La instiladonalización de la revolución
ìa voluntad de ruptura con el deseo (Calvino y toda la corriente ascética en que se inseríber'a'su^Kñerá,.el calvinlsmojj, de otra parte, l a voluntad de asumir plenam ente la, .cpndiciÓA, hu mana y de reconciliarse, con el deseo.; reconciliación simboli zada por la restitución del ideal.de la vida antigua, ideal precris tiano. Si los socinianos (desviacionistas ideológicos que lleva ban hasta sus últimas consecuencias el principio de autoridad que trasciende de la Biblia) y sobre todo los baptistas (desvia cionistas políticos, organizativos, que cuestionaban la sociedad en nom bre del Evangelio) debieron soportar el odio de Calvino (hasta llegar a la denuncia ante las autoridades romanasteis libertinaje espiritual de Servet parece constituir la amenaza más seria si juzgamos según las reacciones del dictador de Ginebra). Las negaciones introducidas por las otras herejías, la supera ción de las contradicciones incluidas en la Reforma son, en el último de los casos, soportables, o al menos pueden ser comba tidas teológicamente. No sucede lo mismo con la desviación libidinal de Servet, que manifiesta una transgresión mayor. Si algunos piensan que la palabra del hombre ha sido liberada al mismo tiempo que la de Dios gracias a la explosión de la Re forma, a su lucha contra las falsas autoridades, no tardarán en desilusionarse. Existe un abismo entre el significado de la liber tad en el sentido de Calvino (o de Lutero) y el significado del mismo concepto para aquellos que, como Miguel Servet, produ cen la máxima superación de las contradicciones protestantes. Y el Gran Inquisidor Calvino, tras haber suprimido físicamente a su adversario escribe contra él la Defensa de la fe ortodoxa contra los errores de Miguel Servet. El círculo se. ha cerrado: la reproducción del orden, antiguo, que se. pretendía, destruir, se encuentra en vías de consolidación,.. t " Si ía edición de 1551 y las siguientes son más revisiones que nuevas versiones, las dos ediciones definitivas de 1559 (latina) y 1560 (francesa) marcan el punto culminante de la génesis social y de la génesis teórica del concepto de institución en la vida y la obra de Calvino. Entre tanto se ha producido la paz de Áugsburgo (1555) y, por lo que hace a Calvino, el intento de sublevación de 59
El Estado y el inconsciente
una parte de la población y de los magistrados municipales de Ginebra contra el dictador. Sublevación que fracasa y es dura mente reprimida. Calvino, hasta su muerte en 1564, es el amo absoluto y podra transmitir al poeta vanguardista Théodore de Béze su herencia política y teológica. Las ediciones definitivas se encuentran marcadas por los duros combates (siempre triunfales, desgraciadamente) que Calvino llevó a cabo menos contra la «falsa Iglesia» papista que contra la negatividad de su propio movimiento. «Ha habido en nuestros tiempos grandes combates que afectaban a la eficacia del ministerio», concede en 1560 (IV, p. 17). Las disputas teoló gicas sobre la predestinación son colocadas en segundo plano debido a las preocupaciones más directamente «políticas». Añade un largo párrafo al capítulo XVI de la parte IV, que me sirve de documento de base en lo que se refiere a Miguel Servet (el resto del texto está dirigido principalmente contra los ana baptistas). Batalla firmemente contra todos los opositores, tanto contra los «doctores sorbónicos» como contra los desviacionistas del protestantismo. En cuanto al capítulo veinte, que trata del gobierno civil, lo vemos alinearse crecientemente con las tesis más clásicas de la teología católica. Desde el primer párrafo Calvino agrega una nota en la que se defiende (¿contra quién?) de tratar un tema alejado «de la teología y doctrina de la fe». Su argumento principal en favor de su compromiso con la filosofía política es: «hoy hay gente testaruda y bárbara que desearía derribar todas fas policías, sin importarles que. hayan sído establecidas por Dios» (IV, p. 505). La fusión entre lps dqs^ 'regímenes, ,el..temporal, y. el. espiritual, esmeradamente distin guidos en las primeras ediciones, es ahora casi total: «La finali dad de este régimen temporal, declarares nutrir y mantener el servicio exterior de Dios, la pura doctrina y religión, conservar ejLes^do^deJarXglesia.eM.JM,£QM¡UI!:^í ,{cursivas del autor; IV, p. 507). El.proyecto revolucionario se ha convertido en proyecto, conservador, el régimen aristocrático en el mejor régimen tem poral, y una de sus virtudes consiste en «exterminar a los malos de la Tierra» (IV, p. 516). La Ley prohíbe matar, «pero Dios 60
El Estado y el inconsciente
(¿no ha propuesto recientemente uno de ios desafortunados pretendientes al trono de España la autogestión a sus^súbditos eveñ|uaíes?), ía «demostración» de las relaciones entre los pro cesos de autogestión y de desaparición del Estado no resulta fácil de hacer. En contrapartida, si estudiamos algunas de las experiencias clave del movimiento revolucionario, y sobre todo la de las colectivizaciones efectuadas durante la revolución española de 1936-1939, es posible especificar un contenido relativamente coherente del socialismo o, al menos, de un movimiento popu lar de socialización extendida a los principales aspectos de la producción: industria, servicios y agricultura. Otra observación apenas necesaria: la teoría que puede arti cularse a partir del ejemplo español está lejosde; ser optnxtisjta^ El_ proceso de desaparición del Estado . mediante la toma del poder generalizada a la. base inaugura una lucha revolucionaria de un'nuevojipo.v.tan violenta, si no más, como las otras luchas ántíciTpítalistas. Porque se trata de la lucha anjieg.ta.taJ^y de los_ meHiós que el Estado, con ía energía^ de la desesperadón^ uti liza para vencer. Finalmente, lo que en mi opinión se manifiesta como emi nentemente original y actual en la experiencia española-es esta invención de una forma —la colectividad industrial, de servicios o agrícola— que moviliza urTmáximo de fuerzasjsn una práctica revolucionaria cotidiana.
Cuarta parte
AUTODISOLUCIÓN DE LA POLÍTICA INSTITUIDA
X. MÁS ALLÁ DEL CONCEPTO DE «CRISIS» Una sociología de la autodisolución de las formas debe venir a completar la sociología de la institucionalización de las for mas. Si aceptamos la hipótesis según la cual la institucionaliza ción tiene por rasgo fundamental la falta de conocimiento o el rechazo p or parte de los analizadores de todo lo que cuestiona a la institución y revela sus fuerzas ocultas, diremos que el efecto analizador es lo que pe rm iteíu nd ar una sociología de la autodisoíución. Yo llegué a esta etapa de la reflexión al constatar cómo una gran parte de mis investigaciones anteriores, colocadas bajo el signo del análisis institucional y del descubrimiaento de los ana lizadores sociales, manifestaba, de cerca o de lejos, la existencia del proceso de autodisolución detrás del fenómeno de crisis en algunos sectores que pude estudiar. En Vanalyse institutionnelle (1970.), la sobrestimación de la génesis teórica del concepto de institución, de la que pude hacer la autocrítica en el corolario de 1976, no ha permitido, en la segunda parte, consagrada a las «intervenciones instituciona les», hacer su justo lugar a la práctica de los analizadores socia les ni a la génesis social del concepto de institución. Ahora bien, si la teoría neo-institucional posee una coherencia sociológica y política, es a condición de articular tan dialécticamente como sea posible los dos movimientos señalados anteriormente: el efecto Mühlmann y el efecto analizador. O bien: institucionali zación y autodisolución. Más tarde tuve ocasión de sacar a la luz diversos tipos de analizadores sociales, pero ignorando la mayor parte del tiempo 223
El Estado y el inconsciente
el lazo que éstos tienen con el proceso de autodisolución de las formas. En el campo de la educación, Analyse institutionnelle et pe dagogie (1971), refundido en Sociologie á plein temps (1976). puso el acento sobre los aspectos de «crisis», tanto en el sistema escolar propiamente dicho como en la formación en el sentido más general del término, o incluso en el trabajo social. Las monografías sobre intervenciones reunidas en estas obras mues tran que la práctica a menudo se encuentra más cerca de la tendencia a la autodisolución que la teoría, la cual, ama severa o dama de compañía ciega, sigue ios pasos de la práctica. Sólo más recientemente, al final de una investigación sobre diversos acontecimientos sucedidos en varias universidades francesas y particularm ente en París VOí-Vincennes, pude diagnosticar una autodisolución de la universidad, proceso concomitante o inmediatamente posterior a su re-institucionalización por la ley de orientación de 1968. Conocemos las ideas de íván Illich sobre la muerte de la escuela. Sin llevar a cabo juicios sobre el conjunto de la doc trina, podemos señalar que la estrategia de la desaparición de la escuela, con lo que esto comporta en materia de elecciones políticas implícitas o explícitas, en ocasiones se impone a una sociología verdaderamente convincente. ¡El teórico^adminis trador del Instituto de Cuernavaca (México) es demasiado posi tivista y demasiado poco atento al «dolor de lo negativo»! Frente a él, un modesto practicante y teórico como Fernand Deligny parece mucho más digno de fe. Este último se alimenta de la contra-pedagogía de la autodisolución de la institución terapéutica o reeducativa. Su atención al menor gesto y su con fianza en los «vagabundos eficaces» son más concretas que los manifiestos de Illich. La autodisolución de la institución no aparece, en la teoría de D elig ny,lim mundiali smo^ cómo una' práctica cotidiana, como la condición de la reinstitucionáíizáción de los seres catalogados como «débiles mentales profundos».
