nuestro esp í ritu y que quisiéramos manifestaros, a fin de encontrar no s ólo mayor aliento para emprender las debidas reformas, sino tambi én para hallar en vuestra adhesi ón el consejo y apoyo en tan delicada y dif í cil empresa, es el ver cuál es el deber presente de la Iglesia en corregir los defectos de los propios miembros y hacerles tender a mayor perfecci ón y cuál es el método mejor para llegar con prudencia a tan gran renovaci ón. Nuestro tercer pensamiento, y ciertamente tambi én vuestro, nacido de los dos primeros ya enunciados, es el de las relaciones que actualmente debe la Iglesia establecer con el mundo que la rodea y en medio del cual ella vive y trabaja. Una parte de este mundo, como todos saben, ha recibido profundamente el influjo del cristianismo y se lo ha asimilado í ntimamente —por más que con demasiada frecuencia no se d é cuenta de que al cristianismo debe sus mejores cosas—, pero luego se ha ido separando y distanciando en estos últimos siglos del tronco cristiano de su civilizaci ón. Otra parte, la mayor de este mundo, se extiende por los ilimitados horizontes de los llamados pueblos nuevos. Pero todo este conjunto es un mundo que ofrece a la Iglesia, no una, sino cien maneras de posibles contactos: abiertos y f áciles algunos, delicados y
complejos otros; hostiles y refractarios a un amistoso coloquio, por desgracia, son hoy much í simos. Preséntase, pues, el problema llamado del di álogo entre la Iglesia y el mundo moderno. Problema éste que corresponde al Concilio describir en su extensi ón y complejidad, y resolverlo, cuanto posible sea, en los mejores términos. Pero su presencia, su urgencia son tales que constituyen un verdadero peso en nuestro espí ritu, un estí mulo, una vocación casi, que para Nos mismo y para vosotros, Hermanos —que por igual, sin duda, habéis experimentado este tormento apost ólico—, quisiéramos aclarar en alguna manera, casi como preparándonos para las discusiones y deliberaciones que en el Concilio todos juntos creamos necesario examinar en materia tan grave y multiforme. CONSTANTE E ILIMITADO CELO POR LA PAZ
4. Vosotros mismos advertiréis, sin duda, que este sumario esquema de nuestra encí c lica no va a emprender el estudio de temas urgentes y graves que interesan no s ólo a la Iglesia, sino a la humanidad, como la paz entre los pueblos y clases sociales, la miseria y el hambre que todav í a afligen a pueblos enteros, el acceso de las naciones j óvenes a la independencia y al progreso civil, las corrientes del pensamiento moderno y la cultura cristiana, las condiciones desgraciadas de tanta gente y de tantas porciones de la Iglesia a quienes se niegan los derechos propios de ciudadanos libres y de personas humanas, los problemas morales sobre la natalidad y muchos otros m ás. Ya desde ahora decimos que nos sentiremos particularmente obligados a volver no s ólo nuestra vigilante y cordial atención al grande y universal problema de la paz en el mundo, sino tambi én el interés más asiduo y eficaz. Ciertamente lo haremos dentro del ámbito de nuestro ministerio, extra ño por lo mismo a todo interés puramente temporal y a las formas propiamente pol í ticas, pero con toda solicitud de contribuir a la educación de la humanidad en los sentimientos y procedimientos contrarios a todo conflicto violento y homicida y favorables a todo pac í fico arreglo, civilizado y racional, de las relaciones entre las naciones. Solicitud nuestra será igualmente apoyar la armónica convivencia y la fructuosa colaboraci ón entre los pueblos con la proclamaci ón de los principios humanos superiores que puedan ayudar a suavizar los egoí smos y las pasiones —fuente de donde brotan los conflictos b élicos—. Y no dejaremos de intervenir donde se nos ofrezca la oportunidad para ayudar a las partes contendientes a encontrar honorables y fraternas soluciones. No olvidamos, en efecto, que este amoroso servicio es un deber que la maduraci ón de las doctrinas, por una parte, y de las instituciones internacionales, por otra, hace hoy m ás urgente teniendo presente que nuestra misi ón cristiana en el mundo es la de hacer hermanos a los hombres en virtud del reino de la justicia y de la paz inaugurando con la venida de Cristo al mundo. Mas si ahora nos limitamos a algunas consideraciones de car ácter metodológico para la vida propia de la Iglesia, no nos olvidamos de aquellos grandes problemas —a algunos de los cuales el Concilio dedicar á su atención—, mientras que Nos esperamos poder hacerlos objeto de estudio y de acci ón en el sucesivo ejercicio de nuestro ministerio apostólico, según que al Señor le pluguiere darnos inspiración y fuerza para ello. 5. Pensamos que la Iglesia tiene actualmente la obligaci ón de ahondar en la conciencia que ella ha de tener de sí misma, en el tesoro de verdad del que es heredera y depositaria y en la misi ón que ella debe cumplir en el mundo. Aun antes de proponerse el estudio de cualquier cuesti ón particular, y aun antes de considerar la actitud que haya de adoptar en relaci ón al mundo que la rodea, la Iglesia debe en este momento reflexionar sobre sí misma para confirmarse en la ciencia de los planes de Dios sobre ella, para volver a encontrar mayor luz, nueva energí a y mejor gozo en el cumplimiento de su propia misi ón y para determinar los mejores medios que hagan m ás cercanos, operantes y benéficos sus contactos con la humanidad a la cual ella misma pertenece, aunque se distinga de aquella por caracteres propios e inconfundibles.
Creemos, en efecto, que este acto de reflexi ón recae sobre la manera misma escogida por Dios para manifestarse a los hombres y para establecer con ellos aquellas relaciones religiosas de las que la Iglesia es al mismo tiempo instrumento y expresi ón. Porque si bien es verdad que la divina revelaci ón se ha lelvado a cabo de muchas y diversas maneras (5), con hechos históricos exteriores e incontestables, ella, sin embargo, se ha introducido en la vida humana por las v í as propias de la palabra y de la gracia de Dios, que se comunica interiormente a las almas mediante la predicaci ón del mensaje de la salvación y mediante el consiguiente acto de fe, que est á al principio de nuestra justificaci ón. LA VIGILANCIA DE LOS FIELES SEGUIDORES DEL SE ÑOR
6. Quisiéramos que esta reflexión sobre el origen y sobre la naturaleza de la relaci ón nueva y vital, que la religión de Cristo establece entre Dios y el hombre asumiese el sentido de un acto de docilidad a la palabra del divino Maestro dirigida a sus oyentes, y especialmente a sus disc í pulos, entre los cuales Nos mismo, con toda razón, nos complacemos en contarnos. Entre tantas otras, escogeremos una de las m ás graves y repetidas recomendaciones hechas por el Se ñor y válida todaví a hoy para quien quiera profesarse fiel seguidor suyo: la de la vigilancia. Es verdad que este aviso del Maestro se refiere principalmente al destino último del hombre, próximo o lejano en el tiempo. Mas precisamente porque esta vigilancia debe estar siempre presente y operante en la conciencia del siervo fiel, es la determinante de su conducta moral, práctica y actual, que debe caracterizar al cristiano en el mundo. La amonestaci ón a la vigilancia viene intimada por el Señor aun aun en orden a los hechos próximos y cercanos, es decir, a los peligros y a las tentaciones que pueden hacer que la conducta del hombre decaiga y se desv í e(6). Así es f ácil descubrir en el Evangelio una continua invitaci ón a la rectitud del pensamiento y de la acci ón. Por ventura ¿no se referí a a ella la predicación del Precursor, con la que se abre la escena p ública del Evangelio? Y Jesucristo mismo, ¿no ha invitado a acoger interiormente el reino de Dios(7)? Toda su pedagog í a, ¿no es una exhortación, una iniciación a la interioridad? La conciencia psicol ógica y la conciencia moral est án llamadas por Cristo a una plenitud simult ánea, casi como condición para recibir, según conviene al hombre, los dones divinos de la verdad y de la gracia. Y la conciencia del disc í pulo luego se tornará en recuerdo(8) de cuanto Jesús habí a enseñado y de cuanto a su alrededor habí a sucedido, y se desenvolverá y se precisará comprendendiendo mejor quién era El y de qué cosa habí a sido Maestro y autor. El nacimiento de la Iglesia y el surgir de su conciencia prof ética son los dos hechos caracter í sticos y coincidentes de Pentecost és, y juntos irán progresando: la Iglesia, en su organizaci ón y en su desarrollo jerárquico y comunitario; la conciencia de la propia vocaci ón, de la propia misteriosa naturaleza, de la propia doctrina, de la propia misi ón acompañará gradualmente tal desarrollo, seg ún el deseo formulado por San Pablo: Y por esto ruego que vuestra caridad crezca m ás y más en conocimiento y en plenitud de discreci ón(9). "CREDO, DOMINE!"
7. Podrí amos expresar de otra manera esta nuestra invitaci ón, que dirigimos tanto a las almas de aquellos que quieran acogerla —a cada uno de vosotros, en consecuencia, Venerables Hermanos, y a aquellos que con vosotros están en nuestra y en vuestra escuela— como tambi én a la entera congregatio fidelium colectivamente considerada, que es la Iglesia. Podr í amos, pues, invitar a todos a realizar un vivo, profundo y consciente acto de fe en Jesucristo, Nuestro Se ñor. Deberí amos caracterizar este momento de nuestra vida religiosa con esta profesi ón de fe, firme y convencida, pero siempre humilde y temblorosa, semejante a la que leemos en el Evangelio hecha por el ciego de nacimiento, a quien Jesucristo con bondad igual a su potencia hab í a abierto los ojos: ¡Creo, Señor!(10), o también a la de Marta, en el mismo
Evangelio: S í , Señor, yo he cre í d o que T ú eres el Mes í as, Hijo de Dios vivo, que ha venido a este mundo(11), o bien a aquella otra, para Nos tan dulce, de Sim ón, que luego fue llamado Pedro: T ú eres el Mesí as, el Hijo de Dios vivo (12). Y ¿por qué nos atrevemos a invitaros a este acto de conciencia eclesial, a este acto de fe expl í cito, bien que interior? Creemos que hay muchos motivos, derivados todos ellos de las exigencias profundas y esenciales del momento particular en que se encuentra la vida de la Iglesia. VIVIR LA PROPIA VOCACI ÓN
8. Ella tiene necesidad de reflexionar sobre s í misma; tiene necesidad de sentir su propia vida. Debe aprender a conocerse mejor a s í misma, si quiere vivir su propia vocaci ón y ofrecer al mundo su mensaje de fraternidad y salvaci ón. Tiene necesidad de experimentar a Cristo en s í misma, según las palabras del apóstol Pablo: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones (13). Todos saben cómo la Iglesia está inmersa en la humanidad, forma parte de ella; de ella saca a sus miembros, de ella extrae preciosos tesoros de cultura, y sufre sus vicisitudes hist óricas como también contribuye a sus éxitos. Ahora bien; todos saben por igual que la humanidad en este tiempo est á en ví a de grandes transformaciones, trastornos y desarrollos que cambian profundamente no s ólo sus formas exteriores de vida, sino tambi én sus modos de pensar. Su pensamiento, su cultura, su espí ritu se han modificado í ntimamente, ya por el progreso cientí fico, técnico y social, ya por las corrientes del pensamiento filos ófico y polí tico que la invaden y atraviesan. Todo ello, como las olas de un mar, envuelve y sacude a la Iglesia misma; los esp í ritus de los hombres que a ella se conf ía n están fuertemente influidos por el clima del mundo temporal; de tal manera que un peligro como de vértigo, de aturdimiento, de extraví o, puede sacudir su misma solidez e inducir a muchos a aceptar los m ás extraños pensamientos, como si la Iglesia tuviera que renegar de s í misma y abrazar noví simas e impensadas formas de vida. As í , por ejemplo, el fenómeno modernista —que todaví a aflora en diversas tentativas de expresiones extra ñas a la auténtica realidad de la religión católica—, ¿no fue precisamente un episodio de un parecido predominio de las tendencias psicol ógico-culturales, propias del mundo profano, sobre la fiel y genuina expresi ón de la doctrina y de la norma de la Iglesia de Cristo? Ahora bien; creemos que para inmunizarse contra tal peligro, siempre inminente y m últiple, que procede de muchas partes, el remedio bueno y obvio es el profundizar en la conciencia de la Iglesia, sobre lo que ella es verdaderamente, según la mente de Cristo conservada en la Escritura y en la Tradici ón, e interpretada y desarrollada por la genuina ense ñanza eclesiástica, la cual está, como sabemos, iluminada y guiada por el Espí ritu Santo, dispuesto siempre, cuando se lo pedimos y cuando le escuchamos, a dar indefectible cumplimiento a la promesa de Cristo: El Espí ritu Santo, que el Padre enviar á en mi nombre, ese os lo ense ñar á todo y os traer á a la memoria todo lo que yo os he dicho (14). LA CONCIENCIA EN LA MENTALIDAD MODERNA
9. Análogo razonamiento podrí amos hacer sobre los errores que se introducen aun dentro de la Iglesia misma, en los que caen los que tienen un conocimiento parcial de su naturaleza y de su misi ón, sin tener en cuenta suficientemente los documentos de la revelación divina y las enseñanzas del magisterio instituido por Cristo mismo. Por lo demás, esta necesidad de considerar las cosas conocidas en un acto reflejo para contemplarlas en el espejo interior del propio espí ritu, es caracterí stico de la mentalidad del hombre moderno; su pensamiento se inclina f ácilmente sobre sí mismo y sólo entonces goza de certeza y plenitud, cuando se ilumina en su propia conciencia. No es que esta costumbre se halle exenta de peligros graves —ciertas corrientes
filosóficas de gran renombre han explorado y engrandecido esta forma de actividad espiritual del hombre como definitiva y suprema, más aún, como medida y fuente de la realidad, llevando as í el pensamiento a conclusiones abstrusas, desoladas, paradó jicas y radicalmente falaces—; pero esto no impide que la educación en la búsqueda de la verdad reflejada en lo interior de la conciencia sea por s í altamente apreciable y hoy prácticamente difundida como expresi ón singular de la moderna cultura; como tampoco impide que, bien coordinada con la formaci ón del pensamiento para descubrir la verdad donde ésta coincide con la realidad del ser objetivo, el ejercicio de la conciencia revele siempre mejor, a quien lo realiza, el hecho de la existencia del propio ser, de la propia dignidad espiritual, de la propia capacidad de conocer y de obrar. DESDE EL CONCILIO DE NUESTROS TIEMPOS
DE
TRENTO
HASTA
LAS
ENC ÍCLICAS
10. Bien sabido es, además, cómo la Iglesia, en esto últimos tiempos, ha comenzado, por obra de insignes investigadores, de almas grandes y reflexivas, de escuelas teol ógicas calificadas, de movimientos pastorales y misioneros, de notables experiencias religiosas, pero principalmente por obra de memorables enseñanzas pontificias, a conocerse mejor a s í misma. Muy largo serí a aun tan sólo el mencionar toda la abundancia de la literatura teol ógica que tiene por objeto a la Iglesia y que ha brotado de su seno en el siglo pasado y en el nuestro; como tambi én serí a muy largo recordar los documentos que el Episcopado cat ólico y esta Sede Apostólica han publicado sobre tema de tanta amplitud y de tanta importancia. Desde que el Concilio de Trento trat ó de reparar las consecuencias de la crisis que arranc ó de la Iglesia, muchos de sus miembros en el siglo XVI, la doctrina sobre la Iglesia misma tuvo grandes cultivadores y, en consecuencia, grandes desarrollos. B ástenos aquí aludir a las enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano I en esta materia para comprender c ómo el tema del estudio sobre la Iglesia obliga no s ólo a los Pastores y Maestros, sino tambi én a los fieles mismos y a los cristianos todos, a detenerse en él, como en una estación obligada en el camino hacia Cristo y toda su obra; tanto que, como ya dijimos, el Concilio Ecum énico Vaticano II no es sino una continuaci ón y un complemento del primero, precisamente por el empe ño que tiene de volver a examinar y definir la doctrina de la Iglesia. Y si no añadimos más, por amor de la brevedad, y por dirigirnos a quien conoce muy bien esta materia de la catequesis y de la espiritualidad tan difundidas hoy en la santa Iglesia, no podemos, sin embargo, dejar de mencionar con particular recuerdo dos documentos: nos referimos a la Encí clica Satis cognitum, del Papa León XIII(15), y a la Mystici Corporis del Papa Pí o XII(16), documentos que nos ofrecen amplia y luminosa doctrina sobre la divina instituci ón por medio de la que Cristo continúa en el mundo su obra de salvaci ón y sobre la cual versa ahora nuestra exposici ón. Baste recordar las palabras con que se abre el segundo de tales documentos pontificios, que ha llegado a ser, puede decirse, texto muy autorizado acerca de la teolog í a sobre la Iglesia y muy fecundo en espirituales meditaciones sobre esta obra de la divina misericordia que a todos nos concierne. Y as í , es muy a propósito recordar ahora las magistrales palabras de nuestro gran Predecesor: La doctrina sobre el Cuerpo M í stico de Cristo, que es la Iglesia, recibida primeramente de labios del mismo Redentor por la que aparece en su propia luz el gran beneficio, nunca suficientemente alabado, de nuestra estrechí sima unión con tan excelsa Cabeza, es, en verdad, de tal í ndole que, por su excelencia y dignidad, invita a su contemplaci ón a todos y cada uno de los hombres movidos por el Esp í ritu divino, e ilustrando sus mentes los mueve en sumo grado a la ejecuci ón de aquellas obras saludables que est án en armoní a con sus mandamientos(17). LA CIENCIA SOBRE EL CUERPO M ÍSTICO
11. Para corresponder a esta invitaci ón, que consideramos todaví a operante en nuestros esp í ritus, y de tal modo que expresa una de las necesidades fundamentales de la vida de la Iglesia en nuestro tiempo, la proponemos también aun hoy, a fin de que, ilustrados cada vez mejor con el conocimiento del mismo Cuerpo Mí stico, sepamos apreciar sus divinos significados, fortaleciendo as í nuestro espí ritu con incomparables alientos y procurando prepararnos cada vez mejor para corresponder a los deberes de nuestra misión y a las necesidades de la humanidad. Y no nos parece tarea dif íc il cuando, por una parte vemos, como dec í amos, una inmensa floraci ón de estudios que tienen por objeto la santa Iglesia, y, por otra, sabemos que sobre ella principalmente ha fijado su mirada el Concilio Ecuménico Vaticano II. Deseamos tributar un vivo elogio a los hombres de estudio que, particularmente en estos últimos años, han dedicado al estudio eclesiol ógico con perfecta docilidad al magisterio católico y con genial aptitud de investigaci ón y de expresión, fatigosos, largos y fructuosos trabajos, y que así en las escuelas teológicas como en la discusi ón cientí fica y literaria, así en la apologí a y divulgación doctrinal como también en la asistencia espiritual a las almas de los fieles y en la conversación con los hermanos separados han ofrecido m últiples aclaraciones sobre la doctrina de la Iglesia, algunas de las cuales son de alto valor y de gran utilidad. Por ello confiamos que la labor del Concilio ser á asistida con la luz del Esp í ritu Santo y será continuada y llevada a feliz termino con tal docilidad a sus divinas inspiraciones, con tal tes ón en la investigación más profunda e integral del pensamiento originario de Cristo y de sus necesarias y leg í timas evoluciones en el correr de los tiempos, con tal solicitud por hacer de la verdad divina argumento para unir -no ya para dividir- los ánimos en estériles discusiones o dolorosas escisiones, sino para conducirlos a una mayor claridad y concordia, de donde resulte gloria de Dios, gozo en la Iglesia y edificaci ón para el mundo. LA VID Y LOS SARMIENTOS
12. De propósito nos abstenemos de pronunciar en esta enc í clica sentencia alguna nuestra sobre los puntos doctrinales relativos a la Iglesia, porque se encuentran sometidos al examen del mismo Concilio en curso, que estamos llamados a presidir. Queremos dejar ahora a tan elevada y autorizada asamblea libertad de estudio y de palabra, reservando a nuestro apostólico oficio de maestro y de pastor, puesto a la cabeza de la Iglesia de Dios, el momento de expresar nuestro juicio, content í simos si podemos ofrecerlo en nuestra plena conformidad con el de los Padres conciliares. Pero no podemos omitir una rápida alusión a los frutos que Nos esperamos que se derivar án, ya del Concilio mismo, ya del esfuerzo antes mencionado que la Iglesia debe realizar para adquirir una conciencia más plena y más fuerte de sí misma. Estos frutos son los objetivos que se ñalamos a nuestro ministerio apostólico, cuando iniciamos sus dulces y enormes fatigas; son el programa, por decirlo as í , de nuestro Pontificado, y a vosotros, Venerables Hermanos, os lo exponemos brevemente, pero con sinceridad, para que nos ayudéis gustosos a llevarlo a la pr áctica, con vuestro consejo, vuestra adhesión y vuestra colaboración. Juzgamos que al abriros nuestro ánimo se lo abrimos a todos los fieles de la Iglesia de Dios y aun a los mismos a quienes, m ás allá de los abiertos confines del redil de Cristo, pueda llegar el eco de nuestra voz. El primer fruto de la conciencia profundizada de la Iglesia sobre s í misma es el renovado descubrimiento de su vital relación con Cristo. Cosa conocid í sima, pero fundamental, indispensable y nunca bastante sabida, meditada y exaltada. ¿Qu é no deberí a decirse acerca de este cap í tulo central de todo nuestro patrimonio religioso? Afortunadamente vosotros ya conoc éis bien esta doctrina. Y Nos no añadiremos una
sola palabra si no es para recomendaros la teng áis siempre presente como la principal gu í a en vuestra vida espiritual y en vuestra predicaci ón. Valga más que la nuestra la exhortaci ón de nuestro mencionado Predecesor en la citada enc í clica Mystici Corporis : Es menester que nos acostumbremos a ver en la Iglesia al mismo Cristo. Porque Cristo es quien vive en su Iglesia, quien por medio de ella ense ña, gobierna y confiere la santidad; Cristo es tambié n quien de varios modos se manifiesta en sus diversos miembros sociales (18). ¡Oh, cómo nos agradarí a detenernos con las reminiscencias que de la Sagrada Escritura, de los Padres, de los Doctores y de los Santos afluyen a nuestro esp í ritu, al pensar de nuevo en este luminoso punto de nuestra fe! ¿No nos ha dicho Jes ús mismo que El es la vid y nosotros los sarmientos?(19) ¿No tenemos ante nuestra mente toda la riqu í sima doctrina de San Pablo, quien no cesa de recordarnos: Vosotros sois uno en Cristo Jes ús,(20) y de recomendarnos que... crezcamos en El en todos sentidos, en El que es la Cabeza, Cristo, por quien vive todo el cuerpo ...(21) y de amonestarnos... todas las cosas y en todos Cristo (22). Nos baste, por todos, recordar entre los maestros a San Agust í n: ... alegr ém onos y demos gracias, porque hemos sido hechos no s ólo cristianos, sino Cristo. ¿Entend éi s, os dais cuenta, hermanos, del favor que Dios nos ha hecho? admiraos, gozaos, hemos sido hechos Cristo. Pues si El es Cabeza, nosotros somos sus miembros; el hombre total El y nosotros... la plenitud, pues, de Cristo, la Cabeza y los miembros. ¿Qué es Cabeza y miembros? Cristo y la Iglesia (23). LA IGLESIA ES MISTERIO
13. Sabemos muy bien que esto es un misterio. Es el misterio de la Iglesia. Y si nosotros, con la ayuda de Dios, fijamos la mirada del ánimo en este misterio, conseguiremos muchos beneficios espirituales, precisamente aquellos de los cuales creemos que ahora la Iglesia tiene mayor necesidad. La presencia de Cristo, más aún, su misma vida se hará operante en cada una de las almas y en el conjunto del Cuerpo Mí stico, mediante el ejercicio de la fe viva y vivificante, seg ún la palabra del Apóstol: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones (24). Y realmente la conciencia del misterio de la Iglesia es un hecho de fe madura y vivida. Produce en las almas aquel sentir de la Iglesia que penetra al cristiano educado en la escuela de la divina palabra, alimentado por la gracia de los Sacramentos y por las inefables inspiraciones del Paráclito, animado a la práctica de las virtudes evangélicas, empapado en la cultura y en la conversación de la comunidad eclesial y profundamente alegre al sentirse revestido con aquel sacerdocio real que es propio del pueblo de Dios(25). El misterio de la Iglesia no es un mero objeto de conocimiento teológico, ha de ser un hecho vivido, del cual el alma fiel aun antes que un claro concepto puede tener una casi connatural experiencia; y la comunidad de los creyentes puede hallar la í ntima certeza en su participación en el Cuerpo Mí stico de Cristo, cuando se da cuenta de que es el ministerio de la Jerarqu í a eclesiástica el que por divina institución provee a iniciarla, a engendrarla(26), a instruirla, a santificarla, a dirigirla, de tal modo que mediante este bendito canal Cristo difunde en sus m í sticos miembros las admirables comunicaciones de su verdad y de su gracia, y da a su Cuerpo M í stico, mientras peregrina en el tiempo, su visible estructura, su noble unidad, su org ánica funcionalidad, su armónica variedad y su belleza espiritual. No hay imágenes capaces de traducir en conceptos a nosotros accesibles la realidad y la profundidad de este misterio; pero de una especialmente —despu és de la mencionada del Cuerpo Mí stico, sugerida por el apóstol Pablo— debemos conservar el recuerdo, porque el mismo Cristo la sugiri ó, y es la del edificio del cual El es el arquitecto y el constructor, fundado, s í , sobre un hombre naturalmente frágil, pero transformado por El milagrosamente en s ólida roca, es decir, dotado de prodigiosa y perenne indefectibilidad: Sobre esta piedra edificar é mi Iglesia(27).
