P. Gumersindo Díaz sdb
s a g i p s E
en el camino
as g i p s E o n i m a c l e en Dedicatoria A mis padres, Juan Francisco y María Agustina, que me dieron el gran regalo de la vida y el super regalo de la Gracia de Dios, vivida al pie de la cruz de Jesucristo. A mis amigos en la fe, que me dieron alas de ángeles para vivir mi sacerdocio con amor infinito.
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P. Gumersindo Díaz sdb
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Espigas en el camino
Primera Edición: 2500 ejemplares “Con la debida licencia eclesiástica” ( Nihil obstat )
S. Em. R. Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez Santo Domingo. R. D. S. E. R. Mons. Antonio Camilo González - La Vega. R. D. S. E. R. Mons. Diómedes Espinal de León - Mao-Montecristi. R. D.
Puede imprimirse Muy Reverendo P. Víctor Pichardo Moronta sdb Inspector Antillas. Enero / 2012 ISBN : 978-9945-00-494-6 Todos los derechos reservados. Editor y Diagramación: P. Gumersindo Díaz sdb
Editora Corripio. Santo Domingo. R. D. Impreso y hecho en República Dominicana
Otras obras del autor: 1. Manantial : Diciembre / 2000 2. Remanso Místico: Abril / 2008 3. Setenta Homilías: Julio / 2009
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Espigas en el camino “En aquel tiempo pasaba Jesús por los sembrados. Sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas”. Mateo 12, 1. “Aprendan de los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo les digo que ni Salomón en toda su gloria se pudo vestir como uno de ellos”. Mateo 6, 28-29.
“La cizaña sigue en el mundo, pero el grano bueno no ha sido sofocado por la siembra del mal”. Benedicto XVI. 3
Aprobación de Su Eminencia Reverendísima Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez No. 41.670/2011
5 de Julio, 2011
Reverendo Padre Gumersindo Díaz, sdb Parroquia María Auxiliadora Jarabacoa, R. D. Apreciado P. Gumersindo: En respuesta a su solicitud, tengo a bien comunicarle que en su obra: “Espigas en el camino”, que el censor ha calificado como “libro fino y sutil de espiritualidad que hace pensar”, nada hay objetable desde la fe, por lo tanto puede colocar en lugar destacado: “Con la debida licencia eclesiástica”. Aprovecho la oportunidad para saludarle con una especial bendición. + NICOLÁS DE JESÚS CARDENAL LÓPEZ RODRÍGUEZ Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo Primado de América. NJCLR/ap 4
Aprobación de su Excelencia Reverendísima Mons. Antonio Camilo González P. Gumersindo Díaz, agradezco sinceramente el que usted haya tenido la confianza de permiterme leer la obra que usted prepara, titulada “Espigas en el camino”, y que usted mismo define como “un recorrido por el calendario de mi vida, resaltando las personas y las cosas que me han ayudado a vivir mi fe y a expresar mi amor a Jesucristo. Este libro es mi propia biografía, no de lo que yo soy, sino de lo que yo encontré en mi camino, y reconozco que los santos, las personas amigas, y las bellas experiencias vividas, han alimentado mi espíritu, haciendo de mi vida una aventura emocionante”. Su obra es un regalo de Dios para nosotros, al cumplir los 40 años de su ordenación sacerdotal. En este libro, el autor se manifiesta como un maestro, poeta, artista, apóstol, misionero, contemplativo y místico. Expresando sus sentimientos con sencillez y humildad, pero con el resplandor de la sabiduría que viene de lo alto, sazonada por la experiencia de más de cuatro décadas de ministerio, dondequiera que la fuerza del Espíritu lo haya conducido. Claramente se percibe que no es usted el protagonista de la obra, sino Dios, que con su inmenso amor le guía y le ha hecho partícipe de su misión salvadora. Me admira descubrir que el hilo conductor de su vocación y ministerio en este libro, sea la Palabra de Dios, y más concretamente la Persona de Jesús, siguiendo sus huellas, plasmadas en el Evangelio, en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas de san Pablo; que se hacen presentes en la vida diaria del cristiano, por el misterio de la cruz, la celebración de la Eucaristía y los sacramentos, en la persona y vida de los santos y amigos en la fe, que han significado 5
mucho para usted, su alegría sacerdotal, y porque le han dado sentido completo a su vida y entrega ministerial. Son vuelos místicos del P. Gumersindo Díaz, una gloria para los hijos de Don Bosco, y un obrero infatigable para la Diócesis de la Vega, en los 500 años de su fundación, recientemente celebrados. Señalo aquí algunas expresiones suyas que me han llegado al corazón... ** “Cuando El me sonríe, quita alguna pena de mi alma. Cuando yo le sonrío, le quito alguna espina de su corona”. ** “Amarle como le amo, ha sido la dicha más grande de mi vida”. ** “Mis diálogos con Jesús son muy hermosos, y siempre me siento feliz al saber que soy parte de su vida redentora”. ** “A veces me parece que voy a ser arrebatado, como Elías, por el carro de fuego de su amor”. ** “El amor purifica la fidelidad, y responde a todo interrogante que brota de la debilidad humana”. Invito a todos a que lean con interés este libro, y recojan con cuidado las espigas en el camino, del trigo que usted ha sembrado en más de cuarenta años de vivencia sacerdotal. Al felicitarlo por la publicación de esta obra, pido a Dios que los jóvenes que la lean, descubran el tesoro de la vocación para seguir a Cristo y servir a la humanidad. La Vega, 11 de Agosto del 2011, festividad de santa Clara de Asís. +ANTONIO CAMILO GONZÁLEZ Obispo de la Vega. R. D. P. D.: Decreto adjunto. Libro de Facultades y Licencias: No. 1 Folio 98 6
No. 381.
Aprobación de su Excelencia Reverendísima Mons. Diómedes Espinal de León He aceptado muy gustosamente el honor de escribir estas sencillas y humildes líneas de presentación, porque creo en la marcha del mundo, de la Iglesia y de cada persona, y creo en las “Espigas en el camino”. Jesús y sus discípulos caminaban por los sembrados, y los discípulos comían espigas de trigo...sentían hambre. Este bello pasaje del Evangelio sirvió de inspiración al P. Gumersindo Díaz SDB para escribir su cuarto libro titulado “Espigas en el camino”. Este hermano nuestro nos relata en su libro ese camino que emprende desde su casa y su familia, siguiendo su trayectoria en la Iglesia, y sobre todo, en su Gran Familia Salesiana. Nos narra cómo ha caminado acompañado de Jesús, María, los santos, sus hermanos de Congregación, y de muchas personas que le han servido de apoyo y motivación, para no volver atrás en su largo camino. Pero no sólo ha encontrado la compañía espiritual y humana sino también ha sentido la compañía del dolor, del sufrimiento, de la angustia y tribulación que le han servido para reconocer sus limitaciones humanas y la fortaleza del espíritu, pero todo esto visto desde la fe, y desde Jesucristo, como Salvador liberador, y fuente de esperanza para cuantos confían en Él. “Espigas en el camino” es una bella obra que recoge la experiencia humana, familiar, eclesial, pastoral y sacerdotal del autor. Este trabajo del P. Gumersindo, más que ser un libro para ser leído como obra literaria, es más bien una obra para meditarla, cada uno desde su propia experiencia de vida y de fe. Cada lector podrá encontrar la ayuda para caminar junto a Jesús y los demás, 7
y ver las espigas doradas o secas, que hay a lo largo de su peregrinar para la vida en la ruta que haya descubierto y elegido. Como nos dice el Padre Gumersindo, interpretando al apósto Pablo en su carta a los Col. 3, 9b-15: “Hasta ahora cada uno ha vivido como le dicta su naturaleza, y por supuesto, con muchas posibilidades de equivocarnos”. Felicito al P. Gumersindo Díaz SDB por este esfuerzo que, por supuesto, le habrá costado muchas horas de trabajo, pero que será de mucha ayuda a aquellas personas que quieran vivir una vida con Dios, dejando el mundo atrás para caminar con Jesús, iluminado por la experiencia de un sacerdote llamado a la santidad, con deseo de ser santo, para invitar a otros a seguir su marcha hasta el final. Que estas “Espigas en el camino”, las reciban como un regalo de amor de las mismas manos del autor en el atardecer de su vida, con el cansancio del camino, pero con la alegría y la esperanza de alcanzar la meta, y encontrarse con el Amigo, con el cual ha caminado por largos años. “El que persevere hasta el fin será salvo”. !Ánimo y adelante! El camino está hecho y la espiga en flor. Mao, Valverde. 29 de Agosto del 2011 + DIÓMEDES ESPINAL DE LEÓN Obispo de Mao-Montecristi. R. D.
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Permiso y Comentario del Rvdmo. P. Víctor Pichardo Moronta Inspector Antillas Santo Domingo, 16 de Agosto del 2011 Aprovecho esta fecha memorable para los Salesianos y toda la gran Familia Salesiana, en que recordamos el natalicio de san Juan Bosco, Padre y Maestro de la juventud, para felicitar al Padre Gumersindo Díaz por este nuevo libro: “Espigas en el camino”. Al leer estas páginas, escritas de manera clara y sencilla, llenas de mensajes de esperanza, de meditaciones que son el resultado de la escucha atenta y constante de la Palabra de Dios, sin duda que constituyen un chorro de aire fresco y puro que ayudará al que las lea con atención a elevar el espíritu, y a ver la vida cotidiana, aún en medio de dificultades, con fe y optimismo. Nuestras felicitaciones al P. Gumersindo por este hermoso regalo. Esperamos que pueda llegar a las manos de muchos de nuestros jóvenes, y al corazón de tantos hogares sedientos de una palabra de aliento y de una luz para el camino. Unidos en Don Bosco Santo, P. Víctor Pichardo Moronta SDB Inspector
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Comentario del P. Angel R. Soto Ex-inspector Antillas “Espigas en el camino” Profundas y bellas meditaciones que reflejan el alma limpia de un sacerdote “espiritual” y que harán gustar a muchas personas a san Pablo y el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Me gustó mucho en esta ocasión el optimismo que derrocha el autor, y el deseo manifiesto de resaltar lo positivo y facilitar a sus lectores unas páginas que alimentan el espíritu. Quiero resaltar algunos capítulos que me encantaron por lo novedoso y lo profundo. - El don de la vida ( 26-28 ). - El suceso de Malta y su explicación ( 53 ). - La relación salvífica entre judíos y paganos, y viceversa ( 57 ). - La Eucaristía, !hermoso! ( 147-152 ). - La fe y los milagros y la comparación entre las multitudes y el Papa. Y las grandes masas y los “milagreros”. Así también la delicadeza de la presentación del P. Emiliano Tardif y la razón de su ministerio ( 217 - 226 ). Agradezco al P. Díaz este nuevo regalo, más profundo, más espiritual y más maduro. P. Angel R. Soto sdb Maestro de Novicios Jarabacoa, R. D. 13 de Julio, 2011. 10
Indice
1-Introducción. --------------------------------------------- 2-Jesucristo, regalo del Padre. ---------------------------- 3-La voz de Dios. ------------------------------------------ 4-El Dios en quien yo creo. ------------------------------- 5-Mi Dios en silencio. ------------------------------------- 6-El don de la vida. ---------------------------------------- 7-La aventura de vivir y de creer. ------------------------ 8-San Pablo, apóstol de Jesucristo. ---------------------- 9-Fidelidad al Evangelio. ---------------------------------- 10-La Palabra de Dios compromete. --------------------- 11-El ciego de Jericó. -------------------------------------- 12-Necesitamos credibilidad. ----------------------------- 13-Los Hechos de los apótoles. -------------------------- 14-La cruz. -------------------------------------------------- 15-Liberados en Jesucristo. ------------------------------- 16-La Eucaristía. ------------------------------------------- 17-Adoración Eucarística. --------------------------------- 18-La muerte, paso hacia la vida. ------------------------ 19-El largo camino. ---------------------------------------- 20-La corriente del río. ------------------------------------ 21-Caos continental. --------------------------------------- 22-Cirugía del cuerpo y cirugía del alma. --------------- 23-La mujer, corona de la creación. --------------------- 24-La verdad oculta. --------------------------------------- 25-Los sistemas maltratan. -------------------------------- 26-San Juan Bosco y la santidad. ------------------------ 27-Beatificación de Cefereno. ----------------------------
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28-Si pudiera. ----------------------------------------------- 29-Al caer la tarde. ----------------------------------------- 30-Al final del camino. ------------------------------------ 31-La fe y los milagros. ----------------------------------- 32-La tercera edad. ----------------------------------------- 33-La seguridad. -------------------------------------------- 34-Al ritmo de la noche. ----------------------------------- 35-Apoyado en el testimonio de los santos.------------- 36-Amigos en la fe. ---------------------------------------- 37-Atardecer. ----------------------------------------------- 38-Orugas en busca de alas -------------------------------
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Introducción El mundo es un gran campo, lleno de frutos hermosos. Nuestros senderos se adornan con una siembra preciosa, enriquecida por la gracia de Dios. A veces nos toca caminar por tierras duras y pesados desiertos, pero nuestros ojos siempre tropiezan con flores en el camino, con espigas maduras que nos alimentan y nos fortalecen en nuestro largo viaje hasta la casa del Padre. Cuando vemos el mundo con alma de niño, y al mismo tiempo, estamos enamorados de Dios, experimentamos tantos milagros y tantas cosas hermosas, que hasta nos olvidamos de que vivimos en un valle de lágrimas, porque el mundo, desde la perspectiva de Dios, es mágico y es hermoso. “Espigas en el camino” es como un recorrido por el calendario de mi vida, resaltando las personas y las cosas que me han ayudado a vivir mi fe y mi amor a Jesucristo. Este libro es mi propia biografía, no de lo que yo soy, sino de lo que yo encontré en mi camino, y reconozco que los santos, las personas amigas y las bellas experiencias vividas, han alimentado mi espíritu, haciendo de mi vida una aventura emocionante. “Espigas en el camino” son todas esas cosas bellas que vivimos, horas felices que llenan nuestra existencia, victorias que coronan nuestros esfuerzos, pensamientos agradables que llenan de bálsamo nuestro espíritu, decisiones dichosas que nos marcan para siempre y las personas que nos han apoyado con su testimonio. Nuestro cansado mundo, llamado pobremente “valle de lágrimas” tiene siempre un lado hermoso, desde donde podemos contemplar que esa tierra dura y llena de espinas, guarda siempre una gran cantidad de flores y frutos hermosos, espigas de todo tipo de alimento que nos nutren en el camino, y que nos ayudan a ver la vida 13
como un sueño cargado de esperanzas y buenos deseos, un sueño del que no queremos despertar nunca. Por eso nos cuesta tanto morir, porque la vida, en el fondo, y en la grandísima mayoría de los casos, sigue siendo positivamente hermosa. “Espigas en el camino” es todo aquello, positivo o negativo, que ha facilitado nuestro andar, y que ha iluminado tanto nuestra existencia que ya no podemos distinguir las sombras, porque todo nos parece lleno de luz y de armonía. La grandeza de venir a este mundo y el desafío de ser bautizados, mantienen en nuestros ojos una mirada tan feliz que nos hace vivir enamorados de Dios y de la vida para siempre. El autor
Tengo sed
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Jesucristo
- regalo del Padre Después de tomar conciencia de mi vida, de la riqueza de mi existencia, el primer regalo que pude experimentar con verdadero gozo, fue la figura de Jesucristo, el cual, antes de que yo pudiera comprenderlo, ya había arrebatado mi vida hacia dimensiones insospechadas y aventuras que rompían las fronteras del infinito. Nacer en una familia cristiana ha sido una verdadera dicha para mí. La vida me concedió el don de crecer en una familia que realmente vivió de fe, que amó a Jesucristo con verdadera locura espiritual. Mis padres, Juan Francisco Díaz y María Agustina Díaz, dedicaron la plenitud de sus vidas a la espiritualidad franciscana en la tercera orden de san Francisco de Asís, y dirigieron dos centros de catecismo, del año 1940 al año 1958, apoyados por los padres del Santo Cerro. Esos dos santos de Dios, trasmitieron a nuestra familia una increíble experiencia de fe y de amor a Dios. Una vez que yo entré al Seminario y abordé la vivencia de la consagración religiosa, me fue fácil seguir el camino de la cruz de Cristo y amar a Jesús con un amor indestructible, porque la huella de fe que yo heredaba, había llegado a lo más hondo de mi ser. Lo que yo viví en mi formación espiritual tenía su origen en mi casa, en mis padres, de quienes estoy eternamente agradecido. Ellos grabaron en mí un amor y una esperanza cristiana tan grande que nunca me permitiría dudar de mi fe, ni cuestionar mi camino en la vida. Para oír Misa en el Santo Cerro, a unos 18 kms. de distancia, nos levantábamos a las 2:00 de la madrugada y caminábamos toda esa distancia a pie y descalzo. Sin embargo, ese duro viaje era un verdadero gozo para todos nosotros. Ir a Misa era un verdadero día de fiesta. Dios se merece todo, y nosotros lo habíamos comprendido a la corta de edad de 10 ó 12 años. El 4 de Julio del año 1937 yo recibí el agua del bautismo, entrando así a la feliz experiencia cristiana. Ese fue el regalo más grande que 15
he recibido en toda mi existencia humana. A pesar de las pequeñas sombras que marcaron mi vida, el largo camino de luz y de felicidad que le ha dado éxito a mi vida, se debe a la misericordia infinita con que Jesús ha acompañado todos mis proyectos y mis hermosas ilusiones. Leer el Evangelio, escuchar los relatos de la Pasión y Muerte de Jesús fue siempre algo que ha invadido todas mis emociones, todas mis metas, y algo que me transporta a vivirlo a plenitud. El 29 de Marzo de 1970 fui ordenado sacerdote de Cristo. Celebrar la Eucaristía me hace sentirlo vivo y le estoy eternamente agradecido por estos cuarenta y un años de sacerdocio que he pasado consagrando su Cuerpo y dándolo en alimento al pueblo de Dios. El y yo, en mi largo camino. Sus huellas son mis huellas, su amor es mi amor. Cuando El me sonríe, quita alguna pena de mi alma. Cuando yo le sonrío, quito alguna espina de su corona. Como los ríos cantan la gloria de Dios al recorrer las montañas, yo siento que mi vida es como un río que canta el amor del Señor, sobre todo esa sublime expresión de su Sangre derramada en la cruz. Seguir a Jesucristo, amarle como le amo, ha sido la dicha más grande de mi vida. Ese amor que El ha depositado en mí, ese apoyo que El me ha dado en cada momento, ha hecho de mi vida una verdadera canción, un pedacito de cielo en la tierra. He encontrado en Él un gran descanso, y la paz que siempre he disfrutado, la voy bebiendo en el manantial del altar. Siento que Él es mi verdadero dueño, y creo que Él me tiene en el mundo para testimoniar con mi vida, su presencia y su amor en todos nosotros. Pronuncié mis primeros votos de entrega a Dios el 16 de Agosto de 1960, y en estos 50 años de profesión religiosa he experimentado una gran adhesión a Él, como si estuviera clavado en su cruz, o sentado en la tumba que se abrió en su resurrección. En mis grandes horas de dolor, aunque le amaba con todo el corazón, me atreví alguna vez a hacerle alguna pregunta, cuya respuesta sólo fortaleció más mi unidad con Él. (Repito las dos 16
últimas estrofas de la poesía “Horas difíciles” que viene en este libro en las páginas 192-193, tratando el significado del dolor ). “En una de aquellas tardes, con la confianza de un hijo, le pregunté al crucifijo, ¿Dónde te escondes, mi Dios? Él revivió su corona, sus clavos y su agonía, y con dulzura me dijo: Donde se sufre, estoy Yo. Entonces tomé mi cruz en mi marcha cuesta arriba y comprendí que mi vida tenía una razón de ser, mientras pudiera ofrecer las horas de mi agonía. Yo cantaba, yo reía, era un nuevo amanecer”. De ordinario, mis diálogos con Jesús son muy hermosos, y siempre me siento feliz al saber que yo soy parte de su vida redentora; sobre todo, al saber que he podido aportar mi granito de arena para proclamar su nombre y su reino de amor. “Mientras haya una gota de luz...para verte mientras haya una gota de amor...para amarte mientras haya una gota de paz...para estar contigo, será bello vivir a tu lado...Jesús, mi amigo. Mientras pueda encontrar tus pisadas...en mi camino, mientras pueda saber que mi vida...es toda tuya, mientras sienta que tú estás presente...y estás conmigo, será bello vivir a tu lado...Jesús, mi amigo. Mientras haya un poquito de fe...junto a la cruz, mientras quede un poquito de ofrenda...junto al altar, mientras haya un poquito de sed...de estar contigo, será bello vivir a tu lado, Jesús, mi amigo”. A veces me parece que voy a ser arrebatado, como Elías, por el carro de fuego de su amor. No obstante, con frecuencia me gustaría que Él desvelara su imagen, rompiendo un poco el velo que lo cubre desde su resurrección, transformando su imagen mística para 17
acercarnos a su imagen física. Sé que tendremos que esperar este largo camino hasta la consumación de los siglos. Pero, velado o desvelado, mi amor a Él es grande, pues el bautismo y la fe me han transformado en propiedad suya, y esa unidad es indestructible. Nuestro largo camino lleno de ausencia física y salpicado por la sed de su presencia, va construyendo una bella historia de fidelidad. De fidelidad de la buena, de la que responde a las palabras que El dirigió a Tomás: “Dichosos los que crean sin ver”. Él ya está con nosotros, aunque no con la plenitud que necesitamos. Conforme crece nuestra fe se fortalece el amor. El amor purifica la fidelidad y responde a todo interrogante que llega a brotar de la debilidad humana. La vida de Jesús ha sido para mí como un inmenso mar, donde uno encuentra todos los aspectos positivos que favorecen a la existencia humana. Él nos pide un poco de sacrificio, pero nos inunda con una inmensa alegría, mientras nos marca una ruta preciosa para sobrellevar este valle de lágrimas. Su cruz ha sido para mí como un imán que me atrae y me fortalece. Si tuviera que volver a nacer y tuviera que empezar de nuevo mi vida, no multiplicaría los días de alegría y diversión, pero estaría dispuesto a aumentar los días de sacrificio y de dolor, porque me acercarían más a Él y me harían crecer más en su amor. El tema de la cruz en mi libro “Manantial” publicado en el año 2000, expresa mi unidad con Jesús a través del sacrificio, como si me encontrara al pie de la cruz, o lo estuviera acompañando en el Huerto de Getsemaní. (Copio a continuación algunos aspectos de Jesús de Nazaret de mi libro “Manantial”, pags. 19-22). En esas páginas se contiene lo que fue Jesús para mí en mis primeros 25 años de sacerdote. “Jesús de Nazaret es la herencia de la Iglesia, la luz en las tinieblas, la fuerza de los débiles, el consuelo de los desamparados. Él nos ofrece un camino estrecho que, al vivirlo con amor, se vuelve ancho. Él es la gran bandera discutida, la única luz que permite entrar en el misterio de Dios, la única puerta para entrar al reino del amor. 18
Nació en un pesebre...se ocupó de sus hermanos, los hombres...fue perseguido y vivió sereno...murió lleno de paz...nos dio una ley de amor...nos dejó su Cuerpo y su Sangre. No mira al hombre desde su pecado, sino desde su debilidad. Convirtió a la pecadora samaritana en mensajera del Mesías. La miró desde su sed, no desde sus pecados. Miró a Pedro desde su miedo, no desde su negación. Le dio una mirada compasiva, y convirtió su pecado en llanto y su llanto en amor. Comprendió el amor confundido de la Magdalena y la llevó hacia la claridad de un verdadero amor. Por la fuerza de su mirada comprensiva rescató “la santa” que dormía prisionera en el espíritu de esa pobre mujer. Con una propuesta amistosa desbarató la avaricia de Zaqueo, y la convirtió en generosidad. Al morir en la cruz, se llevó al cielo el primer salvado: un ladrón. Así es Jesús...vale la pena seguirlo, vale la pena amarlo, vale la pena ser de Él”.
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La voz de Dios Cuando un niño es concebido, Dios está ahí, es su obra.Cuando es gestado en el vientre de la madre, Dios está ahí. Cuando un niño nace, Dios está ahí. La voz de Dios lo llama a la vida. Al nacer, el niño o la niña recibe el poder de la vida, una chispa de vida eterna. Toda una explosión de emociones y vivencias profundas llenan al niño al despertar a la vida, una vida que es la voz de Dios que lo llama. Cuando un niño nace, el tiempo se detiene y se abre una misteriosa puerta que conduce a la eternidad. Su llanto, sus espasmos, los suspiros que hacen vibrar todo su cuerpo, son signos del doloroso y a la vez feliz impacto que la vida produce en él. El mundo con todo lo que le rodea es para él una experiencia intraducible. Cuando nace un niño se regresa al relato de la creación, porque Dios sigue creando al hombre a su imagen y semejanza. Esas dos pequeñas ventanas del alma que son sus ojos, reciben un torrente de energía exterior que navega hacia su interior, despertándolo de un pesado sueño y dándole el derecho eterno de viajar por el inmenso lago del dolor, de la vida y de la muerte. Se inundará de sueños armoniosos, de aventuras indescifrables, que sólo él podrá experimentar y conocer la magnitud de su profundo gozo. El mundo entero se postra a sus pies, pues acaba de entrar un nuevo rey de la creación. Si alguien pudiera navegar por su cerebro, su corazón o por cada gota de su sangre, se perdería en un laberinto infinito, en caminos interminables. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”-dice la Biblia. El niño o la niña participan de la grandeza de Dios, porque es Dios quien los crea y quien los llama con el poder creador de su voz. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La Palabra de Dios con su poder, su santidad y su fuerza infinita nos trajo al mismo Hijo de Dios, igual a nosotros, menos en el pecado. La misma voz que llamó a la vida a Jesucristo, es la voz de Dios que llama a la vida a los nuevos hijos, engendrados en el tiempo para la 20
eternidad. Esa Palabra que trae a hombres y mujeres a la vida no pasará, su efecto será eterno. Todo se desvanecerá, pero la vida humana vivirá en Dios para siempre. Dijo Jesús: “El cielo y la tierra pasarán, mis Palabras no pasarán”. Esa misma voz que llamó a Jesucristo a la vida, esa palabra que ha creado a millones y millones de seres antes y después de Cristo, un día me llamó a mí, llenando mi existencia de alegría y de eterno regocijo. Cada día es como si escuchara de nuevo esa voz de Dios que me llama, que me alienta, que se hace para mí un refugio eterno que nadie puede tocar. Por eso lo amo con todo el poder de mi ser, con toda la pasión de mi alma, sabiendo que El es la razón de mi existir y la causa de mi eterna felicidad. Sigo escuchando su voz, sigo sintiendo el poder de su amor, sigo amándole con la locura de mi fe y de mi esperanza, porque soy su propiedad y soy parte de ese Dios que siempre amará mi pequeño barro. Mis ojos no tendrán tiempo para llorar, pues les faltará tiempo para contemplar la alegría del mundo, la grandeza de la creación y el fuego del amor que quema toda existencia creada. Somos herederos del Dios de la vida, somos guardianes de un amor infinito que se vierte sobre el mundo como un manantial interminable, como reacción en cadena de una gratuidad increada. Palpo y contemplo en la soledad de la cruz, en la belleza infinita de esos brazos abiertos, que a Jesús no lo mataron nuestros pecados, sino la grandeza de su amor, que estalló como un volcán de redención, invadiendo el mundo con un amor más grande que el primer amor de la creación. !Déjame que te ame, oh belleza increada! !Déjame que te adore, mi Señor y mi dueño! !Déjame correr por las montañas, por bosques y praderas, navegar por océanos y mares, irradiando gratuidad y perdón, repartiendo la alegría que me diste, devolviendo parte de esta dicha tan grande que me ha tocado: nacer y vivir por la llamada de un Dios de amor, y gastarme entre los brazos abiertos de Jesucristo, muerto por amor. 21
El Dios en quien yo creo El Dios en quien yo creo es un Dios grande, inmensamente bueno, lleno de misericordia. No es el Dios del fusil en las manos para vengar las faltas de sus hijos. Mi Dios es Dios de amor. Mi Dios acoge con cariño al corazón doliente que ha sido maltratado por la vida. Mi Dios es frágil. El amó mi barro para que yo pudiera saborear su divinidad. El amor ha hecho frágil a mi Dios. Aceptó el dolor, pero no lo amó. Por eso curó a los enfermos. Mi Dios fue alimentado por una madre y bebió toda la ternura femenina. Trabajaba con sus manos, gritaba como los profetas. Murió joven, porque fue sincero. Lo mataron porque les traicionaba la verdad que había en sus ojos. Pero mi Dios murió sin odiar. Mi Dios sabe que éste es un mundo de trigo y de cizaña, de maldad y de bondad, pero que la victoria del bien está ganada, sólo hay que esperar hasta el final. Mi Dios, arrojado en el surco, aplastado contra la tierra, traicionado, abandonado, incomprendido, continuó amando. Por eso mi Dios venció a la muerte. A veces vamos a las iglesias a adorar a un Dios que no es el que nos presentó Jesucristo. Un Dios que impone muchas normas, un Dios que tortura la conciencia cargándola de culpas, ése no es el Dios de los cristianos. Un Dios así no tendría tiempo para amar, porque acusa continuamente. Ése es el Dios fantasma que persigue al pecador hasta hacerlo llorar. Es el Dios que no genera amor, sino el miedo al infierno. Aplico siempre a mi Dios los famosos versos de la espiritualidad cristiana: “No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, oh Dios, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido. 22
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido muévenme, en fin, tus afrentas y tu muerte.
A mi Dios lo fui a buscar a Nazaret, en ese Jesús de carne y hueso que el Padre nos envió. Aquel Jesús que bendecía los lirios y se extasiaba en las montañas. Ése es mi Dios grande, el Dios que transforma el corazón con su misericordia y su bondad. Es el Dios que nos acompaña en las horas difíciles, y fuertemente nos ama. Mi Dios cautiva el alma. Vale la pena dar la vida por El. Por eso mi vocación es cada día más hermosa. Me siento a gusto dedicándome a su Reino. Amo locamente a mi Dios y soy feliz con El. No tengo que mendigarle al mundo ni cariño, ni privilegio, ni aplauso, porque El me basta. Junto a El se siente la explosión de un amor nuevo, y se cambia la visión de la vida, porque el amor quita los temores y ayuda a entrar en la espiral de la confianza divina. Es bello andar con mi Dios, porque mi Dios es grande y es eterna aventura de hermosos caminos. Mi Dios vuelve loco a los que saben soñar. Mi Dios es felicidad sin fin. Caminar con El es sentirse seguros en el tiempo y en la eternidad.
“Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, Señor, Dios de los ejércitos”. Jeremías 15, 16.
“Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? La aflixión, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? En todo esto vencemos fácilmente por Aquél que nos ha amado”. Romanos 8, 35-37.
La primera espiga que me encontré en mi camino fue la voz de mi Dios, llamándome a la vida. Él llenó mi existencia desde el primer momento. No sólo me trajo a la vida, sino que me hizo objeto de su predilección y me puso a caminar junto a Él. Me ha cuidado como un pollito predilecto en nido de águila. La fe de mi familia, 23
las ilusiones de mi corazón, mi entusiasmo por las cosas grandes y bellas, son una señal de su presencia en mí. Sólo me toca cantar como la Virgen María: “Engrandece mi alma al Señor, se alegra mi espíritu en mi Dios, porque Él ha visto que soy poca cosa, y ha hecho obras grandes en mí”. Los días buenos y los días malos, los he pasado con Él. Su Espíritu alimenta mi espíritu a cada instante. Sus caminos han sido mis caminos y sus huellas han sido mis huellas. Esos años de intensa fe vividos con mi familia en el Santo Cerro, me inyectaron una energía espiritual grande, y crearon la fortaleza de toda mi vida Cuando yo tenía 14 años, mi madre me invitó a participar de la primera Misa de un sacerdote familiar suyo llamado Fermín, en la comunidad de la Llanada, provincia de la Vega. Hicimos el viaje a pie, un trayecto de casi dos horas. Regresando a la casa por la tarde, mi madre me dijo: “Gume, te gustaría ser sacerdote como el P. Fermín”? Yo me limité a contestarle: “Me encantaría, pero nosotros somos pobres, y en esa carrera se gasta mucho”. Ella replicó: “Dios proveerá”. Meses después, conocimos a los padres salesianos en Jarabacoa, y el 11 de Octubre de 1954 yo ingresaba al Seminario. Como dijo mi madre, Dios empezaba a proveerlo todo. Mi vocación era una llamada directa, una clara predilección de su amor. Caminé seguro y feliz durante los 16 años que permanecí en el Seminario. Mi ordenación sacerdotal el 29 de Marzo del 1970 fue para mí un volcán de felicidad. Día tras día, noche tras noche, Él alimentaba y sostenía mi vida. La espiga madura de su amor me llevaría de la mano para alimentarme y cuidarme, más allá de lo que yo podía esperar, más allá de mi fe y de mi oración. Rodando y tropezando le ofrecía lo poco que yo llevaba en mi ser. Mis cruces, mis penas y mis limitaciones eran mi ofrenda de cada día. Muchas veces me tocó llorar, pero hasta donde llegaba mi llanto hasta allí llegaba su amor. El borraba las penas de mi alma y yo quitaba espinas de su corona. Él vive en mi y yo en Él, mientras vamos sembrando la simiente de su Reino, corazón a corazón. 24
Mi Dios en silencio Aunque esté en silencio, su presencia llena el mundo y su Palabra se escucha en toda la tierra.
1- Él está en silencio, su dolor es grande. Él está en silencio, sólo sabe amar. Él está en silencio contemplando el mundo de un hombre perdido que Él quiere salvar. 2- Él anda en silencio siguiendo unas huellas de un pueblo que busca su felicidad. No escuchan su voz, ni oyen su llamada buscando en la niebla lo que no hallarán. 3- Su mirada dulce se irradia en el tiempo cansado y errante, ofreciendo paz. Muy pocos comprenden que Él vino a este mundo a ofrecer su amor, su felicidad. 4- !Cuánta gente errante, en busca de un sueño que tal vez jamás podrán encontrar! Él es el camino, la meta más bella, la única senda que encuentra la paz. 5- Los sueños del mundo nos dejan vacíos. Son como sirenas de un profundo mar. Son sirenas bellas, son sirenas dulces, pero siembran muerte, muerte sin piedad. 6-Jesús sigue andando, buscando a sus hijos con un amor grande, clavado en la cruz. Díganle que yo, lo busco y lo amo, Su vida es mi vida, su amor es mi luz. 7- Sé que Él sufre mucho desde el Viernes Santo en los nuevos cristos que en el mundo están. Yo quiero ser parte de ese pueblo santo que dejó esta tierra, y hacia el cielo va. 25
El don de la vida La vida es un viaje fascinante, capaz de enriquecer nuestro espíritu más allá de lo imaginable. Día a día nos ayuda a tomar conciencia de nuestro ser, a enfocar bien nuestra propia realidad. Cada uno, en el mundo, como una estrella fugaz del universo, cargado de historia y abierto a la esperanza, llevando en las entrañas una chispa divina, una vibración cosmológica, que llamamos “vida”, y con un sueño infinito de vivir eternamente en Dios. Alimentados y adormecidos en la aurora de una eterna primavera, vamos emergiendo de una pesada oscuridad y adentrándonos en infinitos rayos de luz que despiertan toda nuestra energía humana y nos configuran con los hechizos divinos de ángeles y querubines celestiales. Navegantes de mares inmensos, revestidos de gaviotas llenas de luz, vamos recorriendo toda una vida feliz en un camino lleno de sueños y de aventuras. La vida es un regalo de Dios. Sólo Él podía ofrecer algo tan hermoso y tan grande. No es un regalo para guardarlo, para entorpecerlo o para dañarlo. Es un pedacito de Dios, un destello de su energía divina. Somos lanzados a caminar en un mundo como aventureros existenciales, en permanente devenir, reviviendo el sueño que Dios tuvo al crearnos, al hacernos parte de su felicidad eterna. Somos un proyecto divino, y nos acercamos unos a otros para definir y potenciar nuestra grandeza. Sentimos como una mano invisible que nos cuida y nos alienta todas las horas del día. Formamos una especie de indescifrable laberinto, y al cruzarse nuestros caminos, servimos de espejos los unos a los otros y aprendemos mágicas lecciones para saber apreciar el don de la vida. Vamos y volvemos sobre nosotros y sobre los demás. Nos comunicamos nuestras riquezas y nos apoyamos con una especie de red de pensamientos positivos. Cada uno siente que lleva un universo debajo de sus pies. Todos queremos tener el mundo en las manos y ser lo más grande que esta tierra ha podido contener. 26
Los días buenos y los días malos son como una escuela que nos va enseñando a vivir. Mientras aprendemos a vivir, también vamos aprendiendo a morir. Cada día algo se muere y algo nace en nosotros. Pero estamos tan apasionados con las metas de la vida, que casi no vemos lo que muere, ni lo que nace. Somos un manantial de vida y de muerte, de luces que se encienden y luces que se apagan, de una historia que se vive y que se borra, como si se tratara de una lucha entre el ser y el no ser. Mientras morimos y nacemos, algo queda en el camino: sembramos el bien, y el bien queda, aunque no nos demos cuenta. Dejamos espigas sembradas en el sendero para alimento de los que vienen detrás, que talvez han sido azotados por las brisas del cansancio. Nuestro trigo no madura tranquilo, porque la cizaña siempre está y siempre debilita todo lo que toca. El mundo no siempre tiene un bien puro para ofrecer. El trigo siempre aparece mezclado con la cizaña. Caminamos entre zarza ardiendo o llena de espinas. Con frecuencia nos viene la tentación de responder a los golpes con el “ojo por ojo” y el “diente por diente”, pero nos damos cuenta que somos algo más que una simple guerra de subsistencia. A veces, vemos los caminos bloqueados o nos parece marchar hacia un precipicio, pero siempre queda alguna puerta abierta para seguir adelante, algún proyecto que nos entusiasma, y que no puede ser detenido. Nuestras ilusiones, nuestros proyectos, nuestros sueños, no siempre pueden ser detenidos, son algo más que una simple emoción del momento. Nuestras aspiraciones forman la sublime canción de nuestro paso por la vida, desvelando en cada momento una ráfaga de acción de gracias a Dios. La lucha de cada día hará brotar algún par de lágrimas, pues la vida guarda horas difíciles, pero adoptamos nuevas formas, nuevas aptitudes, y se abren nuevos caminos y despiertan nuevas esperanzas, que nos permiten hasta olvidar todo lo que pasó, haciendo de nosotros seres nuevos, capaces de un continuo nacimiento. La muerte y la vida, el día y la noche, nos dicen que empezar cada día 27
es el ciclo del universo, lo normal para saber vivir con sanación interior, para evitar las heridas que tanto dañan y que nos debilitan en el camino. Somos un proyecto de Dios que no puede sucumbir en las piedras del camino, ni debilitarse en las horas difíciles. Somos como los ríos que tienen muchas piedras, pero hacen cantar sus aguas entre las piedras, y ese canto se oye cada vez más hermoso. Conociendo Jesucristo nuestra debilidad humana y nuestros quebradizos pensamientos, sabiendo que somos capaces de aceptar derrotas y rupturas imprevisibles, nos unió con la fuerza de su amor, en una marcha rítmica de un pueblo que cree y espera lo que Él consideró que debíamos esperar y creer para llegar hasta Dios. La vida es un viaje fascinante, porque caminamos hacia Dios y la aventura no puede ser más hermosa. A veces la vida se vuelve difícil, porque ha perdido la luz de Dios, y sin esa luz, nadie podría andar el camino correcto. Reconocemos que nos rodea una pesada realidad y nos lamentamos, pero los lamentos no nos sirven para nada. Nadie nos escucha, debido a que cada uno está atrapado en sus propios problemas, y somos como orugas en busca de alas, que no sabemos cómo desplegarlas, o que seguimos siendo orugas, porque hemos perdido la capacidad de tener alas. Cuando un niño es concebido, emprende el largo camino de la vida con un futuro siempre marcado por la oscuridad y el precipicio, pero empuñando en cada momento antorchas de esperanza para seguir andando con audacia hacia nuevos senderos y nuevas aventuras. Dios creador, que nos ha regalado el don de la vida, pone también en nosotros un remolino existencial, para que caminemos con energía en el vivir y en el amar, y al final, entreguemos ese precioso don de la vida en las manos de Dios con la grandeza de un talento bien negociado.
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La aventura de vivir y de creer La aventura de vivir Nuestra fe nos dice que somos creados a imagen y semejanza de Dios. Cuando un ser se sumerge en esa experiencia existencial, la vida se ve desde una panorámica exageradamente hermosa. Vivir es un desafío que nos exige, no sólo “vegetar” o “disfrutar” de la vida, sino llenar el cometido que se le asigna a cada ser humano, una vez que viene seleccionado entre millones de posibilidades en su concepción, y que se le asigna una existencia personal y única, ligada a la grandeza de Dios, pues participa de su semejanza. Un niño o niña que es concebido, es un canto a la naturaleza, y cuando nace, el nuevo ser tiene una explosión de alegría tan grande que su cerebro habla a través de sus diminutos ojos, haciendo ver con los espasmos de su cuerpecito tembloroso, que está captando la grandeza y el desafío de su presencia en el mundo, y que es algo que desborda su capacidad de pensar y de entender cuanto está sucediendo. En los miles de millones de hombres y mujeres que hay en el mundo, cada ser que nace es un ser único, con una historia única, y con una visión totalmente diferente de la vida que llevan los demás. El saber que cada ser es diferente del resto del mundo, y que fue creado para que sea diferente, es un desafío y una rica aventura que nos exige, no sólo llenar nuestras expectativas, sino que debemos llenar el proyecto que tuvo Dios al hacer de nosotros un ser único, como único es el mismo Dios. Cuando se abren las antenas de los cinco sentidos: ver, oír, tocar, gustar y oler, que son llamados las cinco principales maravillas del mundo, el niño o la niña se siente navegar en un océano de felicidad muy grande. Y, aunque le toque atravesar por un valle de lágrimas, o experimentar miles de desastres y fracasos, la vida siempre valdrá la pena vivirla, y siempre valdrá la pena haber entrado en este mundo como ser único e irrepetible. Como parte de este misterio creador 29
dependerá de él, de su familia y de su historia, el realizar con mayor intensidad, los sueños y esperanzas que vayan brotando en él, como en una fuente inagotable, en una espiral de dimensión infinita. Debido a las limitaciones que pesan sobre la vida humana por causa del pecado, muchos seres humanos, en vez de centrarse en la realización de su ser único, sienten la tentación y el llamado a la competencia de una vida comparativa con otros seres, resbaladiza pendiente que lo llevará más a una vida infeliz que a una vida plenamente satisfecha. La competencia y la comparación con otros seres se ha vuelto la peor enfermedad de la humanidad, y han impedido a muchos seres lograr una vida plenamente aceptable, llegando en muchos casos a vivir una vida infeliz, que, a veces, hasta termina en el suicidio. Crecer y enriquecerse con lo que se aprende de otros es una cosa, y otra muy distinta es aprender para competir y comparar. La competencia escolar, la competencia económica, la competencia social, son caminos equivocados que en vez de llevarnos al éxito, nos llevan a satisfacer lo que el mundo quiere de nosotros, olvidando el proyecto que Dios nos tiene asignado en su misterio de amor. El amor que nos viene de parte de Dios por habernos creado, es suficiente para llenar la propia vida con una rica historia. Dios nos deja abiertos para tomar parte en toda la riqueza que nos rodea, pero todo cuanto podamos obtener es secundario, pues nacemos por amor, vivimos por amor, y vamos hacia el amor de Dios que es nuestro refugio eterno. Para luchar contra la terrible competencia social, Jesús lanzó su gran principio en el Evangelio: “quien quiera ser el primero que se haga el último, y quien quiera ser el más grande que se haga el servidor de todos”. Mateo 20, 26-27. Todos sabemos lo lejos que estamos de vivir esas palabras de Jesús, pues hasta después de la muerte estamos soñando con el primer puesto, y con ser el mejor de toda la raza humana. La competencia de guerras, la competencia deportiva, laboral y social, nos están diciendo que llevamos dentro una fuerza 30
que nos empuja a “vencer” para dominar y ser felices, olvidando que la felicidad sólo se encuentra en el camino personal y único que Dios nos ha asignado, y que no soporta ningún tipo de comparación con nadie. Ser feliz es algo demasiado simple, pero nosotros lo hemos complicado mucho, tratando de entrar en toda la enmaraña de apetitos y competencias sociales, sin entender que somos creados a imagen de Dios, y sólo en Dios encontramos la última respuesta de nuestra razón de ser. Nos toca, pues, abandonar muchos de nuestros inútiles logros, volvernos bien sencillos para que Dios pueda conducirnos al proyecto para el cual El nos ha creado.
La aventura de creer Así como nosotros somos parte del proyecto creador a imagen de Dios, también somos parte del proyecto redentor a imagen de Jesucristo, redentor de la humanidad. Somos creados en el amor del Hijo de Dios, y somos salvados en el amor del Hijo de Dios. “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (Vaticano II, La Iglesia en el mundo actual, No. 22). La relación con Dios vivida por el pueblo de Israel, y la relación con Dios anunciada y vivida por Jesucristo, como Hijo de Dios, es un llamado existencial que nos compromete a dar un paso heroico a través de la fe. La razón puede ayudar a acercarnos hasta las puertas de ese llamado, pero la decisión de dar un paso hacia la experiencia de Dios, a aceptarlo y vivirlo como realidad personal y santa, eso es objeto de la fe, que obliga a cerrar los ojos y a avanzar en medio de una niebla cargada de confianza eterna. El apóstol Pablo nos dice: “Ahora vemos como a través de un velo. En la otra vida veremos cara a cara”. Desde cualquier punto de vista, el camino de la fe es una de las mayores aventuras que vivimos en esta preciosa vida. La luz necesaria para poder decidir lo que no es claro para el hombre, esa luz viene de lo alto y es una ayuda que el mismo Dios da para 31
avanzar a la primera respuesta: “Sí, creo en Dios”. Cuando esta respuesta llena el proyecto de la fe, que es al fin y al cabo la respuesta al que pregunta por la razón de existir, la persona ve con un poco más de claridad, porque ya no camina sola, sino que la mano de Dios la guía en la oscuridad, y al juntarse la fe y la confianza se tiene la fuerza de avanzar con paso firme donde no se toca tierra. Cuando esa primera respuesta “sí, creo en Dios” es traducida en la experiencia cristiana, cae en Jesús de Nazaret, y se cuelga de los brazos abiertos de un crucifijo que es código de amor, y que atrae todas las miradas de una humanidad cargada de esperanza. “Me mirarán a mí, al que traspasaron” (Zacarías 12, 10). “Cuando yo sea levantado de la tierra , atraeré a todos hacia mí” (Juan 12, 32). La gran aventura de encontrar a Jesucristo, la dicha de creer en El, tener el valor de tomar parte en sus sufrimientos, y esto en forma gozosa, es una aventura emocionante que le da plenitud a la vida. En un mundo donde todos lloramos, donde todos somos golpeados por los días malos, donde nos volvemos débiles frente al vendaval de las horas difíciles, darle la mano a Cristo y sentir que nuestra vida se transforma, que se secan nuestras lágrimas y nos brota una sonrisa más allá de todo dolor, que podemos cambiar la dura montaña en pradera que canta, que nuestros pasos junto a El experimentan milagros y más milagros, eso es de verdad volver a nacer. Nuestro cuerpo doliente se reviste de gran fortaleza, y nuestra mirada se clava en el infinito para ya no sufrir más, porque toda nuestra vida se vuelve ofrenda y la ofrenda fortalece el amor. Dijo santa Teresita del niño Jesús: “Le pedí a Dios sufrimiento, y me mandó mucho. Pero ya no sufro, porque todo lo que me hace sufrir me produce gozo”. La experiencia espiritual es un poder que vence toda debilidad. El pueblo de Israel experimentó el gozo de Dios cuando escribió: “El Señor es mi pastor, nada me falta” -Salmo 23. “El que mora al amparo del altísimo no temerá ningún mal”-salmo 91. “Vengan a mí los que estén cansados y agoviados que yo los aliviaré”-Mateo 32
11, 28-30. “Porqué se afanan por el alimento y el vestido...miren las aves del cielo y los lirios del campo...mi Padre los ama a ustedes mucho más que a todos ellos”-Mateo 6, 26-29. Contemplar a los mártires y verlos derramar su sangre por Jesucristo, la pasión de su amor por el Señor, disfrutar de la historia de miles de hombres y mujeres que lo han amado con locura, que han renunciado a todos sus bienes por tener a Jesús, como lo hizo san Pablo, san Francisco de Asís, santa Clara, el cura de Ars, santa Teresita, san Juan Bosco, es tener la capacidad de vivir un pedacito de cielo en la tierra. Sentirnos prisioneros de su amor, saber que nos hemos enraizado en su vida y que esa es la dicha más grande que hemos encontrado en este mundo, es como convertirnos en un verdadero cántico de felicidad. Con El nos alejamos del vaivén de la realidad y nos colocamos en un ángulo de la vida donde todo es victoria. Dar un paso heroico en la fe y amar con locura a Dios, en Jesucristo, es algo que sólo El, en su gran misericordia, nos puede ayudar a conseguir. Con pies de pecadores dejamos huellas de santos, porque ya no pisamos tierra, somos ciudadanos del cielo. “Gusten y vean qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a El”.
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San Pablo
- apóstol de Jesucristo Mi aprecio y mi fe en el apóstol san Pablo San Pablo ha ejercido un impacto grande en mi vida. El es una puerta abierta para los que quieren amar locamente a Jesucristo. Una personalidad tan grande y tan maravillosa que logró dar un paso auténtico hacia el Judaísmo y luego, hacia el Cristianismo. Fue un discípulo bien aprovechado de Gamaliel, y un verdadero apóstol de Jesucristo. Su sabiduría y su nobleza de alma fueron tal que el daño causado a la primera comunidad cristiana no se le tuvo en cuenta, y fue elegido para trasmitir el Espíritu de Cristo, como tal vez ningún otro apóstol lo hizo. Desde el primer momento, este apóstol entendió que el camino principal para entrar a trabajar por el Reino de Dios era la cruz, y aceptó el gran sufrimiento que le tocó, con la calidad del “sí” de la Virgen María. Él captó a Jesús desde su gran ofrenda al pie de la cruz, y así lo expresó en Filipenses 3, 10: “Quiero conocerlo, quiero probar el poder de su resurrección y tener parte en sus sufrimientos, hasta ser semejante a Él en su muerte”. Uno de los personajes de la Biblia que más ha impactado mi vida ha sido el apóstol san Pablo. La fidelidad de Pablo y la capacidad de sacrificio de los primeros cristianos constituyen un verdadero remolino espiritual que arrebató mi alma y la encendió con un amor grande por el Reino de Cristo. El origen de Pablo fue toda una montaña que se debió desbaratar para poder llegar a ese “hombre nuevo” de que él tanto nos habló. La locura con que amó y siguió a Jesucristo fue algo excepcional. Su celo apostólico fue grande e indestructible, escribiendo incluso desde la cárcel. Afrontó con gran energía la multitud de trabajos por el Evangelio. Yo me atrevería a decir que Pablo se las arregla para seguir escribiendo desde el cielo sobre Jesucristo, pues su espiral de esfuerzo por el Evangelio es algo que puede durar hasta la consumación de los siglos, hasta el final de la 34
Iglesia militante, hasta la segunda venida del Señor. Como María sigue viva en medio del mundo con sus apariciones, también Pablo sigue vivo en medio del mundo con sus inspiraciones y su apoyo a los proyectos de la Iglesia. Pablo vivió una experiencia de fe tan grande que ha sido admirado hasta por personas que han vivido al margen de la fe cristiana. El filósofo alemán, Niestche, declaró que el cristianismo empezó con Jesucristo, pero que luego llegó un hombre de gran capacidad y muy buena preparación, que le dio el impulso definitivo, y ese hombre fue san Pablo. Todos sabemos lo equivocado que estaba Niestche, poniendo a Pablo por encima de Cristo, pero vemos en ese comentario la gran influencia de Pablo en quienes se acercaban a su persona. Pablo fue muy apreciado por el Sanedrín, un doctor de la Ley, un fariseo de la clase dominante, un ciudadano romano, todo un hacendado social. Cuando Pablo aceptó seguir a Jesucristo, todo ese cuadro de hombre importante quedó inmolado en un holocausto personal. Desde el momento que aceptó a Jesucristo quedó convertido en un pobre perseguido, pues un grupo de seguidores del Judaísmo radical, se comprometió a no comer ni beber, hasta no matar a Pablo. Al contemplar la calidad de hombre que era Pablo, y leyendo el pasaje de la carta a los Filipenses ( Filip. 3, 7-11), es para todo cristiano una invitación para admirar y tratar de imitar la grandeza de un hombre que realmente conoció y amó a Jesucristo. Filipenses 3, 7-11: “Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor acepté perderlo todo, y lo considero como basura. Ya no me importa más que ganar a Cristo y encontrarme en El, desprovisto de todo mérito o santidad que fuera mío, no por haber cumplido la Ley, sino por aquel mérito o santidad que es el premio de la fe, y que Dios da por medio de la fe en Cristo Jesús. Quiero conocerlo, quiero probar el poder de su resurrección, y tener parte en sus sufrimientos hasta ser semejante a El en su muerte, y alcanzar, Dios lo quiera, la resurrección de los muertos”. 35
La entrada de Pablo en el escenario del Evangelio es parte de la protección divina ofrecida por Jesús con su presencia. La primera persecución había sacudido mucho a los primeros cristianos, y la presencia de Pablo generó una conciencia clara del apoyo de Jesucristo. Pablo no es sólo el milagro de un alma clara y definida, que apoya y anima a sus compañeros. En san Pablo está la transparencia de Nicodemo, de quien el mismo Jesús dijo: “He aquí un verdadero israelita, donde no hay engaño”. Pablo fue discípulo de Gamaliel, rabino que sabía muy bien que las cosas que son de Dios, llevan una fuerza que nadie podrá vencer. Jesús, en vez de enfrentar a Pablo como enemigo de los cristianos, lo salva y lo transforma en fuerza positiva para la causa del Reino. Pablo nació en Turquía, predicó en el Asia Menor y sufrió el martirio en Roma. El alma de Pablo fue llenando todo el territorio cristiano de su tiempo, y su vida fue como un rayo de luz para las multitudes que encontraron a Jesucristo a través de su palabra. San Pablo se nos presenta en sus cartas y en el libro de los Hechos como un hombre profundamente enamorado de Cristo. Sobre su alma grande se abrieron las compuertas de la misericordia y de la gracia de Dios, y su dedicación tan intensa al reino de los cielos se debió al agradecimiento que sentía, porque el Señor se compadeció de él, y lo amó con un amor más grande del que Pablo podía esperar. Por eso dijo el apóstol: “La gracia de Dios no se ha frustrado en mí”, pues Pablo aprovechó bien esa predilección divina. Pablo es enviado al mundo con la fuerza de Dios y el entusiasmo de un apóstol santo. Hechos 20, 22-24: “El Espíritu me asegura que de ciudad en ciudad me aguardan cárceles, sufrimientos, tribulaciones. Pero de ninguna manera me preocupo por mi vida, con tal de terminar mi carrera, y cumplir el ministerio que he recibido del Señor Jesús”. Era el hombre que sabía lo que tenía por delante, y aceptó la dimensión completa de lo que significaba mirar a Jesucristo desde el madero de la cruz. Él era doctor de la Ley, pero luego se especializó en las tres palabras básicas del cristianismo: 36
Desprendimiento, sacrificio y amor a Jesucristo. Pablo nos invita a escribir la palabra Evangelio con gotas de sangre, para darle al hombre caído la voluntad de luchar contra sus propios defectos, y la capacidad de gozar la victoria que lo devuelve al sabor de Dios y de las cosas de arriba, borrando un poco el rabioso apego a las cosas del mundo. La Iglesia desea inyectar en cada cristiano el espíritu de san Pablo, con un amor loco a Jesucristo, y una aceptación gozosa del camino de la cruz. No queremos ser frutos menores de una tierra cansada. Queremos darle a la Iglesia el rostro de los primeros cristianos, no importa la cuota de sacrificio que haya que pagar. Pablo no sólo siente el gozo de anunciar a Jesucristo, sino que se hace esclavo, débil, y así puede ganar a muchos para el Señor. El reino de Dios no busca grandezas. Dios proyecta su reino en medio de los pobres y de los más débiles. Cuando Dios encuentra en nosotros un poco de humildad y disponibilidad, nos transforma en instrumento de su gracia, en mensajeros de salvación. “Qué hermosos son, sobre el mundo, los pies de los cristianos que anuncian la paz, que proclaman la salvación del Dios-con-nosotros”. Nos acercamos a los escritos de san Pablo para apreciar su amor a Jesucristo y la adhesión a su Evangelio y a su camino de salvación. Escuchándolo a él, meditando su palabra, bebiendo en la fuente donde él bebió, encontraremos en sus huellas una puerta abierta para vivir el amor que él vivió, nos conectaremos a su pasión por el Evangelio, y experimentaremos, al menos una parte, de la preciosa experiencia espiritual que lo envolvió tan fuertemente con el Dios del amor. No abriremos todas las cartas de Pablo, ni presentaremos los pasajes en orden cronológico. Simplemente escogeremos algunos textos de algunas de sus cartas, como quien se acerca a un gran banquete donde hay muchos manjares y selecciona porciones para saborearlas poco a poco. El mismo Pablo nos ayudará a escoger un buen alimento de la mesa de su palabra, sabiendo que es un alimento enriquecido con su pasión por Jesús. Meditando 37
esos textos, él pondrá en nosotros el calor de su fe, y nos abrirá la senda que él siguió para enamorarse tan locamente del Señor. Pablo nos hará vibrar con un corazón agradecido, por haber podido entrar en este misterio tan grande del Dios-con-nosotros. Cortando algunas flores de su jardín, nos acercaremos al altar para presentar nuestras vidas como una ofrenda agradable. Su fe, su amor apasionado, su sacrificio, su entrega absoluta, su sabiduría, su grandeza de alma, su abandono del mundo, su hambre de Dios, su deseo del cielo y su navegación por los inmensos mares del Espíritu de Jesús, servirán de contagio para nosotros los que nos hemos acercado a él, y hemos querido bañarnos en el lago inmenso de su amor divino. Él guiará nuestra barca, y su fiebre apostólica calentará nuestro corazón hasta quemarlo en la mesa del sacrificio redentor. Dejemos que él abra algunas de sus cartas y que él mismo ilumine y subraye aquellos pasajes que pueden hacernos vibrar en el gozoso deseo de seguir sus huellas hasta encontrar a Jesús. Ese Jesús que lo tumbó del caballo y lo llenó de su gracia. Ese Jesús que continúa también hoy derribando del caballo a tantos jinetes que pueden amarlo mucho, pero que algunas nubes han empañado sus ojos, y los han hecho desviarse del camino correcto.
