LA FILOSOFIA DEL DERECHO SEGÚN SAN AGUSTIN
SAN AGUSTIN
I.
SAN AGUSTIN DE HIPONA A.
LA VIDA Y LA PERSONA. San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste en la actual Souk Ahras Argelia, pequeña ciudad de Numidia en el norte de África, que por entonces integraba el Imperio romano. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano y su madre, la futura Santa Mónica, es puesta por la Iglesia como ejemplo de mujer cristiana, de piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún bajo las circunstancias más adversas.
San Agustín y Santa Mónica (1846), por Ary Scheffer. Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo "el hijo de las lágrimas de su madre". En Tagaste, Agustín comenzó sus estudios básicos, posteriormente su padre lo envió a Madaura a realizar estudios de gramática. Agustín se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron como escenario Madaura y Cartago, donde se especializó en gramática y retórica. Durante sus años de estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos aque llos primeros años de su juventud. Durante su estancia en Cartago mostró su genio retórico y sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar por sus pasiones, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó sus estudios, especialmente espe cialmente los de filosofía. Años después,
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el mismo Agustín hizo una fuerte crítica sobre esta etapa de su juventud en su libro Confesiones. A los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedicó de lleno al estudio de la filosofía, ciencia en la que sobresalió. Durante esta época el joven Agustín conoció a una mujer con la que mantuvo una relación estable de catorce años y con la cual tuvo un hijo: Adeodato. En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasó de una escuela filosófica a otra sin que encontrara en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abrazó el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente, decepcionado, la abandonó al considerar que era una doctrina simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal. Sumido en una gran frustración personal decidió, en 383, partir para Roma, la capital del Imperio romano. Su madre quiso acompañarle, pero Agustín la engañó y la dejó en tierra. En Roma enfermó de gravedad. Tras restablecerse, y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma, fue nombrado magister rhetoricae en Mediolanum, la actual Milán. Agustín, como maniqueo y orador imperial en Milán Milán era el rival en oratoria del obispo Ambrosio de Milán. Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio sitio al que los vándalos de Genserico sometieron la ciudad durante la invasión de la provincia romana de África. Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el 725, a Pavía, a la basílica de San Pietro in Ciel d'Oro, donde reposa hoy.
San Agustín como persona: Una tradición medieval, que recoge la leyenda, inicialmente narrada sobre un teólogo, que más tarde fue identificado como san Agustín, cuenta la siguiente anécdota: cierto día, san Agustín paseaba por la orilla del mar, 2
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junto a la playa, dando vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De pronto, al alzar la vista ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena. Le observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. El niño hace esto una y otra vez, hasta que Agustín, sumido en una gran curiosidad, se acerca al niño y le pregunta: «¿Qué haces?» Y el niño le responde: «Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este hoyo». Y San Agustín dice: «¡Pero, eso es imposible!». A lo que el niño le respondió: «Más difícil es que llegues a entender el misterio de la Santísima Trinidad». La leyenda es usada en muchos lugares como verdadera; sin embargo, se trataría de una invención sin fundamento histórico, pero que se inspira al menos en la actitud de Agustín como estudioso del misterio de Dios. En este artículo trataremos sobre la vida de San Agustín de Hipona. La extraordinaria vida de San Agustín se desdobla ante nosotros en documentos de riqueza sin rival, y no tenemos información de ningún otro carácter de la antigüedad comparable al de las "Confesiones", que relatan la conmovedora historia de su alma; las "Retractaciones ", que exponen la historia de su mente; y la Vida de San Agustín, escrita por su amigo Posidio, que nos habla del apostolado del santo. Nos limitaremos a esbozar los tres períodos de esta extraordinaria vida: (1) el gradual retorno a la fe del joven descarriado; (2) el desarrollo doctrinal del filósofo cristiano hasta el momento de su episcopado; (3) el completo desarrollo de sus actividades una vez en el trono episcopal de Hipona. Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre de 354. Tagaste, hoy Souk Ahras, a unas 60 millas de Bona (la antigua Hippo-Regius), era por aquel tiempo una ciudad pequeña y libre de la Numidia preconsular que se había convertido recientemente del donatismo. Su familia no era rica aunque sí eminentemente respetable, y su padre, Patricio, uno de los 3