PEDAGOGÍA DEL BAUTIZADO
13 b. Si logramos despertar en nosotros mismos y educar en los fieles, con profunda y vigilante pedagogí a, este fortificante sentido de la Iglesia, muchas antinomias que hoy fatigan el pensamiento de los estudiosos de la eclesiologí a —cómo, por ejemplo, la Iglesia es visible y a la vez espiritual, c ómo es libre y al mismo tiempo disciplinada, c ómo es comunitaria y jerárquica, cómo siendo ya santa, siempre está en ví as de santificación, cómo es contemplativa y activa, y así en otras cosas— serán prácticamente dominadas y resueltas en la experiencia, iluminada por la doctrina, por la realidad viviente de la Iglesia misma; pero, sobre todo, lograr á ella un resultado, muy importante, el de una magn í fica espiritualidad, alimentada por la piadosa lectura de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, y con cuanto contribuye a suscitar en ella esa conciencia. Nos referimos a la catequesis cuidadosa y sistemática, a la participación en la admirable escuela de palabras, de signos y de divinas efusiones que es la sagrada liturgia, a la meditación silenciosa y ardiente de las verdades divinas y, finalmente, a la entrega generosa a la oración contemplativa. La vida interior sigue siendo como el gran manantial de la espiritualidad de la Iglesia, su modo peculiar de recibir las irradiaciones del Esp í ritu de Cristo, expresión radical insustituí ble de su actividad religiosa y social e inviolable defensa y renaciente energ í a de su dif íc il contacto con el mundo profano. Es necesario volver a dar toda su importancia al hecho de haber recibido el santo bautismo, es decir, de haber sido injertado, mediante tal sacramento, en el Cuerpo M í stico de Cristo que es la Iglesia. Y esto especialmente en la valoraci ón consciente que el bautizado debe tener de su elevaci ón, más aún, de su regeneración a la felicí sima realidad de hijo adoptivo de Dios, a la dignidad de hermano de Cristo; a la suerte, queremos decir, a la gracia y al gozo de la inhabitaci ón del Espí ritu Santo, a la vocación de una vida nueva, que nada ha perdido de humano, salvo la desgracia del pecado original, y que es capaz de dar las mejores manifestaciones y probar los m ás ricos y puros frutos de todo los que es humano. El ser cristiano, el haber recibido el santo bautismo, no debe ser considerado como cosa indiferente o sin valor, sino que debe marcar profunda y felizmente la conciencia de todo bautizado; debe ser, en verdad, considerado por él —como lo fue por los cristianos antiguos— una iluminaci ón que, haciendo caer sobre él el vivificante rayo de la verdad divina, le abre el cielo, le esclarece la vida terrenal, le capacita a caminar como hijo de la luz hacia la visi ón de Dios, fuente de eterna felicidad. Fácil es comprender qué programa pone delante de nosotros y de nuestro ministerio esta consideraci ón, y Nos gozamos al observar que est á ya en ví as de ejecución en toda la Iglesia y promovido con iluminado y ardiente celo. Nos los recomendamos, Nos lo bendecimos. 14. Nos embarga, además, el deseo de que la Iglesia de Dios sea como Cristo la quiere, una, santa, enteramente consagrada a la perfecci ón a la cual El la ha llamado y para la cual la ha preparado. Perfecta en su concepción ideal, en el pensamiento divino, la Iglesia debe tender a la perfecci ón en su expresión real, en su existencia terrenal. Tal es el gran problema moral que domina la vida entera de la Iglesia, el que da su medida, el que la estimula, la acucia, la sostiene, la llena de gemidos y de s úplicas, de arrepentimiento y de esperanza, de esfuerzo y de confianza, de responsabilidades y de m éritos. Es un problema inherente a las realidades teol ógicas de las que depende la vida humana; no se puede concebir el juicio sobre el hombre mismo, sobre su naturaleza, sobre su perfecci ón originaria y sobre las ruinosas consecuencias del pecado original, sobre la capacidad del hombre para el bien y sobre la ayuda que necesita para desearlo y realizarlo, sobre el sentido de la vida presente y de su finalidad, sobre los valores que el hombre desea o de los que dispone, sobre el criterio de perfecci ón y de santidad y sobre los medios y los modos de dar a la vida su grado m ás alto de belleza y plenitud, sin referirse a la ense ñanza doctrinal de Cristo y del consiguiente magisterio eclesi ástico. El ansia de conocer los caminos del Se ñor es y debe
ser continua en la Iglesia, y Nos querr í amos que la discusión, siempre tan fecunda y variada, que sobre las cuestiones relativas a la perfecci ón se va sosteniendo de siglo en siglo, aun dentro del seno de la Iglesia, recobrase el interés supremo que merece tener; y esto, no tanto para elaborar nuevas teor í as cuanto para despertar nuevas energí as, encaminadas precisamente hacia la santidad que Cristo nos ense ñó y que con su ejemplo, con su palabra, con su gracia, con su escuela, sostenida por la tradici ón eclesiástica, fortificada con su acción comunitaria, ilustrada por las singulares figuras de los Santos, nos hace posible conocerla, desearla y aun conseguirla. PERFECCIONAMIENTO DE LOS CRISTIANOS
15. Este estudio de perfeccionamiento espiritual y moral se halla estimulado aun exteriormente por las condiciones en que la Iglesia desarrolla su vida. Ella no puede permanecer inm óvil e indiferente ante los cambios del mundo que la rodea. De mil maneras éste influye y condiciona la conducta pr áctica de la Iglesia. Ella, como todos saben, no est á separada del mundo, sino que vive en él. Por eso los miembros de la Iglesia reciben su influjo, respiran su cultura, aceptan sus leyes, asimilan sus costumbres. Este inmanente contacto de la Iglesia con la sociedad temporal le crea una continua situaci ón problemática, hoy laboriosí sima. Por una parte, la vida cristiana, tal como la Iglesia la defiende y promueve, debe continuar y valerosamente evitar todo cuanto pueda enga ñarla, profanarla, sofocarla, como para inmunizarse contra el contagio del error y del mal; por otra, no s ólo debe adaptarse a los modos de concebir y de vivir que el ambiente temporal le ofrece y le impone, en cuanto sean compatibles con las exigencias esenciales de su programa religioso y moral, sino que debe procurar acercarse a él, purificarlo, ennoblecerlo, vivificarlo y santificarlo; tarea ésta, que impone a la Iglesia un perenne examen de vigilancia moral y que nuestro tiempo reclama con particular apremio y con singular gravedad. También a este propósito la celebración del Concilio es providencial. El car ácter pastoral que se propone adoptar, los fines prácticos de «poner al dí a» la disciplina canónica, el deseo de facilitar lo m ás posible — en armoní a con el carácter sobrenatural que le es propio— la práctica de la vida cristiana, confieren a este Concilio un mérito singular ya desde este momento, cuando a ún falta la mayor parte de las deliberaciones que de él esperamos. En efecto, tanto en los pastores como en los fieles, el Concilio despierta el deseo de conservar y acrecentar en la vida cristiana su car ácter de autenticidad sobrenatural y recuerda a todos el deber de imprimir ese car ácter positiva y fuertemente en la propia conducta, ayuda a los d ébiles para ser buenos, a los buenos para ser mejores, a los mejores para ser generosos y a los generosos para hacerse santos. Descubre nuevas expresiones de santidad, excita al amor a que se haga fecundo, provoca nuevos impulsos de virtud y de hero í smo cristiano. SENTIDO DE LA "REFORMA"
16. Naturalmente, al Concilio corresponder á sugerir qué reformas son las que se han de introducir en la legislación de la Iglesia; y las comisiones posconciliares, sobre todo la constituida para la revisi ón del Código de Derecho canónico, y designada por Nos ya desde ahora, procurar án formular en términos, concretos las deliberaciones del S í nodo ecuménico. A vosotros, pues, Venerables Hermanos, os tocar á indicarnos las medidas que se han de tomar para hermosear y rejuvenecer el rostro de la Santa Iglesia. Quede una vez más manifiesto nuestro propósito de favorecer dicha reforma. ¡Cu ántas veces en los siglos pasados este propósito ha estado asociado en la historia de los Concilios! Pues bien, que lo est é una vez más, pero ahora no ya para desarraigar de la Iglesia determinadas herej í as y generales desórdenes que, gracias a Dios no existen en su seno, sino para infundir un nuevo vigor espiritual en el Cuerpo M í stico de
Cristo, en cuanto sociedad visible, purificándolo de los defectos de muchos de sus miembros y estimulándolo a nuevas virtudes. Para que esto pueda realizarse, mediante el divino auxilio, s éanos permitido presentaros ahora algunas consideraciones previas que sirvan para facilitar la obra de la renovaci ón, para infundirle el valor que ella necesita —pues, en efecto, no se puede llevar a cabo sin alg ún sacrificio— y para trazarle algunas l í neas según las cuales pueda mejor realizarse. 17. Ante todo, hemos de recordar algunos criterios que nos advierten sobre las orientaciones con que ha de procurarse esta reforma. La cual no puede referirse ni a la concepci ón esencial, ni a las estructuras fundamentales de la Iglesia cat ólica. La palabra "reforma" estarí a mal empleada, si la usáramos en ese sentido. No podemos acusar de infidelidad a nuestra amada y santa Iglesia de Dios, pues tenemos por suma gracia pertenecer a ella y que de ella suba a nuestra alma el testimonio de que somos hijos de Dios(28). ¡Oh, no es orgullo, no es presunci ón, no es obstinación, no es locura, sino luminosa certeza y gozosa convicción la que tenemos de haber sido constituidos miembros vivos y genuinos del Cuerpo de Cristo, de ser auténticos herederos del Evangelio de Cristo, de ser directamente continuadores de los Apóstoles, de poseer en el gran patrimonio de verdades y costumbres que caracterizan a la Iglesia cat ólica, tal cual hoy es, la herencia intacta y viva de la primitiva tradici ón apostólica. Si esto constituye nuestro blasón, o mejor, el motivo por el cual debemos dar gracias a Dios siempre (29) constituye también nuestra responsabilidad ante Dios mismo, a quien debemos dar cuenta de tan gran beneficio; ante la Iglesia, a quien debemos infundir con la certeza el deseo, el prop ósito de conservar el tesoro —el depositum de que habla San Pablo(30)— y ante los Hermanos todav í a separados de nosotros, y ante el mundo entero, a fin de que todos venga a compartir con nosotros el don de Dios. De modo que en este punto, si puede hablarse de reforma, no se debe entender cambio, sino m ás bien confirmación en el empeño de conservar la fisonomí a que Cristo ha dado a su Iglesia, más aún, de querer devolverle siempre su forma perfecta que, por una parte, corresponda a su dise ño primitivo y que, por otra, sea reconocida como coherente y aprobada en aquel desarrollo necesario que, como árbol de la semilla, ha dado a la Iglesia, partiendo de aquel dise ño, su legí tima forma histórica y concreta. No nos engañe el criterio de reducir el edificio de la Iglesia, que se ha hecho amplio y majestuoso para la gloria de Dios, como magní fico templo suyo, a sus iniciales proporciones m í nimas, como si aquellas fuesen las únicas verdaderas, las únicas buenas; ni nos ilusione el deseo de renovar la estructura de la Iglesia por v í a carismática, como si fuese nueva y verdadera aquella expresi ón eclesial que surgiera de ideas particulares —fervorosas sin duda y tal vez persuadidas de que gozan de la divina inspiraci ón—, introduciendo así arbitrarios sueños de artificiosas renovaciones en el dise ño constitutivo de la Iglesia. Hemos de servir a la Iglesia, tal como es, y debemos amarla con sentido inteligente de la historia y buscando humildemente la voluntad de Dios, que asiste y guí a a la Iglesia, aunque permite que la debilidad humana obscurezca algo la pureza de sus lí neas y la belleza de su acción. Esta pureza y esta belleza son las que estamos buscando y queremos promover. DAÑOS Y PELIGROS DE LA CONCEPCI ÓN PROFANA DE LA VIDA
18. Es menester asegurar en nosotros estas convicciones a fin de evitar otro peligro que el deseo de reforma podrí a engendrar, no tanto en nosotros, pastores —defendidos por un vivo sentido de responsabilidad—, cuanto en la opini ón de muchos fieles que piensan que la reforma de la Iglesia debe consistir principalmente en la adaptaci ón de sus sentimientos y de sus costumbres a las de los mundanos. La fascinación de la vida profana es hoy poderosa en extremo. El conformismo les parece a muchos ineludible y prudente. El que no está bien arraigado en la fe y en la pr áctica de la ley eclesiástica,
f ácilmente piensa que ha llegado el momento de adaptarse a la concepci ón profana de la vida, como si ésta fuese la mejor, la que un cristiano puede y debe apropiarse. Este fen ómeno de adaptación se manifiesta así en el campo filosófico (¡cuánto puede la moda aun en el reino del pensamiento, que deber í a ser autónomo y libre y sólo ávido y dócil ante la verdad y la autoridad de reconocidos maestros!) como en el campo práctico, donde cada vez resulta m ás incierto y dif íc il señalar la lí nea de la rectitud moral y de la recta conducta práctica. El naturalismo amenaza vaciar la concepci ón original del cristianismo; el relativismo, que todo lo justifica y todo lo califica como de igual valor, atenta al car ácter absoluto de los principios cristianos; la costumbre de suprimir todo esfuerzo y toda molestia en la pr áctica ordinaria de la vida, acusa de inutilidad fastidiosa a la disciplina y a la «ascesis» cristiana; m ás aún, a veces el deseo apostólico de acercarse a los ambientes profanos o de hacerse acoger por los esp í ritus modernos —de los juveniles especialmente— se traduce en una renuncia a las formas propias de la vida cristiana y a aquel mismo estilo de conducta que debe dar a tal empeño de acercamiento y de influjo educativo su sentido y su vigor. ¿No es acaso verdad que a veces el clero joven, o tambi én algún celoso religioso guiado por la buena intención de penetrar en la masa popular o en grupos particulares, trata de confundirse con ellos en vez de distinguirse, renunciando con in útil mimetismo a la eficacia genuina de su apostolado? De nuevo, en su realidad y en su actualidad, se presenta el gran principio, enunciado por Jesucristo: estar en el mundo, pero no ser del mundo; y dichosos nosotros si Aquel que siempre vive para interceder por nosotros (31) eleva todaví a su tan alta como conveniente oración ante el Padre celestial: No ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del mal (32). NO INMOVILIDAD, SINO "AGGIORNAMENTO"
19. Esto no significa que pretendamos creer que la perfecci ón consista en la inmovilidad de las formas, de que la Iglesia se ha revestido a lo largo de los siglos; ni tampoco en que se haga refractaria a la adopci ón de formas hoy comunes y aceptables de las costumbres y de la í ndole de nuestro tiempo. La palabra, hoy ya famosa, de nuestro venerable Predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, la palabra "aggiornamento", Nos la tendremos siempre presente como norma y programa; lo hemos confirmado como criterio directivo del Concilio Ecuménico, y lo recordaremos como un est í mulo a la siempre renaciente vitalidad de la Iglesia, a su siempre vigilante capacidad de estudiar las se ñales de los tiempos y a su siempre joven agilidad de probar... todo y de apropiarse lo que es bueno (33); y ello, siempre y en todas partes. OBEDIENCIA, ENERG ÍAS MORALES, SACRIFICIO
20. Repitamos, una vez más, para nuestra común advertencia y provecho: La Iglesia volver á a hallar su renaciente juventud, no tanto cambiando sus leyes exteriores cuanto poniendo interiormente su esp í ritu en actitud de obedecer a Cristo, y, por consiguiente, de guardar las leyes que ella, en el intento de seguir el camino de Cristo, se prescribe a s í misma: he ahí el secreto de su renovación, esa es su metanoia , ese su ejercicio de perfección. Aunque la observancia de la norma eclesi ástica pueda hacerse más f ácil por la simplificación de algún precepto y por la confianza concedida a la libertad del cristiano de hoy, m ás conocedor de sus deberes y más maduro y más prudente en la elección del modo de cumplirlos, la norma, sin embargo, permanece en su esencial exigencia: la vida cristiana, que la Iglesia va interpretando y codificando en prudentes disposiciones, exigir á siempre fidelidad, empeño, mortificación y sacrificio; estará siempre marcada por el "camino estrecho" del que nos habla nuestro Se ñor(34); exigirá de nosotros, cristianos modernos, no menores sino quiz á mayores energí as morales que a los cristianos de ayer; una
prontitud en la obediencia, hoy no menos debida que en lo pasado, y acaso m ás dif íc il, ciertamente más meritoria, porque es guiada más por motivos sobrenaturales que naturales. No es la conformidad al espí ritu del mundo, ni la inmunidad a la disciplina de una razonable asc ética, ni la indiferencia hacia las libres costumbres de nuestro tiempo, ni la emancipación de la autoridad de prudentes y legí timos superiores, ni la apatí a respecto a las formas contradictorias del pensamiento moderno las que pueden dar vigor a la Iglesia, las que pueden hacerla id ónea para recibir el influjo de los dones del Esp í ritu Santo, pueden darle la autenticidad en el seguir a Cristo nuestro Se ñor, pueden conferirle el ansia de la caridad hacia los hermanos y la capacidad de comunicar su mensaje de salvaci ón, sino su actitud de vivir según la gracia divina, su fidelidad al Evangelio del Se ñor, su cohesión jerárquica y comunitaria. El cristiano no es flojo y cobarde, sino fuerte y fiel. Sabemos muy bien cuán larga se harí a la exposición si quisiésemos trazar aun sólo en sus lí neas principales el programa moderno de la vida cristiana; ni pretendemos ahora adentrarnos en tal empresa. Vosotros, por lo demás, sabéis cuáles sean las necesidades morales de nuestro tiempo, y no cesar éis de llamar a los fieles a la comprensi ón de la dignidad, de la pureza, de la austeridad de la vida cristiana, como tampoco dejaréis de denunciar, en el mejor modo posible, aun p úblicamente, los peligros morales y los vicios que nuestro tiempo padece. Todos recordamos las solemnes exhortaciones con que la Sagrada Escritura nos amonesta: Conozco tus obras, tus trabajos y tu paciencia y que no puedes tolerar a los malos (35); y todos procuraremos ser pastores vigilantes y activos. El Concilio Ecum énico debe darnos, a nosotros mismos, nuevas y saludables prescripciones; y todos ciertamente tenemos que disponer, ya desde ahora, nuestro ánimo para recibirlas y ejecutarlas. EL ESPÍRITU DE POBREZA
21. Pero no queremos omitir dos indicaciones particulares que creemos tocan a necesidades y deberes principales, y que pueden ofrecer tema de reflexión para las orientaciones generales de una buena renovación de la vida eclesiástica. Aludimos primeramente al esp í ritu de pobreza. Creemos que est á de tal manera proclamado en el santo Evangelio, tan en las entra ñas del plan de nuestro destino al reino de Dios, tan amenazado por la valoraci ón de los bienes en la mentalidad moderna, que es por otra parte necesario para hacernos comprender tantas debilidades y p érdidas nuestras en el tiempo pasado y para hacernos también comprender cuál debe ser nuestro tenor de vida y cu ál el método mejor para anunciar a las almas la religión de Cristo, y que es, en fin, tan dif í cil practicarlo debidamente, que nos atrevemos a hacer mención explí cita de él, en este nuestro mensaje, no tanto porque Nos tengamos el prop ósito de dar especiales disposiciones canónicas a este respecto, cuanto para pediros a vosotros, Venerables Hermanos, el aliento de vuestro consentimiento, de vuestro consejo y de vuestro ejemplo. Esperamos de vosotros que, como voz autorizada interpret áis los mejores impulsos, en los que palpita el Esp í ritu de Cristo en la Santa Iglesia, digáis cómo deben los Pastores y los fieles educar hoy, para la pobreza, el lenguaje y la conducta: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jes ús, nos avisa el Apóstol(36); y como debemos al mismo tiempo proponer a la vida eclesi ástica aquellos criterios y normas que deben fundar nuestra confianza más sobre la ayuda de Dios y sobre los bienes del esp í ritu, que sobre los medios temporales; que deben recordarnos a nosotros y ense ñar al mundo la primací a de tales bienes sobre los econ ómicos, así como los lí mites y subordinación de su posesión y de su uso a lo que sea útil para el conveniente ejercicio de nuestra misión apostólica. La brevedad de esta alusión a la excelencia y obligación del espí ritu de pobreza, que caracteriza al Evangelio de Cristo, no nos dispensa de recordar que este esp í ritu no nos impide la compresi ón y el empleo, en la forma que se nos consiente, del hecho econ ómico agigantado y fundamental en el desarrollo
de la civilización moderna, especialmente en todos sus reflejos, humanos y sociales. Pensamos m ás bien que la liberación interior, que produce el esp í ritu de pobreza evangélica, nos hace más sensibles y nos capacita más para comprender los fen ómenos humanos relacionados con lo factores econ ómicos, ya para dar a la riqueza y al progreso, que ella puede engendrar, la justa y a veces severa estimaci ón que le conviene, ya para dar a la indigencia el inter és más solí cito y generoso, ya, finalmente, deseando que los bienes económicos no se conviertan en fuentes de luchas, de ego í smos y de orgullo entre los hombres, sino que más bien se enderecen por v í as de justicia y equidad hacia el bien com ún, y que por lo mismo cada vez sean distribuidos con mayor previsi ón. Todo cuanto se refiere a estos bienes econ ómicos — inferiores, sin duda, a los bienes espirituales y eternos, pero necesarios a la vida presente— encuentra en el discí pulo del Evangelio un hombre capaz de una valoraci ón sabia y de una cooperación humaní sima: la ciencia, la técnica, y especialmente el trabajo en primer lugar, se convierten para Nos en objeto de viví simo interés, y el pan que de ahí procede se convierte en pan sagrado tanto para la mesa como para el altar. Las enseñanzas sociales de la Iglesia no dejan duda alguna a este respecto, y de buen grado aprovechamos esta ocasión para afirmar una vez más expresamente nuestra coherente adhesi ón a estas saludables doctrinas. HORA DE LA CARIDAD
22. La otra indicación que queremos hacer es sobre el espí ritu de caridad: pero ¿no est á ya este tema muy presente en vuestros ánimos? ¿No marca acaso la caridad el punto focal de la econom í a religiosa del Antiguo y del Nuevo Testamento? ¿No est án dirigidos a la caridad los pasos de la experiencia espiritual de la Iglesia? ¿No es acaso la caridad el descubrimiento cada vez m ás luminoso y más gozoso que la teologí a, por una lado, la piedad, por otro, van haciendo en la incesante meditaci ón de los tesoros de la Escritura y los sacramentales, de los que la Iglesia es heredera, depositaria, maestra y dispensadora? Creemos con nuestros Predecesores, con la corona de los Santos, que nuestros tiempos han dado a la Iglesia celestial y terrena, y con el instinto devoto del pueblo fiel, que la caridad debe hoy asumir el puesto que le corresponde, el primero, el más alto, en la escala de los valores religiosos y morales, no s ólo en la estimación teórica, sino también en la práctica de la vida cristiana. Esto sea dicho tanto de la caridad para con Dios, que es reflejo de su Caridad sobre nosotros, como de la caridad que por nuestra parte hemos de difundir nosotros sobre nuestro pr ó jimo, es decir, el género humano. La caridad todo lo explica. La caridad todo lo inspira. La caridad todo lo hace posible, todo lo renueva. La caridad todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera (37). ¿Quién de nosotros ignora estas cosas? Y si las sabemos, ¿no es ésta acaso la hora de la caridad? CULTO A MARÍA
23. Esta visión de humilde y profunda plenitud cristiana conduce nuestro pensamiento hacia Mar í a Santí sima, como a quien perfecta y maravillosamente lo refleja en s í , más aún, lo ha vivido en la tierra y ahora en el cielo goza de su fulgor y beatitud. Florece felizmente en la Iglesia el culto a nuestra Se ñora y nos complacemos, en esta ocasión, en dirigir vuestros espí ritus para admirar en la Virgen Sant í sima — Madre de Cristo y, por consiguiente, Madre de Dios y Madre nuestra— el modelo de la perfecci ón cristiana, el espejo de las virtudes sinceras, la maravilla de la verdadera humanidad. Creemos que el culto a Marí a es fuente de enseñanzas evangélicas: en nuestra peregrinación a Tierra Santa, de Ella que es la beatí sima, la dulcí sima, la humildí sima, la inmaculada criatura, a quien cupo el privilegio de ofrecer al Verbo de Dios carne humana en su primigenia e inocente belleza, quisimos derivar la ense ñanza de la autenticidad cristiana, y a Ella también ahora volvemos la mirada suplicante, como a amorosa maestra de
vida, mientras razonamos con vosotros, Venerables Hermanos, de la regeneraci ón espiritual y moral de la vida de la Iglesia. 24. Hay una tercera actitud que la Iglesia católica tiene que adoptar en esta hora histórica del mundo, y es la que se caracteriza por el estudio de los contactos que ha de tener con la humanidad. Si la Iglesia logra cada vez más clara conciencia de sí , y si ella trata de adaptarse a aquel mismo modelo que Cristo le propone, es necesario que la Iglesia se diferencie profundamente del ambiente humano en el cual vive y al cual se aproxima. El Evangelio nos hace advertir tal distinci ón, cuando nos habla del "mundo", es decir, de la humanidad adversa a la luz de la fe y al don de la gracia, de la humanidad que se exalta en un ingenuo optimismo creyendo que le bastan las propias fuerzas para lograr su expresi ón plena, estable y benéfica; o de la humanidad, que se deprime en un crudo pesimismo declarando fatales, incurables y acaso también deseables como manifestaciones de libertad y de autenticidad, los propios vicios, las propias debilidades, las propias enfermedades morales. El Evangelio, que conoce y denuncia, compadece y cura las miserias humanas con penetrante y a veces desgarradora sinceridad, no cede, sin embargo, ni a la ilusión de la bondad natural del hombre, como si se bastase a s í mismo y no necesitase ya ninguna otra cosa, sino ser dejado libre para abandonarse arbitrariamente, ni a la desesperada resignaci ón de la corrupción incurable de la humana naturaleza. El Evangelio es luz, es novedad, es energ í a, es nuevo nacimiento, es salvación. Por esto engendra y distingue una forma de vida nueva, de la que el Nuevo Testamento nos da continua y admirable lecci ón: No os conformé is a este siglo, sino transformaos por la renovaci ón de la mente, para que procureis conocer cu ál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta(38), nos amonesta San Pablo. Esta diferencia entre la vida cristiana y la vida profana se deriva tambi én de la realidad y de la consiguiente conciencia de la justificación, producida en nosotros por nuestra comunicación con el misterio pascual, con el santo bautismo ante todo, que, como m ás arriba decí a mos, es y debe ser considerado una verdadera regeneraci ón. De nuevo nos lo recuerda San Pablo: ... cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados para participar en su muerte. Con El hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte, para que como El resucit ó de entre los muerto por la gloria del Padre, as í tambié n nosotros vivamos una vida nueva (39). Muy oportuno será que también el cristiano de hoy tenga siempre presente esta su original y admirable forma de vida, que lo sostenga en el gozo de su dignidad y lo inmunice del contagio de la humana miseria circundante o de la seducción del esplendor humano que igualmente le rodea. VIVIR EN EL MUNDO, PERO NO DEL MUNDO
25. He aquí cómo el mismo San Pablo educaba a los cristianos de la primera generaci ón: No os junt éi s bajo un mismo yugo con los infieles. Porque ¿qu é participación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qu é comunión entre la luz y las tinieblas?... O ¿qu é asociación del creyente con el infiel? (40). La pedagogí a cristiana deberá recordar siempre al discí pulo de nuestros tiempos esta su privilegiada condici ón y este consiguiente deber de vivir en el mundo, pero no del mundo, seg ún el deseo mismo de Jesús, que antes citamos con respecto a sus discí pulos: No pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo (41). Y la Iglesia hace propio este deseo. Pero esta diferencia no es separaci ón. Mejor, no es indiferencia, no es temor, no es desprecio. Cuando la Iglesia se distingue de la humanidad, no se opone a ella, antes bien se le une. Como el m édico que, conociendo las insidias de una pestilencia procura guardarse a s í y a los otros de tal infecci ón, pero al mismo tiempo se consagra a la curaci ón de los que han sido atacados, as í la Iglesia no hace de la misericordia, que la divina bondad le ha concedido, un privilegio exclusivo, no hace de la propia fortuna
un motivo para desinteresarse de quien no la ha conseguido, antes bien convierte su salvaci ón en argumento de interés y de amor para todo el que est é junto a ella o a quien ella pueda acercarse con su esfuerzo comunicativo universal. MISIÓN QUE CUMPLIR, ANUNCIO QUE DIFUNDIR
26. Si verdaderamente la Iglesia, como dec í amos, tiene conciencia de lo que el Se ñor quiere que ella sea, surge en ella una singular plenitud y una necesidad de efusi ón, con la clara advertencia de una misi ón que la trasciende y de un anuncio que debe difundir. Es el deber de la evangelizaci ón. Es el mandato misionero. Es el ministerio apostólico. No es suficiente una actitud fielmente conservadora. Cierto es que hemos de guardar el tesoro de verdad y de gracia que la tradici ón cristiana nos ha legado en herencia; m ás aún: tendremos que defenderlo. Guarda el dep ósito, amonesta San Pablo(42). Pero ni la custodia, ni la defensa rellenan todo el deber de la Iglesia respecto a los dones que posee. El deber cong énito al patrimonio recibido de Cristo es la difusi ón, es el ofrecimiento, es el anuncio, bien lo sabemos: Id, pues, enseñad a todas las gentes(43) es el supremo mandato de Cristo a sus Ap óstoles. Estos con el nombre mismo de Apóstoles definen su propia e indeclinable misi ón. Nosotros daremos a este impulso interior de caridad que tiende a hacerse don exterior de caridad el nombre, hoy ya com ún, de "diálogo". EL "DIÁLOGO"
27. La Iglesia debe ir hacia el di álogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio. Este aspecto capital de la vida actual de la Iglesia ser á objeto de un estudio particular y amplio por parte del Concilio Ecuménico, como es sabido, y Nos no queremos entrar al examen concreto de los temas propuestos a tal estudio, para as í dejar a los Padres del Concilio la misi ón de tratarlos libremente. Nos queremos tan sólo, Venerables Hermanos, invitaros a anteponer a este estudio algunas consideraciones para que sean más claros los motivos que mueven a la Iglesia al di álogo, más claros los métodos que se deben seguir y más claros los objetivos que se han de alcanzar. Queremos preparar los ánimos, no tratar las cuestiones. Y no podemos hacerlo de otro modo, convencidos de que el di álogo debe caracterizar nuestro oficio apostólico, como herederos que somos de una estilo, de una norma pastoral que nos ha sido transmitida por nuestros Predecesores del siglo pasado, comenzando por el grande y sabio Le ón XIII, que casi personifica la figura evangélica del escriba prudente, que como un padre de familia saca de su tesoro cosas antiguas y nuevas (44), emprendí a majestuosamente el ejercicio del magisterio cat ólico haciendo objeto de su riquí sima enseñanza los problemas de nuestro tiempo considerados a la luz de la palabra de Cristo. Y del mismo modo sus sucesores, como sab éis. ¿No nos han dejado nuestros Predecesores, especialmente los papas P í o XI y Pí o XII, un magní fico y muy rico patrimonio de doctrina, concebida en el amoroso y sabio intento de aunar el pensamiento divino con el pensamiento humano, no abstractamente considerado, sino concretamente formulado con el lenguaje del hombre moderno? Y este intento apostólico, ¿qué es sino un diálogo? Y ¿no dio Juan XXIII, nuestro inmediato Predecesor, de venerable memoria, un acento aun más marcado a su enseñanza en el sentido de acercarla lo m ás posible a la experiencia y a la compresión del mundo contemporáneo? ¿No se ha querido dar al mismo Concilio, y con toda razón, un fin pastoral, dirigido totalmente a la inserci ón del mensaje cristiano en la corriente de pensamiento, de palabra, de cultura, de costumbres, de tendencias de la humanidad, tal como hoy vive y se agita sobre la faz de la tierra? Antes de convertirlo, m ás aún, para convertirlo, el mundo necesita que nos acerquemos a él y que le hablemos.
