La Filosofía anterior a platón. Los filósofos presocráticos A todo el mundo le resulta difícil aceptar la crítica de sus ideas o reflexionar críticamente sobre ellas. Por ello, muchos sistemas de pensamiento son cerrados, es decir, no se critican a sí mismos, sino que más bien se defienden de la crítica. Los críticos son calificados de herejes. Los sistemas cerrados son, por ello, profundamente co nservadores, y aceptan el cambio muy lentamente, si es que lo aceptan de al gún modo. Los antiguos filósofos griegos fueron los primer os pensadores que progresaron gracias al empleo de la crítica. Comenzando por Tales de Mileto (florecimiento 1* en el 585 a. de C.) Tales no enseñó sus ideas como una Verdad heredada que había que conservar, sino como un conjunto de hipótesis que debían perfeccionarse. Unicamente cometiendo errores y corrigiéndolos podemos progresar. La actitud crítica es fundamental, tanto para la Filosofía como para la Ciencia, pero requiere superar la pereza intelectual y el lógico sentimiento de hostilidad hacia los críticos. El establecimiento de una tradición crítica constituyó l a más importante realización de los griegos que inventaron la Filosofía. El agua puede según Tales, el componente esencial de todas las cosas El nombre del único elemento del que estaban hechas t odas las cosas era el de physis, y por eso todos aquellos que siguieron a Tales en la búsqueda de dicho elemento universal fueron llamados físicos. sis que proponía, a peiron, cuya mejor traducción es «lo Anaximandro de Mileto denominó a la phy sis Indefinido». A su vez, Anaximandro fue puesto en tela de juicio por su discípulo Anaxímenes de Mileto (fl. en el 546 a. de C.), quien propuso como physis el aire.
Anaximandro también merece ser mencionado por sus perspicaces observaciones sobre la evolución. Anaximandro apeló a fósiles de criaturas desconocidas para apoyar su noción de evolución. Es éste uno de los raros ejemplos de filósofo griego que recurre a los datos empíricos para reforzar una opinión. La mayoría de los g riegos prefirieron la argumentación abstracta a la i nvestigación empírica.
Jenófanes
de Colofón (fi. en el 530 a. de C.) mantenía que los dioses del Olimpo eran meras construcciones antropomórficas, que se comportaban igual que los seres humanos, la crítica de Jenófanes constituye el comienzo del viejo enfrentamiento entre el naturalismo científico y la religión, que llegó a su culminación cuando Darwin propuso la teoría de l a evolución.
En psicología, Pitágoras trazó una línea divisoria tajante entre el alma y el cuerpo, no sólo podía el alma existir sin el cuerpo, sino que, yendo más allá, los pitagóricos consideraban que el cuerpo era una prisión corruptora en la que el alma se hallaba atrapada. Alcmeón de Crotona (fi. en el 500 antes de C.), Alcmeón opinaba, acertadamente, que la sensación y el pensamiento se producen en el cerebro. Heráclito fue un filósofo difícil, hasta el punto de que sus contemporáneos le llamaron el «Oscuro». Afirmaba que la phv sis era el fuego, cuya característica más evidente es el cambio, Su aforismo más conocido era que nadie se bañaba en el mismo río dos veces, esta afirmación resume adecuadamente su filosofía, según la cual nada en el universo es lo mismo dos veces. La regulación del cambio consiste en una arm onía universal y dinámica que mantiene las cosas en un equilibrio de fuerzas compensadas. Por ello, la verdad que le es dado alcanzar a la Filosofía y la Ciencia es una verdad acerca del cambio, más que un c onocimiento sobre cosas estáticas. La filosofía del ser fue formulada por primera vez por Parménides. Parménides distinguía tajantemente entre una Vía del Perecer (apariencias) y una Vía de la Verdad (realidad). Dado que para Parménides la Verdad era eterna e inmutable, concluyó que el cambio es una ilusión basada en la imperfección de nuestros sentidos. En la realidad no hay cambio, esta realidad inmutable había de ser aprehendida por la razón y la lógica; y Parménides fue el primer filósofo que presentó sus razonamientos como deducciones lógicas a partir de premisas intuitivamente