Más allá del concepto de «crisis»
Estas dos investigaciones, a niveles muy .diferentes^.indican que el tema de la autodisolución de la institución educativa no es un fantasma. Lo mismo sucede con la Iglesia, institución madre de Occidente. Mí libro Les analyseurs de LÉglise podría asimilarse a muchos otros estudios consagrados a la «crisis» de la institución eclesiástica si 110 se basara en cuatro monografías de intervenciones socioanalíticas en la periferia del aparato. Consecuencia: se ha hablado mucho menos de ello que si se hubiese tratado de una exposición de ideas prefabricadas o de encuestas según las técnicas académicas. Concepto positivista por excelencia, la «crisis» no describe nada, no explica nada, de no ser un nuevo modo de regulación de los sistemas, un nuevo tipo de funcionamiento de las institu ciones. Límites del análisis institucional: al final de mi tesis publicada por las Editions de Minuit proponía la noción, utili zada desde entonces por algunos otros, de «crisanálisis». Que, de hecho, es el límite del socioanálisis como método de inter vención sobre el terreno. Como Lapassade, hemos privilegiado la idea de desarreglo, de desorden, sin preocuparnos demasiado del hecho de que, durante ese tiempo, el análisis sistemático enlucía a la sociología de las organizaciones recuperando los beneficios homeostáticos de la crisis o de la disfunción. La única salida posible es la autodisolución. De cualquier manera, hay que evitar cualquier sacralización de este concepto, ya que el proceso que designa no es simple, unívoco ni aislado. La Iglesia o las iglesias de obediencia cristiana no han espe rado a la teoría.de los sistemas para absorber e institucionalizar todo movimiento centrífugo. Sin que sea necesario invocar al gún truco supremo y oculto, basta recordar que este proceso de recuperación constituye la vida misma de la institución eclesiás tica desde sus orígenes. He podido constatarlo, después de otros sociólogos de la religión, al estudiar el caso de la herejía montañista en los primeros siglos de la era cristiana. En ella vemos cómo el aparato jerárquico se construyó gracias a ia represión de 1a jerarquía por parte del brazo secular del Impe rio romano; cómo el carácter indispensable y finalmente sa 225
E l Estado y el inconsciente
grado de este aparato jerárquico y la legitimidad de la tradición de los obispos se inspiraron en la lucha contra la amenaza de disolución; comí) el significado político de la institución se des prende de manera natural de su osmosis con el brazo secular, es decir, con el Estado romano; cómo, finalmente, la religión apa rece no como un anti-Estado destinado a las cosas del otro mundo, sino como una figura del Estado destinada a ocultar la esencia centralizadora y uniformadora de éste en nombre de la universalidad de la función religiosa- De igual manera, quince siglos después, en la época de la Reforma, podemos constatar, siguiendo paso a paso las versiones sucesivas de La institución cristiana de Calvino, el proceso de institucionalización del mo vimiento protestante mediante la negación de este movimiento y de su identificación con los dos modelos institucionales exis tentes, el Estado y la Iglesia romana. En fin, el análisis de los grupos informales dentro de la Iglesia, sean las comunidades de los Estados Unidos durante el siglo XIX o las comunidades recientes que existen en casi todo el mundo cristiano, muestra que la situación de crisis es más rentable para la institución que la perspectiva de autodisolución que conlleva la desafección creciente de los fieles, la deserción pura y simple y la ruptura con las finalidades de la institución. Para las poblaciones estudiadas en las monografías de Les analyseurs de l’Eglise , poblaciones periféricas con respecto a la institución, el carácter relativamente tacii de recuperar dé los desviacionistas y marginales confirma que se trata de la conse cuencia de las crisis que diez años antes sacudieron a los movi mientos laicos en su conjunto. Una vez más, no es tanto en la toma de la palabra contestataria como en la deserción más dis creta (la famosa «apostasía silenciosa» diagnosticada por Bernanos) donde podemos percibir una tendencia a la autodisolución. La noción de crisis conlleva una estrategia. Esta supone una actualización, ur:a modernización, un aggiornamento ; en una palabra, una reinstitucionalización, con lo que esto comporta en materia de nuevas vueltas de tuerca destinadas a neutralizar 226
Más allá del concepto de «crisis»
las fuerzas centrífugas que habían surgido al principio de la crisis. La «crisis» de la empresa industrial y comercial, tema ahora tan debatido como la «crisis del teatro» o la «crisis de la novela», confirma el diagnóstico. En mi libro Vanalyseur Lip , la lucha contra el desmantelamiento de la fábrica por la acción judicial y política de la patro nal dejaba entrever, menos de un año después del principio de la ocupación, la aparición de fuerzas y de formas sociales extre madamente originales. El paso de la propiedad efectiva de las manos del patrón a las de los empleados se acompañó poco a poco de un cambio en la naturaleza del espacio en litigio. Las peripecias de la crisis desde la puesta en marcha «normal» de la fábrica en 1974 hasta el nuevo proceso de liquidación judicial (la última decisión de liquidación data del 12 de septiembre de 1977) solamente subrayaron el cambio intervenido en la imagen de la fábrica con respecto a lasque existía en la, mente de los em pleados en 1973. La autodisolución de la empresa relojera en beneficio de un centro de actividades relativamente diversifica das indica una desaparición del concepto de empresa. Esta desaparición la diagnosticaba yo en 1974 en su doble faceta: el desorden instituido, con su confusión jurídica borraba las fronteras del «establecimiento distinto» con el sistema de fusiones que llevaba a su punto más alio ue incandescencia el concepto mismo de unidad de producción; el desorden instituyente, con las vagas iniciativas obreras, hacían pensar a la dere cha de la patronal que el sacrosanto Capital estaba a punto de ser demo lido en B esangon. La empresa capitalista es un concepto cada vez más nomina lista que sólo corresponde a realidades fluctuantes y contradic torias sometidas a las resacas del «río arriba» y del «río abajo», a las olas de la planificación y del paro, a las grandes mareas del mercado financiero que tiende a controlarlo todo: desde la pro ducción de materias primas y fuentes de energía hasta los más pequeños circuitos de distribución y las modalidades cada vez más normalizadas del consumo. Simultáneamente —y no se trata de un azar, sino de una 227
La institucionalización de la revolución
. «Pero aunque se revista del epíteto tan inútil de revo lucionario, el sindicalismo no es y. nunca será más que un movimiento legalista y conservador, sin ningún fin accesi&rrtiy m esóí) más que la mejora de las condiciones de trabajo. No buscaré más pruebas que la que nos ofrecen las grandes uniones norteamericanas. Tras haberse mos trado radicalmente revolucionarias durante el tiempo en que aún eran débiles, estas uniones se han convertido, a ' medida que crecían en fuerza y riqueza, en organizaciones netamente conservadoras ocupadas únicamente en hacer dé sus miembros seres. pnyüegiadqs dentrp...de fabrica, el taller o la mina, y mucho menos hostiles al capitalismo patronal que a los obreros no organizados, a ese proleta riado harapiento marchitado por la socialdemocracia. Pues bien, ese proletariado de paro siempre en aumento que no cuenta para el sindicalismo, o más bien que no cuenta para él más que como obstáculo, nosotros los anar quistas, no podemos olvidarlo y debemos defenderlo por que es el peor de los sufrimientos.» v (Citado por Jean Mitron, Ravachol et les anarChistes, Julíiard, 1964). Escuchemos ahora cómo Lenin confirma la institucionalización del movimiento revolucionario de 1917. Aquí, una vez más, Ja muerte de..la profecía rechaza hacia la oposición a la ex trem alz qu ierda y al anarquismo. Así como Calvino proclama el fin de las profecías, Lenin proclama el fin de los soviets como ^ forma anti-institucional. La desaparición del Estado se deja para más tarde. El soviet de Cronstadt es como la oposición de Miguel Servet a Calvino: «Camaradas obreros, soldados rojos y marinos. Aquí, en Cronstadt, nosotros sabemos cuánto sufrís vosotros, vuestras mujeres y vuestros hijos a causa de la dictadura comunista. Hemos derribado el soviet comunista y el co mité revolucionario provisional comienza hoy las elec-
E l Estado y el inconsciente
compensación por sublimación—, el mito de la empresa en tanto que institución más significativa de nuestra época, en tanto que conservatorio del Valor, está destinado a las muche dumbres. « Cashflow , honor del administrador», se atrevía a poner en su portada la revista Entreprise hace algunos años, antes del asunto Lip y de la gran «crisis» económica mundial. La empresa es la institución por excelencia, el lugar de reproduc ción del sistema, del Estado-Capital, el espacio en que se des dobla más libremente, hasta en el cuerpo de ios obreros y em pleados, la marca del Valor, del Equivalente general de toda mercancía. Gracias a la moral del trabajo, la empresa se per mite conservar sentimientos caballerescos como «ei honor»: ho nor de ser explotado para ei obrero, honor de no pensar más que en los beneficios para ei administrador. Lina institución clave como la banca se ve obligada a mantenerse un poco en la sombra, contentándose con multiplicar las fachadas de cristal y las ventanillas que chorrean «relaciones humanas». Lo que su cede es que la banca significa demasiado directamente el fun cionamiento de la ley del valor, la equivalencia general del dinero e incluso de la ausencia de dinero representada por la circulación pura y simple de las representaciones del valor en la Bolsa de Valores o en la más modesta sucursal del Crédit Agricolé. El honoxcashflow revela la naturaleza del nuevo modelo institucional de la empresa, que sustituye poco a poco a los antiguos modelos como la Iglesia, la Escuela e incluso la admi nistración o el ejército. Ei cashflow , el beneficio neto que permite reinvertir en la empresa y asegurar su autofinanciación, es lo que hace durar a la empresa, lo que le da consistencia más. allá de los duros golpes económicos o sociales. Es lo que hace que la empresa entre en la categoría de la duración propia de la institución y algo contradic toria con respecto a la temática de la organización, fundada en el cambio y el movimiento. Este equivalente de la continuidad ad ministrativa, por oposición a las fluctuaciones del personal polí tico o de la sucesión apostólica, por oposición a ios avatares de 228
Más allá del concepto de «crisis»
las iglesias locales, es el elemento en que se condensa la resis tencia a la desinstitucionalización, a los efectos analizadores, a la autodisolución. Planteada así, la naturaleza institucional de la empresa indica la existencia de un problema y de una dificul tad para sobrevivir como unidad de producción relativamente autónoma. El ascenso de las multinacionales es, por supuesto, respon sable del proceso de desaparición de la empresa tradicional. Y el proceso tiende a invertirse en favor de esos feudos supraestatales cuya existencia, crecimiento y hegemonía, no obstante, deben todo a la buena voluntad del Estado como garantía jurídico-poíítica suprema, a los estados unidos por lazos de depen dencia que permiten legitimar el dispositivo «casa matriz» y «sucursales en el extranjero», para utilizar un lenguaje anti cuado. Las múltiples combinaciones (grupos de grupos, holding , etc.) no necesitan, en definitiva, conservar el mito de la empresa como establecimiento distinto más que para^ocultar la grandísima libertad que el sistema económico liberal otorga a los bancos y a los empresarios para asegurar el servicio sagrado de las multinacionales y la destrucción de la pequeña y mediana empresa. La disolución de la empresa tradicional no puede asimilarse, por consiguiente, a la autodisolución del capitalismo. Signo de crisis, y por consiguiente de la necesidad de modernización al nivel más global del sistema, la autodisolución a nivel de ia empresa es, en cierto modo, corregida o subsanada por el dispo sitivo regulador de la Crisis a nivel del sistema capitalista en su conjunto. Este es un ejemplo de articulación entre los dos con ceptos, sumamente diferentes, de autodisolución y de crisis. Si aceptamos la hipótesis según ¡a cual la autodisolución del sis tema mismo es concomitante de la autodisolución de la forma estatal, las transformaciones eventuales de la forma «Estado» nos interesan en alto grado. Debido a que las investigaciones empíricas de nuestra co rriente de análisis institucional han tratado muy poco ai Estado 22 9
El Estado y el inconsciente
como objeto perfectamente aislable y objetivable, éste aparece menos claramente en el presente balance. En tanto que hace funcionar, más o menos armoniosamente, la transversalidad de las pertenencias y referencias institucionales, el Estado, no obs tante, se encuentra presente en el análisis institucional, sea en el terreno (socioanálisis) o en el papel (a propósito de la univer sidad, de la experiencia de la fábrica Lip, de las sacudidas políti cas dentro de la Iglesia, etc.). Visto de esta manera, lo menos que se puede decir, por lo que hace al proceso de autodisolución, es que la forma estatal hace algo más que defenderse y que sus «crisis», más aún que las formas sociales de que hemos hablado aquí, son mecanismos cada vez más refinados de regu lación. En las grandes ocasiones históricas que se han presen tado desde hace un siglo (dejando aparte a la Comuna de París, dispositivo demasiado efímero y limitado de una verdadera de saparición del Estado), tan sólo vemos una ocasión perdida: cuando, en 1936, el poderoso movimiento libertario español no consiguió asumir la situación de vacío estatal y prefirió partici par en el gobierno. ¿Cómo demostrar que la «crisis» es una institución estatal que garantiza no solamente la supervivencia del monstruo, sino también la de las formas que éste considera favorables? Esta dem ostración la suministran miles de obras con abundantes ma teriales. Las pocas páginas que Marx consagra a la desaparición del Estado durante la Comuna de París, los cientos de páginas que los actores, testigos o comentaristas han escrito para mos trar el proceso de desaparición del Estado español en 1936, además de algunos análisis acerca de otras situaciones revolu cionarias (Rusia en 1917, Argelia en 1962, etc.) no tienen gran peso ante los inmensos materiales acumulados sobre el tema de la «crisis» llamada política. La expresión «crisis política» es una de las más triviales. Alimenta la crónica periodística y da escalofríos discretos al vocabulario de la «ciencia» política. Su significado más general, en las democracias parlamentarías, es la caída de un gobierno y su reemplazo por otro. En las democracias presidenciales de 230