En lo que toca a nuestra humilde persona, aunque no nos gusta hablar de ella y deseosos de no llamar la atención, no podemos, sin embargo, en esta intenci ón de presentarnos al Colegio episcopal y al pueblo cristiano, pasar por alto nuestro prop ósito de perseverar —cuanto lo permitan nuestras d ébiles fuerzas y sobre todo la divina gracia nos d é modo de llevarlo a cabo— en la misma lí nea, en el mismo esfuerzo por acercarnos al mundo, en el que la Providencia nos ha destinado a vivir, con todo respeto, con toda solicitud, con todo amor, para comprenderlo, para ofrecerle los dones de verdad y de gracia, cuyos depositarios nos ha hecho Cristo, a fin de comunicarle nuestra maravillosa herencia de redenci ón y de esperanza. Profundamente grabadas tenemos en nuestro esp í ritu las palabras de Cristo que, humilde pero tenazmente, quisiéramos apropiarnos: No... envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por El (45). LA RELIGI ÓN, DIÁLOGO ENTRE DIOS Y EL HOMBRE
He aquí , Venerables Hermanos, el origen trascendente del di álogo. Este origen está en la intención misma de Dios. La religión, por su naturaleza, es una relación entre Dios y el hombre. La oraci ón expresa con diálogo esta relación. La revelación, es decir, la relación sobrenatural instaurada con la humanidad por iniciativa de Dios mismo, puede ser representada en un di álogo en el cual el Verbo de Dios se expresa en la Encarnación y, por lo tanto, en el Evangelio. El coloquio paterno y santo, interrumpido entre Dios y el hombre a causa del pecado original, ha sido maravillosamente reanudado en el curso de la historia. La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado di álogo que nace de Dios y teje con el hombre una admirable y múltiple conversación. Es en esta conversaci ón de Cristo entre los hombres(46) donde Dios da a entender algo de S í mismo, el misterio de su vida, unic í sima en la esencia, trinitaria en las Personas, donde dice, en definitiva, c ómo quiere ser conocido: El es Amor; y c ómo quiere ser honrado y servido por nosotros: amor es nuestro mandamiento supremo. El di álogo se hace pleno y confiado; el ni ño es invitado a él y de él se sacia el mí stico. SUPREMAS CARACTER ÍSTICAS DEL "COLOQUIO" DE LA SALVACI ÓN
29. Hace falta que tengamos siempre presente esta inefable y dialogal relaci ón, ofrecida e instaurada con nosotros por Dios Padre, mediante Cristo en el Esp í ritu Santo, para comprender qu é relación debamos nosotros, esto es, la Iglesia, tratar de establecer y promover con la humanidad. El diálogo de la salvación fue abierto espontáneamente por iniciativa divina: El nos amó el primero(47); nos corresponderá a nosotros tomar la iniciativa para extender a los hombres el mismo di álogo, sin esperar a ser llamados. El diálogo de la salvación nació de la caridad, de la bondad divina: De tal manera amó Dios al mundo que le dio su Hijo unig é nito(48); no otra cosa que un ferviente y desinteresado amor deber á impulsar el nuestro. El diálogo de la salvación no se ajustó a los méritos de aquellos a quienes fue dirigido, como tampoco por los resultados que conseguir í a o que echarí a de menos: No necesitan mé dico los que est án sanos (49); también el nuestro ha de ser sin lí mites y sin cálculos. El diálogo de la salvación no obligó f ís icamente a nadie a acogerlo; fue un formidable requerimiento de amor, el cual si bien constitu í a una tremenda responsabilidad en aquellos a quienes se dirigi ó(50), les dejó, sin embargo, libres para acogerlo o rechazarlo, adaptando inclusive la cantidad(51) y la fuerza probativa de los milagros(52) a las exigencias y disposiciones espirituales de sus oyentes, para que les fuese f ácil un
asentimiento libre a la divina revelaci ón sin perder, por otro lado, el mérito de tal asentimiento. Así nuestra misión, aunque es anuncio de verdad indiscutible y de salvaci ón indispensable, no se presentar á armada por coacción externa, sino tan sólo por los legí timos caminos de la educación humana, de la persuasión interior y de la conversación ordinaria, ofrecerá su don de salvación, quedando siempre respetada la libertad personal y civil. El diálogo de la salvación se hizo posible a todos; a todos se destina sin discriminaci ón alguna(53); de igual modo el nuestro debe ser potencialmente universal, es decir, cat ólico, y capaz de entablarse con cada uno, a no ser que alguien lo rechace o insinceramente finja acogerlo. El diálogo de la salvación ha procedido normalmente por grados de desarrollo sucesivo, ha conocido los humildes comienzos antes del pleno éxito(54); también el nuestro habrá de tener en cuenta la lentitud de la madurez psicológica e histórica y la espera de la hora en que Dios lo haga eficaz. No por ello nuestro diálogo diferirá para mañana lo que se pueda hacer hoy; debe tener el ansia de la hora oportuna y el sentido del valor del tiempo(55). Hoy, es decir, cada d í a, debe volver a empezar, y por parte nuestra antes que por parte de aquellos a quienes se dirige. EL MENSAJE CRISTIANO EN LA CORRIENTE DEL PENSAMIENTO HUMANO
30. Como es claro, las relaciones entre la iglesia y el mundo pueden revestir muchos y diversos aspectos entre sí . Teóricamente hablando, la Iglesia podrí a proponerse reducir al m í nimo tales relaciones, tratando de liberarse de la sociedad profana; como podr í a también proponerse apartar los males que en ésta puedan encontrarse, anatematizándolos y promoviendo cruzadas en contra de ellos; podr í a, por lo contrario, acercarse tanto a la sociedad profana que tratase de alcanzar un influjo preponderante y aun ejercitar un dominio teocrático sobre ella; y as í de otras muchas maneras. Pero nos parece que la relaci ón entre la Iglesia y el mundo, sin cerrar el camino a otras formas leg í timas, puede representarse mejor por un diálogo, que no siempre podrá ser uniforme, sino adaptado a la í n dole del interlocutor y a las circunstancias de hecho existente; una cosa, en efecto, es el di álogo con un niño y otra con un adulto; una cosa es con un creyente y otra con uno que no cree. Esto es sugerido por la costumbre, ya difundida, de concebir as í las relaciones entre lo sagrado y lo profano, por el dinamismo transformador de la sociedad moderna, por el pluralismo de sus manifestaciones como también por la madurez del hombre, religioso o no, capacitado por la educaci ón civil para pensar, hablar y tratar con dignidad del di álogo. Esta forma de relación exige por parte del que la entabla un prop ósito de corrección, de estima, de simpatí a y de bondad; excluye la condenaci ón apriorí stica, la polémica ofensiva y habitual, la vanidad de la conversación inútil. Si es verdad que no trata de obtener inmediatamente la conversi ón del interlocutor, porque respeta su dignidad y su libertad, busca, sin embargo, su provecho y quisiera disponerlo a una comunión más plena de sentimientos y convicciones. Por tanto, este diálogo supone en nosotros, que queremos introducirlo y alimentarlo con cuantos nos rodean, un estado de ánimo; el estado de ánimo del que siente dentro de s í el peso del mandato apostólico, del que se da cuenta de que no puede separar su propia salvaci ón del empeño por buscar la de los oros, del que se preocupa continuamente por poner el mensaje, del que es depositario, en la corriente circulatoria del pensamiento humano. CLARIDAD, MANSEDUMBRE, CONFIANZA, PRUDENCIA
31. El coloquio es, por lo tanto, un modo de ejercitar la misi ón apostólica; es un arte de comunicación espiritual. Sus caracteres son los siguientes: 1) La claridad ante todo: el diálogo supone y exige la inteligibilidad: es un intercambio de pensamiento, es una invitaci ón al ejercicio de las facultades superiores del hombre; bastarí a este solo tí tulo para clasificarlo entre los mejores fen ómenos de la actividad y cultura humana, y basta esta su exigencia inicial para estimular nuestra diligencia apost ólica a que se revisen todas las formas de nuestro lenguaje, viendo si es comprensible, si es popular, si es selecto. 2) Otro carácter es, además, la afabilidad , la que Cristo nos exhortó a aprender de El mismo: Aprended de M í que soy manso y humilde de coraz ón(56); el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es intrí nseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es una mandato ni una imposici ón. Es pací fico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso. 3) La confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposici ón para acogerla por parte del interlocutor; promueve la familiaridad y la amistad; entrelaza los esp í ritus por una mutua adhesión a un Bien, que excluye todo fin egoí stico. 4) Finalmente, la prudencia pedagógica, que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye(57): si es un ni ño, si es una persona ruda, si no est á preparada, si es desconfiada, hostil; y si se esfuerza por conocer su sensibilidad y por adaptarse razonablemente y modificar las formas de la propia presentaci ón para no serle molesto e incomprensible. Con el diálogo así realizado se cumple la uni ón de la verdad con la caridad y de la inteligencia con el amor. DIALÉCTICA DE AUT ÉNTICA SABIDUR ÍA
32. En el diálogo se descubre cuán diversos son los caminos que conducen a la luz de la fe y c ómo es posible hacer que converjan a un mismo fin. Aun siendo divergentes, pueden llegar a ser complementarios, empujando nuestro razonamiento fuera de los senderos comunes y oblig ándolo a profundizar en sus investigaciones y a renovar sus expresiones. La dial éctica de este ejercicio de pensamiento y de paciencia nos har á descubrir elementos de verdad aun en las opiniones ajenas, nos obligará a expresar con gran lealtad nuestra ense ñanza y nos dará mérito por el trabajo de haberlo expuesto a las objeciones y a la lenta asimilaci ón de los demás. Nos hará sabios, nos hará maestros. Y ¿cuál es el modo que tiene de desarrollarse? Muchas son las formas del diálogo de la salvación. Obedece a exigencias pr ácticas, escoge medios aptos, no se liga a vanos apriorismos, no se petrifica en expresiones inm óviles, cuando éstas ya han perdido la capacidad de hablar y mover a los hombres. Esto plantea un gran problema: el de la conexi ón de la misión de la Iglesia con la vida de los hombres en un determinado tiempo, en un determinado sitio, en una determinada cultura y en una determinada situaci ón social. ¿CÓMO ATRAER A LOS HERMANOS, SALVA LA INTEGRIDAD DE LA VERDAD?
33. ¿Hasta qué punto debe la Iglesia acomodarse a las circunstancias hist óricas y locales en que desarrolla su misión? ¿Cómo debe precaverse del peligro de un relativismo que llegue a afectar su fidelidad dogmática y moral? Pero ¿cómo hacerse al mismo tiempo capaz de acercarse a todos para salvarlos a todos, según el ejemplo del Apóstol: Me hago todo para todos, a fin de salvar a todos ?(58). Desde fuera no se salva al mundo. Como el Verbo de Dios que se ha hecho hombre, hace falta hasta cierto punto hacerse una misma cosa con las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo; hace falta compartir —sin que medie distancia de privilegios o diafragma de lenguaje
incomprensible— las costumbres comunes, con tal que sean humanas y honestas, sobre todo las de los más pequeños, si queremos ser escuchados y comprendidos. Hace falta, aun antes de hablar, escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y respetarlo en la medida de lo posible y, donde lo merezca, secundarlo. Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el mismo hecho con el que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del di álogo es la amistad. Más todaví a, el servicio. Hemos de recordar todo esto y esforzarnos por practicarlo seg ún el ejemplo y el precepto que Cristo nos dej ó(59). Pero subsiste el peligro. El arte del apostolado es arriesgado. La solicitud por acercarse a los hermanos no debe traducirse en una atenuaci ón o en una disminución de la verdad. nuestro diálogo no puede ser una debilidad frente al deber con nuestra fe. El apostolado no puede transigir con una especie de compromiso ambiguo respecto a los principios de pensamiento y de acci ón que han de señalar nuestra cristiana profesión. El irenismo y el sincretismo son en el fondo formas de escepticismo respecto a la fuerza y al contenido de la palabra de Dios que queremos predicar. S ólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente ap óstol. Y sólo el que vive con plenitud la vocaci ón cristiana puede estar inmunizado contra el contagio de los errores con los que se pone en contacto. INSUSTITUIBLE SUPREMAC ÍA DE LA PREDICACI ÓN
34. Creemos que la voz del Concilio, al tratar las cuestiones relativas a la Iglesia que ejerce su actividad en el mundo moderno, indicará algunos criterios teóricos y prácticos que sirvan de guí a para conducir como es debido nuestro diálogo con los hombres de nuestro tiempo. E igualmente pensamos que, trat ándose de cuestiones que por un lado tocan a la misi ón propiamente apostólica de la Iglesia y atendiendo, por otro, a las diversas y variables circunstancias en las cu áles ésta se desarrolla, será tarea del gobierno prudente y eficaz de la Iglesia misma trazar de vez en cuando l í mites, formas y caminos a fin de que siempre se mantenga animado un diálogo vivaz y benéfico. Por ello dejamos este tema para limitarnos a recordar una vez m ás la gran importancia que la predicación cristiana conserva y adquiere, sobre todo hoy, en el cuadro del apostolado cat ólico, es decir, en lo que ahora nos toca, en el diálogo. Ninguna forma de difusi ón del pensamiento, aun elevado t écnicamente por medio de la prensa y de los medios audiovisivos a una extraordinaria eficacia, puede sustituir la predicación. Apostolado y predicación en cierto sentido son equivalentes. La predicaci ón es el primer apostolado. El nuestro, Venerables Hermanos, antes que nada es ministerio de la Palabra. Nosotros sabemos muy bien estas cosas, pero nos parece que conviene record árnosla ahora, a nosotros mismos, para dar a nuestra acción pastoral la justa dirección. Debemos volver al estudio no ya de la elocuencia humana o de la retórica vana, sino al genuino arte de la palabra sagrada. Debemos buscar las leyes de su sencillez, de su claridad, de su fuerza y de su autoridad para vencer la natural ineptitud en el empleo de un instrumento espiritual tan alto y misterioso como la palabra, y para competir noblemente con todos los que hoy tienen un influjo ampl í simo con la palabra mediante el acceso a las tribunas de la pública opinión. Debemos pedir al Señor el grave y embriagador carisma de la palabra(60), para ser dignos de dar a la fe su principio eficaz y pr áctico(61), y de hacer llegar nuestro mensaje hasta los confines de la tierra(62). Que las prescripciones de la Constituci ón conciliar De sacra Liturgia sobre el ministerio de la palabra encuentren en nosotros celosos y h ábiles ejecutores. Y que la catequesis al pueblo cristiano y a cuantos sea posible ofrecerla resulte siempre pr áctica en el lenguaje y experta en el método, asidua en el ejercicio, avalada por el testimonio de verdaderas virtudes, ávida de progresar y de llevar a los oyentes a la seguridad de la fe, a la intuici ón de la coincidencia entre la Palabra divina y la vida, y a los albores del Dios vivo.
Debemos, finalmente, señalar a aquellos a quienes se dirige nuestro di álogo. Pero no queremos anticipar, ni siquiera en este aspecto, la voz del Concilio. Resonar á, Dios mediante, dentro de poco. Hablando, en general, sobre esta actitud de interlocutora, que la Iglesia debe hoy adoptar con renovado fervor, queremos sencillamente indicar que ha de estar dispuesta a sostener el di álogo con todos los hombres de buena voluntad, dentro y fuera de su propio ámbito. ¿CON QUIÉNES DIALOGAR?
35. Nadie es extraño a su corazón. Nadie es indiferente a su ministerio. Nadie le es enemigo, a no ser que él mismo quiera serlo. No sin raz ón se llama católica, no sin razón tiene el encargo de promover en el mundo la unidad, el amor y la paz. La Iglesia no ignora la grav í sima responsabilidad de tal misi ón; conoce la desproporción que señalan las estadí sticas entre lo que ella es y la poblaci ón de la tierra; conoce los lí mites de sus fuerzas, conoce hasta sus propias debilidades humanas, sus propios fallos, sabe tambi én que la buena acogida del Evangelio no depende, en fin de cuentas de algún esfuerzo apostólico suyo o de alguna favorable circunstancia de orden temporal: la fe es un don de Dios y Dios se ñala en el mundo las lí nea y las horas de su salvaci ón. Pero la Iglesia sabe que es semilla, que es fermento, que es sal y luz del mundo. La Iglesia comprende bien la asombrosa novedad del tiempo moderno; mas con c ándida confianza se asoma a los caminos de la historia y dice a los hombres: Yo tengo lo que v áis buscando, lo que os falta. Con esto no promete la felicidad terrena, sino que ofrece algo —su luz y su gracia— para conseguirla del mejor modo posible y habla a los hombres de su destino trascendente. Y mientras tanto les habla de verdad, de justicia, de libertad, de progreso, de concordia, de paz, de civilizaci ón. Palabras son éstas, cuyo secreto conoce la Iglesia, puesto que Cristo se lo ha confiado. Y por eso la Iglesia tiene un mensaje para cada categor í a de personas: lo tiene para los niños, lo tiene para la juventud, para los hombres cient í ficos e intelectuales, lo tiene para el mundo del trabajo y para las clases sociales, lo tiene para los artistas, para los pol í ticos y gobernantes, lo tiene especialmente para lo pobres, para los desheredados, para los que sufren, incluso para los que mueren. Para todos. Podrá parecer que hablando as í nos dejamos llevar por el entusiasmo de nuestra misi ón y que no cuidamos el considerar las posiciones concretas en que la humanidad se halla situada con relaci ón a la Iglesia católica. Pero no es así , porque vemos muy bien cuáles son esas posturas concretas, y para dar una idea sumaria de ellas creemos poder clasificarlas a manera de c í rculos concéntricos alrededor del centro en que la mano de Dios nos ha colocado. PRIMER CÍRCULO: TODO LO QUE ES HUMANO
36. Hay un primer c í rculo , inmenso, cuyos lí mites no alcanzamos a ver; se confunden con el horizonte: son los lí mites que circunscriben la humanidad en cuanto tal, el mundo. Medimos la distancia que lo tiene alejado de nosotros, pero no lo sentimos extra ño. Todo lo que es humano tiene que ver con nosotros. Tenemos en común con toda la humanidad la naturaleza, es decir, la vida con todos sus dones, con todos sus problemas: estamos dispuestos a compartir con los dem ás esta primera universalidad; a aceptar las profundas exigencias de sus necesidades fundamentales, a aplaudir todas las afirmaciones nuevas y a veces sublimes de su genio. Y tenemos verdades morales, vitales, que debemos poner en evidencia y corroborar en la conciencia humana, pues tan ben éficas son para todos. Dondequiera que hay un hombre que busca comprenderse a s í mismo y al mundo, podemos estar en comunicaci ón con él; dondequiera que se reúnen los pueblos para establecer los derechos y deberes del hombre, nos sentimos honrados cuando
nos permiten sentarnos junto a ellos. Si existe en el hombre un anima naturaliter christiana , queremos honrarla con nuestra estima y con nuestro di álogo. Podrí amos recordar a nosotros mismos y a todos c ómo nuestro actitud es, por un lado, totalmente desinteresada —no tenemos ninguna mira pol í tica o temporal— y cómo, por otro, está dispuesta a aceptar, es decir, a elevar al nivel sobrenatural y cristiano, todo honesto valor humano y terrenal; no somos la civilizaci ón, pero sí promotores de ella. NEGACIÓN DE DIOS: OBST ÁCULO PARA EL DI ÁLOGO
37. Sabemos, sin embargo, que en este cí rculo sin confines hay muchos, por desgracia much í simos, que no profesan ninguna religión; sabemos incluso que muchos, en las formas m ás diversas, se profesan ateos. Y sabemos que hay algunos que abiertamente alardean de su impiedad y la sostienen como programa de educación humana y de conducta polí tica, en la ingenua pero fatal convicci ón de liberar al hombre de viejos y falsos conceptos de la vida y del mundo para sustituirlos, seg ún dicen, por una concepci ón cientí fica y conforme a las exigencias del progreso moderno. Este es el fenómeno más grave de nuestro tiempo. Estamos firmemente convencidos de que la teor í a en que se funda la negaci ón de Dios es fundamentalmente equivocada: no responde a las exigencias últimas e inderogables del pensamiento, priva al orden racional del mundo de sus bases aut énticas y fecundas, introduce en la vida humana no una f órmula que todo lo resuelve, sino un dogma ciego que la degrada y la entristece y destruye en su misma ra í z todo sistema social que sobre ese concepto pretende fundarse. No es una liberación, sino un drama que intenta apagar la luz del Dios vivo. Por eso, mirando al inter és supremo de la verdad, resistiremos con todas nuestras fuerzas a esta avasalladora negaci ón, por el compromiso sacrosanto adquirido con la confesi ón fidelí sima de Cristo y de su Evangelio, por el amor apasionado e irrenunciable al destino de la humanidad, y con la esperanza invencible de que el hombre moderno sepa todaví a encontrar en la concepción religiosa, que le ofrece el catolicismo, su vocaci ón a una civilización que no muere, sino que siempre progresa hacia la perfecci ón natural y sobrenatural del espí ritu humano, al que la gracia de Dios ha capacitado para el pac í fico y honesto goce de los bienes temporales y le ha abierto a la esperanza de los bienes eternos. Estas son las razones que nos obligan, como han obligado a nuestros Predecesores —y con ellos a cuantos estiman los valores religiosos— a condenar los sistemas ideol ógicos que niegan a Dios y oprimen a la Iglesia, sistemas identificados frecuentemente con reg í menes económicos, sociales y polí ticos, y entre ellos especialmente el comunismo ateo. Pudiera decirse que su condena no nace de nuestra parte; es el sistema mismo y los regí menes que lo personifican los que crean contra nosotros una radical oposici ón de ideas y opresión de hechos. Nuestra reprobaci ón es en realidad, un lamento de v í ctimas más bien que una sentencia de jueces. VIGILANTE AMOR, A ÚN EN EL SILENCIO
38. La hipótesis de un diálogo se hace muy dif íc il en tales condiciones, por no decir imposible, a pesar de que en nuestro ánimo no existe hoy todav í a ninguna exclusión preconcebida hacia las personas que profesan dichos sistemas y se adhieren a esos reg í menes. Para quien ama la verdad, la discusi ón es siempre posible. Pero obstáculos de í ndole moral acrecientan enormemente las dificultades, por la falta de suficiente libertad de juicio y de acción y por el abuso dialéctico de la palabra, no encaminada precisamente hacia la búsqueda y la expresión de la verdad objetiva, sino puesta al servicio de finalidades utilitarias, de antemano establecidas.