plausibles. Parménides es, pues, el fundador del racionalismo. A través de su admirador Platón, la filosofía del ser de Parménides dominó el pensamiento Occidental, aunque no sin oposición, hasta los tiempos m odernos. No fue sino hasta el otoño de la Edad Media cuando comenzó a ascender la estrella del devenir. Con la teoría de Darwin sobre la evolución mediante la mutación aleatoria y la selección natural, el devenir triunfó en la Ciencia. Hubo una primera reacción reveladora contra_ Parménides, con la Vía de la Opinión Verdadera propuesta por el médico filósofo Empédocles de Agrigento (fl. en el 450 a. de C.), quien puede ser considerado como el fundador del empirismo. Basándose en las ideas de A lcmeón, Empédocles intentó desarrollar una teoría de la percepción que j ustificase nuestra confianza de sentido común en nuestros sentidos. Los contemporáneos de Sócrates
Los últimos filósofos clásicos que se interesaron primordialmente por la naturaleza de la realidad física fueron Leucipo de Mileto (fl. en el 430 antes de C.) y su discípulo más conocido, Demócrito de Abdera (fi. en el 420 a. de C.). Después de ellos, los filósofos se volvieron hacia cuestiones relativas al conocimiento humano, la moralidad y la felicidad. Los atomistas propusieron una idea que se ha mostrado inmensamente fructífera en física: que todos los objetos están compuestos por átomos infinitesimalmente pequeños. El lema favorito de Demócrito era que sólo «los átomos y el vacío existen en realidad». No hay Dios ni alma, sólo átomos materiales en el espacio vacío. Si sólo existen los átomos, entonces el libre albedrío ha de ser una ilusión. Leucipo decía: « Nada ocurre por casualidad; todo sucede como resultado de la razón y por necesidad.» El alma y el libre albedrío son ilusiones que cabe reducir al funcionamiento mecánico de nuestros cuerpos físicos. Demócrito escribió que nada sabemos con precisión de la realidad, salvo en la medida en que ésta cambia conforme a las condiciones corporales y la constitución de aquellas cosas que inciden en el cuerpo (Freeman, 1971). Según Demócrito, todo objeto emite tipos especiales de átomos, llamados eidola. Demócrito mantuvo un materialismo consecuente, que niega, como suele hacerlo, a Dios y al alma, sólo puede ofrecer una guía de conducta para la vida: la persecución del placer y la evitación del dolor. Esta doctrina se denomina hedonismo. Demócrito afirma que «lo mejor para el hombre es que pase su vida de forma que alcance tanto placer y tan pocas molestias como pueda. Protágoras (aproximadamente 490-420 a. de C.), enuncio «El hombre es la medida de todas las cosas, tanto de las que son lo que son como de las que no son lo que no son» (Sprague, 1972). El centro de interés pasó a ser el hombre y sus necesidades, más que el mundo físico o los dioses. El lema de Protágoras refleja un cierto relativismo humanista: el hombre es la medida de todas las cosas. Los sofistas propendían al materialismo como Demócrito, puesto que consideran que el placer y el dolor son las únicas normas de c onducta. Del intento platónico de refutación del relativismo surgió una poderosa filosofía del ser: el racionalismo clásico. Los sofistas y Sócrates fueron contemporáneos y a la vez antagonistas. Sócrates, que concentró su atención en la ética, creía que los sofistas minarían toda la moralidad con sus enseñanzas relativistas. En oposición a ellos, intentó descubrir el significado g eneral de Dios, la justicia y la Belleza. Platón hizo extensible esta búsqueda a todo el conocimiento.
Platón aceptó un aspecto del relativismo sofista: su argumento de que todas las sensaciones dependen del estado del observador. Platón aceptó también la doctrina heracliteana del flujo, razonando que todos los objetos se hallan en continuo cambio. Platón no puso en tela de juicio la existencia del conocimiento, sino que intentó mostrar cómo puede alcanzarse éste. Platón estuvo muy influido por el pitagorismo, como s e hace evidente en la importancia que atribuyó a las Matemáticas como forma de conocimiento.
Referencia: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. Pp 60-90