Antes de presentar algunos textos de san Pablo, ofrecemos algunas líneas de las catequesis del Papa, Benedicto XVI, durante el año paulino. “El apóstol Pablo, figura excelsa, casi inimitable, pero de todos modos estimulante, se nos presenta como un ejemplo de total entrega al Señor y a su Iglesia, así como de gran apertura a la humanidad y a sus culturas. Todos tenemos mucho que aprender de Pablo: su fe, quién es Cristo, y en último término, el camino para una vida correcta. A Pablo le costó mucho desprenderse de la Ley mosaica, del culto, de las tradiciones judías, para ayudar a comprender que justo, santo, libre y agradable a Dios es Jesucristo y todo lo que esté conforme a Él. La Ley no nos libera, nos impone cargas. Jesucristo 38
es quien libera con la fuerza de su Espíritu. II Cor.3, 17: “Donde está el Espíritu del Señor, hay libertad”. No es libertad para hacer lo que se quiera, es libertad para caminar con Cristo. Pablo logra vivir y transmitir que el amor por los pobres y la liturgia divina van juntos. El amor por los pobres es liturgia, porque en los pobres damos culto a Dios. Se une la liturgia y la vida, la fe y las obras, la oración y la caridad a los hermanos. Un apóstol no se constituye por sus dotes, es el Señor quien lo envía y lo hace apóstol. En el encuentro de Damasco tuvo lugar un giro, un cambio total de perspectiva en la vida de Pablo. Allí empezó a considerar “pérdida” y “basura” todo aquello que antes constituía el máximo ideal, casi la razón de ser de su existencia. (Filipenses 3, 7-11). Cristo resucitado se presenta como una luz espléndida que se dirige a Saulo, transformando su pensamiento y su misma vida. El esplendor del resucitado lo deja “ciego”. Todo lo que él era se vuelve oscuro, basura, y él es llenado por una nueva luz, una nueva visión de la vida. El santo Padre llega a afirmar algo muy bello en Pablo: este santo apóstol cambió, pero no perdió cuanto había de bueno y de verdadero en su vida, en su heredad, sino que comprendió de forma nueva la sabiduría, la verdad, la profundidad de la ley y de los profetas, se apropió de ellos de modo nuevo. Al mismo tiempo su razón se abrió a la sabiduría de los paganos. Habiéndose abierto a Cristo con todo el corazón, se volvió capaz de entablar un diálogo amplio con todos, consiguió la máxima expresión de hacerse todo para todos. Pablo fue un santo con fecundas aperturas universales, pues su figura se coloca en las fronteras de tres culturas diferentes: la romana, la griega y la judía. Los viajes de san Pablo lo llevaron a afrontar una serie de pruebas, de las que nos ha dejado la lista en la segunda carta a los Corintios: II Corintios 11, 21-28: “Pero a lo que otros se atreven, yo también me atreveré, aunque sea hablar como loco. ¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de 39
Abrahán? Yo también. ¿Son ministros de Cristo? Empiezo a hablar como un loco: yo lo soy más que ellos. Más que ellos por mis numerosas fatigas. Más que ellos por el tiempo pasado en la cárcel, por los golpes recibidos sin ninguna comparación. ¡Cuántas veces me encontré en peligro de muerte! Cinco veces los judíos me condenaron a los 39 azotes, tres veces me apalearon, una vez fui apedreado, tres veces naufragué y una vez pasé una noche y un día en alta mar. Tuve que viajar no sé cuántas veces en peligro en los ríos, con peligros de bandidos, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los paganos, peligros en la ciudad, peligros en lugares despoblados, peligros en el mar, peligro entre los hermanos. Trabajos y fatigas con noches sin dormir, con hambre y sed en frecuentes ayunos, con frío y sin abrigo. Además de estas y otras cosas, pesa sobre mí la preocupación por todas las Iglesias”. –hasta aquí las palabras del santo Padre. El cuadro no podía ser más hermoso. Una vivencia así como la que tiene Pablo es algo grandioso, pues él comprendió desde el primer momento lo que significa ponerse al lado de la cruz de Cristo, acompañarle en los que sufren, y ser capaz de una ofrenda personal absoluta por causa del Reino de Dios. Nosotros que andamos buscando un milagro para cada dedo que nos duele, el Evangelio se nos cae de las manos, y casi nos avergonzamos ante esta visión de la vida de san Pablo. La fuerza de su compromiso sólo se explica con un alma verdaderamente fascinada por la luz del Evangelio, un alma enamorada de Cristo. En la vida de Pablo son muchas las veces en que Dios escribe recto en líneas torcidas. Recordando el naufragio de Pablo en la isla de Malta durante su tercer viaje por el Mediterráneo, los obispos actuales escribieron en el año paulino: “Su desventura se transformó para nosotros en gracia, y su naufragio tuvo el efecto providencial de que desde los primeros tiempos del cristianismo, pudimos recibir la buena noticia del Evangelio”. Además, tener la dicha de recibir la evangelización de un hombre así, es tener 40
la oportunidad de unas raíces cristianas muy profundas. Dice Mons. Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán: “La excepcional personalidad de Pablo, tras su conversión, la pone totalmente al servicio de Jesucristo: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí. La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Gálatas 2, 20. Pablo no se pertenece. Su vivir, amar y morir es Cristo Jesús. En Pablo nace el hombre nuevo(2Cor.5, 17) plenamente identificado con Cristo, porque ha sido conquistado por Él (Filipenses 3, 12). Pablo, libre prisionero de Cristo, ofrece su vida y se entrega a su Señor en su misterio de Pasión, Muerte y Resurrección. En el testimonio de san Pablo tenemos un ejemplo elocuente de aquello a lo que nos invita el documento de Aparecida y la misión continental: Ser discípulos enamorados, y misioneros apasionados de Jesucristo. Lugares donde hay huellas de Pablo: Turquía, donde nació, Siria, donde vivió su conversión, Malta donde naufragó yendo hacia Roma. Grecia, donde fundó muchas comunidades y Chipre donde llevó a cabo su primer viaje misionero. Nos dice el P. Cesare Atuire: Pablo vivió la experiencia del Resucitado como una explosión de libertad, y redescubrir a Pablo nos da entusiasmo para seguir adelante. En Pablo vemos a un hombre que no tenía miedo, que no se detenía ante obstáculo alguno, pues creía en lo que predicaba y testimoniaba el tesoro que había encontrado. Nos dice el santo Padre, Benedicto XVI: Pablo no es para nosotros una figura del pasado, que recordamos con veneración. Él es nuestro maestro, apóstol y anunciador de Jesucristo también para nosotros. No vivimos una historia pasada. Pablo habla con nosotros hoy. Él es nuestro maestro en la fe y en la verdad. Esa fe y esa verdad unen a los discípulos de Cristo. La fe del apóstol brota del hecho de haber sido alcanzado por el amor de Cristo, un amor que lo transformó totalmente. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. 41
Esa fe se vuelve amor a Jesucristo y a su misión. El mismo Jesús le dice a Ananías: Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre” (Hechos 9, 16). Su sufrimiento lo hace creíble como maestro de la verdad, que no busca su propio provecho, la propia gloria, el placer personal, sino que se empeña por Aquél que nos ha amado y se ha entregado por nosotros”. Comentando el texto Hechos 13, 49-50, se dice en una biografía de Pablo: “Cuando los judíos consiguieron con sus intrigas un decreto de destierro para Pablo, continuaron hacia Iconio, distante tres o cuatro días de viaje, donde encontraron la misma persecución por parte de los judíos y la misma acogida por parte de los gentiles. La hostilidad de los judíos los forzó a buscar refugio en la colonia romana de Listra, distante como unos 25 kilómetros. En Listra, los judíos de Antioquía y de Iconio tendieron trampas a Pablo, y habiéndolo apedreado, lo dejaron por muerto. Pablo logró levantarse y buscó refugio en Derbe”. El apóstol se fue dando cuenta que era más favorable predicar el Evangelio a los gentiles que a los mismo judíos. Era la mano de Dios que le abría el camino para que el Evangelio fuera rompiendo fronteras y llegara hasta los confines del mundo, pues esa era y sigue siendo la voluntad de Dios.
Algunos textos bíblicos que hacen referencia a la grandiosa vida de san Pablo Acercarse a las cartas de san Pablo y a los Hechos de los apóstoles es como entrar en la máquina del tiempo para contemplar a esos hombres y mujeres que lo dieron todo para gastarse por la nueva manera de vivir. Estos mensajes nos ayudan a atravesar la puerta de su misterio, donde el Espíritu Santo pudo plantar su tienda, y seguir proclamando que había llegado el Reino de Dios. Es un reino que sacrifica, pero reino que salva. Reino que produce una alegría grande, que ha sido alimentada por el sacrificio. Igual que 42
Jesús, que fue muy feliz al resucitar, pero la resurrección recibió su grandeza de la ofrenda total de Jesús el Viernes Santo. La fe de esos hombres y mujeres del principio fue siempre una fe fuerte, y realmente la vida de Cristo llenó sus corazones, haciéndolos capaces de cambiar su fiebre de amor al mundo, por una verdadera pasión por Jesucristo. Amarlo, experimentarlo, renunciar a todo por vivir su amor, llegó a ser para ellos toda una locura que muchos no podían comprender. La vida de san Pablo con esa locura de amor por Jesucristo, con esa pasión por lo divino que lo caracterizaba, ayudó mucho a los cristianos a mantener y a vivir una fe firme y una pasión por Jesús a toda prueba.
Encuentro de Saulo con Jesucristo Hechos 9, 1-9: “Saulo todavía proyectaba violencias y muerte contra los discípulos del Señor. Se presentó al sumo sacerdote y le pidió documentos dirigidos a la sinagoga de Damasco que lo autorizaran a llevar presos a Jerusalén a cuantos encontrara, hombres o mujeres, que fueran del camino. Pero mientras se dirigía a Damasco, cuando ya estaba cerca, de repente lo rodeó una luz que venía del cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?” Él preguntó: ¿Quién eres, Señor? Y la voz dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que debes hacer”. Los hombres que lo acompañaban se habían detenido atónitos, pues oyeron la voz, pero no vieron a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Estaba ciego y permaneció tres días sin comer ni beber nada”. El apóstol Pablo tuvo realmente una gran dicha, pues el mismo Cristo le desbarató aquello que era para él garantía de seguridad, aquello que formaba su ilusión, su pasión y hasta su felicidad. Pero lo más importante no es que Jesús lo ayudara a comprender lo pobre que eran sus seguridades, sino que Jesús le ofreció una alternativa 43
superior. Jesús lo ayudó a comprender que el camino de la ofrenda, del sacrificio, de la cruz, era para él no sólo una seguridad, sino también fuente de gloria y de victoria. Ese nuevo camino, esa nueva visión de la vida, tendría para él sublimes aventuras y grandiosas metas, como él jamás habría podido soñar. Cuando Pablo fue arrebatado al tercer cielo y pronunció aquellas memorables palabras: ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para nosotros”, Pablo estaba entendiendo la dicha que significaba para él, haber sido derrivado del caballo. Más que un camino de sacrificio, Pablo se sintió ser parte de una verdadera predilección. Jesús le había dicho a Ananías: “Yo le mostraré lo mucho que tiene que sufrir por mi causa”. Pero Jesús podía haber dicho también: Yo le mostraré mi amor y mi predilección por él, y lo mucho que voy a hacerlo feliz, no al estilo del mundo, sino al estilo de Dios. La inmensidad del amor divino será derramada sobre él, y él será parte importante de la infinita locura de Dios al hacerse hombre por amor al hombre pecador. Filipenses 1, 21 : “Cristo es mi vida, y de la misma muerte saco provecho”. Pablo se vació de sí mismo y Cristo lo llenó. Ahora él no ve otra cosa, más que a Cristo. Vive para Él, trabaja para Él, y sabe que si muere, entonces se une más fuertemente a Cristo. A eso tiende el proyecto cristiano, a que cada hombre y cada mujer que cree en Cristo, por la fe, sea transformado en otro Cristo. Que vivamos y trabajemos para el Señor, que nos enamoremos con tanta pasión por Él, que anhelemos estar con él en cada momento, en cada experiencia, y que hasta deseemos morir para estar unidos más perfectamente a Él. (2 Cor. 5, 8: “.....y nos gustaría más salir de este cuerpo para ir a vivir junto al Señor”) ( Filip. 1, 23: Por una parte siento deseo de partir y estar con Cristo...”). Filipenses 4, 10-13: “Tuve mucho gozo en el Señor cuando vi florecer en ustedes esta preocupación por mí. En realidad, ustedes pensaban en mí, solamente hacía falta una ocasión. No digo esto 44
por estar necesitado; en efecto, aprendí a acomodarme con lo que tengo. Sé pasar privaciones, como vivir en abundancia. Estoy entrenado para cualquier momento o situación: estar satisfecho o hambriento, en la abundancia o en la escasez. Todo lo puedo en aquél que me fortalece”. Pablo agradece la donación que le han hecho, no porque él tuviera necesidad, sino porque él sabe que lo han hecho por amor. Ellos aman a Pablo, y él se ha hecho querer por la grandeza de su alma. Pablo les ha llevado un Evangelio que es creíble, y la persona de Pablo también se ha vuelto creíble, y esa fe genera amor. El Evangelio es unidad, es amor, es salvación. Muchos encontraban en la comunidad cristiana también el apoyo económico, pues quienes se encontraban con Cristo se desprendían de muchos bienes, y esos bienes eran repartidos sin ambición. Una vez que Cristo llenaba sus corazones, el egoísmo moría, y las cosas, tan apetecidas por los paganos, se les caían de las manos. Pablo les dice: “Sé vivir en la abundancia y en la escasez”, lo que significa que teniendo a Cristo, no importa el sacrificio que aparezca. “Todo lo puedo en aquél que me conforta”: Tener a Cristo es llenarse de felicidad, de ilusión, es participar de la alegría del cielo. Esta hermosa vida es la que Pablo ha predicado, es la vida que Pablo vive, y que trasmite más con el ejemplo que con las palabras. I Corintios 13, 1-7: “Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, y me faltara amor, no sería más que bronce que resuena y campana que toca. Si yo tuviera el don de profecía, conociendo las cosas secretas con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy. Si reparto todo lo que poseo a los pobres y si entrego hasta mi propio cuerpo, pero no por amor, sino para recibir alabanzas, de nada me sirve. El amor es paciente, servicial y sin envidia. . No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra 45
de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta”. En este texto que podemos llamar el himno a la caridad, Pablo se remonta al mismo amor de Dios. El proyecto redentor genera un amor tan grande que no parece que pueda realizarse en este mundo. Es el amor que Pablo descubre en Cristo, y es el amor que genera el corazón de Pablo para su predicación de fuego. Pablo predica con pasión, con fuego en el alma, con verdad, casi entona un canto apologético, pero lleva un amor tan grande que se vuelve débil como un niño. Lo que Pablo describe en este pasaje es todo un proyecto de vida que sólo es posible en aquellos que viven la vida de Dios. Con este tipo de amor, el hombre se asoma a la morada de los ángeles. Es un estilo de amor que se alimenta en la cruz, y se ilumina con la resurrección. La persona que se deja transformar por el Evangelio casi se sale de la experiencia humana, para vivir en dimensión divina. Pablo escribe este texto como un pequeño manantial que brota de su corazón y de la alegría de su fe cristiana. “El amor disculpa todo, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta”. Me imagino que Pablo habrá concebido este mensaje cuando se vio arrebatado al tercer cielo, y allá, la única vida que vivió fue el amor. I Corintios 15, 9-10: “Pues yo soy el último de los apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Sin embargo, por la gracia de Dios soy lo que soy y su bondad para conmigo no fue inútil. Lejos de eso, trabajé más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Pablo tiene una doble conciencia en su trabajo: Él sabe que se ha esforzado al máximo y que ha rendido de verdad. No cabe duda que se ha gastado por el Evangelio. Pero sabe también que posee un remolino espiritual que lo inspira y que lo lanza a una misión que no es suya. Él sabe que ese remolino espiritual no viene de él. Viene de alguien que lo conforta desde dentro y que no lo deja debilitarse ante la multitud de las pruebas. “Por la gracia de Dios soy lo que soy”. Su poder radica en el Señor que lo ha elegido y lo ha enviado. 46
Él, por su parte, ha puesto todo su esfuerzo y su docilidad al Espíritu Santo. Pablo siembra, y siembra mucho, pero el crecimiento y el fruto lo da el Señor. La escuela de Pablo es una escuela de abandono en las manos de Dios. Es una confianza absoluta que brota de una fe fuerte y de un amor a toda prueba. Esa manera de vivir de Pablo es lo que entusiasma a la comunidad cristiana. Sus palabras poseen una gran fuerza, su lógica es la lógica de Dios, su ejemplo genera credibilidad hasta para aquellos que no aceptan a Jesucristo. Romanos 8, 35-39: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? Las pruebas o la angustia, la persecución o el hambre, la falta de ropa, los peligros o la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa nos arrastran continuamente a la muerte, nos tratan como a ovejas destinadas a la matanza. Pero no, en todo esto triunfamos gracias al que nos amó. Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes espirituales, ni el presente, ni el futuro, ni las fuerzas del universo, sean de los cielos, sean de los abismos, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, que encontramos en Cristo Jesús, nuestro Señor”. Todas las pruebas son superadas por la fortaleza que da el amor de Cristo. Ese amor de Cristo que llevamos dentro, y que es la gran riqueza de san Pablo, se ha metido tan dentro de nosotros, se ha fundido con nuestra fe y nuestro amor a Jesús, de tal manera que no hay fuerza del cielo o de la tierra que lo pueda debilitar. Pablo habrá sufrido mucho al ver algún cristiano que sucumbía en las pruebas, que huía de la muerte por debilidad. Una persecución generaba santos, pero también ponía en apuros a aquellos que eran un poco cobardes, y se producía algún mal ejemplo. Se trataba de un cristianismo que continuamente pedía posturas heroicas, y no siempre todos estaban a la altura de una llamada tan fuerte. Muchos se esforzaban por mantener ese nivel de conducta, pero algunos prevaricaban.Por eso Pablo se conforma con proclamar una doble realidad: Primero, que la unión que había entre Pablo y Cristo no había prueba, ni había muerte que la pudiera romper. Segundo, que 47
todo aquél que estuviera fuerte en la fe, que amara verdaderamente al Señor, podía superar cualquier prueba, llegando incluso a una muerte gozosa. Eso es lo que Pablo vive, eso es lo que Pablo proclama, y eso es lo que nos ha llegado a nosotros hasta hoy, atravesando estos 21 siglos de fe en Jesús, y produciendo en todos nosotros, los hombres y mujeres de hoy, un testimonio válido para calentar nuestros corazones y hacernos vivir la alegría de la fe. El que se acerca a Pablo no se tambalea en su amor a Jesucristo, porque Pablo es una llama que calienta y contagia. Gálatas 1, 15-17: “Hasta que me llamó, por su mucho amor, el que me había elegido desde el seno de mi madre, y le gustó revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciara entre los pueblos paganos. En ese momento no tomé consejo de nadie, ni subí a Jerusalén para ver a los apóstoles anteriores a mí. Más bien me fui de inmediato a Arabia, desde dónde volví después a Damasco”. Pablo se ve sumergido en un gran misterio. No es sólo el hecho de que cayó del caballo, o que se le hizo cristiano. Pablo considera que Aquél, Dios infinito, que lo eligió desde el seno de su madre, ha revelado a Jesús en él, para que lo anunciara a los paganos. Por eso, no sube a Jerusalén, ni consulta a los apóstoles. Él se siente elegido por el mismo Dios, quien lo hace representante de su Hijo. Lo que Pablo vive va más allá de la experiencia humana. Su vida viene enmarcada en un gran escenario, porque su misión es muy grande. Los otros apóstoles fueron elegidos en el tiempo de la presencia física de Jesús. El apóstol Pablo es elegido por Jesús ya resucitado. Eso le imprime una fuerza especial a su misión. Los demás apóstoles lo vieron resucitado y se alegraron, pero Pablo experimentó el poder de la resurrección, una fuerza que lo sacó de la oscuridad y lo llevó a la luz, una fuerza que lo arrebató hasta el tercer cielo, y lo llevó a sacudir con su palabra y con su vida, toda Jerusalén, Grecia, Asia menor, llegando hasta Roma. El impacto de Pablo en esos viajes y en las comunidades que fundaba era grande. Él tenía el carisma para llenarlos del Señor como él se había llenado. 48
Romanos 8, 18: “Considero que los sufrimientos de la vida presente no son nada, comparados con la gloria que un día se nos mostrará.
Pablo es un ciudadano del infinito y lleva en su alma un germen de resurrección. De una forma u otra, él había captado los sufrimientos que rodearon la misión redentora de Jesús, y especialmente, la forma como los cristianos que él había perseguido afrontaban cualquier sacrificio para sentirse parte de la vida de Cristo. Así como tres apóstoles contemplaron a Jesús transfigurado y saborearon un poquito de cielo, también Pablo había experimentado la grandeza de la resurrección de Jesús. Viviendo esas experiencias, los primeros cristianos tocaban el cielo con su espíritu y se hacían fuertes para sobrellevar cualquier purificación, cualquier prueba que intentara apartarlos de su unión con Jesús, muerto y resucitado. Los seguidores de Jesucristo tenían bien claro que la felicidad no es asunto de esta vida, y que lo propio de este mundo es el sufrimiento y la purificación. Pero cuando se unían a Jesucristo, consideraban que cualquier sufrimiento era algo muy pequeño, comparado con la dicha de poder resucitar con Cristo. Esa no fue sólo la experiencia de Pablo y de los cristianos de su tiempo, sino que nuestros santos y santas de hoy se han sumergido en el dolor como algo sencillo, pues su amor a Jesús y el deseo de participar de su pasión los saca de este mundo, y su manera de pensar no es como el común de las personas. Cada cristiano que ama de verdad al Señor, atrae hacia él algo de los sufrimientos de Cristo, mientras aguarda con fe y alegría la vida eterna. Hechos 23, 10-15: “Como el alboroto aumentaba, el comandante tuvo miedo que despedazaran a Pablo; y mandó que hicieran bajar la tropa para sacar a Pablo de en medio de ellos y lo llevaran de nuevo a la fortaleza. A la noche siguiente se le apareció el Señor y le dijo: “Animo, así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo en Roma. Al amanecer se reunieron algunos judíos y se comprometieron con juramento a no comer ni beber hasta darle muerte a Pablo. Los comprometidos en este juramento eran más de 49
cuarenta. Se presentaron, pues, a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos y les dijeron: Nos comprometimos bajo juramento a no probar nada antes de haber dado muerte a Pablo. Ahora ustedes, de acuerdo con el Sanedrín, convenzan al jefe del batallón que lo haga bajar donde ustedes para examinar más a fondo su caso; nosotros estamos listos para matarlo antes que llegue”. La figura de Pablo representaba una gran sacudida para el campo de la fe, sea en el ámbito judío, como en el camino del anuncio del Evangelio. Los judíos no podían soportar que un hombre como Pablo se pasara a servir a los seguidores de Jesús. Por un lado, Pablo había experimentado la grandeza de la fe en Jesús, y por otro lado, el mismo Jesús lo confortaba con su presencia. No es que Jesús le quitara las pruebas. De hecho, esos hombres que querían matarlo, más tarde lograron atraparlo, lo apedrearon y lo dejaron por muerto. Como Jesús le dijo “así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo en Roma”, Pablo entendió bien claro que sus sufrimientos eran un plan de Dios, y que las decisiones de Dios no se cuestionan, pues andando sus caminos, siempre nos va bien. Hechos 25, 14-22: “Como permanecieron allí algún tiempo, Festo expuso al rey Agripa el asunto de Pablo y le dijo: Tenemos aquí un hombre al que Félix dejó preso. Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos presentaron quejas contra él y me pidieron condenarlo. Yo les contesté que los romanos no suelen entregar a un hombre sin que haya tenido la oportunidad de defenderse de los cargos en presencia de sus acusadores. Ellos vinieron conmigo, y sin demora, me senté al día siguiente en el tribunal y mandé llamar a aquel hombre. Se presentaron los acusadores, pero no lo demandaron por ninguno de los delitos que yo sospechaba; sólo tenían contra él asuntos referentes a su religión y a un cierto Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive. Como yo no sabía qué hacer en este asunto, le pregunté si quería ir a Jerusalén para que allí lo juzgaran. Pero Pablo apeló y pidió que su caso lo juzgara el emperador. Entonces, 50
ordené que lo mantuvieran preso hasta mandarlo al César. Agripa dijo a Festo: Me gustaría oír a ese hombre. Festo le contestó: Mañana lo oirás”. La Iglesia ha tenido que enfrentar falsas historias que llegan a afirmar que Jesús es un personaje inventado. Este pasaje que pasó a los anales del imperio romano, por tratarse de la ciudadanía romana de Pablo, es una de las pruebas de la existencia de Jesús: “Sólo tenían contra él asuntos referentes a su religión y a un cierto Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive”. La figura de san Pablo es de gran valor para reafirmar el hecho “Jesús de Nazaret”, por el puente que representa Pablo entre el mundo judío con sus leyes y tradiciones, y el imperio romano. Todo eso no es casual. Es la providencia divina que llamó a Pablo para un propósito muy grande. Toda esa travesía desde Grecia hasta Roma estuvo salpicada de hechos sobrenaturales que aseguraban a Pablo un apoyo constante de lo alto. Pablo mostraba una fuerza y una convicción tan grande que Festo, el rey Agripa y Berenice consideraban que estaba loco, un poco trastornado por la mucha cultura que había asimilado (Hechos 26, 24). Hechos 27, 21-26: “Como hacía días que no comíamos, Pablo se puso en medio y les dijo: Amigos, hubiera sido mejor seguir mi consejo cuando les dije que no saliéramos de Creta. Nos habríamos evitado este peligro y esta pérdida. Pero ahora los invito a que recobren ánimo, porque ninguno de ustedes morirá. Solamente se perderá el barco. Pues anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo que me dijo: Pablo, no tengas miedo, tienes que presentarte ante el César y Dios te concede la vida de todos los que navegan contigo. Ánimo, pues amigos míos, porque confío en Dios que sucederá tal como me dijo. Pero encallaremos en alguna isla”. Pablo está lleno de un espíritu nuevo. No sólo hace milagros, sino que predice sucesos que están por venir: “Se perderá el barco, se salvarán todas las personas”. Y según el ángel que le habló, 51
las vidas que se salvarán son como un regalo de Dios para Pablo. En ese naufragio, cada vida que se salva, es como un milagro que se le ha concedido a Pablo. Casi ni el mismo Pablo puede comprender dónde es que ha caído. Son las maravillas de Dios que acompañan al gran acontecimiento de la redención. Los que se unen a Cristo saben que verán y vivirán cosas inenarrables. De hecho, Pablo, cuando fue arrebatado al tercer cielo, se conformó con decir “ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. Pablo está preso, atado con cadenas, va conducido a un juicio que puede llevarlo a la muerte, es parte de la tormenta y del naufragio, sin embargo, es la persona más serena del grupo, y con más confianza de que todo saldrá bien. Los demás no pueden entender la fe de Pablo, la alegría que lo llena y los milagros que hace. Es un ser nuevo, es un nuevo camino, es una nueva experiencia. La Biblia dice que Dios conducirá a Israel como en nidos de águilas. Pablo se siente transportado en el aire y casi no necesita ni descanso, ni alimento. Su vida ha sido transformada y vive realmente de Dios. Esa intensa vida divina lo llevará a pronunciar la gran pregunta de la carta a los romanos: ¿Quién podrá separarme del amor de Dios? No hay fuerza que lo pueda lograr, porque estamos enraizados en Jesucristo. Cuando hemos aceptado de verdad a Jesucristo, ese amor que nos une a Él es indestructible. Hechos 28, 7-10: “Cerca de este lugar había una propiedad perteneciente al hombre principal de la isla de Malta, llamado Publio. Éste nos recibió y hospedó amigablemente durante tres días. Precisamente su padre estaba en cama con fiebre y disentería. Pablo lo fue a ver; oró y le impuso las manos y lo sanó. A consecuencia de esto, los demás enfermos que había en la isla acudieron a él y fueron sanados. Por eso nos colmaron de atenciones, y a nuestra partida, nos proveyeron de todo lo necesario”. Cuando esos milagros pasan por sus manos, Pablo se siente iluminado por la gloria de Dios. Pero Pablo no se vanagloriaba 52
de ese don tan grande, pues recordaba las palabras de Jesús a sus apóstoles: “No se sientan importantes, porque los espíritus malignos les obedezcan. Más bien, siéntanse importantes, porque sus nombres están escritos en el cielo”, porque son llamados a beber el cáliz que Yo voy a beber, porque ustedes son parte de este proyecto redentor. El naufragio de la isla de Malta sirvió para apoyar la evangelización que Pablo iba ofreciendo, y al mismo tiempo fue un favor que Dios les hizo a los habitantes de la isla, pues recibieron el Evangelio de ese gran apóstol san Pablo, que realmente sabía lo que era el anuncio de Jesucristo. Los milagros, los regalos, el buen trato de la gente, todo sirvió para crear un bello clima donde el Evangelio pudiera dar frutos generosos. Dios es quien da el crecimiento y el fruto, pero el clima humano que se crea favorece el desarrollo de la Palabra de Dios, que es mensaje, pero que es también amor entre unos y otros. Romanos 1, 1. 5-6 : “Pablo, siervo de Cristo Jesús, y apóstol por un llamado de Dios, escogido para proclamar el Evangelio de Dios. — Por Él, Cristo Jesús, nuestro Señor, recibí la gracia y la misión del apóstol, para persuadir a los hombres que se sometan a la fe, y con eso sea glorificado su Nombre”. El primer versículo de la carta a los romanos es una gran presentación de Pablo: “Siervo de Cristo Jesús, apóstol por un llamado especial, y enviado a proclamar la Buena Noticia”. Pablo cambió toda su vida para convertirse en parte de la glorificación del Nombre de Jesús. Es un Nombre que lleva un amor que santifica. Pablo les escribirá a los santos que residen en Roma, a los santos que residen en Corinto, porque todos los que creen en Jesús, tienen santidad y poseen germen de resurrección. Pablo comprendía bien que quien mira a Cristo y cree en su gesto de amor en la cruz, consigue la liberación ofrecida por Dios, esa liberación que él disfrutaba. Al entrar en esta experiencia de Dios, el creyente se va liberando de sus cadenas y de sus debilidades, porque sabe amar. El amor es la fuerza de todo el proyecto redentor. 53
Romanos 3, 21-25: “Pero ahora se nos hizo manifiesto eso mismo que anunciaban la Ley y los Profetas: Dios nos hace justos y santos sin valerse de la Ley. Dios nos hace justos mediante la fe en Jesucristo, y eso vale para todos los que creen, sin distinción de personas. Pues todos pecaron y a todos les falta la gloria de Dios, y son rehabilitados por pura gracia y bondad, mediante el rescate que se dio en Cristo Jesús. En su persona y con su sangre derramada, Dios quiso que tuviéramos un perdón del pecado mediante la fe”. Pablo va a incursionar en unas ideas que pondrán furiosos a los judíos fundamentalistas. Él sabe que la Ley sirvió para preparar al pueblo en su relación con Dios, hasta que llegara Jesucristo, quien realizaría la relación completa del hombre con Dios. “Dios nos hace justos y santos sin valerse de la Ley”. Quitarle a la Ley mosaica ese puesto de privilegio que le daba el Judaísmo, era caer en una tremenda incomprensión, arriesgando la propia vida. La Ley era algo bueno, pero era un terrible peso para la gente. Pablo llega a considerarla, incluso, generadora de pecado: “La Ley y el delito siempre van juntos”(Romanos 4, 15). Al romper con la Ley y caer en la fuerza del amor de Cristo, Pablo experimenta un insondable camino de libertad que lo hace profundamente feliz. De ese camino nadie lo podrá sacar. Todo lo que él aspiraba en el judaísmo, lo encontró realizado en Jesucristo. Como estudioso, saboreó el encuentro con la verdad total, y fue transfigurado al dejar la ley de la carne para vivir la ley del Espíritu. Cuando Pablo presenta la vida del hombre nuevo, que es su propia vida que está presentando, las palabras de Pablo se subliman. Lo que él presenta es tan hermoso, que parece que está hablando de un ser nuevo ya resucitado, un ser que se ha enraizado en Jesucristo, y en quien se han iluminado todas las sombras. Romanos 5, 20-21: “La misma Ley que se introdujo después, sirvió para multiplicar los pecados. Pero, donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Y del mismo modo que el pecado estableció su reinado de muerte, la gracia a su vez reinará, y después 54
de restablecernos en la amistad con Dios, nos llevará a la vida eterna gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor”. Para Pablo, la Ley ha hecho mucho bien, pero ha generado muchas transgresiones, y por tanto, muchos pecados. Jesús vino en un tiempo en que había un mal uso de la Ley, y abundaba el pecado. De modo que la presencia de Cristo fue un tiempo tan precioso que logró borrar el pecado y conducir a los creyentes a un crecimiento en el amor. El amor traído por Cristo quitó el poder del pecado y generó la nueva vida entre los hijos de Dios. Por eso, donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia que es el amor de Dios. Por esa eficacia de la gracia fue que la Iglesia llegó a una hermosa frase: “Oh feliz culpa de Adán”, pues por merecer el pecado, merecemos a Jesucristo, que no sólo cura nuestro pecado, sino que nos introduce en una nueva experiencia de relación con Dios. Romanos 7, 17-20: “...no soy yo quien obra mal, sino el pecado que está dentro de mí. Bien sé que en mí, o sea en mi carne, no habita el bien. Puedo querer el bien pero no realizarlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Por lo tanto, si hago lo que no quiero, no soy yo quien está haciendo el mal, sino el pecado que está dentro de mí”. Aunque hemos sido curados y se nos ha llenado del amor de Cristo, la batalla interior continúa. El buen trigo no está solo en nosotros. Mientras habitemos esta tierra de pecado, nuestro trigo siempre tendrá un poco de cizaña. Pablo descubre y reconoce una verdadera lucha interior para conservar y hacer crecer la gracia en nosotros. La lucha interior permanece toda la vida. Es la debilidad humana que debe ser purificada para llegar a la presencia de Dios. Es el sabor del mundo que tiene que desaparecer dentro de nosotros para que la nueva vida coja fuerza. La gracia no es un parche, es algo que tiene que moldear nuestra naturaleza y reorientarla en todas sus fuerzas. Es el hombre viejo que pelea por no morir, pues sólo la muerte de toda la persona lo puede erradicar. Es ahí donde se sitúa el trabajo de los hombres y mujeres de espíritu, aquellos que se han 55
decidido de verdad a romper con el mundo y sus fuerzas, y adentrarse a saborear lo bueno que es Dios. Romanos 8, 5-6. 9: “Los que se guían por la carne, piensan y desean lo que es de la carne. Los que son conducidos por el Espíritu, van a lo espiritual. La carne tiende a la muerte, mientras que el Espíritu se propone vida y paz. ... Pero ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes”. Pablo descubre claramente que la Ley, la carne, el pecado, el mundo, es todo un camino que puede generar maldad. El Espíritu de Cristo es vida nueva, es alegría, es amor. Al encontrar a Cristo, todo lo que hemos apreciado en este mundo, se nos cae de la mano. Sólo el Señor vale. Estar lejos de Cristo es probar el vacío, es probar la muerte. Los que creen en Jesús, los hijos de Dios, tienen la sabiduría suficiente para defenderse de los ataques del mal. La presencia de Cristo en nosotros es garantía de felicidad. Con Él nos sentimos bien, pues somos guiados por su Espíritu que es paz y consolación. El precio de ir hacia Cristo a través de algunas rupturas interiores, soportando algunas pruebas que purifican, viene compensado por el amor grande que nos invade al encontrarlo. Su Espíritu nos llena, nos transforma, nos santifica, y apenas si nos acordamos de los tropiezos del camino. Una vez que el Espíritu de Cristo habita en nosotros, somos propiedad de Dios, Él es nuestra herencia y nosotros somos su herencia. Somos ciudadanos del cielo, ya no nos sentimos parte de la tierra. Los pequeños o grandes sacrificios que debemos ofrecer cada día son como exquisitas flores que llevamos a su altar, y que hemos cosechado en el jardín de su amor. Romanos 11, 11-12: “Entonces me pregunto: ¿Cayeron para no levantarse? De ninguna manera. Pues su traspié permitió que la salvación llegara a los paganos, y esto, algún día, despertará la envidia de Israel. Si la falta de Israel dejó rico al mundo, si su fracaso parcial dejó ricas a las naciones paganas, ¿qué no sucederá cuando Israel alcance su total perfección”? 56
Parece que Pablo lleva en su mente una luz especial para iluminar las cosas y ver siempre el aspecto positivo. Contemplando la grandeza de Cristo y el pecado de Adán, Pablo vive la teología del Oh feliz culpa de Adán”, que mereció tal Redentor. Tener a Jesucristo fue algo tan grande, que valió la pena pecar. Aquí dice Pablo: “el traspié del pueblo judío sirvió para que la salvación llegara a los paganos”. La falta de Israel al rechazar a Jesucristo enriqueció al mundo. Con el fracaso parcial de Israel, la salvación enriqueció a las naciones paganas. Y esta riqueza de los paganos por tener a Jesucristo, producirá la envidia del pueblo judío, y conseguirá que Israel logre la perfección en su relación con Jesucristo. Quiere decir que desde la salvación en los paganos, Jesucristo sigue llamando al pueblo de Israel. Ya no es la fe de Israel que sirve de puente entre los paganos y Dios, sino que es la fe de los paganos que sirve para calentar la fe de Israel. Pablo siente la alegría de la conversión de los gentiles, y siente la necesidad de la conversión de su pueblo. Pablo soñó con la conversión completa de su pueblo, y desde el cielo seguirá esperándola. Romanos 12, 9-18: “Que el amor sea sincero. Aborrezcan el mal y cuiden todo lo bueno. En el respeto estimen a los otros como más dignos. En el cumplimiento del deber no sean flojos. En el espíritu sean fervorosos y sirvan al Señor. Tengan esperanza y estén alegres. En las pruebas sean pacientes. Oren en todo tiempo. Compartan con los creyentes necesitados. Con los que están de paso sean solícitos para recibirlos en sus casas. Bendigan a quienes los persiguen, bendigan y no maldigan. Alégrense con los que están alegres, lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros. No busquen las grandezas, sino vayan a lo humilde. No se tomen por unos sabios. No devuelvan a nadie mal por mal, procuren ganarse el aprecio de todos los hombres. Hagan todo lo posible, en cuanto de ustedes dependa, para vivir en paz con todos. No se hagan justicia por ustedes mismos, queridos hermanos. Dejen que Dios sea el que castigue”. 57
En estos diez versículos, Pablo les traza a los romanos una línea de conducta maravillosa. Si logran copiar todo eso en sus vidas, serán como ángeles de Dios. Prácticamente Pablo está desglosando todos los sentimientos que él lleva en su corazón al saborear la vida nueva. Todo eso es fruto del amor de Cristo. Ese amor, cuando llena una persona, la transforma completamente. Romanos 14, 7-9: “En realidad, ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Pues Cristo probó la muerte y luego la vida, para ser Señor tanto de los vivos como de los muertos. Pablo se siente propiedad de Dios. Dios es nuestra herencia y nosotros somos sus hijos. Muertos o vivos, sanos o enfermos, somos del Señor. Vivimos para Él y morimos para Él. Es el cortejo de hombres y mujeres de fe que lo siguen y lo aman, en la vida y en la muerte. Jesús entró en el sufrimiento y en la muerte, no como castigo, sino para ser dueño de los que sufren y de los que mueren. Recordamos a santa Teresa: “quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”. Romanos 15, 17-19: Este servicio de Dios es para mí motivo de gloria en Cristo Jesús. Por supuesto que no me atrevería a hablar de nada fuera de lo que ha hecho Cristo mismo valiéndose de mí, de mis palabras y obras, para que los paganos se sometan a la fe. Y todo esto se hizo con milagros y prodigios, con el poder del Espíritu Santo. De esta manera, he llevado la Buena Nueva de Cristo por todas partes, desde Jerusalén hasta Iliria”. Pablo está bien claro sobre la obra de la gracia en él y en todos nosotros. Fuimos marcados por el pecado y estamos inclinados al mal, y por tanto, el bien que hacemos es obra del Espíritu de Cristo que actúa en nosotros. Nuestras palabras y nuestras obras son un regalo que Dios nos ha hecho, haciéndonos parte de su misterio redentor. Dios ha enriquecido su obra en el mundo repartiendo milagros y prodigios a través de nuestras manos. En este capítulo 58
15, Pablo siente la persecución de los judíos y por eso pide oraciones: “les pido, hermanos, que luchen juntamente conmigo, orando a Dios por mí, para que escape a las asechanzas de los incrédulos de Judea”. Toda esa persecución era un freno para la predicación de Pablo, pero lo reafirmaba y lo fortalecía en su unidad con Cristo. Como él mismo decía: “Los que aman a Dios, todo les sirve para bien”. I Corintios 1, 17-18; 27-28: “Sépanlo: no me envió Cristo para bautizar, sino para proclamar el Evangelio. Y nada de discursos bonitos. De otra manera se desvirtuaría la cruz de Cristo. El lenguaje de la cruz no deja de ser locura para los que se pierden. En cambio, para los que somos salvados es poder de Dios.... Dios ha elegido lo que el mundo tiene por necio con el fin de avergonzar a los sabios; y ha escogido lo que el mundo tiene por débil, para avergonzar a los fuertes. Dios ha elegido a la gente común y despreciada, ha elegido lo que no es nada para rebajar a lo que es”. Predicar el Evangelio es asumir el camino de la cruz. Esa cruz a la que muchos le temen, y que según Pablo, es locura para los que se pierden. El Jesús que amamos es el que cuelga del madero, y para llegar hasta Él hay que entrar en el amor a la cruz. La cruz significa humildad, desprendimiento, olvido de sí mismo. En la cruz, amada y ofrecida, encontramos la presencia de Cristo y una fuente inagotable de amor divino. Dios llegó a la glorificación de su Hijo a través de la cruz, y cuanto más sumergidos estamos en la cruz de Cristo, más nos quiere el Padre. La cruz aparece como necedad y debilidad para los que se han apartado de Dios. El Dios de los cristianos se nos presenta en la debilidad y en la pobreza. Ése es su misterio: presentarse oculto en lo que el mundo rechaza, y amar a sus hijos desde la sencillez y no desde una grandeza buscada por la fantasía del hombre. I Corintios 2, 2-5: “Me propuse no saber otra cosa entre ustedes, sino a Cristo Jesús, y a éste crucificado. Me presenté débil, 59
iba inquieto y angustiado, mis palabras y mi predicación no tenían brillo, ni artificios para seducir a los oyentes. Pero sí, se manifestó el Espíritu con su poder, para que ustedes creyeran, no por la sabiduría de un hombre, sino por el poder de Dios”. Éste es un párrafo de una increíble belleza humana, el lenguaje perfecto de los hijos de Dios. Cuando Pablo militaba en el judaísmo, nunca pudo imaginar escribir un texto así. Algo tan sencillo y tan sublime con la fuerza divina que radica en el alma. Pablo esconde la fuerza de su personalidad humana para hacer que resalte la fuerza de la Palabra de Dios, y que se vea que es Dios mismo el que habla. I Corintios 2, 12-14: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, y por él entendemos lo que Dios, en su bondad, nos concedió. Todo eso lo conversamos, no en el lenguaje de la humana sabiduría, sino con aquellas palabras que nos enseña el Espíritu de Dios, para expresar las cosas espirituales en un lenguaje espiritual. El hombre que se quedó en lo humano, no entiende las cosas del espíritu. Para él son locuras y no las puede entender, porque se aprecian a partir de una experiencia espiritual”. Sólo el Espíritu puede ayudarnos a comprender la nueva vida que Cristo trae. Es una experiencia nueva, una experiencia que compromete y transforma. Se necesita la luz del Espíritu para dejar que nuestra vida se inmole y se transforme. Mientras nos quedamos en los límites de la razón humana, no entendemos el proyecto de Dios, ni podemos saborear la excelencia del amor divino. Hay que dejar a un lado la razón y creer en la Palabra de Jesús. Hay que recorrer un camino de humildad y sencillez, camino que Pablo descubrió al cerrarse sus ojos en Damasco. El mundo exterior se apagó frente a Pablo, y se iluminó al máximo su mundo interior. El Espíritu lo revistió con la fuerza de la verdad, y su nuevo camino quedó marcado en forma absoluta. Había nacido el otro Pablo, el verdadero Pablo, y esa verdad divina que él tanto había amado, se le presentó con toda su grandeza y lo condujo a una plenitud que él 60
no podía comprender. Dios había pasado por ahí, como pasó por la montaña del Sinaí llenándola de fuego. Sólo que ahora el fuego del Espíritu quemaba el alma de Pablo, arrebatándola como a Elías en el carro de fuego. Los enemigos empezaron a perseguir a Pablo, pero ellos no tenían ni la más remota idea de lo que significaba esta nueva vida del apóstol de los gentiles. I Corintios 3, 6-9: “Yo planté, Apolo regó, pero Dios hizo crecer. Y no cuentan ni el que planta, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. El que planta y el que riega son una sola cosa, aunque Dios pagará a cada uno según su trabajo. Juntos trabajamos en la obra de Dios, pero a Él pertenece el campo y la construcción que son ustedes”. La intensa luz que cegó a Pablo en Damasco lo hizo entender muchas cosas. Dios no sólo es el primero en este proyecto, Él lo es todo. Es su proyecto, es su fuerza, es su amor. Por su bondad y su misericordia nos incorpora a su trabajo, y el bien que hacemos, lo hace Él a través de nosotros. Los seres humanos, buscando gloria y protagonismo, como una enfermedad de la naturaleza caída, entorpecemos la acción del Espíritu en el anuncio del Evangelio. Pablo es un gran maestro en el espíritu, y además de sembrar bien, él lucha para que sus hijos aprendan de él, y no lleven confusión a la comunidad cristiana. Lo que hacemos es obra de Dios, e incluso, nosotros mismos somos obra del amor de Dios. I Corintios 4, 11-13: “Hasta hoy pasamos hambre y sed, falta de ropa y malos tratos, mientras andamos de un lugar para otro. Trabajamos con nuestras manos hasta cansarnos. La gente nos insulta y los bendecimos, nos persigue y todo lo soportamos, nos calumnia, y entregamos palabras de consuelo. Hemos llegado a ser como la basura del mundo, como el desecho de todos hasta el momento”. El encuentro con Jesucristo genera un ser nuevo. Somos la semilla que ha caído en el surco, muere en la tierra y nace una nueva planta. Somos imágenes de aquel Cordero llevado al matadero que no 61
abría la boca. Sólo el Espíritu de Cristo puede llevarnos a lograr una abnegación tan grande. Quien ama el Evangelio realmente saborea estos tres versículos, tan cargados de experiencia de fe. Para que Pablo escribiera un mensaje tan hermoso, tuvo que vivir bien a fondo el misterio cristiano, y debió atravesar por una purificación de grandes pruebas. Son palabras divinas que brotan de un manantial espiritual de alguien que ha llegado incluso hasta el éxtasis. I Corintios 6, 6-9: “Un hermano demanda a su hermano, y demanda ante gente sin fe. Ya es una desgracia que tengan pleitos unos contra otros. ¿No sería mejor sufrir la injusticia y soportar algún perjuicio? Pero no, son ustedes los que cometen injusticias y perjudican a otros, y esos son hermanos. ¿No saben que los injustos no heredarán el Reino de Dios?”. Una de las dificultades de Pablo era hacerles entender a los fieles que ellos eran ya seres distintos, que ellos estaban metidos en una nueva manera de vivir. Si a un pagano le robaban una vaca, iba a buscar justicia en un juez. Si a un cristiano le robaban algo, para Pablo, en su tiempo, era mejor quedarse robado y esperar la justicia de Dios. La oscura justicia humana no servía para resolver el sufrimiento de un cristiano. El Evangelio era y sigue siendo un llamado heroico, un cambio radical de vida. Pablo quería llegar hasta las últimas consecuencias de la fe. Él había acogido y vivido una llamada profunda de la fe, y así se la trasmitía a los seguidores de Jesús. Desde un principio, Jesús lanzó su llamado absoluto: “Vende lo que tienes, dalo a los pobres, y ven y sígueme”. La liberación del pecado que trae la vida de Jesús implica apagar nuestra fiebre materialista, y cancelar toda soberbia humana que toque al corazón del hombre. Por eso la vida cristiana se vuelve superficial, porque pocas veces llega a tocar fondo. I Corintios 10, 12-13... 23-25... 27-28: “Así, pues, el que cree estar firme tenga cuidado de no caer, sabiendo que todavía no los han tocado grandes pruebas. Pero Dios no les puede fallar, y no 62
permitirá que sean tentados sobre sus fuerzas. Él les dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir... Todo es permitido, pero no todo es provechoso. Todo es permitido, pero no todo es constructivo. Que nadie busque su propio interés, sino el del prójimo. Coman, pues, lo que se vende en la plaza, sin averiguar su proveniencia por escrúpulo de conciencia... Cuando sean invitados por alguien que no comparte la fe, vayan, si quieren, y coman de todo lo que él les sirva, sin averiguar por escrúpulo de conciencia. Pero si alguien les advierte que es carne inmolada a los ídolos, entonces no coman, en atención al que los advirtió a su conciencia”. Pablo sabe el gran precio que ha pagado por vivir como él vive. Él es maestro de espíritu y él es feliz con Jesús, pero ha pasado por verdaderas muertes. Ha sido desbaratado por dentro y por fuera para acomodarse a la manera de ser de Jesús. Él advierte a los fieles que vayan despacio, que se cuiden, porque ese camino implica mucho equilibrio y pueden resbalar fácilmente. Lo más importante del cristiano es el olvido de sí mismo, de sus intereses, de sus caprichos, pues todo su plan es agradar al Señor. Tener como alegría propia la alegría de los demás es alta espiritualidad. Comer de la carne ofrecida a los ídolos no era nada, pues el ídolo no era nada. Pero si alguien consideraba que era pecado, en atención a esa conciencia débil, era mejor no comer. Pablo estaba bien claro: No era asunto de comer o no comer. Lo importante era el bien espiritual del otro, y eso no se tocaba. I Corintios 11, 23-29: “Yo recibí esta tradición del Señor, que a mi vez les he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, y después de dar gracias lo partió, diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía. De la misma manera, tomando la copa después de haber cenado, dijo: Esta es la nueva alianza en mi sangre. Siempre que beban de ella, háganlo en memoria mía. Así, pues, cada vez que comen de este pan y beben de la copa, están proclamando 63
la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, si alguien come el pan y bebe de la copa indignamente, peca contra el cuerpo y la sangre del Señor. Por eso, que cada uno examine su conciencia antes de comer del pan y beber de la copa. De otra manera, come y bebe su propia condenación al no reconocer el cuerpo”. En este párrafo, Pablo nos trasmite su memoria del Pan Eucarístico. La celebración del Pan de Vida llena la Iglesia, y Pablo le advierte a esa gran comunidad de Corinto, que la fracción del Pan viene del mismo Jesús, y que para celebrar ese misterio, la comunidad debe cambiar. Llegar hasta el altar es un asunto grave, y se precisa de una conciencia limpia, de un amor apasionado por Jesucristo. I Corintios 13, 1-7: “Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, y me faltara el amor, no sería más que bronce que resuena y campana que toca. Si yo tuviera el don de profecía, conociendo las cosas secretas con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy. Si reparto todo lo que poseo a los pobres, y entrego hasta mi propio cuerpo, pero no por amor, sino para recibir alabanzas, de nada me sirve. El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar, ni se hace el importante. No actúa con bajeza ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto, y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta”. Pablo está escribiendo una carta difícil, pues hay muchos problemas en la comunidad, problemas que son incluso, desórdenes. Nadie gusta de ser corregido y menos en el campo de la fe, donde cada uno considera que el Espíritu le habla. Hay momentos de esta carta en que Pablo se calienta un poco y se expresa con fuerza porque tiene celos de Dios. Pero en vez de exigir mucho, Pablo prefiere ahondar en la auténtica idea del camino trazado por Jesús. Los siguientes textos de esta carta: 1, 27-29; 4, 11-13; y 13, 1-7 están escritos con palabras que hacen vibrar el alma. Pablo se sumerge 64
en las profundidades de la vida cristiana, una vida marcada por la humildad y el amor, y les hace ver desde ahí el porqué los cristianos de Corinto se han desviado, y la urgencia que hay de corregir esos errores. Es preciso volver al buen camino, y entrar de nuevo en la espiral de la gracia. Una vida tan hermosa y tan agradable como la vida en Cristo no se la puede estar desperdiciando con tensiones inútiles. Lo que es de Dios es bonito y hay que cuidarlo. El amor cristiano es algo muy grande y hay que vivirlo con toda su gracia y su pureza. Este himno a la caridad ha brotado del corazón de Pablo, ese corazón que se ha llenado de Dios y que ha encontrado la nueva manera de vivir para hacer que este mundo sea más habitable, y con un toque de divinidad, gracias a la presencia del Señor Jesús. I Corintios 15, 9-11: “Pues yo soy el último de los apóstoles y ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Sin embargo, por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su bondad para conmigo no fue inútil. Lejos de eso, trabajé más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Con todo, tanto yo como ellos, predicamos este mensaje, y esto es lo que ustedes han creído”. Pablo sabe lo que ha perdido y lo que ha ganado. Sabe de dónde viene su gracia, y cuál es su aporte a su nueva vida. “Por la gracia de Dios soy lo que soy...” Reconoce que ha trabajado mucho, y que incluso, superó a los otros apóstoles, pero no puede gloriarse de sí mismo, sino que se gloría en el Señor, quien lo llamó, lo amó y lo transformó. Pablo está totalmente agradecido de Dios y su vida ya no existe...es Cristo quien vive en él. II Corintios 1, 3-6: “Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús nuestro Señor, el Padre siempre misericordioso, el Dios del que viene todo consuelo, el que nos conforta en todas nuestras pruebas por las que ahora pasamos, de manera que nosotros también podamos confortar a los que están en cualquier prueba, comunicándoles el mismo consuelo que nos comunica Dios a nosotros”. 65
El apóstol Pedro tenía un dato importante en su vida: Jesús había rezado por él para que su fe se fortaleciera, y desde esa fe fuerte, él apoyara a sus hermanos. Pablo también siente que lo cubre el consuelo y la misericordia de Dios, y que ese apoyo no es sólo para él, sino para que acompañe a otros que siguen a Jesús. Los dirigidos de Pablo pasan por muchas pruebas y necesitan apoyarse en alguien. Algunas pruebas hacían tambalear a los cristianos, pues debían dar pasos heroicos. Por muy mal que les fuera, ellos sabían que la empresa que tenían entre manos no era de ellos. Era un proyecto de Dios, y Dios llegaría siempre a tiempo para cuidarlos con un amor de predilección. II Corintios 2, 16b-17: “¿Quién está a la altura de esta misión? No somos como tantos otros que hacen dinero de la Palabra de Dios. Hablamos con sinceridad y anunciamos a Cristo de parte de Dios y en su presencia”. Los comienzos del Evangelio fueron tiempos duros, un camino lleno de incomprensión y de crítica inútil. Pablo dejó sembrada la buena semilla en Corinto, pero apareció el enemigo que sembró cizaña y mucha calumnia. Así es este mundo. Fue esa la profecía del anciano Simeón: Jesús sería una bandera discutida, y sus seguidores tendrían la misma suerte. El Evangelio siembra paz y amor, pero también tiene que erradicar contiendas y pecados. Tiene que limpiar viejos hábitos y algunos intereses creados que se debaten por no morir. Es posible que algunos de los discípulos de Pablo vieron en el Evangelio una oportunidad de aprovecharse de la caridad y gran disponibilidad de los hermanos, y ahora reaccionan contra Pablo, porque ellos mismos saben que el gran maestro no es así. Cuando Luther King quiso grabar en sus seguidores la fuerza del amor de Cristo, muchos de ellos preferían las armas, en vez de usar el amor. Hablar como profeta de Dios y proclamar un Evangelio de salvación es algo demasiado grande que no se puede maltratar buscando un par de monedas. Sin embargo, esa enfermedad monetaria, que es una herencia farisaica, ha frenado el Evangelio a través de toda 66
la historia de la Iglesia. A las puertas del Evangelio llegan hombres y mujeres generosos, pero también otros que son frutos menores de una tierra cansada. Dios no se preocupa por eso; las hojas que no sirven, se caen, y las ramas que están dañadas, se secan, pues no reciben la verdadera sabia que las puede alimentar. El árbol sigue fuerte y firme, y Dios se cuida de él. El Evangelio es ara, no pedestal, y aunque los cristianos de pedestales molestan, sin embargo, el ara sigue siendo la ilusión de las almas grandes, y la Iglesia mantiene su grandeza original. II Corintios 3, 17-18: “El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Por eso todos nosotros andamos con el rostro descubierto, reflejando como un espejo la gloria del Señor, y nos vamos transformando en imagen suya más y más resplandeciente por la acción del Señor, que es espíritu”. Pablo es hombre de espíritu, y siente la fuerza del Espíritu de Cristo que actúa en él. Por el bautismo y la gracia de los demás sacramentos nos vamos transformando en otro Cristo. Su imagen se va grabando en nosotros y reflejamos su vida y hasta su rostro. Si vivimos a plenitud la gracia de Dios, reflejamos el rostro del Señor. Cuando nuestra vida cristiana es mala, desfiguramos el rostro de Cristo. Pablo está preocupado, pues los problemas que hacen sufrir la comunidad están desfigurando el Cristo vivo que él predica. Caminamos en la presencia de Dios, y el primer testigo del buen trabajo de Pablo es el mismo Dios. Pablo es sencillo y humilde, pero cuando tiene que decir alguna verdad completa, no tiene miedo de expresarla, pues él sabe que le sirve a Dios y no a los hombres. II Corintios 4, 3-5: “Es verdad que permanece oscuro el Evangelio que proclamamos, pero solamente para los que se pierden. El dios de este mundo los ha vuelto ciegos de entendimiento y se niegan a creer, de manera que no ven el resplandor del Evangelio glorioso de Cristo, que es imagen de Dios. A ese Cristo Jesús lo proclamamos como Señor, no nos pregonamos a nosotros mismos. Somos servidores de ustedes por Jesús”. 67