Esta es la razón por la que el diálogo calla. La Iglesia del Silencio, por ejemplo, calla, hablando únicamente con su sufrimiento, al que se une una sociedad oprimida y envilecida donde los derechos del espí ritu quedan atropellados por los del que dispone de su suerte. Y aunque nuestro discurso se abriera en tal estado de cosas, ¿cómo podrí a ofrecer un diálogo mientras se viera reducido a ser una voz que grita en el desierto( 63)? El silencio, el grito, la paciencia y siempre el amor son en tal caso el testimonio que a ún hoy puede dar la Iglesia y que ni siquiera la muerte puede sofocar. Pero, aunque la afirmación y la defensa de la religi ón y de los valores humanos que ella proclama y sostiene debe ser firme y franca, no por ello renunciamos a la reflexi ón pastoral, cuando tratamos de descubrir en el í ntimo espí ritu del ateo moderno los motivos de su perturbaci ón y de su negación. Descubrimos que son complejos y m últiples, tanto que nos vemos obligados a ser cautos al juzgarlos y más eficaces al refutarlos; vemos que nacen a veces de la exigencia de una presentaci ón más alta y más pura del mundo divino, superior a la que tal vez ha prevalecido en ciertas formas imperfectas de lenguaje y de culto, formas que deberí amos esforzarnos por hacer lo m ás puras y transparentes posible para que expresaran mejor lo sagrado de que son signo. Los vemos invadidos por el ansia, llena de pasi ón y de utopí a, pero frecuentemente también generosa, de un sueño de justicia y de progreso, en busca de objetivos sociales divinizados que sustituyen al Absoluto y Necesario, objetivos que denuncian la insoslayable necesidad de un Principio y Fin divino cuya trascendencia e inmanencia tocar á a nuestro paciente y sabio magisterio descubrir. Los vemos valerse, a veces con ingenuo entusiasmo, de un recurso riguroso a la racionalidad humana, en su intento de ofrecer una concepci ón cientí fica del universo; recurso tanto menos discutible cuanto m ás se funda en los caminos lógicos del pensamiento que no se diferencian generalmente de los de nuestra escuela cl ásica, y arrastrado contra la voluntad de los mismos que piensan encontrar en él un arma inexpugnable para su ate í smo por su intrí nseca validez, arrastrado, decimos, a proceder hacia una nueva y final afirmaci ón, tanto metaf ís ica como lógica, del sumo Dios. ¿No se encontrará entre nosotros el hombre capaz de ayudar a este incoercible proceso del pensamiento —que el ateo-polí tico-cientí fico detiene deliberadamente en un punto determinado, apagando la luz suprema de la comprensibilidad del universo— a que desemboque en aquella concepci ón de la realidad objetiva del universo cósmico, que introduce de nuevo en el esp í ritu el sentido de la Presencia divina, y en los labios las humildes y balbucientes sí labas de una feliz oraci ón? Los vemos también a veces movidos por nobles sentimientos, asqueados de la mediocridad y del ego í smo de tantos ambientes sociales contempor áneos, más hábiles para sacar de nuestro Evangelio formas y lenguaje de solidaridad y de compasi ón humana. ¿No llegaremos a ser capaces algún dí a de hacer que se vuelvan a sus manantiales —que son cristianos— estas expresiones de valores morales? Recordando, por eso, cuanto escribió nuestro Predecesor, de v.m., el Papa Juan XXIII, en su encí clica Pacem in terris , es decir, que las doctrinas de tales movimientos, una vez elaboradas y definidas, siguen siendo siempre idénticas a sí mismas, pero que los movimientos como tales no pueden menos de desarrollarse y de sufrir cambios, incluso profundos(64), no perdemos la esperanza de que puedan un d í a abrir con la Iglesia otro diálogo positivo, distinto del actual que suscita nuestra queja y nuestro obligado lamento. DIÁLOGO, POR LA PAZ
39. Pero no podemos apartar nuestra mirada del panorama del mundo contempor áneo sin expresar un deseo halagueño, y es que nuestro propósito de cultivar y perfeccionar nuestro di álogo, con los variados y mudables aspectos que él presenta, ya de por sí , pueda ayudar a la causa de la paz entre los hombres; como método que trata de regular las relaciones humanas a la noble luz del lenguaje razonable y sincero, y
como contribución de experiencia y de sabidur í a que puede reavivar en todos la consideraci ón de los valores supremos. La apertura de un di álogo —tal como debe ser el nuestro— desinteresado, objetivo y leal, ya decide por sí misma en favor de una paz libre y honrosa; excluye fingimientos, rivalidades, engaños y traiciones; no puede menos de denunciar, como delito y como ruina, la guerra de agresi ón, de conquista o de predominio, y no puede dejar de extenderse desde las relaciones m ás altas de las naciones a las propias del cuerpo de las naciones mismas y a las bases tanto sociales como familiares e individuales, para difundir en todas las instituciones y en todos los esp í ritus el sentido, el gusto y el deber de la paz. SEGUNDO CÍRCULO: LOS QUE CREEN EN DIOS
40. Luego, en torno a Nos, vemos dibujarse otro c í rculo, también inmenso, pero menos lejano de nosotros: es, antes que nada, el de los hombres que adoran al Dios único y supremo, al mismo que nosotros adoramos; aludimos a los hijos del pueblo hebreo, dignos de nuestro afectuoso respeto, fieles a la religi ón que nosotros llamamos del Antiguo Testamento; y luego a los adoradores de Dios seg ún concepción de la religión monoteí sta, especialmente de la musulmana, merecedores de admiraci ón por todo lo que en su culto a Dios hay de verdadero y de bueno; y despu és todaví a también a los seguidores de las grandes religiones afroasiáticas. Evidentemente no podemos compartir estas variadas expresiones religiosas ni podemos quedar indiferentes, como si todas, a su modo, fuesen equivalentes y como si autorizasen a sus fieles a no buscar si Dios mismo ha revelado una forma exenta de todo error, perfecta y definitiva, con la que El quiere ser conocido, amado y servido; al contrario, por deber de lealtad, hemos de manifestar nuestra persuasión de que la verdadera religi ón es única, y que esa es la religi ón cristiana; y alimentar la esperanza de que como tal llegue a ser reconocida por todos los que verdaderamente buscan y adoran a Dios. Pero no queremos negar nuestro respetuoso reconocimiento a los valores espirituales y morales de las diversas confesiones religiosas no cristianas; queremos promover y defender con ellas los ideales que pueden ser comunes en el campo de la liberad religiosa, de la hermandad humana, de la buena cultura, de la beneficencia social y del orden civil. En orden a estos comunes ideales, un di álogo por nuestra parte es posible y no dejaremos de ofrecerlo doquier que con recí proco y leal respeto sea aceptado con benevolencia. TERCER C ÍRCULO: LOS CRISTIANOS, HERMANOS SEPARADOS
41. Y aquí se nos presenta el cí rculo más cercano a Nos en el mundo: el de los que llevan el nombre de Cristo. En este campo el diálogo que ha alcanzado la calificaci ón de ecuménico ya está abierto; más aún: en algunos sectores se encuentra en fase de inicial y positivo desarrollo. Mucho cabr í a decir sobre este tema tan complejo y tan delicado, pero nuestro discurso no termina aqu í . Se limita por ahora a unas pocas indicaciones, ya conocidas. Con gusto hacemos nuestro el principio: pongamos en evidencia, ante todo tema, lo que nos es común, antes de insistir en lo que nos divide. Este es un tema bueno y fecundo para nuestro diálogo. Estamos dispuestos a continuarlo cordialmente. Diremos m ás: que en tantos puntos diferenciales, relativos a la tradici ón, a la espiritualidad, a las leyes canónicas, al culto, estamos dispuestos a estudiar cómo secundar los legí timos deseos de los Hermanos cristianos, todav í a separados de nosotros. Nada más deseable para Nos que el abrazarlos en una perfecta uni ón de fe y caridad. Pero también hemos de decir que no está en nuestro poder transigir en la integridad de la fe y en las exigencia de la caridad. Entrevemos desconfianza y resistencia en este punto. Pero ahora, que la Iglesia cat ólica ha tomado la iniciativa de volver a reconstruir el único redil de Cristo, no dejar á de seguir adelante con toda paciencia y con todo miramiento; no dejará de mostrar cómo las prerrogativas, que mantienen a ún separados de ella a
los Hermanos, no son fruto de ambici ón histórica o de caprichosa especulaci ón teológica, sino que se derivan de la voluntad de Cristo y que, entendidas en su verdadero significado, est án para beneficio de todos, para la unidad común, para la libertad común, para plenitud cristiana común; la Iglesia católica no dejará de hacerse idónea y merecedora, por la oraci ón y por la penitencia, de la deseada reconciliaci ón. Un pensamiento a este prop ósito nos aflige, y es el ver cómo precisamente Nos, promotores de tal reconciliación, somos considerados por muchos Hermanos separados como el obst áculo principal que se opone a ella, a causa del primado de honor y de jurisdicci ón que Cristo confirió al apóstol Pedro y que Nos hemos heredado de él. ¿No hay quienes sostienen que si se suprimiese el primado del Papa la unificación de las Iglesias separadas con la Iglesia cat ólica serí a más f ácil? Queremos suplicar a los Hermanos separados que consideren la inconsistencia de esa hip ótesis, y no sólo porque sin el Papa la Iglesia católica ya no serí a tal, sino porque faltando en la Iglesia de Cristo el oficio pastoral supremo, eficaz y decisivo de Pedro, la unidad ya no existir í a, y en vano se intentarí a reconstruirla luego con criterios sustitutivos del auténtico establecido por el mismo Cristo: S e formar ía n tantos cismas en la Iglesia cuantos sacerdotes, escribe acertadamente San Jer ónimo(65). Queremos, además, considerar que este gozne central de la santa Iglesia no pretende constituir una supremací a de orgullo espiritual o de dominio humano sino un primado de servicio, de ministerio y de amor. No es una vana retórica la que al Vicario de Cristo atribuye el t í tulo de servus servorum Dei . En este plano nuestro diálogo siempre está abierto porque, aun antes de entrar en conversaciones fraternas, se abre en coloquios con el Padre celestial en oraci ón y esperanza efusivas. AUSPICIOS Y ESPERANZAS
42. Con gozo y alegrí a, Venerables Hermanos, hemos de hacer notar que este tan variado como muy extenso sector de los Cristianos separados est á todo él penetrado por fermentos espirituales que parecen preanunciar un futuro y consolador desarrollo para la causa de su reunificaci ón en la única Iglesia de Cristo. Queremos implorar el soplo del Esp í ritu Santo sobre el "movimiento ecuménico". Deseamos repetir nuestra conmoción y nuestro gozo por el encuentro —lleno de caridad no menos que de nueva esperanza — que tuvimos en Jerusalén con el Patriarca Atenágoras; queremos saludar con respeto y con reconocimiento la intervención de tantos representantes de las Iglesias separadas en el Concilio Ecuménico Vaticano II; queremos asegurar una vez m ás con cuánta atención y sagrado interés observamos los fenómenos espirituales caracterizados por el problema de la unidad, que mueven a personas, grupos y comunidades con una viva y noble religiosidad. Con amor y con reverencia saludamos a todos estos cristianos, esperando que, cada vez mejor, podamos promover con ellos, en el di álogo de la sinceridad y del amor, la causa de Cristo y de la unidad que El quiso para su Iglesia. DIÁLOGO INTERIOR EN LA IGLESIA
43. Y, finalmente, nuestro diálogo se ofrece a los hijos de la Casa de Dios, la Iglesia una, santa, cat ólica y apostólica, de la que ésta, la romana es "mater et caput". ¡C ómo quisiéramos gozar de este familiar diálogo en plenitud de la fe, de la caridad y de las obras! ¡Cu án intenso y familiar lo desearí amos, sensible a todas las verdades, a todas las virtudes, a todas las realidades de nuestro patrimonio doctrinal y espiritual! ¡Cuán sincero y emocionado, en su genuí na espiritualidad, cuán dispuesto a recoger las
múltiples voces del mundo contempor áneo! ¡Cuán capaz de hacer a los cat ólicos hombres verdaderamente buenos, hombres sensatos, hombres libres, hombres serenos y valientes!. CARIDAD, OBEDIENCIA
44. Este deseo de moldear las relaciones interiores de la Iglesia en el esp í ritu propio de un diálogo entre miembros de una comunidad, cuyo principio constitutivo es la caridad, no suprime el ejercicio de la función propia de la autoridad por un lado, de la sumisi ón por el otro; es una exigencia tanto del orden conveniente a toda sociedad bien organizada como, sobre todo, de la constituci ón jerárquica de la Iglesia. La autoridad de la Iglesia es una instituci ón del mismo Cristo; más aún: le representa a El, es el veh í culo autorizado de su palabra, es un reflejo de su caridad pastoral; de tal modo que la obediencia arranca de motivos de fe, se convierte en escuela de humildad evang élica, hace participar al obediente de la sabidur í a, de la unidad, de la edificaci ón y de la caridad, que sostienen al cuerpo eclesial, y confiere a quien la impone y a quien se ajusta a ella el m érito de la imitación de Cristo que se hizo obediente hasta la muerte(66). Así , por obediencia enderezada hacia el diálogo, entendemos el ejercicio de la autoridad, todo él impregnado de la conciencia de ser servicio y ministerio de verdad y de caridad; y entendemos tambi én la observancia de las normas can ónicas y la reverencia al gobierno del leg í timo superior, con prontitud y serenidad, cual conviene a hijos libres y amorosos. El esp í ritu de independencia, de cr í tica, de rebelión, no va de acuerdo con la caridad animadora de la solidaridad, de la concordia, de la paz en la Iglesia, y transforma f ácilmente el diálogo en discusión, en altercado, en disidencia: desagradable fen ómeno — aunque por desgracia siempre puede producirse— contra el cual la voz del ap óstol Pablo nos amonesta: Que no haya entre vosotros divisiones (67). FERVOR EN SENTIMIENTOS Y EN OBRAS
45. Estemos, pues, ardientemente deseosos de que el di álogo interior, en el seno de la comunidad eclesiástica, se enriquezca en fervor, en temas, en n úmero de interlocutores, de suerte que se acreciente as í la vitalidad y la santificación del Cuerpo Mí stico terrenal de Cristo. Todo lo que pone en circulaci ón las enseñanzas de que la Iglesia es depositaria y dispensadora es bien visto por Nos; ya hemos mencionado antes la vida litúrgica e interior y hemos aludido a la predicaci ón. Podemos todaví a añadir la enseñanza, la prensa, el apostolado social, las misiones, el ejercicio de la caridad; temas éstos que también el Concilio nos hará considerar. Que todos cuantos ordenadamente participan, bajo la direcci ón de la competente autoridad, en el diálogo vitalizante de la Iglesia, se sientan animados y bendecidos por Nos; y de modo especial los sacerdotes, los religiosos, los amad í simos seglares que por Cristo militan en la Acci ón Católica y en tantas otras formas de asociaci ón y de actividad. HOY, MÁS QUE NUNCA, VIVE LA IGLESIA
46. Alegres y confortados nos sentimos al observar c ómo ese diálogo tanto en lo interior de la Iglesia como hacia lo exterior que la rodea ya est á en movimiento: ¡La Iglesia vive hoy m ás que nunca! Pero considerándolo bien, parece como si todo estuviera a ún por empezar; comienza hoy el trabajo y no acaba nunca. Esta es la ley de nuestro peregrinar por la tierra y por el tiempo. Este es el deber habitual, Venerables Hermanos, de nuestro ministerio, al que hoy todo impulsa para que se haga nuevo, vigilante e intenso.
Cuanto a Nos, mientras os damos estas advertencias, nos place confiar en vuestra colaboraci ón, al mismo tiempo que os ofrecemos la nuestra: esta comuni ón de intenciones y de obras la pedimos y la ofrecemos cuando apenas hemos subido con el nombre, y Dios quiera tambi én que con algo del esp í ritu del Apóstol de las Gentes, a la cátedra del apóstol Pedro; y celebrando as í la unidad de Cristo entre nosotros, os enviamos con esta nuestra primera Carta, in nomine Domini, nuestra fraterna y paterna Bendición Apostólica, que muy complacido extendemos a toda la Iglesia y a toda la humanidad. Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la Transfiguraci ón de Nuestro Se ñor Jesucristo, 6 de agosto del a ño 1964, segundo de nuestro Pontificado.
NOTAS
(1) Io. 7, 16. (2) Cf. Eph. 3, 9-10. (3) Cf. Act . 20, 28. (4) Cf. Eph. 5, 27. (5) Hebr . 1, 1. (6) Cf. Mat . 26, 41. (7) Cf. Luc. 17, 21. (8) Cf. Mat . 26, 75; Luc. 24. 8; Io. 14, 26 et 16, 4. (9) Phil. 1, 9. (10) Io. 9, 38. (11) Ibid . 11, 27. (12) Mat . 16, 16. (13) Eph. 3, 17. (14) Io. 14, 26. (15) AL 16 (1896) 157-208. (16) A. A. S. 35 (1943) 193-248. (17) Ibid . 193.
(18) Ibid . 238. (19) Cf. Io. 15, 1 ss. (20) Gal. 3, 28. (21) Eph. 4, 15-16. (22) Col. 3, 11. (23) In Io. tr. 21, 8 PL 35, 1568. (24) Eph. 3, 17. (25) Cf. 1 Pet . 2, 9. (26) Cf. Gal. 4, 19; 1 Cor . 4, 15. (27) Mat . 16, 18. (28) Rom. 8, 16. (29) Cf. Eph. 5, 20. (30) Cf. 1 Tim. 6, 20. (31) Cf. Hebr . 7, 25. (32) Io. 17, 15. (33) Cf. 1 Thes. 5, 21. (34) Cf. Mat . 7, 13. (35) Apoc. 2, 2. (36) Phil. 2, 5. (37) 1 Cor . 13, 7. (38) Rom. 12, 2. (39) Ibid . 6, 3-4. (40) 2 Cor . 6, 14-15. (41) Io. 17, 15-16.
(42) 1 Tim. 6, 20. (43) Mat . 28, 19. (44) Ibid . 13, 52. (45) Io. 3, 17. (46) Cf. Bar . 3, 38. (47) 1 Io. 4, 19. (48) Io. 3, 16. (49) Luc. 5, 31. (50) Cf. Mat . 11, 21. (51) Cf. ibid . 12, 38 ss. (52) Cf. ibid . 13, 13 ss. (53) Cf. Col. 3, 11. (54) Cf. Mat . 13, 31. (55) Cf. Eph. 5, 16. (56) Mat . 11, 29. (57) Mat . 7, 6. (58) 1 Cor . 9, 22. (59) Cf. Io. 13, 14-17. (60) Cf. Ier . 1, 6. (61) Cf. Rom. 10, 17. (62) Cf. Ps. 18, 5; Rom. 10, 18. (63) Marc. 1, 3. (64) Cf. A. A. S. 55 (1963) 300. (65) Cf. Dial. contra Luciferianos 9 PL 23, 173.
(66) Phil. 2, 8. (67) 1 Cor . 1, 10.
¿Dnde
está la novedad@ *i el >aticano I comenz a abordar la Iglesia desde la cabeza -el #apaO para seguir su reNexin -&ue no pudo continuarO por los obispos, sacerdotes ! terminar en el pueblo, en el >aticano II desaparece este enfo&ue (erár&uico ! nos presenta a la Iglesia como “#ueblo de Dios” ! “*acramento”% “Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano… 2LA +3 Y así toda la Iglesia aarece como “un ue!lo reunido en "irtud de la unidad del Padre y del #i$o y del %síritu &anto…' 2LA /3 “(a Ca!e)a de este cuero es Cristo. %l es la imagen de Dios in"isi!le, y en %l fueron creadas todas las cosas. %l es antes *ue todos, y todo su!siste en %l. %l es la ca!e)a del cuero, *ue es la Iglesia…' 2LA 3.
La Iglesia subsiste en la Iglesia Catlica Como veis, lo esencial de la Iglesia no es lo (erár&uico, sino lo sacramental. La cabeza del cuerpo no es el #apa, sino el mismo Cristo. P no pens$is &ue es una novedad, fue el enfo&ue permanente de la 'radicin &ue, a lo largo de los siglos, se fue difuminando. "ás adelante en un párrafo particularmente signicativo ampl1a la idea de Iglesia de una manera signicativa% %sta Iglesia, esta!lecida y organi)ada en este mundo como una sociedad, su!siste en la Iglesia católica, go!ernada or el sucesor de Pedro y or los +!isos en comunión con él si !ien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y "erdad *ue, como !ienes roios de la Iglesia de Cristo, imelen hacia la unidad católica. 2LA M3
)n lugar de decir “la Iglesia es la Iglesia Catlica” pone el verbo “subsiste”. De alguna manera se reconoce la diferencia entre la Iglesia de HesGs ! la Iglesia realmente existente, en algunas cuestiones ale(ada de HesGs ! necesitada, evidentemente, de conversin. P, si leemos entre l1neas, se reconoce en otras Iglesias no sometidas a la autoridad del #apa, muc=os elementos de santidad ! verdad. 4o es más &ue un primer paso, &ue se desarrollará más ampliamente en LA +9. Iglesia carismática *e nos presenta a la Iglesia como una Iglesia Carismática &ue tiene una funcin prof$tica para la &ue =a sido ungida ! enviada% “%l Pue!lo santo de Dios articia tam!ién de la función rofética de Cristo, difundiendo su testimonio "i"o so!re todo con la "ida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacricio de ala!an)a, *ue es fruto de los la!ios *ue conesan su nom!re -cf. #! /.01. (a totalidad de los eles, *ue tienen la unción del &anto -cf. 2n 3,34 y 351, no uede e*ui"ocarse cuando cree, y esta rerrogati"a eculiar suya la maniesta mediante el sentido so!renatural de la fe de todo el ue!lo cuando “desde los +!isos hasta los 6ltimos eles laicos' resta su consentimiento uni"ersal en las cosas de fe y costum!res…' 2LA +3
7etoma la doctrina paulina ! el estilo de las primeras comunidades cristianas al proclamar &ue el #ueblo de Dios, animado directamente por el )sp1ritu *anto ! dotado de sus carismas, de los dones de Dios, edica la Iglesia% “7demás, el mismo %síritu &anto no sólo santica y dirige el Pue!lo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con "irtudes, sino *ue tam!ién distri!uye gracias eseciales entre los eles de cual*uier condición, distri!uyendo a cada uno seg6n *uiere - Co 3,1 sus dones, con los *ue les hace atos y rontos ara e$ercer las di"ersas o!ras y de!eres *ue sean 6tiles ara la reno"ación y la mayor edicación de la Iglesia, seg6n a*uellas ala!ras8 97 cada uno... se le otorga la manifestación del %síritu ara com6n utilidad: - Co 3,51. %stos carismas, tanto los e;traordinarios como los más comunes y difundidos, de!en ser reci!idos con gratitud y consuelo, or*ue son muy adecuados y 6tiles a las necesidades de la Iglesia'. 2LA +3
La Herar&u1a #artiendo de esta visin carismática de la Iglesia aborda el tratamiento de la (erar&u1a% “#ara apacentar el #ueblo de Dios ! acrecentarlo siempre, Cristo *eKor institu! en su Iglesia diversos ministerios, ordenados al bien de todo el Cuerpo. #ues los ministros &ue poseen la sacra potestad están al servicio de sus =ermanos, a n de &ue todos cuantos pertenecen al #ueblo de Dios
! gozan, por tanto, de la verdadera dignidad cristiana, tendiendo libre ! ordenadamente a un mismo n, alcancen la salvacin”. 2LA +M3 P entresacamos algGn texto signicativo del )piscopado 2cu!a doctrina se explicitará en el Decreto sobre los Qbispos C=ristus Dominus, ! &ue fue el elemento de discusin más debatido en el Concilio3, el 7omano #ont1ce, los sacerdotes ! el diaconado% “%ste santo &ínodo, siguiendo las huellas del Concilio
“Pero ara *ue el mismo %iscoado fuese uno solo e indi"iso, uso al frente de los demás 7óstoles al !iena"enturado Pedro e instituyó en la ersona del mismo el rinciio y fundamento, eretuo y "isi!le, de la unidad de fe y de comunión. %sta doctrina so!re la institución, eretuidad, oder y ra)ón de ser del sacro rimado del >omano Pontíce y de su magisterio infali!le, el santo Concilio la roone nue"amente como o!$eto de fe inconmo"i!le a todos los eles, y, rosiguiendo dentro de la misma línea, se roone, ante la fa) de todos, rofesar y declarar la doctrina acerca de los +!isos, sucesores de los 7óstoles, los cuales, $unto con el sucesor de Pedro,
)n cuanto a los eles ! en lo &ue respecta a su relacin con la (erar&u1a arma &ue% “(os eles, or su arte, en materia de fe y costum!res, de!en acetar el $uicio de su +!iso, dado en nom!re de Cristo, y de!en adherirse a él con religioso reseto. %ste o!se*uio religioso de la "oluntad y del entendimiento de modo articular ha de ser restado al magisterio auténtico del >omano Pontíce aun cuando no ha!le e; cathedraB de tal manera *ue se recono)ca con re"erencia su magisterio suremo y con sinceridad se reste adhesión al arecer e;resado or él, seg6n su maniesta mente y "oluntad, *ue se colige rincialmente ya sea or la índole de los documentos, ya sea or la frecuente roosición de la misma doctrina, ya sea or la forma de decirlo ”. 2LA 93
E propsito de los diáconos se puede =acer una reNexin importante por&ue nos =ace ver una cuestin &ue abordaremos despu$s de valorar los documentos, la tarea inacabada del concilio. )n el nGmero J se =abla de los diáconos ! sus funciones ! está ofreciendo pistas para paliar de un modo ecaz la falta de sacerdotes. 4o se =a desarrollado esta v1a privilegiada 2aun&ue s1 en algunos pa1ses de misin3 &ue nos propone el concilio. 'ambi$n =a! &ue decir &ue el tema de la Colegiabilidad )piscopal se &ued sin desarrollar sucientemente -un debate eterno ! acaloradoO ! gener la intervencin directa del papa #ablo >I con una nota &ue aparece el nal de la Constitucin.
Cap1tulo + )L "I*')7IQ D) LE IAL)*IE La palabra RmisterioS, &ue calica todo el cap1tulo, !a no se sitGa en la rbita del >aticano I &ue lo aplicaba a los contenidos RmisteriososS de la fe, sino &ue se reere al concepto paulino de RmisterioS como expresin del designio salvador de Dios para la salvacin del mundo 2cf )f +,Js. <,
como sacramentum, lo &ue dio motivo para la comprensin de la Iglesia como RsacramentoS, formulacin patr1stica retomada por diversos telogos del siglo TT 2B. de Lubac, Q. *emmelrot=, U. 7a=ner, ). *c=illebeeckx...3. . %l roemio 2LA +3 *e inicia con una armacin claramente cristoc$ntrica puesto &ue Rla luz de las gentes es CristoS, situándose la Iglesia a nivel sacramental, Rcomo un sacramentoS, el cual se describe de acuerdo con las perspectivas de la teolog1a sacramental% como RsignoS, &ue acentGa el carácter simblico de la presencia de Cristo 2cf U. 7a=ner3, ! como RinstrumentoS, &ue subra!a el carácter ecaz de tal presencia 2cf Q. *emmelrot=3. E su vez, de forma totalmente sugerente, se pone de relieve Rla realidad GltimaS 2la llamada res sacramenti1 &ue comporta la Iglesia sacramento ! &ue es Rla 1ntima unin con Dios ! la unidad del g$nero =umanoS, formulacin plena del signicado propio de la salvacin como RcomGnOuninS &ue inclu!e la liación con Dios ! la fraternidad entre los =ombres. 3. (a Iglesia *ue rocede de la rinidad 2LA O/3 Desde una perspectiva b1blica ! siguiendo el designio de la salvacin, se explicita la realidad de la Iglesia a partir de la 'rinidad. *e empieza por el #adre en LA &ue maniesta su designio para &ue todos los =ombres puedan ser R=i(os de DiosS ! por esto se enumeran las diversas etapas de este designio =istrico de salvacin donde aparece la g$nesis de la Iglesia en una perspectiva procesual de cinco etapas% 9regurada !a desde el origen del mundo...S 9rearada en la =istoria del pueblo de IsraelS 9constituida en estos Gltimos tiempos 2con Cristo3S 9manifestada por la efusin del )sp1ritu...S ! llevada a Rla lenitud al n de los siglos...S. Como s1ntesis de esta perspectiva procesual de la Iglesia, entendida a&u1 como reunin universal de los convocados a la salvacin, LA usa la frmula patr1sticoOmedieval, particularmente divulgada por P. Congar% RLa Iglesia &ue procede de EbelS -%cclesia a! 7!el1. Debe notarse a&u1 &ue la palabra RIglesiaS, e&uivale a la expresin RIglesia universalS, usada precisamente en la conclusin de la misma LA , la cual, de forma diferente a lo &ue acontece a lo largo de toda la LA, no se reere slo a la Iglesia =istrica &ue va de #entecost$s =asta el n de los tiempos, sino &ue a&u1 es sinnima del designio salvador de Dios #adre iniciado !a desde la creacin. )l Bi(o en LA < es presentado en el centro de la =istoria como concentracin personal del designio salvador antes descrito, siguiendo la doctrina paulina de la Rrecapitulacin universalS ! de la Rliacin adoptivaS. E su vez, más &ue situar a Hesucristo como Rfundador =istrico de la IglesiaS se insiste en el nacimiento simblico de la Iglesia a partir del misterio pascual Rpor la sangre ! el agua surgidas del costado abierto de HesGs crucicadoS, de acuerdo con la interpretacin patr1sticoO medieval de Hn +J,, segGn la cual Rde los sacramentos Veucarist1a ! bautismoV &ue brotaron del costado de Cristo en la cruz surgi la IglesiaS 2'omás de E&uino3. )l )sp1ritu *anto en LA / es tratado de forma breve, aun&ue en un texto &ue condensa toda la visin pneumatolgica de la Iglesia, !a &ue el )sp1ritu es visto como protagonista de la construccin ! creacin de la Iglesia con una expresinOs1ntesis% R)l )sp1ritu &ue =abita en la IglesiaS -&iritus in %cclesia1. 7 su vez, se multiplican las expresiones sobre su funcin RsobreS ! RenS la Iglesia, !a &ue santica, crea comunin, da vida, luz, verdad, libertad, resurreccin, fuerza, unidad... *u perspectiva nal es la de Runicar en la comunin ! en el servicioS, Rre(uvenecer gracias a la fuerza del )vangelioS ! Rconducir a la unin con CristoS. Como conclusin de LA O/ se cita la frmula eclesialOtrinitaria de san Cipriano, en la &ue la Iglesia es descrita como Run pueblo reunido por la unidad del #adre, del Bi(o ! del )sp1ritu *antoS 2la %cclesia de rinitate1. /. (as metáforas !í!licas so!re la Iglesia 2LA 9O83
*e ampl1a el =orizonte de las imágenes sobre la Iglesia a partir de las metáforas b1blicas en torno a la categor1a central de reino de Dios 2LA 93, el cual no se identica con la Iglesia, puesto &ue slo se da plenamente en Cristo. La Iglesia, por tanto, RinstauraS este 7eino en el sentido de &ue es Rgermen e inicioS, ! no realidad plena ! perfecta, ! tiene la misin de RanunciarloS. E su vez, Rla 1ntima naturaleza de la Iglesia tambi$n aparece con diferentes imágenesS 2LA 83, tales como% RredilS, Rcultivo ! campo de DiosS, Rconstruccin de DiosS, RfamiliaS, RtemploS, RmadreS, Rciudad santaS !, nalmente, ResposaS en camino =acia Rla plena gloriaS. /. 7 la lu) del misterio cristológico 2LA OM3 *e trata de dos textos decisivos, especialmente LA M, mu! debatidos en el concilio ! &ue muestran una doble faz% lo &ue es Cristo para la Iglesia 2LA 3 ! lo &ue es la Iglesia para Cristo 2LA M3. )l primer texto parte de la armacin de la Iglesia como cuerpo de Cristo en referencia a la enc1clica Eystici cororis 2+J/<3 de #1o TII, aun&ue lo =ace de una forma mu! sint$tica &ue RredimensionaS este concepto al situarlo en medio de los otros enumerados anteriormente !, a su vez, lo complementa en
la conclusin con otra metáfora, la de Resposa de CristoS, &ue subra!a la diferencia entre Cristo ! la Iglesia. LA M, &ue cierra el primer cap1tulo ! forma una inclusin con LA +, representa, sin duda, uno de los puntos álgidos de toda la LA al tratar de Rla Iglesia realidad visible e invisibleS. Be a&u1 los puntos más relevantes de su primer párrafo% la Iglesia es descrita bellamente como Rcomunidad de fe, de esperanza ! de amorS es Rsociedad ! cuerpo m1sticoS, Rasamblea visible ! comunidad espiritualS, RIglesia de la tierra e Iglesia celestialS, !a &ue ambas dimensiones forman Runa sola realidad comple(a, =ec=a de un elemento =umano ! de otro de divinoS de a=1 la Rprofunda analog1a con el misterio del >erbo encarnadoS, de tal forma &ue Rel organismo social de la Iglesia está al servicio del )sp1ritu de Cristo -&iritui Christi inser"it1:. Ermaciones todas ellas, ! especialmente la Gltima, &ue iluminan el sentido de la visibilidad eclesial &ue debe estar siempre Ral servicio del )sp1ritu de CristoS. )l segundo párrafo afronta la decisiva cuestin de la unicidad de la Iglesia. *e arma &ue la Iglesia &uerida por Cristo, Runa, santa, catlica ! apostlicaS, muestra su carácter plenamente apostlico en cuanto está conada a #edro ! a los otros apstoles. #or esto se arma de esta Iglesia &ue, en cuanto sociedad =istrica, Rsubsiste 2o perdura3 en -su!sistit in1 la Iglesia catlica gobernada por el sucesor de #edroS. )n el texto anterior se le1a ResS en vez de Rsubsiste enS tal cambio se realiz, segGn se explic en el mismo concilio, para &ue de esta forma se expresase me(or la existencia de diversos elementos de eclesialidad &ue se encuentran Rfuera de la visibilidadS -e;tra eius comaginen1 de la Iglesia de 7oma. )sta visin se reencuentra más tarde en LA +9 ! el decreto sobre el ecumenismo 2F7 aticano II, como era el de la Iglesia de los pobres !, a su vez, sobre la cuestin del RpecadoS en la Iglesia 2cf los famosos estudios previos al concilio de B. F. von 0alt=asar sobre la Iglesia como casta meretri; y de U. 7a=ner sobre Rel pecado en la IglesiaS3. *obre este punto, ! con una clara referencia ecum$nica, se recupera la expresin patr1sticoOmedieval &ue arma Rla Iglesia santa &ue inclu!e en su propio seno a pecadoresS, !a &ue es Ra su vez santa pero siempre necesitada de puricacinS, textos donde respira la frmula de Lutero sobre la Iglesia R&ue siempre se debe reformarS -semer reformanda8 verbo &ue se usará en F7 83. Fna bella imagen de la Iglesia RperegrinaS completa ! cierra este nGmero decisivo de la(umen gentium. Cap1tulo II )L #F)0LQ D) DIQ* )l sentido de este cap1tulo radica en &ue indica &ui$n es esta IglesiaOsacramento% el #ueblo de Dios. E su vez, este cap1tulo =ace emerger por encima de todas las diferentes metáforas de la Iglesia la de Rpueblo de DiosS, superando as1 tanto la categor1a de Rsociedad perfectaS como la de RCuerpo de CristoS tan presentes antes del >aticano II. De =ec=o, la metáfora Rpueblo de DiosS sirve para superar la dualidad entre clero ! laicado, liga 1ntimamente la Iglesia e Israel, a!uda a dar relieve a la liturgia e insiste en la dimensin =istrica de la Iglesia como su(eto socioO=istrico concreto. +. %l Pue!lo 9nue"o: de Dios8 For *ué y cómoG 2LA JO+3 De forma novedosa se le calica con la expresin b1blica de Rpueblo mesiánicoS &ue tiene como cabeza% Cristo como condicin% la igualdad de todos en cuanto =i(os de Dios como le!% la caridad ! como nalidad% el reino de Dios. )ste pueblo RperegrinoS es calicado de nuevo como RsacramentoS ad(etivado con la bella expresin de Rvisible de la salvacinS 2LA J3. LA +;O++ describe este pueblo de Dios como RsacerdotalS, armacin &ue recuerda el primado de la liturgia como Rculmen ! fuenteS en *C +;. *e da, a su vez, relieve al sacerdocio comGn ! al servicio &ue le debe prestar el sacerdocio ministerial en virtud de la Rpotestad sacramentalS -otestas sacra1, teniendo presente &ue ambos se diferencian Resencialmente ! no slo de gradoS 2LA +;3. *e trata de una frmula empleada !a por #1o TII &ue tiene el riesgo de distanciarlos demasiado, aun&ue lo &ue &uiere expresar es &ue se trata de dos realidades &ue están en un nivel diferente. La palabra &ue a&u1 puede crear confusin es la palabra RsacerdocioS aplicada a ambos, !a &ue a partir del 4uevo 'estamento esta expresin se reserva inicialmente para designar la nueva realidad RsacerdotalS Ves decir, de mediacin salvadora entre Dios ! el mundoV &ue crea el bautismo en todos los cristianos. )n cambio, los RordenadosS 2obispos, presb1teros ! diáconos3 son más bien
conocidos como RministrosS o R(erar&u1aS al servicio de toda la Iglesia. )sta fue la orientacin prioritaria del >aticano II 2cf as1 los decretos sobre el RministerioS de los obispos ! de los presb1teros3, pero nalmente no se prescindi del todo de la palabra RsacerdoteS aplicada a los ordenados, dada la larga tradicin eclesial ! RpopularS de tal uso. LA ++ analiza el e(ercicio de este sacerdocio comGn a partir de los sacramentos &ue inspiran la vida cristiana. Las dos anotaciones más novedosas &ue se encuentran se reeren, por un lado, al sacramento de la penitencia en el cual se =abla no solamente del perdn de Dios, sino tambi$n de la reconciliacin eclesial &ue realiza. *e trata de una reNexin teolgica &ue promovi el carmelita catalán 0artomeu ". Tiberta con su tesis doctoral Cla"is %cclesiae &ue, de forma relevante, divulgaron ". *c=maus ! U. 7a=ner antes del >aticano II. La otra anotacin se reere al sacramento del matrimonio ! a la familia, a la &ue, de forma totalmente nueva, se la calica como RIglesia dom$sticaS, siguiendo la expresin for(ada por Huan Crisstomo -9fíat domus %cclesia:1. LA +, por su parte, se reere al R#ueblo prof$ticoS ! representa un texto de una notable calidad &ue trata, primero, del Rsentido de feS -sensus .dei1 con el Rconsentimiento de feS !, segundo, de los carismas como expresin del carácter prof$tico del pueblo de Dios. *e trata de dos caracter1sticas de la comprensin de los miembros del pueblo de Dios como Rsu(etosS ! no RsGbditosS en la Iglesia ! &ue representa una importante novedad en un texto conciliar. )s signicativo además &ue el Rconsentimiento en la fe desde los obispos =asta el Gltimo el laicoS sea el protagonista de la infalibilidad Ren el creerS, antes de &ue más adelante se trate de la infalibilidad Ren el enseKarS 2LA 93. 3. (a catolicidad8 uni"ersalidad y di"ersas formas de ertenencia -(H +
*obre los no cristianos, LA +8 agrupa a los &ue profesan una fe religiosa, con especial mencin de los (ud1os ! los musulmanes, ! a los no cre!entes. *e arma &ue a&uello &ue une ! &ue posibilita Rconseguir la salvacinS es el Rdictamen de la concienciaS% expresin caracter1stica de la modernidad &ue atestigua la valoracin de la autonom1a de la persona por parte de la Iglesia. )stas diversas v1as son una Rpreparacin evang$licaS, frmula antigua &ue pone de relieve las Rsemillas del >erboS presentes en el mundo 2san Hustino3, la estrec=a relacin entre el creador ! el mundo 2san Egust1n3, as1 como la pedagog1a de Dios =acia los =ombres 2san Ireneo3 en el camino de la salvacin. /. %l nue"o sentido de la misión 2LA +3 )ste nGmero conclusivo del cap1tulo representa un nal signicativo orientado todo $l =acia la misin universal del pueblo de Dios. )n efecto, a partir de la nalidad de Rlas misionesS calicada doblemente como anuncio del )vangelio ! constitucin de la Iglesia 2la clásica lantatio %cclesiae1, se va =acia una visin más amplia ! a un marco más general de Rla misinS, en singular, de la Iglesia. *obre el m$todo se valorizan los dones !a presentes ! RsembradosS en los ritos ! culturas, retomando los tres verbos !a citados en LA +<, caracter1sticos de la presencia del )vangelio en el mundo% Rpuricar, elevar ! perfeccionarS. Cap1tulo III LE CQ4*'I'FCIW4 H)7576FICE D) LE IAL)*IE P )4 #E7'ICFLE7 D)L )#I*CQ#EDQ La importancia de este cap1tulo es mu! grande especialmente por&ue con este tema, más &ue con cual&uier otro, el >aticano II se une al >aticano I con la intencin expl1cita de darle continuidad ! complementariedad, ! es por esta razn por lo &ue asume un estilo ! un lengua(e R(ur1dicoS análogo al del >aticano I. #ero, a su vez, se maniesta una novedad de estilo eclesial &ue no aparece a primera vista ! &ue se muestra en la incorporacin incluso textual de explicaciones ! claricaciones propuestas por los padres del >aticano I durante el debate sobre el papado. 'al incorporacin atestigua claramente &ue los dogmas del primado de (urisdiccin ! de la infalibilidad papal proclamados en el >aticano I no negaban ni compromet1an la misin de los obispos ni su funcin en la Iglesia. P a partir de estos elementos el >aticano II explicita &ue las RnuevasS armaciones sobre la colegialidad no están en contradiccin con el >aticano I. . (os o!isos como cuero colegial 2LA +MO<3 *e parte de una visin de la autoridad en la Iglesia como servicio a los =ermanos, citando el enfo&ue del >aticano +, &ue da primac1a a la Iglesia, en cu!o interior se sitGa el episcopado. #or esto se arma &ue HesGs &uiso a los apstoles ! a sus sucesores, los obispos, para &ue la Iglesia estuviese unida, a su vez, a #edro ! al papa, su sucesor, a n de &ue Rel episcopado fuese uno e indivisoS 2LA +M3. 3. >aí) histórica y sacramental del eiscoado 2LA +JO+3 LA +J se basa en el 4uevo 'estamento para armar &ue HesGs constitu! a los apstoles como un Rgrupo estableS. #or su lado, LA ; afronta el tema delicado del paso de la etapa neotestamentaria a la siguiente, en la &ue aparecieron los obispos &ue !a en el siglo Il se consolidan como gu1as en la Iglesia, de acuerdo con diversos testimonios =istricos. inalmente, LA + arma la g$nesis sacramental del episcopado como plenitud del sacramento del orden, por medio de una de las proposiciones más solemnes del >aticano II precedida por la expresin Rel santo Concilio enseKa -docet1:. E su vez, se subra!a &ue la RordenacinS Vel texto dice RconsagracinS, palabra excluida en el nuevo ritual posconciliar &ue recupera la más tradicional ! adecuada de RordenacinSV conere la triple funcin u ocio -munus1 del ministerio episcopal% la de santicar, la de enseKar ! la de gobernar. De esta forma se supera la doctrina más =abitual &ue divid1a en dos los RpoderesS episcopales% el de orden, generado por la ordenacin, ! el de (urisdiccin, fruto de la misin cannica. Es1 se recupera la doctrina más tradicional ! antigua sobre el origen sacramental de la totalidad del ministerio episcopal !, a su vez, se precisa &ue Rlos ocios de enseKar ! de gobernar, por su misma naturaleza, no se pueden e(ercer si no es en comunin (erár&uica con la cabeza ! los miembros del colegioS. La Rmisin cannicaS, pues, permanece necesaria, pero no como fuente de estos dos ocios o funciones, sino para &ue se puedan e(ercer de forma leg1tima. )n la ota %;licati"a Pre"ia &ue #ablo >I pidi &ue se incorporara a la LA, ! con un lengua(e más (ur1dico, se distingue entre Rla participacin ontolgica de los ministerios sagradosS &ue conere la ordenacin ! Rla determinacin cannica o (ur1dicaS &ue posibilita su e(ercicio concreto. /. %l 9colegio: de los o!isos y la colegialidad 2LA O<3 %l rimado y la colegialidad. LA , (unto con D> J, fue el texto más laborioso de todo el >aticano II ! tiene como ob(etivo =acer una RrelecturaS del primado denido en el >aticano I. E&u1 tambi$n se incorporan algunas claricaciones importantes extra1das de las Ectas de este concilio. Es1 se rearma
el dogma del >aticano + sobre el RprimadoS Vaun&ue el >aticano II nunca lo ad(etiva con el Rde (urisdiccinSV ! se aKade inmediatamente &ue el colegio episcopal Rtambi$n es su(eto de la potestad suprema ! plena sobre la Iglesia universalS 2texto sacado de las Ectas del >aticano I3, aun&ue siempre Rcon ! ba(o el papaS -cum et su!1. De esta forma la colegialidad Rmaniesta la variedad ! la universalidad del pueblo de DiosS. #or esto se conclu!e &ue los obispos dispersos en el mundo e(ercen una verdadera accin colegial% !a sea &ue el papa Rlos llame a una accin colegialS, !a sea &ue la RapruebeS, o &ue la Racepte de tal forma &ue sea un verdadero acto colegialS. (a fraternidad en hori)ontal de los o!isos. LA < contiene un decisivo valor eclesiolgico, puesto &ue es el Rlugar teolgicoS más importante del >aticano II sobre la comprensin de la Iglesia como Rcomunin de IglesiasS. )n efecto, se arma &ue en Rlas Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en ellas ! a partir de ellas -in *ui!us et e; *ui!us1, existe la Iglesia catlica una ! GnicaS. De esta forma (umen gentium pone de relieve, por un lado, &ue toda la profunda realidad de la Iglesia de Dios está presente en cada iglesia local !, por otro, &ue la Iglesia catlica no es nada más ni nada menos &ue la comunin de Iglesias particulares 2localesXdiocesanas3, en la &ue la Iglesia de 7oma, &ue tambi$n es una Iglesia local, tiene una funcin decisiva en este Rcuerpo de las IglesiasS. E&u1, además, los obispos son vistos como representantes de sus Iglesias ! todos (untos con el papa como representantes de la Iglesia universal% armacin complementaria ! nueva a la de los textos tradicionales &ue slo ve1an a los obispos como representantes a partir Rde arribaS, por ser vicarios de Cristo &ue actGan en su nombre. inalmente, se acentGan las formas =istricas de expresin de la colegialidad !, de forma particular, como testimonio del Rafecto colegialS -aJectus collegialis1 se citan las Rconferencias episcopalesS &ue son una de las ma!ores novedades del posconcilio. /. %l o!iso y su ministerio 2LA /O3 %l roemio de LA /, &ue retoma LA +M, describe la responsabilidad episcopal con la preciosa expresin b1blica Rdiacon1aS, &ue signica ministerio ! servicio. E su vez se retoma la ra1z sacramental con referencia Ra la fuerza del )sp1rituS de la cual son investidos, ! tambi$n recuerda Rla misin cannicaS de la cual subra!a la variedad en sus formas =istricas. E partir de a&u1 se desarrolla el ministerio episcopal en sus tres funciones -munera18 la enseKanza 2LA 93, la santicacin 2LA 83 ! el gobierno 2LA 3. (a función magisterial 2LA 93. *e retorna el >aticano I sobre el magisterio del papa ! su infalibilidad, aKadiendo explicaciones sacadas de las Ectas conciliares. E pesar del lengua(e primariamente (ur1dico, existe una perspectiva b1blica ! pastoral al armar &ue los obispos son Rproclamadores de la feS -raecones1, &ue =an de RpredicarS como una de sus principales funciones. *obre el magisterio aut$ntico ! ordinario no Rex cat=edraS del papa, se subra!a &ue se le debe una Rsumisin religiosaS-o!se*uium religiosum1 y &ue para discernirlo se deben tener presente estos tres criterios% R)l carácter de los documentos, la frecuencia con &ue se propone la doctrina ! las formas usadasS. *obre el magisterio infalible Rex cat=edraS se recuerdan sus cuatro condiciones% el su$eto8 el papa como tal el destinatario8 toda la Iglesia el o!$eto8 la verdades de fe ! moral la for)a8 mediante un acto denitivo. 'ales condiciones se pueden aplicar tambi$n al magisterio infalible de los obispos Raun&ue est$n dispersos por el mundoS ! evidentemente reunidos en concilio, cuando Rmanteniendo el v1nculo de comunin entre ellos ! con el sucesor de #edro, convienen en una misma sentencia &ue formulan como denitiva -deniti"e1:. )n esta l1nea, en la modicacin del aKo +JJM del canon 9; del Código de Derecho canónico se aKade un parágrafo sobre las proposiciones RdenitivasS. *e conclu!e con algunas importantes precisiones extra1das de las Ectas del >aticano +% +3 sobre el ámbito de la infalibilidad% RBasta donde llega el depsito de la revelacinS 3 sobre su nalidad% RAuardar santamente ! exponer con delidadS la revelacin <3 sobre su denitividad% RLas deniciones son irreformables por s1 mismas ! no por el consentimiento de la Iglesia -e; sese non autem e; consensu ecclesiae1B se trata de una cuestin Rdif1cilS del >aticano I ! &ue el >aticano II resuelve apelando al )sp1ritu *anto, &ue tiene la Gltima palabra, !a &ue Rconserva ! =ace progresar en la unidad de la fe todo el rebaKo de CristoS /3 sobre la funcin del "agisterio% está ba(o la palabra de Dios 2D> +.+;3, !a &ue los pastores en su e(ercicio Rno reciben ninguna nueva revelacin pGblicaS !, por esto, deben =acer Rservir los medios convenientesS para &ue Rla revelacin sea comprendida ! expresada en t$rminos adecuadosS. (a función de santicación 2LA 83. La idea de fondo es &ue el obispo es Rel administradorS -oeconomus1 sacramental por excelencia, !a sea RrealizandoS acciones sacramentales o conando &ue Rse realicenS. )n una perspectiva pastoral se subra!a de nuevo la teolog1a de la Iglesia ! la comunidad RlocalS, dando $nfasis a a&uellas comunidades &ue Raun siendo pe&ueKas ! pobres, o &ue viven dispersas, en ellas Cristo está presente !a &ue por su poder se reGne la Iglesia, una, santa, catlica ! apostlicaS.
(a.función de go!ierno 2LA 3. *e complementa lo !a armado en LA O<, ! se calica la potestad
episcopal como RpropiaS ! no delegada, RordinariaS ! no contingente, e RinmediataS =acia los eles de la propia dicesis, por esto los obispos ! no slo el papa se pueden llamar Rvicarios de CristoS, siguiendo una antigua tradicin 2san Cipriano el papa Bormisdas en el aKo 9+/ da este nombre a los obispos de )spaKa 'omás de E&uino...3. #or esto se recuerda &ue los obispos Rno =an de ser tenidos como vicarios del 7omano #ont1ceS. 4tese, además, &ue esta funcin de gobierno viene descrita en primer lugar como un servicio a trav$s de Rconse(os, ex=ortaciones ! e(emplosS !, a su vez, más espec1camente, Rcon autoridad ! potestad sagradaS exclusiva de los obispos. 'al distincin &uizá puede posibilitar una cierta comprensin de la participacin del pueblo de Dios en el gobierno episcopal en el nivel primario de a&uel servicio &ue se realiza a trav$s de Rconse(os, ex=ortaciones ! e(emplosS. 0. 7untes so!re los res!íteros y los diáconos 2LA MOJ3 (os res!íteros 2LA M3 se presentan en su triple funcin relativa a la palabra, a los sacramentos ! a la comunidad &ue =an de guiar. *e parte del origen sacramental ! apostlico del ministerio con e sta frmula matizada% R)l ministerio eclesiástico establecido por Dios -di"initus institutum1 se e(erce en diversos rdenes por a&uellos &ue, !a desde antiguo, son llamados obispos, presb1teros ! diáconosS. De esta forma, al armar el origen divino del ministerio eclesiástico, se recuerda su posterior desarrollo =istrico antiguo, &ue tambi$n es constitu!ente para la Iglesia, realizado a trav$s de tres rdenes propios. E su vez, se subra!a &ue los presb1teros como Rcolaboradores del obispo en cada agrupacin local =acen visible la Iglesia universalS. Igualmente se arma &ue los presb1teros, incluidos los religiosos, forman entre todos ellos Runa 1ntima fraternidadS. inalmente, ! en relacin con los eles, se les calica como Rpadres en CristoS en clave ministerial &ue tiene presente su doble dimensin no separable% Rla sacerdotal ! la pastoralS, puesto &ue no slo RpresidenS la liturgia, sino tambi$n Rsirven la comunidad localS. (os diáconos 2LA J3. 'exto marcado por dos decisiones conciliares% la restauracin de la forma de diaconado llamado RpermanenteS, es decir, como funcin estable, ! la posibilidad de admitir a $l =ombres casados. )l ministerio diaconal comporta una Rgracia sacramentalS 2no se usa la expresin RcarácterS3, con tres funciones referidas a Rla palabra, la liturgia ! la caridadS. Cap1tulo I> LQ* LEICQ* . %statuto roio de los laicos en la Iglesia 2LA <+O<<3 Introducción 2LA <;3% se =abla de RestadoS de los religiosos ! el clero siguiendo una ptica =istricoO
(ur1dica clásica de la Iglesia entendida como sociedad con RestadosS V&ue posteriormente se calicarán, ! me(or, como RcondicionesS 2LA /<3V. *e subra!a con fuerza teolgica &ue Rlos pastores no asumen ellos solosS la misin de la Iglesia ! &ue su Rfuncin es reconocer los servicios ! carismas de los elesS. (a eculiaridad de los laicos 2LA <+3% texto central del cap1tulo I> donde se arma la peculiaridad de los laicos en estrec=a conexin con los religiosos ! los presb1teros, por medio de una Rdescripcin tipolgicaS, segGn la misma explicacin conciliar. #or un lado, los laicos, negativamente, no son ni religiosos ni tienen el orden sagrado por otro lado, positivamente, su identidad surge del bautismo, &ue les =ace participar a su manera de las tres funciones mesiánicas de Cristo 2sacerdotal, prof$tica ! real3 !, Ren la medida &ue les perteneceS, realizan la misin de la Iglesia. De a=1 surge la famosa expresin sobre lo &ue es Rpropio ! peculiarS de los laicos Vno RexclusivoS, tal como el texto conciliar previo dec1aV, &ue es su Rcarácter secularS -indoles secularis18 es decir, los laicos son primariamente RIglesia en el mundoS. 4egativamente, se recuerda &ue los Rcl$rigosS deben dedicarse RprincipalmenteS a su ministerio, ! &ue los RreligiososS por vocacin ! opcin dan relieve a la Rtransguracin ! ofrendaS del mundo a Dios. #or esto, positivamente, los laicos tienen Rla vocacin propia de buscar el reino de Dios tratando las cosas temporales ! ordenándolas =acia DiosS, ! as1 privilegian su relacin de Rvivir en el siglo..., en las condiciones ordinarias de la vida...S. %l "alor de la condición laical 2LA <O<<3. *e arma signicativamente &ue en la Iglesia Rla dignidad de los miembros es comGnS 2LA <3 ! &ue, por tanto, los laicos participan propiamente de Rla misin salv1ca de la IglesiaS ! no por delegacin o sustitucin. *e recuerda, además, &ue los laicos Rpueden ser llamados de distintas maneras a una colaboracin más directa con la (erar&u1aS, as1 como ser convocados a e(ercer Rciertos cargos eclesiásticos -munera ecclesiastica1:. Ermacin &ue está en la base del desarrollo posconciliar de los llamados Rservicios ! ministerios conados a laicosS.