Más allá del concepto de «crisis»
tipo puro (en las que ei gobierno no es responsable ante el Parlamento sino sólo ante el Presidente), la crisis política su pone un conflicto más profundo, ya que el obstáculo a salvar es más alto; sin embargo, el cambio de uno o varios ministros es generalmente más frecuente que el cambio de presidente. Final mente, en las dictaduras de tipo fascista o «comunista», la crisis política tiene por contenido un cambio no solamente en el go bierno (instancia secundaria), sino en el partido único, órgano totalitario por encima del gobierno. En cada uno de los casos, aunque en grados muy diversos, la crisis política es un modo bastante limpio de regulación de los conflictos: es necesario un régimen dictatorial para que la crisis se resuelva mediante una «noche de los cuchillos largos» (Hitler liquidando a su «iz quierda» en beneficio de los militares), mediante procesos san grientos (Stalin) o incluso ajustes de cuentas a punta de pistola (liquidación de Beria). La crisis política es un-.modo de regula ción de los conflictos de la clase política, variable en intensidad y en consecuencias según el régimen. ¿Qué es una crisis de régimen? Y antes de eso ¿qué es un régimen? La manera de gobernar, dice el diccionario; pero todo está en la manera. El criterio jurídico, o jurídico-político, es la Constitución, considerada según tres casos de figura: modifica ción, que puede llegar hasta la transformación completa, sus pensión y restablecimiento. El paso de uno a otro de estos tres casos define el cambio de régimen. Pero en los regímenes de tipo dictatorial el criterio institucional es secundario. Las diferencias entre fascismo, na zismo, estalinismo o incluso el fascismo italiano, español o por tugués, no son tanto grandes oposiciones constitucionales como elementos específicos nacionales determinados por la historia, la potencia del país, sus alianzas, etc. En un país, la Iglesia será parte integrante del aparato de Estado, mientras que en-otro sólo será tolerada y en otro perseguida. El ejército, base de toda dictadura, ocupa un lugar de primera fila, pero su poder puede articularse y aun fusionarse con el del partido único, como en Rusia o en China, o encontrarse por encima (España) 231
El Estado y el inconsciente
o por debajo (Alemania nazi) del Partido.'El aparato dictatorial está constituido, por lo general, por el ejército y un aparató ideológico que comprende, o bien al partido único solamente, o al partido único y a la Iglesia, como es el caso en los fascismos de la Europa mediterránea. Estos dos (o tres) elementos sim. pies nos dan la estructura elemental de los regímenes dictatoria les y pueden servir de base a la definición de los otros-tipos de régimen, dentro de la gama democrática, a condición de añadir una Constitución con las instituciones que la hacen respetar y un sistema representativo basado en la elección, es decir, un pluralismo de partidos. Por ello, es el elemento «partido polí tico» el que sirve de base para definir, en el mundo actual, las diferencias de régimen, ya que el pluralismo, por lo general, desplaza las relaciones de poder entre ejército, eventuaimente Iglesia, y los partidos. Finalmente la administración, con su parcela más o menos extensa en relación con el sector privado, constituye el cuarto (o quinto) elemento de la estructura ele mental de todo régimen. A pesar de que esta última sea en todo lugar una emanación del centro político, su papel está determi nado por las relaciones que mantiene con los otros elementos de la estructura y por las relaciones entre estos otros elementos. En función de este conjunto de relaciones el nivel pura mente constitucional (libertades de palabra, reunión, asocia-" ción, etc.) toma su contenido real, frecuentemente muy dife rente de la letra de la Constitución. Igualmente, es la evolución de ias relaciones entre los elementos de'Ia estructura elemental lo que concreta, hasta llegar a contradecirla, la letra de la Cons titución. No obstante, no parece po.sible integrar a las clases sociales en la estructura elemental, puesto que resulta evidente que ningún régimen, cualquiera.que sea.su fachada constitucio nal e ideológica, corre el riesgo de compartir realmente el poder (es. decir,.el aparato de Estado tal y como ha sido definido por la estructura elemental) entre clase dominante y clases domina das. Correlativamente, los regímenes que niegan la existencia de ias clases o pretenden que las masas, ias clases populares, se encuentran en el poder, no pueden ocultar durante mucho 232
Más allá del concepto de «crisis»
tiempo la realidad impuesta por la conservación de la forma hegemónica y trans-ideológica: el Estado. La estructura ele mental del poder político está, por definición, en manos de la clase dominante, de la antigua o de la nueva «burguesía», capi talista o burocrática. Dejamos voluntariamente a un lado algu nos casos límites, como el de los regímenes directamente depen dientes de un imperialismo, cuya existencia depende del poder de una o dos sociedades multinacionales o de una «ayuda» eco nómica o económico-militar. Una vez dicho esto, podemos definir una crisis de régimen como un desplazamiento o un trastorno de las relaciones entre los elementos de la estructura, según las tres modalidades, que simbolizan los tres casos de figura constitucional de que se habló anteriormente: modificación, suspensión y restablecimiento. La modificación afecta a todos los tipos de régimen; puede significar el paso de un régimen a otro en cualquier sentido. La suspensión significa el paso de un régimen democrático, cualquiera que sea su contenido real, a un régimen dictatorial. El restablecimiento de la Constitución (con o sin modifica ciones en relación con la antigua, que había sido abolida o profundamente modificada) significa el paso de la dictadura a la democracia. Aún más que la crisis política, la crisis de régimen está ligada a otros tipos de crisis: crisis nacional en caso de derrota militar; crisis económica que acelera las transformaciones de las relacio nes entre las clases sociales. Resulta raro, en el mundo mo derno, que una grave crisis militar que afecte al territorio nacio nal no desemboque en una crisis de régimen, como podemos verlo en 1918 y en 1945 (con la excepción de Japón). Asimismo, resulta raro que una crisis económica que afecte gravemente al empleo y al poder de compra no llegue al mismo resultado (con la excepción de los Estados Unidos durante la gran crisis de 1929, parcheada por el New Deal). En todos los casos, la crisis de régimen conlleva una trans formación de la forma del aparato de Estado, es decir, de las relaciones de fuerza entre los elementos de la estructura. La 233
El Estado y el inconsciente
forma estatal no sólo subsiste, sino que constituye las manio bras de las fuerzas en presencia. Es esto lo que hay que salvar ante la amenaza de vacío institucional. Como el Estado, se gunda naturaleza del animal doméstico humano, tiene horror al vacío, la crisis de régimen, más que la crisis política, constituye un modo de regulación estatal. Sin embargo, si miramos más de cerca la historia ofrece, fuera de las situaciones dinámicas calificadas de revoluciona rias, cierto núm ero de ocasiones en que el observador y el histo riador pueden describirnos la muerte de un Estado, su autodisolución brutal o progresiva. Por no hablar de gran número de otros casos, como el de los estados africanos de antes de la colonización, y de los que tenemos muy pocas o ninguna huella sobre sus orígenes, el desarrollo e incluso su desaparición. El tema de la «grandeza y decadencia del Imperio», ilus trado por Montesquieu, precede por poco al de las «ruinas», que en Volney el romanticismo sabrá trasponer a la estética, La tesis célebre de Montesquieu —en grandes líneas: el Imperio romano se disolvió porque había extendido demasiado sus te rritorios— ha podido ser verificada en otros casos, sin que po damos hacer de ella una ley aplicable, por ejemplo, a la autodisolución del Imperio Austro-húngaro en 19L&, o a'las sucesivas disoluciones del Estado polaco, para no hablar de la desapari ción del gran Reich en 1945. Nuevo reparto de territorios y nuevo reparto de soberanías, la desaparición de un Estado resume nuevas relaciones interna cionales de fuerza al mismo tiempo que deja subsistir, en oca siones, algunas trazas de la forma abolida como referencia glo riosa al pasado, por ejem plo. El aspecto dinámico, activo, de la autodisolución debe subrayarse aquí, a expensas del aspecto pasivo propuesto por la historiografía. Esto es válido tanto para los repartos de Polonia, como para los del Imperio Romano (primero latino y después germánico), del austro-húngaro o del III Reich. Dejemos a un lado, tras de este breve panorama, la cuestión de la autodisolución observada in vivo o reconstituida por el 234
Más allá del'concepto de «crisis»
historiador, para preocuparnos de los acontecimientos menos extraordinarios; si bien los progresos de la mundiaiización del Estado nos reservan, en un futuro no muy lejano, los hermosos crepúsculos de los dioses-Estado. Siguiendo el método ya utili zado, particularmente en- el caso de la autodisolución de la forma «empresa», podemos señalar signos eventuales de resis tencia a la autodisolución e intentar definirlos en relación con la problemática de la crisis. El planismo y las diversas experiencias de planificación pre sentan una de las soluciones más recientes no solamente para las contradicciones económicas, sino también para las dificulta des que tiene el Estado para seguir existiendo. La tesis más extendida, consistente en decir que el Plan tendría que suplan tar a la forma política estatal, no reposa sobre ningún funda mento. Tanto en las experiencias más totales (URSS) como en las más parciales y sutiles (Francia) constatamos que las contra dicciones entre economía y política, entre el Plan y el Estado, conducen al refuerzo de la potencia y de la legitimidad de la forma estatal. ¿Debemos ver por ello en el planismo una resistencia ai proceso de autodisolución? Es posible en ia medida en que este proceso, más a menudo invisible que espectador, puede perci birse de una manera u otra. En la medida en que los analizado res funcionan con cierta intensidad,, podemos responder «sí» a nu estra pregunta: ¿podemos analizar al Estado? Alemania en el período revolucionario de los años 19181920 es un ejemplo significativo al respecto. Tanto porque ve mos aparecer en ese país la idea planista, que será tomada directamente por Lenin y que inspirará reflexiones en otros países, como porque el planismo surgió en una situación revolu cionaria caracterizada por una fuerte tendencia a la desapari ción del Estado . Uno queda sorprendido por el virtuosismo tanto teórico como práctico con que 1a ciase política alemana, animada por 1a socialdem ocracia, supo servirse del planismo centralizador para reconstituir en su plenitud la legitimidad deí Estado. Toda 235
El Estado y el inconsciente
nueva racionalidad económica propuesta por los «socialistas» alemanes está movilizada al servicio del centro político. Ratheñau podrá servir, veinte años más tarde, de. modelo al tecnócrata nazi Speer. En tanto que detonador ideológico, el planismo manifiesta una sutileza a toda prueba que supera las ideo logías más opuestas, los regímenes más antagónicos, como uno de esos «universales» que el pensamiento medieval colocaba muy por encima de todas las contingencias. En esta región pla gada de entidades con mayúscula permanente (como el traje de tres piezas y corbata de rigor), el Plan refuerza al Estado, el cual, por su parte, está dispuesto a prescindir del Plan en el momento en que sus intereses no se identifiquen con los de la planificación, sino con los del capitalismo puro y duro. El Plan interviene en la crisis del Estado no sólo como sím bolo de una política racional, casi platónica. En la Alemania revolucionaria, así como en la Rusia estalinista, y más débil mente en los Estados Unidos hundidos en la gran depresión o en la Francia de posguerra, la capacidad del plan para liquidar los obstáculos que se levantan frente al orden capitalista estatal es extraordinaria. En grados y formas diversos, es la liquidación de la civilización agro-pastoral lo que encontramos en el activo de los> planificadores-rusos del primer plan-, americanos- dei-A/e^ Deal o franceses de los prim eros planes Monnet. ¿No constituye el modo de vida agrícola un desafío permanente a ese valor, supremo del Estado normalizador que podemos llamar «la or ganización industrial de la vida»? El obstáculo puede ser aún más inmediato cuando se trata de la rebelión posible o efectiva de las masas. Gracias a su «sentido del Estado» los primeros planistas alemanes supieron imaginar el Plan menos como anti-azar, según la fórmula de Massé, que a manera de un plan antirrevoíucionario. Los jóve nes planistas franceses de antes de la guerra, agrupados tras los motines de febrero de 1934, no ocultaban su intención de preve nir la guerra civil, de impedir las olas de violencia, de exorcizar los movimientos sociales. Apenas resulta sorprendente ver a los planistas de izquierda reunidos en 1966 en Greno.ble condenar
El principio de equivalencia ampliado
universalidad —instituido particularidad = instituyante singularidad = institucionaíización Si el momento de lo instituyente siempre ha estado provisto de una fuerte potencialidad dinámica y si lo instituido corres ponde al resultado de una estabilización en pro de la institución como objeto que puede describirse sin demasiadas dificultades, el momento de la institucionaíización indica una fase activa de estabilización que niega al mismo tiempo .la actividad del institu yeme como negación de íq jnstitm do y el jnmqyüismo„de ioj&stir^.* tu ido. Políticamente ia^nstitucional izació n. e s e 1 conte m dodel ^ f^ m is m o ,’^opuesto tanto al revolucionarismo de lo instituyente como al conservadurismo de lo instituido. Contra las fuerzas ii 3 instituyentes, el reformismo piensa que hay que encontrar a cual- j ; quier precio formas estables. Contra lo instituido piensa que la | • estabilidad se nutre de préstamos, de recuperaciones del movi- \ \ miento instituyente, de retoques, de modernización de las formas ; utilizadas* INSTITU YEN TE
.
(particularidad)
i
INSTITUIDO
(universalidad) INSTÍTUCIONALIZACIÓN
í
(singularidad) Para comprender la manera de concebir y de utilizar estos instrumentos llamados dialécticos véase mi Análisis institucional , donde creo haber traicionado a Hegel de la manera más empática y, en consecuencia, mejor intencionada. El proceso de desplazamiento y de inversión puede caracte rizarse por la intensidad de la negación de que es objeto en las interpretaciones corrientes a que he hecho alusión anterior mente. He aquí algunas de las figuras de esta negación, para la cual la institucionaíización es: 1. la corrupción del poder, 2. la traición de los dirigentes,
Más allá del concepto de «crisis»
la «gestión obrera» (expresión prudente por «autogestión») no solamente en nombre de su «ineficacia» (argumento «adminis trativo» de Burnham a Touraine), sino también porque amena zaba gravemente a la planificación; dicho de otra manera, al orden capitalista y estatal bajo su nuevo hábito modernista. La crisis del Estado tiene lo mejor por delante, mientras los planistas y planificadores cumplen su función de composición ya sea en la acción política directa o (como sucede en Francia actualmente) como trovadores de la racionalidad sin verdadera interven ción en la economía. Sin duda tendrán una nueva opor tunidad en caso de proceso de autodisolución del Estado, como indica la experiencia española de los años 1936-1939. Esta experiencia de desaparición del Estado, en un período marcado por la guerra civil y por la revolución social generali zada en el campo y en las ciudades en manos de 16s republica nos, propone al análisis, como hemos visto, dos o:; tres puntos ' muy originales. Por una parte, presencia el enfrentamiento en carnizado entre las fuerzas de la estatalización y las fuerzas de la socialización y el Estado aparece con su esencia-:.;anti-sociali- ■ zadora por excelencia. Por la otra, las colectivizaciones en la industria, los servicios y la agricultura manifiestan el deseo pro fundo y-general de experimentar una forma, llamada «colectivi dad», que va en contra de todas las formas existentes, institu cionalizadas y garantizadas por el Estado; contra-instituciones que, en el contexto político y militar, nacional e internacional de la guerra civil española, si no lograron abatir al Estado, al menos concretaron su proyecto anti-capitalista y anti-estatah La experiencia española también resulta interesante desde otro punto de vista. Esta experiencia permite formular la distin ción entre crisis política, crisis de régimen y autodisolución del Estado. Este último concepto aparece de golpe en su verdadero lugar, en el nadir de la ciencia política, mientras que el cénit se encuentra ocupado por la autodisolución como modo formal de funcionam iento de la vanguardia. Puede parecer sorprendente pasar de la cuestión del Estado a la del vanguardismo. Dos circunstancias, una personal, la otra 237
El E stado y el inconsciente
más objetiva, pueden servir de excusa. Por una parte, resulta que es en ei estudio dei vanguardismo cultural y político donde descu brí la función capital de la autodisolución. Por la otra, en los dos polos totalm ente opuestos de las formas sociales, los grupos van guardista y el Estado mantienen relaciones al menos en un plano: estas dos formas pretenden o intentan controlar la delicada flor del saber social, por no decir la totalidad en tanto que categoría filosófica. Esta característica es importante, ya que muestra cómo ei problema de la capitalización del saber social puede, en un caso, quebrantar la solidez de las formas sociales hasta ei punto de llevarlas hacia un proceso permanente de autodisolución, mien tras que en otro caso dicho proceso tiene las mayores dificultades no solam ente para producirse, sino incluso para ser ideado por la filosofía y la sociología del Estado. Todo sucede como si las formas vanguardistas funcionasen a manera de las supernovas, cuya explosión final sigue al período de mayor brillo; mientras que las formas estatales, conforme a la filosofía productivista del capitalismo y del marxismo, se niegan a afrontar la inevitable muerte del planeta Tierra. En este punto más que en otros, el marxismo da la espalda a Marx. Yo me di cuenta de ello en 1975, cuando intenté aplicar el efecto Mühlmann a la decisión de institucionalización del Movi miento de las Fuerzas Armadas en Portugal (como se recordará, el M .F. A. era la punta de lanza de la «revolución de los claveles» de 1974). Si mi artículo en Le Monde no me hubiera valido una decena de cartas que pretendían ser insultantes u ofendidas, así como numerosas reacciones hostiles de células comunistas de profesores, quizá hubiera olvidado que la fidelidad a las tesis de Marx acerca de la desaparición del Estado mediante la disolución del ejército y de la burocracia ponían furiosos a los «comunistas» actuales. La institucionalización del movimiento, cuyo concepto había sido producido por los mismos militares portugueses, cons tituía en mi opinión la confesión cínica o ingenua del fracaso de la revolución. En la misma época, yo trabajaba en mi TzaraLenin, autodi
Más allá del concepto de «crisis»
solución del vanguardismo . Este estudio, que trata tanto dé las ' vanguardias artísticas como de las artístico-potíticas y políticas, me hacía pe nsa r que la estrategia revolucionaria del M .F.A. iba lógicamente en el sentido de la autodisolución de la institución militar descrita por Marx, y no en sentido contrario, el de la institucionaiización. La tesis de Marx, retomada por Lenin enEl Estado y la revolución en tre febrero y octubre de 1917, ¿sólo . sería aplicable a las formas sociales sin burocracia y sin ejército,;.f como son los grupos vanguardistas de tipo habitual (excepción?' hecha de los grupos «terroristas», partidarios de la lucha ar-.f” mada)? ¿No resulta también imaginable que la vanguardia re-*r. volucionaria, cuando se constituye, como en Portugal, con unaff. fracción importante del ejército regular, se incline «inconscien#^ temente», debido a sus implicaciones dentro de la estructura elemental del poder estatal, hacia el refo^zamiento del Estado? En la institución militar, más-directamente que en ninguna otra, el Estad o y el inconsciente no son más que uno. El vanguardismo por esencia está en oposición permanente con las instituciones y con el Estado; las concesiones más apa ren tes que hace al orden establecido benefician a la edición, ai . mercado dei arte y a los partidos. Evidentemente, es a través de , estas concesiones, de estas implicaciones dentro de la realidad , social, de esos analizadores naturales de su práctica, como puede analizarse el vanguardismo. ’ Pero este no es más que un primer paso que no afecta a la especificicad de formas sociales tan singulares como los grupos, ; escuelas, corrientes, miní-organizaciones marginales. Su especi ficidad reside, sin duda, en su carácter efímero, carácter direc-" tamente opuesto a lo que define a la institución (la duración y laí' continuidad); es en su verdadera práctica anti-institucion'ali como éstos puedén ser aprehendidos. Ahora bien, esta práctica? no reside esencialmente en los manifiestos ruidosos, en los comí-' portam ie nto s elitistas o en las producciones que «van por de lante de la moda» artística o ideológica. Esta práctica es mucho más visible en ia lucha por no institucionalizarse y se oyen, con oído más fino que en otras partes, las contradicciones como
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El Estado y el inconsciente
analizadores. Por eso la autodísolución, en tanto que proceso perm anente y no solamente como acontecimiento terminal asi milable a un procedimiento inscrito en el derecho para la mayo ría de las otras formas sociales, revela la fuerza principal de las formas sociales vanguardistas. Esta fuerza —a la vez resultante y matriz— aparece como una «estrategia inconsciente». Frecuentemente, no es teorizada antes de que los acontecimientos hagan obligatoria esta teoría. Los. manifiestos de autodísolución constituyen en este sentido un material sociológico irremplazable. Pero lo que hay de in consciente en esta estrategia, no se encuentra ahí, exactamente donde podríamos creerlo. La fuerza que orienta al vanguar dismo hacia la autodísolución, hacia el rechazo del poder y dé la ínstitucionalización, es directamente anti-estatal. En revancha, la fuerza que limita las más bellas intenciones de autodísolución hacia la constitución de nuevos grupos apenas reconstituidos en relación con los antiguos, es decir, hacia la continuidad y dura ción propias de la institución, esa fuerza pertenece al incons ciente, al Estado en tanto que conservador, modelo y garante de la duración, de la permanencia y de la continuidad, todas ellas garantías imaginarias activadas incesantemente por el juego de la política constituida. Sin olvidar,, d'etrás de estas ca tegorías,’ el proceso de negación de las fuerzas sociales antiestatales. Mientras que la estrategia inconsciente de institucionalización se legitima mediante la búsqueda de un saber continua mente más «avanzado», separado del saber social de las masas, la resistencia a la Ínstitucionalización busca, a través del pro ceso de autodísolución, resolver las contradicciones restitu yendo todo su significado al saber social. La Ínstitucionalización tiene por objetivo la totalidad abstracta, el Saber absoluto del cual el Estado es último depositario, mientras que la autodisolución tiene por fin la totalidad concreta, ia de la praxis. En este sentido, los episodios tradicionales que dan testimonio del com promiso de la vanguardia artística con una ideología (marxista por lo general) y con una obediencia, simulan o caricaturizan el
Más allá del concepto de «crisis»
movimiento por el cual'la autodisoíucion niega el saber elitista en favor de una superación por medio de una práctica no elitista. Este problema crucial del vanguardismo lo volvemos a en contrar en la institución científica. El desarrollo de las ciencias — y sobre todo de las ciencias sociales-— está ligado al del Es tado. Participa en la. empresa de rechazo del saber social en nombre del conocimiento «superior» de los especialistas; no porque estuviese marcado por una rara tara ideológica, sino porq-ue no existe más que a través de un juego de relaciones de fuerza que constituye una forma social institucionalizada según el modelo estatal dominante, con sus organismos internaciona les reconocidos, habilitados, subvencionados, alentados y pro tegidos por el Estado. La investigación de laboratorio, la inven ción sobre el terreno, la enseñanza, la edición, forman un con junto cuyas encuestas solamente revelan una pequeña parte. Aquí, más que en otros lugares, la ambición desfundar una ciencia del Estado se manifiesta no tanto en la apacible rutina de la vida académica como en una sucesión de crisis.., El malestar es tan profundo que la noción misma de crisis, consentida tanto por ios sociólogos como los economistas y los politólogos, no es muy manipulable. En un impresionante con ju nto com pleto,dialéctico, Edgar Morin puede escribir a ma nera de conclusión de un número de la revista Communications consagrado a «La noción de crisis»: *«La crisis del concepto de crisis constituye el principio de la teoría de la crisis». Se trata de un bello homenaje que el vicio (de la teoría sociológica) rinde a la virtud (de la historia). Más allá del concepto de crisis ¿deberá la sociología de la autodisoíucion esperar la autodisoíucion de la sociología para fundirse no en un libro o número especial de revista especiali zada, sino con la realidad social? Mi itinerario personal me lleva a responder afirmativamente a esta pregunta. La crisis del saber instituido para idear el concepto de crisis debería alentarnos a traducir tan correctamente como nos sea posible la estrategia de autodisoíucion de la política instituida. ¿Quién sabe si el Estado, habiendo llegado a su forma per 241
El Estado y el inconsciente
fecta —el Estado mundial, el mundo estatalizado— no podría prescindir de ese gran juego de la política instituida e inventar otro? La desaparición posible e incluso probable de las fronteras entre estados, su «deterritorialízación», así como la formación de bloques ya surgida, no dejará de influir sobre el contenido y la forma del inconsciente estatal. ¿Podremos, por lo tanto, verificar la profecía de Paul Lafargue: «Terminará el reino del inconsciente»? Nada menos seguro. Un Estado mundial supone una neo-religión de la Unidad planetaria, sumam ente ecológica, casi telúrica, cuyo inconsciente estatal de nuestra época, destinado a la creación de nuevos esta dos y a la lucha perm anente entre entidades estatales, sólo puede ofrecer «un envés apenas coloreado por la sombra que proyectan los acontecimientos futuros», para utilizar la fórmula de Gustav Meyring en La noche de Valpurgis, obra aparecida en 1917, año «valpurgiano» po r excelencia.
La instítucionaUzación de la revolución
pone la espada en la mano de sus ministros» (IV, p. 516). 4. Se podrá reprochar al presente análisis haber aislado, dentro de la masa de observaciones y de polémicas puramente teológicas de La institución cristiana, este Libro Cuarto que trata de la parte propiamente institucional de la doctrina calvi nista. Pero esta parte institucional se encuentra, de hecho, es trechamente ligada a las otras partes más metafísicas. Hablar de ios sacramentos, de los problemas de organización de la Iglesia y, finalmente, coronando la obra, abordar en sus detalles la cuestión de la organización social en general, no es, como sub raya el mismo Calvino, mezclar los temas o salirse de su espe cialidad. La finalidad total de este pensamiento corresponde a la finalidad totalitaria de la acción que la precede, la acompaña y la sigue, uniendo constantemente las dos génesis (social y teórica) del nuevo concepto de la institución cristiana; es decir, de la institución a secas. La originalidad de Calvino. consiste e,n haber tenido la suerte de producir una teoría coherente de la institución a'lo largó He una investigación de quince o veinte anos, habiendo tenido constantemente la ocasión de experi mentar o de llevar a cabo verificaciones empíricas de la teoría a posteriori. En este sentido Calvino es una de las figuras más antiguas y más prestigiosas de la investigación dentro de las ciencias sociales. Voltaire o Diderot aj hacer su trabajo de «consultores» 3eí rey de Prusia o de la zarina rusa, Rousseau al inspirarse en el ejemplo de Ginebra y al producir proyectos para Polonia o Córcega y el mismo Marx al intentar conjugar su enorme trabajo de teorización y el pesado proyecto de fundar, controlar y organizar la Internacional, no lograron efectuar tra bajos tan prácticos. Es en Lenin en quien se piensa a propósito de Calvino, el Lenin que alternaba la investigación teórica y la escritura crítica con la acción revolucionaria y, fjnajmen^ acción de estabilización y de normalización políticas. La para doja del Sabio que gobierna la Ciudad, propuesta por Platón, se ilustra aquí de manera trágica: habiendo llegado al poder (¿por qué?) y haciendo todo por conservarlo (¿por qué?), el Sabio no tarda en enloquecer.
El Estado y el inconsciente
Esta constatación no debe hacernos despreciar la aportación de la obra política y literaria de Calvino por lo que hace a la génesis del concepto de institución. Sin que él pudiera haber tenido conciencia de ello, el Liberador aparece en realidad como quien ha gastado lo mejor'de su energía en bloquear el^ movimiento que le había llevado ai poder. JLas contradicciones que~éTencarnó son las de la Reforma y también las de su tiempo en general. Lo que se desprende con mayor claridad de esta victoria de la institucionalizacíón sobre las energías anti-^ institucionales no es tanto el carácter fatal de la recuperación y de la normalización como la ineptitud radical para la superación manifestada por un movimiento revolucionario; ineptitud oca sionada por la falta de conocimiento y el rechazo de sus anali zadores. . . . ... , - Por analizadores, entiendo los elementos de la realidad social que manifiestan con mayor virulencia las contradicciones del sistema. Los analizadores constituyen en la sociedad el con cepto de negatividad tan apreciado y, al mismo tiempor igno rado por Hegel, que también los excluyó, aunque solamente sobre el papel, de su teoría sociológica. El marxismo, en ciertas épocas, pero sobre todo la corriente libertaria, han adquirido conciencia mucho más tarde de la problemática de los analiza dores a través de la cuestión del sub-proletariado, de la revuelta espontánea, «sin causa», del lazo entre delincuencia y subver sión, etc. Calvino, como Lutero y los demás líderes de la re vuelta, reaccionaron como hombres políticos, como propieta rios exclusivos del poder. Al hacerlo negaban no sólo la esencia de la nueva teología que intentaban oponer a la teología cató lica, sino también y sobre todo el movimiento sin el cuai ellos no habrían existido. Si los analizadores son destruidos, vencidos, recuperados, no por ello dejan de producir, durante su breve existencia, experiencias y proyectos que serán rescatados en fases ulterio res del movimiento social. Los desviacionistas del calvinismo no se contentan con prefigurar («con profetizar» podríamos decir) . la desaparición del fantasma teocrático y delirante de Calvino, 62
La instìtucionalizcición de la revolución
así corno la desaparición, más generai, del empuje protestante en tanto que fuerza anti-institucionaL También dejaron una herencia en el flujo de poblaciones expulsadas de Europa por razones religiosas o de apariencia religiosa, en el curso de los siglos siguientes; poblaciones obligadas a ir a conquistar espa cios aún libres ai otro lado del océano. Ahí experimentarán, en una vasta escala, las teorías sociales contenidas o justificadas por la doctrina protestante. En fin, al insinuarse en las sectas, en el movimiento filosófico y en los ensayos que cuestionaban el orden social, el espíritu del protestantismo radical, encarnado en todas las partes del movimiento que se niegan a la integra ción social o no la alcanzan, se encontrará en los orígenes, delv socialismo. Del proyecto de Calvino, qué queda sino un monu mento parala historia de las instituciones, un testimonio esen cial a nivel teórico acerca de la gran falla que, en el siglo XVI, ha partido en dos la génesis teórica del concepto de institución, aislando de un lado a los mantenedores de la institución, a los metafísicos de ia norma, del equilibrio social, de la estabilidad disfrazada de racionalidad, y de la otra a los partidarios de lo instituyeme, a los trabajadores de lo negativo, a quienes creen que las instituciones de este mundo pueden y deben ser inverti das como un guante. 2. La legislación sobre los clubs revolucionarios, 1848-1851 La legislación sobre los clubs revolucionarios, en el período que va de la revolución de febrero de 1848 al golpe de Estado del príncipe-presidente Luis-Napoleón Bonaparte, traza una de las curvas jurídicas.más .bellas de la instítucionalización como... negación del movimiento social* La curva va desde el reconocimiento de facto de la realidad revolucionaria hasta su abolición en nombre del nuevo dis curso. Se trata, en cuatro años, del equivalente del proceso de diez años que condirlo’de la toma de la Bastilla al golpe de Estado del 18 Brumario. Se podrá hablar de cómo la historia 63
El Estado y el inconsciente
nunca se repite pero se contenta con bostezar, de Napoleón el Pequeño reproduciendo con aires de farsa el drama serio de su tío; sin embargo las similitudes son sorprendentes y van más allá de los fenómenos de influencia directa o de la imitación voluntaria. «Una nueva era acaba de comenzar para Francia (...) quizá para el mundo entero», proclamaban sin ambages los redacto res del Recueil Sirey , en la introducción al sabio Recueil des lois et arrêts, del cual leeremos posteriormente algunos extractos. Una nueva era que no durará m ucho... El principio de la curva tiene lugar los días, 22^ 23 y 24 de^ febrero de 1848 con las entusiastas crónicas que el Journal officiel hace de las tormentosas sesiones de la Asamblea y de tos problemas que conlleva la instalación del gobierno provisional en el Hôtel de Ville. La sesión en cuyo curso el gobierno es elegido por aclamación, en la Cámara de Diputados invadida por la multitud, se asemeja a todas las asajmbleas geaexales rejygLucijan.arias que surgen en los grandes momentos de cambio de la historia: las reglas habituales quedan suspendidas bajo la presión popular. Se trata del club más disciplinado*^donde in cluso Lamartine, ídolo de las multitudes y dotado de una voz qué impone, es obligado a callar varias veces. Este tipo de reunión va a servir de modelo de funciona miento a los clubs, así como durante la primera revolución fran cesa. Los clubs parecen, pues, como prolongaciones hacia la base, en los barrios de París y en las ciudades.y pueblos del país, de la Asamblea nacional. El fenómeno podría haber sido tolerado durante algún tiempo por el nuevo poder si no hubiera habido interferencias entre el poder oficial de la asamblea de los diputados.y els / contra-poder de io s clubs.^ Cada vez que la jniciativa política ÿ * viene "cíe los clubs, la Asamblea y el gobierno provisional reac cionan. La primera vez, la reacción es favorable y paternalista. La manifestación de ios obreros frente al Hôtel de Ville, el 17 de marzo, tres semanas después de la caída de la monarquía, pro64
La institucionalizíición de la revolución
voca las felicitaciones del gobierno por ese «magnífico espectá culo». Pero cuando los obreros invaden nuevamente la sede del gobierno provisional, el 16 de abril, para presentar reivindica ciones políticas como la abolición de la>explotación del hom.bre.^ por el hombre y ía organización del trabajo mediante la asocia-; <^n7*aunque el gobierno renueva sus felicitaciones al pueblo y anuncia una fiesta que reuniría al ejército y a la guardia nacio nal, que tendrá lugar efectivamente el 20 de abril, desde el 19 se produce 1a proclamación gubernamental siguiente: «Ciudadanos, »La República vive de libertad y de discusión. Los clubs son una necesidad para 1a República y un derecho para ios ciudadanos. »Así, el gobierno provisional se felicitó al ver, en di versos puntos de la capital, congregarse a los ciudadanos para conferenciar entre sí sobre las cuestiones más eleva das de la política, sobre la necesidad de dar a la República un impulso enérgico, vigoroso y fecundo. »81 Gobierno provisional protege los clubs. »Pero para que su libertad, para que la revolución no se detenga en su gloriosa marcha, evitemos, ciudadanos, todo lo que pueda mantener en la opinión inquietudes graves y permanentes; recordemos que esas inquietudes sir ven,, de -alimen to a calumnias contrar re voIuciona rías y dan armas al espíritu de la reacción; tomemos, pues, me didas que, aTproteger ía seguridad pública, impidan los peligrosos rumores, las calumniosas alarmas. Si la discusión libre es un derecho y un deber, ía discusión armada es_ un peligro: puede convertirse en.opresión. Si la libertad de los clubs es una de las conquistas más inviolables de la revolución, unos clubs que deliberen en armas pueden comprometer la libertad misma, excitar a la lucha de las pasiones y provocar la guerra civil. »La mejor arma de la libertad es la libertad.»,
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El Es fado y el inconsciente
El 15 de mayo es la Asamblea nacional —y ya no ia sede del gobierno— la que es invadida en el curso de una manifestación en favor de Polonia, am enazada de desmembración. Los amoti nados proclaman un nuevo gobierno provisional, como el 24 de febrero. Es la furia entre los gobernadores y legisladores: no son partidarios de ia rotación de tareas que, en la práctica y la teoría revolucionaria, se denomina elj^rincipio de revocabilidad perm anente. El 22 de mayo los dos clubs más revolucionarios, el BÍanqui y.el Raspail, son disueltos. Comienza la represión. Vienen las jornadas de junio, la insurrección de los barrios populares, reprimida de manera sangrienta por el poder «repu blicano» y sus generales que han conquistado Argelia. Tres mil deportaciones. Encuesta parlamentaria que reconstituye el es cenario del miedo: las manifestaciones del 17 de marzo aún eran «manifestaciones populares»; las del 16 de abril ahora constitu yen <5.complot» (no obstante, estas manifestaciones habían valido felicitaciones al pueblo); las del 15 de mayo son califica das de «atentado»; y todo desemboca en las jornadas del 23, 24 y 25 de junio; es decir, en la «guerra civil». He aquí cómo se traduce la curva de la revolución social opuesta a la revolución política de la burguesía, tras la breve unión tangencial o asintótica (febrero-marzo) entre las dos revoluciones. El artículo primero del decreto del 28 de julio de 1848 dis pone: «Los ciudadanos tienen derecho a reunirse, conformán dose con las siguientes disposiciones.» Siguen dieciocho condi ciones, entre las cuales mencionaré: — declaración previa con notificación del nombre y domici lio de los fundadores, días y horas de las sesiones; — los clubs no pueden reunirse en edificios públicos; — prohibición de reunión para las mujeres y los menores de edad; — obligación de trazar una relación verbal de la sesión; — prohibición de discutir toda proposición contraria al orden público y a las buenas costumbres y de todo ataque particular; , — «Los discursos, gritos o amenazas proferidas en un club serán considerados como proferidos en un lugar público»; 66
La institucionalizcición de la revolución
— prohibición de comunicar de club a club; prohibición de toda afiliación; — el presidente y miembros de la mesa de los clubs son objeto de sanciones cuando un miembro del club lleve armas «visibles u ocultas» o transgreda las prohibiciones precedentes (llevar armas se castiga con tres a seis meses de prisión); etc. De cualquier manera, cuando sobre los pedazos de cadáve res de junio el orden vuelve a reinar, la Constitución puede perm itirse un lenguaje menos represivo. La del 4 de noviembre de 1848 (artículo 8) recuerda: «Los ciudadanos tienen derecho a asociarse, reunirse pacíficamente y sin armas, a hacer peticiones, a manifestar sus pensamientos por medio de la prensa y otros medios. El ejercicio de estos derechos no tiene más límites que los derechos o la libertad de los demás y la seguridad pública.» Pero el 13 de junio de 1849 estalla una nueva insurrección para protestar contra la negativa del gobierno a apoyar a la república italiana. Y llega el encadenamiento inexorable. Ley del 19 de junio: «Art. Io. El gobierno queda autorizado, durante el año siguiente a la promulgación de la presente ley, a prohibir los clubs y otras reuniones públicas que pudiesen compro meter la seguridad pública. »Art. 2o. Antes de la expiración de este plazo se pre sentará un proyecto de ley ante la Asamblea Nacional que, prohibiendo los clubs, regulará, el ejercicio del dere cho de reunión.» La ley del 6 de junio de 1850 conlleva la prórroga de la ley del 22 de junio de 1849 hasta el 22 de junio de 1851. La prohibición de los clubs se extiende a las reuniones electorales «que pudieran comprometer la seguridad pública». La firma de Luis-Napoleón Bonaparte, presidente de la República, aparece al pie del texto. 67
El Estado y el inconsciente
La ley del 2Í de junio de 1851 prorroga la ley de prohibición hasta el año siguiente. Finalmente, el decreto del 4 de diciembre de 1851, el día siguiente al golpe de Estado: \ j ¡
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«El ministro de la guerra decreta: »Art. Io. Todo individuo, cualquiera que sea su calidad, que sea encontrado en una reunión, club o asociación que intente organizar cualquier resistencia al gobierno o paralizar su acción, será considerado como cómplice de la ^ insu-rrección. »2. En consecuencia, será arrestado inmediatamente y entregado a los consejos de guerra que funcionan perma nentemente.
3. Tres ejemplos más recientes Veinte años después del reconocimiento del sindicato como forma equivalente a las otras formas sociales (1884), la unidad sindical se manifiesta en Francia por la institucionalización defi nitiva, a nivel de proyecto, del programa y, en consecuencia, de los modos de acción, del comportamiento político de todos los días. Cierto es que la carta de Amiens aún inscribirá el proyecto de abolición del salario, exigencia fundamental del movimiento comunista. Pero ya no se trata más que de escritos que algunos decenios se encargarán de borrar hasta que un congreso barra definitivamente esta huella molesta de la profecía inicial. Mala-_ .testa, el viejo anarquista, siente esto más profundamente que veinte laboratorios de sociología y vuelve a encontrar el vigor y la evidencia indemostrable de ios profetas. Durante el congreso de Amsterdam (1904) la C.G.T. pasa definitivamente del anarco-sindicalismo «salvaje» al sindicalismo revolucionario... institucional. Malatesta responde en estos términos a una inter vención de Monatte:
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dones para un nuevo soviet que, libremente electo, refle jará la voluntad de toda la población trabajadora y de la guarnición y no la de un puñado de comunistas insensatos. »Nuestra causa es la buena: estamos a favor del poder .de los soviets y no del de un partido; estamos a favor de la representación libremente elegida por las masas trabaja doras. Los soviets falseados, acaparados por el partido comunista, no han escuchado nuestras reivindicaciones y, a manera de respuesta, solamente hemos recibido tiros de fusil.» El Comité revolucionario provisional de Cronstadt. La respuesta, suministrada en este caso por Trotsky, será digna de Calvino: «Tirad sobre ellos como s í fueran conejos». Eso es lo que habría podido decir Mussolini, antiguo miem bro de la IIa Internacional, ante los problemas que le causaban no sólo la resistencia del movimiento obrero, sino también los excesos de entusiasmo de sus «camisas negras». «Hacer absor ber la ilegalidad por la Constitución» es (en la pluma de un dictador que se esforzó por sostener, una vez llegado al poder, una tesis sobre Maquiavelo) la fórmula más pintoresca dé la institucionalización vista desde el poder. Desde 1924, menos de dos años después de la marcha sobre Roma que le lleva al poder, cinco años después de la fundación del pretendido «anti partido» fascista, Mussolini se expresa en estos términos: «Al día siguiente de la marcha sobre Roma (...) se trataba de haber absorber la ilegalidad por la Constitu ción: se trataba de hacer entrar gradualmente, pero de una manera continua, dentro del lecho del río de la legali dad, el vasto torrente que había derribado los diques... »El problema más inmediato a que me debí enfrentar fue hacer regresar a casa a sesenta mil jóvenes que habían venido a Roma armados de los pies a la cabeza. (...) Di la orden de suspender las inscripciones al partido en tanto que se procedía casi diariamente a la disolución de grupos
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particulares y de federaciones enteras. (...) En el dominio social, mi política interior se esforzó y logró conciliar a las fuerzas necesarias para la producción, estableciendo la disciplina y la continuidad del trabajo. Habiendo disuelto la Cámara de manera regular, se procedió, dentro de los plazos prescritos, a llevar a cabo nuevas elecciones... »Todas mis manifestaciones políticas, desde el 6 de abril, se dirigían directamente a este fin; tendían a acele rar la entrada definitiva del Fascismo dentro del ámbito de la Constitución.» Y el 22 de noviembre, para poner punto final al caso Matteoti: «Me alegra constatar que, desde el cataclismo revolu cionario (pues resulta evidente que en 1922 tuvo lugar una revolución), hemos llegado a la fase que yo quisiera llamar de las pequeñas sacudidas. Los sobresaltos de rebelión con-., tinúan pero cada vez más lentamente,..hasta el punto en que se espera, se cree (y yo lo creo firmemente) que la época de un hundimiento total no se encuentra muy lejos.»
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IV. EL PRINCIPIO DE EQUIVALENCIA AMPLIADO La institucionalizado!! de las fuerzas sociales dentro de for mas que las niegan es el punto ciego de las ciencias sociales. La institución, como dice G^ojiadis, significa el desbordamiento constante de lo social-histórico en relación con lo que debiera conocerse en el dominio de las ciencias de la sociedad, cuya acepción menos reduccionista comprende también las ciencias llamadas naturales o de la vida. ¿Cuáles son las relaciones entre institución e institucionalización? Institución e institucionalización La institución, es el proceso mediante el cual nacen las fuer-.. zas sociales instituyentes que, a menudo, terminan por consti tuir formas sociales codificadas, fijadas e instituidas jurídica mente. £1 conjunto del proceso es la historia, sucesión, inter ferencias y mezcla de fuerzas contradictorias que funcionan tanto en el sentido de la institucionalización como en. el de la desinstitucíonaiización. Tanto en el sentido de la imposición, del re forzamiento, del mantenimiento de las formas como en el sentido de la disolución, de la desaparición, de la muerte de las formas. La parte del proceso de que rinde cuentas el concepto de institucionalización es la cara «positiva», constituyente, de lasx formas" y'dél fuego (cf. la charle de Malinowski) que garantizará la legitimidad, la duración de estas formas. Se trata del trasvase de lo instituyente en lo instituido. Es el rechazo operado sobre 73
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los analizadores socio-históricos por parte de la voluntad de esta bilización, de vuelta al orden..^ Previamente a los primeros trabajos prácticos de la ciencia política moderna, quiero hablar de la Revolución francesa, de la alternancia de las fases de institucionalizacíón y de desinstitucionalización, basada en la resistencia que los revolucionarios pue den oponer a las fuerzas del Antiguo Régimen en general y en particular a las nuevas fuerzas que, a lo largo de los meses y los años, buscan la institucionalizacíón a cualquier precio. El primer período de los Estados Generales ve cómo en unas cuantas semanas las fuerzas que actúan en pro de la desapari ción del Antiguo Régimen se desbordan. Estas fuerzas destru yeron el orden social, la separación entre los tres «órdenes» (o clases sociales institucionalizadas) que son la nobleza, el clero y el tercer estado; hicieron temblar el trono, destruyeron el sím bolo de la Bastilla, etc. interfiriendo con esas fuerzas, la volun tad de la burguesía, por fin autónoma gracias a la mayoría de ios diputados del tercer estado, se apresura a crear Ja Asamblea Constituyente, destinada a suministrar la carta, la Constitución que regulará las relaciones entre las clases sociales recién defini das. Por el momento la burguesía parlamentaria pretende re presentar, además de a sí misma, a la masa del pueblo. Y tra baja para desintegrar a la antigua clase dominante (nobleza y alto clero) agitada por la deserción (cambio de bando o princi pio de la emigración). La Asamblea Legislativa que sucede a ia Constituyente tiene por vocación aplicar en los múltiples dominios de la vida pública los principios proclamados por la Constitución; la cual, cruzada por las rivalidades y los conflictos internos de 1a nueva clase dominante, por 1a política de lo peor de la monarquía hasta el punto de verse frente a la guerra, enfrentada al movi miento popular que comienza a dudar del principio sacrosanto de Ia_delegación del poder (condenada por Rousseau) y de la división del poder (preconizada por Montesquieu) se considera ' feliz, al cábó de un año, por haber sido refrendada por la victo ria de Valmy. Robespierre, que como antiguo miembro de la 74
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Constituyente no tuvo derecho a presentarse a la Legislativa, espera su momento en el club de los Jacobinos. En su pequeña ciudad del Norte, Saint-Just escribe El espíritu de la Revolución , libro-trampolín como El Estado y la Revolución que Lenin escribirá durante la pausa entre febrero y noviembre de 1917. En septiembre de 1792, cuando se le elige para la Convención, tiene veinticinco años. Rousseau había muerto catorce años antes. La Convención, más que institucionalizar y legislar intentará tentará «desestabilizar» el equilibrio provisional del nuevo régi men. Finalmente resuelta la cuestión monárquica con la muerte del rey y la emigración de los pretendientes, j a Convención^ tie:ne las manos libres; en el interior, para someter las resisten cias realistas; en el exterior, para hacer la guerra a ultranza. Es el reino del Terror, de la política absoluta que demole todo ío que le obstaculiza. El pluralismo, el parlamentarismo, el sis tema representativo sobre el cual Condorcet había ejercido sus talentos matemáticos antes de pasar por la guillotina, dejan su lugar a la hegemonía del partido único. Parece que la obra de los primeros cuatro años de la revolución hubiese sido conde nada en la misma medida que la obra milenaria de la monar quía. Los intelectuales volterianos, montesquieuistas e incluso rusonianos que no habían querido eso, son guillotinados (Con dorcet, Chénier), se abren las venas (Chamfort), regresan a las prisiones de donde los había sacado la revolución (Sade) o se exilan (Chateaubriand). El gobierno ve cómo disminuye su base parlamentaria y cómo su base popular se va erosionando: la demolición generalizada se le impondrá a su vez mientras inten taba institucionalizar lo imaginario menos aceptable para la clase política: medidas en el sentido de una mayor justicia eco nómica, un sistema electoral más democrático y una religión de Estado que actualiza al mismo tiempo las teorías del Contrato social y del Emilio y los desvarios románticos de las Cartas al señor de Malesherbes. La fase que sigue (1794-1799) está ocupada por los últimos y vanos esfuerzos instituyentes de ios sobrevivientes del jacobi 75
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nismo (Babeuf) y por un hambre feroz de estabilización. En este clima más o menos equilibrado en cuanto a la guerra exte rior e interior, BonapM.t.e propone su figura de. árbitro, de ga rante de la revolución institucional: vuelta al orden, Código civil y, finalmente, establecimiento del Imperio. El efecto Mühlmann describe un aspecto de la institucionalización despreciado con demasiada frecuencia: el simulacro de realización del proyecto inicial acompaña forzosamente al fra caso de este proyecto. La aceptación del simulacro y su valora ción es, a medida que la p r o fe cía se aleja.,.una.labor doliente dei inconsciente, un producto de la imaginación que viene a llenar el hueco creado por el fracaso de la imaginación profètica. La segunda imaginación no es más «engañosa» que la primera, y la primera no es más «radical» que la segunda. Para la ideología habitual, la profecía de un movimiento social siempre es un anzuelo y la estabilización dentro de un conjunto de valores realistas siempre se considera como «verdadera». Inversa mente, cierto izquierdismo filosófico atribuye a la profecía el marchamo de imaginación radical o creativa y condena a la imaginación de la estabilización a la calidad de anzuelo. De hecho, si hablo de simulacro a propósito de la pseudo-realización del proyecto revolucionario en el discurso de la institucionalización es en tanto que concepto político que designa la con versión de lo instituyente en lo instituido y no en tanto que juicio moral sobre un mal uso de la imaginación por parte de algunos perversos hipnotizadores de imbéciles. Existe simula cro también en la profecía inicial, con sus profetas-histriones, sus líderes megalómanos, epilépticos o histéricos, sus ingenui dades, sus fantasmas y, sobre todo, sus mentiras proferidas, conscientemente o no, por los manipuladores que trabajan con tra lo instituyente en favor de lo antiguo instituido o de lo nuevo; de Mirabeau al pope Capón. El trabajo imaginativo que acompaña a la institucionalización (ese trabajo que sitúa su límite en el pensamiento político, desde Aristóteles hasta Marx) posee una base social que todo observador social del proceso (por ejemplo Trotsky en Nuevo
El principio de equivalencia ampliado Rum bo) caracteriza por el reclutamiento de una segunda gene ra don de «revolucionarios» o por la buroerátizació n cíe faTgeneración militante. Así pues, el movimiento es coronado por gen tes «serias y eficaces» o decapitado en sus mejores elementos. Todo ello concierne a un movimiento en proceso de institucio nalizarse. En seguida, el movimiento se extiende a años y gene raciones y se normaliza en fluctuaciones jurídicas menos espec taculares. Véanse los regímenes que se autodenominan «revolu cionarios» desde hace sesenta años: reino del Partido Comu nista en Rusia, reino del Partido Revolucionario Institucional (!) en México. Pero en nuestra época no faltan ejemplos de creaciones de nuevos estados o de bruscos cambios de regíme ‘0 '^' nes que muestran in vivo este proceso tanto en el plano de la ideología como en el de la base social. Esta última, hay que mencionarlo, no sólo comprende ai personal dirigente, sirio también al conjunto debelases sociales (o a la clase social) que se adhieren más o menos masivamente al nuevo régimen; el resto de la población se encuentra orillada ai silencio, a la resistencia pasiva, al exilio, a la disidencia, a la deportación o a la muerte': La nueva base social se encuentra ligada a un nuevo «ré^ parto de los beneficios» (ventajas políticas, sociales y, final mente, económicas) mediante un nuevo modo de producción o, a menudo, una nueva repartición de la riqueza colectiva. La base organizadora de las relaciones sociales disimula mal la realidad de la institucionalización, de lo antiguo que se reforma para subsistir mejor en los planos de la ideología oficial y de la base social que se supone ha obtenido la victoria: el «pueblo», el «proletariado», los «oprimidos», la «parte sana del país», etc. La organización es la huella del poder político tanto sobre el material social como sobre el saber social, tanto sobre los equi pamientos como sobre los ingresos, sobre las relaciones de tra bajo como sobre las relaciones de intercambio. Pero, ante todo, es la división del trabajo. La mayoría de los períodos de institucionalización de la época 'moderna muestran que esta división sufre un reacomodamiento de la preeminencia de la industria, de la «gran producción»; o, en
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las zonas de capitalismo periférico, en pro de la extracción de riquezas del suelo o del subsuelo (y frecuentemente de mano de obra). Desde que Tocqueville se dio cuenta, durante su emba jada en los Estados Unidos, de que la industria restablecía la desigualdad, la ideología del progreso unida a la modernización cíela base material ha tenido muchas dificultades para disimular sus despóticas empresas de institucionalización en el campo de la economía. La liquidación del campesinado y la extensión del trabajo en cadena para el proletariado aumentado por las anti guas masas campesinas es el efecto Mühlmann en el plano de la producción moderna. Los tres momentos del concepto de institución (universalidad de la ideología, particularidad de la base social y singularidad de la base material) permiten, más que una descripción, un'análisis explicativo. Tomando la distinción tan pertinente de Marx, es en el orden de la exposición, más que en el de la investigación, donde el instrumento dialéctico se maneja sin demasiada fantasía ni demasiados riesgos. La utilización de la teoría de los tres mo mentos muestra que la institucionalización es un proceso, una transformación, una lucha que concierne a todos los aspectos del fenómeno social y no solamente a uno, la ideología, como tende ría a hacer pensar "úna interpretación limitada y centrada en la profecía, el proyecto, lo imaginario. Pero, por total o totalizante que pretenda ser la descripción así obtenida, no suministra en el plano explicativo más que un nivel de interpretación suplementa rio en relación con las «explicaciones» corrientes en Historia, en Derecho, en Sociología o en Economía (y hasta en el Psicoanáli sis aplicado al campo social). Falta saber si ese nivel suplementa rio posee una coherencia y un dinamismo suficientes para justifi car la función que aquí se atribuye a la institucionalización. La institución no es una «cosa» (versión sociologista) ni un fantasma (versión psicologista), sino un proceso: el movimiento de las fuerzas históricas que hacen y deshacen la~s~formas'.' La' nivelación que supone la descripción de los tres momentos filosó ficos (universalidad, particularidad y singularidad) debe traspo nerse a un registro dinámico.