Ayudados e iluminados por el Espíritu Santo, los que predican el Evangelio de Jesús, luchan por conservar el legado de Jesús íntegro como lo exige la fe. Tratándose de un asunto de religión, me imagino que rápidamente aparecían muchos que inventaban, añadían y hasta confundían el mensaje de Pablo y de los apóstoles. Pablo se queja, porque hay gente que no logra ver el resplandor del glorioso Evangelio de Cristo. Pablo ve con claridad que Dios mismo se ha encargado de cuidar e iluminar para que comprendan bien lo que Jesús quiere que crean y anuncien de Él. Ciertamente era algo difícil el configurar una sana doctrina en un ambiente pagano. Esta sana doctrina, este glorioso Evangelio le costará muchas preocupaciones al apóstol san Pablo. II Corintios 4, 7-10: “Con todo, llevamos este tesoro en vasos de barro para que esta fuerza soberana parezca cosa de Dios y no nuestra. Nos vienen pruebas de toda clase, pero no nos desanimamos. Andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aplastados. Por todas partes llevamos en nuestra persona la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra persona”. Pablo está consciente de la debilidad humana y de las deficiencias de nuestra manera de ser al encontrarnos con algo tan puro, tan bonito y tan excepcional. El vino nuevo tiene que echarse en odres nuevos. Esta vida nueva debe ser asumida por hombres y mujeres que han logrado un cambio radical en sus vidas. Nuestros defectos debilitan el gozo interno de esta gracia de Dios. “Llevamos este tesoro en vasijas de barro”, somos frágiles, tenemos todavía mucho sabor de mundo, y por eso, lo poco que creemos en la fe es un regalo de Dios, eso se logra porque él nos da una mano. La lucha entre la gracia y el pecado se vuelve recia, pero nos agarramos de Dios y no caemos. Las pruebas no son para debilitarnos o confundirnos, sino para fortalecernos. Para Pablo, el hecho de ser perseguidos y maltratados es la vía ordinaria para que se manifiesten 68
en nosotros los sufrimientos de Cristo. Cualquier persona, aun con mucha fe, trataría de huir del sufrimiento, pero Pablo ve en eso una forma de acercarse a Jesús, una forma segura de experimentar su misma vida. II Corintios 5, 6-9: “Así, pues, nos sentimos seguros en cualquier circunstancia. Sabemos que mientras vivamos en el cuerpo, estamos aún fuera de casa, o sea, lejos del Señor, pues caminamos por fe, sin ver todavía. Pero nos sentimos seguros y nos gustaría más salir de ese cuerpo para ir a vivir junto al Señor. Por eso, sea que guardemos esta casa o la perdamos, lo único que nos importa es agradar al Señor”. Agradar al Señor es para Pablo la ley suprema del cristiano. El cuerpo es como un obstáculo para vivir unidos a Jesucristo. Casi es mejor morir para llegar a estar junto con el Señor. Esta vida ya casi no interesa, pues es mejor la vida nueva en Cristo, y ésta es mejor después de dejar esta tienda temporal. II Corintios 6, 4-10: “Al contrario, en todo demostramos ser auténticos ministros de Dios: somos muy perseverantes, soportamos persecuciones, necesidades, angustias, azotes, cárcel, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer. En nosotros, la gente puede ver pureza de vida, conocimiento, paciencia y bondad, actuación del Espíritu Santo y amor sincero. En nosotros está la verdad y la fuerza de Dios. Luchamos con las armas de la justicia, tanto para atacar como para defendernos. Unas veces nos honran y otras nos insultan. Recibimos tantas críticas como alabanzas. Pasamos por mentirosos, aunque decimos la verdad; por desconocidos, aunque nos conocen; nos dan por muertos y vivimos. Se suceden los castigos y todavía no hemos sido ajusticiados. Nos creen afligidos y permanecemos alegres. Tenemos apariencia de pobres, y enriquecemos a muchos. Parece que no tenemos nada, y todo lo poseemos”. Pablo da testimonio de una vida rica en Cristo. Todas las penalidades sufridas por él, responden al deseo que tiene Pablo de 69
parecerse a Él y de vivir como Él vivió. Hoy día nosotros disfrutamos del aleluya de la resurrección y nos adherimos fuertemente a la alegría del Resucitado. Los primeros cristianos, especialmente Pablo, disfrutaban de padecer como Él, sentir los sufrimientos de Cristo, para luego tener parte en su resurrección. Aunque había grandes dificultades en la fe, debido a la ruptura con el judaísmo y el paganismo, sin embargo, esa fuerza con que se asumió la unión con Jesús, ayudó a superar muchas limitaciones. Pablo habla de él y de sus compañeros como hombres y mujeres de gran pureza de vida, de paciencia y de bondad, gracias a la acción del Espíritu Santo que habitaba en ellos. Luchaban y se defendían con la verdad y la justicia, y su lucha terminaba siempre en victoria. Eran criticados, insultados, golpeados, pero su fuerza no era de este mundo y nadie podía con ellos. Sentían que nada les faltaba y se consideran ricos. Rico no es el que tiene muchas cosas, sino el que necesita pocas cosas. Ellos se desprendían tanto de las cosas, que ya no necesitaban casi nada. Esos cristianos sabían muy bien, que mientras más se vaciaba el corazón de las cosas del mundo, más se llenaba de Dios, y más fácilmente vencían las pruebas que les venían por causa de la fe. II Corintios 8, 1-3: “Ahora les doy a conocer una gracia de Dios con que fueron favorecidas las iglesias de Macedonia. Al ser tan probadas y perseguidas, su gozo y extrema pobreza se han convertido en riquezas de generosidad. Según sus medios, y lo puedo decir, por encima de sus medios, quisieron participar en la ayuda a los santos”. Las comunidades de Macedonia son un ejemplo de la victoria lograda por haber pasado las pruebas que les venían por causa de Jesús. Ganaron en la fe y crecieron en la generosidad. II Corintios 9, 6-7: “...quien siembra con mezquindad, con mezquindad cosechará, y quien hace siembras generosas, generosas cosechas tendrá. Cada uno dé según lo decidió personalmente, y no de mala gana o a la fuerza, pues Dios ama al que da con alegría”. 70
La Iglesia logró acuñar una de esas frases famosas de san Pablo: “Illarem datorem diligit Deus”: Dios ama al que alegremente da. El que siembra con generosidad, cosechará con abundancia. El que es capaz de vivir una vida heroica, tendrá el consuelo de Dios. La siembra generosa para Pablo era una vida heroica, llena de sacrificios, una ofrenda absoluta de uno mismo a Dios por causa del Reino. Desde un principio Jesús empezó diciendo: “Vende lo que tienes y dalo a los pobres...”. Se trataba de limpiar el corazón para poder alimentarse de las nuevas ideas y recibir la nueva vida en Cristo. II Corintios 11, 21-33: “”Pero a lo que otros se atreven, yo también me atreveré, aunque sea hablar como loco. ¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abrahán? Yo también. ¿Son ministros de Cristo? Empiezo a hablar como un loco: yo lo soy más que ellos. Más que ellos por mis numerosas fatigas. Más que ellos por el tiempo pasado en la cárcel, por los golpes recibidos sin ninguna comparación. ¡Cuántas veces me encontré en peligro de muerte! Cinco veces los judíos me condenaron a los 39 azotes, tres veces me apalearon, una vez fui apedreado, tres veces naufragué y una vez pasé una noche y un día en alta mar. Tuve que viajar no sé cuántas veces en peligro en los ríos, con peligros de bandidos, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los paganos, peligros en la ciudad, peligros en lugares despoblados, peligros en el mar, peligro entre los hermanos. Trabajos y fatigas con noches sin dormir, con hambre y sed en frecuentes ayunos, con frío y sin abrigo. Además de estas y otras cosas, pesa sobre mí la preocupación por todas las Iglesias”. ¿Quién vacila, que yo no vacile con él? ¿Quién tropieza sin que un fuego me devore? Si es necesario alabarse, proclamaré las ocasiones en que me sentí débil. El Dios y Padre de Jesús el Señor, bendito sea por todos los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador del rey Aretas hizo vigilar la ciudad con intención de apresarme, y tuve que ser descolgado por una ventana, muralla abajo en un canasto. 71
Así escapé de sus manos”. El apóstol Pablo es un santo muy humilde, y sabe adentrarse en la verdad sin miedo a las consecuencias. Cuando ha tenido que sufrir lo ha hecho con gusto y con grandeza de alma. Cuando ha sido incomprendido o perseguido, él vive la confianza absoluta en Dios, quien lo amó y lo llamó. Pero ahora hay una situación especial: los judaizantes y los que quieren adueñarse de la comunidad, quieren desbaratar su persona, su pensamiento, su lugar en la comunidad, el lugar que le dio el mismo Jesús y que él se ha ganado con su esfuerzo. Todo esto no es un ataque sólo a él, es un ataque contra el equilibrio de toda la comunidad, contra la auténtica imagen de Jesucristo, muerto y resucitado, generando una visión incierta del futuro de la comunidad. Esto obliga a Pablo a defenderse, sabiendo que con ello defiende a su comunidad cristiana, y de paso, defiende al mismo Jesús, a quien todos aman y siguen. Pablo recurre a lo que nunca había pensado usar: el mérito de su persona, su trabajo y su lucha por el Evangelio. Nunca se imaginó llegar hasta ahí, y ahora casi no puede creer que él esté metido en esto. Por eso empieza diciendo: “Empiezo a hablar como un loco”. La defensa de Pablo, aunque use sus méritos de predicador elegido por el mismo Dios, es defensa de Jesús, de su proyecto redentor, de su Evangelio, de su comunidad. Si Pablo no actúa rápido y bien, sus enemigos van a desbaratar lo que ha costado tanto sacrificio. El gran luchador del Judaísmo sabe que toda victoria en la fe lleva consigo luchas, riesgos y sufrimientos que no están previstos, van apareciendo en todo el camino, como si se estuviera en un campo agresivamente minado. Por eso se dice en el Eclesiástico: “Si te acercas al temor del Señor, prepárate para las pruebas” (Eclesiástico 2, 1). A pesar de que Jesús venció al pecado y venció a la muerte, el poder del mal todavía tiene sus victorias. Los hijos de la luz deben luchar y defenderse día a día, hasta la gran victoria final. Los trabajos y fatigas de Pablo, su celo por el Evangelio, su adoración del Nombre de Jesús, todo es presentado para frenar los embates que le hacen a su comunidad. Dios es primero y lo merece todo, y lo que es de Dios 72
lo que ayuda al crecimiento del Evangelio, nadie lo debe interferir. II Corintios 12, 2-15: “De cierto creyente sé esto: hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo. Si fue con el cuerpo o fuera del cuerpo, eso no lo sé, lo sabe Dios. Y yo sé que ese hombre, sea con cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras que no se pueden decir: son cosas que el hombre no sabrá expresar. A ese hombre sí que puedo alabarlo, pero a mí no me alabaré sino por mis debilidades. Si quisiera gloriarme, no sería locura, pues diría la verdad. Pero me abstendré para que nadie se forme de mí una idea superior a lo que ve en mí u oye decir de mí. Y precisamente, para que no me pusiera orgulloso, después de tan extraordinarias revelaciones, me fue clavado en la carne un aguijón, verdadero delegado de Satanás, para que me abofeteara. Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí, pero me respondió: Te basta mi gracia. Mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad. Con todo, con gusto me preciaré de mis debilidades para que me cubra la fuerza de Cristo. Por eso me alegro cuando me tocan enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo. Cuando me siento débil, entonces soy fuerte. Me he portado como un tonto, porque ustedes me obligaron. Eran ustedes los que debían recomendarme, pues, aunque no soy nada, no me ganan en nada los superapóstoles. En mí se verificaron todas las señales del verdadero apóstol: paciencia a toda prueba, señales, milagros y prodigios. ¿En qué fueron tratados como inferiores a las demás iglesias? Solamente en que no les fui una carga. Perdónenme esta ofensa! Ahora por tercera vez me preparo para visitarlos, y tampoco les seré una carga, pues no me intereso por lo que tienen, sino por ustedes mismos. No son los hijos los que deben juntar dinero para sus padres, sino los padres para los hijos. Yo, de buena gana, gastaré lo que tengo y hasta me entregaré yo entero por todos ustedes. Si los amo más, ¿seré menos amado?”. 73
Pablo considera que él en sí no es nadie, que sigue siendo un hombre común lleno de debilidades. Pero que aquel Pablo que Jesucristo reconstruyó para ponerlo al servicio del Evangelio, ese Pablo puede ser alabado. El Pablo que fue arrebatado hasta el tercer cielo, hay que inclinar la cabeza ante él, pues se trata de un proyecto del mismo Dios. Por amor a sus hijos y amor a Jesucristo hay que aceptar que lo que Pablo recibió en Damasco fue algo grande, y como proyecto de Dios, eso no se toca. Esta comunidad de Corinto le causó a Pablo muchos sufrimientos, pero también muchas satisfacciones. Se trataba de una base fuerte, de una rica experiencia espiritual del mundo griego para la causa del Evangelio. De ahí podían salir grandes maestros para el anuncio de la Palabra de Dios, sobre todo en esos tiempos difíciles del comienzo. Pablo gasta para ellos su dinero, su persona, su paz, su descanso, y todo el sosiego al que una persona tiene derecho para poder sobrevivir. Desde la caída del caballo hasta que muere en Roma, frenado por la oscuridad de un imperio cargado de pecado, Pablo vivirá el estilo de Jesús: bandera discutida, piedra de tropiezo para los malos, preocupaciones de día y de noche para que se cumpliera la voluntad de Dios y se lograra la santificación de todos los que creen en Jesús, aceptando pasar la prueba de la gran purificación de la naturaleza humana. Gálatas 1, 23-24: “Solamente habían oído decir de mí: El que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la fe que trataba de destruir. Y glorificaban a Dios por mí”. La comunidad de los cristianos vivió mucho tiempo emocionada, porque lo que estaban viendo y oyendo era algo insólito. El reino de Cristo es algo tan importante que hasta uno de los más grandes perseguidores lo estaba anunciando. Son las maravillas de Dios que alimentan el entusiasmo por la fe. Eran tiempos difíciles y se necesitaba un soberano apoyo de parte del mismo Dios. Un milagro producía entusiasmo, pero la presencia de Pablo iba más allá del milagro, pues era un milagro viviente que irradiaba energía de Dios. 74
Gálatas 2, 8: “Pues de la misma manera que Dios hizo de Pedro el apóstol de los judíos, hizo de mí el apóstol de los paganos”. Estos dos apóstoles, aunque tuvieron su pequeña controversia en cuanto a los alimentos prohibidos, fueron las dos columnas básicas en el camino de la fe en Jesús de Nazaret. Siendo Pablo un hombre muy preparado para el ambiente judío, y Pedro no tanto, Pablo ve la mano de Dios que lo usa para los paganos, pues Dios no busca preparación académica, sino la disponibilidad a la acción del Espíritu para el camino de la fe. La energía que va a irradiar la fe y extender los límites del Reino de los cielos, no son los estudios especializados, sino la confianza en Dios y un amor a toda prueba. Pedro y Pablo sembrarán la semilla del reino de Dios, pero es Dios quien hace nacer, crecer y dar frutos de vida eterna. Dios usa lo débil, y a veces hasta lo que es poco razonable, para que se vea que esto no es camino de hombres, sino empresa de Dios. Gálatas 2, 15-16: “Nosotros somos judíos de nacimiento. No somos de esos pueblos pecadores. Sin embargo, sabemos que el hombre no llega a ser justo por la observancia de la Ley, sino por la fe en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser gratos a Dios mediante la fe en Cristo Jesús, y no con las prácticas de la Ley. El cumplimiento de la Ley no hará nunca de un mortal un amigo de Dios”. Pablo ha dado un paso bien definido desde la Ley hasta Cristo. La Ley mosaica fue algo bueno en su tiempo. Ahora que ya tenemos a Jesucristo, ir hacia la Ley, refugiarse en la Ley, no tiene sentido. Cuando Pablo se vio libre de la Ley experimentó una alegría inmensa y comprendió el peso que la Ley ejercía sobre las personas. Y comprendió también que un peso así no podía ser camino de Dios, ni camino de salvación. La alegría de Pablo al verse sumergido en Cristo lo hizo descubrir el verdadero camino de salvación a través de la fe en Cristo Jesús. La figura de Cristo desborda todo el pensamiento espiritual y toda relación con Dios. No se trata ya de adorar a Dios en Jerusalén o en el monte Garizim. Es hora de alabar 75
y bendecir a Dios en espíritu y en verdad. Dios es libertad absoluta, libertad eterna, y ése es el camino que tiene para sus hijos. La misericordia y el amor no son valores que se puedan configurar en forma de leyes. Es el Espíritu de Dios que ha invadido el mundo y esa nueva vida sólo la entienden los hombres y mujeres de buena voluntad. Este paso desde la Ley hasta Cristo causó muchos problemas al apóstol, debido al rechazo de Jesús-Mesías que vivieron muchos judíos. Ésta será una gran espina que maltratará el corazón de Pablo. Es una pelea que todavía hoy, más de veinte siglos después, continúa viva. Toda la Iglesia espera que el pueblo judío cierre algún día el proyecto de la Ley, y entren a formar parte de los que viven su amor y su fe en Jesucristo. Gálatas 2, 19-20: “Por mi parte, siguiendo la Ley, llegué a ser un muerto para la Ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Todo lo que vivo en lo humano se hace vida mía por la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”. Pablo estuvo clavado a la Ley, pero se dio cuenta que en la Ley no había vida. La Ley generaba miedo, no amor. Ahora está crucificado con Cristo, y en Él encontró la verdadera vida. Por eso dirá Pablo lleno de gozo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. En la Ley encontraba castigo, en Cristo encuentraba amor. En la Ley daba pasos de muerte, en Cristo caminaba hacia la vida. Aun aquellos que murieron antes de la venida de Cristo, su salvación no dependía de la Ley, sino del Mesías, a quien esperaban. Pablo se había sumergido hasta lo más profundo en la vivencia de la fe. Se había configurado tan profundamente con Cristo que ya no sentía su vida humana. Se vio transportado a otra realidad. Cualquier cosa de este mundo ya no le interesaba, porque vivía y saboreaba la vida de arriba. Él era propiedad de Dios y su ofrenda estaba completa. Gálatas 3, 23-29: “Como no habían llegado los tiempos de la fe, la Ley nos guardaba en espera de la fe que se iba a revelar. Para nosotros ella fue la sirvienta que lleva el niño a su maestro. 76
Nos conducía a Cristo para que, al creer en Él, fuéramos justos y santos por la fe. Pero al llegar la fe, esa sirvienta no tiene ya autoridad sobre nosotros. Por la fe en Cristo Jesús todos ustedes son hijos de Dios. Todos ustedes, al ser bautizados en Cristo, se revistieron de Cristo. Ya no hay diferencia entre quién es judío y quién es griego, entre quién es esclavo y quién es hombre libre, no se hace diferencia entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús. Y por ser de Cristo, son la descendencia de Abrahán. Ustedes son los herederos en los que se cumplen las promesas de Dios”. La venida de Cristo nos hace ver que el Padre pensó siempre en todos sus hijos. Su Hijo vino en la carne y siendo parte de un pueblo, el pueblo judío, pero vino para la salvación de todos: judío o pagano, hombre o mujer; los que vinieron antes de Cristo y los que se encontraron con Cristo. Por eso Pablo proclamará: “Un solo Señor, una sola fe, y un solo bautismo”. La Ley, como una sirvienta amiga, condujo hacia la fe en Cristo, y en Cristo se unen todos los que esperaban la salvación. Para Pablo, todos son descendencia de Abrahán, porque todos son herederos en Cristo. Pablo siente una alegría inmensa, pues ve cómo se ensanchan los límites de su pueblo Israel, al entrar no tanto en la esperanza de un pueblo, sino en la voluntad salvífica, en el proyecto redentor del eterno Padre. Gálatas 5, 13-16: “Ustedes, hermanos, fueron llamados para gozar la libertad. No hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne. Más bien, háganse esclavos unos de otros por amor. Pues la Ley entera está en una sola frase: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Pero si se muerden y se devoran unos a otros, cuidado, que llegarán a perderse todos. Por eso les digo: anden según el Espíritu y no llevarán a efecto los deseos de la carne”. Pablo encuentra en esas comunidades algunas rivalidades que desdicen de su condición de hijos de Dios. Cristo nos ha liberado para vivir en el amor. Esa libertad interior es un don que hay que cuidarlo al máximo. Vivir la libertad de espíritu, alejarse de los 77
deseos de la carne, sentir la presencia de Cristo resucitado, es toda una lucha que Pablo tiene que librar para que esas comunidades sepan a qué se comprometieron y para que se mantengan en un nivel heroico de vida espiritual. Como Pablo no está presente en esas comunidades, pues él va de un lugar para otro predicando el Evangelio, la vida interna de alguna comunidad se debilita, y Pablo pasa trabajo para regresarlas al estilo del primer amor. La vida del hombre nuevo es hermosa, pero si no se ha dado muerte al hombre viejo, se vuelve un debate interior difícil. Volverse esclavos unos de otros por amor implica una gran humildad y una gran claridad sobre lo que significa seguir a Jesucristo. Cuando se vive según el Espíritu se encuentra la felicidad, pero implica una lucha diaria muy grande, pues el llamado de la carne sólo acaba con la muerte. Las ideas de Pablo son importantes, pero él espera que su vida personal, su ejemplo, tenga más fuerza que sus mismas palabras. Gálatas 5, 22-26: “En cambio el fruto del Espíritu es caridad, alegría y paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo. Ahí no hay condenación ni Ley, pues los que pertenecen a Cristo Jesús tienen crucificada la carne con sus vicios y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu. No busquemos la vanagloria. Que no haya entre nosotros provocaciones ni rivalidades”. Pablo narra aquí los frutos del Espíritu para que comprendan que si no están produciendo esos frutos, es porque se salieron del camino del espíritu y han vuelto a la carne. Deben recuperar la docilidad al Espíritu Santo para agradar a Cristo Jesús que los ha llamado y quiere santificarlos. Es fácil dejarse caer y regresar al hombre viejo. Por eso, hay que mantenerse alerta, y ayudarse unos a otros, procurando agradar a Dios en todo momento. Gálatas 6, 7-10. 14: “No se engañen, nadie se burla de Dios. Se cosechará de lo que se siembra. El que siembra para la carne, cosechará de la carne corrupción y muerte. El que siembra para el Espíritu, cosechará del Espíritu la vida eterna. Hagamos el bien 78
a todos, y de un modo especial a nuestros hermanos en la fe. ..... Por mí, no quiero sentirme orgulloso de nada, sino de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por Él, el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo”. Pablo invita a vivir en el bien como una medicina para conservar la fe. Cuando se siembra para la carne, tarde o temprano, nos hará mucho daño, y debilitará nuestra vida nueva. Finalmente, el apóstol cierra su pensamiento con su conducta. A él sólo le interesa Cristo, y Éste, crucificado. La muerte que Pablo dio en él a todo lo del mundo, fue definitiva. Y su ejemplo es una base fuerte para todos aquellos que escuchan su palabra y se inician en el seguimiento de Jesucristo. Efesios 1, 17-19: “Que el Dios de Cristo Jesús, nuestro Señor, el Padre de la gloria, se manifieste a ustedes, dándoles un espíritu de sabiduría para que lo puedan conocer. Que les ilumine la mirada interior, para que vean lo que esperamos a raíz del llamado de Dios, entiendan qué grande y deslumbrante es la herencia que Dios reserva a sus santos y comprendan con qué extraordinaria fuerza actúa Él a favor de los que hemos creído”. En este texto Pablo pide a Dios sabiduría para que esos fieles sepan conducirse y lleguen al conocimiento del Dios que lo llama. Esta sabiduría les hará ver la grandeza de la esperanza que les une a Cristo, y sobre todo la herencia que nos aguarda con Cristo en el cielo. Es la herencia de los santos que supera todo conocimiento humano. Para vivir la gracia de Dios en medio del mundo necesitamos una fuerza especial y esa fuerza la da el Señor. Esa fuerza es prácticamente su presencia entre nosotros, el gran amor con que Él se hace presente. Pablo vive la alegría de la presencia de Dios y trata de que los demás disfruten también de algo tan grande. Muchos de los párrafos de esta carta a los Efesios, Pablo los escribe en forma de oración, suplicando a Dios para que cuide a sus hijos, que los fortalezca, que los llene de sabiduría, de amor y de paz, de una fe fuerte y de una gran unidad con Cristo Jesús, el Señor. 79
Efesios 2, 19-22: “Así, pues, ustedes ya no son extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos del pueblo de los santos; ustedes son de la casa de Dios. Ustedes son la casa cuyas bases son los apóstoles y los profetas, y cuya piedra angular es Cristo Jesús. En Él, toda la construcción se ajusta y se alza para ser un templo santo en el Señor. En Él, ustedes también están incorporados al edificio para que Dios habite en ustedes por el Espíritu”. Pablo invita a los Efesios a tomar conciencia de su nueva realidad. Antes eran paganos, pecadores. Ahora son pueblo santo, casa de Dios. Los profetas y los apóstoles les sirven de base. Ellos son una verdadera estirpe divina. Dios habita en ellos por el Espíritu, los purifica, los vuelve criaturas nuevas, piedras vivas que construyen el templo de Dios. Vivir una realidad tan hermosa, implica una conducta noble, llena de caridad, desprendidos de todo lo que tiene sabor de mundo para crecer en la fe y en el amor a Dios. Efesios 3, 6-7: “El Evangelio hace que los pueblos no judíos entren a compartir en Cristo Jesús la misma herencia, pertenecer al mismo cuerpo y recibir las mismas promesas de Dios. Y a mí me toca ser el encargado de esta Buena Nueva, por gracia y don de Dios, que quiso actuar en mí con todo su poder”. Pablo siente una gran responsabilidad por esa misión tan grande de proclamar la Buena Nueva entre los paganos y convencerlos de que también ellos son hijos de Dios y herederos de las promesas en Cristo. No es una misión que él se inventó, es el mismo Dios que lo llamó y le confió ese trabajo por el reino de los cielos. Es una misión llena de pruebas, riesgos, sufrimientos, pero es una misión donde está implicado el mismo Dios, y una misión que le está devolviendo la vida a una multitud de hombres y mujeres esclavos del pecado y marginados de toda relación con Dios debido a la estructura y visión estrecha del pueblo de Israel. Efesios 3, 13-19: “Por eso yo les ruego que no se desanimen al ver las pruebas que soporto por ustedes. Más bien, han de sentirse 80
orgullosos de ellas. Y ahora doblo las rodillas en presencia del Padre, de quien toma su nombre toda familia en el cielo y en la tierra. Que Él se digne, según la riqueza de su gloria, fortalecer en ustedes, por su Espíritu, el hombre interior. Que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén enraizados y cimentados en el amor. Que sean capaces de comprender, con todos los creyentes, la anchura, la longitud, la altura y la profundidad. En una palabra, que conozcan este más allá del conocimiento que es el amor de Cristo. Y, en fin, queden colmados hasta recibir toda la plenitud de Dios”. Pablo abre su corazón y sus brazos, y levanta su espíritu hasta el cielo para envolver a sus hijos en una gran oración. Es un deseo, es una oración, es una súplica para que los efesios entren en la espiral del Espíritu de Cristo con la fuerza que sólo Dios puede dar. Una oración para que la vida interior crezca, para que se fundamenten en el amor de Dios. “Doblo las rodillas en presencia del Padre”... El alma de Pablo se desvanece de amor por todos los cristianos. Que los efesios desborden su conocimiento llenándose de amor. Que se llenen de Dios para que nada, ni nadie logre apartarlos de este noble camino. Efesios 6, 10-17. 19-20: “Por lo demás, háganse robustos en el Señor con su energía y su fuerza. Pónganse la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del diablo. Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas, sino contra los gobernantes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras. Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal. Por eso, pónganse la armadura de Dios para que en el día malo puedan resistir y mantenerse en la fila, valiéndose de todas sus armas. Tomen la verdad como cinturón, la justicia como coraza, y, como calzado, el celo por propagar el Evangelio de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, y así podrán atajar las flechas incendiarias del demonio. Por último, usen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, o sea, la Palabra de Dios”. ... Rueguen 81
también por mí, para que, cuando hable, se me den palabras para anunciar valientemente el misterio del Evangelio. Hasta encadenado soy embajador de este Evangelio. Que Dios me dé fortaleza para hablar como tengo que hacerlo”. “A Dios rogando y con el mazo dando”. Primero, reza por ellos, y luego les da consejos para que sean fuertes, pues la batalla que les espera es grande. Pablo les presenta un cuadro de virtudes que deben asumir para que se hagan, de verdad, fuertes en la fe. El apóstol les hace ver que la nueva forma de vivir es atacada, no sólo por los romanos y judíos, no sólo por las personas donde no ha podido florecer la fe, sino también por el mismo Satanás, que enfrentó a Jesucristo desde su entrada en el mundo. La propagación del Evangelio de la paz y el conservarse santos e inmaculados en la presencia de Dios exige esfuerzo y constancia. Es una verdadera pelea contra el mundo y contra el mismo demonio. Ya el patriarca Job lo había dicho: “Batalla es la vida del hombre en el mundo”. Al igual que san Miguel contra los ángeles malos, surge en nosotros el grito de ¿Quién como Dios?, y sabemos que contra nuestras armas de la fe y de la gracia nadie nos podrá vencer. La Palabra de Dios es la armadura que nos alimenta y nos defiende de todo mal. Pablo termina pidiendo oraciones, pues en cada momento necesita la protección del cielo, pues si sus seguidores tienen que luchar para defender su fe, la batalla personal del apóstol Pablo es la de un titán. El demonio que trató de disolver la misión de Jesús en las tentaciones, sigue su batalla a través del tiempo, intentando debilitar la fe de los hijos de Dios. Por eso es necesario estar alerta y rezar mucho para que Dios nos cubra con su poder y con su amor. Filipenses 1, 12-14: “Hermanos, quiero que sepan que el Evangelio ha progresado con todo lo que me sucede. En efecto, todos en el palacio y también los de afuera saben que estoy encadenado por Cristo. Más aún, mi condición de preso ha animado a la mayoría de nuestros hermanos en el Señor, para que se atrevan a proclamar 82
más abiertamente y sin miedo la Palabra de Dios”. El hombre que ama la libertad interior, que defiende la libertad de espíritu como razón de vivir, que ha roto con el mundo para darle a su corazón una espiral de libertad infinita, ese hombre está preso por razón de su fe y su amor a Dios. Desde la prisión va a escribir mensajes preciosos que fortalecen el alma y arrastran a hombres y mujeres por caminos insospechados de la alegría de Dios. El Evangelio se va propagando por ser un proyecto de Dios y es apoyado por la gracia del mismo Dios. También favorece al anuncio del Evangelio la manera de ser del predicador que ha sido enviado en nombre de Dios. Tratándose de un proyecto redentor que se alimenta en el misterio de la cruz, y que tiene su base en la ofrenda del Viernes Santo, los sacrificios que debe asumir el evangelizador favorecen la calidad del anuncio y la expansión del mensaje de Jesús. El sacrificio de un predicador contagia y entusiasma a otros para comprometerse más y más por la causa del reino de Dios. Filipenses 1, 19-21: “Yo sé que todo esto se convertirá en bien para mí, gracias a sus oraciones y la ayuda que me da el Espíritu de Cristo Jesús. Tengo esperanza y estoy seguro de que no seré avergonzado en nada. Al contrario, me sentiré tan seguro como lo he estado en cualquier circunstancia, y Cristo aparecerá más grande, a través de mí, sea que yo viva, sea que muera. Cristo es mi vida, y de la misma muerte saco provecho”. La meta de Pablo es Cristo. Todo lo que hace, todo lo que sufre, es ofrecido para que Cristo crezca, para tener parte en la resurrección de Cristo y para contribuir a la salvación del pueblo de Dios. Ser perseguido y vivir en prisión no es un asunto fácil, pero Pablo lo espera todo del Señor, y sabe que el apoyo del Espíritu Santo no le faltará. Filipenses 2, 2b-5: “Tengan un mismo amor, un mismo espíritu, un único sentir y no hagan nada por rivalidad o por vanagloria. Al contrario, que cada uno, humildemente, estime a los otros como 83
superiores a sí mismo. No busque nadie sus propios intereses, sino más bien, el beneficio de los demás. Tengan unos con otros las mismas disposiciones que tuvo Cristo Jesús”. La gracia de Dios puede crecer en nosotros y volvernos apasionados de amor por Jesucristo, pero el éxito de esa transformación exige una vida humilde, un corazón sencillo. El que conoce a Cristo tiene que disolver todos los resabios y orgullos que anidan en su corazón. Considerar a los demás superiores a uno mismo, y preocuparse primero por el bien de los otros, es una experiencia espiritual que no abunda mucho. Pero cuando esa humildad se consigue, el progreso en la virtud es como un fuego que lo quema y lo transforma todo. El primer paso de María al recibir el anuncio del ángel fue sumergirse en una actitud humilde. Y el primer paso de Pablo al caer del caballo y quedar ciego fue tomar conciencia de su pequeñez espiritual y de la necesidad que tenía de apoyo divino. Por eso voló hacia Jesucristo con la sed del águila que se lanza en su vuelo hacia la altura, o como la gaviota que se siente atraída por la inmensidad del mar. Filipenses 2, 14-16: “Cumplan todo sin quejas ni discusiones; así no tendrán fallas ni defectos y serán hijos de Dios sin reproche en medio de una raza descarriada y pervertida. Ustedes son, entre ellos, como las estrellas en el universo, porque guardan la palabra de vida”. Pablo ayuda a los fieles a vivir de Dios profundamente, a tomar conciencia de que son raza nueva, gente santa que vive según Dios. No es que ellos son los buenos, y los no cristianos son los malos. Pero sí es cierto que la vida de Cristo los ha separado del pensamiento común del mundo. El cristiano en medio del mundo es como una flor: la flor nace en el basurero, se alimenta de basura, no critica la basura, pero la flor no acepta ser basura. Vivimos en medio del mundo, pero nuestro estilo de vida no lo dicta el mundo, pues nos alimentamos con valores del Evangelio que el mundo no puede comprender. Somos pueblo santo, guiados por el Espíritu Santo. 84
Filipenses 3, 6b-11: “...en cuanto a ser justo de la manera que dice la Ley, fui un hombre irreprochable. Pero, al encontrar a Cristo, todo eso que podía considerar una ventaja, me pareció sin provecho. Más aún, todo lo tengo al presente por pérdida, en comparación con la ventaja de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor acepté perderlo todo y lo considero como basura. Ya no me importa más que ganar a Cristo y encontrarme en Él, desprovisto de todo mérito o santidad que fuera mío, no por haber cumplido la Ley, sino por aquel mérito o santidad que es el premio de la fe y que Dios da por medio de la fe en Cristo Jesús. Quiero conocerlo, quiero probar el poder de su resurrección, y tener parte en sus sufrimientos, hasta ser semejante a Él en su muerte, y alcanzar, Dios lo quiera, la resurrección de los muertos”. Pablo se despojó del mundo y se despojó de la Ley. Se volvió nadie, se hizo débil hasta lo más profundo de la naturaleza humana. Y desde esa humildad lanzó su carrera hacia Cristo, y Cristo lo constituyó vaso de elección, un ministro condecorado en la cátedra de la cruz y del amor. “Por amor a Cristo acepté perderlo todo”. Pablo se ha llenado de Dios y ya no necesita otras cosas. Las mismas pruebas reactivan en él la vida espiritual y el gozo por el Evangelio. “Ya no me importa más que ganar a Cristo y encontrarme en Él, desprovisto de todo mérito que fuera mío”. Vivir en Cristo supera toda la filosofía y la teología que Pablo había aprendido hasta entonces. Es la realización de la grandeza de los tiempos mesiánicos, el retorno del Dios creador al paraíso terrenal. Es el comienzo de los cielos nuevos y la tierra nueva. Pablo experimenta toda esa vida celestial. Filipenses 3, 16-20: “Mientras tanto, sepamos guardar lo que hemos conquistado. Imítenme todos, hermanos, y fíjense en quienes siguen los ejemplos que les doy. Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo. Se lo he dicho a menudo y ahora se lo repito llorando. La perdición los espera, su dios es su vientre, y se sienten muy orgullosos de cosas que deberían avergonzarlos. No piensan 85
sino en las cosas de la tierra. Para nosotros, nuestra patria está en el cielo, de donde vendrá el Salvador, al que tanto esperamos, Cristo Jesús, el Señor”. En medio de corrientes adversas y presiones de todo tipo, los cristianos a veces se aflojan y no logran mantener íntegro el contenido del mensaje. La dosis de sacrificio que conlleva una auténtica vida de fe, no siempre era fácil de mantener. Pablo alienta a mantenerse y cuidar lo que se ha conquistado, lo que han podido asimilar. Pablo se pone como ejemplo de una experiencia espiritual válida: “Imítenme todos y fíjense en quienes siguen los ejemplos que les doy”. Pablo no es orgulloso ni se goza en las cualidades de su persona. Él no es esa clase de hombre de fe. Con ese llamado Pablo les hace ver que él y los que le siguen demuestran que esa vida es posible, que ese camino lleva consigo pruebas, pero conlleva también una gran alegría interior. Quien vive de verdad en Cristo, es feliz, pues quien a Dios tiene nada le falta. Filipenses 4, 4-7: “Alégrense en el Señor en todo tiempo. Les repito: alégrense y den a todos muestras de un espíritu muy comprensivo. El Señor está cerca, no se inquieten por nada. En cualquier circunstancia recurran a la oración y a la súplica, junto a la acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces, la paz de Dios que es mucho mayor de lo que se puede imaginar, les guardará su corazón y sus pensamientos en Cristo Jesús”. La sana alegría es una característica de los hijos de Dios. La alegría es propia de una conciencia y un corazón en paz. La cercanía de la venida de Cristo favorece a un espíritu alegre, y el sueño de verlo venir mantiene al pueblo de Dios inundado de felicidad. La espera se va suavizando con la oración, la súplica y la acción de gracias. Es una oración que revive la presencia de Dios en las personas y en las comunidades. Filipenses 4, 11-13: “No digo esto por estar necesitado. En efecto, aprendí a acomodarme con lo que tengo. Sé pasar privaciones como 86
vivir en la abundancia. Estoy entrenado para cualquier momento o situación: estar satisfecho o hambriento, en la abundancia o en la escasez. Todo lo puedo en Aquél que me fortalece”. Aquel Pablo lleno de preocupaciones y sueños inútiles de esta vida ya no existe. Las limitaciones humanas han sido superadas y Dios llena toda su alma. El día bueno y el día malo forman la misma ofrenda para Dios. Contra Pablo no hay enemigo que pueda, pues él se salió de la competencia del perder y del ganar. Los valores que el mundo aprecia ya no son valores para él. “Todo lo puedo en Aquél que me conforta”. Pablo tiene a Dios, y por tanto, lo tiene todo. Su vida ha dado un giro de 180 grados, y encontró en Cristo su felicidad. Colosenses 1, 24-26: “Al presente me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes. Así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, para bien de su cuerpo que es la Iglesia. Pues pasé a ser servidor de la Iglesia y recibí de Dios la misión de llevar a efecto sus proyectos respecto de ustedes. Hablo de ese plan misterioso que permaneció secreto durante siglos y generaciones, hasta que ahora lo reveló Dios a sus santos”. Así como Jesús realizó su misión pasando por una larga y dura historia de dolor, y luego culminó en la resurrección, la Iglesia que es el Cuerpo místico de Cristo, también participa de la historia del Maestro, recorriendo, nosotros también, nuestra historia de sufrimiento. Pablo es parte de ese Cuerpo místico de Cristo, y como tal, tiene su cuota de sufrimiento. Él es parte de la nueva vida en Cristo, y completa, muy a gusto, el sufrimiento que le toca al ser parte de Cristo. El sufrimiento de Pablo no es sólo para una salvación personal, es mucho más. Él tiene la misión de integrar a los paganos a ese Cuerpo místico, de ayudarlos a tomar conciencia de que ellos son “hijos en el Hijo”, y por eso Pablo sabe que su sufrimiento tiene un valor enorme: “Me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes”. El poder de Cristo está en Pablo y el apóstol sabe que lleva con él un verdadero poder salvador. Por eso realiza su misión con alegría, es una misión gozosa. Pablo se siente parte del Plan de Dios que 87
estuvo oculto por siglos y siglos, y que ahora se ha revelado en Jesucristo. Él siente el gozo de haber sido elegido para ese plan, no importa el sacrificio que eso implique. Colosenses 3, 9b-15: “Ustedes se despojaron del hombre viejo y su manera de vivir para revestirse del hombre nuevo, que el Creador va renovando conforme a su imagen para llevarlo al conocimiento verdadero. Ahí no se hace distinción entre judío y griego, entre quien fue circuncidado y quién no. No hay más extranjero, bárbaro, esclavo y hombre libre, sino Cristo en todo y en todos. Pónganse, pues, el vestido que conviene a elegidos de Dios, por ser sus santos muy queridos. Revístanse de sentimientos de tierna compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Sopórtense y perdónense unos a otros, si uno tiene motivo de queja contra otro. Como el Señor los perdonó, a su vez hagan lo mismo. Pero, por encima de todo, mantengan el amor que es el vínculo perfecto”. Hasta ahora cada uno ha vivido como le dicta su naturaleza y, por supuesto, con muchas posibilidades de equivocarse. Pero ahora, que han conocido el plan de Dios, que se han revestido de Cristo, que quieren lograr la perfección que el Padre desea, hay que dejar la vieja manera de vivir, los resabios humanos, algunos sabores del mundo, los caminos de pecado, para convertirse en hombres nuevos que agraden al Dios verdadero. Ese Dios nos aguarda en su reino, y para llegar hasta Él, tenemos que ser guiados por el Hijo, y ser purificados según el modelo de purificación del Hijo. Ya no son paganos lejos de Dios. Todos ellos son santos, elegidos de Dios. Conviene a los santos ser delicados, bondadosos y humildes. La competencia humana ya no es para ellos. Su modelo es Jesucristo que se anonadó a sí mismo, y se despojó de todo hasta no tener dónde reclinar la cabeza. La tierra es para los avariciosos, el cielo es para los que gozan de Dios. Él los ha perdonado, y ellos deben aprender a perdonarse unos a otros. El amor que Cristo les tiene y que ellos le tienen a Cristo debe ser el modelo de relaciones entre ellos. Son ya seres nuevos, renovados según el Espíritu de Cristo. 88
II Timoteo 3, 1-5: “Has de saber que en los últimos días habrá momentos difíciles. En efecto, los hombres serán egoístas, amantes del dinero, farsantes, orgullosos, chismosos, rebeldes con sus padres, ingratos, sin respeto a la religión. No tendrán cariño ni sabrán perdonar. Serán calumniadores, desenfrenados y crueles, enemigos del bien, traidores, sinvergüenzas, lleno de orgullos, más amigos de los placeres que de Dios. Ostentarán apariencias de piedad, pero rechazarán sus exigencias. Evita a esa gente”. En este texto no se trata de un cuadro pesimista, sino de una dura visión del futuro. Son los frutos del árbol malo. Estas personas de quienes habla Pablo no han entrado al reino de Cristo. Las bienaventuranzas de Jesús proclaman un mundo bonito con muchas vías para ser felices, pero no puede ser al estilo de la grandeza humana, sino al estilo de la sencillez de Jesús. La grandeza humana genera un mundo arrogante, agresivo y violento, donde unos pisotean a otros para ser felices, y el hombre llega a ser víctima del hombre. El camino de sencillez y de servicio de Jesús es la única vía para una felicidad estable. Los que han dejado a un lado el reino de Dios, se corrompen y degeneran en todas esas maldades que presenta el apóstol san Pablo. II Timoteo 3, 10-13: “Tú, por el contrario, has seguido de cerca mi enseñanza, mi modo de vida, mis proyectos, mi fe, mi paciencia, mi caridad, mi valentía, mis persecuciones y sufrimientos. Sabes lo que me pasó en Antioquía, Iconio y Listra: ¡Cuántas persecuciones tuve que sufrir! Y de todas me libró el Señor. Pues todos los que quieran servir a Dios en Cristo Jesús serán perseguidos, mientras que los pecadores y los embusteros avanzarán más y más en el mal, juntos con los engañadores y los engañados”. Pablo propone un modelo de vida y ese modelo es él mismo. Pero advierte que él ha luchado más que nadie, y no ha recibido aplausos ni alabanzas. Que ha sido perseguido, maltratado, rechazado. Y siendo perseguido y sufriendo es que él se convierte en modelo, porque se parece a Jesucristo. 89
II Timoteo 4, 1-5: “Te ruego delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y, puestos los ojos en su venida y en su Reino, te digo: Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, rebatiendo, amenazando o aconsejando, siempre con paciencia y preocupado de enseñar. Pues vendrá un tiempo en que ya los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que se buscarán un montón de maestros según sus deseos. Estarán ávidos de novedades y se apartarán de la verdad para volverse hacia puros cuentos. Por eso, tú sé prudente, no hagas caso de tus propias penas, dedícate a tu trabajo de evangelista, cumple tu ministerio”. Los evangelizadores, los pastores de almas no deben descansar. Lo que anuncian es hermoso, pero al presente, conlleva luchas y sufrimientos. Cuando se asume la ley del menor esfuerzo del mundo, es fácil volver la espalda a Dios y quedarse buscando otras cosas. A los seguidores de Jesús, a los que creen en Dios, no sólo se les exige anunciar el Evangelio en todo momento, sino que se les urge el apoyarse unos a otros y cuidar su fe entre todos, para no aflojarse en algo tan importante. En Dios se encuentra la felicidad, pero hay que pasar por algunos peldaños de dolor, y vivir esos pasos con verdadera fe. Sobre todo, con esa fe que es un fuego cargado de amor que lo invade todo, y que es capaz de esperar contra toda esperanza. II Timoteo 4, 6-8: “Para mí ha llegado la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, siempre fiel a la fe. Por lo demás, ya me está preparada la corona de los santos, con que me premiará en aquel día el Señor, justo juez. Y conmigo la recibirán todos aquellos que anhelaron su venida gloriosa”. Pablo avanza sereno con su canto del cisne, después de un enorme y largo trabajo, y después de un torbellino de persecuciones y sufrimientos. El sabe que con pies de pecador ha dejado una gran huella de santo, y que su vida es todo un milagro. Él experimentó el gran milagro que se logra en todo hombre o mujer al aceptar 90
el Evangelio. Es el milagro transformador que recibe quien toca a las puertas de Jesús y se queda con gozo a vivir con Él. Pablo dejó las coordenadas pequeñas de su mundo judío para entrar en una espiral infinita de un mundo sin frontera. Pasan los siglos, y aquel hombre, apóstol de Jesucristo, que tuvo la dicha de decir: “He combatido bien mi combate, he terminado mi carrera, y he sido siempre fiel a mi fe”, sigue siendo modelo de fidelidad en el seguimiento de Jesucristo, y de una adhesión apasionada a su reino. Pablo sabe que tiene segura su corona, porque quien confía en Dios, jamás será defraudado. II Timoteo 4, 16-18: “La primera vez que presenté mi defensa, nadie me ayudó. Todos me abandonaron. ¡Que no les sea tomado en cuenta! El Señor, en cambio, estuvo a mi lado, llenándome de fuerza, para que la predicación del mensaje fuera llevada a cabo por mí, llegando a oídos de todas las naciones; y quedé libre de la boca del león. El Señor me librará de todo mal, y me salvará, llevándome a su reino celestial”. Pablo pasó por todos los tipos de luchas, sufrimientos y abandonos. El Evangelio iba adelante por la acción de almas grandes que crecían en el silencio, sintiendo un misterioso abandono al igual que Jesús en la cruz. El Evangelio vivió días amargos hasta que pudo prender como buena planta. Todavía hoy día, la batalla del Evangelio es dura, porque ese reino que proclamamos, no es de este mundo. Los hijos de Pablo gustaban de estar con él, mientras les anunciaba a Jesucristo y hacía algún milagro. Aceptaban los razonamientos y exigencias del Evangelio, pero cuando llegaba la hora de la persecución, muchos se escondían. Dar los pasos heroicos que exigía la fe en esos tiempos, estando dispuestos hasta a derramar la propia sangre, era un verdadero milagro de Dios, pues las fuerzas humanas no llegaban a tanto. Pablo vivió ese milagro transformador que realizó la persona de Cristo en su vida, milagro que lo transformó en apóstol y santo, y lo usó para irradiar fuego santificador en el pueblo de Dios, tomando conciencia de que Dios es Padre de todos. 91
Hebreos 12, 1-4: “Hermanos, una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús. Él, renunciando al gozo inmediato soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recuerden al que soportó la oposición de los pecadores, y no se cansen ni pierdan el ánimo. Todavía no han llegado a la sangre en su pelea contra el pecado”. En este texto, Pablo nos recuerda dos momentos de nuestra lucha por el bien y por la fe. “Una nube ingente de testigos nos rodea”. Nuestra luz está puesta en lo alto, y la gente la ve. Estamos siendo observados por una sociedad que no siempre tiene el sosiego y la esperanza que nosotros tenemos. Ellos deben encontrar en nosotros la respuesta a sus inquietudes. Nuestro testimonio tiene un valor grande en el anuncio del Evangelio. Con frecuencia nos cansamos, nos debilitamos, y nos apartamos del testimonio heroico que debemos dar. Pablo considera que no hay circunstancia difícil que no podamos vencer. Estamos llamados a un vida heroica, y la lucha contra el pecado debe llegar hasta derramar la propia sangre. El amor a Jesucristo y el amor a su reino son valores intocables. Nuestra unidad con Cristo debe ser para siempre. Una unidad que se alimenta en el camino de la fe y que nos hace vivir llenos de alegría y de generosidad, contagiados por la grandeza de Jesús.
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El llamado del Evangelio implica fidelidad Después que el cristiano ha conocido a Jesucristo, y lo ha amado con todo su corazón, ya no hay sombras en su vida, pues la sombra es sólo el paso hacia la luz; no hay fracasos, porque se vive en victoria; no hay quejas, porque todo se vuelve respuesta positiva; no hay muerte, porque es sólo el paso hacia la vida eterna. Cuando hay alguna luz de Dios en nuestra vida, y con esa luz entramos en la Palabra de Dios, de vez en cuando el Espíritu nos regala pensamientos hermosos que nos ayudan a comprender que todavía podemos soñar. Esos pensamientos son como“espigas” que brotan en un campo donde la rutina y la vida fácil lo desvanecen todo. Para romper la rutina de la gran cantidad de palabras vacías que usamos en nuestra evangelización, el Espíritu nos regala pensamientos bonitos y ágiles que nos ayudan a vivificar nuestra alma y a saborear las cosas de Dios. Un pasaje del V domingo de Pascua nos dice: “La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, vivía en la fidelidad y el temor de Dios, y estaba animada por el consuelo del Espíritu Santo” (Hechos 9, 26-31). El capítulo 15 del Evangelio de san Juan nos trae el tema de la vid y los sarmientos, el tronco y las ramas. “Sin El no podemos hacer nada”. En este evangelio subyace la nostalgia de Jesús por estar unido a sus hijos: “Permanezcan en mi amor... permanezcan en mí y yo en ustedes”. Ahondemos un poco y empecemos a hacernos preguntas: ¿Porqué gozaba la Iglesia de paz y consuelo en el Espíritu Santo? Porque realmente estaban unidos a Jesucristo. La figura de Jesús había impactado fuertemente en ellos y producía un verdadero entusiasmo. Sabemos lo fuerte que era el Judaísmo, lo enraizado que estaba en la comunidad, y la fuerza con que fariseos y doctores cuidaban la observancia de la Ley de Moisés. Sin embargo, el hecho “Jesús de Nazaret”, con su predicación, sus milagros, su muerte y su 93
resurrección, le había pasado por encima a todo eso, y nadie podía frenar su crecimiento. Las autoridades judías se desesperaban, prohibían, encarcelaban, golpeaban, mataban, pero todo en vano. La fe en Jesucristo era tan grande que nadie le ponía asunto a las amenazas. La fuerza del Espíritu, el impacto de la gracia de Dios habían arrancado el miedo de hombres y mujeres de fe. El imperio romano creyó que se trataba de una verdadera epidemia que le había venido al mundo, pues no entendían una fidelidad de tal naturaleza. La valentía era tan grande que entraban al circo de las fieras cantando salmos y alabando a Dios. Eso era fe, eso era amor, eso era dejarse transformar por la Palabra de Dios. Realmente se habían adentrado en la verdad sobre Jesucristo. Por eso la Iglesia gozaba de paz y vivía en el temor del Señor. Era un cambio radical que vivían las personas y podían sumergirse en la paz que sólo Dios puede dar. Renunciaban a lo que tenían, vendían sus casas, aceptaban cualquier sacrificio, porque Cristo llenaba sus vidas. Jesucristo no era un simple ritual, era la vida de sus hijos. Eran personas humildes, sacrificadas, desprendidas de todo: por eso la Iglesia gozaba de paz. El plan era parecerse a Jesús en la muerte...y lo demás vendría por añadidura. Hoy día, si se dice algo en contra de una persona, se va de la Iglesia. Hay que andar con una serie de alabanzas y de medias tintas para tener contentos a todos los feligreses. Y a eso le llamamos fe, cuando lo que tenemos es un club socio-religioso con un barniz de liturgia. En algunos grupos especiales hay personas que en la asamblea tocan bonito, cantan bellísimo, y hasta lloran de emoción, pero luego se divorcian de sus hogares, porque nadie los entiende, ni ellos entienden a nadie. Y para colmo, detrás de un movimiento espiritual subyace, con frecuencia, una buena recogida de dinero. Los mercaderes del templo ya no venden palomas, ni ovejas, ni bueyes, como sucedía en el templo de Jerusalén cuando Jesús expulsó a los mercaderes del templo. Pero la necesidad económica acompaña con una fuerza demasiado grande a toda evangelización. Caminar junto a Jesús es 94
cuestión de vida, es ruptura con nuestro esquema mental para entrar en la nueva vida, es sacrificio supremo para configurarse con la vida del Señor. Las intenciones de Misas y las colectas son una forma noble de cooperar al mantenimiento de las iglesias. Pero basados en esas ayudas, nuestras iglesias han quedado marcadas por una energía económica que capta múltiples donaciones de un pueblo generoso y santo, y esas donaciones caen en un remolino de administración que no siempre es caridad. El pueblo es bueno y no se queja, pero el verdadero espíritu de Cristo se debilita en la comunidad de fe. Y la Iglesia, por “cuatro pesos viejos” pierde la credibilidad de ser instrumento de santidad y no tiene capacidad para convencer y santificar. Ya en los tiempos de san Juan, la comunidad iba aflojando en su fidelidad al Señor. En una de sus cartas, dice el apóstol san Juan: “no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”. Es fácil decir “yo amo a Dios”, “yo tengo fe”. Esa afirmación debe ir hasta el centro de nuestra conciencia, sacudirla y transformarla, logrando una nueva vida en nosotros. Aquellos primeros cristianos, unidos a Jesucristo, se volvían humildes, perdían el amor a las cosas materiales, y aceptaban cualquier sacrificio. Nosotros, unidos a Jesucristo durante tantos años deberíamos dar mejores frutos, pero apenas llegamos a un pobre ritual que no santifica. Surge así una pregunta: ¿Se nota en nuestras iglesias más oración, hay más caridad, crece el sabor de Dios, el sabor de la vida espiritual? Nosotros sentimos necesidad de comer...y comemos. Sentimos necesidad de dormir ...y dormimos. ¿Cuándo es que sentimos verdadera necesidad de rezar? Hoy por hoy, salvo rarísimos casos, disponemos de una comunidad cristiana a quienes una Misa les cansa y les aburre si se pasa de una hora. Y en la mayoría de los casos, mientras más corto es el culto a Dios, más contento salimos. Si muchos mayores miramos hacia atrás para ver cómo vivíamos la fe cuando éramos niños, tenemos que aceptar que aquella vida de antes era más hermosa. Significa que no hemos crecido. Los planes pastorales 95
buscan a los alejados, pero todos estamos alejados, y no encontramos el camino para volver al espíritu de nuestros primeros tiempos. La gran pregunta es ésta: ¿Qué impacto realiza hoy la comunidad cristiana sobre el mundo? ¿Atraemos a los alejados, o nos dejamos arrastrar por la mentalidad y la forma de vivir del mundo? En tiempo de los primeros cristianos, lo que atraía de ellos no era su alegría, su amor o su delicadeza: era, sobre todo, el cambio radical que daba la gente por razón de parecerse a Jesucristo. Cuando Francisco de Asís se quitó la ropa y salió de su casa como un loco, produjo un impacto tan fuerte en la sociedad que hoy, ocho siglos después, se aplaude su valor. Lo que se alaba es el cambio radical que dio Francisco por su amor a Jesucristo. Hoy día no tenemos muchos santos porque la Iglesia está ofreciendo poca cosa. Muchos feligreses van a Misa si pueden, si no están muy ocupados. Dios no es primero. La ruptura con el mundo y la radicalidad del Evangelio no las tenemos. El Espíritu Santo tendrá que hacer algo para que su Iglesia no desfallezca en el camino. Toda redención exige sacrificio, y en muchos casos, exige sangre. Los reinos, la vida fácil, y los poderes del mundo no sirven para acompañar a Jesucristo. Seguir a Jesucristo es mucho más. La Iglesia nos pide fidelidad a Jesucristo, recuperar la pasión por Jesús que tenían los primeros cristianos...volver a lo que es creíble, a lo que santifica, a una vida marcada por el Evangelio, más allá de toda componenda con los criterios del mundo.
Jesucristo nos pide mucho porque podemos dar mucho.
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La Palabra de Dios compromete Cada día, cada semana, somos convocados por la Palabra, para dejarnos guiar por la Palabra y permanecer bajo el señorío de la Palabra. Disfrutar de ese encuentro con Dios a través de la Palabra es una gran dicha. Nos da pena que pocas veces estamos atentos al leer la Palabra de Dios, o algún ruido incómodo obstaculiza una grata proclamación, y peor todavía, encontramos predicadores que hablan sin poseer una rica vida interior, y lo que nos ofrecen es algo muy pobre y demasiado árido, y no favorece el crecimiento en la fe. Los buenos mensajes que encontramos de vez en cuando, son como espigas maduras en medio de los campos áridos. Son fruto del Espíritu Santo que nos usa para irradiar en el mundo algún feliz detalle de la riqueza de la Palabra de Dios. Un buen anuncio de la Palabra de Dios es apoyado por el mismo Dios. “Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras”... (Hechos 10, 25-48). Pedro vio claramente que el proyecto de salvación no era obra de los apóstoles, sino proyecto de Dios, dirigido por su Espíritu. Dios incorpora el apoyo humano a la acción divina, por su bondad y su misericordia. Pedro fue dócil a la fuerza de Dios que habitaba en él, dando el bautismo a los judíos y gentiles que recibieron el Espíritu Santo. ¿Qué puso el Espíritu Santo en esas personas? Un proyecto santificador llamado “amor”. Pero ese amor no es cosa nuestra. Fue puesto en nosotros para crecimiento del Reino y gloria del Hijo. “El amor no se muestra porque hayamos amado a Dios, sino porque El nos amó primero” (I Juan 4, 7-10). Ese amor es “amor salvador” y también “escuela” de formación : “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Juan 15, 9-17). El tema del amor es tan antiguo como el hombre. Pero Jesús le añade algo nuevo: ámense como Yo los he amado. Llevamos 20 siglos tratando de imitar a Jesús y cada vez se hace más difícil. Sabemos amar al estilo humano. Cuando todo va bien nos queremos mucho, pero si alguien nos dice algo 97
que nos hiere, que nos duele, o desmejora nuestra estima, rompemos con quien sea, y hasta abandonamos la participación a la Iglesia. Jesús puso dos condiciones para seguirle y amarle: Limpiar el corazón del apego al mundo, y amar hasta al enemigo. Para sacar un cohete de la tierra, rompiendo el peso de 18 kilómetros de atmósfera, necesitamos más de cien toneladas de pólvora, porque el cohete está muy sumergido en la profunda atmósfera terrestre. Para arrancarnos a nosotros de ese amor rabioso que le tenemos al mundo, hace falta algo más que cien toneladas de pólvora. Por eso, nuestras celebraciones son dramas litúrgicos, cancioncitas dulces, exhibición de ropa limpia, teatros de quinceañeras o de bodas, y todo eso con un cierto barniz espiritual. Pero la Palabra no llega a nuestra vida interior, no nos transforma. El estilo humano y el sabor humano de lo que hacemos ahoga el espíritu de la fe. Renunciar a todo, romper con el mundo, lograr un nuevo estilo de vida, amando incluso al enemigo, fueron puertas que abrieron los primeros cristianos. Hoy día esas puertas están muy cerradas, y sólo muy pocas personas las entreabren y pasan a seguir de verdad a Jesucristo. Los demás somos parte de un club social religioso que guarda parecido con la vida de los cristianos, pero que no ahonda en la experiencia de la fe en Jesucristo. Dice Jesús: “Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes y esa alegría sea completa”. Como no se da en nosotros un cambio radical, ni siquiera en las personas consagradas, la alegría cristiana no es completa. Esa es una de las causas, por la cual nuestra comunidad cristiana está minada de envidias, reacciones negativas, quejas interminables, y gente que lo fiscaliza todo. El deterioro de la comunidad cristiana desfigura la imagen de Jesús, y no lo vemos con claridad. Al faltarle a la Iglesia la radicalidad de la cruz, parece una caravana con una marcha débil y lenta, y se ha vuelto irreconocible. El capítulo 26 de los salesianos de Don Bosco reconoce que nuestra Congregación posee una cierta debilidad pastoral, y debemos volver a Don Bosco”. Por ley de vida, los caminos abandonados 98
no se vuelven a recorrer con facilidad. Las oraciones rutinarias, los sermones vacíos de espíritu, una escucha de la Palabra de Dios con gran distracción, forman la gran pendiente por donde vamos cayendo, y no sabemos hasta dónde va a llegar el precipicio. Somos un pueblo que reza por rutina y tradición, pero es un pueblo sin hambre de rezar, sin hambre de estar a solas con Dios. Sin esa sed de Dios, sin ese cambio radical, no podemos vivir la alegría de la fe, ni acercarnos a la tumba vacía de Jesús y aceptar que el Señor está vivo. Todo esto constituye la constante que estamos viviendo en la asamblea cristiana que lucha por adentrarse en la verdad sobre el Señor Jesús. Pero más allá de este ropaje débil y de esta caravana lenta en la vida de fe, hay muchos hombres y mujeres, algunos jóvenes, e incluso niños y niñas que saborean la vida espiritual y se dejan llevar por la Palabra de Dios, asumiendo los más variados compromisos. Ellos viven en el silencio de la caridad y de la oración, y son verdaderas espigas santificadoras que mantienen una vida de fe llena de ilusión. Todos ellos son como verdaderas “Verónicas” que enjugan cada día el rostro sudado de la Iglesia. Sus vidas son como canciones en medio del duro camino de la vida, y su sonrisa y su paz interior irradian la vida de Dios que llevan en sus corazones. Ellos son Iglesia, y ellos son el Reino de Dios que crece. La Palabra de Dios transforma sus vidas día a día, y el alimento del Pan de Vida los mantiene fuertes en medio de comunidades que generan un poco de mal ejemplo. Ellos, hombres y mujeres de fe heroica, son como el trigo en medio de la cizaña, que se debaten por su fe, porque creen en ella, y porque aman con pasión a Jesucristo, su Señor y su Salvador. Ellos saben que la victoria sobre el pecado y sobre la muerte ya está ganada, porque Jesús se levantó de la tumba y vive entre nosotros.
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El ciego de Jericó “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Todos nosotros podemos cantar este salmo cada día. Cualquier análisis que hagamos, veremos una serie de bendiciones y de cosas buenas que llenan nuestras vidas, y nos daremos cuenta de que todo es don de Dios. El Evangelio nos dice que no siempre hay luz para ver eso. Dios ha derrochado su bondad, su amor y su misericordia para con nosotros, y muchas veces ni le agradecemos ni le correspondemos. No siempre todo lo que Dios hace por nosotros produce una respuesta positiva de crecimiento en nuestra fe, en nuestro amor o en nuestra unión con El. Lo hermoso está en que Dios, aunque seamos malos, El nos sigue amando. La Iglesia no se cansa de dar gracias a Dios, y se siente bendecida por la presencia de Jesús en el mundo. Seguimos a Jesús en medio de la turba de la humanidad y gritamos como el ciego de Jericó: “Hijo de David, ten compasión de mí”, pues sentimos la fuerza de la atracción del Maestro. Muchas personas y sus acontecimientos tratan de hacernos callar, pero seguimos gritando más fuerte: “Hijo de David, ten compasión de nosotros, te necesitamos”. La misericordia de Jesús escucha nuestra oración y detiene la marcha para ver de dónde sale esa voz que molesta a los demás, pero que llena de alegría el corazón de Aquél que vino a sanar los corazones cansados. El grito de este ciego, “Hijo de David, ten compasión de mí”, es el grito que da nuestro mundo, donde tantos hijos e hijas de Dios no tienen luz para andar, hombres y mujeres orillados al borde del camino que gritan y nadie les oye, y hasta hay quienes quieren que se callen, porque esos gritos molestan. Gritamos diciéndole a Dios que nos ayude a cambiar esta historia humana en algo bello, bueno, justo y verdadero. Gritamos los hambrientos, los que sufrimos toda clase de ceguera, los que estamos prisioneros por muchas esclavitudes, y no vemos la hora en que nuestros corazones puedan respirar. 100
Los caminos y las calles de hoy tienen más ciegos y más leprosos gritando que en los días de Jesús. La oración del ciego de Jericó es la oración de todos nosotros los pobres y sencillos que hemos querido alguna vez levantarnos de nuestras cegueras y de nuestras postraciones. Que mendigamos un poco de luz en un mundo que sabe mucho de tinieblas, y no podemos encontrar respuestas. Las respuestas que el mundo nos da no nos convencen y queremos algo más. Hoy Jesús quiere encontrar en los que gritan la misma fe que tenía el ciego Bartimeo. El mundo de Jesús era un mundo que sufría, pero había fe y se producían milagros. Nuestro mundo de hoy también sufre, pero tiene muy poca fe. Queremos que nuestro grito sea una oración que llegue al corazón de Cristo para arrancarle un milagro de luz y de esperanza, como el milagro de la hemorroísa al tocarle la orla de su manto. El mundo se nos viene encima, pero no nos aplastará, pues somos parte de la multitud que sigue al Maestro, que lo ama, y que aguarda respuestas que vienen sólo de Dios. Señor, queremos ver, queremos seguir luchando por un mundo mejor. No queremos quedarnos sentados en medio de las tinieblas. Queremos dar un salto hacia la luz, aunque caigamos en el precipicio de nuestra débil fe. La oración del ciego de Jericó es la gran oración de la Iglesia: Señor, que yo vea, que podamos ver tu presencia más allá de las tinieblas de esta vida, que veamos la necesidad que hay de ti en este mundo. Que tengamos luz para discernir lo que es correcto y para huir de lo que está mal. Enséñanos que un cristianismo sin cruz no tiene luz para ver a su Señor, ni puede oír que el Señor está pasando, porque toda luz divina brota del madero de la cruz, del sacrificio del Calvario. Señor que tu Iglesia pueda ver la necesidad que tiene de humildad, de sacrificio y de caridad. Quédate con nosotros Señor, para que nuestros pies de pecadores puedan dejar huellas de santos, y aunque pisemos tierra de pecado, nuestros ojos no pierdan la ruta del cielo. Danos, Señor, un corazón sereno como tu paz, inmenso como tu amor. Danos sabiduría para discernir lo que es correcto, voluntad para elegir lo correcto, y fuerza para permanecer en lo correcto. 101
Necesitamos credibilidad No importa el precio, necesitamos credibilidad en nuestro anuncio del Evangelio. Celebrar un rito sagrado significa creer en Dios, aceptarlo y amarlo. Lamentablemente muchos de nuestros ritos se desarrollan con un cierto vacío de Dios. Hay un grupito de personas que viven su fe ritual, que visitan capillas e iglesias para poner su alma en las manos de su Dios, y otros rezan antes de empezar las Misas. Pero el porcentaje es muy pequeño. La gran mayoría está distraída, lleva prisa por dentro, deseando que acabe pronto, y para muchos, el participar de una boda, un bautismo o una Misa, es sólo un asunto socio-religioso. Dios se va volviendo débil en nuestra vida social cristiana. Hay iglesias que están muy bien decoradas y renovadas, pero sobre ellas caen las palabras de una vieja canción de Cantalapiedra “: “...La casa de mi Amigo está muy limpia, pero hace frío en ella...”. Y no es que hace frío en ella, porque la gente no se quiere, es que hace frío, porque se palpa un cierto vacío de Dios, una rutina espiritual. Una lecturita de la Palabra de Dios, un sermoncito, una colecta, y cuatro normas frías no son suficientes para darle a un ambiente la grandeza de la presencia de Dios. El Evangelio para que sea entendido tiene que ser encarnado, y si es encarnado, crucifica y santifica. La manera de presentar la fe que se ve en muchos sacerdotes no es algo grande, y la manera como el pueblo cristiano vive su fe es también algo muy pobre. Nuestro cristianismo tiene más quejas que ofrendas. Nos hemos habituado a rituales sin una vibración de la fe. Hasta que la Iglesia no le quite un poquito de amor al dinero, aun con el pretexto de hacer mucho bien; hasta que no disminuya ese aire de poder que posee toda nuestra institución eclesiástica; hasta que el altar no se convierta en una verdadera ARA, y deje de ser un PEDESTAL donde exhibirse, nuestra Iglesia no podrá recuperar su credibilidad. El poder que nuestra Iglesia recibió no fue para 102
dominar, no fue para darle a la Iglesia sabor de mundo, y grandeza humana. Es para vivir una nueva vida con los criterios de Dios, donde “quien quiera ser el primero que se haga el último, y quien quiera ser el más grande, que se haga el servidor de todos”. El Espíritu que la Iglesia recibe es para perdonar, comprender, estar a gusto con los más débiles. Esa es la Iglesia que Jesús llenó de Espíritu Santo. Voy a presentar tres puntos donde se ve claramente que Dios no ocupa el primer lugar en nuestra experiencia cristiana: I-Si a una persona, cuando va a salir para su trabajo, le llega una visita, simplemente dice: lo siento, me tengo que ir para mi trabajo. Si a una persona, al salir para una cita médica, le llega una visita, simplemente dice: lo siento, me tengo que ir para mi cita médica. Pero si a una persona, al salir para la Misa, le llega una visita, simplemente dice: No pude ir a Misa, porque me llegó visita. II- Si un grupo de personas va a una playa, se pasa el día sumergido en ese precioso ambiente, y el tiempo parece que no pasa. Cinco horas de playa encuentran que fue poco tiempo. Si un grupo organiza una fiestecita y una merienda, pasan las horas felices y el tiempo no les molesta. Si un equipo de beisbol o de fútbol entra en el campo para jugar un partido en medio de un sol ardiente, ni se quejan, ni el tiempo pasa, porque todo lo que hacen lo disfrutan en lo profundo del alma. Pero si un grupo va a una Misa, y la Misa llegara a durar dos horas, elevarían el grito al cielo, porque no aguantan tanto tiempo en la iglesia. La razón es porque propiamente no están rezando, son muy pocas las personas que vibran con su Dios, y para quienes el tiempo se hace agradable al rezar. III- Pasamos 10, 20 y hasta 30 años con la misma fe, con la misma caridad pobre... y Dios se vuelve débil en nuestro corazón. Nos hemos vuelto hombres y mujeres de mundo, con sabor de mundo, y Dios se nos muere en las manos. Hemos pasado años con una fidelidad empobrecida, sin pasión por el Señor. Los primeros 103
cristianos llegaban hasta a derramar su sangre por el Señor, pues su amor a Dios tenía un poco de pasión. Jesús se queda a las puertas del corazón, con nostalgia, porque nos hemos ido de su lado buscando otros refugios que nunca nos pueden proteger. Sabemos que hay una gran Iglesia silenciosa, enamorada de Dios, pero la Iglesia que propagamos, la Iglesia de nuestra Evangelización, se ha empobrecido tanto que nos está conduciendo a un Dios demasiado débil, y a un amor que le falta entusiasmo humano y sabor divino. Es preciso rejuvenecer el rostro de la Iglesia, devolverle la grandeza de su marcha. Somos la caravana de la fe que vamos hacia la nueva Jerusalén, y nuestra alegría tiene que notarse, porque lo más hermoso del camino es que el Señor Jesús camina con nosotros. El nos dejó su Espíritu, y ese espíritu no lo podemos dejar morir, porque la fuerza del Espíritu Santo es la única garantía de éxito que tenemos, esa es la única posibilidad para ser creíbles. Buena parte de las protestas que hay en la Iglesia, y muchas de las críticas de los enemigos se deben a la falta de heroísmo y a la falta de una caridad a todo riesgo. No proyectamos un signo vivo de que somos una “ofrenda diaria” para el Dios en quien creemos, y vamos perdiendo credibilidad. Desde el año 1975 estoy oyendo esa gran queja de que nos falta credibilidad, pero vamos adelante lo mismo sin preocuparnos demasiado y sin que se note un cambio de estilo en nuestro anuncio de Jesucristo. Parecemos frutos menores de una tierra cansada, y la grandeza de alma desaparece de nuestras acciones. El llamado bautismal es un llamado heroico, y sólo entienden a Jesucristo los que se atreven a acercarse a la cruz, dando un poco de muerte al mundo, y convirtiendo la vida en una Misa permanente, con un largo y gozoso ofertorio de amor y de generosidad.
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Los Hechos de los apóstoles Los Hechos de los apóstoles han sido para mí una verdadera espiga que ha alimentado mi espíritu. Una fuerza que ha enriquecido mi fe, mi esperanza y mi entrega a Dios, a través de estos 50 años de vida religiosa. El heroísmo de Pablo y de muchos de los primeros cristianos es algo que ha impactado toda mi vida de fe. He dejado que mi alma navegue por todos esos lugares cargados de amor divino, donde los primeros cristianos regaron esas tierras con su propia sangre, como testimonio de que habían aceptado el reino de Dios y que amaban con verdadera locura a Jesucristo. En un ambiente judío tan fundamentalista, y un ambiente pagano con tantas ideas sobre el dato religioso, la forma como se fue reafirmando el Evangelio constituyó un verdadero milagro. El Espíritu Santo les dio fortaleza para superar la guerra del Sanedrín, y sobre todo para sobrellevar las persecuciones romanas, llegando hasta a convencer al Imperio Romano de la validez de esa forma de vivir traída por Jesús de Nazaret. Ciertamente, muchos cristianos habrán sido flojos, mediocres y hasta habrán apostatado de su fe. Eso no nos preocupa, eso es propio de la condición humana. Lo que me interesa es conocer y dar relieve a las experiencias y las hazañas de los que, como verdaderos cristianos, se mantuvieron firmes en la fe. En el libro de los Hechos, Lucas nos presenta los primeros pasos, verdaderos pasos heroicos que dieron los cristianos en nombre de Jesús, muerto y resucitado. Aquellos que eran llevados a Roma para echárselos a las fieras entraban al circo cantando salmos. Las hazañas que se realizaban en esos momentos superaban todo valor humano. Los cristianos habían entrado en la barrera de lo divino, y el Espíritu los conducía a insospechadas escenas de grandeza. Iremos recorriendo esas páginas gloriosas de esos santos y santas de Dios, para detenernos en aquellos pasajes que entusiasman tanto, que casi cortan la respiración. Voy a transcribir algunos de esos textos y haré comentarios sobre lo mucho que esos momentos de fe han influido 105
en mi vida, apoyándola en la dura marcha de la fe. Son lecturas que uno saborea y que calientan el alma, dándonos la energía para vencer todo obstáculo, y toda limitación humana. En los primeros cristianos yo he llegado a prefigurar a los tres jóvenes del horno ardiente de Babilonia. Los perseguidores se volvieron fuego devorador de un horno ardiente, y, aunque muy pocas veces salvaban sus vidas como los tres jóvenes, sus heroísmos, su amor a Jesús y a su cruz servía de bálsamo para toda la comunidad. Ellos morían, pero la comunidad vivía cada vez con más fuerza y más ilusión. Aquel escenario era un asunto de Dios. Ya Gamaliel lo había dicho: “Si es cosa de Dios, nadie los podrá detener”. Van hacia el cielo, creen en el cielo y su fe es más fuerte que toda la ciencia humana. Hechos 1, 6-8: “Como estaban reunidos, le preguntaron: Señor, ¿es ahora cuando vas a establecer el reino de los cielos? Él les respondió: A ustedes no les corresponde saber el tiempo y el momento que el Padre ha fijado con su propia autoridad, sino que van a recibir una fuerza, el Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”. Estos apóstoles que serán la base de la Iglesia de Jesucristo, no trabajarán solos, ni estarán guiados por criterios humanos. Los conducirá el Espíritu de Cristo, quien los iluminará y los mantendrá en el camino de la verdad. El Espíritu Santo desarrollará en ellos un amor tan grande a Jesucristo, que sentirán deseo de derramar su propia sangre para parecerse al Señor. La alegría de su fe contagiará a todos sus seguidores, y su heroísmo será un testimonio que impacte a toda la región donde prediquen. Esa era la gran herencia del Maestro que ya se despedía, pero se quedaba vivo en la Eucaristía y latía vivo en sus corazones. Con esa nueva fuerza de Dios crearían un camino de fe grande para aquellos que fueran capaces de soñar con el infinito. Hasta los perseguidores temblarían al apresarlos y castigarlos, pues quedarían maravillados de la serenidad espiritual de esos santos varones. Lo que llevaban dentro era la fuerza de Dios 106
y ni ellos mismos sabían hasta dónde los conducíría su adorado Señor, ni tampoco cuál iba a ser su puesto en el divino proyecto redentor. Hechos 1, 12-14: “Entonces volvieron de aquel cerro, llamado de los Olivos, que está a un cuarto de hora de Jerusalén. Y, llegando a la ciudad, subieron a la habitación superior, donde se alojaban. Eran Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo; Simón, el que fue Zelotes, y Judas, hermano de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración y con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”. Después del doloroso momento de la partida de Jesús, el primer paso fue arrodillarse a rezar. En el cielo estaban escritos los nombres de estos grandes amigos de Jesús. Al irse Judas, la lista ya había sido depurada. Desde la vida sencilla de pescadores o trabajadores comunes, se habían levantado como águilas misteriosas, saboreando el amor divino, y ofreciendo sus vidas por amor al reino de Cristo. La madre de Jesús estaba allí, dando testimonio de su fe grande, apoyando a esos hombres de Dios, y siendo parte del misterio que llenaba aquel recinto, aguardando al Espíritu Santo. Todos ellos, unidos en un solo corazón, embriagados por una esperanza que desbordaba su capacidad y su experiencia humana. Aún sabiendo que Jesús daría respuesta a todo aquel gran interrogante que los envolvía, no dejaban de anidar en sus corazones humanos algún que otro miedo que los hacía temblar, pues todavía no había bajado el Espíritu Santo, para arrancarlos totalmente de esta tierra, y comprender hacia dónde iban con todo esto. El paso del Mar Rojo, las Tablas del Sinaí, el paso del Jordán para llegar a la Tierra prometida, todo eso había quedado atrás. La novedad de este momento superaba toda comprensión humana imaginable. Era el Dios-con-nosotros que se hacía promesa cumplida. Hechos 2, 1-4: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De pronto vino del cielo un ruido, 107
como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que, separándose, se fueron posando sobre cada uno de ellos. Y quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar idiomas distintos, en los cuales el Espíritu les concedía expresarse”. El miedo se fue. Los interrogantes recibieron sus respuestas. Un huracán de alegría llenó los corazones de todos ellos, incluyendo la Virgen María y las mujeres que les acompañaban. Ese grupo de personas que estaban unidos en la oración, entraron en un clima divino. Ese instante de la entrada del Espíritu Santo fue como repetir la transfiguración en el monte Tabor. Fue una presencia vibrante de la gloria de Dios en Cristo. La fuerza del Espíritu Santo les dio un impulso enorme para la evangelización, pasando a los demás esa llama ardiente que ellos vivían en su espíritu. Su amor a Jesucristo despertó de una forma tan fuerte que ya no dudarían más de su fe, y llegarían a gastarse en forma gozosa por su adorado Señor. Hechos 2, 22-24 y 36-39: “Israelitas, escuchen mis palabras: Dios había dado autoridad a Jesús de Nazaret entre todos ustedes. Hizo por medio de Él milagros, prodigios y cosas maravillosas, como ustedes saben. Sin embargo, ustedes lo entregaron a los malvados, dándole muerte, clavándolo en la cruz, y así llevaron a efecto el plan de Dios, que conoció todo esto de antemano. A Él Dios lo resucitó y lo libró de los dolores de la muerte, porque de ningún modo podía quedar bajo su dominio. ........ Sepa entonces con seguridad toda la gente de Israel, que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien ustedes crucificaron. Al oír esto, se afligieron profundamente. Dijeron, pues, a Pedro y a los demás apóstoles: Hermanos, ¿qué debemos hacer? Pedro les contestó: Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados sean perdonados. Y Dios les dará el Espíritu Santo. Porque la promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los extranjeros a los que el Señor llame”. Aquel Pedro que negó a Jesús por puro miedo, que se habrá 108
encontrado en ocasiones de debilidad humana, que estaba escondido en una casa con sus compañeros por miedo a los judíos, ese Pedro aparece ahora totalmente cambiado. Iluminado por el Espíritu Santo y lleno del poder de Dios, proclama su fe en Jesús y anuncia su muerte y su resurrección. Pedro tuvo la fuerza de culpar a la muchedumbre de judíos, e incluso al Sanedrín, por la muerte de Jesús. Después de la Virgen María, ellos son el primer fruto de la redención de Cristo. Lo que antes era temor, ahora se ha convertido en fuego interior. Son los tiempos mesiánicos que se expresan con toda su fuerza. Esto es lo que veían los profetas al anunciar tiempos nuevos. Los judíos que no aceptaron a Jesús, podrán acabar con los apóstoles, pero no podrán detener la fuerza del Espíritu Santo que ya está en marcha. El contagio espiritual será como un fuego que se propaga en seca pradera. Los apóstoles caminarán en medio de sus enemigos como los tres jóvenes en medio de las llamas del horno de Babilonia. El poder de la fe y el gran amor que se ha despertado hacia Jesús, nada ni nadie lo podrá detener. Hechos 2, 42-47: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones. Toda la gente estaba asombrada, ya que se multiplicaban los prodigios y milagros hechos por los apóstoles en Jerusalén. Todos los creyentes vivían unidos y compartían todo cuanto tenían. Vendían sus bienes y propiedades y se los repartían de acuerdo a lo que cada uno de ellos necesitaba. Acudían diariamente al Templo con mucho entusiasmo y con un mismo espíritu, y compartían el pan en sus casas, comiendo con alegría y sencillez. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. Y el Señor hacía que los salvados cada día se integraran a la Iglesia en mayor número”. Son tiempos nuevos. Dios está en medio del pueblo y los conduce a la santidad. El llamado de Jesús al desprendimiento y al abandono en las manos de Dios, al estilo de los lirios del campo, ya está en marcha. Ellos saben que mientras más se vacían del amor al mundo, más se llenan del amor de Dios. Ellos sabrán de los grandes 109
sacrificios que exige el seguimiento de Jesús, pero la atracción para esta nueva manera de vivir, es enorme. La gente venía a la comunidad a apagar su sed de Dios. Con la llegada de tantos hermanos y con el gran amor que brotaba entre ellos, se formó un tremendo campo de caridad cristiana. Ellos, con su desprendimiento, su amor fraterno y su compasión comunitaria forjaron el gran manantial de caridad de donde debían correr los ríos de amor cristiano de toda la Iglesia en todos los tiempos. Sabiendo que ellos fueron capaces de desprenderse de las cosas materiales, que se llenaron de Dios y que fueron felices, millones de hombres y mujeres han tratado de imitar esa vida de oración, sacrificio y compartir fraterno. Quien acercándose más, y quien menos, la Iglesia ha promovido la vida cristiana al estilo de esas primeras comunidades. De esa capacidad para apartarse del mundo, y de esa comunión de amor con Jesús y con los hermanos, brotaba la fuerza espiritual que los conducía a dejarse matar por Jesucristo y su reino. El amor a Jesús era tan grande que algunos sentían el gozo de derramar su sangre para parecerse a Cristo en la cruz. Jesús apoyaba y asistía a esa Iglesia primitiva con su espíritu grande, derrochando en ellos el poder de la redención. Los que miraban de lejos a estos primeros seguidores de Jesús se conformaban con decir: “Mirad cómo se aman”. Ese amor grande era el contexto en el que se desarrollaba la Palabra de Dios, y los frutos de la evangelización eran abundantes. Hechos 3, 1-8: “Pedro y Juan subían al Templo para la oración de las tres de la tarde. Había allí un hombre tullido de nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo, llamada “Puerta Hermosa”, para que pidiera limosna a los que entraban. Cuando Pedro y Juan estaban por entrar al Templo, el hombre les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se fijó en él y le dijo: Míranos. El tullido los observaba, esperando recibir algo. Pedro entonces le dijo: No tengo oro ni plata, pero lo que tengo, te lo doy: Por el nombre de Jesucristo de Nazaret, camina. Y lo tomó de la mano derecha y lo levantó. Inmediatamente sus tobillos 110
y sus pies se reafirmaron, y de un salto se puso de pie y caminó. Entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios”. Jesús usó los milagros para probar su divinidad, pues debido a la débil capacidad de entender del pueblo sencillo, los milagros van más allá de las palabras, por muy veraces que sean. Cuando Jesús envió sus discípulos a predicar, les dijo: “Los que me sigan, harán las obras que yo hago y aun las harán mayores”. Los discípulos de Jesús hacían milagros, pero no eran ellos los que actuaban, era el Espíritu de Jesús que estaba en ellos. Por eso dijo Pedro: “En nombre de Jesús de Nazaret, camina”. Pedro insistirá ante la muchedumbre que lo aclamaba y ante el mismo Sanedrín: “no somos nosotros los que hicimos caminar a este hombre. Fue Jesús, al que ustedes mataron y a quien Dios resucitó”. El amor que le tenían a Jesucristo, el amor que se tenían entre ellos y los milagros que se empezaban a producir, constituían un tremendo atractivo de la comunidad cristiana. Lo que estaba sucediendo era cosa del cielo, y los discípulos se gozaban en el Señor. Hechos 3, 14-16: “Ustedes renegaron del santo y del justo, y pidieron como una gracia la libertad de un asesino, mientras que al Señor de la vida, lo hicieron morir. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Y por la fe en el Nombre de Jesús, este Nombre ha sanado al tullido que ustedes ven y conocen. Es, pues, la fe en Cristo lo que lo ha restablecido totalmente delante de todos ustedes”. Pedro aprovecha el entusiasmo del milagro y la multitud que se reúne en busca de novedad, y les anuncia a Jesús, muerto y resucitado. Pero no es cualquier Jesús, es el Siervo del Dios de Abrahán, del Dios de Israel, el Siervo anunciado por los profetas en las Escrituras. Él es el santo, el justo, el que ha resucitado y cuyo Nombre ha curado al tullido. Pedro denuncia el deicidio cometido por su pueblo, para que se arrepientan y se unan a proclamar la muerte y la resurrección del Señor. Pedro y Juan son testigos de la resurrección de Jesús y lo demuestran con la curacion del tullido. 111
Hechos 4, 3. 8-10. 18-20: “Los tomaron presos y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque ya anochecía. ... Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo les dijo: Jefes del pueblo y ancianos de Israel: Hoy debemos responder por la curación de un enfermo. ¿Por quién ha sido sanado? Sépanlo todos ustedes y que lo sepa todo el pueblo de Israel: Por el Nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos, gracias a Él, este hombre está de pie ante ustedes. ... Los llamaron y les mandaron que de ningún modo hablaran o enseñaran en el Nombre de Jesús. Pedro y Juan les respondieron: Vean ustedes mismos si está bien delante de Dios que les obedezcamos antes que a Él. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”. La alegría que embarga a los apóstoles y a la comunidad empieza a encontrar reacciones negativas en las autoridades judías. El Sanedrín que había luchado por borrar a Jesús del proyecto de sus seguidores, se enfrenta con la firme adhesión de los apóstoles y el entusiasmo de la gente que presencia los milagros. Pedro aprovecha para acusar al mismo Sanedrín por la muerte de Jesús, haciendo ver que ese acontecimiento de Jesús de Nazaret desborda la voluntad de todos los judíos, amigos o enemigos del Señor. Jesús cerró su programa con su ascensión, pero ahora su Espíritu continúa la construcción de su reino de amor. Ese Nombre es profecía y no podía ser borrado, ni entonces ni nunca. La obra de Dios no se puede detener. El Sanedrín debe arrepentirse, pues están enfrentando la misma piedra angular. No pueden dejar de anunciar el Nombre de Jesús aunque el Sanedrín lo mande, pues ese anuncio es obediencia al mismo Dios. Hechos 4, 32-35: “La multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba como suyo lo que poseía, sino que todo lo tenían en común. Dios confirmaba con su poder el testimonio de los apóstoles respecto de la resurrección del Señor Jesús, y todos ellos vivían algo muy maravilloso. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que tenían campos 112
o casas las vendían y ponían el dinero a los pies de los apóstoles, quienes repartían a cada uno según sus necesidades”. La primera comunidad entró realmente en una dimensión sublime. Aplicar el llamado de Jesús “vende lo que tienes y dalo a los pobres” era una decisión muy grande. Dios se merece eso y mucho más, pero llegar a una decisión así, implicaba una adhesión grande al misterio del Señor. El amor que se vivía ahí dentro al renunciar a los propios bienes y ponerlos para servicio común, era algo celestial. Sólo Dios podía promover una experiencia así. En toda la historia de la Iglesia se ha tratado de llevar a cabo este estilo de vida, a través de las órdenes religiosas, pero no se trata sólo de una norma o un programa de vida. Ese estilo de vida brota de un amor grande a Jesucristo, amor que se realiza en el amor a los hermanos. Mientras más amor se tiene al Señor y a los hermanos, mayor es la capacidad de desprendimiento. Es una preciosa mezcla de amor, de fe, de compasión, una visión nueva de la vida, una sacudida del alma que se libera del hombre viejo apegado a las cosas materiales y con miedo de alejarse de sus posesiones. Llegar a comprender que sólo Dios basta, es una escuela que dirige sólo el Espíritu Santo desde el día de Pentecostés. Curar una mano, hacer caminar un paralítico o hasta resucitar un muerto, son milagros ordinarios que Jesús provee en la comunidad. Pero llevar a la gente a ese desprendimiento, a esa entrega en la fe, a esa pasión de amor por Jesucristo, es un milagro mucho mayor. El milagro que transforma el cuerpo es grande, pero el milagro que transforma el alma es más grande. Cuando el cuerpo se sana, se vuelve a enfermar y muere. Pero cuando el alma se sana, y encuentra a Dios y lo ama con todas sus fuerzas, ese milagro no termina, es indestructible. Es una fuerza divina que arranca al hombre de la tierra y lo hace tocar la dimensión divina. Hechos 5, 12-16: “Los apóstoles obraban muchas señales milagrosas y prodigios en el pueblo. Todos los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón. Pero de los otros, nadie 113
se atrevía a unirse a ellos, aunque el pueblo los estimaba mucho. Con esto, un número cada día mayor de hombres y mujeres se unían al Señor mediante la fe, tanto que sacaban los enfermos a las calles en camas y camillas, para que cuando Pedro pasara, al menos su sombra cubriera a algunos de ellos. Acudía mucha gente aun de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por espíritus malos, y todos quedaban sanos”. Los primeros cristianos constituían una comunidad que tenía varias características: 1-Una comunidad donde se producían milagros. Esto los distinguía de todo otro grupo. Era un grupo directamente conectado con el poder divino. Esto producía una influencia increíble en el pueblo, pues el milagro impacta a todos, los que tienen fe y los que no la tienen. Al hacer los milagros Jesús decía: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. El Padre apoyaba los milagros de Jesús para que lograra la credibilidad sobre su filiación divina. Y Jesús, infundiendo su Espíritu en sus seguidores, los llevaba hasta el campo del milagro, para que el pueblo viera que no se trataba de un grupo meramente humano, sino de un grupo marcado por la gracia de Dios, por la esperanza del cielo, un grupo que era parte de la redención humana, unidos a Jesucristo a través del bautismo. 2-Una comunidad llena de amor y orientada hacia el amor de Dios. 3-Una comunidad con una fe heroica, una fe tan grande que aquellos que la poseían, eran capaces de dejarse matar por Jesucristo. Esos milagros, ese amor y esa fe, configuraban al grupo en una dimensión tan especial, que mantenían al pueblo lleno de admiración y aprecio. Esa admiración y ese aprecio despertaban muchas decisiones para unirse al grupo y servir a los hermanos por amor a Jesucristo. Se convirtieron en una novedad, y Dios los premiaba con la alegría de la fe, y con el crecimiento del grupo, que era una verdadera satisfacción para todos. Hechos 5, 27-30:Una vez traídos, los presentaron ante el Sanedrín. El sumo sacerdote los interrogó y declaró: No les prohibimos 114
estrictamente enseñar en ese Nombre? Pero ahora ustedes han difundido por toda Jerusalén su doctrina y quieren cargarnos con la sangre de ese hombre. Pedro y los apóstoles respondieron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de un madero”. La nueva Iglesia que se ha formado es bien diferente de la Iglesia judía. La tela nueva no puede servir de remiendo al paño viejo. El servicio de los apóstoles es para Dios, han sido convocados y enviados por el mismo Dios, y la obediencia es para Dios. El Sanedrín estaba luchando para frenar el nombre de Jesús, pero ellos mismos sabían que eran incapaces de frenar el movimiento espiritual que acababa de nacer. Llevaba el sello de Dios, y caminaban guiados por Jesucristo. Era una fuerza divina que iba hacia el cumplimiento de las promesas de salvación. Hechos 5, 34-42: “Entonces un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley, estimado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín y mandó que hicieran salir un momento a aquellos hombres. Luego les dijo: Colegas israelitas, fíjense bien lo que van a hacer con estos hombres. Porque no hace mucho apareció Teudas, que se hacía pasar por un gran personaje, a quien se unieron unos cuatrocientos hombres. Pero lo mataron y todos los que le seguían se dispersaron o desaparecieron. Después, en tiempo del censo, surgió Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí. También éste pereció y todos sus seguidores se dispersaron. Por eso, les aconsejo ahora: olvídense de estos hombres y déjenlos en paz. Porque si esta idea, o esta obra es de los hombres, se destruirá por sí sola. Pero si viene de Dios, no podrán destruirla. No sea que estén luchando contra Dios. Y siguieron su consejo. Entonces, llamaron a los apóstoles, y, después de azotarlos, les prohibieron hablar de Jesús Salvador. Luego los dejaron ir. Ellos salieron del Sanedrín muy gozosos por haber sido considerados dignos de sufrir por el nombre de Jesús. Y todos los días enseñaban y anunciaban en el Templo y en las casas 115
la Buena Nueva de Cristo Jesús”. La comunidad cristiana sabía que podía contar plenamente con la protección de Dios. Ellos sabían que lo que llevaban adelante era cosa de Dios, y que Dios abre caminos en medio del mar, y que hace florecer el desierto. Este texto nos presenta la profecía de Gamaliel: “Si es cosa de hombres, se muere sola. Si es cosa de Dios, nadie la detiene”. El Sanedrín siguió luchando contra los seguidores de Jesús y promovieron la persecución de Jerusalén, pero el movimiento se hacía cada vez más fuerte. La mano de Dios estaba con ellos. La conversión de Pablo, la profecía de Gamaliel, la firmeza de la fe del grupo, el amor grande a Jesucristo, los milagros obrados por los apóstoles, eran signos indiscutibles de que Dios estaba con ellos. Una de las cosas que ha dado más seguridad al trabajo de la Iglesia a través de estos siglos de historia es la profecía de Gamaliel: Si es cosa de hombres, se muere sola, si es cosa de Dios, nadie la podrá detener. Dijo Jesús a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Son muchas las situaciones que ha tenido que afrontar la Iglesia y que han querido romper el equilibrio de su proyecto pastoral, y sobre todo, su fidelidad al Maestro: Herejías, enfrentamientos, persecuciones, pecados internos, enemigos de la fe, etc., pero toda fuerza extraña se disuelve y la Iglesia sigue su marcha, acercándose a su meta que es Cristo y la vida eterna. Estos santos de Dios estaban tan llenos de Cristo y de su proyecto de salvación, que incluía la purificación de la cruz, que salieron contentos por haber sido azotados por el Nombre de Jesús. No es sólo que aceptaron la voluntad de Dios al ser azotados por el Sanedrín, sino que salieron con gozo por haber acompañado a Jesucristo en el sufrimiento. Son seres nuevos. La visión de la vida ha cambiado totalmente. Hechos 6, 8-15: “Esteban, lleno de gracia y fortaleza, realizaba grandes prodigios y señales milagrosas en el pueblo. Algunos que pertenecían a la sinagoga llamada de los Libertos, cirenenses 116
y alejandrinos, y otros de Cilicia y Asia, acudieron para rebatir a Esteban. Pero no pudieron hacer frente a la sabiduría que estaba en él, y al Espíritu que hablaba por él cuando los rebatía con autoridad. Y, como no podían mirar de frente la verdad, sobornaron a unos hombres que dijeron: Le hemos oído hablar contra Moisés y contra Dios. Así excitaron al pueblo, a los ancianos y a los maestros de la Ley, vinieron de repente, lo arrestaron y lo llevaron al Sanedrín. Allí presentaron testigos falsos que declararon: Este hombre siempre habla en contra de nuestro lugar santo y contra la Ley. Le oímos decir que Jesús nazareno destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos dejó Moisés. Todos los que estaban sentados en el Sanedrín, cuando miraron a Esteban, vieron su rostro como el de un ángel”. La historia de Esteban manifestaba claramente cómo iba a ser la vida de los cristianos. Era un duro y largo camino. Sabían que Dios estaba con ellos, pero necesitaban palpar la acción de la gracia. Necesitaban una energía interior que los llevara más allá de los golpes del poder del mal. Los discípulos vivirían la misma suerte que el Maestro: Acusaciones falsas, inocentes castigados, guerra del mal contra el bien. Siempre es la misma verdad: Los enemigos saben que atacan a inocentes, pero no soportan la claridad de la verdad. “Vieron el rostro de Esteban como un ángel”. Los que atacaban eran parte de un movimiento espiritual que buscaba a Dios, pero se habían estrechado sus mentes, y no podían aceptar los variados caminos por donde el Espíritu del Señor nos va conduciendo a la salvación. La Iglesia judía quiso mezclar los intereses humanos con los intereses divinos, y eso no era posible: Hay que servirle a Dios o al dinero. Ese fue un principio bien claro que Jesús trató de formular para nosotros. Si en algún momento nuestra Iglesia católica ha fracasado, es por haber imitado esa mezcla judía. Dios no se mezcla con los deseos temporales. A Él se le sirve con pureza de alma. Hechos 7, 51-60: “Ustedes, sin embargo, duros de cabeza, 117
endurecieron su corazón y cerraron sus oídos. Siempre resisten al Espíritu Santo igual que sus padres. ¿A qué profeta no persiguieron sus padres? Ellos mataron a los que anunciaron la venida del Justo, pero ustedes ahora lo traicionaron y asesinaron. Ustedes que recibieron la Ley por medio de ángeles y no la cumplieron. Al oír este reproche se enfurecieron y rechinaron los dientes contra Esteban. Él, lleno del Espíritu Santo, fijó sus ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a su derecha, y declaró: Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre a la derecha de Dios. Pero ellos, con grandes gritos se taparon los oídos, y todos juntos se lanzaron contra él. Lo sacaron fuera de la ciudad para apedrearlo, y los testigos dejaron sus ropas a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba así: Señor, Jesús, recibe mi espíritu. Después se arrodilló y dijo en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y diciendo esto, murió”. Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto. La muerte de Esteban será un gran paso para la Iglesia de Jesús. Sus seguidores tomarán conciencia de hasta dónde serán capaces de llegar. Y los enemigos sabrán que esas personas llevan dentro una fuerza que no puede ser vencida. Aún más: la muerte de Esteban multiplica las energías y las decisiones en sus compañeros. Es un heroísmo que contagia. Las palabras de Cristo en la cruz, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, se repiten en Estaban: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Es una fuerza especial, es un amor que no es de este mundo. Es puro don de Dios. Luther King, en su lucha por la libertad de su raza decía: “Que los policías se cansen primero de golpearnos, antes que nosotros nos cansemos de perdonarlos y amarlos”. Son los caminos de Dios, donde no preocupan ni las espinas ni los tropiezos. Sólo se busca la gran meta del amor, un amor vivido en el camino para suavizar las espinas y disolver muchos tropiezos que no saben de amor. Hechos 8, 1b-4: “Ese día se desencadenó una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, excepto los apóstoles, 118
se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron por él gran duelo. Mientras tanto Saulo hacía destrozos en la Iglesia, entraba a las casas, llevaba a la fuerza a hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Al mismo tiempo, los que se dispersaron, iban de un lugar a otro anunciando la Palabra”. Dios escribe recto en líneas torcidas. La muerte de Esteban y la persecución que se desató, dispersó a los cristianos por varias naciones. Ellos, aprovecharon su marcha, para anunciar el reino de Dios. Y lo que parecía un desastre, se convirtió en un envío misionero informal. Aunque se dispersaban, aunque estaban llenos de miedo, todos trataban de ser fieles a Jesucristo, viviendo los valores que les habían unido al Señor. Sobre todo la caridad y el perdón eran virtudes que impactaban a los paganos. Donde ellos llegaban se formaban comunidades, porque ellos animaban a otros a participar de su experiencia de Dios. El Evangelio produce una alegría interior, que, al manifestarse, anuncia por sí misma la vida nueva. Hechos 9, 1-9 ( La entrada de Pablo en el camino de la fe ): pasaje tratado en la página 41.
Hechos 9, 19b-30: “Saulo permaneció algunos días con los discípulos de Damasco, y muy pronto se puso a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que lo oían quedaban maravillados, y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía a muerte a los que invocaban el Nombre de Jesús? ¿Y no vino aquí para llevarlos presos ante los jefes de los sacerdotes? Pero Saulo se fortalecía cada vez más y confundía a los judíos de Damasco, demostrándoles que Jesús es el Mesías. Pasado cierto tiempo, los judíos decidieron matarlo. Saulo supo esta determinación. Hasta vigilaban las puertas día y noche para poder matarlo. Pero sus discípulos lo descolgaron de noche por la muralla dentro de un canasto. Llegado a Jerusalén intentó juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no creían que fuese 119
discípulo. Entonces, Bernabé lo tomó consigo, lo presentó a los apóstoles y les contó que Saulo había visto al Señor en el camino, lo que le había hablado y cómo en Damasco había predicado valientemente con el auxilio de Jesús. Y empezó a convivir con ellos en Jerusalén, predicando con valentía con el auxilio del Señor. También hablaba y discutía con los helenistas. Éstos proyectaron matarlo, pero los hermanos se enteraron, lo llevaron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso”. Pablo unió todos sus conocimientos bíblicos a su fe y a su amor por Jesús para anunciar y demostrar que Jesús de Nazaret era el Mesías, el Hijo de Dios, según las Escrituras. Éste era el paso más difícil para los judíos, pues en la visión de fe que ellos tenían de Dios, podían admitir que Jesús fuera un gran profeta, pero nunca “el Hijo de Dios”. Ante el éxito de Pablo en su predicación, y sabiendo que era uno que había dejado el Judaísmo para unirse al Nombre de Jesús, decidieron matarlo. Lo vigilaban día y noche, y Pablo tuvo que empezar a esconderse. Cuando Pablo bajaba por un improvisado ascensor muralla abajo, dentro de un canasto, atado a una cuerda, se habrá preguntado: Dios mío, ¿ qué yo busco en este ambiente? ¿Porqué no pueden entender que lo que yo digo es verdad? Pero Pablo ya había entrado en el amor de Cristo, revestido de una confianza sin límites, y nadie podría hacerlo salir de esa cárcel de amor. No eran tiempos de mucha comunicación, pues al llegar a Jerusalén, algunos le tenían miedo, pues creían que se trataba del antiguo perseguidor de aquellos que creían en Jesús. Al convivir con los hermanos de Jerusalén, de Cesarea y de Tarso, Pablo se fortalecía y apoyaba a los demás. Hechos 9, 36-42: “En Jafa había una discípula llamada Tabita que significa Gacela. Era rica en buenas obras y no se podían contar sus limosnas. En esos días enfermó y murió. Una vez que lavaron su cuerpo, la pusieron en el piso superior de la casa. Como Lida está cerca de Jafa, los discípulos, al saber que Pedro estaba allí, mandaron a dos hombres con este recado: Ven a nosotros cuanto 120
antes. Pedro fue en seguida con ellos. Apenas llegó, lo hicieron subir al piso superior. Allí estaban las viudas que lloraban y mostraban las túnicas y mantos que Tabita hizo cuando vivía con ellas. Pedro las hizo salir a todas, y se hincó de rodillas para orar. Luego se volvió al cadáver y dijo: Tabita, levántate. Ella abrió sus ojos, y al ver a Pedro, se sentó. Él le dio la mano y la ayudó a levantarse. Luego llamó a los santos y a las viudas y se las entregó viva. Todo Jafa lo supo, y muchos creyeron en el Señor”. La gracia de Dios hace maravillas en sus hijos. Aquel Pedro que pasaba trabajo para coger un par de peces en el lago de Genezaret, se ha vuelto pescador de hombres, predicador insigne de la Buena Nueva y hasta hace milagros. Los milagros atraían nuevos adeptos, y los que hacían los milagros enloquecían de amor por Jesús. Los Hechos de los apóstoles es un libro que sacude nuestra fría vida cristiana, nos pone en la máquina del tiempo, y nos hace vibrar un poco, presenciando aquellas historias tan llenas de la santidad de Dios. Hechos 10, 11-16 y 37-42: “Vio el cielo abierto y una cosa extraña, algo como un mantel inmenso que bajaba del cielo y cuyas cuatro puntas se posaban sobre el suelo. Dentro había toda clase de animales, tanto de la tierra como del cielo: cuadrúpedos, reptiles y aves. Y una voz le dijo: Pedro, levántate, mata y come. Pedro contestó: De ninguna manera, Señor, nunca he comido algo profano o impuro. La voz le dijo por segunda vez: Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. Esto se repitió tres veces, y después, la cosa aquella fue levantada hacia el cielo. ..... Ustedes saben lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que Juan predicó: cómo Dios consagró a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, comunicándole su poder. Éste pasó haciendo el bien y sanando a cuantos estaban dominados por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la provincia de los judíos e incluso en Jerusalén. Al final ellos lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó 121
al tercer día y le concedió que se dejara ver, no por todo el pueblo, sino por los testigos que Dios había escogido de antemano, por nosotros, que comimos y bebimos con Él después que resucitó de entre los muertos”. Los gentiles ya habían entrado en la mente de Pablo, y ahora se ensanchan las fronteras del corazón de Pedro. De eso se encargó el mismo Jesús con una visión. Se trata del mismo Dios, la misma salvación, el mismo proyecto, y el mismo Espíritu que los guía a todos. Se trata solamente de no hacer resistencia a la acción del Espíritu, dejar que la mente y el corazón sean invadidos por el amor de Cristo, y entonces verán que la salvación no tiene paredes, ni vayas, ni fronteras. Pedro es conducido hacia las casas de los gentiles y come cosas que un judío observante no comería, y atraviesa una difícil cuerda floja en medio de sus hermanos judíos. La Ley era demasiado estricta y había ahogado muchos corazones. Pedro conocía bien la batalla de Jesús con los fariseos por las curaciones en sábado, haciéndoles ver que la caridad está por encima de la Ley. La Iglesia ha batallado en todos sus concilios por lograr ese espíritu apostólico forjado por Jesús, por esa libertad de espíritu que proclamaba Pablo con tanta fuerza, pero debido a mentes estrechas, que son también parte de la Iglesia, en muchos casos se hace más lenta su marcha, y puede llegar hasta a dar mal ejemplo por aferrarse a sistemas legales que no siempre son el querer de Dios. Los hombres y mujeres pequeños van quedando atrás, y el Espíritu sigue su marcha victoriosa, llamando a otros y otras que sean capaces de ensanchar su corazón, y vivir y actuar según la libertad de espíritu del Evangelio. Dios es fiel a su proyecto, y nunca nos deja frenados en el camino. Las leyes son útiles, pero tienen que estar protegidas por un espíritu profético que mantenga vivo el crecimiento del reino de Dios. Hechos 12, 1-11: “El rey Herodes decidió maltratar a algunos miembros de la Iglesia. Hizo matar a espada a Santiago, hermano de Juan, y al ver que esto gustaba a los judíos, mandó detener 122
también a Pedro. Eran los días de la fiesta de los Panes Ázimos. Después de detenerlo, lo metió en la cárcel, poniéndolo bajo la vigilancia de cuatro grupos de cuatro soldados cada uno. Su intención era presentarlo al pueblo después de la Pascua. Y, mientras Pedro era vigilado en la cárcel, la Iglesia no cesaba de orar insistentemente por él. Herodes, pues, iba a hacerlo comparecer y, esa noche, Pedro dormía entre dos soldados, atado con dos cadenas. Otros guardias vigilaban ante la puerta de la cárcel. De repente se presentó el ángel del Señor y la celda se llenó de luz. El ángel tocó a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: Levántate, rápido. Y las cadenas cayeron de sus manos. Entonces el ángel le ordenó: Asegúrate bien el cinturón y colócate las sandalias. Así lo hizo, y el ángel agregó: Ponte tu manto y sígueme. Pedro salió tras él. No hubiera podido afirmar que lo que hacía el ángel era realidad. Todo eso le parecía un sueño. Pasaron la primera y la segunda guardia y llegaron a la puerta de hierro que daba a la calle, la cual se les abrió sola. Salieron y anduvieron por una calle y, de repente, el ángel se alejó de él. Pedro volvió en sí y dijo: Ahora me doy cuenta que el Señor envió realmente a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de todo lo que proyectaban los judíos”. “La Iglesia no cesaba de orar insistentemente por él”. Nuestra Iglesia lleva su acción más allá de las fuerzas humanas, y sabe que siempre será bandera discutida en el mundo. Por eso necesita siempre el apoyo de lo alto, buscando que, ante todo, se cumpla la voluntad de Dios. Pedro llegó a sentir el apoyo de su comunidad orante. Esto le dio una gran satisfacción, pues sabía que no estaba solo, que el camino era duro, pero el apoyo era muy grande. Santiago no tuvo la misma suerte. Rezaron por él, pero igualmente lo mataron. Y lo mataron en una especie de circo de pueblo, con el aplauso y las risas de los malos. Son las luces y las sombras ante el paso de la gracia. Ante la presencia del ángel, las cadenas de Pedro se cayeron. Pedro está fuera de sí, porque lo que vive es más de lo que él puede imaginar. La primera guerra de los judíos era contra los apóstoles, 123
pues eran los testigos principales de la muerte y resurrección de Jesús, y estaban llenos del Espíritu Santo desde el día de Pentecostés. Si acababan con ellos, sería más fácil frenar a los otros, al menos es lo que habrá pensado el Sanedrín. Como sea, los planes de Dios tienen su camino trazado, y no era mucho lo que iban a lograr. Apareció un Pablo que no era de los once apóstoles, y como él, Dios podía traer cinco más, para la causa del Reino de Dios. No sólo la Iglesia primitiva, sino toda la Iglesia en todo tiempo ha podido confiar en el apoyo del Señor. La fe y confianza en Jesús hacen crecer el reino del amor. Hechos 13, 6-12: “Atravesaron toda la isla hasta Pafos, y encontraron a un mago y falso profeta judío, llamado Bar-Jesús, que vivía al lado del gobernador Sergio Paulo, hombre de buen criterio. Éste mandó llamar a Bernabé y a Saulo, ya que deseaba escuchar la Palabra de Dios. Pero se les opuso Elimás, el mago, el cual trataba de apartar de la fe al gobernador. Entonces Saulo, también llamado Pablo, lleno de Espíritu Santo fijó sus ojos en él y dijo: Tú, hijo del diablo, lleno de engaño y de maldad, enemigo del bien, ¿cuándo terminarás de torcer los rectos caminos del Señor? Ahora la mano del Señor va a caer sobre ti. Quedarás ciego y por algún tiempo no verás la luz del sol. Al instante lo envolvieron oscuridad y tinieblas. Y andaba a tientas en busca de alguien que le diera la mano. El gobernador fue testigo del hecho y creyó, pues la doctrina del Señor lo impresionaba muchísimo”. Estos son hechos poco comunes, pues el Evangelio camina aceptando la voluntad de Dios y ofreciendo todo sacrificio que sirva de tropiezo. Pero en esos primeros momentos eran escenas oportunas para impresionar una comunidad y abrir caminos que parecían cerrados. Dios es el dueño del proyecto y sabe lo que hace falta en cada momento. Y lo que parece menos razonable para nosotros, Dios lo permite como algo de lógica perfecta. Pablo vio en la disponibilidad del gobernador una gran oportunidad para la Palabra de Dios. Y al ver que el mago se volvió un obstáculo, Pablo se llenó de ira santa 124
de celo por su Dios, y le dio una lección apropiada para que el mago y sus seguidores supieran con quién estaban tratando. Hechos 13, 44-52: “El sábado siguiente se reunió casi toda la ciudad para escuchar a Pablo, que les habló del Señor en una larga prédica. Los judíos al ver el gentío se llenaron de envidia y se pusieron a contradecir con insultos lo que Pablo decía. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con firmeza: Ustedes eran los primeros a quienes debíamos anunciar la Palabra de Dios. Pero si ustedes ahora la rechazan y se condenan a no recibir la vida eterna, nosotros iremos a los que no son judíos. Porque así nos ordenó el Señor: “Te puse como luz de las naciones, para que lleves la salvación hasta los extremos del mundo”. Los que no eran judíos se alegraron con estas palabras y comenzaron a alabar el mensaje del Señor, y creyeron todos los que estaban dispuestos para la vida eterna. Mientras tanto la Palabra de Dios se difundía por toda la región. Los judíos, entonces, incitaron a mujeres distinguidas de entre los que temían a Dios, y también a los hombres importantes de la ciudad. Organizaron una persecución contra Pablo y Bernabé, y lograron que los echaran de su territorio. Estos sacudieron el polvo de sus pies, como protesta contra ellos, y se fueron a la ciudad de Iconio, dejando a los discípulos llenos de gozo y de Espíritu Santo”. Pablo y Bernabé hicieron un gran trabajo y llevaron a los creyentes al gozo del Espíritu Santo. Los judíos no podían resistir el triunfo de la Palabra de Dios en Nombre de Jesús. Los atacaron, movieron la opinión de muchas personas, y los hicieron irse del pueblo. Lo que empezó con un cierto éxito, terminó con la incómoda escena de sacudir el polvo de los pies y marcharse. No fue una simiente que cayera en tierra muy buena, pero mucha gente fue evangelizada y muchos tuvieron el gozo de creer en Jesús de Nazaret. Hechos 14, 1-7: “En Iconio pasó lo mismo. Pablo y Bernabé entraron en la sinagoga de los judíos y hablaron de tal manera que un gran número de judíos y de griegos creyeron. Pero los judíos que se negaron a creer excitaron a los paganos y los indispusieron 125
contra los hermanos. A pesar de todo, Pablo y Bernabé permanecieron bastante tiempo allí. Predicaban sin miedo, confiados en el Señor, que confirmaba las palabras portadoras de su gracia con los prodigios y milagros que les concedía realizar. La gente de la ciudad se dividió: unos estaban a favor de los judíos, otros, a favor de los apóstoles. Un grupo compuesto de paganos y judíos, con sus jefes al frente, se preparó para atacar a los apóstoles y apedrearlos. Ellos, al enterarse, huyeron a las ciudades de Licaonia: Listra, Derbe y sus alrededores. Allí se pusieron a anunciar la Buena Nueva”. La Palabra de Dios se iba propagando en medio de una gran batalla. Pero en medio de la lucha, la siembra era buena. Ellos empleaban todo el esfuerzo posible, pues se trataba de un camino grande, donde el hombre viene liberado de las garras del mal. Con la lucha y los sacrificios de cada día, con los milagros que los hacía conscientes del apoyo del Señor, se iba abriendo una brecha en el campo de la santidad. Israel tenía su fe en Dios, pero esa fe había adquirido una nueva visión con la muerte y la resurrección de Jesús. Si la misión de Jesús lo llevó de peldaño en peldaño hasta el sacrificio en la cruz, la misión de estos apóstoles los llevaría de sacrificio en sacrificio hasta la ofrenda total de sus vidas. Después de algún tiempo anunciando el Evangelio, el combate arreció y tuvieron que huir de Iconio, pero ya la siembra estaba hecha, y daría buenos frutos. Hechos 14, 8-11 y 19-20: “En Listra había un hombre con los pies tullidos, cojo de nacimiento, que nunca había caminado. Un día, como escuchaba el discurso de Pablo, éste fijó en él su mirada y descubrió que este hombre tenía fe para ser sanado. Le dijo entonces, en voz alta: Ponte en pie. El otro dio un salto y empezó a caminar. La gente, al ver lo que Pablo había hecho, comenzó a gritar. Decían en el idioma licaonio: Los dioses han tomado forma de hombre para bajar hasta nosotros”. ..... Como se quedaran allí algún tiempo para enseñarlos, algunos judíos vinieron de Antioquía a Iconio para rebatir a Bernabé y a Pablo. Y persuadieron al pueblo que le diera la espalda, afirmando que todo eso era mentira. 126
Al final, apedrearon a Pablo, y lo arrastraron fuera de la ciudad, convencidos de que estaba muerto. Pero cuando sus discípulos se reunieron en torno a él, se levantó y entró en la ciudad. Al día siguiente salió con Bernabé hacia Derbe”. Pablo vivía los acontecimientos de cada día desde la fe en Jesús, desde el llamado de Dios a un cambio de vida. El tullido fue curado, la gente creía que eran dioses, y hasta iban a ofrecerles un sacrificio. Pablo logró el equilibrio del ambiente anunciando la Buena Noticia. “Dejen los ídolos, sigan al Dios verdadero, el que ha hecho todo y se cuida del mundo y de nosotros”. Dios trabajaba con Pablo y Bernabé en este proyecto, pero el demonio también trabajaba tratando de desbaratar el bien que habían hecho. Cuando todo iba bien, por el milagro que se hizo y el anuncio que se proclamó, algunos judíos convencieron a la gente de que lo de Pablo y Bernabé no era más que una mentira. Pablo fue apedreado y dejado por muerto. Son los caminos difíciles de la gracia. Pero la mirada de Dios seguía en el cielo, y Pablo, que tenía todavía mucho por hacer, se levantó y se unió a los hermanos que aceptaron el mensaje. Luego siguió viaje hacia Derbe. Las peripecias de Pablo van a ser muchas, pero él está firme en su misión, aunque tendrá que regar muchas huellas con sus lágrimas. Hechos 15, 7-12: “Como la discusión se acaloraba, Pedro se levantó y les dijo: Hermanos, ustedes saben cómo Dios intervino entre ustedes mismos desde los primeros momentos. Quiso que los paganos escucharan de mis labios la predicación del Evangelio y creyeran. Y Dios, que conoce los corazones, se declaró a favor de ellos, al comunicarles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No ha hecho ninguna distinción entre nosotros y ellos, y con la fe purificó sus corazones. ¿Porqué, pues, ahora tientan a Dios? ¿Porqué quieren poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres, ni nosotros mismos fuimos capaces de soportar? Creemos más bien que la gracia del Señor Jesús 127
es la que nos ha salvado del mismo modo que a ellos. Toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todos los prodigios y milagros que Dios había realizado por su medio entre los paganos”. La Buena Noticia debía vencer las grandes dificultades que se presentaban para poder florecer en un ambiente hostil: primero liberarse de las exigencias y la mirada estrecha de la Ley, a la que Pablo llamaba “Ley de muerte”. Segundo, debía echar raíces en un pueblo pagano, con tantos ídolos y tantas historias religiosas llenas de confusión. Ya no era sólo Pablo quien proclamaba que muchas cosas de la Ley había que dejarlas atrás, sino que el mismo Pedro, apoyado por todo el grupo, ha comprendido por dónde va la voluntad de Dios. No era cuestión de Pedro, o de Pablo, o de Santiago o de Bernabé. La Buena Noticia de la salvación para todos partió de Jesucristo y va hacia Jesucristo. Es la obra de Dios que se verá envuelta en los titubeos humanos. Pero al final, como toda obra del Señor, seguirá su camino perdonando y salvando. Hechos 15, 23b-29: “Los apóstoles y los presbíteros saludan a los hermanos de otras razas, de Antioquía, Siria y Cilicia. Nos enteramos que algunos de los nuestros los han inquietado con sus palabras, turbando sus ánimos. No les habíamos dado ningún mandato. Pero ahora, después de convocar la asamblea, decidimos en forma unánime enviar algunos hasta ustedes, junto con los queridos hermanos Bernabé y Pablo, quienes han consagrado sus vidas al servicio de nuestro Señor Jesucristo. Así, pues, les mandamos a Judas y Silas, que les dirán lo mismo personalmente. Fue el parecer del Espíritu Santo y el nuestro, no imponerles ninguna carga más que estas cosas necesarias: Que no coman carnes sacrificadas a los ídolos y se abstengan de todo lo que no quieren que otros hagan con ustedes. Observen esta norma dejándose guiar por el Espíritu Santo”. Los apóstoles escribieron esta carta sabiendo que contenía lo que era la voluntad de Dios, pues el Espíritu Santo los guiaba en todo 128
lo referente al mensaje de salvación. Esta conciencia de la presencia del Espíritu Santo para actuar según la voluntad de Dios es la base del dogma de la infalibilidad pontificia. Cuando se trata de materia de salvación en Jesucristo, el Espíritu Santo asiste y no puede haber error. “Nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros”: es una fórmula sencilla para declarar que esa carta es doctrina segura, pues está formulada por el mismo Espíritu Santo. Y no se trata sólo de esta carta. Con esta expresión se afirma que el Espíritu Santo los guía en todo lo que hacen. El Espíritu Santo que bajó en Pentecostés es parte del grupo. Eso les da seguridad y mucha paz en su trabajo, no importa qué clase de sacrificio haga falta. Hechos 16, 16-34: “Sucedió que mientras íbamos al lugar de oración, salió a nuestro encuentro una muchacha que tenía poderes de adivina y que, sacando la suerte, traía buena plata a sus amos. Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo y les anuncian el camino de la salvación. La muchacha hizo esto durante algunos días, hasta que Pablo se cansó. Se dio vuelta y dijo al espíritu: Por el nombre de Jesucristo, te mando que salgas de ella. Y en el mismo instante, el espíritu salió. Al ver sus amos que con ello se esfumaban sus ganancias, tomaron a Pablo y a Silas y los arrastraron hasta el tribunal. Los presentaron a los magistrados, diciendo: Estos hombres alborotan nuestra ciudad. Son judíos y predican costumbres que nosotros no podemos aceptar ni practicar, por ser romanos. La gente se fue contra ellos. Los inspectores les hicieron arrancar la ropa y mandaron azotarlos. Después de haberles dado muchos golpes, los echaron a la cárcel y encargaron al carcelero que los vigilara con mucho cuidado. Éste, al recibir la orden, los metió en el calabozo interior, y los amarró con cadenas al piso del calabozo. Hacia la media noche, Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios. Los demás presos los escuchaban. De repente se produjo un temblor tan fuerte que hasta los cimientos de la cárcel se remecieron. Al momento se abrieron todas las puertas y se soltaron las cadenas 129
de todos los presos. Despertó el carcelero, y al ver abierta las puertas de la cárcel, sacó la espada para matarse, creyendo que los presos habían huido. Pero Pablo le gritó: No te hagas daño, puesto que todos estamos aquí. El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas. Los sacó fuera y les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? Ellos le respondieron: Ten fe en el Señor Jesús, y te salvarás tú y tu familia. Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. Y en aquella misma hora, de noche, el carcelero los llevó consigo, les lavó las heridas, e inmediatamente se hizo bautizar él con toda su familia. Los invitó a su casa, les dio de comer y se alegró con los suyos por haber creído en Dios”. Siguiendo siempre los planes misteriosos de Dios, en un momento los apaleaban y en otro lograban liberarse del sufrimiento. Dios casi juega con ellos. Son sus hijos predilectos y ellos se sienten bien con su misión. Del primer momento en que los apalearon con la furia propia de los judíos, al momento en que se abren las puertas de la cárcel y luego el carcelero les prepara buena comida, hay una distancia muy larga. Pero estos hombres se han unido a Jesucristo de una forma tan bella, que todo les produce gozo. Si los apalean se sienten parte de la cruz de Cristo, y son felices. Si se abren las puertas de la cárcel y se libran de la muerte, se gozan en la presencia de Dios, porque Él obra maravillas en su camino. No son personas que están probando a ver si eso vale o no vale. Su fe y su amor a Jesús es total. Hechos 18, 5-11: “Pero cuando Silas y Timoteo llegaron a Macedonia, Pablo se dedicó por entero a la Palabra para convencer a los judíos de que Jesús era el Cristo. Como ellos lo contradecían y le respondían con insultos, Pablo sacudió el polvo de sus vestidos y les dijo: Ustedes son responsables de lo que suceda. Yo no tengo la culpa, si ahora me dirijo a los paganos. Y marchándose de allí, fue a la casa de un tal Tito Justo, de los que temen a Dios. Su casa estaba al lado de la sinagoga. Crispo, dirigente de la comunidad 130
judía y toda su familia, creyeron en el Señor, y también muchos corintios al oír la palabra de Pablo, creyeron y recibieron el bautismo. Una noche el Señor dijo a Pablo en una visión: No tengas miedo, sigue hablando y no calles, pues en esta ciudad me he reservado un pueblo numeroso. Yo estoy contigo y nadie podrá dañarte. Y Pablo permaneció allí un año y seis meses, enseñando entre ellos la Palabra de Dios”. Pablo continúa reafirmando su misión con los paganos. El Señor no sólo le daba el poder de hacer milagros, sino que el mismo Jesús se le aparecía en visión y lo confortaba. Corinto tendrá una gran comunidad. Pablo se dedicó enteramente a la Palabra de Dios, y los frutos fueron muchos. Hechos 19, 11-17: “Dios obraba prodigios poco comunes por las manos de Pablo, a tal punto que ponían a los enfermos pañuelos o ropas que él había usado y sanaban de sus enfermedades. También se alejaban de ellos los espíritus malos. Algunos judíos ambulantes que echaban los demonios, trataron de invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos y decían: Te mando salir en el nombre de Jesús, a quien Pablo predica. Entre ellos estaban los hijos de un sacerdote judío llamado Escevas. Pero un día que entraron y se atrevieron a hacerlo, el espíritu malo les contestó: Conozco a Jesús y sé quién es Pablo. Pero ustedes, ¿quiénes son? Y el hombre que tenía el espíritu malo se lanzó sobre ellos, los sujetó a ambos y los maltrató, de manera que tuvieron que huir desnudos y heridos. La noticia llegó a todos los habitantes de Éfeso, tanto judíos como griegos. Todos quedaron muy impresionados y el nombre del Señor Jesús se hizo más famoso con lo ocurrido”. El nombre de Pablo creció por su fuerte adhesión a la cruz de Cristo. Hasta sus ropas curaban. Dios lo bendecía por su fidelidad a su misión. Su fama de sanidad creció mucho, pero Pablo sabía bien que todo lo que él era o hacía, se debía a la acción de Cristo en él. Hechos 20, 33-35: “Yo de nadie codicié plata, oro ni ropa. Ustedes 131
saben que trabajé con mis propias manos para conseguir lo necesario para mí y para los compañeros. En todo les he enseñado que es así como se debe trabajar, a fin de tener también para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: Hay mayor felicidad en dar que en recibir”. Pablo fue acuñando frases que son todo un código de conducta: “Hay mayor felicidad en dar que en recibir”. “Al que da con alegría, Dios lo ama”. Estas frases brotan de la base del Evangelio que es el desprendimiento por amor a Jesús y a su reino. Mientras uno más se aleja del amor a los bienes del mundo, más se acerca a Dios y se llena de vida sobrenatural. Hechos 21, 10-14: “Llevábamos allí bastantes días cuando un profeta de nombre Agabo, llegado de Judea, vino a vernos. Tomó el cinturón de Pablo, se amarró pies y manos y dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así amarrarán los judíos al dueño de este cinturón. Y lo entregarán en manos de los extranjeros. Al oír esto, nosotros y los de este lugar rogamos a Pablo que no subiera a Jerusalén. Entonces Pablo contestó: ¿Porqué me destrozan el corazón con sus lágrimas? Yo estoy dispuesto por el Nombre del Señor Jesús, no sólo a ser encadenado, sino a morir en Jerusalén. Como no logramos convencerlo, dejamos de insistir y exclamamos: Hágase la voluntad del Señor”. Pablo, ni tiene miedo a lo que se trama contra él, ni tiene miedo a morir. Más bien, es posible que a estas alturas, Pablo desee ser sacrificado para parecerse a Jesús y unirse pronto a Él en el cielo. Ya Pablo no sólo le perdió el amor a las cosas terrenas, sino que tampoco tiene interés por esta morada terrenal. El cuerpo es para Pablo una cárcel de la que quiere ser liberado. No es huyendo o escondiéndose como él será una pieza maestra del Evangelio, sino asumiendo una postura heroica, y una decisión firme de parecerse a Jesucristo. Hechos 21, 27-36: “Cuando estaban por cumplirse los siete días, los judíos de Asia reconocieron a Pablo en el Templo, y alborotaron 132
al pueblo. Se apoderaron de él gritando: Israelitas, ayúdennos. Éste es el hombre que en todas partes predica a todos contra el pueblo, contra la Ley, y contra este lugar. Incluso ha introducido a unos griegos en el Templo, profanando este lugar santo. Decían esto último, porque poco antes habían visto a Pablo en la ciudad con Trófimo de Éfeso, y pensaron que Pablo lo había introducido en el Templo. La ciudad entera se alborotó, la gente concurrió en masa, y tomando a Pablo, lo arrastraron fuera del Templo, cerrando inmediatamente las puertas. Mientras trataban de matarlo, llegó al comandante del batallón la noticia de que toda Jerusalén estaba alborotada. En seguida tomó consigo soldados y capitanes, y bajaron corriendo hacia la multitud. Ellos, al ver al comandante con sus soldados, dejaron de golpear a Pablo. El comandante se acercó, hizo arrestar a Pablo, y ordenó que lo amarraran con dos cadenas. Luego preguntó quién era y qué había hecho. Pero todos gritaban al mismo tiempo, y el comandante vio que no sacaría nada cierto en un tumulto así. Mandó, pues que llevaran a Pablo a la fortaleza. Cuando llegó a las escalinatas, tuvo que ser llevado en hombros por los soldados a causa de la violencia de la gente, pues lo seguían en masa gritando: ¡Mátalo!” La fama de Pablo había crecido mucho. Los judíos no sabían cómo librarse de esa figura. Donde él predicaba, mucha gente se liberaba del peso de la Ley para unirse a Jesucristo. Esa era una gran oportunidad para acabar con él, sobre todo tratándose del centro de la fe judía: el Templo. La revuelta que se formó en ese Templo fue suficiente para acabar con Pablo. Pero todavía le quedaba mucho por sufrir y mucho por anunciar, y también de este tumulto el Señor lo iba a librar. Hechos 24, 2-8: “Llamaron a Pablo, y Tértulo lo acusó en estos términos: Excelentísimo Félix, gracias a ti, tus afanes y tus sabias reformas, nuestro pueblo goza de una gran paz. Todo esto lo reconocemos de mil maneras y en cualquier lugar, y te estamos plenamente agradecidos. Para no molestarte más, te ruego nos 133
escuches un momento con tu acostumbrada bondad. Nos consta que ese hombre es una peste, que crea divisiones entre los judíos de todo el mundo, y que es un dirigente de la secta de los Nazarenos. Incluso intentaba profanar el Templo cuando lo tomamos preso. Queríamos juzgarlo según nuestra Ley, pero el comandante Lisias intervino en forma muy violenta, y nos obligó a soltarlo. Luego declaró que sus acusadores deberían presentarse ante ti”. Pablo pasa por todo: Difamación, golpes, persecución, cárcel, toda clase de sufrimientos, como le había asegurado el Espíritu Santo en Hechos 20, 22-24. Pero ya con Pablo no pueden. Él está por encima de todos sus enemigos. Ha sido forjado en el amor de Cristo, en la ofrenda de sí mismo, y en su fidelidad a Dios. Prácticamente ya él ha terminado su carrera, esa carrera que cada uno realiza yendo hacia el interior de sus decisiones. Ya Pablo puede ser echado al horno ardiente de Babilonia y caminar entre las llamas. Desde aquí Pablo irá a Roma, de donde ya no regresará, porque en Roma completará su holocausto personal. Irá de tribunal en tribunal hasta colocar su cabeza en la guillotina. Pablo vive una larga crucifixión, con la conciencia clara de que ha completado su trabajo, y que su fidelidad ha sido del agrado de Dios. Navegó feliz en el mar de la voluntad de Dios, y él está consciente de que ha navegado bien. Muere satisfecho porque sabe que su voluntad y la voluntad de Dios han formado una sola voluntad para bien de la misión que se le confió. Puede descansar en paz en el corazón de Cristo.
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La Cruz Junto con la Eucaristía, el alimento número uno de toda mi vida, ha sido siempre “vivir al pie de la cruz de Jesucristo”. Como la Virgen María y san Juan al pie de la cruz, yo me he fortalecido dando gracias y meditando en este proyecto de salvación que es el sacrificio de Cristo. El tema de la cruz, la meditación de los sufrimientos de Jesucristo, el holocausto de la vida de san Pablo y de tantos mártires de la Iglesia, me han atraído como un imán que me estrecha y me llama a vivir la mística de la ofrenda diaria. El mártir del Gólgota atrae a todos hacia Él para completar la ofrenda al Padre. La purificación del mundo es un proceso lento que se va realizando desde la fe de Abrahán, y que adquiere su fuerza máxima en la sangre derramada el Viernes Santo. Cuando los judíos dudaban de las palabras de Jesús, su fe en Él se fortalecía al presenciar algún milagro. Pero lo que realmente sacudió a todo el pueblo de Israel fueron los sufrimientos, vividos con serenidad, su muerte convertida en ofrenda agradable, y todo eso coronado con la resurrección. Cuando los santos y santas de Dios comienzan a acercarse a la virtud, asumen el desprendimiento y la caridad como camino seguro de santidad, y la cruz se vuelve vivencia que transforma sus almas. Cuando se analiza el misterio de la cruz, la literatura que trata de la cruz, el tema es hermoso, porque es una realidad concebida desde el concepto de ofrenda. Pero cuando la cruz golpea nuestro cuerpo doliente, y las limitaciones debilitan nuestra energía interior, entonces la cruz es otra cosa, porque duele de verdad. En el fondo, la cruz sabe a muerte, y sólo muriendo se descubre la verdadera vida que viene de la cruz. Si el grano de trigo muere, da mucho fruto, porque es muriendo que se llena de vida. Todo lo que el hombre hace lo deja insatisfecho, pues vive una verdad incompleta. Toda experiencia humana deja siempre muchos interrogantes sin resolver. Sólo la muerte es una verdad completa, porque obtiene una respuesta completa. Con la muerte, 135
Jesús realizó a plenitud su misión, y en su muerte, la humanidad encuentra la salvación que es la respuesta a la búsqueda de toda esperanza. Para vivir de verdad, es necesario morir de verdad. Cada sufrimiento y cada muerte genera vida, sólo hay que saber canalizarla a través de la aceptación y la ofrenda. Lo cierto es que no nos gusta morir, no soportamos sufrir. Nos hemos aferrado tan fuertemente a esta vida y a sus cosas, que preferimos perder la vida nueva, antes que desgarrar o lastimar nuestras débiles emociones. Sólo la fuerza de Cristo puede volvernos fuertes para asumir con grandeza lo que nos lleva por un camino contrario a nuestra débil voluntad. Es fácil alabar y bendecir a Dios cuando todo va bien, cuando Jesús siembra flores en nuestro camino, cuando Dios esparce caramelos delante de nosotros, y a cada hora nos hace suspirar de satisfacción. Pero si el Señor considera que somos capaces de algo más que contemplar una flor o saborear un caramelo, y entonces nos acerca a su cruz, nos da parte de su dolor, nos sumerge en su muerte, nos compromete como miembros de un proyecto redentor, entonces las páginas de nuestro calendario tienen otro color. Los que han aceptado el dolor de alguna llaga de Jesús, o alguna espina de su corona, saben que Dios los ama mucho, y eso que han recibido es una muestra de amor de Dios. Quien sigue a Jesús desde su cruz, se da cuenta de que el mundo tiene sabor a poca cosa. Sólo las almas grandes le encuentran sabor a la cruz, porque la cruz, después que nos hace caminar por la muerte, es fuente de santificación. Mientras la comunidad cristiana amó la cruz como puente para acercarse a Jesús para amarlo más, aquellos cristianos se presentaron ante el mundo con una vida grande. Una vez que nos hemos apartado de ese madero santo, signo de redención, para navegar en una vida cómoda o en la ley del menor esfuerzo, nuestro pueblo cristiano lentamente se ha empobrecido, y los frutos son menores. El amor a todo aquello que es parte de nuestra cruz, y que enriquece nuestra ofrenda diaria, alimenta nuestra vida espiritual 136
y nos hace sentirnos cerca del Señor. Cuando le pedimos a Dios que borre con un milagro todo lo que nos maltrata un poco, entonces, no hemos entendido a Jesucristo, ni queremos entenderlo nunca. Jesús se nos va volviendo un ritual, un escenario litúrgico, una literatura, un concierto de voces que cantan y aclaman al resucitado, pero en el fondo, el Maestro siente el vacío de su pueblo, como sucede en los bautismos, en las bodas, y en muchas Misas vacías de espíritu de fe. “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”, dice Jesús. “El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por Mí y por el Evangelio, la salvará” (Marcos 8, 34ss). Esa es la forma de seguir a Aquél que puede dar verdaderas respuestas sobre la vida y sobre la muerte. Ésa es la actitud que pide Dios para unirnos a Jesucristo, dándole sentido al dolor. Nuestra naturaleza huye y patalea frente a cualquier dolor que se acerca. La fe es la que nos permite aceptar las palabras de Jesús y seguirlo a cualquier precio. La cruz se nos presenta como una llamada a asumir toda nuestra vida con generosidad. El pecado nos lanza fuera de Dios. La cruz nos devuelve al encuentro del Padre. El pecado nos apega al mundo, la cruz nos limpia de amores terrenos débiles. La aceptación gozosa de cuanto nos sucede, y la alegría de poder encontrar algo para ofrecer cada día, nos abren un camino feliz hacia la vida del Espíritu. La purificación personal no aceptada, puede ser causa hasta de cansancio mental y pequeñas enfermedades. Vivimos en un valle de lágrimas y somos seres cargados de lamentos. El rechazo de la cruz impide que Jesús pueda purificarnos y hacernos tomar parte de su alegría. Las cosas del mundo desbaratan el buen sabor del hombre, y cualquier sufrimiento refina nuestra alma como se refinan los metales preciosos. Un alma que es refinada empieza a gustar los valores del Espíritu, y se interna en una verdadera sed de infinito. Al caer y levantarnos, nos vamos envolviendo en la cruz, y así vamos construyendo nuestra propia resurrección. Cuando caminamos con lágrimas en los ojos, el cielo se refleja en cada gota, y nos abre 137
a la esperanza de una vida más hermosa. Para abrirnos a la panorámica de la grandeza del cielo hay que romper en nosotros muchas ataduras y desgarrar muchas esperanzas mezquinas. Cuando aprendemos a contemplar a Jesús en las horas difíciles, y aceptamos con humildad que no somos más que un manojito de carne débil, amamos el abrazo de Dios, aunque ese abrazo duela y purifique nuestra vida. Al tomar nuestra cruz, hay que dejarse guiar por el Señor. Él sabe para qué damos, y hasta dónde somos capaces de ofrenda gozosa, cuando los hechos van más allá de lo que desea nuestra voluntad. Él es quien recibe la ofrenda y conoce el ritmo al que nos puede conducir para adentrarnos en la experiencia de la cruz. Él es quien cambia los latigazos que nos da la vida, en aplausos, pero hay que tener mucha fe para poder oír los aplausos. La cruz es para ser ofrecida, no para ser llorada. No estamos hechos para arrastrarnos como gusanos, sino para volar alto como las águilas. No es una batalla fácil, pero podemos librarla. Hay que cerrar los ojos de la carne y abrir los ojos del espíritu, aunque terminemos gritando como el ciego de Jericó: “Señor, que yo vea”. A veces tenemos que llorar, pero más allá de las lágrimas le decimos a Jesús: Señor, yo te amo. La vida pobre y fría de muchos cristianos parece que ha matado a Dios y ha quemado la cruz. Pero la esperanza que surge en algún momento es capaz de resucitarlo. Aunque el mundo está a oscuras, con los ojos de la fe, le podemos arrancar la poca luz que guarda en sus tinieblas, y con esa luz, podemos ver a Dios, oír su voz y seguir sus pasos. “Desde que el mártir del Gólgota se ofreció al Padre en ofrenda perfecta, el mundo se ha convertido en altar, y todos los que sufren por amor, se vuelven incienso de esperanza hasta la realización definitiva del reino de Cristo”(Libro Manantial, pag. 113). “Ante el dolor y ante la muerte, el ser humano se siente abandonado y solo. El grito humano que se resiste a creer, no encuentra por parte de Dios, otra respuesta que el silencio. 138
El silencio de Dios, la soledad de la cruz, y el poder de la muerte son batallas y desafíos que el hombre vive en su caminar hacia la vida”(Manantial, 113). Todo este camino es fácil cuando se lleva en el alma el poder salvador de la cruz. La cruz, dolor para los pecadores y felicidad para las almas limpias, es la misteriosa fuerza que nos abre la vida verdadera. Jesús, siguiendo la estrecha senda elegida por el Padre, tuvo que descender hasta los lugares ínfimos de la naturaleza humana: ser desechado, burlado, anonadado, herido por la misma muerte, y así atravesó las aguas turbias de la corriente humana cargada de pecado, convirtiendo esas aguas en surtidor de aguas vivas que salta hasta la vida eterna. —Transcribo aquí el capítulo 15, página 115 de mi libro Manantial. Son palabras tan hermosas que quiero dejarlas estampadas también aquí en este libro. No son palabras forjadas en el cerebro. Son el fruto de una vibración del alma, cuando se ama a Jesús con una verdadera pasión espiritual —
- El misterio de la cruz Las autoridades religiosas del pueblo judío no podían consentir por más tiempo que aquel hombre que decía “superar la Ley”, que anunciaba la destrucción del Templo, que pedía a los hombres espíritu y verdad para comunicarse con Dios, ellos no podían consentir por más tiempo que aquel hombre solo, pobre, sin soldados, rodeado de un pequeño grupo de personas sencillas y pobres, que un hombre así pusiera en peligro todo el aparato religioso judío del momento. Era necesario que aquel hombre se callara para siempre, que desaparecieran sus discípulos, que su nombre fuera borrado de las calles, que nunca más se oyera decir que los pobres son bienaventurados, que los limpios de corazón verán a Dios, que al final de la vida, el vaso de agua dado en su honor tendría una recompensa eterna. Era necesario callar a aquél que se atrevió a decir que Dios y el dinero son incompatibles. Y sobre todo, que se atrevió a llamar sepulcros blanqueados a los ilustres dirigentes 139
del Templo. Lo mataron porque habló demasiado claro. Lo mataron porque supo amar sin falsedad y sin mentiras. Jesús no nos dio una teoría sobre el dolor y sobre la muerte. Nos dio el ejemplo para asumir este misterio, sabiendo que es la puerta para llegar a la resurrección gloriosa. En la tierra fue plantada una cruz: Es el paso que da acceso a la vida. “Quien quiera salvar su vida la perderá. Pero el que la pierda por amor a Mí, la conservará para la vida eterna”. Ante la cruz, ante el dolor, la humanidad grita fuerte. Ante el misterio de la cruz y del dolor, el hombre no recibe por parte de Dios, más que el silencio. De ahí las palabras de Jesús: “Padre, porqué me has abandonado?”. La fe del moribundo es una esperanza sin límites. Es una confianza que traspasa la espesa noche de la nada, para encontrar unas manos de Padre que lo acogen con amor infinito: A tus manos encomiendo mi Espíritu. En esta hora del mundo, a veinte siglos del nacimiento de Jesús, después de una larga historia de predicación, de milagros, de comentarios sobre la persona de Jesús, también nosotros nos preguntamos: ¿Quién es Jesús? Esta es una pregunta desconcertante: Desconcertó a su propia madre: en la concepción, en el nacimiento, en la vida pública. María lo guardaba todo en su corazón. Desconcertó a los apóstoles: Vieron cómo el poder del demonio quedaba aniquilado, cómo calmaba las furiosas tempestades, ¡hasta los vientos le obedecen!, cómo daba de comer a multitudes, sacando de donde no había. También ellos guardaban en sus corazones, con mucha fidelidad, todo lo referente a Jesús. El Maestro no cabe en nuestros pequeños cerebros. “Aquella noche del Jueves al Viernes Santo fue una noche triste para Jesús. Servidores de la casa del pontífice se entretuvieron en escupirle, darle bofetadas, burlarse de Él. Pedro negó conocerle. Judas se ahorcó al amanecer. Por la mañana llevan a Jesús al gobernador Poncio Pilatos. Lo acusan de amotinar al pueblo, de que se hace rey. Pilatos quiso calmar la multitud azotándolo 140
y coronándolo de espinas. Les puso en la alternativa de elegir entre Jesús y Barrabás. Pidieron la cruz para Jesús. Un hombre inocente es condenado a muerte. El condenado toma su cruz. Sube monte arriba hasta el calvario. Lo despojan de sus vestidos. Lo tienden sobre el madero, le clavan los pies y las manos, y lo levantan en alto hasta morir. Pero el que moría no era un hombre cualquiera. El centurión romano decía: Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios. Las gentes volvían a la ciudad golpeándose el pecho. Muere porque se atrevió a pronunciar el sermón de la montaña, y sentó en primer puesto a los pobres y a los humildes. Muere perdonando porque comprendió hasta el fondo la fragilidad humana. Él merece ser rey. Rey de todos aquellos cristos anónimos que son condenados inocentes. Rey de todos aquellos que luchan por ser mejores, y nadie los comprende. Rey de todos aquellos que tienen su alma cansada y la luz de su esperanza se está apagando. Jesús, hoy que estás en tu reino, ayúdanos a asumir el misterio de la cruz con serenidad y amor”. ( libro “Manantial”, pag. 116 ) OFRENDA DIARIA: En nuestra vida encontramos algunas señales de muerte. Vamos haciendo la ofrenda de nosotros cada día. Morimos un poquito cada día, y al morir, la vida se vuelve ofrenda. Pero la muerte es amarga, no nos gusta morir. Nos ofrecemos al Dios del silencio. No vemos a Dios, no lo oímos, y casi ni lo sentimos. Buscamos ayuda en lo alto, y Dios en silencio. En su silencio nos ve morir y va cortando la espiga, y recibiendo la ofrenda. Al final sólo nos queda en las manos: muerte y vacío, y llegamos a decir como Jesús: “Todo está cumplido”. 141
Liberados en Jesucristo Al nacer, las aves no lloran, los peces no lloran, los animales no lloran. Sólo el hombre llora, porque se siente débil para recorrer el inmenso valle de lágrimas que se abre ante sus ojos. El sello del mal, grabado en la débil página de la creación, es sufrimiento para el hombre y también para el Creador. Pero Dios no puede fracasar. La huella del mal debe ser borrada, de forma que ya la creación no pueda ser dañada jamás. El Hijo de Dios vino en carne humana a purificar al hombre y al mundo, y plantó una cruz como instrumento de redención total. La cruz es símbolo de liberación, peldaño de retorno a la gracia primera. La cruz, convertida en altar para una ofrenda perfecta, es punto de purificación de toda carne, de toda debilidad humana, de toda limitación dolorosa. La cruz es ruptura con todo lo temporal, con todo engaño de la imaginación, y a través de la cruz se abren las puertas para entrar en la verdadera vida, donde se crece en la unidad con Dios. El mundo está lleno de esclavitudes, de éxitos imaginarios, de una gran confusión, creyendo estar navegando en la luz, sin embargo, ha caído en la terrible niebla que lo lleva al precipicio de la propia ruina. Perdemos el sabor del Espíritu de Cristo, y los sabores del mundo nos llevan a una muerte prematura. Sólo la escuela de Jesucristo nos conduce a apreciar y a gustar los verdaderos valores, dándole al mundo lo que es del mundo, y a Dios lo que es de Dios. Las almas vacías gustan de las cosas vacías, y todo se desvanece en sus manos. Dice el autor sagrado: “Vanidad de vanidad y todo es vanidad”, porque en este mundo, esencialmente limitado, todo se desvanece, todo termina, todo se muere. Somos polvo y vamos volviendo al polvo. Y esa vuelta al polvo debe realizarse en forma de caravana de la libertad. Ir tirando un yugo, una prisión, una esclavitud que nos atan al mundo, para volver a la vida, para que vuelva el señorío de Dios. Es difícil soltar las 142
amarras y sentarse con Jesús en medio del lago sin remos y sin velas, confiando solamente en su misericordia infinita. Cuando ya no se puede trabajar, las personas se retiran. Cuando falta energía, el cuerpo se enferma. Cuando no se puede vivir, llega la muerte. Hay que amar el retiro igual que el trabajo. Amar la enfermedad igual que la salud. Amar la muerte igual que la vida. Todo es parte de un único camino, con un único proceso, con una única meta. Se trata de saber dónde estamos y hacia dónde vamos. Por mucho sabor que encontremos en el mundo, no somos de aquí. La tierra no es nuestro hogar. Somos ciudadanos del infinito. La tierra es lugar de paso, y nuestra proyección hacia el más allá, supera todo control e imaginación personal o de grupo. Deberíamos formar la caravana de la libertad, pero a penas vislumbramos ese estilo de vida. Ir poco a poco soltando las amarras para entrar a vivir la verdadera libertad de los hijos de Dios. Estamos demasiado atados al mundo, y cuesta mucho tomar conciencia de que hemos sido liberados, mientras vamos de camino hacia la casa del Padre. Nunca encontramos felicidad completa, porque estamos apegados a un cargo, apegados a un puñado de dinero, apegados a un programa de acción que nos genera fama y aplauso. Todo termina, todo se desvanece, todo muere. Somos polvo y volvemos al polvo. Pero somos un polvo que no se quedará polvo, porque es un polvo que lleva amor, que lleva vida, que lleva germen de resurrección. Somos polvo, pero polvo enamorado. El polvo vuelve a la tierra, pero el amor no puede ser enterrado, aguarda la resurrección. Aguardamos la resurrección corporal, después de ser purificados por el paso de la cruz y de la muerte. Por eso somos pueblo de esperanza, vivimos en tensión hacia la vida eterna y hacia el encuentro con Dios, y eso es hermoso. Por eso la vida es hermosa, porque la vida es más fuerte que la muerte. La muerte no nos atrapa, sólo nos abre la puerta para el encuentro con Dios. La cruz es señal de amor, no de odio. Es señal de vida, no de muerte. Somos llamados a envolvernos con Jesús en su cruz, 143
en su misterio: El que quiera venirse conmigo que tome su cruz y me siga. Esa es la caravana de la libertad, la marcha feliz de los que siguen a Jesús con los ojos cerrados, abriendo sólo los ojos de la fe, y abriendo un corazón apasionado por las cosas de Dios. Seres nuevos, vistiendo túnicas nuevas, y empuñando una antorcha de luz que vence toda sombra y toda oscuridad. Seres nuevos que beben a grandes sorbos toda la gracia escondida en el mundo por un Creador lleno de amor. Soñadores que avanzan por el mundo y el poder de su marcha no se detiene hasta la resurrección final. Soñadores capaces de saborear esta vida antes que nos la quiten para ir al cielo, pues sólo hay una oportunidad para saborear este pedazo de paraíso que Dios le regaló al hombre. Y esa oportunidad es ahora o nunca. Y esta vida sólo se saborea de verdad cuando hemos logrado ser libres en Jesucristo. Cuando el hombre es libre es dueño de algo, cuando el hombre es esclavo no es dueño de nada.
Aún brillan las estrellas Ese hombre que tropieza y cae por las sombras del camino, no es un pobre enfermo a quien se le apagaron los ojos. Su herencia es una riqueza inmensa, infinita: la luz, la alegría de ver, la pasión de saciar su espíritu con el infinito sabor del universo. Esas luces que dan brillo a todo lo creado, y que permiten al hombre descubrir la imagen del Creador grabada en el universo, esas luces que llenan el cuerpo y el alma, esas luces no se pueden apagar, aunque las cubra la oscuridad. Cuando la oscuridad pasa, las luces regresan más hermosas. Ninguna nube nos quita el sol. Sólo se detiene la luz, hasta que la nube pasa. Como destello de Dios, el mundo es sencillo y hermoso, agradable y cargado de inspiración. Un verdadero paraíso terrenal, con origen y destino divinos. Evoquemos algunas imágenes de nuestro precioso mundo, que alegran el alma aunque nuestros ojos estén cerrados: Las riberas del río, los pequeños manantiales, las cascadas 144
de las montañas, el vuelo de las mariposas, la luz de las luciérnagas, los capullos que se abren, las espigas que maduran, el sol que empieza a brillar, la sonrisa de los niños, las gotas del rocío, el paso de las nubes blancas, la llovizna al caer la tarde, la simiente que abre la tierra, las aves que vuelan entre los árboles, la corriente del río con su canto entre las piedras, los peces que navegan silenciosos, los glaciares que estallan y se vuelven indómitos riachuelos, los hilos de agua cayendo de las nubes, la nieve que adorna las montañas y las casas, el sueño placentero de los niños, las carreras de venadillos en la foresta, el vuelo de las gaviotas sobre el mar, la visión panorámica de las águilas, las primeras flores de la primavera, es todo un derroche de belleza y sencillez que posee nuestro mundo. Sin embargo, el hombre ha preferido asfixiar su alma con experiencias intensas, experiencias que matan el espíritu, basuras cargadas de ansiedad y de dolor: el alcohol, la droga, el sexo prohibido, la música ruidosa que saca de órbita a los sentidos, el poder sobre los demás y la competencia enferma. Nuestro mundo prefiere satisfacer los apetitos del cuerpo, quedarse en la periferia de la experiencia humana, volviéndose débil para los valores del espíritu. El hombre prefiere vivir en la sombra, alejándose de la luz, porque su corazón es débil. Es lo que san Pablo llamó, la guerra de los deseos de la carne contra los deseos del espíritu. Aún tratándose de la oración, se prefiere la oración ruidosa a la oración silenciosa. No se trata de un encuentro bonito con Dios en el silencio, sino que se busca que la gente esté contenta, que se sienta a gusto con lo que hace, pues no es propiamente un culto a Dios, sino un culto al hombre. Casi un retorno a la antigua Sodoma y Gomorra, donde Dios está ausente, y el hombre ha sido entronizado. Propiamente no se saborea el bien, lo perfecto, lo formativo. Ahora se busca lo que gusta, lo que divierte, lo que se aplaude. Es una humanidad “hija pródiga” que abandona lo que le une al Padre Dios, para buscar la pasión del camino. Una humanidad hambrienta de cosas pequeñas, perdida en su propio laberinto. Un hombre de ojos cansados que no puede percibir la 145
alegría que brota del derroche de belleza del universo. Pero esa belleza, ese encanto del mundo sigue ahí, brillando como estrella, luchando por atravesar las paredes de las sombras y devolverle al hombre la alegría santa que salió de Dios. Una luz capaz de disolver todas las cadenas y las esclavitudes que atrapan y bloquean la pasión de la humanidad. Las luces del universo siguen esperando el paso de la noche. Las sombras son débiles y no pueden matar la luz. El bien es fuerte y está firme, aguardando el paso del mal, para que se restablezca la alegría infinita que brota en cada rincón y en cada fibra del universo. El pecado hirió las intenciones del hombre y ha sido capaz de sembrar confusión, pero no pudo tocar la belleza del universo, ni apagar la luz de las cosas sencillas y hermosas. Lo que vivimos es emocionante, y lo positivo es tanto, que el mal se desvanece en poco tiempo. Todo esto sólo es posible, si se tiene alma de niño y estamos locamente enamorados de Dios. Siendo así, no necesitamos morir para ir al cielo, pues ya estamos en el cielo. Por eso, el hombre abre sus manos y sus ojos buscando a tientas la herencia espiritual del mundo que gravita en las cosas sencillas, herencia de un Dios que es gratuidad, amor, y quiere embriagar toda la creación con su felicidad infinita, siempre que el hombre se deje liberar y vuelva al verdadero amor y a la creación primera.
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La Eucaristía “Caminando por el mundo tras la huella de Dios, para llevar a los hombres el perdón, y con el perdón, la vida”. -Mi lema sacerdotal-
Cuando se habla de la Eucaristía, se habla siempre de la liturgia y de la teología del sacramento. Aquí se le añade una tercera idea: trato de presentar el tema como una vivencia eucarística, un testimonio de mi encuentro con Jesús. Mis Eucaristías no han sido un simple alimento de mi fe y de mi amor a Dios. Mis Eucaristías han sido un verdadero banquete, una vida feliz, una experiencia existencial gozosa, una ventana que se ha abierto en el cielo y me ha permitido contemplar un torrente de gracia y de bendición que desciende sobre mi insignificante vida, sin mérito mío, sin premio a mi fatiga, tan sólo por pura gratuidad de Dios. Y eso es grandiosamente hermoso. La Eucaristía y la cruz le han dado plenitud a mi vida espiritual y a mi entrega a la causa de Cristo. Bebiendo en esa fuente de agua viva que es la Eucaristía y asumiendo con valor todo acontecimiento que me lleve a cargar mi cruz junto a Jesús, he andado serenamente mi vida, que ha sido marcada por las huellas del Maestro divino. Jesús invita a algo grande, fantástico. Él invita a tocar un poco de cielo como en el Tabor con los tres discípulos predilectos. La vida cristiana consiste en acercarse a Jesús para vivir de Él, para ir poco a poco, llenándose de Él, hasta poder decir como san Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. La vida cristiana crece con los sacramentos, la oración y la lectura de la Palabra de Dios. Cuando se habla de sacramentos, la base es el Bautismo, esa gran dicha de sumergirse en el proyecto redentor de Jesús. Pero el principal alimento que conserva y hace crecer esa vida nueva es la Eucaristía. El Pan de vida que Jesús nos dejó para comer cada día y tener la fuerza necesaria para recorrer este largo camino de la vida, 147
con una fe siempre caliente y un amor lleno de pasión espiritual por Jesucristo. Un amor que mantenga viva la fe en Jesús, y genere un gran agradecimiento por la salvación que nos regaló desde el altar de la cruz. Un amor que permita asumir cualquier sacrificio que implique seguirlo a Él y permanecer siempre a su lado. Un amor que sea capaz de dar la vida por Aquél que la dio toda en la más tremenda soledad. Él siempre gana en el trueque de servicio con nosotros, pues cuando nosotros sufrimos, Él está ahí junto a nosotros. Pero cuando Él sufrió por nosotros, no estábamos con Él. La alegría y el gozo de mi sacerdocio se ha desarrollado en primer lugar en el altar del sacrificio de Cristo. Esta es una vivencia que no viene sólo de mi formación sacerdotal salesiana. Es una herencia de familia. Mi padre y mi madre, miembros de la tercera orden franciscana y catequistas de los padres Jesuitas en el Santo Cerro, trasmitieron a sus hijos un gran amor a la Eucaristía. A principios del año 1954, participé con mamá en la primera Misa de un familiar de ella. Mientras regresábamos por un largo camino a pie, al llegar al río Jimayaco, ella me preguntó: Hijo, ¿te gustaría ser sacerdote? Recuerdo que le contesté: Somos una familia pobre, y esa formación se lleva mucho dinero. Como mujer de fe, sabía que eso no era problema. Ella, que había vivido más que yo, sabía que Dios sólo pide fe y sacrificio. De lo demás, Él se encarga. Mi vida de seminarista fue como una danza celestial alrededor de la mesa del altar. Desde que entré al seminario en 1954, hasta hoy que tengo ya 41 años de haber sido ordenado sacerdote, he disfrutado de la Eucaristía. Como a Moisés desde la zarza ardiendo, siento que Jesús me habla desde la consagración y desde la comunión. Aquellos que se alimentan diariamente del Pan de vida, experimentan el gozo de la fe, y saborean una experiencia humana preciosa. Alimentarse con un manjar que el mismo Jesús nos dejó, es regresar a los días en que Jesús anduvo por la tierra, y acompañarle en esas grandes caminatas tan cargadas de amor: perdonando, bendiciendo, haciendo milagros, amando. Todo el que se acercaba 148
a Él, sentía una fuerza que lo transformaba. Jesús de Nazaret, María de Nazaret, Pedro, Pablo, Santiago, Juan .... qué dicha haber vivido esa experiencia del Dios-con-nosotros. La Eucaristía es el hoy de Jesús, el puente entre el pasado y el futuro, la vida del Señor que continúa en la tierra. Jesús se hace presente en el pan y el vino, y nos invita a reconocerlo, a adorarlo. Somos invitados a cenar con Él, a morir con Él, y a resucitar con Él. Nos reconocemos ante Él, no como amos y señores del universo, sino como servidores y sacerdotes del proyecto redentor, y también como sacerdotes de la creación, de la que Él hará que broten la tierra nueva y los cielos nuevos. Jesús Eucaristía nos ama gratuita e incansablemente. Al hacerse Pan, nos da una gran lección de humildad y de gratuidad. La humildad del sacramento eucarístico es una de las voces más delicadas que Jesús dejó grabada en la tierra. Desde el altar, Jesús sigue llamando: “Vengan a Mí los que estén cansados y agobiados que Yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán el descanso del alma”. (Mateo 11, 28-30). El maná que el pueblo de Israel comió en el desierto era símbolo del nuevo manjar de Dios, símbolo de la Eucaristía. Les dio a comer un pan que no conocían, no para sentarse en el camino, sino para seguir andando hasta llegar a la tierra prometida. El sacrificio eucarístico tiene sentido de Iglesia peregrina. Jesús dice: “Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre, mora en Mí y Yo en él” (Juan 6, 56). “Jesús, el día antes de morir, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Reunió a sus amigos en una cena de despedida, y para dejarles un recuerdo perpetuo y vivo de su muerte salvadora en la cruz, tomó el pan en sus manos, lo partió y se lo dio diciéndoles: Tomen y coman. Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por ustedes”. En una copa de vino les dejó el memorial de su sangre derramada... Lucas 22, 7-23. Comiendo el cuerpo de Cristo nos vamos convirtiendo en otro 149
Cristo, porque Él mora en nosotros. De manera que no somos nosotros que comemos a Cristo, es Cristo que nos come a nosotros y nos va transformando en su nueva vida. Comulgamos muriendo a nosotros mismos. Cuando Teilhard de Chardin se encontró en un desierto de Australia y quiso celebrar la Eucaristía, no tenía pan, ni vino. Entonces colocó sobre el altar las penas, trabajos y alegrías de la humanidad, y celebró el sacrificio del mundo como sacrificio de Dios. Pero al llegar a la comunión, no teniendo materia para comulgar, rezó así: “Enséñame, Señor, a comulgar muriendo”. Teilhard comprendió que nuestra humanidad va muriendo para recibir la vida nueva en el Espíritu Santo. Nuestras vidas pequeñas se van introduciendo en el gran misterio redentor, y beben de la fuente de la verdadera vida. Vamos dejando de ser nosotros mismos, para sentir el poder de la vida de Cristo, empezando a gozar de la nueva vida del reino de Dios. Enséñanos, Señor, a comulgar muriendo, y que en la muerte, sepamos saborear la vida— Entramos en el cáliz de dolor de Cristo, y nos volvemos bebida, la bebida de su amor. Jesús nació para ser entregado, vino para ser ofrenda. El universo es una Misa, y la vida del hombre no deja de ser un ofertorio de amor. Jesús, desde el Sumo Sacerdocio del Jueves Santo va arrebatando a sus hijos como águilas misteriosas, que caen estrelladas sobre el altar, impulsadas por la sed de Dios, por el hambre del pan divino. Jesús abre las compuertas del Espíritu y lanza a la humanidad por la senda de su misterio de amor. Dios que comulga con el hombre, y el hombre que comulga con Dios. “La Eucaristía es el “centro” y “cima” de los sacramentos, fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Vat. II). Jesús se hace pan, para ser partido, y para ser comido. Y los que quieren seguir a Jesucristo son llamados a hacerse pan para ser partido, y para ser comido. La Eucaristía nos junta y nos une. En ella nos damos la paz. Hay muchos que comulgan diariamente, porque no quieren pasar ni un día sin este pan. “Si el Pan eucarístico no despierta 150
en nosotros más hambre de Dios, es porque lo hemos instrumentalizado, tal vez considerándolo como un objeto precioso de veneración, y no como alimento para la vida”(carta de obispos italianos, 1983). “La Eucaristía no es sólo el gran bien espiritual de la Iglesia, sino el Acontecimiento Pascual que renueva la HORA DE LA SALVACION, con todo su potencial de gracia de Dios. No hay Eucaristía sin Iglesia, ni hay Iglesia sin Eucaristía. La Eucaristía le exige a la Comunidad centrarse en la vida de Cristo, en esa vida con poder salvador. La Eucaristía es la experiencia más hermosa del misterio cristiano. Es la fuerza espiritual que encarna una acción directa de Dios y del hombre al mismo tiempo. En la Eucaristía Jesús convoca al pueblo para formar un solo Cuerpo con Él. La asamblea es parte importante de la Misa. Es el nuevo pueblo sacerdotal que Dios convoca en Jesucristo, convocatoria que se hace para siempre y que se renueva cada vez que se celebra la santa Misa. Para la celebración de este memorial, la comunidad tiene que destruir toda desconfianza y toda división, porque entra a celebrar el misterio en la unidad de Dios. Muchos cuerpos, pero un solo corazón. La convocatoria del Señor genera nuevos hijos de Abrahán en un pueblo nuevo para la nueva vida”-(carta de los obispos italianos, 1983). El sacerdote, unido a Jesucristo, en continuo crecimiento espiritual, llenando su alma con la sed de Dios, dejando atrás los deseos del mundo, el sacerdote se va transformando en un verdadero milagro. Fortaleciendo su fe con la consagración y la comunión, alimentando a la comunidad cristiana con un manjar del cielo, se santifica a sí mismo y sirve de instrumento para la santificación del pueblo de Dios. El sacerdote es hombre pecador, pero sus pies dejan huellas de santo. Comete sus propios pecados, pero recibe tanta misericordia, que se convierte en fuente de misericordia y de perdón. Como profeta, no siempre derrama su sangre, pero se pasa la vida curando las heridas de los demás. Ama su vida y la cuida, pero, con Cristo, se hace Pan, para ser “partido” y para ser “comido”. 151
Dios ha derrochado su confianza en un ser débil y humilde, el sacerdote, dándole el poder de perdonar pecados y de actualizar el sacrificio de Cristo en la cruz, a través del Pan y el Vino, que se convierten en fuerza santificadora. El Maestro aseguró que no nos dejaría solos: Él sigue vivo con su caridad pastoral divina. “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Jesús está vivo en el Pan de vida, en el corazón del sacerdote, en la Palabra santificadora y en el Espíritu Santo, que camina de corazón a corazón, ofreciendo la gracia de Dios, pasando la llama de la fe a todos aquellos que son capaces de romper con los deseos del mundo y levantar su espíritu hacia el cielo, como el profeta Elías en su carro de fuego. Quítame, Señor, todo vestigio de poder del mundo, para que sienta mi debilidad, para que me apoye sólo en Ti. Déjame saborear, con paladar de ángel, ese Pan eucarístico que me alimenta cada día. Llena de fuego mi corazón para que mi fe permanezca ardiente y yo pueda llevar a mis hermanos el amor santificador que sale de ti.
Se hizo pan para ser partido y para ser comido. Así funciona toda redención. 152
Adoración Eucarística El pan que se consagra en la santa Misa, debería consumirse todo, pues se trata de un Sacrificio, una Víctima que se ofrece y se consume. Pero la Iglesia, como buena madre, guarda en lugar privilegiado, parte del pan consagrado para llevar la comunión a los enfermos, y para dar la oportunidad a algunos fieles de adorar este misterio tan grande, donde Jesús se hace Pan, y donde se actualiza el sacrificio del Viernes Santo, única fuente de salvación. La Iglesia rodea el sagrario de un gran respeto y seguridad. Se pide que el Pan eucarístico esté protegido por dos llaves: la del sagrario y la de la puerta de la Iglesia. La presencia eucarística de Jesús en el sagrario debe ser señalada por una luz, velón o luz eléctrica. Cuando los feligreses, al entrar a una iglesia, ven esa luz, se dirigen en primer lugar al Santísimo Sacramento a hacer genuflexión y a rendir adoración y alabanza. Antes del Concilio Vaticano II, las iglesias se habían llenado de imágenes, y las oraciones particulares habían reducido la oración eucarística del pueblo de Dios. Por eso, en uno de sus documentos, el Concilio pidió que se redujeran las imágenes en las iglesias, y que se le diera relieve a la presencia del Señor en el Sagrario, de modo tal, que al entrar a cualquier iglesia, la gente captara primero la presencia de Jesús en el sagrario. Esta primacía de la reserva eucarística favorece en gran manera la fe cristológica que es la base del camino de la salvación. Si en una iglesia no se tiene la reserva eucarística, el lugar privilegiado de oración es el crucifijo. Además de la Eucaristía y el misterio de la cruz, mi vida sacerdotal se ha alimentado con la Adoración Eucarística. Ante el sagrario y, acompañado por un buen grupo de feligreses, he pasado una hora o más, cada Jueves, durante 27 años. Ante la exposición solemne de la reserva eucarística, Jesús ha sido nuestro descanso y nuestra paz interior. Todos los santos han sido verdaderos adoradores del Santísimo. La fiesta del Corpus Christi es una expresión bellísima 153
de la fe eucarística del pueblo cristiano. El pan eucarístico ha sido instituido para darnos a entender que el pan material no debe volvernos locos de preocupaciones. Que hay otro pan que vale mucho más, y que debería ser objeto de nuestra predilección. Ese Pan que santifica es más importante que todos los panes que podemos probar en nuestras vidas. El pan material nos hace mirar a la tierra, el Pan de vida nos conecta con el cielo, con la vida de Dios, con la vida eterna. En el año 1984 fui nombrado párroco de una parroquia aquejada por muchos problemas, al menos para mí, pues era la primera vez que ejercía el cargo de párroco. Mi primera decisión fue poner la parroquia en manos de Jesús, fundando el grupo de los adoradores del Santísimo. Cada Jueves nos reuníamos ante el Santísimo Sacramento, solemnemente expuesto, de 50 a 60 personas. Era un momento muy hermoso, y esperábamos ese día con gran satisfacción. La adoración era de 6 a 7 de la tarde, antes de empezar la santa Misa. Todavía hoy, después de 27 años, esa comunidad continúa con la adoración eucarística. A los dos años, me trasladaron a otra parroquia en la República Dominicana, y ahí la adoración fue un éxito: Nos reuníamos cada Jueves, más de 200 personas para adorar a Jesús sacramentado. Después de esa parroquia, he podido fundar la adoración eucarística de una hora, los jueves, en cinco parroquias más. Todavía hoy, la adoración continúa viva en cada una de ellas. He escrito tres folletos con el título de Jesús Pan de Vida para favorecer la adoración eucarística en grupo. Es un sistema de adoración que implica mucho silencio, cantos y algunos mensajes que ayuden a la meditación. Decía el Papa Pablo VI: “Una vocación madura y persevera en la intimidad con Jesús Eucaristía”. Es al pie del sagrario donde el consagrado se vuelve ofrenda, y donde saborea mejor la vida guiada por el Espíritu Santo.
“Yo soy el Pan de vida. El que viene a Mí, nunca tendrá hambre. Y el que cree en Mí, nunca tendrá sed”. 154
Cae la tarde y yo vengo a tu presencia, a ofrecerte mi canto y mi oración. Junto al sagrario yo quiero estar contigo, como una vela que arde por amor.
Yo sólo pido no pedirte nada. Estar aquí junto a tu imagen viva. Oír tu voz, sentirte como amigo y ser la lámpara que tu presencia cuida.
Los hombres y mujeres de oración se sienten como águilas misteriosas que han sido arrebatadas de la tierra y entran a gustar, en el santuario íntimo del corazón de Cristo, las delicias de un amor nuevo para siempre. 155
Dice el santo padre, Juan Pablo II, en su encíclica sobre la Eucaristía: “El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa, es un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio Eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa, deriva de la celebración del Sacrificio, y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento, y la adoración de Cristo, presente bajo las especies eucarísticas”. Continúa el Santo Padre: “Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (Juan 13, 25) palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por “el arte de la oración”, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo”! Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, debe desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan los frutos de la comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor.
Jesús, Pan de Vida, misterio de amor. Alimento de las almas fuertes que dan un paso en la fe y comen a Dios como manjar. Esas almas encuentran su felicidad en una dulce mirada hacia el cielo. Los que se han refugiado en el corazón de Cristo, convierten sus alegrías y sus penas en oración y ofrenda. 156
Jesús, el día antes de morir, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Reunió a sus discípulos en una cena de despedida, y para dejarles un recuerdo perpetuo y vivo de su muerte salvadora en la cruz ... Tomó el pan en sus manos, lo partió y se lo dio diciéndoles: TOMEN Y COMAN, esto es mi cuerpo que va a ser entregado por ustedes. En una copa de vino les dejó el memorial de la sangre derramada: TOMEN Y BEBAN, ésta es la Sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para la remisión de los pecados. Su cuerpo y su sangre son el alimento que nos fortalece hasta la vida eterna. “Quien cree en Mí, vivirá para siempre”. Juan 6, 47. El Pan de Vida es una gran ayuda para poder pasar del éxtasis del dolor al éxtasis del amor. Para ello se necesita tomar la Hostia santa con paladar de ángeles, aprender a comulgar muriendo, y en esa muerte, ser capaz de saborear la vida. ¡Qué gran gesto de generosidad y entrega el que tú haces, Señor! ¡Qué ganas de ser compañero cercano y alimento de los tuyos! Te quedas al alcance de nuestras manos, pero siempre velado por el misterio, para que nadie te manipule. Suscita, Señor, en nosotros, hambre de Ti. Somos tantos los que nos decimos servidores tuyos y te dejamos olvidado...a un lado. Tú no te olvidas de nosotros. 157
Cristo Señor, cabeza del Cuerpo en constante crecimiento de tu Iglesia y del universo. Tú nos has prometido estar con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos. Al contemplar este signo del Pan eucarístico que Tú mismo elegiste para manifestarnos tu nueva presencia, te adoramos en la plenitud de tu misterio. Te adoramos a Ti, el Hijo eterno y bendito, que hoy, como ayer, te das por entero al Padre y te recibes de Él. Enséñanos a ser también nosotros, hijos de Dios, dichosos de recibirlo todo del Padre, y de darnos a Él. Te adoramos a Ti, que entregaste la vida por los hombres y a quien el Padre resucitó con el poder del Espíritu. Concédenos la gracia de adentrarnos en el conocimiento de tu amor, que excede todo conocimiento, y de saber dar la vida por nuestros hermanos por amor a Ti. Alma de Cristo...Santifícame Cuerpo de Cristo.....Sálvame. Sangre de Cristo.....Embriágame. Agua del costado de Crísto.....Lávame Pasión de Cristo.....Confórtame. Oh mi buen Jesús.....Óyeme. Dentro de tus llagas.....Escóndeme. No permitas.....Que me separe de Ti. Del maligno enemigo.....Defiéndeme. Y a la hora de la muerte.....Llámame. Y mándame ir a Ti, para que junto con tus ángeles y santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén 158
Bebiendo de la fuente Tú me dijiste, Señor, que en mi camino, amando al pobre y a aquél que sufre más, Yo probaré el agua de tu fuente, y encontraré tu amor y tu amistad. En las mañanas te busco y te contemplo, y en tu mirada me lleno de tu paz. Traigo en mis manos la ofrenda de mi vida, te traigo un pueblo que busca tu amistad. “Aquí me tienes, Señor, yo quiero amarte, amando al pobre y a aquél que sufre más. Tuyo es mi pan, y el agua de mi fuente, ven a mi casa y amor encontrarás”. Yo vi tus huellas que iban hacia el cielo, pero pasaban por tierras de dolor. Mientras oía una voz que iba diciendo: que en el calvario está la fuente del amor. Soy como el águila que vuela hacia la altura, cruzando nubes, bebiendo luz del sol. Como el arroyo que canta en la montaña, yo canto alegre porque encontré tu amor. Cuando Tú oigas, mi Dios, que estoy muriendo, prepara un puesto a este pobre pecador. Yo iré volando y cantando hacia tu reino, hacia esos brazos que guardan mi perdón. Cae la tarde y yo vengo a tu presencia, a ofrecerte mi canto y mi oración. Junto al Sagrario yo quiero estar contigo, como una vela que arde por amor.
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! Mi Jesús !
Como el águila que va volando, buscando la altura, así te buscaré. Yo te amo, yo te busco, contigo viviré.
! Mi Jesús !
Como la flor que se abre buscando la luz, así te buscaré, porque en ti mi vida es luz. Contigo viviré.
! Mi Jesús !
Como el arroyo en la montaña va cantando, así yo viviré cantando tu amor. Contigo viviré por toda la eternidad.
! Mi Jesús !
Como débil avecilla, de pocas plumas y alas rotas, voy revoloteando en tu presencia, junto a tu altar. Tú eres mi sosiego y mi descanso. Contigo viviré en éxtasis de amor.
! Mi Jesús !
Gracias por tu amor. Gracias por tu perdón. Gracias por la paz que tú me das. Gracias por esperarme en la eternidad. Te estaré buscando y te encontraré. Contigo viviré en eterna paz. Amén. 160
La muerte: el paso hacia la vida Creación del hombre Dios es amor eterno. Dios es sencillez eterna. El amor y la sencillez forman en Dios la virtud más hermosa: la gratuidad. La virtud de la gratuidad, poco abundante en el hombre, llena toda la naturaleza y la misma vida de Dios. Los ríos son gratuidad perfecta. Toda el agua que reciben de las montañas, la entregan al hombre, a la tierra y al mar. Todo lo que reciben, lo dan. No reservan nada para sí. La creación entera es una expresión hermosa de la gratuidad de Dios. La vida del hombre, la grandeza que hay en el hombre, el amor que hay en el hombre, son la huella de la gratuidad de Dios. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”(Génesis 1, 26). El hombre, creado por Dios como un ser sabio y santo, lleno de amor y de sencillez, enriquecido con el don de la gratuidad, llamado a ser el coordinador y servidor de los bienes del mundo, con la alegría de Dios en el alma, cayó en el misterio del pecado, se desfiguró la imagen de Dios en él, y perdió los dones de naturaleza y gracia, con que había sido enriquecido. Llamado a poseer la vida para siempre, tiene que pasar por la muerte para ser purificado y volver a la verdadera vida. Perdió la imagen de Dios, pero no la sed de Dios. Perdió la vida eterna, pero no la sed de infinito. Perdió la gratuidad y el amor, pero vive la nostalgia de ser mejor. Como no ha perdido ese fuego divino que lleva dentro, se debate día tras día y hora tras hora por conquistar lo que es un sueño y una esperanza. Esta búsqueda constante se desvirtúa y se le transforma en competencia. Ya no es el ser humilde, de alma sencilla y clara como el agua del manantial, como el rayo de luz que despierta las flores del jardín, con una vida cargada de gratuidad y fuerza divina. Es el hombre o mujer, cargados de soberbia, buscando como locos la seguridad de las riquezas, arrebatando a otros sus posesiones para adueñarse de ellas, marcados por el sello de la muerte. Tiemblan ante la muerte, pero saben que tienen que aceptarla. Desde que 161
el hombre se apartó de Dios, se apartó también de sus hermanos. Cayó en la competencia de la ley del más fuerte, y el castigo del ojo por ojo, y el diente por diente. En vez de una tierna gratuidad, generó agresividad y guerra, rechazo y golpe por golpe, llegando hasta la pelea de muerte. En vez de ser el amigo de Dios, y el compañero de la sonrisa eterna, forma un mundo donde el hombre es víctima del hombre. Ese hombre y esa mujer creados por Dios con un corazón humilde y sencillo como flor de primavera, se volvieron agresivos, debilitaron su amor y le cogieron gusto a un estilo de vida que Dios no ama. La tierra, en vez de ser un jardín para sembrar flores, se ha vuelto una mina para sacar oro, y al final, sólo queda la caverna para enterrarnos a todos.
La voz de Dios en la Biblia Además del envío de Jesucristo, Siervo lleno de Dios, con una Alianza santificadora para volver a Dios, el hombre y la mujer reciben una llamada constante a prepararse, a corregir su ruta y su manera de ser, para poder entrar en la vida, para recuperar la vida en Cristo. Cambiar de ruta, refinar su manera de ser, es cambiar su apetito exagerado por la tierra, la fiebre por la seguridad material, y entrar en la confianza en Dios y en la búsqueda de la seguridad divina. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento hacen ver que el desprendimiento de los bienes materiales es necesario para volver a la gratuidad divina. Que busquemos primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás vendrá sin agonizar demasiado.
Salmo 16: Dios es mi herencia.
A mí me ha tocado el Señor, Dios es mi parte de herencia. Que se repartan los bienes del mundo, a mí me tocó el Señor y estoy contento con mi herencia. Lo elegí como mi único Señor, gozaré de Él por toda la eternidad. Guárdame, oh Dios, en ti está mi refugio. Yo digo al Señor: no tengo otro Dios fuera de ti. 162
¡Cuántos son en tu tierra los que corren tras otros dioses! No les ofreceré yo sacrificios, ni sonarán sus nombres en mis labios. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa. Me ha tocado un lote hermoso. Me encanta mi heredad. Yo bendigo a mi Dios que me aconseja, mi conciencia me instruye aun de noche. Pongo siempre al Señor ante mi vista, porque a mi lado está, jamás vacilo. Por eso, mi corazón y mi alma se alegran, y mi cuerpo descansa seguro. Pues no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me mostrarás la senda de la vida, el gozo grande que es mirar tu rostro, delicias para siempre a tu derecha.
Salmo 23: El Señor es mi pastor.
Dios es mi confianza. Dios es la confianza de un pueblo que cree en Él. El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí en frente de mis enemigos. Me unges la cabeza con perfumes y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan, 163
todos los días de mi vida. Y habitaré en la casa del Señor por años sin término.
Salmo 91: Dios es mi seguridad. Los que moran al amparo del Altísimo, no temerán ningún mal. Tú que habitas al amparo del Altísimo, a la sombra del Todopoderoso, dile al Señor: Mi amparo, mi refugio. En ti, mi Dios, yo pongo mi confianza. Él te libra del lazo del cazador que busca destruirte. Te cubre con sus alas y será su plumaje tu refugio. No temerás los miedos de la noche, ni la flecha disparada de día. Ni la peste que avanza en las tinieblas, ni la plaga que avanza en pleno sol. No podrá la desgracia dominarte ni la plaga acercarse a tu morada, pues ha dado a sus ángeles la orden de protegerte en todos tus caminos. En sus manos te habrá de sostener para que no tropiece tu pie en alguna piedra. Andarás sobre víboras y leones, y pisarás cachorros y dragones. Pues a mí se acogió, lo libraré. Lo protegeré, porque conoce mi Nombre. Me llamará y yo le responderé, estaré con él en la desgracia. Lo salvaré y lo enalteceré, lo saciaré de días numerosos, y haré que pueda ver mi salvación.
Desprendimiento y cambio radical de vida.
La competencia social, la búsqueda exagerada de bienes materiales, el atropello de unos con otros para aventajar la hacienda, dificulta y ahoga la vida espiritual. Los bienes del mundo son 164
un regalo de Dios y son buenos en sí mismos. Pero el apego a esos bienes debilita el amor al Señor, y ese apego puede incluso volverse ocasión de pecado. La mayor parte de las guerras de personas o de pueblos se deben al apetito desordenado de bienes materiales. El hombre fue creado para amar y servir, y los bienes materiales lo conducen a pisotear y dañar a sus hermanos. Por eso, el primer llamado de Jesús al invitar a su gente a un cambio de vida, fue éste: “Vende lo que tienes, dalo a los pobres, y ven y sígueme”. Los apóstoles, antes de seguir a Jesús tuvieron que dejar su familia, las barcas y las redes. El retorno a Dios a través del proyecto redentor implica un cambio radical de cada persona. Para todos aquellos que no dejarían todos sus bienes, pero que amarían al Señor y lo seguirían como la última razón de sus vidas, Jesús les dijo: “No estén agobiados por la vida, pensando qué van a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves: ni siembran, ni siegan, ni almacenan, y sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes a fuerza de agobiarse podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué se afanan por el vestido? Fíjense cómo crecen los lirios del campo: Ni trabajan ni hilan. Y yo les digo que ni el rey Salomón en todo su fasto estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se quema en el fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe? No anden agobiados pensando qué van a comer, o qué van a beber, o con qué se van a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe el Padre celestial que tienen necesidad de todo eso. Sobre todo, busquen el reino de Dios y su justicia; lo demás se les dará por añadidura”(Mateo 6, 25-33). Jesús pide un cambio radical para estar con Él. La salvación es don gratuito, pero implica aceptación y cambio del que cree en Jesús. En el fondo, se trata de la ruptura con el mundo y sus cosas, sus criterios, sus mentalidades. No se trata sólo de curarse del pecado, 165
sino liberarse de muchos manjares que hacen daño, para alimentarse del Pan de vida que da vida eterna a todo el que lo come. Las cosas del mundo entretienen, pero no liberan, no permiten el sabor de los valores del cielo. Los bienes materiales no fortalecen el reino de Dios, porque despiertan las inclinaciones del hombre caído y no lo dejan aspirar a la compañía de su Creador. Los primeros cristianos, que no sólo dejaron sus bienes, sino que derramaron su sangre por Jesucristo, siguen siendo un llamado a toda la Iglesia para vivir el Evangelio en forma heroica. San Francisco de Asís, lo dejó todo, y se dedicó a pedir limosna para materializar su amor a Jesús y al Evangelio. Santa Teresita del Niño Jesús, abandonó la comodidad de su casa, para adentrarse en su ofrenda hacia Dios. San Juan Bosco se dedicó a los niños pobres. Aún teniendo suma necesidad de cosas materiales para atenderlos, sin embargo, rezó como uno que se ha desprendido de todo: “Señor, dame almas, llévate lo demás”. Todo lo que consiguió lo dedicó a sus queridos jóvenes con una gratuidad total. Para que Dios pudiera recuperar al hombre con los dones con que fue creado, era preciso volver a nacer. Barrer todo el desastre interior que el pecado generó, y recuperar la belleza de la vida de un ser creado a imagen y semejanza de Dios. Aunque el mundo tuviera tantas riquezas que todos pudieran ser ricos, el abandono de los bienes materiales seguiría siendo un requisito para vivir la plenitud de la vida espiritual. Jesús no repartió bienes, ni siquiera a los pobres. Jesús repartió comprensión, amor, libertad, para que pudieran acompañarle en su marcha hacia el cielo. El paso de Jesús por la muerte se constituyó en un misterio, y también un requisito para rescatar al hombre y llevarlo a la nueva vida.
La muerte San Juan Bosco pide a sus hijos que dediquen un rato cada mes para hacer un saludable ejercicio de la buena muerte. San Francisco de Asís la llamó “hermana muerte”, y muchos santos y santas 166
han gozado suspirando por el día que marcará su encuentro definitivo con Jesucristo. Pero eso no lo vive el común de las personas. Muchos de nosotros, aún amando locamente a Jesús, el pensamiento de la muerte nos hace temblar. Mi papá, Juan Francisco Díaz, murió a los noventa y un años. Desde que cumplió los ochenta, suspiraba por la muerte, al estilo de san Francisco, porque sentía la necesidad de unirse a Jesucristo. Él solía repetir: “Yo ya hice lo que tenía que hacer en esta vida. A mi edad, sólo puedo ser una molestia para mi familia. Lo único que me queda es unirme a Jesucristo, y quiero que sea pronto”. Es el pensamiento de los santos que no están apegados, ni siquiera a la vida. Si aprendemos a morir en vida, la muerte será una fiesta. Si aceptamos, con regocijo espiritual y actitud de ofrenda, las pequeñas muertes que se realizan en nosotros día a día, eso nos va preparando para ese paso definitivo. Los que han muerto jóvenes, son dichosos, pues se han liberado de las limitaciones de la edad avanzada, que no siempre es un asunto fácil. No hay que ver la vida desde las alegrías que produce el mundo, sino desde la espera gozosa para el encuentro con Dios. La enfermedad es una escuela que nos habla de lo frágil que es este cuerpo doliente. La muerte es una escuela que nos habla de lo fácil que se apaga esta vida. Pero caminamos tan aturdidos y con la mirada tan fija hacia la tierra, que aprendemos muy poco de la fragilidad ajena. La muerte se nos presenta como una paradoja: Es algo que todos tenemos que aceptar, y sin embargo, le tenemos miedo. Yo no digo que no le tema, pues hay ciertos temores que no dependen de nuestra voluntad. Son como vibraciones que están en el alma y que van más allá de nuestra aceptación. En cuanto de mí depende, considero la muerte como una liberación. Liberarnos de esta carne mortal con sus preocupaciones. Liberarnos de todos aquellos que viven la ley del más fuerte, y que se dedican a tiranizar a sus hermanos y a hacerlos sufrir. La muerte debe considerarse como un dulce sueño del que no se despierta, pues quedamos 167
ahogados por la felicidad del descubrimiento de todo el mundo sobrenatural. ¿Para qué agonizar y acumular tanta seguridad material, cuando la muerte lo desvanece todo? ¿Para qué complicarse tanto la vida, si no vamos a durar más que unos años? En este mundo todo se disuelve, todo se pasa, todo se muere, todo se desvanece. Hoy estrenamos una ropa nueva, y en poco tiempo está convertida en trapo tirado en algún rincón. Hoy conducimos un carro nuevo, y en unos años ya está oxidado en un cementerio de carros. “Vanidad de vanidad, y todo es vanidad”, decía el rey Salomón en medio de sus grandes riquezas. He conocido a muchas personas muy ricas, que ya no están, y ni siquiera sus riquezas están. Presidentes y militares poderosos que ya no están, y apenas se recuerdan sus nombres. He conocido sacerdotes y monjas, con poderes y títulos universitarios que impresionan, que eran personalidades más exigentes que el sumo sacerdote Caifás, sin embargo, lo que queda de ellos es un par de huesos sin carnes. Todas esas personalidades parece que se llevan el mundo por delante, y en un momento ya van con ellos al hombro, tratando de deshacerse de ellos para que no hiedan. Dios sabe hacer bien sus cosas: Si el hombre permanecía como Él lo creó, entonces que dure para siempre. Pero si se volvió malo, que se muera, para que no perpetúe su maldad, y no haga daño a otros por mucho tiempo. El pensamiento de la muerte es suficiente para hacer de nosotros seres humildes, sencillos, maravillosos, capaces de tratar a todo el mundo con delicadeza. Pero hay una necesidad humana, que viene de la raíz del pecado, que nos lleva a imponer nuestra voluntad, a dominar a otros, a pisotear a alguien, aún sabiendo que quien domina es el primero que no es feliz. Desde que Caín mató a Abel, la raza humana se acerca a la esquizofrenia, y hasta que no se rehaga el hombre desde dentro, aceptando la transformación que da Jesucristo, sufriremos las consecuencias de una verdadera locura. La actual administración del mundo es cosa de locos. Los bancos 168
del mundo están llenos de dinero, y son muchos los que pasan hambre. La medicina se ha desarrollado tremendamente, pero muchas enfermedades son intocables, y la medicina mueve más dinero que salud en el mundo. Nuestra Iglesia católica, hoy día anuncia más que nunca: reuniones, proyectos, universidades llenas de genios católicos, bibliotecas inmensas, increíbles planes pastorales, misiones continentales... sin embargo, estamos siendo más criticados que nunca, el mundo se nos vacía de Dios, y cada vez somos menos creíbles. En la Edad Media se acuñó una frase muy importante: “Non in commotione Dominus”(Dios no está en la agitación). Dios no siempre ama la grandeza que el hombre inventa, compitiendo con la torre de Babel. Jesús vino a enseñarnos el camino hacia el Padre: nació en un pesebre, vivió en un gran silencio, sufrió más que nadie y murió en una cruz. El profeta Elías nos dejó un testimonio claro: Dios estaba en la brisa fresca, en la sencillez, no estaba en la tormenta. El pecado nos sigue destruyendo y hay que abandonarlo. Tarde o temprano tendremos que convencernos que no hay que agonizar tanto por una vida que es sólo por un poco de tiempo, que a Dios le encantan las personas sencillas, los que se parecen a los niños, y que se parecen a Dios. Sabemos poco de Dios, porque hemos complicado mucho lo sencillo que es Dios. Para el que cree en Cristo, la muerte es como un sueño que despierta en la verdadera vida. La muerte es la anestesia que pone el tiempo para permitirnos volar hacia la eternidad. Si aprendemos a morir en vida, la muerte será una fiesta. Si vemos la vida como un desvanecerse de nuestras cosas, de nuestros ideales y proyectos, como un morir cada día, como una vela que se va gastando y termina apagándose, el paso final se logra sin dolor del alma. Si despegamos el corazón de todo aquello que nos esclaviza, y lo ponemos en Dios, la muerte ya pasó. Hasta se siente el gozo de verla venir, porque la hemos transformado en un bello viaje al encuentro del Señor. No se dialoga con la muerte, no se medita en la muerte. Se dialoga 169
con la otra vida, se medita en lo que nos espera. Mientras más grande sea el amor a la otra vida, más sencillo será el paso de la muerte. Si crece el deseo de la otra vida y el hambre de Dios, entonces el impacto del paso de la muerte se hace casi imperceptible. La problemática de la muerte radica en el débil deseo del cielo que hay en nosotros, y en la pasión que nos devora por permanecer en este mundo, al que le hemos encontrado mucho sabor. El débil deseo del cielo que tenemos significa que nuestra fe es poca, y que nuestro amor a Jesucristo es más bien un asunto de literatura espiritual y de liturgia. Nuestra vida se mantiene bastante apartada de lo que es de Dios. Eso explica la existencia de muy pocos milagros en la comunidad cristiana. Poca fe, poco amor, poco sacrificio, estamos casi desconectados de la vida sobrenatural. Cuando arrancamos las profundas raíces que tenemos en el goce humano, se potencia nuestra tensión hacia el cielo, y se calienta la fe y la esperanza con un amor grande a Jesucristo, amor que se cultiva y crece aceptando la voluntad de Dios en cada momento. Aquellos que viven unidos a Jesucristo en intensa oración, le cogen gusto a la vida espiritual. Los pequeños sufrimientos que nos vienen son oportunidades para crecer en la unión con Dios, para ir rompiendo las amarras de esta vida y vivir en proyección hacia la vida eterna. Naturalmente, vivir liberándose de los valores del mundo y amando más y más el pensamiento del cielo, no es sólo cosa nuestra. Es el don de Dios que se une a nuestro esfuerzo. Es la gracia de Dios que enriquece nuestra decisión, y nos quedamos flotando en el aire, aguardando el anhelado paso de la muerte para lograr la victoria definitiva.
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El largo camino Tiempo de agradecer. El tiempo que se va y el tiempo que llega es tiempo de agradecer. Un año que se va y el otro que llega es tiempo para dar gracias a Dios. Agradecer el don de la vida. Agradecer la vida y la esperanza que nos mantienen en pie en este mundo lleno de confusión. Agradecer la presencia de Dios, esa presencia que nos llena de seguridad y alegría. Agradecer la capacidad de amar y de ofrecer. El tiempo que se va es tiempo de pedir perdón. Nuestro compromiso en esta vida nos invita a amar a Dios y hacer el bien. El amor, para el que fuimos programados, no siempre funciona muy bien. A veces es un amor salpicado por el virus del interés y del egoísmo. Nuestro amor se ha quedado pequeño, como pequeña es nuestra visión de la vida. Parecemos frutos menores de una tierra cansada. No se ensancha nuestro corazón, ni se ensancha el corazón de Dios al colocarnos dentro de su amor. Todo eso nos exige pedir perdón. Perdón, porque nos hemos quedado pequeños delante de Dios y no hemos estado a la altura de su proyecto. Vivir es un programa positivo que nos exige un poco más que el simple vegetar y disfrutar de la vida. La vida cristiana nos llama al heroísmo, y también la vida humana nos invita cada día a vivir con grandeza de alma. La pequeñez en que vivimos nos exige acercarnos a la misericordia divina, pidiéndole perdón a Dios. La ilusión de nuestra vida no ha sido una vida propiamente en Dios. Ver a Dios nacer en un pesebre y morir en una cruz por amor al hombre, nos da a entender que la pasión de Dios somos nosotros. Pero Dios no siempre aparece como nuestra pasión. Dios es marginado por muchas otras cosas que debilitan nuestro interés por él. Nos preocupamos tanto por nuestro bienestar que el amor a Dios y el servicio al prójimo se reducen a muy poca cosa. Para vivir el Evangelio se necesita desprendimiento, limpieza del corazón, darle a la vida al menos parte de la belleza que Dios le puso. Hasta ahí llegan muy pocos. 171
Un progreso que nos hace pensar Pasar de un día a otro, de un año a otro, es un tiempo que nos coloca dentro de un proyecto fascinante: El progreso. La historia del hombre está sumergida en una búsqueda continua, un despertar siempre hacia lo nuevo. Descubrir nuevas cosas, transformar lo que tocamos, vivir nuevas aventuras creativas. Pero la pregunta es: ¿Hacia dónde vamos? ¿Sabe la humanidad a qué punto está de su camino, o anda perdida? En el año 1982, la BBC de Londres estuvo radiando una serie de programas titulados “La vida”. El programa número 12 tenía como título: El largo camino. Según el tema, parece que no sabemos hacia dónde vamos, y podemos estar entrando en un callejón sin salida. El mundo da a entender que nos vamos acorralando, y tal vez tengamos que desbaratar el camino andado, para volver a empezar. Una mirada al pasado: Cada época tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Por un lado, vivimos valores estables, como el servicio y el amor, y por otro lado, vivimos en un continuo devenir. Un día nace una hoja verde, y al otro día se seca. Nada se detiene, sólo Dios es eterno. Propiamente no hay un tiempo mejor que otro, porque cada tiempo se desenvuelve con la luz que pudo tener. Pero, aunque eso es verdad, nuestra historia se escribe entre luces y sombras, entre pérdidas y ganancias, entre fracasos y victorias, que de ordinario, son aspectos que se vuelven comparativos. Para el año 1950, yo tenía 13 años. En ese tiempo yo subía a una mata de mangos, mangos buenos de verdad, despegaba ocho o diez mangos, y me sentaba, con mis amigos, a la orilla de un arroyito al caer la tarde a comer mangos. Una vida pobre y muy limitada. Pero la felicidad que yo experimentaba era más grande que sentarme a comer hoy día en el mejor restaurante de Miami, de Alaska o de Japón. Hay cosas que se me han olvidado, pero esas experiencias gozosas, nunca se me olvidan. Para ir desde mi casa al Santo Cerro, al santuario de la Virgen de las Mercedes, donde oíamos Misa cada quince días, teníamos que salir de mi casa a pie a las 2:00 de la 172
madrugada, para llegar al templo a las 6:00 A.M. Cuatro horas de camino a pie. Ese viaje, pobre y sacrificado, tenía más sabor espiritual que cualquier encuentro de fe de la comunidad cristiana hoy. No es que eran otros tiempos, es que entonces el ser humano aceptaba un desafío mayor, pues la vida cómoda ha debilitado los valores humanos. La voluntad, las emociones, los deseos, las decisiones, todo ha sido maltratado por una vida cómoda. Los objetos que nos entretienen han tenido un cierto progreso: Edificios, aviones, carros, barcos, televisores, tanques de guerra, bombas nucleares, computadoras, carreteras, etc. Pero el hombre no es más bueno. Y si el hombre en sí no progresa, los juguetes que compra sólo sirven para entretenerlo y cansarlo. En el seminario salesiano de Jarabacoa teníamos una vida muy pobre, y se sufrían muchas limitaciones. Pero la felicidad que teníamos los aspirantes en ese tiempo era muy superior a la felicidad que encontramos hoy como sacerdotes. Una Misa celebrada en ese tiempo era una Misa. Hoy día, una Misa es un ritual con más ruido que oración, y donde todos estamos deseosos de que termine pronto para irnos a otra cosa. En vez de progresar, nos vamos destruyendo, en una forma tan imperceptible, que no nos damos cuenta, pero es real. El debilitamiento del cristianismo en Europa es eso: unas celebraciones que no satisfacen, porque se volvieron ritual sin corazón, y eso no es progreso. Los sacerdotes, las monjas, los seminaristas de ese tiempo eran muy bien vistos, parecían pequeños dioses, tal vez demasiado. Hoy día, no es que desapareció la sotana u otros atuendos exteriores, es a Dios a quien no se ve caminar en nuestras calles. El remolino del camino: Los inventos del hombre no son más que juguetes que entretienen, pero no son respuesta a lo que el hombre busca y necesita. Crece el terrorismo, el vacío mental de muchos jóvenes, la criminalidad, la droga. La ley del menor esfuerzo contamina a niños y adultos. Faltan respuestas. Seguimos adelante sin responder. En la medicina parece que hemos progresado: 173
Hospitales modernos, con maquinarias fabulosas, grandiosas plazas de salud, enormes clínicas, y todo parece un verdadero logro humano. Pero la medicina mueve más dinero que salud, y en eso, la misma medicina está enferma. El cáncer ha multiplicado sus territorios y sus víctimas, y los enfermos rodean los hospitales como enjambres sin consuelo. Lo más hermoso que tenemos los hombres es la capacidad de servirnos unos a otros, y evitar que el hombre sea víctima del hombre. Pero en la política, que es un camino de servicio, se ha pasado de padres de la patria a padres de la mentira. La política es todo un engaño, y un engaño con una gran ganancia. El hombre está a las puertas de una explosión de cansancio. Y como decía la BBC en “el largo camino”, un día, el hombre intentará desbaratar su adorado progreso, y tomar otro camino para buscar su felicidad, a costa de un enorme sacrificio. Hay un crecimiento económico mundial. Los bancos revientan de dinero. Los miles de millones corren por todas partes. Pero hay enormes crisis económicas y un montón de gente se muere de hambre como siempre. Los cruceros, los grandes hoteles, los placenteros resorts, con un derroche de lujo y de comidas como tienen, son una bofetada al mundo. A eso no le podemos llamar “progreso”. Pensemos en nuestra Iglesia católica: Sus tiempos pobres, de misioneros cansados, montando en caballos, bicicletas o en burros, tenían algo qué ofrecer a los demás. Se palpaba una cierta experiencia de Dios, una vida espiritual rica. Hoy contamos con una inundación de edificios, cantidad de vehículos, muchos colegios, planes pastorales sofisticados, miembros ilustres de la Iglesia, profesionales y doctores, y al final, cada día hay más enemigos que reaccionan contra la Iglesia, que la critican a diario, porque su gestión no convence y su testimonio no es creíble. El progreso del Evangelio lo da el mismo Dios, no es cosa nuestra, eso es verdad. Pero el Evangelio transforma al hombre y a la sociedad, y esa transformación se ve muy poco. El futuro del estilo de Iglesia que estamos viviendo no está tan claro. Jesús prometió a Pedro una Iglesia estable, pero no se refería necesariamente al esquema que tenemos hoy. Jesús se 174
refería al Evangelio de salvación, a una comunidad llena de su Espíritu, a un pueblo que se goza en el Señor. El esquema de Iglesia que tenemos hoy: cardenales, obispos, sacerdotes, podría debilitarse en una futura sociedad, y hasta terminarse ese esquema de evangelización. Pero el proyecto de Dios ni falla ni se detiene. En ese caso, el Evangelio tomaría una nueva estructura social, continuaría el anuncio de la muerte y la resurrección de Cristo, ofreciendo el perdón y la salvación. Ese proyecto de salvación, dirigido por Dios y apoyado por los hombres es el que tiene la promesa de estabilidad dada por Jesús. Naturalmente, para que se produzca una cosa así, habrá primero mucho sufrimiento, y viviríamos situaciones muy dolorosas, antes de poder andar sobre otros rieles. Además, hasta que no se tengan esos nuevos rieles, la Iglesia no daría un paso, porque nunca nos quedaríamos en el aire. El esquema puede cambiar, pero siempre habría algún esquema, pues la religión es cosa de Dios, y también cosa de hombres. Aunque nos guía el Espíritu de Cristo, con frecuencia dejamos errores en nuestras huellas que nos obligan a cambiar de actitud y de programa, y a pedir perdón. Nuestro mundo va dejando rincones oscuros, interrogantes sin responder. Hoy ya se va palpando el malestar de la humanidad que no se siente satisfecha con su estatus. Y eso es grave. Podría desencadenarse una gran avalancha que lo destruya todo, y se cierna sobre el mundo la gran niebla del cansancio, llegando a la triste conciencia de que el pecado cerró nuestros caminos, y al no seguir a Jesucristo, no podemos seguir adelante. Por eso la comunidad cristiana se arrodilla ante el altar a dar gracias a Dios y a pedir perdón, para que Él no deje que el camino se nos cierre, especialmente el camino que conduce hacia Él, pues sin Él, la vida no tiene razón de ser.
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La corriente del río Todo lo que el río se llevó, déjenlo correr, porque todo pertenece al río. La vida es una gran batalla. Los que sobreviven a lo más fuerte del combate, se van después, porque todo pertenece al río. No hay nada por lo que valga la pena llorar, pues el mismo río que todo se lo lleva, es en sí mismo un llanto. Las lágrimas que no lograron evaporarse, forman el río, y el río todo se lo lleva. La única derrota que existe es “no pelear”, y la peor de las derrotas es no aceptar que toda batalla termina en derrota, y las derrotas pertenecen al río. Lo que el río se lleva sólo hay que dejarlo correr, porque todo pertenece al río. Muchas de las cosas que el río debió llevarse y que las detuvimos por mucho tiempo, son sólo una prolongada agonía. Nos pasamos la vida deteniendo cosas que sólo hacen sufrir. Nuestro cerebro quiere detener el río, y sólo conseguimos que el río nos lleve a nosotros también. No hay puerto en el ancho mar, hay que vivir navegando. La vida te va enseñando que el puerto es el mismo mar. Lo importante no es llegar a algún puerto deseado. Lo mejor del mundo andado es el saber navegar. “Las aves poderosas tienen nidos, viejos nidos construidos a su gusto y donde pueden descansar. Nosotros, las avecillas del bosque, volamos de rama en rama, y no nos duele volar, porque no amamos los nidos, sino el poder de las alas”. -Libro Manantial, pag. 298 Los que acumulan nidos y más nidos, cosas y más cosas, son condenados a muerte por su propia realidad. Su vida va siendo envenenada por los apetitos y experiencias nocivas, y no pueden disfrutar de una libertad de espíritu que los ayudaría a vivir de verdad. Nuestro mundo se va ahogando, y la densa niebla del dinero 176
nos ahoga a todos. Pero es una espiral muy grande como un remolino incontrolable, y buenos y malos, inteligentes o menos inteligentes, todos somos arrastrados por la corriente. Los seres excepcionales que poseen una filosofía de la vida bien simple, y que tienen una fe a toda prueba, logran liberarse del peso de la mentalidad actual, que maneja las conciencias como si fueran programas inventados por el hombre. Ya el mundo está saturado de problemas y de caminos equivocados, pero lo que nos espera es mucho más, pues nos vamos hundiendo en una jungla interminable. Hay que reflexionar, hay que rezar, para poder detenernos en estos caminos de muerte, y emprender nuevas rutas que al menos nos produzcan un poco de descanso para el espíritu. Detener el río es un esfuezo casi inútil. Hay muchas personas que frenan la corriente del río, que se convierten en pobres robots, esqueletos sufrientes de la experiencia humana, aferrados a una historia que no la dejan pasar, pero que sólo les hace sufrir más. Cuando el río se los lleva a la fuerza, ya es demasiado tarde para poder disfrutar de la corriente del río. La vida es hermosa cuando uno se deja ir sin resistencia, pero peleando por lo que uno cree que realmente vale. Esa pelea, eso es vivir. El abandono espiritual que viven hombres y mujeres de fe, la aceptación de toda pena y de toda muerte que viven los hombres y mujeres de espíritu, es parte de la corriente del río de la vida que fluye sin resistencia y sin tropiezos. El canto del cisne donde la muerte navega en una melodía infinita es una de las expresiones más hermosas de la literatura humana. Vivir cantando, sufrir cantando y morir cantando, sólo es propio de hombres y mujeres enamorados de Dios. Hay que luchar por lo que es un valor, pero hay que dejarlo ir cuando exige más energía de la que le pertenece. Al final de la vida, cuando ya nos parece que hemos hecho lo que teníamos que hacer, es saludable dejarse llevar por el río, mientras se canta la propia canción del cisne: “Con mi canto del cisne al atardecer de mi vida, vengo ante ti, mi Señor, a rezar y a ofrecer. Cuando ya lo que quede no sirva pra ofrecer, tíralo, dispérsalo, como ceniza sobre el mar, porque ya la ofrenda está completa. 177
Caos continental La unidad entre el Evangelio de Jesucristo y las variadas culturas del hombre se hace posible cuando se acepta el dato religioso y cuando la capacidad de servicio entre los miembros de la raza humana es algo noble y sensible. Muchas veces el dato religioso produce mucha confusión en el hombre, pero si se salva la calidad del servicio, el Evangelio encuentra terreno propicio para su comprensión y su aceptación. La base del Evangelio está en creer en Jesucristo y servirle a los hermanos. La caridad cristiana es base fundamental de nuestra fe, y cuando la fe en Jesucristo no está clara, el servicio a los hermanos puede despertar la fe y apoyarla en su camino de crecimiento. El Evangelio ha podido echar raíces en la raza humana, porque nuestro mundo está organizado en esquema de servicio público. Una familia se organiza para servirse unos a otros, un ejército se forma para servir a la comunidad y una nación se estructura con un esquema de puestos de servicio, a los cuales se llega a través de la política. Cada nación posee unos padres de la patria que se inmolaron sirviendo a una causa común, y que fueron vidas que guardan relación con la inmolación de Jesucristo en la cruz para salvar al hombre del poder del pecado. Lamentablemente los padres de la patria son historia, y el nuevo hombre del mundo de hoy, poderosamente egoísta y hedonista, salvo algunas excepciones, no trabaja para servir, ni trabaja por la fe, ni trata de imitar a los grandes hombres y mujeres del pasado. Los puestos de servicio son puestos de poder, y ese poder no es usado para servir, sino para bienestar personal, para enriquecerse. Esto cambia toda la dialéctica humana, y establece un nuevo orden social basado en la mentira, la falsa simulación y los intereses privados. Todo partido que sube al poder engaña al pueblo. ¿ Por qué? Mientras existe la propaganda electoral hay democracia, pero cuando se adquiere el poder, los partidos funcionan como una verdadera 178
tiranía, donde no se oye a nadie, y donde todo el país queda expuesto al apetito de ganancia de todo el partido político que domina. Para nuestro país, la democracia termina el 16 de Mayo, y luego vienen cuatro años de auténtica tiranía, hasta que se abre de nuevo una pequeña brecha electoral, con nuevas elecciones cargadas de trampas. Las Constituciones de nuestros países les dan tanto poder a los presidentes que no hacen más que construir verdaderos monstruos que luego devoran a todo el pueblo en aras de su partido político. Lo primero para un presidente son los miembros de su partido político. Los demás ciudadanos son “pueblo huérfano”, “pueblo derrotado en las urnas”, pueblo usado para los intereses del partido, aprovechando el poder que les da la Constitución después de las elecciones. Este caos continental va creciendo en todos nuestros pueblos, en medio de una verdadera tiranía democrática, con un gran apetito de poder y de dinero, devorando la lógica humana del servicio que es algo que está en el espíritu de toda la raza. Un presidente, en vez de ayudar al pueblo a la convivencia pacífica, donde el hombre no sea víctima del hombre, usando el poder de la Constitución y la fuerza egoísta de su partido, conduce a la población a una verdadera competencia humana, donde no hay sosiego, empujando a los más débiles hasta la rebelión con huelgas y desenfrenos. El poder, el dinero y la corrupción son el banquete diario de los palacios presidenciales, y cuando un proyecto de servicio al pueblo cuesta 30 millones de pesos, de intermediario en intermediario, sólo llegan 3 millones a la comunidad. Nuestros gobiernos van endeudando a nuestros pueblos en forma indiscriminada con préstamos y más préstamos, y se lanzan a una carrera vertiginosa de impuestos y más impuestos, hasta convertirnos en verdaderos esclavos de un poder que no se sacia. El cargo de simples regidores municipales que era algo honorario, por el gozo de servir a la comunidad, ahora, en cualquiera pequeña ciudad dominicana, están exigiendo cien 179
mil pesos de sueldo, cambiando así la grandeza de un servicio generoso, por un puñado de dinero que enferma y corrompe. El actual presidente ha usado la fuerza de su partido para dañar la conciencia del pueblo dominicano con esos enormes sueldos públicos, y al pueblo hambriento les reparten funditas de comida, como los emperadores romanos que usaban “comida y circo” para mantener las turbas tranquilas. Los partidos que ganen, van a usar esa misma práctica, porque son acciones que contagian. Las caravanas políticas producen una fiebre increíble, pues en ellas se ofrecen funditas de comida, algún galoncito de gasolina o algunos pesos, migajas todas que dejan caer las ricas mesas de los amos del país. Un país como el nuestro, que en los campos sólo hay caminos vecinales, que no tiene medicina suficiente en los hospitales, que tiene gente en los barrios pasando hambre, gasta miles de millones de pesos en simple propaganda política: papeles pegados por los postes y las paredes, ruidos y más ruidos en las calles, bebederas de licor, y combustible quemado inútilmente en las carreteras. No es sólo el erario público que se malgasta, es la conciencia nacional que se muere. Es un verdadero caos continental. Cuando un presidente viaja de un pueblo a otro, viaja envuelto en una caravana de vehículos lujosos, rodeado de soldados y ametralladoras, que es la amarga imagen de un imperio que aplasta. No es el compañero de camino, el jefe de un Congreso que conduce a un pueblo en búsqueda de una exitosa gestión comunitaria, sino el policía que macanea a los que no son de su partido para que paguen impuestos y más impuestos para que sus seguidores se enriquezcan, que inventan leyes y más leyes para favorecer a los suyos, y ese poder supuestamente lo recibió en las urnas. Todo este caos continental es una gran profecía, que conducirá de una logística de la corrupción a la dialéctica de la guerra fratricida, no por falta de amor, sino por la desesperación que produce la corrupción incontrolable. El imperio español, el imperio francés y el imperio inglés, llenaron de sangre nuestros pueblos, hasta que se 180
pudo llegar a una cierta libertad, quemando hombres y mujeres nobles en ara de un camino mejor para nuestros países. Pero el pecado social nos ha quitado nuestra libertad, haciendo del otro, no un hermano, sino un objeto útil para nuestra satisfacción personal. Europa y Estados Unidos han tenido un poco más de éxito en la gestión pública, por el valor que han dado a las leyes, donde un obrero cualquiera puede demandar hasta al presidente, pero nosotros, Latinoamérica, Africa y parte de Asia, no hemos sido ni socialista, ni capitalista, sino más bien, pueblos ambiciosos y egoístas. El Evangelio de Jesucristo trata de detener la marcha del pecado, pero el mismo Evangelio va encontrando serias dificultades para echar raíces y desarrollarse, debido a que muchos cristianos sólo han llegado a adquirir un pobre barniz de santidad, y muchos dirigentes de la Iglesia, desvanecidos por el poder que ostentan, han caído en la trampa del dinero, disfrutando de una vida cómoda, alejándose cada vez más del misterio de la cruz, sin el cual no hay Evangelio, pues un cristianismo sin Viernes Santo no es posible. La pelea electoral se ha dañado tanto que no se va a las urnas a elegir a un presidente de todo el pueblo, sino a un presidente de un partido, a un pequeño monstruo que luego nos va a devorar cargándonos de impuestos, lo cual desenfoca el deber moral de votar. Estamos en medio de un caos continental, y las personas que dejan de votar tienen tanto valor como las que van a echar su voto en las urnas. Las urnas no son urnas, son trampas donde queda atrapado el pueblo por la misma persona que eligió como su presidente. La contienda política, las elecciones, el servicio público, todo ha sido desnaturalizado, y caminamos en medio de un caos social, de pelea en pelea, donde un presidente, elegido con una supuesta voluntad popular, tiene que defender su puesto con las armas, porque en las urnas y en el palacio de gobierno hay dos voluntades bien diferentes. No sabemos si la historia encontrará el camino correcto, aún a costa de grandes sacrificios, o si habrá que regresar al pasado, 181
a repetir las dolorosas escenas de sangre y de muerte que nos dieron la libertad inicial. La profecía está en marcha y el mal no puede vencer. La libertad y el bien serán nuestros caminos, aunque se siga derramando la sangre de los cristos anónimos que siguen inmolándose, porque todavía no ha llegado la victoria final sobre el pecado y sobre la muerte. El camino es largo y la marcha es lenta, pero llegaremos, porque el hombre lleva dentro de sí el poder supremo para corregir su ruta si se ha equivocado, o para convertirse en un ser nuevo que no pueda ser vencido. La historia de nuestros pueblos ha pasado por muchas horas de dolor, en vez de ser una historia de amor. El hombre sigue siendo víctima del hombre, y nuestra alma se vuelve pequeña, al estar atrapados por el miedo y los apetitos desordenados. Vivimos una cierta oscuridad y vamos caminando hacia la luz, pero muy despacio. Abandonar el camino de la guerra, de la mafia, del poder que maltrata y daña, y entrar en el camino del amor que da grandeza a la vida, será fruto de un Evangelio aceptado y vivido como quiere Jesucristo. Cuando la avaricia humana sea sustituída por un servicio desinteresado y noble, cuando Jesús de Nazaret tenga un puesto para sentarse en el corazón de sus hijos, viviremos de victoria en victoria. Nuestro luto se cambiará en felicidad, y no recordaremos los días malos, pues el Señor Jesús dará sentido a nuestras vidas, y llenará todas las aspiraciones de nuestros corazones, cuando hayamos aprendido a amar y a servir al estilo del Evangelio de Jesucristo.
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-Lo negativo, Dios lo vuelve positivoLos cinco puntos de reflexión que vienen a continuación y que llevan por título “Cirugía del cuerpo, cirugía del alma” son parte de un todo. No es una espiga, es todo un hermoso sembrado. Tras una dolorosa cirugía, llegaron para mí unas horas difíciles que revolcaron mi vida, como jamás yo lo había soñado. Esa operación me sumergió en una kénosis, un abajamiento de mí mismo, casi en un paseo hacia la nada. El dolor se convirtió para mí en una llamarada donde sentí que vibraba la presencia de Dios. El tema del dolor y el tema de la mujer son para mí un verdadero regalo que Dios me dio al acercarme a la zarza ardiendo de un gran sufrimiento vivido en la fe . Entremos, pues, en esa experiencia que me pasó a mí, pero que le puede pasar a cualquiera, siempre que esté enamorado de Dios.
Cirugía del cuerpo Cirugía del alma Tiempo de flagelación que fortaleció mi espíritu.
1. Una noche de Dios Al atravesar la barrera del dolor, se ha sacudido profundamente mi alma. De esas horas difíciles, además de fortalecer mi fe, han brotado dos reflexiones hermosas, que son para mí la voz de Dios: “El valor del dolor” y “La mujer, corona de la Creación”. Estos dos temas los escribí en esas largas noches sin dormir, y sin más opción que mirar al techo, y esperar que día a día se fuera fortaleciendo mi pobre y maltratado cuerpo. En lo más profundo de la experiencia del dolor se escribieron estas páginas que son un verdadero tesoro que Dios me regaló. Entre las dos y las cinco de la madrugada fui escribiendo lo que sentía, lo que vivía y lo que el Señor me dictaba. 183
Esa operación que se abrió paso en mí, como una enorme pesadilla, se convirtió en una gran oportunidad para explorar nuevos caminos y nuevas alegrías. Así son las cosas de Dios, así trata El a sus hijos. Sólo hay que dejarse llevar como las aguas del río, de piedra en piedra, y de experiencia en experiencia, hasta llegar a la grandeza del mar, habiendo hecho del recorrido un cántico de esperanza. Durante unos diez años estuve tratando de evitar una operación, apoyándome en un tratamiento médico y en una intensa oración. A un crucifijo que hay en mi habitación creo que debe faltarle algún clavo, pues casi se los arrancaba y suplicaba delante de su rostro: Aparta de mí este cáliz, Señor. Ayúdame, por favor. Dame fuerza para aceptar tu voluntad. Muchas personas amigas apoyaban mi oración, pidiendo mi salud, pero el cielo parecía cerrado. La medicina no me resultó, y la oración no encontró respuesta. De este modo, se hizo necesario proceder a la operación, y yo empecé a sufrir de verdad. El deterioro de la próstata creció muy rápido, acercándose al cáncer, pues aunque los análisis no revelaban “positivo”, siempre dejaban alguna duda a los doctores. Las molestias fueron en aumento, y yo me sentí flagelado por la vida. Mi fe seguía viva, pero mi oración se había callado. Dios me introducía en una senda profunda de dolor y de humillación, y en esa senda yo iba a encontrar una experiencia profunda de amor y de fe, que era el regalo que El quería darme por haber creído y confiado en El. Si me hubiera dado la curación, habría sido algo menor a lo que yo viví y experimenté en el camino del dolor. El paso de la Gracia, que es siempre difícil de entender y de aceptar, se convirtió en un momento fuerte para mí. Todo eso era ofrecido, y hasta con un cierto gozo espiritual, pero eso no le quitaba que fuera dolor de verdad. El martes 23 de Febrero del 2010, se procedió a una operación de emergencia, y como yo estaba en muy mal estado de salud, el período pos-operatorio se volvió una pesadilla y una tortura. Caer en una cama de operación no es sólo un asunto de 184
dolor. Es también la experiencia de la limitación, del sentirse inútil, y hasta de recorrer cierto camino de humillación profunda. Cuando empecé a expulsar los coágulos de sangre por la sonda, y en cada uno tenía que agarrarme de las barras de la cama, y temblar y sudar por uno o dos minutos, ahí empecé a saber dónde estaba metido. Después de pasar 14 días sin dormir, ni de noche ni de día, casi sin comer y con atroces dolores, me pareció que se acercaba el momento de mi partida. El apóstol Pablo nos dice que Jesús “discendit ad inferis”, es decir, “descendió a lo más profundo de la humillación humana”, y pude comprender, desde mi gran pena, lo hermoso que es llegar al fondo del dolor, y vivir la plenitud de la experiencia de un cuerpo doliente, que es experiencia más de kenosis que de alegría, pero que lleva dentro un amor y una esperanza tan grandes, que pueden transformar este valle de lágrimas en encuentro glorioso con el Dios al que se ama más allá del propio dolor. Desde ahí comprendí un poco más el misterio de la cruz, que es camino de ofrenda y de sufrimiento aceptado. Cuando el dolor se hace grande puede acabar con nuestra fe, pero también puede fortalecerla. Muchas veces, cuando el dolor se hace fuerte y el cielo no da respuesta a nuestras peticiones, la fe es la única brisa fresca que nos queda para no desfallecer en el camino. Cuando llegan las horas difíciles es hermoso sentir la fortaleza de la fe. La vida con sus cosas buenas y sus noches oscuras, con sus días de luz y a veces, sus esperanzas muertas, podrá desbaratar mi cuerpo pedazo a pedazo, podrá deshacer mi alma en ráfagas de angustia, podrá dejarme convertido en un esqueleto sin sentido, pero nunca podrá matar mi fe, pues la fe que tengo en Jesucristo es más que todo lo que puedo sentir o esperar. Mi fe es un poder que va más allá de mi alegría y de mi dolor, de mis sueños, de mi visión del mundo y hasta de mi oración. Cada gota de mi sangre derramada con fe se volvía una antorcha encendida que quemaba y sepultaba 185
toda confusión y titubeo frente a la fe en Dios. Dios en mí es amanecer, es un día que no termina en noche. Mi fe es más que yo, y en mi fe yo sigo viviendo una esperanza gozosa para siempre.
2. El valor del dolor Los acontecimientos que vive el ser humano lo van llevando de experiencia en experiencia hasta convertirlo en un ser nuevo. Esa novedad no es un estatus al que se llega porque simplemente pasó la noche y amaneció. Es algo que lo sacude, lo alegra, lo entristece, lo entusiasma, lo lanza por la fiesta o por una dura senda de dolor. A través de la fiesta, el éxito, la alegría, el fracaso o el dolor profundo va siendo puesto a prueba, transformado desde dentro, mientras viene lanzado por la cascada de la vida, reavivando la esperanza y el sueño de vivir, o dejándolo hecho pedazos en el frío del sendero. Nos detenemos a considerar tres aspectos fundamentales que pueden sacar al hombre de la rutina, y hacer de él un ser nuevo, marcándolo profundamente. Esos aspectos son: El éxito, la fiesta y el dolor. El éxito le da al hombre una gran seguridad, lo reafirma como un ser dichoso, y lo hace cantar de alegría, pero lo detiene en el oasis del desierto por donde todos caminamos y donde nos gusta descansar. Una vez que se siente dichoso, se crea en su corazón la victoria, y se habrá reducido su capacidad de lucha para remar mar adentro. La fiesta es una de las condiciones ordinarias de la vida, pues el sólo hecho de ser creados por Dios, el sólo hecho de pertenecer a esta rica experiencia de vivir, eso convierte la vida en una permanente fiesta. Pero la fiesta es gozo, es descanso, es llegada, y entonces, la fiesta no nos ayuda a ahondar en la rica experiencia del vivir, que lleva consigo alegría y también pena, como parte del misterio del cuerpo doliente. Nos conformamos con poco, quedamos atrapados en los límites de nuestra satisfacción, y se terminó nuestro andar, 186
y se borró el gran sueño de crecer un poco más. En la experiencia humana hay misterio, y el misterio atraviesa por ofrendas profundas, por caminos de destrucción y amargas horas de dolor. De esa ruta del dolor, muchas veces, sale el hombre destruido, devastado, abandonado y solo, y pierde su horizonte hacia la grandeza del vivir. Vivimos pedazos de vida, no plenitud de vida. Dado que nos gusta el éxito y la fiesta, y si logramos eso sin esfuerzo vemos que es mejor, el dolor nos parece una senda amarga y sin sentido. Pero eso es parte del misterio dejado por el pecado en el hombre. El éxito y la fiesta nos dan una experiencia humana demasiado superficial, y por eso, esta vida está llena de tantas decepciones y de tantos lamentos. Sólo el dolor avanza en profundidad, descubre los ricos panoramas de la vida, convierte al hombre en buscador del oro de la experiencia humana, y lo conduce a un nivel tan profundo que puede hasta encontrarse con Dios. Francisco de Asís, Teresita del Niño Jesús, Augusto Csartoriski, Alejandrina María Da Costa, nunca cambiarían el gozo profundo de su dolor por el éxito y la fiesta de su familia. Ellos podían encontrar a Dios en su dolor, pero era muy difícil que sus familias lo pudieran encontrar en la fiesta. A través del dolor, miles de hombres y mujeres entran en una experiencia humana rica y profunda, y allá dentro, es donde encuentran a Dios. Aquel que sufre no es un fracasado, es un caminante que busca oro del bueno, el oro del infinito, y no se detiene hasta encontrarlo, porque el dolor no es maltrato, es una senda que usa la fe para llegar a la presencia de Dios. Dios puede estar en la fiesta, pero los sentidos del hombre están demasiado distraídos y es difícil que vean a su Dios. Dios puede estar en el éxito, pero la victoria humana se entretiene y se goza tanto en sus logros que no puede rasgar el cielo y ver a Dios como artífice directo de sus victorias. Donde realmente Dios habita y se deja ver con claridad es al fondo del dolor de la experiencia humana, en el nido profundo de este valle de lágrimas. De hecho, cuando 187
Dios quiso configurarse plenamente con el hombre, con su experiencia humana total, usó el camino del dolor profundo, llamado “Viernes Santo”. No vino ni con éxito fácil, ni con fiesta, vino sufriendo, tocando casi la nada, de tanta humillación que soportó. Ante la multitud de hombres y mujeres masacrados, molidos por los dientes de las fieras, cortados en trozos por las guillotinas, cocidos en aceite hirviendo, devorados por la furia de poderes desalmados a través de la historia del cristianismo, dónde estaba Dios? Dios estaba ahí, al pie de todas las cruces, recogiendo las espigas doradas de la fe y del amor, porque es en el dolor donde El limpia a sus amigos antes de llevárselos a la eternidad. La Redención es purificación, y eso hace Dios en medio del mundo. El lugar para purificar la plata es el fuego, y si no pasa por el fuego no es plata buena. En todos los desastres del mundo, Dios está ahí, porque en todo ese río de dolor, hay y sigue habiendo redención. La redención consiste en salir de la vieja historia del hombre caído, llevarlo por el duro camino de la purificación y transformarlo en un ser nuevo que ya no aspire a los goces del mundo, sino que tenga hambre y sed de eternidad. Hijos e hijas que caen en el remolino del dolor, refinados como refinan la plata, y aprenden a gustar con paladar de ángeles, las delicias de un amor nuevo para siempre. Ese Dios bueno en quien creemos, pide mucho, porque podemos dar mucho. Y mientras no demos mucho, no podremos entender a Dios. Para todos aquellos que preguntan que dónde está Dios ante el sufrimiento, ante todos los desastres del mundo, la respuesta es clara: Está ahí, en la base de todo dolor que se vuelve redentor, realizando la transformación del mundo. Ese es su misterio. El dolor casi infinito del haitiano, o del chileno o del turco que gritan bajo los escombros de un terremoto, encuentra su respuesta en el mismo Dios que tiene siempre la última palabra sobre quién puede ser rescatado para el mundo y quién puede ya ser rescatado para Dios. La decisión es suya, absolutamente de Dios. O aceptamos, por la fe, la presencia de Dios que lo redime todo, 188
o aceptamos ser parte de un remolino cósmico, que lo devora y lo evoluciona todo, sin más piedad que el fuego y la destrucción. Un día Dios acepta la inmolación de hombres y mujeres en una vida heroica, otro día recoge las lágrimas y la sangre de los desastres naturales, otro día recorre los campos devastados por la guerra. La respuesta final a todo eso no la da el hombre, la da Dios. Qué pasó con todo el dolor de los campos de concentración de la segunda guerra mundial? ¿Cómo terminó todo eso? No lo sabemos. Nosotros no sabemos con qué premios Dios recogió a todos aquellos que atravesaron por esas cenizas y se convirtieron en héroes ocultos de un mundo que sigue creyendo en Dios, y que no tiene miedo a seguir derramando su sangre por El, porque Dios y su fe significan más que su propia sangre. La victoria de Dios puede construirse sobre el ritmo de legiones de demonios que bailan, porque han hecho pecar a los humanos. Puede construirse sobre el río de lágrimas de miles de hospitales y cementerios abiertos, porque El está más allá de todo eso y El es el que tiene el premio en sus manos. Dios siembra su victoria dondequiera que cae una lágrima tan fuerte que quema la tierra, y por la fe se transforma en aventura infinita. Nosotros no podemos pedirle a Dios que le permita a Moisés usar una sandalia al pisar la zarza ardiendo, pues podría quemarse. Dios es quien pide que quite el calzado de sus pies, es su misterio y es su voluntad. El puede hacer que la brasa se enfríe, o que el pie sea tan caliente que no sienta el calor de la zarza que arde, simplemente porque Dios está ahí. En Israel, Jesús se compadeció de las gentes, les hizo muchos milagros, les devolvió la salud y la alegría, pero todo eso era parte de la pedagogía de Dios para que la fe en Jesús se hiciera grande, para que lo amaran tan fuertemente que ya no necesitaran milagros, aunque tuvieran que derramar su sangre. Los terremotos, las masacres, las epidemias, las guerras, las enfermedades, las devastaciones de la naturaleza, todo eso lo rechaza nuestro espíritu, pero Dios lo puede transformar en campos de redención. Para nosotros lo duro es donde empieza el dolor. Para 189
Dios lo hermoso es donde termina el dolor, y ahí El se da a sí mismo como regalo absoluto. El dolor es camino, no tragedia. Para un enfermo lo duro es donde empieza la operación. Para ese enfermo, lo hermoso es terminar en la salud. Y por su salud acepta cualquier sacrificio, y cuando viene la salud, el dolor ni lo recuerda. Si nosotros consideramos el mundo como un montón de hombres y mujeres llenos de satisfacciones, de fiesta, de comida y de bebida, entonces no sabemos dónde poner el dolor. Pero el mundo no es eso. Ya llegó la plenitud de los tiempos y el mundo está en una redención iniciada por Jesús desde su profunda humillación. El llamado del Reino es claro: Conviértanse, cambien de vida, busquen a Dios, es hora de purificarse y partir con El hacia la nueva vida que nos espera. Lamentablemente nosotros tenemos una necesidad de ser felices aquí abajo, de disfrutar de todo, de poner a Dios al servicio de nuestras satisfacciones, de hacer de nuestro mundo casi una continuación de Sodoma y Gomorra, sin que Dios pase a visitarnos. Estamos dispuestos a adorar al becerro de oro, porque no sabemos qué ha sido de Moisés y de Dios, y tampoco nos interesa. La redención está en marcha. Son 21 siglos en que el Hijo de Dios está metido en el mundo con una cruz a cuestas que es tan grande como para unir el cielo y la tierra, y todavía nosotros estamos tratando de evadirla, porque no nos gusta, porque queremos estar bien. Nuestras oraciones, con frecuencia, son un atropello a la voluntad de Dios. Dios está transformando un mundo que está maltratado por el desorden y el dolor. Y Dios no tiene miedo a usar el mismo dolor para purificarlo y devolverle la vida. Preguntar que dónde está Dios ante la muerte de los inocentes, o ante las injusticias que Dios pudo detener, es no entender dónde estaba Dios cuando Cristo derramaba su sangre inocente en la cruz, pues Dios era la base de todo ese misterioso proyecto. Dios está ahí, junto al que sufre. Es su proyecto. El mismo lo ha determinado así. “Los sufrimientos de la vida presente no son nada comparados con la dicha que nos espera”. 190
dice el apóstol Pablo. El que tiene su corazón en el cielo, y está dispuesto a seguir a Jesucristo de la forma que sea, el sufrimiento es campo de ofrenda, y hasta de entretenimiento, en nombre de Dios. El cuerpo puede llorar, pero el alma sonríe. El hombre que corre por la vida abriendo surcos en la tierra y gritando que Dios está ahí, porque nada ni nadie puede callar su amor y su fe en Dios, ese hombre lleva en su espíritu poder de redención, ese hombre riega en el surco la simiente de una vida nueva. Aquellos que desean llegar a un nivel profundo del amor humano, aquellos que desean ver a Dios a través de sus vidas, aquellos que desean experimentar la fuerza gozosa del vivir, todos debemos ahondar sin miedo la noche oscura del dolor humano. Aquí es donde nacen los padres de la patria, aquí es donde se esconden los líderes heroicos, aquí es donde viven los que llegan hasta a derramar su sangre por causa del Evangelio. Sólo el dolor esconde en profundidad las riquezas más hermosas de la experiencia humana. Y dentro de ese dolor es donde Dios está metido con su proyecto salvador, rescatando a la humanidad. La fuerza que une de verdad al hombre con Dios no es el éxito, ni es la fiesta, es el dolor. Por eso el Hijo del Hombre entró en la humanidad a través de la senda del dolor, con una cruz a cuesta y continúa con ella, hasta que todos sean rescatados, al menos los que deseen ponerse de parte de Dios. El hombre sabe hacer fiesta, y le gusta; sabe tener éxito, y le gusta; pero no soporta el dolor, no porque el dolor sea malo, sino porque el hombre no sabe sufrir. Los santos y los grandes héroes nos han demostrado la verdad de estas palabras, y nos han hecho ver que más allá de la barrera del dolor, hay una panorámica de grandeza y felicidad que está oculta a la vida ordinaria. Redimir es transformar, sin dejar restos de lo que se murió. Redimir es nacer de nuevo, sin recordar siquiera lo que uno fue. Dios no le tiene miedo ni al pecado ni al dolor. Lo que le interesa es la conversión y la renovación total, recuperando de nuevo al hombre para que reviva la santidad de su misterio. “El que no nazca de nuevo no puede entrar en el Reino”. 191
Es una transformación total, llegando hasta un auténtico nacer de nuevo. Siguiendo a Jesucristo, no es importante el que consigue más, sino el que se ofrece más. Estamos viviendo la hora de la redención, y no es un mundo para el que consigue más títulos, para el que construye más edificios, para el que recibe más aplausos. El Evangelio es otra cosa. La vida nueva es para los que se ofrecen totalmente, para los que se enamoran con locura de Jesucristo, para los que lo pierden todo, para los que se humillan hasta el fondo, como Cristo, quien al ser encontrado bajo la piedra por el Padre, recibe el premio de la Resurrección.
3. Horas difíciles El período pos-operatorio fue un tiempo muy duro y difícil. Estos versos definen esos momentos transformados en oración. En las horas de mi lecho, donde se muere hasta el alma cuando ya no queda calma para rezar y creer, yo miraba a todas partes en busca de algún porqué: sólo lloraba y lloraba, pues no había nada qué hacer. En mis horas de dolor, sin fuerzas y sin consuelo y en mi grande desespero, antes del amanecer, contemplaba mi gran ruina como aquel que va a morir y perdía mi esperanza, pues no había nada qué hacer. Perdido en mi laberinto, con la mirada en el cielo en busca de algún consuelo a mi pobre padecer, las horas se hacían muy largas, y las noches como un siglo, pero mi mal era yo, y no había nada qué hacer. Jesucristo me miraba con ojos de compasión yo tirado en un rincón sin poderlo comprender. Una esperanza sin alas, y unas noches de vacío se acababa mi confianza, pues no había nada qué hacer. 192
En una de aquellas tardes, con la confianza de un hijo, le pregunté al crucifijo: Dónde te escondes, mi Dios? El revivió su corona, sus clavos y su agonía y con dulzura me dijo: Donde se sufre, estoy Yo. Entonces tomé mi cruz en mi marcha cuesta arriba y comprendí que mi vida tenía una razón de ser, mientras pudiera ofrecer las horas de mi agonía. Yo cantaba, yo reía: era un nuevo amanecer.
4. Kénosis
Estos versos definen mi debilidad profunda y la aceptación de la voluntad de Dios.
1-Como noche sin estrellas como ciclón en el mar como riachuelo sin agua así se acaba mi andar.
6-Como una vieja cañada que corre sin saber dónde Como simiente enterrada que en vez de nacer, se esconde
2-Como un camino cerrado como yuca muy amarga como aguacate pajmado como una noche muy larga
7-Como canción que se acaba en los brazos de un gemido. Como montaña en silencio pues ya las aves se han ido.
3-Como perla que no brilla como una cuesta empinada como dolor que martilla al llegar la madrugada.
8-Como una fuente sin agua donde los peces murieron. Como un conuco sin siembra pues los frutos se perdieron.
4-Cual pajarillo sin alas como gorrión que no canta como escopeta sin balas como cantor sin garganta.
9-Como unos brazos abiertos ofreciendo con dolor un corazón que no late porque se acabó el amor.
5-Como una rama caída de un árbol que no da sombra. Como un florero sin flores partido sobre una alfombra.
10-Yo no sé ni a dónde voy ni para qué estoy aquí. Yo ya no sé si estoy vivo o sin un día me morí. 193
5. La mujer corona de la creación Nuestra fe, y parte de nuestra ciencia, cuando hablan del hombre y de la mujer remiten al dato bíblico. Unos dejan ese dato como está, centrándose en un refugio fundamentalista, y otros tratan de dar diferentes enfoques, quienes distanciándose menos, y quienes alejándose un poco más. Para nosotros, los seguidores de Jesucristo, aunque aceptemos entrar en la dimensión de los géneros literarios, siempre habrá un dato indiscutible: Dios es el creador del mundo, creador del hombre y creador de la mujer. Cuando se habla de la Creación, o de la Redención que es una re-aplicación de la Gracia salvadora, siempre se entiende como un asunto de comunicación entre Dios y el hombre, o sea, que Dios habla al hombre y le presenta algún aspecto de su realidad y de su verdad, incluyendo siempre algún aviso de su existencia eterna. Si la Creación y la Redención establecen comunicación entre Dios y el hombre, debemos admitir que Dios, inteligencia purísima, le hablará al hombre de forma inteligible, o sea, de una forma que el hombre lo pueda entender, lo pueda seguir y lo pueda amar. En una palabra, se trata de comunicación de amor. La Biblia nos dice que Dios creó el mundo, que creó al hombre como el rey de la creación y luego creó a la mujer como una compañera, alguien que ayuda, un apoyo para el hombre. La Biblia llega hasta nosotros en un lenguaje semita, donde la mujer es considerada y tenida en poca cosa. Dios no tiene miedo a que el hombre interprete la Creación y la Redención de acuerdo con su cultura, pues lo que Dios quiere es encontrar al hombre y ayudarle a volver a El, no importa el rincón oscuro donde se encuentre. Si en vez de recibir la primera comunicación de Dios en lenguaje semita, hubiéramos recibido esa Palabra divina a través de Europa, 194
América, con pueblos base como Holanda, Italia, Brasil, Chile o Argentina, tendríamos la misma idea, pero con un lenguaje diferente. La misma idea en todas partes y siempre es que Dios creó el mundo, creó al hombre y creó a la mujer. Una Biblia que no tenga connotación con la cultura semita, podría decir que Dios creó el mundo, que creó al hombre, como el rey que iba a disfrutar de ese hermoso mundo, y que al final creó a la mujer como la obra maestra que coronaría toda la Creación, y la continuadora de la obra que Dios empezó. Así tenemos la misma fe, pero expresada en otro lenguaje, adaptado a muchos otros pueblos, incluyendo el pueblo semita, cuando sea capaz de convertirse. La creación no quedó cerrada en esos siete días bíblicos. Dios dejó el mundo abierto en un proyecto de crecimiento y evolución: “Creced y multiplicaos”. Un día, Dios terminará su creación. De momento la creación se está haciendo. Cada día hay miles de seres nuevos, parecidos a los anteriores, pero con identidades únicas. Dios es espíritu puro, inmutable, pero su obra creada dentro del tiempo, posee un cierto devenir, de acuerdo con su voluntad. La mujer es corona de la creación, porque ella es creada después del hombre, y a ella se le entrega el crecimiento, o sea, la continuación de la creación. La creación de la mujer le da un toque femenino al universo y lo convierte en una morada sublime. El toque femenino que Dios le da al mundo al crear la mujer es algo tan perfecto, que el mismo Hijo de Dios, que no viene al mundo como hijo de una pareja humana, lleva también el toque femenino, pues tiene una madre. Y de este modo, la mujer sublima la creación, y humaniza la redención. Es verdad que la mujer necesita del concurso del varón para continuar la creación, pero ella posee el papel primordial para que ese nuevo ser venga a la realidad. Dios deja la humanidad especialmente en manos de la mujer, no tanto del hombre. La prueba más hermosa de que la mujer es corona de la creación está en la Redención. Cuando llega un ser, Jesucristo, que no es un miembro más de la serie de la creación, porque existía antes de la creación, 195
asume la naturaleza humana, y viene a este mundo “nacido de mujer”, sin concurso de varón. Y lo más hermoso es que, siendo Jesús un semita, Dios prescinde del concurso del hombre, y acepta la intervención de la mujer, cooperando ella directamente con el mismo Dios. Jesucristo, Hijo de Dios, asume la naturaleza humana, pero la criatura que coopera con Dios es la mujer. El ángel le dice a san José: “La criatura que hay en ella es obra del Espíritu Santo”. El hombre coopera con Dios en la creación, pero en el plano de la Redención es sólo pasivo, sólo recibe. Pero la mujer coopera en el plano de la creación, y también en el plano de la Redención, donde es activa y pasiva, es decir, que da y recibe. La mujer es la última criatura que sale de la mano de Dios, según la Biblia, y es la corona de la creación. Y todavía hay algo más: Esa mujer que coopera con Dios en el plano de la Redención, debía quedar virgen en el plano de la creación, no sólo por la excelencia del Hijo, sino por ser madre en el plano de la Redención, que es superior al plano de la creación. Como corona de la creación, Dios elige una mujer para ser parte del proyecto redentor, virgen y madre, elevada a la gracia inmensa de llevar en su vientre y dar su sangre al Hijo de Dios.
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La verdad oculta Podemos dividir a los seres humanos en “supuestos buenos” y “supuestos malos”. Los “supuestos buenos” son los que solemos llamar “buenos”, pero nunca sabemos lo que hay más allá de su envoltura personal. Los “supuestos malos” son los que solemos llamar “malos”, pero no sabemos hasta dónde ese título de “malos” los define sustancialmente, pues en realidad no los conocemos del todo. La lucha social trata de frenar y destruir a los supuestos malos, para que los supuestos buenos se adueñen de la sociedad. De este modo, la sociedad nunca logrará resplandecer con un verdadero rostro de bondad, porque quienes la rigen y manejan solamente son “supuestos buenos”, y los realmente buenos no logran constituirse en elemento dominante. La sociedad no logra reconocer ni apreciar la bondad, ni la verdad, ni la belleza, porque esos son valores con poder de gratuidad, y en este mundo todo es vendido, comprado, manejado, y dolorosamente “producto enriquecido”. El bien existe, los buenos existen, la verdad existe, pero estos valores sobreviven escondidos y no les interesa brillar en un contexto donde la mentira es dueña. La grandeza del trigo no aparece muy bien, pues la cizaña es abundante. El inocente junto a Jesucristo sigue siendo indefenso en este mundo. Los buenos junto a Cristo optan por el silencio, y aceptan la victoria interior, sabiendo que la mayoría de los que dirigen el mundo no les pueden juzgar, pues no son más que supuestos buenos. Los verdaderos buenos viven escondidos, camuflados, no aman el aplauso, no buscan la exhibición, pues son felices con saber que son reflejo de la bondad de Dios, y no necesitan respuesta humana. Todos aquellos que buscan el aplauso, el pedestal, la respuesta a su acción, que mendigan el estar en medio del vocerío ambiental, no son los buenos, son los supuestos buenos, o sea, los que mantienen una sociedad medio enferma, con cierto ropaje de hipocresía, para 197
sacarle un provecho mezquino en cualquier nivel donde haya un conglomerado humano. Los verdaderos buenos viven escondidos, bajo el poder de la propia ofrenda, y sus huellas son aceptadas y admiradas, incluso por la maldad del mundo (pensemos en San Francisco de Asís, santa Teresita del Niño Jesús, san Juan Bosco, Madre Teresa, Juan Pablo II, etc.) Jesús dijo: “Conocerán la verdad, y la verdad les hará libres”. Los que han conocido la verdad de Jesús, no se sienten mal por vivir en medio de la mentira, como el trigo en medio de la cizaña, perseguidos siempre por la hipocrecía farisaica. Es al revés. Mas bien se alegran por tener la capacidad de vivir en medio de la mentira, sin que los puedan dañar, y sin que llegue a contagiarlos. Sólo hay que tener la capacidad para no desear el fruto prohibido de la mentira y de la falsedad. Se trata de no desear la gloria del primer puesto, porque ése no es lugar evangélico. Si ven que otros tiene éxito, o si les aplauden, no es que piensen que eso está mal, es que eso no les interesa. Si ven a otros recibir glorias que no merecen, no es que consideren que eso está mal, es que no les interesa. Su refugio es el Señor. Quien quiera caer en el charco del mundo y sumergirse en el lago del vacío de Dios, que lo haga. Los que son de la verdad saben que su fuerza y su poder es el Señor, El es su salvación. Son felices por vivir en Dios. Su herencia es el Señor. Esta vivencia es una verdad oculta, una libertad interior, que no pertenece a la vida ordinaria. Es un camino interior sublime, como el río subterráneo, como las estrellas ocultas en el cielo infinito, como las raíces de los árboles que trabajan las 24 horas del día y están siempre en silencio, y ese silencio es su vida y su grandeza. El bien se sitúa en Jesucristo y espera para manifestarse al final de los tiempos, pues su reino no es de este mundo, ya que en este mundo, desde el mar hasta las montañas y del aposento hasta la plaza pública, todo es esclavitud, componendas, arreglos, silencios destructores, y el reino de Jesús no puede ser de aquí, porque Jesús 198
es bondad y verdad absoluta. El reino de Jesús, con su verdad y su amor, ya está aquí, pero se mantiene oculto hasta su manifestación dichosa. A esa manifestación definitiva de la verdad, del amor, del bien, nos conduce la fe, y no tenemos miedo a los sinsabores del camino, pues somos de la verdad y vamos hacia la casa del Padre con una ofrenda diaria, hasta llegar a la ofrenda absoluta, viviendo la verdad que es Dios, y aguardando la dicha final. En nuestra evangelización hemos introducido tantas actividades, tantas preocupaciones, tanta agonía que, más que centrarnos en la verdad de Dios, en la verdad de Jesucristo, lo hemos complicado todo, hemos llenado la mente de conceptos y más conceptos, de reuniones y más reuniones, alejándonos de la sencillez del desprendimiento y del amor. Cada vez sabemos menos de Dios, pues hemos complicado mucho lo sencillo que es Dios. En vez de aclarar la verdad de Dios, hemos tirado una gran niebla sobre nuestro destino eterno, haciendo la fe demasiado débil. La mayor parte de nuestros ritos son vacíos, y la mayoría de nosotros no transparenta la vida de Dios. No sentimos la cercanía de la Palabra de Dios, ni sentimos el calor espiritual de la presencia de Jesús, y por ello, Dios no llena de alegría nuestros corazones. “Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes, permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos permanecerán en mi amor, como yo guardo los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Les he hablado de esto para mi alegría esté en ustedes, y así su alegría llegue a plenitud” (Juan 15, 9-11). Pero más allá de la niebla de la predicación, y el vacío de los ritos, cabalga el Dios de los sencillos, y se comunica con los sencillos de corazón. Yo lo percibo presente, llenando el mundo con su gran sonrisa y su arco iris de esperanza. Veo fuego en las montañas. Los ríos viajan ardiendo. El amor se está muriendo, los corazones se apagan. El polvo del camino se hace denso y no podemos respirar. Todo esto se debe a que nos 199
hemos alejado de Dios y Dios aparece oculto a nuestra débil fe. Dios es compasivo, pero la cruz que carga el Cristo actual se hace muy pesada por el pecado del mundo y la marcha es lenta. La humanidad vive un preanuncio de horas apocalípticas. Dios aumenta su misericordia y su perdón, pero el hombre no da señales de abrir su corazón para purificarse y llenarse de vida nueva. Al contrario, un apetito materialista absorbe todos los rincones de este cansado planeta, y amenaza con lanzarnos a las desoladas playas de Sodoma y de Gomorra. Dios abre el cielo y la tierra, y su voz se escucha por todos los rincones del universo pidiendo al hombre que le acompañe en la reconstrucción de un mundo nuevo. Jesús subió al patíbulo de la cruz y su redención cayó sobre buenos y malos. Su gran amor calentó la tierra y le devolvió la esperanza. Dios espera en el hombre y el hombre espera en Dios. La esperanza se ha convertido en ilusión virtual, pues el hombre está entretenido en una esperanza finita que está al alcance de sus manos. Las victorias que se obtienen producen un poco de alegría, pero llevan germen de derrota, y el hombre saborea los frutos amargos de sus manos pequeñas. La siembra es poca, la cosecha es poca, y las lágrimas no pueden terminar en arco iris de alegría. Dios se retira al campamento de su larga espera y el hombre avanza sin rumbo entre miles de llamadas, sin saber que esas voces lo están llamando a él. El infinito se disuelve en una fe sin horizonte, y el hombre construye su cielo en la tierra, donde piensa que ya ha matado a Dios, sin embargo lo que ha hecho es comenzar la destrucción de su propio reino y de su propia vida. La guerra interior que el hombre lleva dentro se le vuelve un mortal letargo, y mastica tantos momentos de muerte, que pierde el sabor de las cosas grandes. Sus ojos han perdido la capacidad de ver nacer una flor, y la brisa caliente debilita su ilusión y su entusiasmo. Su comida, su bebida y sus diversiones constituyen las pocas islas de su diminuto archipiélago, y aunque recorra todos los rincones del 200
universo, siempre se encuentra acorralado por lo poco que espera con su vida pequeña. Águila herida que no puede levantar el vuelo, y ni siquiera tiene la ilusión de patalear y soñar con alas nuevas. Ha construido el gran castillo de su propia ruina y Dios se le desvanece en la distancia. De dentro o de fuera, alguna luz llegará hasta nosotros para hacernos comprender que Dios sigue ahí, llamando a nuestras puertas, hasta que se rompan las cadenas que nos atan a este mundo, y que nos obligan a conformarnos con una migaja de pan que es lo único que esta vida puede ofrecer. Tenemos que buscar a Dios dentro de nosotros con verdadera pasión espiritual, con un amor loco al estilo de san Pablo y los primeros cristianos, y especialmente al estilo de todos esos hombres y mujeres que tocaron el cielo antes de pasar por el frío de la muerte, y con pies de pecadores dejaron huellas de santos, huellas que nos permiten encontrar a Dios, a pesar de haber perdido los ojos que pueden mirar al infinito. Dios parece estar oculto, pero vibra a nuestro lado y su presencia se siente y reconforta la fe. Así como ante el primer pecado no nos dejó solos, pronunciando ante la serpiente una profecía de redención, y cuando llegó la plenitud de los tiempos se acordó de nosotros, produciendo la redención, también hoy que estamos perdidos en infinitos caminos de una fe débil, El hará brillar su presencia y su amor, borrando todas las sombras que entorpecen el camino de la felicidad eterna. El simple hecho de andarlo buscando, es ya una gran señal de su presencia amorosa entre nosotros. Si aprendemos a vivir ocultos a la mentira del mundo, a saborear esa verdad oculta que nos une a Dios y que nos lleva a amarlo con todas las fuerzas del alma, nuestros pasos cantarán la gloria de Dios, y dejaremos en el camino, huellas de verdadera felicidad.
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Los sistemas maltratan, el espíritu da vida La mayoría de los sistemas son por naturaleza despiadados. Todo sistema sólo se perdona a sí mismo. La misericordia es para seres fuera de serie. Personas que rompen todo tipo de molde, y viven en una dimensión excepcional que les da la fuerza del espíritu. Esas personas fuera de serie frenan los sistemas, y son capaces de perdonar, porque son seres libres. Los sistemas están hechos para ajusticiar, no para liberar. Inventan leyes y más leyes para controlar, no para aligerar la pesada carga de la vida. Por eso decía Jesús: “Lían fardos pesados y se los cargan a la gente”… Por un momento, los sistemas parecen cubrir bajo sus sombras a los seres débiles para apoyarlos en su debilidad, pero en el fondo, sólo los usan y los crucifican. Pero no se trata de la crucifixión heroica de una voluntad que ha encontrado a Dios y lo acepta, sino la crucifixión de una especie de hiedra sistemática que envuelve a la persona y le hace comprender que no le queda otra alternativa posible, y que si tiene que limitar sus capacidades, debe hacerlo, porque así es como funcionan las cosas. Es con los débiles que el sistema se adorna y construye su propia gloria. Por eso alguien dijo una vez: hay personas que son tan pobres, tan pobres, que sólo tienen dinero. Y hay personas tan pobres en sus capacidades que sólo sirven para mandar, no sirven para servir. Tienen que ser piezas de un sistema para sentir que valen. Jesucristo y san Pablo lucharon mucho por la libertad de espíritu. Descubrir a Dios como Padre es la libertad más grande que podemos encontrar. Cuando hablamos de sistemas, hablamos de empresas económicas, gobiernos, políticas, y en algunos casos, hasta de nuestra Iglesia, pues Jesús, como persona fuera de serie, sigue muriendo en medio de su pueblo, y los hombres y mujeres fuera de serie, son los que lo entienden y lo aman. El Evangelio se esfuerza por ser “espíritu”, pero el “espíritu” de la Palabra de Dios se siente un poco forzado 202
por estructuras de sistemas que acostumbran dominar. Los que no se sienten cómodos siendo “profetas”, prefieren situarse mejor en un sistema controlado. El profeta que habla y manda en nombre de Dios es una vida en riesgo, y eso no es cómodo. Por eso, los que hablan en nombre de Dios, son invitados a pasar por la purificación de la cruz, y desde la cruz, pueden entender mejor a Jesucristo. La Iglesia ha perdido un poco de profetismo, por acomodarse a un cierto sistema, y así no tiene que pasar mucho trabajo. Sabemos que los tiempos han cambiado, pero el profetismo no debe debilitarse, porque es el profeta, quien al morir, engendra vida. “Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da fruto abundante”. Con frecuencia, algunos proyectos pastorales, al caer en manos de hombres y mujeres dominantes, degeneran en sistemas. Esto frena el Evangelio y no lo deja dar vida. Los moldes creados por hombres y mujeres de mente estrecha, debilitan el camino de la fe, porque no favorecen la libertad de espíritu. Los grandes proyectos evangelizadores de Europa, ¿a qué han conducido? A una Europa vacía de fe. Los grandes proyectos pastorales de América Latina, ¿a qué están conduciendo? A un continente egoísta que sólo busca enriquecerse a como dé lugar. ¿Qué ha quedado en nuestro país del primer plan nacional de pastoral, las famosas cinco prioridades, al llegar a los 500 años de evangelización? De algo habrá servido, pero es mucho menos de lo que se esperaba. El gran escenario que hace nuestra Iglesia para consagrar a un obispo contrasta un poco con el Evangelio y su llamado a la conversión y a la sencillez. A Pedro y a Pablo no les engrandeció el puesto. Su grandeza se debe a su gran amor a Jesucristo. Pedro y Pablo tuvieron una gran oportunidad para seguir a Jesucristo y ser hombres plenamente libres: acompañarlo en el sufrimiento y en la muerte. Era eso lo que Pablo quería: “Tener parte en sus sufrimientos y llegar a ser como Él en su muerte”(Filipenses, cap. 3). Los seguidores de Jesús no siempre mantienen la calidad de amor al Evangelio que es preciso para santificar al pueblo. Lamentablemente 203
al apartarse un poco de las exigencias del Evangelio, hacen sufrir a aquellos que han conseguido caminar junto a Jesús, y han aceptado vivir fuera de serie, no importa el precio que tengan que pagar. En un curso sobre salesianidad que se dio en Roma en 1982, el Rector Mayor de los Salesianos, don Egidio Viganó, tuvo el valor de expresar públicamente esta frase: “Los superiores hicieron sufrir demasiado a don Luis Variara en su trabajo con los leprosos”. Nos alegra mucho la profecía de Gamaliel: “Lo que es de Dios nadie lo puede detener. Lo que es de los hombres, se muere solo”. Lo que es de Dios es indestructible, pero hay que anunciarlo y vivirlo al estilo de Dios, no al estilo humano. Todo sistema posee fuerzas internas que el mismo sistema no puede controlar por sí mismo, pues si lo hiciera, se haría daño a sí mismo. Los sistemas suelen protegerse con leyes firmes, porque si algo falla, se siente demasiado. Los que dirigen los sistemas propician encuentros y fiestas, donde los sencillos manifiestan su aprecio por los que dirigen. Todo eso es parte del cuidado que tienen para que el sistema funcione. Y muchas veces eso se hace sin ninguna maldad, eso es simple acontecimiento ordinario. De ahí el gran deseo de ser superior, dígase director, inspector u obispo. Cuando el apóstol Pablo decía que es una cosa buena desear el episcopado, Pablo estaba muy lejos de lo que hoy eso significa. El gran daño que el Imperio Romano le hizo a la Iglesia no fueron las persecuciones, con la muerte de miles de cristianos. El gran daño que el Imperio Romano nos hizo fue el haber logrado que la Iglesia, a quien tanto odiaba, se configurara casi como un imperio. Le tocará a la Iglesia sacudir todo ese estilo que el imperio romano le dejó en herencia, porque nuestra herencia es Jesucristo, y todos sabemos cómo quería Jesús que viviéramos, y cuál iba a ser el estilo de nuestro anuncio. Jesús nos está siguiendo desde una cierta distancia, pero soñamos que Él se acerque a nosotros y nos llene con su amor y con su espíritu. Éste es su proyecto, y Él sabe bien lo que desea hacer. Toda persona vive por su propia energía, la energía que ha sido 204
capaz de adquirir. Cuando las personas se hacen parte de un sistema parecen fuertes, pero no es verdad, es el sistema el que es fuerte. De hecho, cuando eligen un presidente, era un hombre común, y dentro del sistema de suprema autoridad, parece un dios. Pero cuando cesa en el cargo, vuelve a ser el hombre de antes. Un sacerdote trabaja como los demás: cuando lo hacen obispo, queda metido dentro de un sistema que le da cierto poder. El no ha camiado, lo que cambia es el puesto en el sistema, y es el sistema el que es grande. En el caso del sistema religioso hay una “gracia de estado” que lo cuida para que los errores no sean muchos. Aún así, hay una debilidad humana que hay que cuidar. Si el tema del servicio hubiera sido bien entendido, y bien asumido dentro de estos veinte siglos, el cristianismo tendría casi todo el mundo a los pies de Jesús. Pero nos queda un largo camino por recorrer, y con la triste suerte de que no siempre sabemos hacia dónde vamos. Jesús, que es el camino, la verdad y la vida, sabrá enderezar nuestra marcha cuando vea que nos estamos saliendo del camino. Los que confiamos en Jesucristo sabemos que su Evangelio llegará al fin de los siglos. Pero nos duele la marcha lenta que llevamos, y sobre todo, nos duele saber que el rostro de nuestra Iglesia no siempre aparece rejuvenecido. Como sea, nos llena de satisfacción esa franja grande de Iglesia que vive en el silencio, en la sencillez y en el sacrificio gozoso, acompañando al Señor con la fe de Juan y María al pie de la cruz, y con la fe de la Magdalena ante la tumba vacía del Maestro bueno.
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San Juan Bosco y la santidad Toda casa salesiana debería ser una escuela de santos. Al comienzo del capítulo general 25, en el año 2002, nos dijo el santo Padre, Juan Pablo II: “Salesianos del tercer milenio, sean apasionados maestros y guías, santos y formadores de santos, como lo fue san Juan Bosco”. En el libro Levítico, dice Dios: “Yo soy santo, y si el pueblo quiere estar en mi presencia, tiene que ser santo”. Dice el apóstol Pablo: “Ésta es la voluntad de Dios, que todos los hombres se salven”, y por tanto, la santificación de su pueblo. Dice Jesús: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”; “para que den fruto y que ese fruto dure”. Esa vida abundante es la vida de Cristo. El fruto es la caridad, la humildad, el deseo de Dios, es decir, frutos de santidad. La vida en Cristo tiene que volverse un seguimiento apasionado del Señor. Uno de los problemas de la Iglesia es que ha perdido un poco la pasión por su Dios. Don Bosco, que vivió una total unión con Dios fue un apasionado de Jesucristo, como lo fue san Pablo, o Francisco de Asís, o cualquier místico de antes y de ahora. El ideal de Don Bosco fue conducir hacia Cristo a salesianos y jóvenes. Nos llama a seguir a Jesucristo en caridad perfecta, aceptando la voluntad de Dios hasta la propia inmolación. La santidad es la mejor herencia de la Familia Salesiana. Un camino iniciado por Don Bosco y adornado por una multitud de hijos e hijas de nuestro carisma juvenil, viviendo la primacía de Dios y la lucha gozosa por su reino. Don Bosco fue un educador santo, que se inspiró en un modelo santo: san Francisco de Sales. Fue alumno de un maestro espiritual 206
santo: san José Cafasso. Sabemos que en nuestra Congregación salesiana no todo es santidad. La Congregación posee salesianos y salesianas que podrían ser hasta piedra de escándalo. Pero tenemos que aceptar que hay todo un proyecto de santidad que está creciendo en el mundo: “Sacerdotes, laicos y consagrados, jóvenes y adultos de esta gran familia, miembros todos dedicados a educar y evangelizar, constructores del hoy y del mañana, como verdaderos apóstoles llamados hasta el heroísmo del martirio, y todos ellos encuentran la riqueza de su inspiración religiosa tratando de imitar la vida de nuestros santos. Es admirable lo que la gracia del Espíritu santo hace en el corazón de aquellos que se dejan guiar con gran disponibilidad. Todos aquellos que acogen el don del Espíritu van difundiendo su amor, y aspiran a una vida en caridad perfecta, y a una unión más profunda con Dios”(www.sdb.org) La santidad cabalga por caminos de sencillez, en la ofrenda gozosa de cada día. Cuando Don Bosco pronunció aquel sermón frente a sus muchachos, donde les dijo: Dios quiere que seamos santos, es necesario que seamos santos, y es fácil hacerse santo, Domingo Savio sintió una gran sed de santidad y empezó a poner pedacitos de madera bajo la sábana para ofrecer esa molestia al Señor. Don Bosco se lo prohibió y le dijo: “Ofrece las incomodidades de cada día, el calor, el frío, la falta de algo necesario, y esa ofrenda diaria te hará santo. En aquel tallercito fundado por Petronila y María Dominga Mazzarello para ayudar a las niñas pobres, estaba el hilo por donde corría la santidad: “Cada puntada debía ser un acto de amor a Dios”. En los caminos sencillos, Dios hace su obra de amor. Esa es la santidad salesiana. Los caminos sencillos del Evangelio llevan siempre alguna nota de sufrimiento, porque la mística del Evangelio es clara: “Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da fruto”. La santidad exige dar muerte a muchos resabios de mundo que hay en nosotros. Pero a pesar del sufrimiento, los caminos de Dios llevan una energía interior que nadie puede detener. La mayoría de nuestros santos y beatos 207
vivieron una vida muy corta. La Iglesia ha recorrido con ellos y ellas una ofrenda gozosa, y el paso de Dios por sus vidas los ha inmolado rápidamente. Hace poco el santo Padre canonizó al P. Damián, apóstol de los leprosos en la isla Molokai. Del comunicado que hizo Roma de esa canonización, extraje dos pensamientos: 1-Una señora, compañera de enfermedad del P. Damián, a quien la lepra le había arrancado las dos orejas, la nariz, y todos los dedos de las manos, y ella rezaba el rosario pasando las cuentas con los dientes. Eso es fe, así son los elegidos de Dios. 2- Benedicto XVI en su homilía, dijo: “Jesús invita a sus amigos a la total donación de sus vidas, sin cálculo de ganancia personal, con infalible confianza en Dios. Los santos acogen esta invitación y afrontan el sufrimiento de Cristo crucificado y resucitado con humilde docilidad”. El rico patrimonio de los santos: La Iglesia posee un incalculable patrimonio espiritual en el ejemplo de sus santos: Alejandrina María Da Costa: Después de 5 años de oración, Jesús se le presentó en una visión y le dijo:”No quiero que cures, quiero que me acompañe a sufrir por los pecadores del mundo”. Augusto Czartoryski renunció a dos reinados: Polonia y España. Su familia lo abandonó por ser sacerdote. María Luce de los(Focolares) muere a los 18 años de cáncer de huesos. Próximamente será beatificada... “Si me dan a elegir entre curar o irme al cielo, me voy al paraíso”. Santa Teresita del Niño Jesús: “Le pedí a Dios sufrimiento, y me envió mucho. Pero ya no sufro, porque todo lo que me hace sufrir me produce gozo”. San Francisco de Asís deja la comodidad de su casa, vive incomprendido y pasa hambre, porque ama a Jesús con pasión. Don Bosco renunció a una vida cómoda y a posibles cargos en el espiscopado, por no abandonar a sus muchachos. Qué bello sería poder decir con el Evangelio: Hoy se cumple en esta asamblea el deseo de santidad de la Iglesia. Hoy grita de alegría la Congregación salesiana, porque a pesar de nuestras limitaciones, nuestros patios, nuestras escuelas y nuestras misiones son escuelas 208
de santos, y sentimos un verdadero gozo espiritual al saber que muchas personas de nuestras filas viven una verdadera pasión en su amor a Dios, y en la entrega por su Reino. En la Iglesia, los santos son el rostro de Dios para el mundo. Ellos nos ayudan a seguir a Jesucristo con verdadera pasión humana y divina, capaz de dar la vida por el Señor.
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Beatificación de Ceferino Namuncurá - Un acontecimiento de fe -
Ceferino, desde el silencio mapuche, tuvo el corazón abierto de par en par, para recibir la buena noticia de Jesús. En él se da una síntesis de fe, vida y cultura. El establece un puente entre los valores de su raza india y los valores de la nueva civilización. La generosidad de su raza, presente en Ceferino, es terreno propicio para la expansión del anuncio del Evangelio. Pasando por peripecias y aventuras, recorrí, durante cuatro días, un largo camino, desde República Dominicana hasta llegar a Chimpay, en la Patagonia Argentina, lugar del nacimiento y del bautismo de Ceferino Namuncurá. En la iglesia de María Auxiliadora de Patagones, a unos 500 kilómetros de Chimpay, pude leer en el archivo parroquial, el acta de bautismo de Ceferino, elaborada por el salesiano Domingo Milanesio. La beatificación de Ceferino estaba fijada para el 11 de Noviembre del 2007. Se hacía muy difícil conseguir alojamiento en Chimpay, pues para mitad de Septiembre, todos los hoteles, escuelas, y casas salesianas en unos 70 kms. a la redonda, estaban reservados para esa fecha. Chimpay, pueblecito de tres mil habitantes, se preparaba para recibir a más de cien mil peregrinos. Entre la inspectoría, la diócesis y la municipalidad de Chimpay realizaron un gran trabajo de organización y acogida. En la oficina de un ayudante del ministro de producción de la provincia de Río Negro, sr. Juan Accatino, me pusieron una cama, y así, estando en el mismo pueblo, pude participar de todas las celebraciones que preparaban a la gran fiesta. En esa casa me esperaban dos periodistas del periódico Río Negro. Publicaron mi fotografía y mis comentarios al significado de esa beatificación. En los tres días de preparación a la fiesta me tocó hablar por una docena de emisoras de Radio, pues dada la distancia 210
de mi viaje, prácticamente me volví noticia para ese ambiente. En la carpa que servía de sacristía para obispos y sacerdotes, saludé con un abrazo al Rector Mayor, Don Pascual Chávez, y éste exclamó: …De República Dominicana…aquí? Además de participar de la celebración, mi intención era captar la alegría de la fe de todos esos grupos de peregrinos que iban llegando desde Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay, y de toda Argentina. Aquello era todo un espectáculo celestial, semejante a las multitudes que seguían a Jesús, sedientas de su Palabra. Los cantos, los vivas, los grandes sacrificios de esos peregrinos elevaba el ambiente y fortalecía la fe. El sábado 10 de Noviembre por la noche, la temperatura tocó el doloroso número de 0 grado centígrado, y al aire libre amanecieron más de 30 mil personas, incluyendo un gran número de sacerdotes que acompañaban a sus hijos en la fe. El sr. Obispo, Mons. Esteban Laxague, salesiano, y el párroco de Chimpay, P. Ricardo Noceti, sdb, se dedicaron a acoger y a bendecir a las personas durante todos esos días. El obispo se mudó desde Viedma, donde reside, a la parroquia de Chimpay durante 4 días, y su trabajo cubría más de 18 horas diarias. El Viernes día 9, se inauguró la nueva iglesia dedicada al beato Ceferino Namuncurá, y el sábado 10, a las 11 de la mañana, tuvimos la Eucaristía de acogida a los peregrinos, que llegaban en carros, guaguas, trenes y muchos a caballo. Fue una liturgia preciosa. El grupo chileno poseía unos cantos y una alegría contagiante. Todo ello nos calentaba para la gran celebración del Domingo 11. La fe hace cosas grandes…maravillosas. Un muchachito, que salió de su tribu mapuche para estudiar en Buenos aires con el firme propósito de ayudar a su gente… que se enfermó en Buenos Aires, lo llevaron a Viedma y luego a Roma, y la enfermedad siguió minando su cuerpo, y a los 19 años murió... que hace 102 años que murió y lo que queda son unos pocos huesos… el 11 de Noviembre reunía en Chimpay, en un parque convertido en lugar de oración, al vicepresidente de Argentina, tres cardenales, unos 40 obispos, 211
cerca de cuatrocientos sacerdotes, y toda una multitud de más de 130 mil personas, llegadas allí tras un enorme sacrificio. En la misma ocasión, otras multitudes se movían hacia dos lugares más: la gran celebración de Fortín Mercedes, Provincia de Río Negro, donde se encuentraban sus restos, y el colegio salesiano de Almagro en Buenos aires, donde Ceferino fue alumno por cinco años. Su figura se ha vuelto un signo poderoso del amor de Dios para multitudes de diferentes razas y condición social. ¿Qué hizo Ceferino para convertirse en ídolo de toda Argentina, de Chile, y prácticamente de todo el cono Sur? Simplemente encontró a Jesucristo, lo amó con locura, y le ofreció toda su vida, esa vida rica, de joven apasionado por las cosas grandes, para que Jesús bendijera su raza, su pueblo, su tierra y toda su nación. El le mostró al mundo, que las grandes victorias de esta vida no están en la flecha india bien dirigida, ni en las cuentas bancarias bien manejadas, ni en muchos placeres bien disfrutados, sino en el encuentro de la fe y del amor de Jesucristo, aun siendo vividos en el lecho del dolor. No hay que olvidar que Ceferino es un fruto de una tierra generosa “la Patagonia”, y que de esa generosidad forma parte todo su pueblo, la República Argentina. En una de esas tardes que pasé en Chimpay, tardes cargadas de silencio, frío y oración, al meditar en lo bien que tantas personas me habían tratado, gente buena que ni siquiera me conocía, escribí en mi pequeña agenda personal: El pueblo argentino sabe querer al peregrino. Son profesionales en la hospitalidad. Su amor sabe a tierra virgen y a hogar caliente. Después de la gran ceremonia de la beatificación, oí a alguien que exclamó: Qué hermoso era ver a más de cien mil peregrinos, venidos de todas partes, que ni siquiera se conocían, abrazándose y besándose en una celebración de fe. Gracias, beato Ceferino, por mostrarnos la bondad de Dios, y por mostrarnos un camino de esperanza que conduce a la luz.
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Si pudiera…... Un proyecto para trabajar en la propia vida
1. Si pudiera...no decir ni una palabra. Si pudiera...no cantar ni una canción. Si pudiera...ver la vida como un sueño, le daría mucha paz, a mi pobre corazón. 2. Si pudiera...vivir la vida en silencio. Si pudiera...esconderme en la oración. Si pudiera...darle a Dios todas mis luchas lo que espero y lo que tengo, viviría por amor. 3. Si pudiera...andar con mis pies descalzos. Si pudiera...caminar sin hacer ruido. Si pudiera...vivir como vive un niño, sin afanes, sin proyectos, y vivir en el olvido. 4. Si pudiera...quitarle al mundo las noches Si pudiera...caminar siempre en la luz. Si pudiera...volar hacia el firmamento, y gritarle a las estrellas, que quiero ver a Jesús. 5. Si pudiera...dejar este cuerpo frágil. Si pudiera....llenarme de paz y amor. Si pudiera...volar como vuela el viento, irme más allá del tiempo, al encuentro de mi Dios. 6. Si pudiera...dormir y no despertar. Si pudiera...descansar en mi Señor. Si pudiera...soñar con la eternidad, Y quedarme allá jugando con los ángeles de Dios. 213
Al caer la tarde 1-La noche se vuelve fría y el día pierde calor. Las huellas en el camino tratan de sembrar amor.
arnos aferr vanece. e d os des tratam o se nos e u q Aun osas, tod c a las
2-¡Cuántos caminos se cierran! ¡Cuántas angustias y penas! Se están secando las lágrimas con qué llorar esta tierra.
3-Cada día hay que partir siempre en un camino incierto. Entre sonrisas y lágrimas entre alegría y lamentos.
5-El día llega al final Y todo se queda atrás: Los caminos, los proyectos que ya nunca volverán.
4-Quien cae vuelve a caer. Quien se despide regresa. Porque no hay puerto en el mar, el puerto es toda la tierra.
7-La ofrenda ya está completa y entregada a mi Señor. Es como el canto del cisne en el altar de mi Dios... 214
6-Estoy subiendo a la cumbre donde puedo ver el sol. Mi vida que fue un programa hoy es sólo una oración.
Al final del Camino - un adiós feliz Me volví nadie y desde mi nulidad aprendí a amarte. Sólo tu misericordia tenía grandeza en mí. Lo demás era débil, sencillo y pequeño. Miro a todas partes y sólo contemplo fronteras cerradas, pero el cielo sigue abierto y la esperanza es siempre el punto final de toda inquietud. Con frecuencia logro algún fruto que brota de alguna cosecha, aunque los desiertos estén danzando a mi alrededor. Pero poco a poco se consume el fruto y se acaba la cosecha, y mi barca vuelve a encayar, porque se ha secado el agua donde podía navegar. Los mares se han secado y las playas se han ido, y sólo puedo navegar en el mar del olvido. Pobre gaviota sin alas que no puede volar, consumiendo su vida sin saber lo que mañana vendrá. Me deslizo sobre las aguas y mis ojos se clavan en el cielo, convirtiendo la esperanza en un sagrado puente que alimenta mi sed de infinito. Golpeo la puerta del amor de Dios para que Él me permita descansar un poco antes de partir, y me dé tiempo suficiente para poder reunir mi ofrenda y dejarla al pie del altar. Es el gran gozo que me queda: saber que todo lo que quedó de mí, fue ofrecido con amor, y que mi ofrenda subió como incienso al trono de Dios. Déjame, oh Dios, dormirme azotado por la brisa de alas de ángeles, y arrullado por canciones que se grabaron antes del tiempo. Vuelo hasta tí como hijo pródigo que no supo andar por la vida, y a quien le quedó sin gastar un buen capital: El saber que tú siempre me esperabas. Por eso la muerte eterna no puede atraparme, porque siempre fui tuyo. Como todo hijo pródigo, un día pude salir de la casa del Padre, pero nunca pude irme de su corazón, porque la puerta se cerró conmigo dentro, y no pudiendo salir, me volví amor. Partir hacia mi Dios es sólo una fiesta, la fiesta de quien se llenó de amor, y voló hacia las estrellas buscando a su Dios, decidido a encontrarlo, no importa la Galaxia donde se haya refugiado. Yo sé 215
que su galaxia es la cruz redentora, donde Él clavó sus brazos abiertos para bendecir siempre. Al pie de la cruz me dormiré en su amor eterno.
Mi canto del cisne Con mi canto del cisne al atardecer de mi vida vengo ante ti, mi Señor, a rezar y a ofrecer. Cuando ya lo que quede no sirva para ofrecer, tíralo, dispérsalo, como ceniza sobre el mar porque ya mi ofrenda está completa.
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La fe y los milagros
en la perspectiva del misterio de la cruz Fe es creer que Dios existe y que nos ama. Fe es creer en Jesucristo, Hijo de Dios enviado por el Padre, que nos ha liberado del pecado, y nos ha dado nueva vida, a través de su muerte y su resurrección. Todo encuentro con Jesucristo tiene la finalidad de reafirmar nuestra fe en Él, de tal forma que esa fe se transforme en amor y ofrenda de uno mismo. La fe y el amor nos llevan a anunciar el nombre del Señor y a proclamar su gloria en la tierra y en el cielo. Un milagro, que es un acontecimiento que en alguna forma supera el orden natural de las cosas debido al poder de Dios, tiene como única finalidad la gloria de Dios y aceptar la divinidad de Jesucristo. Cuando Jesús empezó a presentarse como Mesías, como venido de lo alto, fue rechazado por muchas personas. Entonces Él empezó a hacer los milagros, diciendo: “Si no creen a mis palabras, que crean a mis obras”. Cuando Jesús hizo su primer signo en Caná de Galilea, el texto comenta diciendo:”Creció la fe de los discípulos en Él”. Lázaro resucitó, y luego, volvió a morir. Pero la fe de los discípulos no iba a morír con Lázaro muerto. Los milagros no tenían como finalidad curar una persona para que se sintiera bien, sino para reafirmar la fe en la divinidad de Jesús. Un enfermo se curaba y luego se enfermaba de nuevo. Un muerto resucitaba, y luego se moría de nuevo. Pero la fe que se infundía con el milagro no se apagaba. La gente le fue cogiendo gusto a los milagros, y andaban por todas partes tratando de asistir a algún milagro. En una ocación, Jesús exclamó: “Esta gente quiere signos, pero no se les dará más signo que el del profeta Jonás. Así como Jonás estuvo tres días en el vientre del cetáceo, el Hijo del hombre estará tres días en el vientre de la tierra” - Mateo 12, 38-40 El verdadero signo que la gente necesitaba era el milagro supremo de la resurrección, y la verdadera fe de la gente no era para conseguir milagros, sino para creer en Jesús resucitado. 217
Cuando Juan y Pedro fueron al sepulcro y se acercaron a aquel ambiente que hablaba por sí solo de resurrección, “vieron y creyeron”. El milagro de la resurrección despejaría toda duda, y las personas no necesitarían de más milagros para creer en Jesús y en su origen divino. Todo milagro tiene, como primera finalidad, fortalecer la fe de los creyentes. Los apóstoles vivían una completa novedad rodeando a Jesús. Les era muy difícil pensar que era un Dios, y por lo tanto necesitaban los milagros para despejar cualquier duda. Los leprosos necesitaban su curación y no pensaban en otra cosa. Ellos no conocían la ofrenda de sí mismos a través del misterio de la cruz, para ver el dolor como algo aceptado por la voluntad de Dios. Lo que ellos querían era curar, y con la curación, entraba la fe. Los primeros cristianos venían de un mundo pagano, tenían que afrontar el martirio, y los milagros eran los signos que calentaban a la comunidad en la experiencia de un Cristo vivo. No porque consiguieran liberarse del dolor, sino porque esa liberación era señal de la presencia de Cristo resucitado. Los enfermos que se curaban y las cárceles que se abrían, fortalecían la fe inicial de los cristianos, hasta lanzarlos en un arrebato supremo de amor por el Señor resucitado, siendo capaces de dar la vida por Él. La Iglesia ha ido creciendo, cargando su cruz, acompañando a Cristo como Juan y María al pie de la cruz, y su fe se ha fortalecido. Y con una fe fuerte, la Iglesia no necesita ya de milagros. Si aparecen milagros como regalo de Dios, los disfruta, los aplaude, pero no son una necesidad para demostrar la fe de la Iglesia, pues la verdadera fe se muestra en la adhesión a la cruz, no en conseguir un milagro. La alegría de la Iglesia no está en sentirse curada, sino en estar como Juan y María al pie de la cruz, ofrecerse como Cristo el Viernes Santo y sentarse como María Magdalena en la piedra de la resurrección, con una fe que la conduce gozosa a la ofrenda de su vida, más que a trasladar montañas, y a curar a sus hijos enfermos. Los que andan, como los leprosos, buscando milagros 218
ante cualquier dolorcito que tienen, poseen una fe demasiado débil, una fe incipiente. No conocen el misterio de la cruz y la ofrenda de sí mismos, sino que quieren encontrar milagros en todas partes para no sufrir nada, y viven huyendo del poder salvador de la cruz y de la transformadora voluntad de Dios. El milagro es para encontrar a Jesucristo, para creer en Él. Y cuando una persona se ha ofrecido totalmente a Él y lo ama, ya no necesita un milagro, al estilo de los leprosos, para fortalecer su fe. Jesucristo no vino a hacer milagros, vino a hacer la voluntad del Padre y a salvar la humanidad. Los milagros son caramelos, algo propio de una fe demasiado débil, para que se fortalezca. La fe ayuda a producir el milagro, y el milagro se encarga de hacer crecer la fe, reconociendo que sólo Dios lo puede hacer, y que un milagro es un signo de la presencia de Dios entre nosotros. Esa fe incipiente, fe de leprosos, fe de personas que huyen del misterio de la cruz, que buscan milagros hasta por un dedo que les duela, es la fe que debilita el verdadero camino de la Iglesia, la cual quiere acompañar a Jesús con el poder de su ofrenda. Esta gente así, serían capaces de pedirle a Dios un milagro para que se curaran las heridas de Jesús en la cruz, y que no salvara a la humanidad con la ofrenda de sí mismo al Padre. Esa fe que sólo busca milagros, mantiene la decadencia de la fortaleza espiritual de la Iglesia. La gente no enciende un velón para acompañar a Jesús en la cruz, sino para que los saque de algún sufrimiento. Las Misas de sanación mantienen al pueblo de Dios en una gran necesidad de curarse y no de acompañar a Jesús en la cruz. Jesús tiene poder de curar, pero es ante todo el Dios salvador, y no un Dios milagrero. El movimiento carismático considera que hay milagro hasta en una persona que tiene un poquito de tos y se le pasa. Esos que quieren vivir al lado del Dios de los milagros son los que tienen la verdadera “poca fe” de que habla el evangelio, pues la fe que tienen no les da para estar al pie de la cruz como María y como Juan, ni para sentarse en la piedra de la resurrección como María Magdalena, y por lo tanto 219
tienen que buscar milagros al estilo de los leprosos para calentar su emoción. Las personas que buscan milagros a toda hora, y creen que eso es fe, están confundidas y confunden a los otros, pues están movidas por una raíz protestante , y un simple barniz cristiano, cubierto con una dimensión casi supersticiosa. Cuando un Papa se reúne con 200 mil jóvenes, les lleva el mensaje de la transformación interior a través de la aceptación de Jesucristo y de su acción purificadora que cambia el corazón humano. Cuando los protestantes reúnen a multitudes, su preocupación es ver que fulana tenía 20 años sin caminar, y ya camina; que otro tenía un cáncer y se curó; que alguien padecía un dolor de cabeza y ya no le duele. Es una búsqueda de milagros al estilo de los leprosos. Una evangelización así es un peligro para la vida cristiana, pues los que no consiguen curarse pueden pensar que Dios no los ama, o que no tienen fe, o que su pecado es muy grande, y todo eso es falso. Jesucristo usó los milagros para demostrar su divinidad, pero usó la cruz para salvar a la humanidad. El Cordero inmolado, que llegó al matadero sin abrir la boca, no andaba buscando milagros, ni ofreciéndo milagros a los que le seguían, sino aceptando la cruz en obediencia hasta la muerte. De esa forma, se constituía en modelo de aceptación de la voluntad de Dios. Muchos protestantes ni siquiera hacen la señal de la cruz, pues la cruz ha sido apartada de su evangelización. Y si al Evangelio se le quita el misterio de la cruz, la fuerza del Cordero inmolado queda muy reducida El Evangelio no es camino de “emociones”, sino camino de “decisiones”, donde la persona decide romper con el pecado, romper con las deficiencias de su vida interior, y unirse a Jesucristo, cueste lo que costare, sin detenerse hasta llegar a la propia inmolación,al estilo del Maestro que murió y resucitó por el poder de su fe y su confianza en el Padre. Los buscadores de milagros se consideran dueños del poder de Cristo para curar, diciendo: En el nombre del Señor, usted se va a curar, porque él es poderoso, gloria a Dios... pero a su lado nadie se cura, porque todo es imaginación y confusión. 220
Clavar el alma en una página del Evangelio, y seguir los pasos de Pablo, de Pedro, de Santiago o de Juan, no es andar pasando mano sanadora, sino darlo todo y no necesitar de nada, porque “sólo Dios basta”. Cuando el niño Dios, por mandato de un ángel, huyó a Egipto y Herodes mandó matar a todos esos inocentes, era mucho más hermoso que viniera una bandada de ángeles y detuvieran las espadas de los soldados, y gritaran “gloria a Dios... aleluya”, pero esa escena milagrosa no sería parte del misterio de la Encarnación, donde el que iba a sufrir era el gran inocente, Jesús, y esos niños eran ya parte de una inocencia crucificada, cosa que ninguno de nosotros puede entender. Cuando las piedras caían sobre el cuerpo de san Esteban, hubiera sido hermoso que las piedras volvieran hacia atrás y golpearan a los que las tiraban, como un milagro del poder de Dios, pero el Evangelio no habla de ese estilo de vida, sino del que sufre por amor, y sufre con alegría: Bienaventurados son ustedes cuando los injurien, los persigan, y digan toda clase de males contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense porque su recompensa será grande en el cielo”. Alégrense y regocíjense, no porque se les quitó una pena, sino porque cayó sobre ustedes toda clase de males, y eso fue por causa de seguir y amar locamente a Jesucristo. Cuando los apóstoles regresaron de evangelizar, de curar y echar demonios, regresaron lleno de alegría porque Satanás se les sometía. Jesús se limitó a decirles: “No estén contentos porque se les someten los demonios (o porque pueden hacer milagros). Alégrense mucho más, porque sus nombres están escritos en el cielo”-Lucas 10, 20. Es decir, porque ustedes ya están unidos a mi sacrificio, y beberán el cáliz que yo voy a beber, pero también sentirán el gozo de la resurrección. Eso es verdadero camino de fe. Sus nombres están escritos en el cielo...ése es el gran milagro con que Jesús coronaba la vida de sus amigos. Cuando san Pablo le dijo a Jesús: Señor, tengo un sufrimiento, por favor, quítamelo para poder cumplir mejor mi misión.... 221
Jesús le contestó: Pablo, te basta mi gracia, la fuerza se muestra en la debilidad -II Cor. 12, 9. Es como si le dijera: Tú no necesitas milagros, tú tienes fe suficiente para estar clavado conmigo en la cruz. En los Hechos de los apóstoles dice san Pablo: “El Espíritu me asegura que de ciudad en ciudad me aguardan cárceles, azotes, persecuciones, sufrimientos de toda clase”-Hechos 20, 22-24. Lo que le aguardaba a Pablo no eran bandejas llenas de milagros, y masajes para restaurar fuerzas perdidas, sino cárceles, azotes, cruces que lo iban crucificando como a Cristo, y eso es lo que Pablo quería para parecerse a Jesús y tener parte en su resurrección(Efesios 3). Cuando san Ignacio de Antioquia era llevado a Roma para echárselo a las fieras, como obispo que era, escribió varias cartas a sus feligreses y les decía: “No recen para que las fieras rehúsen comerme. Yo no quiero librarme de ellas. Dios sabe lo que me conviene, y si consigo el martirio, seré un cristiano de verdad”. Cuando el P. Emiliano Tardif se curó, no fue un milagro para que se sintiera bien, pues él tenía fe suficiente para acompañar a Cristo en la cruz. Se curó para que fortaleciera la fe de muchos hermanos que estaban débiles. Su milagro fue una misión para fortalecer a otros. Tan es así, que cuando en Argentina lo esperaban 10 mil personas para que les anunciara el evangelio, se murió en la habitación, no después del encuentro, sino antes de llegar donde estaba la gente, pues su misión ya estaba cumplida. No era un asunto de que él tenía fe para producir milagros, sino que tenía fe para llevar adelante una misión de Dios, hasta que Dios dijera “basta”, porque Él es el dueño de la viña. Los milagros de Emiliano Tardif no eran para que la gente se sintiera bien, sino para calentar la fe. No son los fuertes de fe los que reciben milagros, son los débiles de fe para que se hagan fuertes en la fe. Los que se curaron en la predicación del P. Emiliano se volvieron a enfermar y murieron, pero la fe que se produjo con esos milagros nunca podrá morir. Cuando Alejandrina María D´Acosta, con sólo 14 años se lanzó de una ventana para salvaguardar la virtud de la pureza, su columna vertebral se hizo 222
pedazos. Aquella humilde casa fue invadida por una lluvia de gente con fe no purificada, rezando y diciendo: “Es que se va a curar, es que hay que tener fe, es que Dios la cura, es que el poder del Señor está aquí... y cosas por el estilo. Todos esos grupos duraron 5 años rezando y gritando como si Dios fuera sordo, y haciéndose dueños de la voluntad de Dios, diciendo: Es que se va a curar, porque Dios lo quiere así... etc. etc. Y después de esos 5 años de vocear y vocear como los baales que mandó matar el profeta Elías, Jesús se le apareció a Alejandrina y le dijo simplemente: Alejandrina, no quiero que cures, quiero que me acompañes a sufrir por los pecadores del mundo. Alejandrina empezó a despedir a la gente y a cambiar su deseo de curar por el deseo de sufrir, y su fe creció con el sufrimiento, porque estaba más cerca de Jesús. Ahora estaba sentaba junto a Cristo, y ahora cumplía la voluntad de Dios. Ahora tenía fe de verdad, no como cuando tenía la fe de los leprosos, desesperada por curar. Alejandrina duró 31 años postrada en su cama, experimentando la pasión de Jesús en la cruz. Esta santa jovencita duró 13 años sin comer nada, más que la Comunión. Ella es talvez la más grande mística del siglo XX, beatificada por Juan Pablo II en Abril del 2004. Si hubiera curado, no sería la gran Alejandrina que hoy tiene la Iglesia. Ella creció espiritualmente mientras estaba clavada con Cristo en la cruz redentora. La gente cree que el que tiene fe se cura, y es un error. El que tiene verdadera fe cree en la divinidad de Jesús y lo acompaña en el misterio de la cruz, y no necesita un milagro. El que tiene la fe de los leprosos está todos los días buscando milagros, porque no tiene fe para aceptar el sufrimiento, único camino salvador. Esos que están todos los días buscando milagros, y que creen que eso es la verdadera fe, están debilitando a la Iglesia de Jesucristo, que está llamada a crucificarse con su Maestro, y están frenando a mucha gente que podrían tener un gran espíritu de fe y se quedan en una fe pobre, presentando sus penas al Señor, y exigiendo un nuevo milagro. 223
La verdadera oración del cristiano que sufre es ésta: Señor, yo sólo pido no pedirte nada. Decide Tú lo que es mejor para mí. Que se haga siempre tu voluntad. Déjame clavado a tu cruz, porque así te amo más. Cuando san Francisco de Asís salió desnudo de su casa como una protesta por la falta de generosidad de su padre, y la gente consideraba a Francisco como un loco, él pasaba hambre, frío, rechazo, etc. En la iglesia de san Damián, el crucifijo despegó una mano, y abrazó a Francisco, no para darle una caricia, o para darle mucha comida o algo de ropa, sino para imprimirle las cinco llagas en el cuerpo. Esas cinco llagas le duraron hasta la muerte: Esa fue verdadera fe, eso fue un verdadero milagro, el milagro que nos clava a la cruz, no el milagro que sana nuestro cuerpo, sino el milagro que sana el alma. En el sermón del Pan de Vida del capítulo 6 de san Juan Evangelista, la gente corría detrás de Jesús. Iban en barca, corrían por tierra, usaban camellos, burros, lo que apareciera, lo importante era encontrarlo. Al reunirse de nuevo con la multitud, Jesús les dijo: “Ustedes no me buscan a Mí, buscan el pan que yo les di. No se afanen tanto por el alimento que perece, busquen mejor el alimento que da la vida eterna”-Juan 6, 26-27. Es como si oyéramos a Jesús decir: No me buscan a Mí, muerto y resucitado, sino que buscan mis milagros para sentirse bien y así huir de mi cruz que los hace ofrecerse conmigo, que los invita a morir conmigo. En el movimiento carismático hay muchas personas muy santas y de mucha fe, pero con ese asunto de los milagros al estilo protestante, el movimiento carismático ha hecho mucho daño al cristianismo auténtico, pues la gente no busca a Jesús para acompañarle en la cruz, sino para sentirse bien, para no sufrir más, y ese tipo de preocupación puede debilitar la unidad con Cristo. La tierra tiene sabor a cruz, el cielo es la sanación total. Mucha gente desea un cielo en la tierra, y eso no es posible. Hay que esperar. Su Reino no es de este mundo. 224
Lourdes, Fátima, Medjugorje, son lugares donde se experimentan muchos milagros, son lugares donde los milagros activan la fe de los que dudan o tienen fe débil. Cuando las personas tienen fe de verdad, cuando han aceptado a Jesucristo y lo aman con todo el corazón, no necesitan milagros. Dios les puede dar un milagro como un regalo personal, como un caramelo en medio del desierto de esta cansada vida, pero el gran milagro es poder permanecer junto a Él, participando de sus sufrimientos. (Filipenses 3, 7-16) Hemos dicho que todo milagro es para reafirmar la fe en Jesucristo. Si ya creemos en Él, si ya somos de Él, si nos ofrecimos totalmente a Él, no necesitamos milagros. Si Él desea obsequiarnos un milagro, no necesitamos pedírselo. Él es quien decide. Eso es asunto del misterio de su santa voluntad. No necesitamos los milagros de Dios, sino al Dios de los milagros. Más que ayudar a las personas a que asuman la voluntad de su Dios al pie de la cruz, muchas personas casi se desesperan en busca de milagros. Y cualquier cosita media milagrosa que sucede, la proclaman tanto, que aquellos que no consiguen sanarse, consideran que Dios no los quiere, que Dios los ha olvidado, y sin embargo, talvez a esos, Dios los quiere más. El movimiento carismático también ha despertado el deseo de alabar a Dios, de proclamar su gloria, pero como se alimentan de mucha gente que anda buscando curarse, la oración de alabanza queda reducida a un segundo plano. No cabe la menor duda de que en el movimiento carismático hay una gran cantidad de personas realmente santas, entregadas totalmente a Jesucristo, y que son de un testimonio incuestionable en la vida de la Iglesia. Pero la mayoría de los grupos andan asfixiados en busca de milagros, y consideran que el que consigue un milagro es porque tiene mucha fe, cuando la verdadera fe la tiene el que es capaz de permanecer al pie de la cruz con María y con san Juan, e incluso con María Magdalena sobre la loza del sepulcro, reafirmando su fe en la resurrección, no desde la victoria sobre la enfermedad, sino sobre la ofrenda de su enfermedad, al estilo de Jesucristo en el madero redentor, 225
como cordero llevado al matadero que no abre la boca. La verdadera fe consiste en aceptar con gozo la voluntad de Dios, llegando a sufrir con Él en la cruz, y no tanto la fe que se queda a pedir un milagro como los leprosos que no sabían nada de la ofrenda de sí mismos en el altar de la cruz, y sólo pedían curarse. Hay muchas canciones que expresan una verdadera unión con Cristo, pero muchas veces, son pura literatura que conecta más con el estado emocional de la persona, que con una decisión profunda de unión con Dios. El gran milagro es tener al Señor, tener su amor y sentirse cerca de Él y no tanto el obtener una curación en este cuerpo doliente que sirve para ofrecer, y que un día, curado o no curado, se irá hacia su Señor. El verdadero gozo de todo cristiano es tener a Jesucristo, y tener parte en su cruz y en su resurrección. Tener algo qué ofrecerle cada día, y darle, a Jesús, la oportunidad de que, en nosotros, Él siga muriendo y siga salvando a esta humanidad, hasta la completa liberación. “Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte”... ...Dios juzgó conveniente perfeccionar con sufrimientos al guía de su salvación... Hebreos 2, 5-12.
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La tercera edad El tiempo que va desde una cierta reducción del trabajo ordinario hasta la entrada en la vida eterna es un tiempo precioso, tiempo de paz, al que podemos llamar: la tercera edad o el tiempo del gran silencio. De ordinario, este tiempo coincide con la edad del retiro del trabajo, que se hace en torno a los 65 y los 70 años de edad. Muchas ilusiones se han sublimado, convertidas en ofrendas. Muchas limitaciones nos piden estar tranquilos, en silencio y en oración. “Al final del camino se ven las cosas más claras, la razón, el porqué de mil cosas más”, y todo eso invita a la contemplación en una vida serena. La tercera edad es un tiempo bonito, sagrado, que sólo se puede manejar desde dentro del alma, desde el fondo del corazón que ha sabido creer, que ha sabido ofrecer y que ha sabido amar. La historia vivida por cada uno es intocable y es sagrada, pues se escribió con la luz que se tuvo, fuera poca o fuera mucha. Lo que ha sucedido en cada vida es para siempre, y sólo posee un juez: Dios. Y como Dios es el juez, eso da un gran descanso del alma, pues en su corazón de Padre, las líneas torcidas de nuestras vidas, al llegar a su presencia, se enderezan. Tal vez algún día fuimos “hijos pródigos”, pero al final, sólo triunfa el amor en la casa del Padre. La barca suelta las amarras y navega sin velas y sin remos, porque ya no nos toca a nosotros decidir. Sólo hay que dejarse ir como el río, y que la voluntad de Dios frene cuando quiera o tome la curva que quiera, porque todo lo que Dios haga por nosotros, siempre es bueno. Lo que debimos hacer, ya se hizo. Sólo nos queda aguardar, con alegría y paciencia, la mano del Padre que nos acoja en su morada con la misericordia reservada para nosotros. El dinero, los aplausos y muchas ilusiones humanas se van desvaneciendo, y ya no tenemos cosas que nos estorben para contemplar y aguardar a 227
Dios en silencio. La tercera edad no es tiempo de fracaso, sino de victoria. El servicio que ofrecimos, el amor que propagamos, los problemas que resolvimos, es un gran crédito que nos acompaña hasta el infinito. Alguna vez pudimos pisar terreno movedizo, se desvanecieron muchas ilusiones inalcanzables, se limitaron nuestras fuerzas, debimos dar algún paso atrás mojando la huella con alguna gruesa lágrima, pero todo eso, vivido y superado, es algo hermoso. Las olas golpean rocas y acantilados del mar, no pueden avanzar, pero siguen golpeando, y adornan el mar, y eso es bello. Muchas quejas, muchos lamentos de personas mayores no tienen sentido. Dios nos dio un tiempo para servir, un tiempo para amar, y tiene que terminarse. Sólo Dios es eterno, sólo nuestra vida en Dios es eterna. Lo demás es pasajero, se termina, y cuando nuestro programa se cierra, no tienen sentido los lamentos y las penas sufridas. Así como se celebran los 25 y los 50 años de un acontecimiento agradable, o los 15, los 50 y los 100 años de edad, la entrada en la tercera edad, que puede coincidir con la llegada de los 70 años, debería celebrarse con una gran fiesta. No se celebra el acercarse a la muerte. Se celebra lo que se ha sembrado en una larga vida llena de frutos maravillosos. Se celebra la valentía en construir una historia en el tiempo que guarda huellas de eternidad. Se celebra la victoria del vivir y de avanzar en un mundo que frena y que maltrata. Se celebran las cicatrices del tiempo que sólo se curan con pomaditas de amor y buenos recuerdos. Vivir es bello, y ninguna vida, por dura que haya sido, merece reproche. El pecado ha debilitado la mente y le ha quitado parte de la luz, pero aún así, el bien sigue siendo el camino normal por el que todos queremos andar. Cincuenta o sesenta años de servicio a la comunidad es una experiencia hermosa, sellada por el mismo cielo. Al final, cantando el canto del cisne, que es la vibración de un corazón agradecido, se acaba esta morada, que fue un regalo de Dios. La vida desde la 228
perspectiva de la fe, es toda una canción. Una canción de aceptación de la voluntad de Dios, una canción de amor absoluto a Él, que nos ama demasiado. Una canción de aceptación de todo lo que nos sucede, considerando que todo lleva el sello de Dios y que todo puede ser aceptado y ofrecido. En la literatura poética se acepta que el cisne, cuando va a morir, entona su canción de despedida. De hecho, el cisne no canta nunca, ni en vida, ni cuando va a morir. Pero la literatura acepta que sí, y por eso se sigue usando la imangen del canto del cisne, como una manera de terminar la vida con una expresión gozosa.
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La seguridad -vaivén entre la gratuidad y la posesión agresivaEl ser humano busca grandeza y entretenimiento, pero quiere desenvolverse en un clima de seguridad. Nos sentimos inseguros, vivimos llenos de miedo, y tratamos de protegernos construyendo “seguridades” en torno a nosotros. El dinero, la casa, las posesiones, los títulos son como barreras de defensa que nos envuelven. Las verjas, los candados, las alarmas, es todo un estilo que ayuda a proteger la persona y sus cosas. Cabe muy bien recordar aquí una frase del filósofo Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Lo “mío” se ha metido con tanta fuerza en mi yo, que casi no puedo ser yo sin lo mío. No siempre lo que queremos tener responde a una necesidad. Con frecuencia no resolvemos una necesidad, sino que buscamos aumentar nuestra “seguridad”. Nos cuidamos y nos defendemos para que nadie toque ese castillo que guarda nuestra paz y nuestra felicidad. El Evangelio llama cada día con más fuerza para que rompamos nuestras seguridades, que confiemos más en Dios y en su providencia, que le quitemos un poquito de amor al mundo y vivamos un poco más la gratuidad de las aves y de las flores. Pero tenemos mucho miedo. Nos aferramos a nuestras cosas, a los frutos de nuestro trabajo, y Dios se vuelve para nosotros sólo un complemento para que nos empuje hasta los límites a donde no pudimos llegar por nuestras propias fuerzas. Comprendemos la grandeza del Evangelio, la felicidad de las almas libres, de aquellos que cantan con sus vidas el salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Pero titubeamos demasiado, y no logramos dar el paso al vacío para agarrarnos de Dios. Desde el primer momento de su presencia en el mundo, Jesús empezó a llamar al desprendimiento, a vivir la gratuidad de Dios, y sólo a tientas nos acercamos a escuchar y a meditar la belleza 230
de esa llamada. Nos movemos entre la respuesta rápida de Pedro, Santiago, Juan y Andrés para seguir a Jesucristo, y la negativa del joven rico, que no pudo dejar su seguridad para adquirir una seguridad mayor, caminando al lado de Jesús. Nos movemos entre dos figuras de la naturaleza: La imagen de la gratuidad del río, y la posesión agresiva del mono. El río: Un río recibe millones de metros cúbicos de agua. Un día y otro día, un año y otro año, las montañas vierten sobre el río una enorme cantidad de corrientes de agua. El río no acapara nada, no guarda nada para cuando haya sequía. El río lo da todo. Parte de su agua es usada por el hombre y los animales, otra parte sirve para fecundar las tierras de su camino, y todo lo que le queda, se lo regala al mar. La vida del río es recibir y dar. El río no sabe acumular. El río es la expresión de la gratuidad de Dios, que en su gran amor crea el universo, no para sí, sino para ofrecerle al hombre una morada hermosa y agradable. El mundo entero es gratuidad de Dios, y sirve para el encuentro gozoso del Padre con sus hijos. Además, el río no tiene miedo a las piedras. El agua tropieza y tropieza y sigue su camino. Y mientras más piedras, más hermosa es la canción del agua que corre y canta. La vida del río es una bella lección para que vivamos con un pedacito de cielo en el alma. El mono: Algunos cazadores en la selva no cazan al mono persiguiéndolo con flechas, tampoco le disparan con armas de fuego. Simplemente preparan una jaula con barras fuertes y la cierran. Dentro de la jaula colocan una manzana. La jaula está cerrada. El mono se acerca y ve la manzana. Por la rendija de las barras entra la mano abierta. El mono está afuera. Con la mano dentro de la jaula atrapa la manzana. Con la manzana en el puño cerrado no puede sacar la mano de la jaula. Llegan los cazadores y atrapan al mono luchando por sacar la mano con la manzana. Pero no puede. Basta que suelte la manzana, la mano sale y puede huir y salvar su vida. Pero el mono prefiere perder la vida antes que perder esa manzana que él consiguió y que nadie se la va a quitar. Esa manzana se volvió 231
parte de su yo, y para quitársela habrá que matarlo o arrancarle la mano. Que eso suceda en un animal de cerebro pequeño puede ser comprensible. Pero en nosotros, los humanos, esto se da con mucha frencuencia, y es muy lamentable, pues muchas vidas viven amargadas al final de sus días. Muchas veces, un trabajo, una amistad, un vicio, exige de nosotros que hay que soltarlo, y dejarlo ir como el agua del río para salvar nuestra vida, o para adquirir al menos un poquito de paz. Con frecuencia no logramos ser libres, nos aferramos a personas o cosas, perdemos nuestra libertad, y nos hacemos mucho daño. Son lecciones que nos da la vida para que aprendamos a andar por este complicado mundo, conservando suficiente inteligencia para caminar pisando siempre tierra firme. Vivimos en un vaivén entre la gratuidad y la posesión agresiva. Dios creó un mundo grande y hermoso, para que hubiera mucho para todos, y así nadie tuviera que acaparar. Jesucristo nos invita a una vida de servicio para que nadie se adueñe de puestos de mando, sino que vivamos en el gozo de servir y amar. Dios quiere nuestra santificación para que pongamos nuestro tesoro en el cielo, donde nadie es egoísta y todo el mundo es feliz. Pero llegar a esas metas del cielo no es fácil. El pecado dañó fuertemente al hombre y el bien no siempre es nuestro camino. Llegamos hasta a gustar del mal, incluso sabiendo que es malo. Nos cuesta mucho ser realmente libres. Somos prisioneros de nuestra historia y queremos aprisionar a otros. Día a día nos debatimos entre el trigo y la cizaña, entre el bien y el mal. Vivimos llenos de miedo, y llegamos a llamar bien a lo que no es más que un bien inmediato. Acaparamos cosas y más cosas, pues creemos que nos dan felicidad. Sentarnos al lado de Jesús con el alma totalmente desprendida del mundo no es sencillo. Quisiéramos amar a Dios y amar al mundo con la misma fuerza, pues aunque tenemos fe, nuestra seguridad está en el mundo. Se nos hace fácil atrapar la manzana como el mono, y nos da miedo volar con la libertad de las aves, confiando únicamente en el Señor. 232
Al ritmo de la noche -Diálogo con Jesús-
Escuché el sonido de la noche y sentí latir el corazón del universo. Las miles y miles gotas de agua que se deslizaban por el espacio, parecían una multitud de luciérnagas bendecidas por la oscuridad de la noche. El aire que se respiraba venía a mí convertido en canción de las montañas, y la sensación de la presencia de Dios doblaba las rodillas de mi alma y me sumergía en una profunda oración. Oh Señor, ¿qué haces aquí en la noche, sentado en las piedras del camino? ¿Por qué no has recostado tu cabeza y has dormido como duermen los mortales? Mi Señor, tú también pareces dormir con un corazón desvelado, y te cansas en la noche buscando a tus hijos en la oscuridad de los caminos inciertos. Ellos ya no están, y ni siquiera te recuerdan, pero si un día su camino se cortara y tuvieran que regresar, te buscarían a ti, y por eso es bueno que sigas buscando, aun donde sabes que no están. Comprendo que nos hemos olvidado de ti y no somos capaces de velar contigo un par de horas. Tú sufres y mueres en los cristos anónimos, perdidos en las pesadas noches de la vida. Déjame volar como luciérnaga en la noche y acercarme a tus cansadas manos a depositar un poquito de amor con la luz de mi ojo iluminado. Déjame convertirme en el agua de un oasis, para apagar tu sed con un poco de agua viva. Si no puedo dormir, permíteme rezar, y que las ráfagas de mi corazón orante suavicen el dolor de la llaga de tu costado, y refresquen las heridas de tus manos y de tus pies. Déjame que me olvide del mundo, de las cosas, de todo, para llenarme de ti. Mis ojos cansados no pueden dormir, pero pueden verte. Descansemos un poco los dos en medio de la noche, y nuestro amor y nuestra felicidad será tan grande, que iluminará toda la montaña que nos rodea. Mira qué feliz es la tierra llenándose de árboles. Mira qué felices son los árboles, llenándose de hojas, 233
y qué felices son las hojas, extendidas como manos abiertas, recogiendo las gotas de agua para apagar la sed de la montaña. Así somos tus hijos predilectos: extendemos las manos para recoger el agua viva que cae de tu cielo redentor. Abrimos los corazones para recoger las bendiciones que llueven desde tu morada de paz. En las noches frías, adornadas con miles de estrellas que parecen cantar la armonía de la creación, se escuchan las palabras que un día nos dejaste como un recuerdo cargado de nostalgia: “Vengan a mí los que estén cansados y agobiados, que yo los aliviaré”(Mt. 11, 28). El sonido de la noche me habla de ti, y me llama a cantar mi alabanza antes del amanecer. Oigo la lluvia caer sobre las ramas de los árboles y sobre el techo de la casa, y me parece que es una armonía de ángeles que nos acompañan, porque tú estás aquí. Qué hermoso es estar contigo, qué bello es escuchar tu voz, que agradable es sentir tu presencia y hasta sentir un poco de miedo por temor a perderte. Antes de que el sol bañe nuestra tierra con las primeras luces de la aurora, mi corazón habrá iluminado mi casa con ese rayo de amor y de fe con que tú adornaste mi espíritu para que nunca te me pudieras perder. Tú y yo, en un hermoso silencio cargado de oración y de alabanza. Eres el Dios del amor que inunda los corazones con alegría y paz, y el que navega contigo experimenta una dulzura infinita. Sigue andando conmigo porque quiero estar contigo un poco más. No me interesa dormir, no me interesa comer. Tampoco quiero beber y mucho menos respirar. Quiero que todos mis sentidos se concentren para atrapar tu figura, y que nunca te me puedas ir. Yo sé que tú no te vas, porque tú no caminas por fuera, sino dentro de cada uno. Continúa, Señor, amurallando mi ser para que no se escapen mis sueños y mis ilusiones, y así entre los dos, construyamos una morada interior con sabor a cielo. Déjame reclinar mi cabeza, como san Juan, sobre tu pecho, déjame meditar al pie de la cruz como Juan y María, déjame acercarme a la tumba vacía con el poder del amor de María Magdalena. 234
Tú sabes que te amo con verdadera locura y que jamás nos vamos a separar. Cuando no se duerme, la noche se hace muy larga, pero si tú estás, entonces, que no amanezca nunca, pues tú eres el descanso del alma. Arrebátame, Señor, como águila misteriosa y santa, para que pueda saborear las delicias de tu amor, siempre nuevo y siempre consolador. La lluvia, la oscuridad, la montaña forman una especie de código santo que, a través de la fe y el amor, nos permite captar tu presencia y comprender que no estamos solos. Tú caminas con nosotros y siempre nos guía por una senda hermosa.
Inclinado sobre tu cruz -bebiendo de tu misericordia-
Señor, cuando yo tuve vida, la ofrecí por ti. Cuando yo tuve vida la gasté por tu amor. Cuando yo tuve vida, fui feliz amándote. Ahora que mi vida es poca, que estoy débil y cansado, sólo miro hacia el cielo buscando tu figura, y me duermo en silencio aguardando el paso de tu gracia. Deja caer, oh Señor, una gota de tu amor para que se fortalezca mi esperanza y se ilumine mi fe. Aunque mis pasos sean lentos y mi vida se esté apagando, camino hacia ti con toda la fuerza de mi alma y mi corazón sigue lleno de energía porque tú estás dentro de mí y eres la única razón de toda mi vida. Eres la brisa fresca en las tardes serenas, y eres la bella luz que me despierta en cada aurora para contemplar y vivir la emocionante aventura de cada día. Tú cabalgas en cada gota de mi sangre y eres el dueño de cada latido de mi corazón. Sigue llenando mi vida y que esta aventura preciosa que llamamos “vivir” encuentre en ti su fuerza y su meta, y así todo el sabor de la experiencia humana sea coronado por ti y para ti. El mundo se nos ha vuelto un remolino de bien y de mal, de fortuna y de fracaso, de fe y de olvido de Dios. Cuando calienta el sol y se pierde la esperanza, déjame descansar contigo para no desvanecerme 235
en mi propia confusión. Las pruebas han invadido mi espíritu como sucede en cada mortal que se asoma a la ventana del mundo, y he tenido que saborear horas amargas. Pero me alienta el saber que más allá de la experiencia de mi fe tú estás aguardando mi retorno. Con frecuencia te me pierdes en el espejismo de la vida, y mi agonía desbarata mi multitud de proyectos. Solo y errante no puedo andar. Necesito asirme de tu mano, seguir el ritmo de tus huellas, y cantar contigo el aleluya de cada día, mientras mis ojos se clavan en el infinito, acercándose cada día a tu eterna morada. Mientras siento el calor de tu presencia, voy desvelando el vacío del mundo, y la tierra entera se me cae de las manos, pues es muy poco lo que me puede ofrecer. Mis pies han tropezado con cosas y con sabores muy baratos, y al tropezar, se hace más lenta mi peregrinación hacia ti. Hoy contemplo la grandeza de tu cruz y nuevas luces se encienden en mi camino. Mientras más me acerco a tu dolor y a mi dolor, mientras más comprendo tus penas y mis penas, las tuyas al pie de la cruz, las mías en las luchas de la vida, más se aclara mi fe y se fortalece mi esperanza. Sólo te pido, Señor, que no aceleres tu marcha, porque no puedo correr. Mis pasos son lentos y en mi amor se producen grietas en el camino. Mis venas llevan sangre débil y mis ofrendas te las presento cada día sobre el altar de mi debilidad. Aunque llore y me lamente en los días que paso sin luz, mi amor a ti siempre está despierto, y me convierto, poco a poco, en una pieza de tu propiedad. Me acerco a ti, día y noche, para grabar tu figura en las pupilas de mis ojos. Medito y contemplo tu pasión para lograr configurarme contigo, y así me toque alguna astillita de tu cruz. Quisiera acortar la distancia que produce ese velo que cubre tu presencia en este mundo, y de ese modo, sentirte vivo como en los días de Galilea o del Calvario. Así como te mostraste con tanta claridad a tus apóstoles y amigos de los primeros tiempos, acércate un poquito más a nosotros y desvela tu preciosa imagen santificadora para que se fortalezca nuestra fe y cada día nos llenemos más y más de ti. 236
Apoyado en el testimonio de los santos En toda mi vida salesiana he estado siempre envuelto en el tema de la santidad. Es realmente hermoso entrar en contacto con las experiencias heroicas de los santos, de esos hombres y mujeres que sintieron tan cerca la presencia de Dios. El testimonio de los santos vale más que muchos mensajes y prédicas que escuchamos. Cuando alguien ha recorrido un camino heroico, deja en sus huellas una fuerza espiritual muy grande que atrae y entusiasma. Es la escuela del espíritu que produce una honda satisfacción en quienes se adentran en ella. Aunque el único modelo es Jesucristo y Él es el único que intercede por nosotros ante el Padre, la presentación de modelos cristianos para el camino de la fe, es casi una necesidad, debido a nuestra debilidad humana. Los modelos santos nos ayudan a llevar una conducta alegre y feliz, pues ellos nos estimulan cuando queremos abrir la puerta que conduce a la vida de la gracia. Los santos, a cuyas puertas me he acercado, salesianos o no, han puesto en mi alma un entusiasmo espiritual que, en mi vida de entrega a Dios, ha allanado mi camino y me ha hecho muy feliz. San Francisco de Asís Mi padre y mi madre vivían una intensa religiosidad. Para ellos, Dios lo era todo. Esa religiosidad era plenamente válida, porque conducía a una vida de caridad y sacrificio por amor al Señor. La experiencia de fe que se desarrollaba en el Santo Cerro, santuario de la Virgen de las Mercedes, era extraordinaria. Por los años 1940 al 1960, las celebraciones litúrgicas, la catequesis y proyectos misioneros, mantenían la fe en un verdadero calor de santidad. Mamá dirigía un centro de catequesis en la propia casa del Desecho, y papá dirigía otro centro de catecismo en el sector 237
el Morro. Para asistir a Misa con tanto fervor, para dar catecismo con tanto entusiasmo, mis padres tenían un alimento espiritual fuerte: La vida de san Francisco de Asís. Ellos eran miembros de la tercera orden franciscana. Vivían esa experiencia de san Francisco casi con locura, y transmitían una alegría de la fe, basada en san Francisco, que contagiaba a todos. La primera película que yo vi en mi vida fue la vida de san Francisco que fue proyectada en el Santo Cerro. Las florecillas de san Francisco y los ejemplos de su vida eran un alimento espiritual que se saboreaba en mi casa, por las noches y en los días de fiesta. El amor de san Francisco a Jesucristo, su caridad, su valor, fueron virtudes que se me grabaron en el alma. Y aunque mi formación fue salesiana, y he injertado mi proyecto de vida en el carisma de Don Bosco, la fuerza espiritual grabada en mí por san Francisco, nunca la he perdido, y me ha ayudado mucho en mi experiencia de fe, dentro del misterio de la cruz. Para acercarnos a Jesús crucificado nos puede ayudar este gran santo, quien no sólo amó su cruz acompañando a Jesús, sino que tuvo en sus manos y en sus pies, las llagas del cuerpo de Jesús. Es increíble el valor que tuvo para romper con su familia y con sus vecinos, cuando se lo exigió el Evangelio. Ellos no lo podían entender, pues él ya había abierto el Evangelio en profundidad y había dado un abrazo a la Palabra de Dios, con un amor de crucificado. Llegar hasta las últimas consecuencias del Evangelio y de la cruz fue el gran logro de san Francisco. Y su noble servicio al reino de Cristo ha atravesado estos ocho siglos de testimonio de fe y de amor de Dios. Lo que le hizo sufrir su familia, sus vecinos, e incluso, la misma jerarquía eclesiástica, contribuyó a una mayor santidad en él, y así creció el contagio espiritual para todos nosotros. Santo Domingo Savio Yo entré en el seminario menor salesiano el 11 de Octubre de 1954, cuatro meses después de la canonización de santo Domingo Savio que fue el 12 de Junio de 1954. Después de Don Bosco, 238
era el primer santo que llegaba a los altares habiendo vivido el Evangelio dentro del carisma de san Juan Bosco. Este feliz acontecimiento produjo una explosión espiritual en todas las obras salesianas del mundo. A los aspirantes se nos presentaba la vida de santo Domingo Savio como un verdadero héroe, como un gigante de la santidad. Los temas, las lecturas, las reflexiones, y sobre todo, los concursos sobre la vida de Domingo Savio, iban produciendo en nosotros una fuerza interior que nos empujaba a imitarlo, especialmente en la vida de sacrificio y oración. En el estudio, en el trabajo, en el apostolado, en toda la experiencia espiritual de oración y Misa, tratábamos de ser como Domingo Savio, que estaba constituido como modelo supremo de santidad juvenil. Domingo Savio, nacido en Italia en 1842 y muerto en 1857, antes de cumplir los catorce años, era para nosotros un llamado excepcional para ser amigo de Dios, para correr hacia la santidad. El seminario ofrecía el premio Domingo Savio a los que pasaban todo un año con una conducta excelente, y un super premio Domingo Savio a los que pasaban los cuatro años de aspirantado con la máxima condecoración de conducta. En esos años de ilusión, especialmente de los 15 a los 21 años, Domingo Savio llenó una gran parte del sueño de mi vida. Santa Teresita del Niño Jesús Por el año 1977 me tocó predicar ejercicios espirituales a las monjas carmelitas del monasterio de la Vega. Antes de los Ejercicios, traté de leer algo de la espiritualidad carmelitana. Fue así que me encontré con esa flor del jardín divino, llamada Teresa de Lisieux, hoy santa Teresita del Niño Jesús. Teresita entró al convento siendo una niña, con sólo 17 años. Una simple muchachita en medio de todas esas monjas ya mayores, no iba a ser una cosa fácil para ella. Además del tremendo frío que soportaba, la falta de los servicios más elementales, tenía que soportar la incomprensión de las mojas mayores. Solía decir que el día que muriera iba a caer 239
una lluvia de rosas, y las monjas se reían de ella. Teresita murió a los 24 años de edad, y a los 25 de muerta, la canonizaron. Tenía sólo 49 años de edad. Pues bien, el día de su canonización en Roma, estando sentadas en primera fila de la basílica de san Pedro las mismas monjas que la hicieron sufrir, 12 aviones de la armada francesa abrieron sus compuertas cargadas de pétalos de rosas sobre el Vaticano. Se cumplía así, la lluvia de rosas que había profetizado. Su capacidad de sacrificio, su entusiasmo por la vida espiritual, su humildad y sencillez, y su loco amor a Jesús, me llevaron a unirme a esta santa y a tenerla como protectora en mi camino de consagración a Dios. San Juan Bosco El tema de san Juan Bosco y la santidad fue tratado en las páginas 195 a 198 de este libro. Añado solamente aquí que la vida de Don Bosco es un ejemplo que atrae, que se hace querer y que invita a la imitación. La vida de san Juan Bosco, desde las limitaciones que tuvo en su hogar, con todas las peripecias que pasó en su camino de formación es como un suspense sagrado que nos coloca en el campo de la admiración y el aplauso. Para vencer tantas dificultades, sólo contaba con su fe y su amor a Dios. Los muchos días malos que cayeron sobre él, lo fortalecieron y lo prepararon para la gran obra que iba a realizar. Su virtud fue dejarse llevar por la mano de Dios, y acomodar su vida a lo que el Señor quería, sin importarle el sacrificio que eso implicara. De 1841 a 1846, año en que se reafirmó un poco su trabajo, fueron cinco años de verdadera locura, propia de los santos. Los dos años 1844 a 1846, llamados el “oratorio ambulante”, diezmaron la reciedumbre física de aquel gran hombre. El trayecto marcado por la gracia de Dios para conducirlo, era la ruta donde, de peldaño en peldaño, él se iba gastando en una ofrenda completa, hasta consumir toda su vida en el más sublime amor a Jesucristo. Sus seguidores lo llamaron “la unión con Dios”, y yo lo llamaría “el místico de la calle”. Vivió su ofrenda de patio en patio, y de altar en altar, sirviendo a los niños 240
pobres y sabiendo que lo que hacía era el designio de Dios. Me he sentido caminar con Don Bosco corazón a corazón, y sé que él me ha apoyado y ha iluminado mi vida, de forma significativa. Le estoy eternamente agradecido, y siempre sentiré la alegría de haber seguido sus pasos. Beato Augusto Czartoryski, beata Eusebia Palomino, beata Alejandrina María da Costa. En el año 2004 fueron beatificados tres miembros de la familia salesiana: Un sacerdote, una monja y una cooperadora salesiana. Fue un acontecimiento excepcional que llevó al Rector Mayor, Don Pascual Chávez, a proclamar un jubileo de santidad para toda la congregación. Tres personas jóvenes, 34, 35 y 51 años de edad. Consumidos en una mística de puro calvario y de oración de Getsemaní. Los he considerado a los tres como parte de mi vida, y he sentido su protección día a día, en mi enfermedad y en mi trabajo. Su ayuda me ha sido muy valiosa, pues mientras yo me vuelvo más débil, su apoyo lo siento más fuerte. En el año 2004, año de la beatificación, yo tuve más de veinte intervenciones en sermones y charlas para hablar de ellos. Después que los conocí, debo admitir que ellos han llenado gran parte de mi vida, especialmente la cooperadora Alejandrina Ma. Da Costa, gran mística del siglo XX. Beato Augusto Czartoryski, sacerdote salesiano, nacido en 1858, y muerto en 1893, con 34 años de edad. Una llama que ardió mucho y se consumió rápido. Su padre era un príncipe polaco y su mamá, una heredera a la corona española. Su madre murió muy temprano, pero dejó grabada en él, la alegría de Dios. Algunos de sus compañeros entraron en la vida religiosa en un monasterio en Polonia, y despertaron aún más en Augusto el deseo del cielo. Un joven así, heredero de una corona polaca por parte del padre, y heredero de otra corona en España, por parte de la madre, lo último que su familia hubiera pensado era dejarlo estudiar para sacerdote. 241
Como el joven insistía en dejar el palacio y consagrarse a Dios, su padre lo envió a estudiar a Francia, para que se le quitara la idea del sacerdocio. Pero la providencia tiene trazados sus caminos y sus metas, y no se puede entorpecer a Dios. Mientras estudiaba, hizo Don Bosco un viaje a Francia para presentar su obra en bien de los niños y jóvenes más pobres, y para recoger alguna ayuda para la construcción de un templo al sagrado Corazón de Jesús en Roma. El joven Augusto quedó cautivado por la persona de Don Bosco y por la visión de su fe y su trabajo. Las personas que pertenecen a los reinados y principados, no deciden con facilidad lo que quieren, pues pesa sobre ellos una estructura social y económica, que tiene que ser resuelta antes de que se sientan libres para elegir el camino que deseen. Don Bosco aceptó al joven Augusto, pero le exigió que fuera a Polonia e hiciera en la corte de su padre una renuncia oficial a todos sus bienes, al estilo del Evangelio: “Vende lo que tienes, y luego, ven y sígueme”. Todos podemos comprender la decepción del padre de Augusto, con un hijo que abandona su vida como príncipe y se va a Italia a estudiar para sacerdote. Aquellos días debieron ser una noche oscura para Augusto, con la enorme presión de su familia, y con su lucha interior que exigía pensarlo bien antes de cortar las amarras de ese tipo de vida. Su calvario fue duro, pero renunció y se fue a servir con Don Bosco. Augusto renunció a su herencia, y su familia lo abandonó. Se olvidaron de él para siempre. A su ordenación sacerdotal en Turín, no vino nadie de su familia. En su enfermedad nadie lo visitó y cuando murió, a la corta edad de 34 años, sólo una tía asistió al funeral. Los amores del mundo son pequeños. Si no te usan, no te aman. Y el mundo sabe golpear duro, porque es parte del maligno. Habiendo renunciado a todos sus bienes, desconectado de su familia, sirviendo a los pobres con muchas limitaciones, golpeado por la enfermedad y muerto en una cierta soledad, es un historial que se acerca a la cruz del Viernes Santo. No murió mártir, pero su vida fue crucificada lentamente. Creo no haber recibido ninguna gracia del beato Augusto, ni siquiera le he rezado pidiéndole algo 242
pero al contemplar este sublime proyecto de Dios, encuentro en él, un apoyo espiritual profundo. Son los caminos de Dios, donde la llama de uno calienta a cuantos están a su alrededor tratando de vivir la misma batalla de la fe y del amor a Dios. Beata Eusebia Palomino: religiosa salesiana (FMA), nació en España en 1899 y murió en 1935, a los 35 años de edad. A la beata Eusebia la llamamos la beata sirvienta. Esta santa religiosa tuvo la dicha grande de gastar toda su vida dedicada el noble programa de un servicio humilde. Desde niña, sirvió en su propia casa. Todavía adolescente fue como sirvienta a una casa de familia. De jovencita entró a trabajar en el colegio de las Hijas de María Auxiliadora. Al hacer el noviciado para iniciarse como religiosa salesiana, fue encargada de la cocina, y cuando hizo su profesión religiosa, la destinaron al servicio de la cocina y la ropería, servicio en el cual murió. La familia de Eusebia era muy pobre. El padre hacía trabajos temporeros para mantener a su familia. Cuando llegaba el invierno, la mano de obra escaseaba, y no había lo suficiente para sobrevivir. Teniendo a penas siete años, acompañaba al papá en su duro viaje de ir por las aldeas pidiendo ayuda. Ese viaje duraba casi un mes. Su inocencia le hacía ver todo color de rosa, y no captaba la triste situación que les había tocado. Es así como Dios va forjando a sus hijos predilectos. En una casa le daban lentejas, en otra un poco de arroz, en otra un pedazo de pan, y así iban llenando el saco, y sentían la alegría de volver a casa con algún producto para los demás. Un viaje así significaba preparar alimentos a la intemperie, y hasta dormir al aire libre. Dios iba recogiendo la ofrenda de una niña que lo amaría tanto que se iba a gastar a temprana edad. Desde que entró a trabajar con las salesianas, hacia sus 14 años, dio muestra de una alegría y una disponibilidad singular. Las compañeras se sentían muy a gusto con ella. Así como ella vivió de la caridad de los demás, ella también tuvo una gran caridad al entrar en la vida religiosa. Practicando la caridad llegó a hacer 243
algunos milagros bien sencillos, pues Dios como que jugaba con su humilde hija predilecta. En uno de esos trabajos, encargada de la cocina y la despensa, eran tiempos muy duros y había mucha escasez. Por la puerta de atrás de la despensa, ella repartía un poco de trigo a los pobres. El material era revisado con periodicidad por el patronato encargado. Una vez llegó la revisión y debían quedar quince sacos de trigo y sólo quedaban doce. La pobre monjita temblaba. La única solución fue irse a la iglesia y arrodillarse ante el Santísimo. No sabemos lo que ella le dijo al Señor, ni lo que el Señor le habrá dicho a ella, pero se ve que se entendieron muy bien. Pasó la revisión y aparecieron exactamente los quince sacos de trigo. Un milagro más en el record de esta santa. Su fervor religioso, su alegría y su disponibilidad la convirtieron en fuente de vocaciones entre las niñas del colegio. Todas querían acercarse a ella y beber en esa fuente de ternura divina que había florecido en ella con su vocación de servicio. En la noche del 9 al 10 de Febrero de 1955 se durmió en el Señor. Casi todos los habitantes del pueblo de Valverde estuvieron en oración ante sus frágiles restos. La gente sólo decía “ha muerto una santa”. La tierra guardaría sus restos y la comunidad la iba a conservar viva en sus corazones. En el boletín parroquial de Marzo de 1935 apareció un artículo de despedida con el título “entierro de una santa”. El párroco terminó el artículo con estas palabras “su sepulcro será glorioso”. Con un amor exagerado al dinero, con una sociedad llena de competencia y engreída por sus logros, el mundo se nos ha enfermado y tortura nuestras mentes y nuestros corazones. Dios nos ofrece, en la sencillez de estos santos y santas humildes, un camino hermoso, alegre y lleno de satisfacción. Nos toca a nosotros romper con la conducta dominante y agresiva para encontrarnos con Dios como un manantial de agua en la montaña, o una flor que se abre cubierta de rocío en la mañana. Al contemplar la grandeza y la sencillez de esta santa, se nos 244
presenta una oportunidad para dejarnos envolver por una vida humilde y gloriosa, amando la sencillez y el sacrificio como lo hizo Jesús de Nazaret. Beata Alejandrina María Da Costa, cooperadora salesiana de Portugal. Nació en 1904 y murió en 1955. Desde su nacimiento hasta su enfermedad, vivió una vida muy alegre, dentro de una familia de fe. Siendo adolescente fue a trabajar en el servicio de una casa de familia. Se dio cuenta de que un hombre estaba interesado en ella, y regresó a su casa. Más tarde, el hombre la siguió hasta su casa, ella subió a un segundo piso y se tiró por una ventana. Se rompió la columna vertebral y quedó paralítica de por vida. Los médicos no pudieron hacer nada. Grupos y más grupos de oración pasaron por su habitación a rezar pidiendo su curación. La mayoría de los rezadores estaban convencidos de que Dios la iba a curar, viendo tanta dulzura tronchada a tan corta edad. Pero Dios tenía un plan bien diferente para la jovencita Alejandrina. A los 5 años de enfermedad, teniendo 19 años de edad y unas ganas locas de curarse, Jesús le habló en una visión y le dijo: “Alejandrina, no quiero que cures, quiero que me acompañe a sufrir por los pecadores del mundo”. Y así continuó la larga crucifixión de la joven Alejandrina. A partir de ahí, pasaría 31 años más, postrada en cama, experimentando la agonía de Jesús en la cruz. Como a mitad del la enfermedad, un padre salesiano pasó a ser su director espiritual. Este padre la invitó a hacerse cooperadora salesiana, que es una tercera orden laical, fundada por san Juan Bosco. De este modo, la crucificada ofrecía sus sufrimientos por el apostolado salesiano de todo el mundo. En poco tiempo, ella había asumido el sufrimiento como parte de su vida, y se fue de su mente el deseo de curar. Jesús le había abierto la puerta del misterio de su cruz. Esta unión con Cristo fue una dicha mucho mayor que si hubiera sido curada. Por esta difícil senda de la cruz, ella llegó a ser la mística más grande del siglo XX. Y hoy, desde los altares, y desde su testimonio, ha evangelizado 245
más que si hubiera sido curada. En poco tiempo ya su cuerpo estaba muy consumido, y empezó a experimentar durante tres horas cada viernes, los sufrimientos de la pasión de Cristo. Cada Viernes, a las tres de la tarde, caía de la cama al suelo y entraba en agonía. A las tres horas cesaba la agonía y su cuerpo quedaba hecho un guiñapo humano. Así pasó desde los 19 años hasta los 55, cuando entregó su alma al Señor. Pasó los últimos 12 años sin comer ni beber, excepto la comunión. Sus células se habían calcinado, pero seguía viva. Médicamente se sabe que ese proceso de calcinación del cuerpo es extremadamente doloroso. Todo eso era parte de la unión con la pasión de Jesús, sufriendo por los pecadores. Antes de morir, dirigiéndose a los pecadores del mundo, dijo: “Me he exprimido toda por ustedes”. En su tumba hay unas palabras grabadas que dicen así: “Pecadores del mundo, si esto les sirve de algo, tomen mis cenizas, pisotéenlas, riéguenlas por todas partes, pero no cometan pecados”. Meditar en el sufrimiento de los santos es un alimento que nos fortalece en el camino de la fe y que nos hace aceptar nuestra cruz con más serenidad. Beato Ceferino Namuncurá, exalumno salesiano. El análisis de la beatificación de Ceferino y mi participación en esa actividad se encuentra en este libro en las páginas 199-201. Aquí solamente doy un saludo y una acción de gracias al beato Ceferino, y lo considero como parte del grupo de santos que han ejercido gran influencia en mi persona, y que en un período pos-operatorio cuando yo me vi al borde de la muerte, al final de Febrero del 2010, esos santos y beatos me condujeron hasta el borde del milagro, donde obtuve mi curación. Ceferino salió de su tierra mapuche para estudiar y volver con su profesión a ayudar a su gente. Se enfermó en Viedma y Buenos Aires, y fue trasladado a Roma donde murió a los 19 años. Él, que salió con toda la ilusión de su vida, de esa vida rica originaria de las Pampas argentinas, y cinco años después, regresó ya cadáver, vivió un calvario sereno y ofrecido que lo llevó a la santidad. 246
Aceptar esa voluntad de Dios que diezmó todo su proyecto, fue un paso que lo crucificó y lo santificó. Su muerte pudo ser una decepción para él y para su gente mapuche. Conforme la enfermedad lo fue consumiendo y él fue diciendo “sí, acepto”, eso lo santificó, porque la enfermedad lo llevó al poder salvador de la cruz. Aquello que pareció un fracaso, fue transformado por Dios en triunfo. Hoy, millones de personas buscan en Ceferino una bendición o un milagro. En el parque Ceferino de Chimpay, en la plaza de las gracias, hay varias paredes que contienen más de dos mil placas de agradecimiento a este beato mapuche. Si hubiera tenido la dicha de vivir en salud y hacerse un profesional, tal vez hoy, cien años después, casi nadie lo recordaría, como sucedió con su primo, que salió junto con él, pudo estudiar, pero de él, nada se sabe. Dios cambia los latigazos que nos da la vida en aplausos, pero hay que tener mucha fe para poder oír los aplausos. La Virgen María Antes de terminar la presentación del apoyo espiritual que he encontrado en Jesús, y en muchos santos que lo han amado con locura, quiero decir dos palabras y dar un saludo a la Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra. Mi devoción a la Virgen empezó en mi casa, bajo el testimonio de mis padres. Ellos eran super devotos de la Virgen María. En mi casa se rezaba el rosario todos los días a las 8 de la noche, y los domingos que no tocaba ir a Misa, se rezaba a las 5 de la mañana, sentados en las camas. Estuviéramos en la casa, o estuviéramos trabajando en el campo, el “ángelus” se rezaba todos los días al levantarse, al medio día, y al acostarse. En el mes de Mayo, todas las tardes se cantaban las “flores” a la Virgen. El amor a Jesús y a la Virgen María fue la herencia más grande que papá y mamá nos dejaron. En toda mi vida de seminarista y de sacerdote, he sentido siempre la protección de la Virgen María. Como madre de Jesús, ella ha servido de puente de la gracia para encontrar la salvación del Padre en Jesucristo. Cuando Dios quiso comunicarse con su pueblo elegido Israel, 247
grabó su Palabra en las Tablas de la Ley, grabó su Palabra en piedra, y esa Palabra se quedó piedra. Si hoy encontráramos esas Tablas de la Ley, les rendiríamos adoración, pues ahí escribió el dedo de Dios. Pero cuando Dios quiso escribir su Palabra, de modo que permaneciera viva por siempre, escribió su Palabra en el seno de María, y la Palabra se hizo carne y vive por siempre entre nosotros. Ella es la verdadera Arca de la Alianza, la que nos trajo al autor de la vida, Jesucristo. Cada día escucho las palabras de santa Isabel a la Santísima Virgen: “Dichosa tú que has creído...”. Dichoso yo que encontré a la Virgen María y he vivido bajo su manto protector, cubierto de bendiciones. Dichoso yo que encontré el amor de Jesucristo y me he sumergido en él, como en un inmenso lago de misericordia divina. Dichoso yo que encontré a Jesucristo, creo en Él y lo amo locamente. Dichoso yo que he sido envuelto en este proyecto redentor del Reino de Dios, donde cada día mis pasos se subliman y mi vida se ofrece en dimensiones infinitas. Dichoso yo que formo un coro santo con María, y puedo cantar cada día su eterno MAGNIFICAT... Engrandece mi alma al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva”. “Señor, Tú has tomado mi causa, Tú has limpiado mi camino, Tú has allanado mi senda, y me has regalado tu amor. Gracias, Dios mío. Tú has llenado mi corazón de calma y le has dado paz a mi vida. Has derramado una lluvia de bendiciones sobre mis pasos, que me hacen cantar cada día: eterna es tu misericordia. Yo nunca imaginé que Tú podrías ser tan bueno conmigo. Yo, pobre gusanillo sin fuerzas, manojito de carne débil, con un saco de errores a mis espaldas, y mis pies sangrando de tanto tropezar. Tú te has vuelto un baluarte para mí, y tu palabra ha llenado mi corazón de calma. Yo, pobre oveja, caminante de acantilados y desfiladeros, veo tu dulce mano que me señala el camino para que las rocas no me hagan daño. Tu abrazo eterno me conduce feliz hasta el cielo”. ( Libro “Manantial”, pag. 314 )
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Amigos en la fe En el año 1984 fui nombrado párroco de la parroquia san Juan Bosco de Santurce, Puerto Rico. La hoja parroquial tenía siempre unos muñequitos que escenificaban y daban solución a algunos problemas de la comunidad. En 1986 fui trasladado a Santo Domingo, y había muchas personas que querían seguir recibiendo el mensaje de los muñequitos, figuras que llevaban los nombres de Agapito, Alipio y Petronio. Para comunicarme con mis antiguos feligreses creé un mensaje llamado “Carta a mis amigos en la fe”. Esta carta era enviada por correo a unas 60 personas de Puerto Rico, Estados Unidos y Santo Domingo. El envío se hacía cada dos o tres meses, y duró desde 1986 hasta el año 2000, en que fue publicado mi libro “Manantial”, que lleva parte de los mensajes. La carta a los amigos en la fe fue sustituida por el envío de algunas homilías, desde el 2003 al 2009, en que publiqué mi libro“Setenta homilías” que contiene el material acumulado en esos 6 años. Los mensajes tenían de ordinario un contenido de vida espiritual y ayudaban a adentrarse en la experiencia de Dios. Mis mensajes y homilías eran, ante todo, una guía espiritual. Los escritos eran importantes, pero más importante fue el hecho de que entre todos formamos el grupo “Los amigos en la fe”. Esas personas me acompañaron como parte de mi sacerdocio, y me apoyaron con oraciones, con su cariño, y de vez en cuando, con alguna ayudita económica para el apostolado parroquial. Al terminar de escribir mi cuarto libro, quiero grabar aquí un saludo cordial a todos mis amigos en la fe, por lo mucho que significaron siempre para mí, para mi fe, para mi alegría sacerdotal, y para yo darle completo sentido a mi vida y a mi entrega a Dios. Nunca tuve dudas de mi vocación, pero si las hubiera tenido, no iba a poder abandonar mi sacerdocio, porque a ese grupo 249
de amigos en la fe, nunca los iba a decepcionar. Yo he sido para ellos importante por mi sacerdocio, no por mi persona. Ellos han sido parte del valor que tiene mi vida y parte de mi apostolado. Desde estas páginas les agradezco en el alma hasta la eternidad, donde espero que continuemos como amigos en el amor eterno de Jesús.
Acción de gracias He pasado por la vida recogiendo lo que no he sembrado, simplemente porque Dios es bueno. Y he ido por la vida sembrando lo que otros recogerán, también porque Dios es bueno. He encontrado en mi camino mucho apoyo, multitud de favores, y un caudal de amor limpio que ha hecho de mi vida una verdadera canción con sabor divino y humano. Por eso, ante Dios y ante mis hermanos, yo vivo para agradecer. Mientras recojo espigas que otros sembraron, voy sembrando frutos que otros cosecharán. Eso es vivir, y eso es ser parte de la gratuidad de Dios. Lo importante no es cosechar, ni tampoco sembrar. Lo más hermoso es formar parte de la gratuidad de Dios, que vive derramándose en bendición, gracia y perdón sobre este pueblo de hijos que es su familia. Somos de Él, y su misión es enriquecernos con sus dones y cuidarnos con su amor. Ser parte de esa gratuidad de Dios es vivir de fiesta. He vivido mucho, lo que he vivido es hermoso, y lo que voy a vivir en Dios es inimaginable. Qué más puedo pedir?. Un amén y un aleluya sin fin lanza mi alma en un suspiro eterno, al comprender que vale la pena vivir, que vale la pena morir, y vale la pena esperar la entrada en los brazos de un Padre que sólo puede llevarnos a tormar parte de su dicha eterna.
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Atardecer 1. Quiero la paz de los niños, de los que nada ambicionan. Quiero cantar con las aves y llorar con los que lloran.
8. Andante de grandes mares que se queman bajo el sol, hoy me paso largas horas meditando en un sillón.
2. No temo ser poca cosa rechazado y olvidado, pues me basta con Jesús de quien vivo enamorado.
9. Recorrí largos caminos proclamando la verdad: El Evangelio en las manos y un corazón sin maldad.
3. Me he gastado por su amor y me seguiré gastando. Yo no le doy nada mío, le doy lo que Él me ha dado
10. Oh Jesús de mi aventura en esa cruz tan clavado, mi aventura no termina pues siempre te estaré amando.
4. Yo era una gran mazorca con maíz que a todos gusta, y ya estoy tan acabado que sólo queda la tusa.
11.Grítenle a este mundo bello que yo me estoy despidiendo. Con la sonrisa en el alma, me voy con mi Dios al cielo.
5. Yo era un precioso mango bien maduro y agradable. Sólo queda una semilla que si la siembran no nace.
12. El silencio de mi caja y las velas encendidas, completan con dulce calma la ofrenda de mi vida.
6.Yo era un bello riachuelo de agua dulce y cristalina. Y hoy sólo queda el sendero cubierto de arena fina.
13. Con los ángeles volando y la mirada de Dios, vuelvo al Padre como un hijo que de su amor disfrutó.
7. Ya mis pies están cansados y mi voz se está apagando. Es la puerta de la vida que mi Dios la está cerrando.
14. Allá los espero a todos para un abrazo infinito. Sepan que sigo feliz en mi aventura con Cristo. Amén. 251
Orugas en busca de alas Todo este libro es un canto a lo positivo, y todo acontecer humano es considerado como algo que fortalece nuestros pasos en la vida. Pero no se oculta a nuestra mente la gran batalla de la humanidad, las sombras que hacen tropezar en el camino, y la cizaña del pecado que malogra muchas espigas de grano bueno. Hay mucha gente feliz, pero todavía hay muchas orugas que se debaten por ser mariposas. La vida es un viaje fascinante, pero nuestro continuo buscar, es más que lo que poseemos o disfrutamos. Todo se desvanece en las manos y todo pasa tan rápido, que apenas da tiempo a convertir en historia lo que hemos vivido. Un torbellino de metas e ilusiones nos invade de noche y de día, y nos debatimos rompiendo fronteras, y golpeando acantilados, como rabiosas olas que luchan por ir siempre más allá. Nuestras manos se llenan de cosas, juguetes y más juguetes, que nos entretienen y nos cansan, porque no estamos hechos para las cosas. El tiempo nos pasa por encima como un fuego que todo lo devora. Nos amargamos en la gran competencia de tener más y de aparecer más, y lo que somos o tenemos, en el fondo, a nadie le interesa. Todo se muere, todo se desvanece, y lo único que quedan son nuestras ilusiones y nuestras angustias que fácilmente se vuelven una pesadilla que no nos conduce a nada. En el fondo, no somos más que orugas en busca de alas, que siempre nos quedamos orugas, porque siempre estamos soñando y buscando nuevas alas. Las cosas sencillas y pequeñas nos darían un verdadero sabor de la vida, pero cambiamos lo que vale de verdad por esperanzas mezquinas, que no han satisfecho la vida de nadie. Cambiamos el vivir por el competir, la libertad de espíritu por la posesión de las cosas. Cambiamos la compañía serena de Jesús, por la compañía ruidosa de lo que sabe a mundo. Y al final seguimos siendo orugas que han perdido la capacidad de tener alas. 252
“Si el grano de trigo no muere, no hay nueva planta”, dijo Jesús. No queremos pagar el precio de un grano de trigo que se muere, o de una oruga que se abre, para que brote la mariposa. Nos aferramos al pasado, disfrutando de toda aquello que nos envejece, y muere el sueño de ser mariposa con sed de infinito. Yo no sé si soy oruga, o si ya me volví mariposa. Lo cierto es que mi amor a Jesucristo es mi mariposa, y la gente que me apoya y que comparte conmigo su fe son las bellas alas que me permiten volar, haciendo de mi vida un hermoso sueño, del que nunca despertaré.
P. Gumersindo Díaz Díaz sdb Nacimiento: el 13 de Enero de 1937 ... En Pontón, la Vega. R.D. Bautismo: el 4 de Julio de 1937 ... Catedral de la Vega. R.D. Entrada al Seminario: 11 de Octubre de 1954 - Jarabacoa. R.D. Primera profesión religiosa: 16 de Agosto de 1960 - A. N. Cuba. Profesión Votos Perpetuos:11 de Agosto de 1966 - Sto. Dgo. R.D. Ordenación sacerdotal: 29 de Marzo de 1970 - Barcelona. España.
Un camino sembrado de amor de Dios, regado por el agua viva de su Espíritu. 253
Este libro se terminó de imprimir en el mes de Octubre de 2011 en los talleres gráficos de EDITORA CORRIPIO, S. A. Calle A esq. Central zona industrial de Herrera Santo Domingo. República Dominicana www.editoracorripio.com
Mientras haya gente con esperanza el árbol de la humanidad tendrá siempre una nueva hoja preparada para nacer mañana.