3. (as tres funciones de los laicos8 sacerdotal, rofética y real -(H /@K/1 (a articiación en la misión sacerdotal 2LA 3% repite elementos de LA +;O++, ! se =abla de
sacerdocio RespiritualS en sentido fuerte gracias a las cuatro referencias expl1citas &ue se =acen al )sp1ritu *anto RsacerdocioS &ue se e(erce de forma prevalente con una vida santa. 'odo esto =ace posible Rconsagrar el mismo mundo a DiosS, frase en la &ue resuena la expresin tradicional de la consecratio mundi como tarea propia del laicado 2". D. C=enu3. (a articiación en la misión rofética 2LA <93% texto con notables reNexiones teolgicas en el &ue se cita de nuevo el sensus dei 2LA +3, al &ue se une Rla gracia de la palabra -gratia "er!i1: como don para poder comunicar la propia experiencia de fe, unida Ral testimonio de su vida ! a la fuerza de la palabraS. )n este contexto aparecen mencionados particularmente el matrimonio ! la familia por su carácter prof$tico. inalmente, se recuerda la a!uda &ue los laicos pueden realizar en Ralgunos ocios sagrados -*f cia sacra1:, y se invita a todos para &ue conozcan Rmás profundamente la verdad reveladaS, primer texto del >aticano II en el &ue se =abla de una teolog1a abierta a todos. (a articiación en la misión real 2LA <83% se ofrecen principios &ue desarrollará la Haudium et ses. Es1, la libertad cristiana es calicada como RrealS por su carácter de servicio para la promocin de los valores =umanos. E su vez, se arma la autonom1a de las cosas temporales, &ue se fundamenta en la creacin. inalmente, se indica &ue el lugar decisivode la autonom1a RsecularS del mundo es Rla conciencia cristianaS formada a la luz del )vangelio &ue debe armonizar el ser miembro de la Iglesia con el ser ciudadano del mundo. (as relaciones con la $erar*uía y con el mundo 2LA <O LE >QCECIW4 F4I>)7*EL E LE *E4'IDED E partir de a&u1 la (umen gentium cambia de estilo ! sus aportaciones deben ser vistas de forma más global ! referidas a la totalidad del cap1tulo. De =ec=o, la atencin a la nota de la santidad fue una de las constantes del pro!ecto conciliar. #or esto el &ue este cap1tulo se encuentre entre el de los laicos ! el de los religiosos depende de contingencias conciliares, puesto &ue con toda propiedad deber1a integrarse en la tractacin del pueblo de Dios del cap1tulo II. La principal novedad se encuentra en LA /+, donde se =abla de la variedad de caminos de santicacin, aGn fuera del estado religioso, tal como =a acontecido en la etapa posconciliar. LA I LQ* 7)LIAIQ*Q* )s la primera vez &ue un Concilio trata de los religiosos, ! esto !a indica la funcin decisiva &ue se les asigna en la Iglesia como testigos del momento ! de la perfeccin escatolgica. LA /< presenta el RestadoS de los religiosos como una Rcondicin de vidaS Vntese la nueva palabraV &ue puede darse entre laicos como entre cl$rigos LA //O/9 explicita la dimensin evang$licoOcarismática ! la (ur1dicoOinstitucional, ! la cuestin de la Rexencin cannicaS se engloba en el interior de la comunin con cada Iglesia diocesana LA /8O/ conclu!e valorando la opcin ! la vida religiosa a n de procurar Runa santidad más abundante en la IglesiaS. Cap1tulo >II CE75C')7 )*CE'QLWAICQ D) LE IAL)*IE #)7)A7I4E P *F F4IW4 CQ4 LE IAL)*IE D)L CI)LQ La dimensin escatolgica domina todo el >aticano II ! la (umen gentium. E&u1 se subra!an los siguientes puntos% valoracin de la =istoria como semilla de futuro trascendente estrec=a relacin entre el aspecto escatolgico individual ! socialOcsmico rearmacin por tercera vez de la comprensin escatolgica de la Iglesia como sacramento 2LA +.J3 la espera de los cielos nuevos ! la
tierra nueva va unida al compromiso en el mundo, tal como se apuntaba !a al tratar de los laicos ! =ará laHaudium et ses. Despu$s de una larga reNexin sobre la dimensin escatolgica, LA /M ofrece una s1ntesis de los Rnov1simosS en clave comunitaria ! eclesiolgica. *obre la muerte, se arma &ue existe una sola vida terrenal en respuesta a la =iptesis de la reencarnacin sobre el (uicio se citan textos b1blicos individuales ! colectivos, ! sobre el para1so ! el inerno se =abla con la imagen b1blica de la entrada al ban&uete de los dignos o la exclusin de los indignos. LA /JO9+ se centran sobre la Iglesia peregrina OOad(etivo preferido a RmilitanteSV ! su relacin con la celeste, la cual inclu!e los &ue están Ren la gloriaS ! los &ue Rse puricanS, superándose as1 la divisin en tres Iglesias 2militante, purgante, triunfante3. *e subra!a la RcomuninS entre las dos condiciones de existencia de la Iglesia en clave de Rcomunin de los santosS, expresin clásica del Credo. Con referencia al culto de los santos, se insiste en el aspecto de e(emplaridad subra!ando &ue Cristo es Rel Gnico mediadorS. Cap1tulo >III "E7YE, "ED7) D) DIQ*, )4 )L "I*')7IQ D) C7I*'Q P D) LE L E IAL)*IE Cap1tulo notablemente armnico de estilo b1blico ! narrativo &ue inaugura solemnemente la perspectiva Reclesiot1picaS de la mariolog1a 2LA 8;O893 al lado de la más =abitual Rcristot1picaS 2LA 99O9J3, despu$s de una amplia (usticacin sobre la mariolog1a en el >aticano II 2LA 9O9/3. )l culto a "ar1a merece una reNexin propia 2LA 88O83 dada su dicultad en el diálogo ecum$nico. inalmente, se conclu!e con una armacin de marcado talante eclesiolgicoOantropolgico% R"ar1a, signo de esperanza ! de consuelo para el pueblo de Dios en marc=aS, donde se subra!a signicativamente &ue "ar1a es Rimagen e inicio de la Iglesia &ue se =a de consumar en el siglo futuroS, lo &ue puede sintetizarse armando teolgicamente &ue R"ar1a es la Iglesia realizadaS. 'al 'al enfo&ue llevará a #ablo >I, en el d1a de la aprobacin de la(umen gentium -3 de noviembre de +J8/3, a proclamar R"ar1a como "adre de la IglesiaS como s1ntesis de su relacin con la Iglesia.
5ara qué la I)lesia6 +. )L *)7 D) LE IAL)*IE% *EC7E")4'Q D) *EL>ECIW4 . )L Q07E7 D) LE L E IAL)*IE% BEC)7 #7)*)4') )L )>E4A)LIQ <. )L *FH)'Q D) LE IAL)*IE /. LE IAL)*IE ?Q0H)'Q D) )@ 9. “CE*'E “CE*'E ")7)'7IZ”% LE* L E* ')4'ECIQ4)* ')4'ECIQ4)* D) LE IAL)*IE 8. LE >IDE D) LE IAL)*IE CQ"Q LFAE7 ')QLWAICQ Hos$ Ignacio Aonzález aus, aus, s(. 2>alencia, 2>alencia, +J<<3, es el 7esponsable Ecad$mico Ecad$mico de Cristianisme Cristianisme i 2ustícia.
+. )L *)7 D) LE IAL)*IE% *EC7E")4'Q D) *EL>ECIW4 “La esencia de la Iglesia está en su misin de servicio al mundo, en su misin de salvarlo en totalidad ! de salvarlo en la =istoria, a&u1 ! a=ora. La Iglesia está para solidarizarse con las esperanzas ! gozos, con las angustias ! tristezas de los =ombres” 2"sr. 2"sr. 7omero, Discurso en (o"aina3. *egGn la constitucin Lumen Aentium del >aticano >aticano II, la Iglesia se dene como “sacramento de salvacin” salvacin” 2LA +,+3. *acramento &uiere decir% una seKal visible &ue no slo causa sino &ue =ace perceptible &ue existe salvacin. *eKal de salvacin es por eso seKal de esperanza. "ás aGn% el sacramento causa salvacin precisamente al =acerla visible, segGn una antigua frmula clásica latina% “sacramenta signicando causant”. E pesar de su novedad, esta es ta denicin es más tradicional de lo &ue parece. 'ambi$n 'ambi$n >aticano >aticano I 2en muc=os puntos tan opuesto al II3, intent =ablar de la Iglesia como “una seKal se Kal levantada entre las naciones” 2D* <;+/3. La palabra seKal no dista muc=o de la de sacramento &ue utilizará el concilio siguiente. La diferencia radica &uizás en la ingenuidad apolog$tica por la &ue el primer >aticano slo ve en la Iglesia motivos para creer “por su admirable propagacin, eximia santidad e inagotable fecundidad”. Basta tal punto, punto, &ue &ue escribe escribe esas palabras p alabras no en su Constitucin sobre la Iglesia, sino en la Constitucin sobre s obre la fe. >aticano II en cambio es menos mecanic mecanicista% ista% la Iglesi Iglesia a no es motivo motivo de credibilidad slo por el =ec=o de existir, sino sobre todo por ser el a su s u verdad.
Debemos comenzar pues analizando lo &ue signica s ignica ese ser “seKal de salvacin s alvacin”. ”. +.+. “*er para” )l primer elemento para interpretar la denicin del >aticano II nos viene dado por el =ec=o de la renuncia a la denicin antigua &ue casi todos conocimos% la de “sociedad perfecta”. El denirse como “seKal”, como signo, ! no como sociedad perfecta, la Iglesia está e stá declarando &ue la audiencia *ue esera de los hom!res no deri"a 6nicamente de su suuesto carácter “so!renatural', sino de lo *ue tenga ara ellos de se=al , de signicado, de “luz para las gentes” 2por usar la palabra
con &ue comienza la constitucin conciliar3. )n otro contexto, ! unos veinte aKos antes, D. 0on=oe[er apuntaba una intuicin similar cuando escribi en sus cartas desde la cárcel% “la Iglesia slo es Iglesia de Cristo si existe para el mundo, ! no para s1”. rase &ue tampoco dista muc=o de la de Huan #ablo II 27B +/3% “el camino de la Iglesia es el =ombre” 2\no al rev$s]3. ser"ir Debemos concluir, por tanto, &ue la Iglesia slo será “sacramento de salvacin” salvacin” si existe ara ser"ir y ara hacer hacer sacramentalmente sacramentalmente "isi!le "isi!le a*uel a*uel >eino de Dios anunciado anunciado or 2esucristo. 2esucristo. *i existe para servir al 7eino, con los contenidos &ue HesGs daba a esa palabra. 4o si pretende suplantar o agotar ese “reinado de Dios” 2&ue es el modo como HesGs expresaba lo &ue nosotros llamamos salvacin3. +.. #ara la comunin )l mismo >aticano II concreta un poco más la nocin de salvacin, al identicarla con la de comunin% sacramento de la comunión de los hom!res entre s1 ! con Dios 2LA +3. “#ueblo constituido para la comunin de vida, de amor ! de verdad” 2LA J3. )l t$rmino comunin 2o tambi$n “1ntima unin”3 unin”3 nos env1a no slo al "ásOEllá trascendente de Dios, sino tambi$n al más acá de nuestra =istoria, &ue está tan marcada por esa bGs&ueda constante de comunin ! de intimidad entre los =ombres, as1 como por los fracasos de esa bGs&ueda, visibilizados en )l Crucicado. *e comprenden por ello los aKadidos de "sr. 7omero en una de sus cartas pastorales, o de Ignacio )llacur1a en e n alguno de sus s us escritos% la Iglesia Iglesia es “sacramento “sacramento histórico de salvacin”. Q “cuerpo de Cristo en la historia ”. Edemás, merece destacarse &ue la comunin es algo recíroco. Bo! se desgura con frecuencia esta palabra tan rica, llamando comunin a la aceptacin de una uniformidad impuesta desde arriba. #ero eso es más bien una manipulacin de la comunin en benecio del poder% una Iglesia as1 no ser1a sacramento de comunin, sino del 7ncien >égime >égime. #ara &ue no se me malentienda aclaro &ue so! un convencido de la necesidad de la autoridad en la Iglesia, ! de la obediencia como forma de servicio a la unidad% de ambas =ablaremos más adelante. #ero la autoridad no e;iste en la Iglesia ara sustituir a la comunión, sino ara *ue la comunión no degenere en indecisión o en maniulación maniulación . +.<. Imagen del Dios 'rino% 'rino% Iglesia del Crucicado )n cuanto es sacramento de comunin, el >aticano >aticano II mira tambi$n a la Iglesia como “imagen de la 'rinidad” 'rinidad” 2LA O/3. La Iglesia es efectivamente pueblo de Dios #adre, #adre, cuerpo de Cristo, ! templo del )sp1ritu. )s eso en su totalidad. P ningGn estamento autoritario en ella puede convertirse en “aristocracia de Dios, sustituto de Cristo ! propietario del )sp1ritu”. )n efecto% la Iglesia es imagen de la 'rinidad 'rinidad or ser Iglesia del Crucicado , es decir% expresin de la comunin comunin de Dios en la =istoria, con los =ombres ! mu(eres de este mundo empecatado ! &ue “mata a los profetas”. "oltmann "oltmann =a notado con agudeza teolgica la vinculacin &ue =a! para la la fe cristiana entre 'rinidad 'rinidad ! Cruz, seKalando como algo mu! valioso la práctica catlica de =acer la seKal de la cruz precisamente al pronunciar el nombre de la ' 'rinidad rinidad 2“en el nombre el #adre, del Bi(o ! del )sp1ritu *anto”3. Como Iglesia del Crucicado, toda la comunidad cre!ente 2sobre todo los más responsables en ella3 debe participar de alguna forma en esa es a “k$nosis” 2o anonadamiento3 de Dios, &ue =ace posible la Cruz del Bi(o. La Cruz =a de ser una condicin de la propia vida cre!enteO!Ocomunitaria cre!enteO!Ocomunitaria no un recurso fácil para obtener &ue los demás =agan a&uello &ue &uieren las personas constituidas en autoridad. +./. >isibilizada en la )ucarist1a inalmente, inalmente, tanto la referencia al Crucicado, como la alusin del >aticano >aticano II a un “sacramento de comunin”, comunin”, nos permiten relacionar el carácter sacramental de la Iglesia 2“sacramentoOra1z” en frmula de Q. *emmelrot=3, con esa “plenitud de lo sacramental” &ue es la )ucarist1a 2“la comunin”, comunin”, como suele decir la gente3. 4inguna reNexin sobre el ser de la Iglesia puede olvidar a&uella enseKanza de De Lubac% “La Iglesia =ace la eucarist1a ! la eucarist1a =ace a la Iglesia”.
)sto &uiere decir &ue la eucarist1a no existe como un simple acto de culto del &ue tenemos la suerte de &ue es agradable a Dios de modo &ue, tras =ab$rselo ofrecido, !a podemos olvidarnos de ^l. Es1 parece creerlo muc=a gente, ! este es el gran peligro de la terminolog1a sacricial. 4o. )l mandamiento evang$lico 2“=aced esto en memoria m1a”3 no se reere exclusivamente a un acto litGrgico% pues no fue eso la cena de HesGs. *e reere a entregar el propio propio cuerpo ! la propia propia sangre 2la propia persona ! la propia vida3 para la reconciliacin ! la vida del mundo. #or eso, &uienes no viven la eucarist1a más &ue como una obligacin cGltica, merecen el reproc=e !a vie(o de san #ablo% “eso &ue =ac$is !a no es celebrar la Cena del *eKor”. Es1 pues, la eucarist1a existe -valga la expresin- para “eucaristizar al mundo”. P, para eso, a&uellos &ue en la Iglesia son responsables Gltimos de la eucarist1a tienen como misin “eucaristizar a la Iglesia”, es decir =acer *ue en ella las relaciones no sean relaciones de dominio, sino relaciones eucarísticas . 6uienes hoy ha!lan de “comunidad alternati"a' o “comunidad de contraste', están *ueriendo decir simlemente comunidad eucarística . )n conclusin% a. La Iglesia no es una institucin cGltica, pues cree en un Dios &ue &uiere misericordia ! no sacricios. La oracin es important1sima en toda vida cre!ente pero este dato no puede ser se r usado para negar la frase anterior. b. La Iglesia es una comunidad de hom!res li!res 2por&ue se saben =i(os de Dios3, y misericordiosos por&ue, a trav$s de Cristo, Dios les sale al encuentro en los necesitados. #or eso es “la comunin del Cuerpo de Cristo” o, como escrib1a intuitivamente el (oven 0on=oe[er% “Cristo existente como comunidad”. c. #or&ue la Iglesia no se comprende a s1 misma como “comunidad civil perfecta” sino como comunidad escatolgica, “no tiene más oder en la tierra *ue el *ue tu"o Cristo en cuanto hom!re ” 20artolom$ de Las Casas3. *i olvidamos esto no se comprenderá lo &ue a=ora vamos a decir en segundo lugar sobre la misin de la Iglesia. . )L Q07E7 D) LE L E IAL)*IE% BEC)7 #7)*)4') )L )>E4A)LIQ “La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera puesto &ue toma su origen de la misin del Bi(o ! de la misin del )sp1ritu *anto, segGn el propsito propsito de Dios #adre” 2>aticano 2>aticano II, 7d gentes, 3. #or ser sacramento =istrico de salvacin, debemos aKadir &ue la Iglesia es intr1nsecamente misionera, evangelizadora. "sr. "sr. 7omero, en el texto citado, dec1a &ue la esencia es encia de la Iglesia está en su misin. Hunto a $l, grandes obispos latinoamericanos 2). Engelelli, Haime 4evares...3 =ablaban de poner en contacto 2o acercar3 el )vangelio ! la realidad, la #alabra #alabra ! la vida. P la denicin del >aticano II nos aclara en &u$ consiste ese ser misionera de la Iglesia. .+. La misin )vangelizacin no es lo mismo &ue proselitismo o propaganda. E $ste no le importa eliminar la libertad del o!ente, ! se atiene sobre todo al resultado num$rico. La Coca Cola o 4ike no evangelizan, aun&ue est$n en todo el mundo. La evangelizacin es una oferta de salvacin &ue se dirige primariamente a la libertad del interlocutor ! &ue pretende respetarla. 4o busca manipular, sino =acer presente el )vangelio, de modo &ue &uede ofrecido como posibilidad siempre abierta ! siempre signicativa. )l proselitismo mira más a la satisfaccin ! la seguridad del agente. La evangelizacin debe mirar slo al bien en libertad del destinatario. La Iglesia es misionera ! evangelizadora no por&ue bus&ue meramente “aumentar su nGmero de clientes”, sino por&ue está en osesión de una Luena oticia decisi"a ara la humanidad 2aun&ue $sta no lo sepa3% la del “amor de Dios revelado en Cristo HesGs” 27om M,
#rescindiendo a=ora de cmo c mo se entienda esa responsabilidad Gltima, ! de si el 4 .'. .'. conecta eucarist1a ! “apostolado” tan simplemente como nosotros lo =acemos. "uc=os textos eucar1sticos antiguos dicen &ue “toda la comunidad consagra” 2Auerrico, #L +M9,M3. P en nuestras plegarias eucar1sticas, el presidente =abla siempre en plural 2“nosotros”3 o “ellos mismos te ofrecen”, en el canon antiguo. 2 +!ra indigenista , "adrid +JM9, .+J.
imagen social% de la sociedad !a cristiana, o del simple fermento. Con lo &ue no puede coexistir es con la p$rdida de su signicatividad sacramental. De acuerdo con eso debemos decir &ue Dios no ha &uerido en su Iglesia unas estructuras ar!itrarias o carichosas *ue sean o!stáculo ara su misión , sino &ue más bien le =a dado una gran libertad para organizarse del modo &ue más posibilite su misin, &ue más facilite la comunin ! la evangelizacin en el sentido dic=o. El elemento principal de la estructura &ue el 7esucitado de(a en su Iglesia le llamamos por eso “apostolado”, ! no s$ si nos =emos dado cuenta de la importancia de esa designacin% la Iglesia se estructura, ante todo, ara ser aostólica , ! para vivir el )vangelio. 4o por afanes de poder o de seguridad, ni aun&ue revista de sagrados esos afanes. La =istoria enseKa &ue la organizacin de la Iglesia en los primeros siglos no se =izo de acuerdo a un plan previo, de(ado por el "aestro, sino segGn las necesidades ! posibilidades =istricas, le1das desde el )vangelio. De a=1 la pluralidad de conguraciones de las iglesias primitivas, &ue se reNe(a en el 4uevo 'estamento ! se ve conrmada por la investigacin =istrica. *in embargo, no son pocos los &ue =o! suscribir1an la armacin de Huan "art1n >elasco% uno de los ma!ores obstáculos =odiernos para la evangelizacin está en las estructuras mismas de la Iglesia<. #or más &ue se &uiera apelar a la voluntad de Dios como (usticacin de unas estructuras, si $stas resultan antievang$licas ! antievangelizadoras, podemos sospec=ar leg1timamente de esa presunta voluntad divina. Como m1nimo, =abrá &ue presumir &ue las cosas son más comple(as de lo &ue sugiere esa apelacin simplista a la voluntad de Hesucristo. .<. )vangelizar con obras *i lo primero &ue &uiere Dios es una iglesia evangelizadora, tanto =acia fuera como =acia dentro 2es decir% *ue su misma resencia y su "ida resulten un anuncio 3, eso signica &ue =o!, en pleno siglo TTI, en un mundo plural ! en un Qccidente descristianizado, la Iglesia está llamada a e"angeli)ar mucho más con los gestos *ue con las ala!ras . 4o todo el &ue dice “*eKor, *eKor” evangeliza, sino el &ue cumple la voluntad del #adre. E la denicin &ue dio el >aticano II de la Iglesia como sacramento, se le puede aplicar tambi$n a&uella consideracin de san Egust1n% “cuando al gesto se le aKade la palabra, aparece el sacramento”/. *i la Iglesia no es evangelizadora en este sentido sacramental 2“práxico” podr1amos decir3 se convertirá en a&uello a lo &ue pretende reducirla nuestra sociedad consumista% un mero elemento decorati"o, 6til, como las Mores, ara dar relie"e a ciertos momentos de una "ida agana, tales como !odas, entierros y demás . Es1 podr1a encontrar la Iglesia una audiencia e incluso un respeto en
nuestra sociedad 2las Nores nunca son molestas3 pero estará siendo inel a su misin. )n cambio, si la Iglesia es evangelizadora en el sentido dic=o, acabará por encontrarse con el rec=azo ! la cruz de su undador. #rueba de lo dic=o son estas palabras de la Esamblea del episcopado latinoamericano en #uebla, &ue no necesitan más comentario por su diafanidad% “)l pueblo de Dios, como sacramento universal de salvacin, está enteramente al ser"icio de la comunión de los hom!res con Dios ! con el g$nero =umano entre s1... Cada comunidad eclesial deber1a esforzarse por constituir... un e(emplo de modo de convivencia donde logren aunarse la libertad ! la solidaridad. Donde la autoridad se e(erza con el )sp1ritu del 0uen #astor. Donde se viva una actitud diferente frente a la ri&ueza. Donde se ensa!en formas de organizacin ! estructuras de participacin, capaces de abrir camino =acia un tipo más =umano de sociedad. P sobre todo, donde ine&u1vocamente se manieste &ue, sin una radical comunin con Dios en Hesucristo, cual&uier otra forma de comunin puramente =umana resulta a la postre incapaz de sustentarse ! termina fatalmente volvi$ndose contra el mismo =ombre” 2<3. P todo esto lo percibe ! lo conrma la misma Iglesia cuando, en una de las Gltimas plegarias eucar1sticas, pide para s1 misma ser “un recinto de verdad ! de amor, de libertad, de (usticia ! de paz, para &ue todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”. )xactamente. #ero \cuánto necesitamos pedir eso] *in entrar a=ora en la necesaria reforma estructural de la Iglesia 2&ue =a venido reclamándose durante todo el segundo milenio, ! cu!a negativa provoc fracturas bien dolorosas3, podemos enunciar el siguiente principio% la Iglesia de 2esucristo de!ería tener el má;imo osi!le de esiritualidad y el mínimo indisensa!le de organi)ación . 4o son pocos en la Iglesia los &ue =o! creen &ue estamos &uizás al rev$s. E. "ac=ado =ablaba de “esta Iglesia espiritualmente =uera pero de organizacin formidable” 9. 3
Cf. Increencia y e"angeli)ación , pp. ++<, +/Mss, +9. Comentario a &an 2uan , M;,<. 5 >er la cita completa en (as 5 ala!ras de 2.I.H.N. , "adrid +JJ8, p.JM. 4
#ara ello, entiendo &ue la Iglesia debe pasar del binomio &ue =o! parece constituirla% la d1ada cl$rigosO laicos &ue algunos deenden a rabiar, a la otra frmula de “comunidad con servicios”, &ue obligar1a al ministerio eclesiástico a pasar de lo sacral a lo eclesial, de lo personal a lo servicial ! de lo vertical a lo colegial, como !a expres$ en otra ocasin8. )sta alusin al ministerio nos llevará en el prximo cap1tulo a otra reNexin sobre los miembros de la Iglesia. Entes debemos exponer las consecuencias de ese ser misionero de la Iglesia. ./. 0uena 4oticia para los pobres )l tesoro &ue =ace misionera a la Iglesia es denido por la #alabra de Dios como “buena noticia para los pobres” 2Is 8+ Lc /3. HesGs pone a=1, ! en la esperanza para enfermos ! marginados, el criterio de autenticidad ! validez de su misin 2"t ++, ss3 . La evangelizacin, por tanto, debe ser denida como e"angeli)ación de los o!res . *in &ue obste a ello su carácter universal% la buena noticia se dirige a todos nosotros en la medida en &ue aceptemos colocarnos de alguna manera en el lugar de los pobres ! al lado de ellos. #or eso, segGn Huan TTIII, la iglesia misionera es “iglesia de los o!res' . 4o basta con &ue una iglesia más o menos “de los ricos” diga excelentes palabras en favor de los pobres. Como Iglesia de Hesucristo nos &uedan aGn muc=os pasos &ue dar para aparecer ante el mundo como iglesia de los pobres. La )dad "edia acuK una expresin !a clásica 2aun&ue olvidada =o!3% “nuestros seKores los pobres”. *i ello es as1, no basta con &ue la Iglesia diga algunas palabras favorables a ellos, es preciso además &ue ellos tengan alguna palabra 2o muc=as3 &ue decir en la Iglesia ! a la Iglesia. .9. La plenicacin de Cristo La carta a los )fesios, explicando la “recapitulacin de todas las cosas en Cristo”, dene a la Iglesia como a*uella *ue encuentra su lenitud en la medida en *ue el mundo se cristica lenamente 2+,<3M. La denicin es un poco complicada pero mu! rica ! necesita una m1nima aclaracin. La carta da esa denicin para explicar cmo es posible &ue, si acaba de decir &ue “Cristo es cabeza de todo”, diga despu$s &ue “ or eso, Dios se lo =a dado a la Iglesia”. *e insinGa a=1 una tensin dinámica entre Iglesia ! universo% la Iglesia vendr1a a ser como el mundo seg6n Dios “en concentrado' 2a&u1 radica su carácter de seKal o de sacramento3 ! el mundo como una iglesia en expansin. #ero para &ue esta explicacin no suene a proselitista =a! &ue comprender dos cosas% a. Lo &ue la carta &uiere enseKar es &ue todo el mundo está ya cristicado , posee un germen cr1stico &ue es su verdad más profunda, ! &ue puede ser la traduccin, tras la #ascua, del 7einado de Dios anunciado por HesGs. #or ello es tarea de la Iglesia -como servicio al 7eino- &ue esa semilla llegue a su plenitudJ. b. Cristicar no es lo mismo *ue eclesiali)ar, ni si*uiera *ue cristiani)ar . Pa =emos dic=o &ue a la Iglesia le sirve tanto el modelo de la “conversin” del mundo como el del fermento en el mundo. )n ambos puede cumplir su misin ! en ambos puede de(ar de cumplirla. #ues de acuerdo con la enseKanza de HesGs, el mundo no realizará su dimensin cr1stica por el =ec=o de decir “*eKor, *eKor”, ni por&ue los papas tengan poder temporal, ni por&ue =a!a una esta de Cristo 7e! en la liturgia, sino por&ue da de comer ! de beber a los &ue no tienen, viste a los desnudos ! visita a los enfermos ! a los presos... 6ueda as1 claro cmo el o!rar “lenicador' de la Iglesia one en acto su carácter de “sacramento' . P se comprende tambi$n por &u$ >aticano II, tras =aber denido el ser de la Iglesia como sacramento de salvacin, comienza as1 su enseKanza sobre el o!rar de la Iglesia% “Los gozos ! las esperanzas, las tristezas ! las angustias de los =ombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres ! de cuantos sufren, son a la vez gozos ! esperanzas, tristezas ! angustias de los disc1pulos de Cristo. 4ada =a! verdaderamente =umano &ue no encuentre eco en su corazn... La Iglesia, por ello, se siente 1ntima ! realmente solidaria del g$nero =umano ! de su =istoria” 2A* +,+3. )s como decir &ue la misin de la Iglesia es ser levadura en la masa, ! no bastin, o &uiste, o gueto o parcela separada% !, muc=o menos, “imperio”. <. )L *FH)'Q D) LE IAL)*IE 'odo cuanto llevamos dic=o alude ! se reere primariamente a la comunidad de cre!entes o de llamados por Dios, al pueblo de Dios &ue es el verdadero su(eto de la denominacin de Iglesia. #or desgracia, una de las cripto=ere(1as más frecuentes es reservar el nombre de Iglesia a slo una porcin de ella, a una especie de poder sagrado &ue ser1a el Gnico destinatario verdadero de la 6
>er mis apuntes sobre el ministerio eclesial% #om!res de la comunidad , *antander +JMJ. )n las curaciones de HesGs no se trata tanto de “devolver la salud”, cuanto de reintegrar socialmente al enfermo, &ue se ve1a excluido de la comunidad, con la excusa de &ue era impuro o indigno de entrar en la casa del *eKor 8 #ara la traduccin de esta frase, remito a (a #umanidad ue"a , <;/O<;9. 9 La #lenitud 2 lerOma en griego3 es una palabra fundamental en el 4uevo 'estamento para explicar el don de Dios en Hesucristo. 7
llamada de Dios !, respecto del cual, los cre!entes no ser1an nada más &ue el campo de despliegue ! de e(ercicio de ese poder sagrado. Debo repetir &ue eso no es más &ue una =ere(1a, por más &ue est$ presente en muc=as cabezas. <.+. “Los convocados por Dios” )s cierto &ue en la Iglesia =a! algo “previo” a la congregacin de los eles. #ero ese algo previo no es el poder sagrado como transparencia de Dios, sino la llamada de Dios a todos los creyentes al incluirlos en la 7esurreccin de Hesucristo 2cf. )f +,<3. Dic=o de otro modo% la Iglesia no es primariamente lo &ue llamamos “el ministerio eclesiástico” 2! slo por una extensin secundaria los llamados eles3, ni aun&ue el ministerio pueda tener en ella un nivel ma!or de responsabilidad ! de dedicacin. La frase atribuida a #1o IT% “la 'radicin so! !o”, es una =ere(1a formal, prescindiendo de si el papa pronunci o no esa frase. P esa falsa concepcin se reNe(a tambi$n en esta denicin de un libro clásico del siglo pasado 2las Prelaectiones de H. #errone3% “a&u1 entendemos por Iglesia no el con(unto de los eles sino... el cuero de los astores con el ontíce romano ”+;. 4i a&u1 ni en ningGn sitio puede entenderse eso por Iglesia. >aticano II reaccion contra esta concepcin 2&ue segu1a presente en el es&uema preparado por la curia romana3 invirtiendo el orden de los cap1tulos ! < de la LA% al cap1tulo primero sobre el misterio de la Iglesia, le sigue el cap1tulo dedicado al pueblo de Dios, no el dedicado a la (erar&u1a como propon1a el es&uema previo. <.. )l misterio del #ueblo De acuerdo con ese cambio de orden de los cap1tulos ! < de LA, el misterio de la Iglesia es el misterio del ue!lo congregado or Dios , de la comunin entre todos los miembros de ese pueblo donde !a no =a! (ud1o o griego, ni seKor o esclavo, ni varn o mu(er. *i se piensa esto con serenidad, resulta enormemente asombroso ! estimulante. #or supuesto, ese pueblo necesitará unos servicios &ue existen para eso% para &ue viva el pueblo de Dios. #ero el misterio de la Iglesia no es el misterio del oder sagrado, &ue a su vez necesitará unos eles sobre los &ue e(ercerse. )sa inversin de perspectivas del >aticano II no =a marcado la mentalidad de muc=os eclesiásticos. #ero sin ella no tienen vigencia las palabras de san Egust1n, &ue servir1a de examen de conciencia para muc=os (erarcas, “so! cristiano CQ4 vosotros ! obispo #E7E vosotros. Lo &ue so! para vosotros me aterra, lo &ue so! con vosotros me consuela”++. *an Egust1n, pues, se sab1a Iglesia or ser cristiano , no por ser obispo. )s de temer &ue =o! muc=os ministros se creen iglesia no por ser cristianos, sino por ser curas u obispos. P as1 desaparece tambi$n el otro (uego de palabras de san Egust1n sobre los obispos, &ue repite innidad de veces ! &ue es tan inme(orable como intraducible% “praessint ut prossint” 2o “prodesse, non praeese”3% &ue presidan para aprovec=ar. 4aturalmente, para aprovec=ar al pueblo de Dios, ! no a otros intereses, aun&ue sean los de la curia romana. Cuando =o! o1mos decir &ue conviene evitar la denicin conciliar de la Iglesia como pueblo de Dios, por&ue tiene el peligro de efectuar “una reduccin sociolgica”, estamos autorizados a mirar ese argumento como un intento de defender la concepcin de la Iglesia &ue me =e atrevido a calicar de =eterodoxa. 4o puede =aber una reduccin sociolgica all1 donde se profesa &ue ese pueblo es “D) DIQ*”. Con el mismo argumento se podr1a decir &ue conviene evitar la denicin de la Iglesia como “cuerpo de Cristo” por&ue efectGa “una reduccin biologista”, o algo parecido. )sa reduccin no se dará por usar la palabra cuerpo, sino cuando se niegue &ue en esa denicin se trata del cuerpo “de Cristo”, como en la otra se trata del pueblo “de Dios”. La acusacin &ue acabo de citar desconoce totalmente la caracterizacin del pueblo de Dios &ue =ace el 4uevo 'estamento% “Como ue!lo elegido de Dios, pueblo santo ! amado, sea vuestro uniforme la misericordia entraKable, la bondad, la =umildad, la dulzura, la comprensin. *obrellevaos mutuamente ! perdonaos cuando alguno tenga &ue(as contra otro...” 2Col <,+O+<3. Fn pueblo as1 ser1a, efectivamente, una “comunidad alternativa” o de contraste, ! un sacramento de salvacin. <.<. *omos Iglesia 'oda esta discusin no es meramente terica sino &ue tiene consecuencias prácticas. *i la Iglesia somos todos, de la Iglesia somos responsables 'QDQ* en algGn sentido. Igual &ue 2en otro sentido ! por otras razones3 todos los ciudadanos tienen alguna responsabilidad en la marc=a de su pa1s. 'odos ! no slo el gobierno o el parlamento, aun&ue $stos tengan en un momento dado ma!or responsabilidad. )s evidente &ue en todo cuerpo social =a de =aber unos servicios &ue asuman de manera más intensa ! con más dedicacin la responsabilidad por el cuerpo. Es1 lo piden las le!es de la 10
>er la cita completa en (a autoridad de la "erdad. Eomentos oscuros del magisterio eclesiástico , 0arcelona +JJ8, p. 8. más el expresivo texto de P. Congar citado all1. 11 *ermn ; 2#L <, +/MOM/3, entre otros. Elgo de esto intent recoger el >aticano II en #Q J.
convivencia =umana &ue Dios respeta. #ero el =ec=o de &ue existan esos servicios no dispensa a los eles de la responsabilidad &ue impone el simple =ec=o de ser cre!entes en el Dios de Hesucristo. 7esponsabilidad para lo bueno ! para lo malo, para la edicacin del pueblo, ! para &ue no vivamos nuestra fe como nuestra causa particular. #or eso, en el centro de la iglesia primera estuvo a&uel principio &ue despu$s =a pasado al mundo (ur1dico% “lo &ue afecta a todos debe ser tratado ! aprobado por todos”. )ste principio no se reere slo a decisiones de carácter econmico o social. ada afecta más a todos los cristianos *ue la donación de Dios en la "ida, muerte y Pascua de 2esucristo. Y ese don es resonsa!ilidad de todos.
)s bueno recordar, en este contexto, &ue U. 0art= deni a la teolog1a como “eclesiástica” ! titul su dogmática como “dogmática eclesial”. #ero es tambi$n evidente &ue cuando 0art= =ablaba as1 2por más &ue $l tambi$n aceptara la necesidad de una autoridad ! unos servicios en la Iglesia3, no estaba &ueriendo decir% dogmática (erár&uica, o dogmática segGn la curia romana. )staba &ueriendo =ablar de la teolog1a como responsabilidad de “servicio al pueblo de Dios”. La teolog1a en efecto se =ace para la comunidad de cre!entes, ! no para la carrera o promocin del telogo. P lo &ue digo de la teolog1a vale de las otras tareas eclesiales. 4o =ace muc=o, un grupo de cristianos de todo el mundo, alarmados por la situacin actual de la Iglesia Catlica ! conscientes de &ue tambi$n ellos tienen una parte de responsabilidad en esa situacin 2aun&ue sea una parte más pe&ueKa &ue la de otras instancias3 se constitu!eron en una especie de plataforma mundial con el nombre de “*omos Iglesia”. 4o se comprende &ue la autoridad eclesiástica desautorice glo!almente a esa plataforma, &ue no =a =ec=o más &ue e(ercer su responsabilidad de cristianos. *i =an cometido errores particulares será bueno desautorizar esos errores concretos pero no al movimiento en con(unto. )videntemente, uno puede e(ercer mal una responsabilidad, ! por desgracia los =ombres =acemos eso más de dos veces !, -cuando as1 ocurraserá bueno &ue eso se nos diga, en nombre de la responsabilidad de todos. #ero lo &ue no se puede =acer es negar simplemente el e(ercicio de una responsabilidad *ue !rota con el hecho mismo de ser creyentes, *ue *uiere decir ser Iglesia . #ara concluir, este es el momento de recordar &ue la designacin de la Iglesia como pueblo de Dios proviene del =ebreo *ahal, 2&ue el griego traducirá como elesía3 ! &ue designa a una asamblea en estado de convocacin, para llevar adelante su tarea =istrica+. La elesía tampoco viene de la palabra =ebrea yahad &ue signica comunidad, ! &ue usaban los mon(es de 6umran para designarse a s1 mismos. *e trata en la Iglesia de una comunidad *ue no huye de la historia sino *ue se enfrenta a una tarea en la historia . De a=1 la responsabilidad de todos en ella. <./. La Iglesia de Dios &ue está en un lugar )l 4uevo 'estamento enseKa &ue esa Iglesia pueblo de Dios no es una especie de multinacional religiosa, sino &ue cada iglesia particular es la iglesia total, católica% “la iglesia de Dios &ue está en Corinto, en 'esalnica” o en 0arcelona. P esta localidad tiene una dinámica de comunin universal, precisamente por ser “de Dios”. )ste punto cobra importancia =istrica ! teolgica, en un mundo de “pensamiento Gnico” ! de falsa globalizacin. #or eso merece un poco más de atencin. <./.+. Local ! en comunin plena )n el cristianismo =a! una especial relacin entre iglesia local e iglesia universal, de modo &ue% E. Cada iglesia local es 'QDE la iglesia 2o “la iglesia catlica”3, no una #E7') 2como vg. 'arragona lo es de CataluKa3, ni tampoco una sucursal 2como la de un banco3 ni un individuo de un g$nero 2como #edro lo es del g$nero =umano...3. )s simplemente “la iglesia de Dios”. Iglesia de Dios &ue está en... Corinto 2+ Cor +, ! Cor +,+3, o iglesias de Aalacia 2Aal +,3 o la iglesia de los tesalonicenses 2+ ! 'es, +,+3, o “la iglesia en Herusal$n” 2Bc=s M,+3. 'ambi$n en el martirio de #olicarpo se =abla de $l como “obispo de la iglesia catlica de )smirna”. Cada iglesia local es por eso la iglesia de Dios. #ero% 0. )sta, &ue es la doctrina más antigua del 4', =a de e&uilibrarse con la de las Cartas paulinas de la cautividad &ue =ablan más de la iglesia universal, mientras &ue en el caso anterior se =abla más bien de las iglesias. LA < arma &ue “en ellas ! por ellas existe la una ! Gnica iglesia catlica”+<. C. #ero para ser iglesia católica o “de Dios” cada iglesia local necesita% - ser ella misma integradora 2“=ol1stica” con lengua(e =o! de moda3. #or&ue, como dirá 'ertuliano% “la bondad de Dios es suprema ! catlica” 2 7d". Earc. ,+3.
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4o meramente congregada para un acto de culto% pues en este caso el E.'. usa la palabra Qedah, &ue los *etenta traducirán al griego como synagogR. 13 >er tambi$n +r. %ccl. ! /.
- P además necesita ser 2no slo estar3 a!ierta a la comunin con otras iglesias locales. De modo &ue la llamada “iglesia universal” viene a ser una comunin de iglesias o “iglesia de iglesias” segGn la bella expresin de H. " 'illard. Integradora ! abierta. )l primer elemento está mu! vinculado al segundo 2&ue no es un mero aKadido3% catolicidad e&uivale a totalidad cualitati"a , es decir% no le falta a una iglesia nada de lo =umanoOdivino es “iglesia de Dios en todo lo &ue constitu!e la existencia de un con(unto =umano”+/. La catolicidad cuantitativa deriva de esta catolicidad cualitativa ! no es un mero agregado num$rico. #or eso mismo, la misin de la Iglesia, más &ue en una mera extensin, radica en la entrada en ella de toda la ri*ue)a humana en Cristo . D. De a&u1 brotan tres consecuencias prácticas importantes. a. La Iglesia es local. #ero a esa localidad le ertenece una gra"e o!ligación de fomentar la comunión de todas las iglesias locales , la cual re&uiere sin duda un centro potenciador de esa comunin, en este caso la Iglesia de 7oma. #ero eso no signica &ue otra iglesia particular pueda imponerse ! aplastar la particularidad de las iglesias locales en nombre de la catolicidad. La iglesia de 7oma no es pues la iglesia universal, es el centro de la comunión de las iglesias. *i ocurriera ese aplastamiento de las iglesias de Dios por lo &ue deber1a ser su centro de comunin, tendr1amos lo &ue san 0ernardo escribe al papa )ugenio III% “si reduces el cuerpo de Cristo a una cabeza con dedos, lo conviertes en un monstruo”. b. 'ambi$n puede ser Gtil notar la "inculación de este tema con el de la iglesia de los o!res , como aparece !a en los Bec=os. #ues, en cada iglesia local, entra no slo todo lo =umano sino todos los =umanos. P tambi$n esto se vincula 2!a en san Hustino, en el s. II3 con la eucarist1a como comunin de todos+9. c. )n conclusin% todas las instancias eclesiales están marcadas or esa dualidad de localidad y catolicidad la cual implica el intento de conguracin colegial, o sinodal, de todas ellas 2cf. LA 83. La Iglesia no naci con una estructura !a previamente dada por su undador, sino &ue trat de buscarla ! para ello mir tambi$n al mundo de su entorno 2ciudad, metrpoli, provincia etc3. #ero al estructurarse no podrá prescindir de esa doble instancia &ue la constitu!e. <./.. Iglesia local ! eucarist1a )sa dial$ctica de la iglesia local ! universal responde a algo profundamente =umano. )l individuo se realiza verdaderamente cuando forma comunidad% entonces se convierte en persona. De lo contrario se encierra en un individualismo &ue, buscando su identidad en la separacin más &ue en la comunin, acaba por anularle =umanamente. #ero luego, toda comunidad puede a su vez, o degenerar en comunidadOindividuo o convertirse en comunidadOpersona, segGn bus&ue autoarmarse mediante la separacin, o la comunin con otras comunidades. #or eso ). "ounier den1a a la comunidad como una “persona de personas”. P si esta dial$ctica de la iglesia local es tan =umana, se comprende &ue pueda tener muc=o &ue ver con la )ucarist1a. )n efecto% !a desde san Egust1n, se la =a visibilizado a=1% cada =ostia consagrada 2o fragmento3 es 'QDQ el cuerpo de Cristo, no una parte+8. #ero eso no exclu!e &ue lo sean igualmente 'QDE* las demás =ostias. )l =aber reducido la )ucarist1a a un mero acto de culto nos =a =ec=o perder esta importante pro!eccin del mandato del *eKor de repetir su Gltima Cena. )n cambio, la teolog1a de la iglesia local no tiene &ue ver con reivindicaciones nacionalistas, por leg1timas &ue puedan ser $stas. Lo &ue acabamos de exponer vale tanto de la iglesia de 0arcelona como de la de Cala=orra o 0urgos. Uasper =a matizado con razn, respondiendo a 7atzinger &ue, en la teolog1a de la iglesia local, “no se trata de un nacionalismo eclesiástico”+. P debemos aKadir &ue precisamente la aparicin de diversos nacionalismos eclesiásticos 2“galicanismos” o “(osenismos”3 fue un factor &ue, a lo largo de la =istoria, debilit la importancia de la teolog1a de la iglesia local. La diferencia entre ambas concepciones la formula bien H.". 'illard% “ninguna de las iglesias puede considerar su diferencia como el valor supremo en funcin del cual todo tiene &ue ser (uzgado por ella”. )s decir% lo diferencial no son a&u1 particularidades 2ling_1sticas, culturales, o =istricas...3 sino el hecho cristiano mismo , tal como se visibiliza en la )ncarnacin. #or eso, sin esa apertura a las demás iglesias !a no se es “ekkles1a tou '=eou” 2iglesia de Dios3. De modo &ue ni las diferencias se conviertan en barreras, ni la supresin de las barreras se convierta en supresin de las diferencias. <./.<. Iglesia local ! episcopado 14
H.". 'ILLE7D, (a Iglesia local , *alamanca +JJJ, p. 8+. la otra cita &ue daremos de 'illard es de esta misma obra, p. +;+. Ba! una verdadera antolog1a de textos sobre ello en H.". 'ILLE7D, o. Cit. ;8 ! ;+. 16 “está con su cuerpo ! sangre, alma ! divinidad” dec1a el catecismo, es decir% no faltaba nada en cada forma consagrada. 17 >er la cita en Documents dQ%sglésia , n. , p. 988. 15
'odos estos datos son fundamentales para la teolog1a del episcopado. %l o!iso se caracteri)a or su "inculación a una iglesia local, y al colegio eiscoal . E&u1 encontramos los dos rasgos eclesiolgicos &ue acabamos de describir. Cada obispo es representante, responsable 2“ángel” dice el Epocalipsis en su carta a las iglesias3, o 2con un t$rmino mu! &uerido a la teolog1a antigua ! &ue marca una vinculacin mu! seria3, “esposo” de una iglesia local. P recisamente or eso es, a la vez, miembro de la comunin episcopal 2o “colegio”3. La vinculacin a su pueblo es tal &ue, en la tradicin primitiva, &uien consagra no es el obispo 2o el presidente de la eucarist1a, aun&ue deba =aberlo3 sino todo el pueblo, al &ue $l aporta no un poder consagrador especial+M, sino la comunin con las iglesias para &ue a&uella pueda ser verdadera eucarist1a. “La iglesia &ue está en...” no es meramente el obispo sino todo el pueblo% “los santos ! los eles &ue están en )feso” 2)f +,+3, o “los amados de Dios ! llamados a ser santos, &ue están en 7oma” 27om +,3 o “los santos en Cristo HesGs &ue están en ilipos, con sus obispos ! diáconos”2il +,+3. #recisamente por eso, colegialidad y localidad son an"erso y re"erso de una misma realidad ! no dos principios opuestos. *an Cipriano, uno de los grandes telogos de la iglesia local, escribe% “el episcopado es uno ! de $l participa cada obispo por entero 2` in solidum3”+J. De a=1 el absurdo teolgico de los obispos sin iglesia 2o con una iglesia inexistente3 tan frecuente =o!. Pa en el s. > el concilio de Calcedonia pro=ibi esto en su canon 8. Igualmente extraKo es el caso de dos obispos en una misma iglesia 2pro=ibido tambi$n por el concilio de 4icea, en su canon M3. Q &ue alguien sea ministro del cuerpo episcopal sin ser ministro en una iglesia local. 'odas estas realidades se dan en nuestra iglesia ! lesionan profundamente la naturaleza ! la teolog1a del episcopado. #or eso están llamadas a cambiar con urgencia. /. LE IAL)*IE ?Q0H)'Q D) )@ La p$sima traduccin castellana de nuestros credos obliga a los cristianos a proclamar cada domingo una =ere(1a, cuando armamos &ue “creemos en la Iglesia”. )n este cap1tulo debemos explicar &ue la Iglesia no es de ningGn modo ob(eto de la virtud de la fe. *lo en Dios se puede creer, en el sentido pleno del t$rmino. #ero la fe en el Dios Emor es una fe intr1nsecamente eclesial, creadora de comunin ! de comunidad. #or eso, como muestra la =istoria de los diversos credos o profesiones de fe, la Iglesia slo entra en ellos tard1amente ! no como ob(eto de fe sino como consecuencia de $sta. /.+. #recisiones terminolgicas )l verbo creer castellano puede construirse de tres maneras% Creo “en alguien” en el sentido de &ue, existencialmente, me f1o ! tiendo =acia $l. Creo “ *ue' e;iste algo o alguien 2otros mundos =abitados o papá 4oel3. P creo “a alguien”% acepto la verdad de alguna palabra su!a. )l lat1n ! el griego tienen una variedad de proposiciones ! casos para distinguir esos signicados, de las cuales carecen el catalán ! el castellano. P estas declinaciones gramaticales muestran &ue la Iglesia slo entra en los credos con este doble signicado% a. #or&ue creo )4 Dios, #adre, Bi(o ! )sp1ritu *anto, creo tambi$n 2o acepto3 6F) existe la Iglesia 2versin más occidental3. b. Creo &ue el )sp1ritu *anto traba(a a la Iglesia para llevarla =acia la comunin de todo lo *anto, 2&ue implica3 el perdn de los pecados ! la vida eterna 2versin más oriental3. Los testimonios de la 'radicin en este sentido son muc=1simos. #erm1tasenos, al menos, un pe&ueKo Norilegio. /.. ?#or &u$ no podemos creer en la Iglesia@ #ara comenzar con el testimonio más autorizado, aun&ue no el más antiguo, demos la palabra a *anto 'omás% “*e podr1a decir `creo )4 la Iglesia si se entiende reri$ndolo al )sp1ritu *anto &ue santica a la Iglesia. #ero es me(or conservar el uso comGn ! decir simplemente% creo 6F) existe la santa Iglesia, sin la preposicin en, tal como dice el papa san Len” 23a 3ae, I, S, ad 0 3. "uc=o antes &ue $l, =acia el s. IT, #ascasio 7adbert =ab1a escrito% “4o digamos `creo )4 la santa Iglesia 2in ecclesiam 3 sino &ue, suprimiendo la s1laba en, digamos `creo 6F) existe la santa Iglesia, como creo &ue existe la vida eterna. De otro modo parecer1a &ue creemos en el =ombre, lo cual es il1cito. 4osotros creemos slo en Dios ! en su Gnica "a(estad” 2#L +;, +/;.+/;/3. i($monos en la razn aducida% creer en la Iglesia ser1a creer en algo =umano, ser1a por tanto idolatría. La misma razn =ab1a dado !a austo de 7ietz =acia el s. >% “6uien cree )4 la Iglesia cree en un =ombre% pues no fue formado el =ombre por la Iglesia sino la Iglesia formada por =ombres. Eparta pues de ti esa persuasin blasfema de pensar &ue debes creer en alguna creatura =umana” 2#L 8, ++3. 18
>er el texto citado en la nota +. De 6ntate %cclesiae, 9.
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)l Norilegio ser1a inacabable. Lo cerrar$ con el Catecismo del Concilio de 'rento, &ue es de una claridad meridiana% “Ba! &ue creer 26F) existe3 la Iglesia, pero no creer )4 la Iglesia. #ues en las personas de la 'rinidad creemos de tal manera &ue ponemos en ellas toda nuestra fe. P luego cambiamos el modo de =ablar ! decimos &ue existe `la santa Iglesia ! no `)4 la santa Iglesia para, con estos lengua(es diversos, distinguir al Dios Creador, de las creaturas 2#arte I, cap. +;, n. <3. )s, pues, leg1timo concluir con una s1ntesis magistral de san Ildefonso, &ue nos dará el paso al apartado siguiente% “...la Iglesia no es Dios. Creemos )4 Dios de una manera Gnica !, como consecuencia de esa fe, creemos 6F) existe la Iglesia” 2#L J8,+d3. /.<. Creer eclesialmente )s decir% creer es entrar en contacto con, o tender =acia el "isterio *anto &ue es Comunin plena ! total, ! &ue implica la ausencia de pecado ! la vida eterna. La Iglesia es como el “sacramento de esa comunin” 2LA +,+3, producido por la misma fe. #or tanto% la fe no es fe en la Iglesia, pero la fe es necesariamente eclesial. 4o se cree )4 la Iglesia, por&ue es la Iglesia la &ue cree ! por&ue slo el Dios #adre, Bi(o ! )sp1ritu es ob(eto de fe. #ero la fe en el Dios cristiano es necesariamente comunitaria% creer en ^l nos constitu!e en Iglesia. La Iglesia, pues, entra en la fe, ! en el credo, no para designar el término sino el modo o ámbito de la fe. #or&ue creer en un Dios &ue es Comunin Ebsoluta slo puede =acerse en comunin. P esa Iglesia &ue entra en el Credo no es ni la (erar&u1a ni lo &ue =o! =emos dado en llamar “iglesia institucin” 2por necesarias ! respetables &ue sean ambas3% la Iglesia &ue entra en el credo es la IglesiaOcomunin. )sa es la Iglesia “santa”. 6uien =a!a tenido la experiencia del gozo ! la comunicacin &ue supone encontrarse con otros seres =umanos compartiendo la fe en el Dios revelado por Cristo, entenderá fácilmente esta dimensin intr1nsecamente eclesial de su fe. #or eso los credos romanos alinean mu! bien la santa Iglesia ! la comunión de los santos. #or&ue en la medida en &ue la estructura del acto de fe es la de un “salir de s1 =acia Dios”, esa salida de s1 convierte la existencia cre!ente en comunin% los otros no pueden estar ni ser a(enos a mi fe. )n resumen% la Iglesia no es o!$eto, ni término, ni contenido de la fe. %s una dimensión intrínseca de la fe, una modalidad de la fe en el Dios 7mor . 4o =ará falta precisar =asta &u$ punto esto es, además de un don, una profunda
exigencia para la Iglesia. /./. E modo de conclusin )n su versin original, nuestros dos credos dicen% “credo in *piritum sanctum, sanctam ecclesiam” 2sin preposicin3 para el credo romano. P “et in *piritum *anctum... et unam 2tambi$n sin preposicin3, sanctam cat=olicam et apostolicam ecclesiam”, para el credo llamado niceno 2D* <; ! +9;3. )s mu! de desear por tanto, &ue devolvamos a nuestra profesin de fe su sentido verdadero. Q, si lo preferimos con la orientacin de los credos orientales% creemos &ue el )sp1ritu *anto 2el “dador de >ida”3 está traba(ando al mundo entero =acia esa conguracin &ue es la comunin plena, por el perdn total ! la vida eterna. )sa conguracin =umana de la &ue la Iglesia es s1mbolo ! seKal. P por eso profesamos &ue el )sp1ritu traba(a a la Iglesia para convertirla en comunidad de fe, esperanza ! amor, &ue anticipa la meta denitiva. 9. “CE*'E ")7)'7IZ”% LE* ')4'ECIQ4)* D) LE IAL)*IE Fna comunidad como la descrita en los tres primeros cap1tulos soportará siempre una tensin dif1cil entre carisma e institucin. P =abrá de procurar &ue los elementos organizativos en ella sirvan para encarnar ! dar fuerza ! vida al )sp1ritu, en lugar de a=ogarlo. “4o apagu$is al )sp1ritu” 2+ 'es 9,+J3 es un conse(o &ue fue dado !a a una de las primeras iglesias &ue conocemos. #or esta razn, entre otras, se deni desde los or1genes a la Iglesia como “la siempre necesitada de reforma”. De manera aGn más dura, los *antos #adres la calicaron como casta meretriz, por&ue en ella coexisten la santidad del )sp1ritu ! el pecado de los =ombres &ue la constituimos. 6uienes =o! se entristecen por algunas realidades de la iglesia ocial, no deber1an olvidar &ue HesGs llor sobre Herusal$n, capital religiosa del (uda1smo% a&uella Herusal$n de la &ue todos cantaban “&u$ alegr1a cuando me di(eron, vamos a la casa del *eKor”, pero &ue no supo reconocer la =ora de Dios 2cf. Lc +J, /+3. P si la misin de la Iglesia es mesiánica, sus tentaciones serán las mismas del mesianismo de HesGs% convertir las piedras en pan tentar a Dios o sustituir a Dios por el poder. 9.+. )l eclesiocentrismo% manipular a Dios en provec=o propio HesGs fue tentado de usar el poder de Dios para su propio provec=o, convirtiendo las piedras en pan ! abandonando as1 su solidaridad con la condicin de todos los seres =umanos. >ersin eclesiástica de esa tentacin ser1a lo &ue llamamos eclesiocentrismo% en lugar de ser sacramento del 7eino la Iglesia se erige como n en s1 misma o, con el clásico lengua(e b1blico, “se apacienta a s1 misma”. )sta tentacin afecta sobre todo a los aspectos institucionales de la Iglesia, puesto &ue es le! inevitable de toda institucin =umana acabar confundiendo sus nes con sus propios intereses. *i la Iglesia cae en
esta tentacin, la institucin eclesial se anunciará a s1 misma más &ue a Dios !, en lugar de la misin del #recursor 2“&ue ^l crezca ! !o disminu!a”3, acabará confundiendo su propio crecimiento con el crecimiento de Dios ! el amor a la Iglesia con el amor a sus autoridades. Los criterios para nombramientos, para canonizaciones ! demás, !a no serán el servicio al 7einado de Dios anunciado por HesGs, sino el servicio a la institucin eclesial incluso en sus aspectos más discutibles. )l l1mite de esta tentacin será el carrerismo ! la autopromocin &ue acaban daKando gravemente cual&uier comunidad. #recisamente por&ue esa tentacin está tan arraigada en nuestra condicin =umana, las fuentes b1blicas avisan contra ella constantemente. )l profeta )ze&uiel tiene unas páginas dur1simas contra los responsables religiosos del pueblo (ud1o% “pastores &ue se apacientan a s1 mismos”, &ue “en lugar de apacentar a las ove(as se comen su grasa ! se visten con su lana”, &ue “no fortalecen a las d$biles ni curan a las enfermas ! maltratan a las fuertes”, “=aciendo &ue las ove(as se desperdiguen”. P conclu!e% “>o! a enfrentarme con esos pastores, les reclamar$ mis ove(as para &ue de(en de apacentarse a s1 mismos” 2, O+;3. *an Egust1n coment ese cap1tulo de )ze&uiel, en dos sermones !a citados en la nota ++. )l evangelista "ateo =a recogido una coleccin de palabras de HesGs, tambi$n mu! duras, de las &ue los exegetas están de acuerdo en armar &ue se =an conservado en el evangelio no como una cr1tica a los (ud1os “de antes”, sino como un aviso para el ministerio eclesial de los cristianos. *an Hernimo da la razn a esta visin de los biblistas cuando 2comentando ese cap1tulo < de san "ateo3, avisa &ue “=an pasado a nosotros todos los vicios de los fariseos” 2#L 8,+8M3. *i esto pod1a escribirse en la primera iglesia ?&u$ =abr1a &ue decir tantos siglos despu$s@ 6uizá la Gnica diferencia est$ en &ue la iglesia (oven de san Hernimo era capaz de reconocer esos peligros ! confesar su ca1da en ellos, mientras la iglesia vie(a de nuestros d1as !a no parece tener esa capacidad. #or eso es preciso repetir &ue la Iglesia no puede - colar el mos&uito del derec=o cannico para tragarse el camello de la (usticia ! la misericordia - &uebrantar la voluntad de Dios acogi$ndose a las tradiciones de sus ma!ores - limpiar la copa por fuera ! de(ar sucio lo de dentro - acaparar los dineros de las viudas con pretexto de largos rezos por ellas - guiar a los ciegos desde su propia ceguera - matar a los profetas incmodos ! luego edicarles monumentos cuando !a no molestan... )l remedio fundamental contra esta tentacin es recuperar ! fomentar la visin evang$lica de la autoridad, contra toda concepcin pagana o idlatra de ella. >eámoslo. *entido evang$lico de la autoridad Contra todo idealismo ang$lico, recordando con #ascal &ue la pretensin de ser ángeles es lo &ue más nos convierte en demonios, debemos proclamar la necesidad de la autoridad en la Iglesia. La autoridad es necesaria por razones &ue derivan no de ella misma sino de nuestra condición humana . 'oda comunidad sin un m1nimo de autoridad acaba dividi$ndose, o ca!endo en manos de liderazgos ocultos, inconscientemente manipuladores, &ue se amparan en grandes palabras ! a los &ue casi nadie se atreve a resistir, !a sea por el propio respeto =umano o por&ue esos poderes ocultos nunca dan la cara. La autoridad es necesaria por&ue esa es nuestra condicin =umana ! Dios, cuando entra en nuestra =istoria, no viene a (ugar con venta(a. #ero esto es mu! diferente de una visin idolátrica de la autoridad &ue la considera necesaria por&ue ella es transparencia de Dios. La autoridad no es teofánica slo el aut$ntico amor es transparencia de Dios. #recisamente por eso, el 4uevo 'estamento, cuando =abla de la autoridad, evita cuidadosamente todos los t$rminos sacralizadores 2poder sagrado, sacerdocio, (erar&u1a, pont1ces3, ! busca deliberadamente t$rminos “funcionales” 2suer"isores -eiscoosT ser"idores, ancianos o en"iados, dirigentes o “los *ue arriman el hom!ro'1. P =asta nos pro=1be el evangelio llamar a nadie “padre” o “seKor”, no por&ue estos t$rminos no puedan tener algGn uso derivado leg1timo, sino para no perder la conciencia de &ue uno solo es nuestro #adre ! nuestro *eKor, mientras nosotros somos todos =ermanos. )n continuidad con este modo de sentir, la palabra “(erar&u1a” 2o “poder sagrado”3 slo entra en el lengua(e eclesial a partir del s. I>, como fruto de la “platonizacin” del cristianismo ! por obra de un famoso escritor cu!as obras se presentaron como si fueran de un contemporáneo de los Epstoles. "e esto! reriendo, naturalmente, al llamado #seudodionisio. #ersonalmente, considero &ue la palabra “(erar&u1a” es por s1 misma =eterodoxa, ! deber1a ser evitada en el lengua(e de todos los cristianos. La autoridad, pues, por necesaria &ue sea, no pertenece al 7einado de Dios sino a esa limitacin insuperable de nuestra realidad &ue san #ablo calica como “la necesidad presente” 2+ Cor ,83. #recisamente por eso HesGs, &ue fue enormemente libre pero nada individualista ! &ue tuvo sus ma!ores conNictos con las autoridades establecidas, no pretende &ue en su comunidad desaparezca la autoridad, pero s1 convertirla en verdadero servicio, como expresa una de sus palabras más antiguas ! conservada
en testimonios diversos% “no ocurra entre vosotros como con los poderes mundanos &ue, por un lado se imponen !, por el otro, se =acen llamar bien=ec=ores. )ntre vosotros, el primero &ue se convierta en Gltimo, ! el &ue manda en aut$ntico servidor”;. La Iglesia en cambio, =a sustituido muc=as veces estas palabras por la otra visin “religiosa” de la autoridad, más propia del Entiguo 'estamento &ue del )vangelio. La responsabilidad de la autoridad, por tanto, no es imponer su propio modo de pensar 2como si el mero =ec=o de ser autoridad canonizase ese modo de pensar3, sino crear comunidad, mantener unidos pese a las diferencias, ! potenciar el crecimiento de a&uellos de los &ue es responsable. Cuando sea más pagana &ue evang$lica, la autoridad eclesiástica caerá en la tentacin de lo &ue dec1a a&uel vie(o refrán castellano% “sostenella ! no enmendalla”, para no tener la sensacin de &ue pierde poder o &ueda en mal lugar. #erm1taseme un e(emplo. )s sabido &ue, cuando #ablo >I nombr una comisin para examinar la doctrina sobre el control de natalidad, una enorme ma!or1a aconse( al papa la necesidad de un cambio en la postura ocial de la Iglesia en este punto. P &ue, sin embargo, por presiones de la minor1a derrotada &ue =izo creer al papa &ue, si cambiaba, daKar1a para siempre la autoridad eclesiástica, la enc1clica #umane aticano II, el pueblo de Dios ca! repetidas veces en esta tentacin de irresponsabilidad, convirtiendo a la Iglesia en un gallinero de reivindicaciones insolidarias, donde cada cual atend1a nada más &ue a su propio inter$s ! no al de los demás. )se desmadre ego1sta daK muc=o a algunas reivindicaciones &ue en s1 mismas eran leg1timas o convenientes. P, aun&ue esto no (usti&ue la actual involucin ! el presente “invierno eclesial”, debe ser reconocido por nosotros, por&ue ese reconocimiento será la Gnica forma de evitar &ue el error se repita. )sta tentacin se da tambi$n, por el otro lado, cuando el pueblo de Dios sacrica el don de la libertad cristiana al afán de total seguridad, &ue es la ma!or tentacin de la religiosidad. Es1 nacen movimientos e instituciones donde se abdica de todo uso de la razn, de la conciencia ! de la responsabilidad ante la causa de HesGs, a cambio de unas rdenes concretas ! pormenorizadas &ue nos dicen exactamente todo lo &ue tenemos &ue =acer ! nos dan la tran&uilidad de “saber a &u$ atenernos”, al precio de enterrar los talentos ! de una sensacin de superioridad frente a los &ue no siguen esos caminos minuciosamente trazados. )n el l1mite, esta tentacin confundirá la delidad a Dios con mil detalles “de la menta ! el comino” 2"t <,<3, ! llevará a &ue, mientras el 7eino de Dios anunciado por HesGs era para los pobres, los altares de la Iglesia en cambio sean para los ricos 2&ue son los &ue más pueden beneciarse de esta tentacin3. Qtro e(emplo como en el apartado anterior. Cuando la Iglesia del s. T>III emprendi una impresionante aventura inculturadora en la India ! en C=ina, invirtiendo los talentos recibidos de su *eKor, como =ab1a =ec=o ante el platonismo la iglesia del s. I, el papa 0enedicto TI> acab pro=ibiendo a&uellos intentos 2por presiones sobre todo del (ansenismo &ue era la derec=a eclesial de la $poca3, causando un dolor inmenso ! frustrando, &uizás para siempre en la =istoria, la cristianizacin del Qriente. Be comentado en otros lugares cmo, dos siglos más tarde, el cardenal 'isserant confes &ue a&uellos eran ”los d1as más negros de la =istoria de las misiones”. #ero si cito a=ora estos episodios es por&ue 2aun&ue se le =izo ver al papa el enorme $xito &ue estaban teniendo a&uellos intentos3, en la 0ula &ue asentaba la pro=ibicin denitiva escribi 0enedicto TI> &ue nadie temiera &ue esa pro=ibicin daKara a las misiones por&ue, en n de cuentas, “la conversin es un acto de la Aracia de Dios”. "e parece un buen e(emplo de ese tentar a Dios esperando &ue venga a 20
Cf. Lc ,9O "c +;,/O/9 "t ;,/OM.
remediar nuestra pol1tica irresponsable de “enterrar el talento”. 4o es esa la reaccin del *eKor &ue pintan los evangelios... 9.<. La tentacin del poder como medio evangelizador *egGn los evangelios, HesGs no fue tentado slo de usar el poder de Dios en provec=o de su propia necesidad, o de abusar de la uerza de Dios para conseguir una “seKal del cielo” &ue privilegiara su misin, sino tambi$n de usar el poder =umano como medio de expansin del 7einado de Dios. 'ambi$n la Iglesia, al ver &ue no dispone de signos del cielo, se verá tentada de usar el poder como medio de evangelizacin, olvidando &ue el oder mundano odrá *ui)ás e;tender la Iglesia, ero no uede e;tender el e"angelio . E lo largo de la =istoria, tanto eso &ue llamamos constantinismo, como el posterior poder temporal de los papas 2todav1a vigente aun&ue de manera m1nima ! simblica3, =acen visible lo &ue signica esta tentacin. 9.<.+. Constantinismo *e llama as1 al afán de poner el poder temporal al servicio de la accin de la Iglesia. P además de manera privilegiada. )s comprensible la gratitud de la Iglesia a Constantino, tras tres siglos de persecuciones. #ero sin olvidar &ue entonces se lleg a llamar e&uivocadamente al emperador “el treceavo apstol”. P &ue muc=os siglos despu$s, san 0ernardo escrib1a al papa )ugenio III% “no pareces sucesor de #edro sino de Constantino”. 6uien crea &ue esta tentacin está !a superada, lea lo &ue escrib1a el cardenal Congar en +J8% “'odav1a no =emos salido de la era constantiniana. )l pobre #1o IT, &ue no comprendi nada de la marc=a de la =istoria ! =undi al catolicismo franc$s en una actitud est$ril de oposicin ! de conservadurismo... estaba llamado por Dios a comprender las lecciones de la =istoria ! a sacar a la Iglesia de la lgica miserable de la `Donacin de Constantino ! convertirla a un evangelismo &ue le =ubiese permitido ser menos del mundo ! estar más en el mundo. #ero =izo (ustamente lo contrario. Bombre catastrco &ue no sab1a ni lo &ue era la `ecclesia ni lo &ue era la 'radicin, orient a la Iglesia a ser constantemente del mundo ! no a estar en el mundo el cual, no obstante, ten1a necesidad de ella. P #1o IT sigue reinando, 0onifacio >III reina todav1a sobreimpreso a la imagen =umilde de *imn #edro pescador...” 2Eon 2ournal du Concile, p.+;J3. 0./.3. Carlomagnismo.
Bacia el aKo M;;, mediante la donacin de Carlomagno, la Iglesia no slo disfruta de la proteccin del poder temporal, sino &ue ella misma lo e(erce, en los llamados “estados ponticios”. #ara no alargarme, citar$ slo un e(emplo palmario &ue pone de relieve lo nefasto de ese poder pol1tico como modo de presencia de la Iglesia en el mundo, ! &ue afecta a uno de los pecados por los &ue más =a sido criticada la Iglesia% me reero a la in&uisicin. "ientras los papas no tuvieron poder pol1tico, la Iglesia rec=az toda forma de in&uisicin ! de condena de =ere(es a muerte, desde #risciliano 2en el s. I>3 =asta los cátaros 2en el s. TI3. )l papa san Len conden toda in&uisicin apelando a la parábola evang$lica de no arrancar la cizaKa. *an 0ernardo, a pesar de su temperamento intolerante, la condenaba tambi$n apelando a la libertad de la fe, &ue no puede ser impuesta a la fuerza. Cuando los papas ad&uieren poder pol1tico, se inicia un lento proceso de cambio &ue, en dos siglos, va llevando a “investigar” 2in&uirir3 a los =ere(es, declarar la =ere(1a crimen ci"il de lesa ma(estad, crear sus propios tribunales para ello, negar la defensa a los acusados ! aceptar incluso la tortura. La lgica del poder =a triunfado sobre la lgica del evangelio. Compárense, si no, estas dos frases% de un santo ! de un papa, separadas por mil aKos de distancia. )n el s. > san Huan Crisstomo =ab1a escrito &ue “matar a un =ere(e es introducir en la tierra un crimen inexpiable”. )n el T>I el papa Len T condenará la frase de Lutero% “&uemar =ere(es es contra la voluntad del )sp1ritu *anto” 2D* +M/<3. La lgica del poder =a vencido al evangelio. P todav1a en la iglesia de =o! &uedan demasiados resabios de esa lgica, tanto en la gura de los papas como en procedimientos de la Congregacin de la fe, &ue =a renunciado al nombre de in&uisicin, pero no a algunos m$todos de su predecesora+. Las relaciones de la Iglesia con el poder nunca serán fáciles, por&ue es mu! dif1cil &ue puedan ser buenas. 4o puede la Iglesia poseer ese poder, ni pretender ser protegida por $l. Debe buscar la paz con $l, como con todas las realidades del mundo, pero sabiendo tambi$n plantarle cara ! no re=uir el resultarle conNictiva, aun&ue esto le traiga problemas. #ues el poder es una de las realidades más opuestas al modo como se revel Dios en Hesucristo, a pesar de su inevitable necesidad &ue, por eso, debe ser reducida a m1nimos indispensables.
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#ara más detalles ! referencias remito a (a autoridad de la "erdad. Eomentos oscuros del magisterio eclesiástico , pp. 8/O;.
)sto es lo &ue =ar1a a la Iglesia aut$ntico “sacramento de salvacin” ! lo &ue los =ombres esperan de ella. "ientras &ue, si la Iglesia apuesta por el poder, entonces, cuando se vea privada de $l, escogerá ser gueto antes &ue ser fermento. 8. LE >IDE D) LE IAL)*IE CQ"Q LFAE7 ')QLWAICQ Cuanto llevamos dic=o, sobre todo en el cap1tulo anterior, permite aplicar a la Iglesia una denicin de la teolog1a &ue acuK Austavo Auti$rrez a propsito de la teolog1a de la liberacin. La teolog1a es “una reNexin sobre la praxis”. #rescindamos a=ora de si =ubo lecturas reductoras de esa denicin. Lo &ue &uer1a decir es &ue la =istoria ! la vida son lugar teolgico para un cristiano. P sobre todo la =istoria ! la vida de la fe. )n el fondo, este cap1tulo busca una #neumatolog1a. Cabe imaginar &ue, si un cristiano del siglo I renaciera =o! ! preguntara por la Iglesia, $l &ue =ab1a vivido todos a&uellos momentos iniciales en &ue tanto Lucas como Huan =ablaban sin cesar del don del )sp1ritu, &ue iba a continuar ! actualizar la misin de HesGs llevando la Iglesia a la #lenitud de la verdad, ese cristiano pensar1a &ue, veinte siglos despu$s, la Iglesia rebosaba #neumatolog1a. #robablemente, su decepcin ser1a grande al ver lo poco &ue las iglesias occidentales saben o intentan escuc=ar “&u$ dice el )sp1ritu a las iglesias”. *eguramente, =a! a&u1 otro d$cit importante de la =elenizacin del cristianismo ! la teolog1a, de la &ue slo =o! comenzamos a salir. Belenizacin ! romanizacin% por&ue el exceso de (uridicismo, &ue es =erencia de la 7oma antigua, =a llevado tambi$n en la Iglesia a un secuestro del )sp1ritu a manos de la autoridad. 8.+. )sp1ritu ! polvo P sin embargo, a lo largo de su !a larga =istoria, el )sp1ritu =a llevado muc=as veces a la comunidad cre!ente a plenicaciones de su verdad, como prometi Hesucristo. #ero tambi$n, inevitablemente, a lo largo de la =istoria, el polvo de los siglos ! de nuestra oscura realidad se =a ido depositando sobre la Iglesia. P es incomprensible &ue la institucin eclesiástica no conozca esa elemental “discrecin de esp1ritus” para mirar su =istoria, ! discernir a&uello &ue =a sido un regalo del )sp1ritu ! a&uello &ue =a sido una manc=a del polvo de la =istoria. Es1 sucede &ue muc=as veces, en la Iglesia, se llama mandato de Cristo a lo &ue no es más &ue un efecto de la pátina del tiempo. Qlvidar esta distincin impide luego esa elemental restauracin &ue 2como se =izo en las pinturas de la Capilla *ixtina3, devuelva a las paredes de la Iglesia sus verdaderos colores evang$licos ! toda su policrom1a trinitaria, más allá de lo &ue inevitablemente =ab1a desgurado el tiempo. )l conocimiento de la =istoria de la Iglesia enseKa &ue muc=as veces, cosas &ue luego fueron escandalosas, pueden ser comprendidas ! =asta (usticadas en su momento por la dicultad misma de los tiempos. )l mal se produ(o cuando a&uellas medidas de emergencia o de suplencia ha!ían de$ado de ser necesarias, y la autoridad siguió manteniéndolas , presentándolas como voluntad de Dios ! confundiendo la voluntad de Dios con la pereza o la rutina. E=1 está el incomprensible “no podemos” de #1o IT ante el pecado 2estructural, al menos !a en a&uellos tiempos3 del poder pol1tico de los papas. 4o s$ si #1o IT lleg a creerse &ue defend1a algo de Dios ! no algo mu! propio cuando defend1a los estados ponticios 2! =asta lanzaba excomuniones contra &uienes no opinaban as13. *i de veras lleg a cre$rselo, esto no es sino un e(emplo más de =asta &u$ punto podemos engaKarnos los =ombres en defensa propia, ni aun&ue seamos papas. Elgo parecido podr1a ocurrir =o! con el nombramiento de los obispos, con la existencia de los cardenales, con el carácter de (efe de estado del obispo de 7oma, con los m$todos de la congregacin de la fe, con la inNacin de la curia romana o con la presencia ! papel de la mu(er en la Iglesia. )sto deber1a ser una preocupacin general. La =istoria de la Iglesia está llena de ri&uezas ! tambi$n de pecados. 4o todo en la Iglesia es “'radicin” en el sentido teolgico del t$rmino, por más &ue =a!a durado siglos en ella, como no lo es la in&uisicin o la (usticacin del tráco de esclavos del s. T>I al T>III. )s tarea de la teolog1a =acer a&u1 el necesario discernimiento de esp1ritus. Luego la confrontacin, cuando =a!a &ue =acerla, deberá ser =ec=a desde la propia 'radicin de la Iglesia ! no desde el progresismo ambiental. #ues $ste, aun&ue muc=as veces =a recobrado valores evang$licos perdidos por la Iglesia, está tambi$n marcado por el pecado ! por valores poco evang$licos, ante los cuales los cristianos no debemos “comulgar con ruedas de progreso”, ni aun&ue con ello se pretenda aplacar el innegable anticlericalismo de la cultura ambiental. %s el %"angelio, y no simlemente el rogresismo am!iental, el *ue no de!e de$ar "i"ir tran*uila a la Iglesia . 8.. *ugerencias para =o! )n la imposibilidad de =acer a=ora una lectura teolgica de la =istoria de la Iglesia, cerraremos este Cuaderno con breves referencias bibliográcas &ue pueden iluminar nuestra =ora actual. +. )n mi obra Eemoria de 2es6sB memoria del ue!lo , los cap1tulos < ! /. )l segundo está dedicado a (a &ainUre, una aut$ntica maa de denuncia e in&uisicin &ue funcion en la Iglesia durante el
ponticado de #1o T 2probablemente con conocimiento ! nanciacin del papa3. *obre ella pronunci en el aula conciliar el obispo de )straburgo unas palabras &ue =o! nos suenan familiares% “\4unca más]” P sin embargo muc=os tienen la impresin de &ue, si no a&uella maa, su mentalidad ! sus m$todos siguen muc=o más vigentes de lo &ue Dios &uisiera. )l otro cap1tulo es una presentacin de los anabaptistas ! 'omás "_ntzer, con su trágico nal debido no slo a la incomprensin de Lutero, sino a su propia locura irresponsable frente al precioso tesoro evang$lico &ue ellos llevaban 2\sin duda alguna]3 en sus manos de barro. *e plasman as1 los dos peligros &ue pueden amenazar a la Iglesia cada uno por un lado. . Del Cardenal P. CQ4AE7, 2ournal dQun théologien -S@KS01. P además% Eon $ournal du Concile . *on páginas &ue de( in$ditas durante su vida, aceptando &ue se pudieran publicar tras su muerte. )l primero, escrito durante la $poca de persecucin ! sospec=as al &ue luego ser1a uno de los telogos más decisivos del >aticano II, muestra =asta &u$ punto estremecedor pueden =acer sufrir a un =ombre bueno ! =onrado los procedimientos de denuncia, secretos ! sanciones del santo ocio<. )l segundo es un e(emplo de eclesialidad desde la disensin, de esfuerzo por dialogar, por no abandonar antes de tiempo, por no perder la esperanza buscando siempre las grietas por donde el )sp1ritu pueda entrar en la cerrada institucin eclesial. #ara todos los &ue vivieron a&uellos aKos de preparacin, de cambio de rumbo ! de realizacin del >aticano II es una excelente oportunidad para revivirlos desde los o(os de alguien &ue ten1a ma!or responsabilidad ! &ue =ab1a de debatirse a veces en el dilema de luc=ar en inferioridad de condiciones o dimitir dando algGn solemne portazo. E pesar de la acidez de algunas expresiones, comprensibles en un diario, son dos escritos de eclesiolog1a aGn más &ue dos diarios. P son aut$nticos regalos del )sp1ritu a la Iglesia de =o!, &ue llevan al lector a terminar su lectura rezando con el salmista% “o(alá escuc=$is =o! *u >oz. 4o endurezcáis el corazn”. De ambos surge como conclusin la urgente necesidad, retomada tambi$n por Huan #ablo II, de una reforma profunda de la institucin del papado, &ue =o! en d1a 2con lengua(e parecido al de la pol1tica cuando =abla de golpes de estado3, es v1ctima de un “golpe de curia” en el &ue #edro =a &uedado prisionero de un aparato llevado por =ombres de excelente voluntad, pero de escasa visin. )l cardenal Elfrink !a =ab1a propuesto durante el >aticano II &ue en la Iglesia deber1a existir una especie de “s1nodo permanente”, compuesto por #edro ! un grupo de obispos representantes de toda la Iglesia universal, &ue ser1a el verdadero rgano de gobierno de la Catlica, ! a cu!o servicio deberá estar la Curia romana. La facilidad actual para las comunicaciones, =ace &ue esta propuesta tan profundamente eclesial, sea =o! cada vez más posible. #ero no todo en la vida de la Iglesia son esas constataciones dolorosas. #or eso =a! &ue concluir recordando &ue, en el pasado siglo TT, la Iglesia fue regalada con una impresionante multitud de testigos, muc=os de ellos aut$nticos mártires 2entre ellos más de seis obispos3, algunos conocidos ! otros muc=os annimos. E=1 están gentes como "sr. Engelelli, "sr 7omero, Llu1s )spinal, Ignacio )llacur1a ! sus compaKeros, *imone eil, "adeleine Delbrl, Dorot=! Da!, )tt! Billesum ! otros mil nombres. De ellos se puede armar lo &ue escrib1a en el siglo I el autor de la Carta a los Bebreos, para animar a sus cristianos, ! con lo &ue terminaremos nosotros% “ensaron *ue Dios es oderoso hasta ara resucitar de entre los muertos, rerieron el oro!io de Cristo antes *ue los tesoros de %gito... +tros e;erimentaron ludi!rios y a)otes y además cadenas y cárcel... ues el mundo no era digno de ellos... Eurieron en la fe sin ha!er logrado las romesas, sólo "iéndolas de le$os y saludándolas... ues Dios, a tra"és de ellos, !usca!a algo me$or ara nosotros, ara *ue no llegasen a la lenitud sin nosotros... eniendo ues tantos testigos *ue nos rodean como una nu!e, sacudamos nuestra inercia... y corramos con aciencia la carrera *ue tenemos delante, con los o$os $os en 2es6s, autor y consumador de la fe' -ca. y 31. siglas
D* h Denzinger - *c=onme=er LA h Lumen Aentium A* h Aaudium et *pes 7B h 7edemptor Bominis #L h #atrolog1a Latina Cristianisme i 2ustícia - 7oger de LlGria +< - ;M;+; 0arcelona
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'ambi$n la antolog1a