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3. la degeneración burocrática, 4. la pendiente fatal de la historia, 5. la evolución racional/natural del desorden al orden, etc. Ninguna de estas interpretaciones, sea de izquierda o de derecha, incluso cuando se basa en argumentos de análisis his tórico de acontecimientos nuevos mantenidos más o menos en secreto, nos dice cuál es la fuerza que dispara, autoriza o legi tima el cambio de forma, la modificación de las relaciones so ciales en pro de una estabilización, incluso y sobre todo si este cambio está orquestado por una ideología revolucionaria. Las interpretaciones de derecha evitan plantear en términos políti cos el momento crucial del proceso que constituye la institu ción. Estas interpretaciones son incapaces de trascender el pro ceso y oponen binariamente a instituyente, convertido súbita o progresivamente en «salvaje», «desorganizador», «ineficaz», «vendido ai adversario», etc., e instituido, convertido súbita o progresivamente en «racional», «necesario», «progresista». Este es el caso de las interpretaciones 4 y 5 de la lista esquemá tica que he propuesto. Por lo que hace a las interpretaciones de izquierda (1, 2 y 3), hacen funcionar el mismo dualismo, Invirtiendo los juicios de valor sea parcialmente (por ejemplo, Trotsky desde la oposición condena la acción política de Stalin, pero no la planificación o la liquidación de los campesinos), sea totalmente (por ejemplo, para la extrema izquierda o el anar quismo, el estalinismo es la inversión absoluta de la revolución soviética). Una vez más, y en las dos variantes de la interpreta ción de izquierdas, el momento crucial del proceso no se define en términos políticos. La visión moderada, a lo Trotsky, no nos dice cómo una política económica «justa» puede coexistir con una dictadura que ha «traicionado» la revolución. Y la visión extremista no nos dice cómo el oro puro se transformó en plomo vil. Cuando se supone que la profecía inicial reposa en la obra teórica de uno o varios pensadores geniales, como es el caso del socialismo «científico» y Marx y Engeis (después Lenin, des pués Stalin y más tarde Mao), la interpretación y los juicios de
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valor se desdoblan. El proceso ve cómo comparecen el partido, único o lá teoría única; o incluso ambos. La cuestión sigue sin resolverse y su formulación más simple sigue siendo incom pleta: ¿cómo actúan, por ejemplo, las fuerzas instituyentes, que en 1974 producen la metamorfosis revolucionaria de Portugal, para que dos años más tarde la institucionalización se haya convertido no sólo en el concepto clave de ios militaresrevolucionarios-teóricos del Movimiento de las Fuerzas Arma das, sino también y sobre todo en el movimiento real de las fuerzas políticas, tanto activas como pasivas? El argumento que invoca causas exteriores a la situación es muy importante en la medida en que esta invocación es una pieza clave de numerosos análisis. Este argumento es falso en lo que afirma y verdadero en lo que disimula. Este argumento consiste en lo siguiente: la revolución de 1917 en Rusia o la de 1974 en Portugal sucumbieron ante la presión del imperialismo, del capitalismo internacional, lo mismo que sucedió con la ex periencia socialista chilena bajo la presidencia de Allende, que debió doblegarse bajo el peso de la intervención de las multina cionales. El mismo tipo de razonamiento conduce también a decir, como ios bolcheviques, que la internacionalización de la revolución en Europa era la condición del éxito de la revolución en Rusia. Aho ra bien, de una parte, la ausencia de esta internácionalización no impide que los rusos y sus adeptos bauticen con el nombre de revolución el paso a un capitalismo de Estado efectuado por los bolcheviques. Y por otra parte olvidamos anotar que esta función preponderante del contexto mundial (sea por la intervención hostil del capitalismo monopolista mul tinacional o por la internacionalización del proceso revolucio nario) no tiene el mismo papel en todas las revoluciones. No tiene el mismo papel en las revoluciones anteriores a la de 1917: en 1789-94 la guerra interior y —sobre todo— exterior es tan amenazadora como en 1917-20 en Rusia; en 1848 no hay ame naza exterior directa; al contrario, existe una internacionaliza ción de la revolución en Europa, lo cual, sin embargo, no hace más lenta la caída del movimiento revolucionario en Francia y 81
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en el resto de Europa; en 1871, la Comuna es cercada por las tropas prusianas y combate todos los días con ios versalleses. Pero igual que en 1789-94, a nadie se le ocurre imputar princi palm ente ei fracaso a la presión extranjera. Por lo que respecta a las revoluciones modernas, si bien manifiestan la función de las causas exteriores, están muy lejos de «probar» la preemi nencia absoluta de estas causas. La cuestión de la intervención extranjera dominó la guerra civil española; las «democracias» intervinieron militarmente en una escala mucho menor que la Alemania nazi y la Italia fascista; no obstante, en el período 1936-37 se desarrollan las experiencias de colectivización a una escala y con una intensidad que dejan muy atrás las demás experiencias revolucionarias con excepción de la Comuna de París. Én cuanto a la revolución cubana, bate todos los récords de «presión imperialista»: se trata de un país minúsculo situado entre las garras del águila americana, de una provocación inso portable pero soportada; la única intervención considerable, si exceptuamos la exigencia aceptada de retirar los misiles rusos que apuntaban hacia los Estados Unidos, fue la bufa expedición abortada de la bahía de Cochinos. Invocar primordialmente las pretendidas causas exteriores para explicar el hundimiento total o la institucionalización de un movimiento revolucionario, equivale a suponer que el pro ceso revolucionario no se desarrolla más que en tanto que es tolerado por parte de una potencia imperialista o por un bloque de potencias imperialistas; equivale a decir que solamente los errores de la C.I.A. confirieron una larga vida a la revolución cubana y que sólo los errores de la K.G.B. permitieron la breve pero intensa «primavera de Praga», sin mencionar el aún más breve otoño húngaro de 1956. Dicha visión no solamente es m^anicista, sino que además hace abstracción tanto de la sin gularidad de ésta o aquella situación política interior como del movimiento de resistencia y de lucha (que no cesa jamás com pletamente) contra las fuerzas y las formas de opresión en el mundo. Por el contrario, lo que hay de cierto en ese tipo de explicación 82
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se refiere a la ausencia de definición en el funcionamiento de este tipo de complot internacional permanente contra la revolu ción, de la misma naturaleza que la Santa Alianza, cuya exten sión y medios no dejaron de aumentar a partir de 1815. Lo que no se encuentra definido es la internacionalización de la reac ción ante la internacionalización del movimiento revoluciona rio. Cuando los politólogos creen aportar esta definición se con tentan* por lo general, con invocar al capital, al reino de la mercancía, a la hegemonía de las multinacionales, en una pala bra, a la universalidad del sistema económico predominante. Esta explicación frecuentemente no se aplica a la represión de los movimientos revolucionarios dentro del bloque de los países socialistas: el economicismo tiene sus límites, que son las fron teras entre el bloque capitalista y el bloque socialista. Como si el reino de la mercancía se detuviera en el muro de Berlín... La interpretación habitual, con sus variantes de izquierda y de derecha, se caracteriza por el ocultamiento de lo político. ¿Por qué, tanto en el Este como en el Oeste, actúan fuerzas, contra todas las tentativas revolucionarias? ¿Para restablecer el equilibrio existente? Aunque" haciendo un poco de cienciaficción se invoque una Santa Alianza entre la C.I.A. y la K .G .B ., la verdadera explicación aún está lejos. Pues el modelo que permite colocar una tapadera siempre idéntica, sobre el cazo de las revoluciones, un modelo universal, ecuménico, fuera de toda discusión y que hunde las,raíces de su evidencia en nue stro inconsciente, es el modelo estatal. ; ¿En qué sentido ocultan la verdad las explicaciones economicistas habituales? En la medida en que anteponen el princi pio de equivalencia restringido a la mercancía, y no el princi pio de equivalencia ampliado antes del conjunto de formas so ciales. : El principio de equivalencia-fue creado por Marx basándose en la economía política de los siglos XVII y XVIII. El valor de \ las mercancías se mide por el tiempo de trabajo socialmente ; necesario p ara la producción de la mercancía en cuestión. Se:s trata de valor de intercambio, abstracción del valor de uso. La
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forma general del valor, el equivalente de todas las mercancías, es el dinero. La manera extremadamente matizada con que Marx explica la ley del valor confiere a los primeros capítulos de El Capital una merecida fama. Las críticas de derecha referentes a esta explicación no nos interesan. Marx respondía anticipadamente a la principal de estas críticas, surgida de la escuela marginalista, al demostrar que el sistema de necesidades estaba regido por la lógica de la producción y no por la opinión de los consumidoreg. Por el contrario, diversas críticas de izquierda contri buyeron a relativizar la síntesis marxista mostrando que peca a menudo de exceso de economicismo. Para comprender el paso del principio de equivalencia restringido al principio de equiva lencia ampliado debemos mencionar algunas de estas críticas y, tal vez, aportar otras nuevas. Se pueden perdonar a Marx ciertas vacilaciones acerca de la primacía del valor de intercambio si tenemos en cuenta la época en la que escribió y la estrechez de opiniones de la «ciencia» a que se refiere al mismo tiempo que la ataca: la economía polí tica. Por ejemplo, en el capítulo primero cree poder descubrir valores de uso «puros» no contaminados por el valor de inter cambio: «Una cosa puede ser un valor de uso sin ser un valor. Esto sucede cuando la cosa es útil al hombre sin el intermedia rio del trabajo humano. El aire, un suelo virgen, las praderas naturales, los bosques que crecen libremente, entran dentro de esta categoría.» Sin invocar los análisis de tipo ecológico, ya clásicos, y que muestran que la naturaleza no es esa cosa neutra que espera pacientemente que el hombre venga a violarla para hacer de ella una «fuerza productiva», podemos decir que ni el aire, ni el suelo virgen, ni las praderas-naturales ni el bosque " herciniano o lo que de éste queda en los países «avanzados» podrían escapar a la ley del valor. Para no hablar del agua, curiosamente olvidada en la enumeración poética de Marx. Desde Marx a Lenin y hasta Kruschev, la idealización del pio nero americano es la misma: este, fuerza de trabajo «virgen», tiene ante sí una naturaleza que el Creador le brinda sobre un 84
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plato y de la cual no tiene más que servirse, todo dentro de una atmósfera puritana sin ley deí valor. Las tiras cómicas al estilo de Lucky Luke, al mostrar a esos puros pioneros dedicados a la competencia más desleal, son mucho más marxistas que esta ro binsonada. La crítica del sistema de necesidades se limita, según Marx, por medio de la doctrina que le hace ver en el trabajo el instru mento de medida de todo valor. Satisfacer una necesidad perso nal permite, según él, escapar a la ley del valor, porque la M' producción obtenida de esta manera no puede servir a otro, no ^ es social. Pero ¿qué producción personal del hombre, inclu- "-• yendo su sudor y su moco, puede desprenderse así de todo carácter social? Hasta eso a que se refiere la expresión «satisfa- ^ cer una ^mjnentemente influido por la ' sociabilidad, aunque sólo fuera por el nivel de la educación de los esfínteres en la temprana infancia, las costumbres,'la hi giene, el precio de los alquileres y la codificación de las necesi dades fisiológicas mediante la división de la jornada en tiempo de trab ajo , tiempo libre y tiempo forzado... ■ Este tipo de crítica de la concepción marxista del valor ha conducido a la noción de valor-signo, es decir, a extender la huella del elemento social hacia la mayor parte del dominio pretendidam ente personal o «tierra virgen» sostenido por Marx. El consumo es consumo de signos y la producción fun ciona con vistas á multiplicar hasta el infinito los signos suscep tibles de venderse, de presentarse en forma de mercancía; al mismo tiempo que todas las mercancías se con vierten, en signos (Baudrillard). Ahora bien, constatamos que si bien Marx pre- vio, desde las primeras líneas del Capital, el nacimiento d e l » marketing («los valores de uso de las mercancías suministran la ¿x materia de una ciencia especial: el conocimiento de las mercan- sicías») observando con gran fineza en nota que «en la sociedad £3? burguesa domina la ficción jurídica consistente en que to d o ^ ? hombre, desde el momento en que se convierte en comprador, posee un conocimiento enciclopédico de las mercancías»; por el contrario, ignoraba completamente la posibilidad del merchan 85
El Estado y el inconsciente dising , «conjunto de métodos y de técnicas que concurren para dar al producto una función activa de venta por medio de su presentación y su medio ambiente a fin de optimizar su rentabi lidad» (según Alain Weühoff, Léxico del comercio moderno , 197?) j 0¿ja ja teon'a ¿g [a mercancía como signo y del signo como valor último está contenida en esta definición del merchandising, y con ella los límites de la teoría marxista. Las relaciones insuficientemente precisas que Marx esta blece entre el valor de uso y el valor de intercambio se fundan, sin duda, en su incierta teoría de las necesidades: aunque estas necesidades son atribuidas a la producción y no al consumo (en particular en los Grundrisse), Marx reserva, no obstante, una parte para lo que es «personal», no social. Molesta distinción que carece de la claridad de la distinción aristotélica entre eco nomía (producción doméstica con vistas al consumo doméstico) y crematística (producción para el intercambio comercial y, en consecuencia, excedente). Marx puede criticar la teoría aristo télica del valor explicando sus «límites históricos» mediante la situación social de la producción en la época de Aristóteles; sin embargo, la distinción entre economía y crematística es más pertinente que la distinción entre necesidades personales y ne cesidades sociales- Pues si bien la distinción marxiana obliga a relativizar la ley del valor, la de Aristóteles no la modifica en absoluto: necesidades domésticas satisfechas domésticamente y producción de un excedente comercíaiizable; pertenecen ambos al reino del valor, al reino de lo social. La ideología ecologista y ciertas observaciones surgidas de esa corriente aportan numerosas pruebas a la tesis que aquí presento. La «naturaleza» de los ecologistas no escapa al ele mento social ni a la mercancía; las «necesidades personales» en la alimentación «biológica» están tan mediatizadas por la cul tura y el medio social que las «necesidades de masa» son satisfe chas por los apocalípticos pollos criados en jaulas en serie. El com bate ecologista manifiesta, bajo su aspecto de crítica radical (de la contaminación social tanto o más que de la contamina ción natural), una toma de conciencia muy lúcida en relación
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