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decuriones de la ciudad, todavía era pagano; sin embargo, las admirables virtudes que hicieron de Mónica el ideal de madre cristiana consiguieron, a la larga, que su esposo recibiera la gracia del bautismo y una muerte santa, alrededor del año 371. Agustín recibió una educación cristiana. Su madre le hizo la Señal de la Cruz y lo inscribió entre los catecúmenos. Una vez, estando muy enfermo, pidió el bautismo, pero pronto pasó todo peligro y difirió recibir el sacramento, cediendo así a una deplorable costumbre de la época. Su asociación con "hombres de oración" dejó profundamente grab adas en su alma tres grandes ideas: La Divina Providencia, la vida futura con sus terribles sanciones y, sobre todo, Jesucristo el Salvador. "Desde mi más tierna infancia llevaba dentro de lo más profundo de mi ser, mamado con la leche de mi madre, el nombre de mi Salvador, Vuestro Hijo; lo guardé en lo más recóndito de mi corazón; y aun cuando todo lo que ante mí se presentaba sin ese Divino Nombre, aunque fuese elegante, estuviera bien escrito e incluso repleto de verdades, no fue bastante para arrebatarme de Vos" (Confesiones, I, IV). Pero una enorme crisis moral e intelectual sofocó todos estos sentimientos cristianos durante cierto tiempo, siendo el corazón el primer punto de ataque. Patricio, orgulloso del éxito de su hijo en las escuelas de Tagaste y Madaura, decidió enviarlo a Cartago a preparase para una carrera forense. Pero, desgraciadamente, se necesitaban varios meses para reunir los medios precisos y Agustín tuvo que pasar en Tagaste el decimosexto año de su vida disfrutando de un ocio que resultó ser fatal para su virtud, pues se entregó al placer con toda la vehemencia de una naturaleza ardiente. Al principio rezaba, pero sin el sincero deseo de ser escuchado, y cuando llegó a Cartago a finales del año 370 todas las circunstancias tendían a apartarlo de su verdadero camino: las muchas seducciones de la gran ciudad, aún medio pagana, el libertinaje de otros estudiantes, los teatros, la embriaguez de su éxito literario y el orgulloso deseo de ser el primero en todo, incluso en el mal. Al poco tiempo se vio 4
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obligado a confesar a Mónica que se había metido en una relación pecaminosa con la persona que dio a luz a su hijo (372), "el hijo de su pecado"---un enredo del que tan sólo se liberó a sí mismo en Milán, al cabo de quince años de esclavitud. Al evaluar esta crisis deben evitarse dos extremos. Algunos la han exagerado, como Mommsen, tal vez engañados por el tono de pesar en las "Confesiones": en la "Realencyklopädie" (3ra. ed., II, 268) Loofs reprueba a Mommsen por este motivo y, sin embargo, él mismo es demasiado indulgente con Agustín, al alegar que en aquellos días la Iglesia permitía el concubinato. Solamente las "Confesiones" ya demuestran que Loofs no entendió el décimo séptimo canon de Toledo. No obstante, puede decirse que Agustín, incluso en su caída, conservó cierta dignidad y sintió compunción que le honra; y que, desde los diecienueve años, tuvo un sincero deseo de romper la cadena. De hecho, en 373, una completamente nueva inclinación se manifestó en su vida, después de leer el "Hortensio" de Cicerón, de donde absorbió ese amor a la sabiduría que Cicerón elogia tan elocuentemente. A partir de entonces, Agustín consideró la retórica únicamente como una profesión; la filosofía le había ganado el corazón. Desgraciadamente, tanto su fe como su moral iban a atravesar una crisis terrible. En este mismo año, 373, Agustín y su amigo Honorato cayeron en las redes del maniqueísmo. Parece extraño que una mente tan extraordinaria hubiera podido caer víctima de las vaciedades orientales sintetizadas en un dualismo tosco y material que el persa Mani (215-276) había introducido en África hacía apenas cincuenta años. El mismo Agustín nos dice que se sintió seducido por las promesas de una filosofía libre sin ataduras a la fe; por los alardes de los maniqueos, que afirmaban haber descubierto contradicciones en la Sagrada Escritura; y, sobre todo, por la esperanza de encontrar en su doctrina una explicación científica de la naturaleza y sus más misteriosos fenómenos. A la mente inquisitiva de Agustín le entusiasmaban las ciencias naturales, y los maniqueos 5
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declaraban que la naturaleza no guardaba secretos para su doctor, Fausto. Además, Agustín se sentía atormentado por el problema del origen del mal y al no resolverlo, reconoció dos principios opuestos. Por añadidura, existía el poderoso encanto de la irresponsabilidad moral en una doctrina que negaba el libre albedrío y atribuía la comisión del pecado a un principio ajeno. Una vez conquistado por esta secta, Agustín se dedicó a ella con todo el ardor de su carácter; leyó todos sus libros, adoptó y defendió todas sus opiniones. Su frenético proselitismo llevó al error a su amigo Alipio, y a Romaniano, el amigo de su padre que fue su mecenas en Tagaste y estaba sufragando los gastos de estudios de Agustín. Fue durante este período maniqueo cuando las facultades literarias de Agustín llegaron a su completo desarrollo, y todavía era estudiante en Cartago cuando abrazó el error. Sus estudios terminaron, a su debido tiempo habría entrado al “forum litigiosum”, pero prefirió la carrera de las letras, y Posidio nos cuenta que
regresó a Tagaste a "enseñar gramática". El joven profesor cautivó a sus alumnos y uno de ellos, Alipio, apenas algo más joven que su maestro, sintiéndose reacio a abandonarlo lo siguió hasta el error; después recibió con él el bautismo en Milán, y más adelante llegó a ser obispo de Tagaste, su ciudad natal. Pero Mónica deploraba profundamente la herejía de Agustín y no lo habría aceptado ni en su casa ni en su mesa si no hubiera sido por el consejo de un santo obispo (San Ambrosio), quien declaró que "el hijo de tantas lágrimas no puede perecer". Poco después Agustín se fue a Cartago, donde continuó enseñando retórica. En este escenario más amplio, su intelecto resplandeció aún más y alcanzó plena madurez en la búsqueda infatigable de las artes liberales. Se llevó el premio en un concurso poético en el que tomó parte, y el procónsul Vindiciano le confirió públicamente la “corona agonística”. Fue en este momento de embriaguez literaria, cuando acababa de completar su primera obra sobre estética (ahora perdida), que empezó a 6
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repudiar el maniqueísmo. Las enseñanzas de Mani habían distado mucho de calmar su intranquilidad, incluso cuando Agustín disfrutaba del fervor inicial, y aunque se le haya acusado de haber sido sacerdote de la secta, nunca lo iniciaron ni nombraron entre los "elegidos", sino que permaneció como "oyente", el grado más bajo de la jerarquía. Él mismo nos explica el porqué de su desencanto. En primer lugar, estaba la espantosa depravación de la filosofía maniquea---"destruyen todo y no construyen nada"; después, esa terrible inmoralidad que contrasta con su afectación de la virtud; la flojedad de sus argumentos en controversia con los católicos, a cuyos argumentos sobre las Escrituras la única respuesta que daban era: "Las Escrituras han sido falsificadas". Pero lo peor de todo es que entre ellos no encontró la ciencia---ciencia en el sentido moderno de la palabra---ese conocimiento de la naturaleza y sus leyes que le habían prometido. Cuando les hizo preguntas sobre los movimientos de las estrellas, ninguno de ellos supo contestarle. "Espera a Fausto", decían, "él te lo explicará todo". Por fin, Fausto de Mileve, el famoso obispo maniqueo, llegó a Cartago; Agustín fue a visitarlo y le interrogó; en sus respuestas descubrió al retórico vulgar, un completo ignorante de toda sabiduría científica. Se había roto el hechizo y, aunque Agustín no abandonó la secta inmediatamente, su mente ya rechazó las doctrinas maniqueas. La ilusión había durado nueve años. Pero la crisis religiosa de esta gran alma sólo se resolvería en Italia, bajo la influencia de San Ambrosio. En el año 383, a la edad de veintinueve años, Agustín cedió a la irresistible atracción que Italia ejercía sobre él, pero como su madre sospechaba su partida y estaba determinada a no separarse de él, recurrió al subterfugio de embarcarse escabulléndose por la noche. Recién llegado a Roma cayó gravemente enfermo; al recuperarse abrió una escuela de retórica, pero disgustado por las argucias de los alumnos, que le engañaban descaradamente con los honorarios de las clases, solicitó una cátedra vacante en Milán, la cual obtuvo y el prefecto Símaco lo aceptó. Cuando visitó al obispo Ambrosio 7
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se sintió tan cautivado por la amabilidad del santo que comenzó a asistir con regularidad a sus prédicas. Sin embargo, antes de abrazar la fe, Agustín sufrió una lucha de tres años en los que su mente atravesó varias fases distintas. Primero se inclinó hacia la filosofía de los académicos con su escepticismo pesimista; después la filosofía neoplatónica le inspiró un genuino entusiasmo. Estando en Milán, apenas había leído algunas obras de Platón y, más especialmente, de Plotinio cuando despertó a la esperanza de encontrar la verdad. Una vez más comenzó a soñar que él y sus amigos podrían dedicar la vida a su búsqueda, una vida limpia de todas las vulgares aspiraciones a honores, riquezas o placer, y acatando el celibato como regla (Confesiones, VI). Pero era solamente un sueño; todavía era esclavo de sus pasiones. Mónica, que se había reunido con su hijo en Milán, le convenció para que se desposara, pero la prometida en matrimonio era demasiado joven y, si bien Agustín se desligó de la madre de Adeodato, enseguida otra ocupó el puesto. Así fue como atravesó un último período de lucha y angustia. Finalmente, la lectura de las Sagradas Escrituras le iluminó la mente y pronto le invadió la certeza de que Jesucristo es el único camino a la verdad y a la salvación. Después de esto, sólo se resistía el corazón. Una entrevista con Simpliciano, futuro sucesor de San Ambrosio, quien contó a Agustín la historia de la conversión del famoso retórico neoplatónico Victorino (Confesiones, VIII.1, VIII.2), abrió el camino para el golpe de gracia definitivo que a la edad de treinta y tres años lo derribó al suelo en el jardín en Milán (septiembre de 386). Unos cuantos días después, estando Agustín enfermo, se aprovechó de los días de fiesta de otoño, renunció a su cátreda y se marchó con Mónica, Adeodato, y sus amigos a Casicíaco, la propiedad campestre de Verecundo, para dedicarse allí a
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la búsqueda de la verdadera filosofía que para él ya era inseparable del cristianismo.
B.
OBRAS. San Agustín fue un autor prolífico que dejó una gran cantidad de obras, elaboradas desde el 386 hasta el 419, tratando temas diversos. Algunas de ellas son: —Las confesiones
Las Confesiones es la obra más famosa de San Agustín, y la única que figura en la literatura universal. Sus trece libros son la fuente principal para el conocimiento de su vida y de su evolución interior hasta su bautismo y hasta la muerte de su madre Mónica (387). Confesio en
latín
no
significa
sólo
confesión,
sino
también
reconocimiento de la grandeza y la bondad de Dios. Así entiende Agustín el título de su libro. Las Confesiones se divide en dos grandes partes, siguiendo ese criterio: los libros 1-9 contienen la confesión de los errores de Agustín hasta su conversión, terminando con la muerte de su madre Mónica en Ostia; y los libros 10-13 alaban a Dios y su creación, con el libro 11, que trata de la famosa y gran filosofía del tiempo. Agustín comenzó las Confesiones después de la muerte de Ambrosio (4 de abril de 397). La obra competa fue terminada el año 400. Se han constatado algunas diferencias entre las Confesiones y los diálogos escritos en Casiciaco. La finalidad de las Confesiones no es la de ofrecer un relato biográfico "objetivo", sino las reflexiones del obispo sobre la vida, de modo que nos aproximaremos lo más posible a la
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verdad si tenemos en cuenta a la vez ambas fuentes, sin perder de vista la distinta época de su escritura y la diferente intención que las motivó. —La Trinidad
San Agustín debió tener muchas dificultades para escribir su obra De Trinitate, como él mismo hace notar en el prólogo. En un trabajo de
catorce años (399-412) habían nacido doce libros, pero Agustín no estaba satisfecho con los resultados obtenidos y, por eso, aplazó la publicación. Hasta el año 420 no apareció la obra completa en sus quince libros. De Trinitate es una de las obras de San Agustín que no nacieron de
motivos externos sino internos. Los quince libros se dividen en cinco grandes partes: 1) I-IV: los testimonios de la Escritura respecto a la unidad y consustancialidad de la Trinidad; 2) V-VII: la doctrina de las relaciones como características diferenciadoras de las personas de la Trinidad; 3) VIII: el conocimiento de Dios mediante la verdad, bondad, justicia y amor; 4) IX-XIV: la imagen de la Trinidad en el hombre; 4) XV: resumen y retoques de la obra. —La Ciudad de Dios
Con la conquista de Roma por los visigodos de Alarico (410) se hizo añicos para los romanos un mundo según el cual Roma era la "Ciudad eterna", centro del mundo y quintaesencia de toda cultura. Esta cultura el cristianismo la había hecho suya. Era lógico que ahora se culpara al cristianismo de haber provocado esta catástrofe con la represión de los antiguos dioses romanos. Agustín suministró una extensa apología en su De Civitate Dei (22 libros). La confeccionó en etapas a lo largo de catorce años (413-426).
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Agustín mismo describe en forma insuperable en Retractationes (II 43) la estructura y el contenido de la obra. Se trata de una apología amplia dispuesta en dos partes, y de la exposición de una teología histórica del cristianismo.
II.
LA FILOSOFÍA A. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA. La filosofía agustiniana tiene un contenido que se expresa del modo más radical en los Soliloquios: Deum et animam scire cupio. Nihilne plus?
¿Nihil omnino. Quiero saber de dios y del alma. ