ESTRATEGIAS DISCURSIVAS Una estrategia discursiva es un plan que un hablante lleva a cabo con un fin determinado en función de la situación interactiva en la que encuentra. Su conformación depende de la combinación de recursos gramaticales y pragmáticos. El estudio de los recursos gramaticales depende del análisis textual. El de los pragmáticos, de cómo se inscribe el sujeto en una situación particular, es decir, del análisis discursivo. Describir esta combinación de recursos es dar cuenta de una planificación discursiva particular. Básicamente, tienen que ver con el modo en que decimos las cosas y su formulación tiene directa dependencia del propósito que busca el hablante, de tal forma que presupone un alto grado de elocuencia. Por lo general, están vinculadas a concepciones y modelos preconcebidos de manera que se facilita su aprehensión. La formulación de los argumentos es crucial en el momento de evaluar la incidencia o la efectividad del discurso.
Argumento es la expresión lingüística de un razonamiento. Un argumento está formado por enunciados que se enlazan entre sí, de manera que uno de ellos, denominado conclusión, aparece como resultado de los demás, llamados premisas. Los argumentos se utilizan para dar veracidad a lo que se dice en un discurso, y así orientar la opinión y conducta del receptor. Los argumentos a favor se llaman pruebas y los que están en contra se llaman objeciones. Las pruebas intentan demostrar la validez de nuestra afirmación. Con las objeciones se intenta mostrar los errores de los argumentos del adversario. La base del debate son los argumentos. Un argumento adquiere validez a medida que se sustenta en la realidad; de lo contrario, se dice que es falso. Los argumentos que se apoyan en más datos
reales tienen mayor sustento. Los argumentos falaces son aquellos que aparentan ser verdaderos pero no lo son. Para evitarlos debemos fundamentar nuestras ideas; he aquí algunas técnicas. Por medio de ejemplos: dan validez al argumento porque muestran claramente el punto que se comprueba. Citas: mencionar autores reconocidos por su erudición es una buena forma de validar nuestros argumentos. Datos de investigación: al hacer nuestra investigación para el debate, podemos encontrar información relevante tanto para fundamentar nuestros argumentos como para rebatir con validez. Experiencia personal: haber vivido una situación puede darle más peso a un argumento. Un debate no tiene jueces, es la audiencia quien determina al vencedor. En aras de alzarse victoriosos, algunos utilizan tácticas para manipular a la audiencia a su favor. Cuando alguien intenta descalificar a un contrincante, dicho ataque se denomina ad hominem –al hombre– porque, en lugar de atacar los argumentos, se agrede al oponente, criticándolo o burlándose. Comentarios discriminatorios: la descalificación se hace a partir de alguna característica personal; generalmente sin relación con el tema; por ejemplo, afirmar que el contrincante está gordo, es español… Comentarios irónicos: son una especie de burla. El público puede simpatizar con el expositor que hace el comentario y de esa manera no confiar en el ponente. Atribución de opiniones que no son suyas: cuando un expositor asume que el otro ponente expresa una opinión que no necesariamente ha externado, puede aprovechar esa oportunidad. El expositor entonces puede atribuir a su contrincante opiniones estereotipadas, exageradas o incongruentes, ocasionando así la pérdida de credibilidad.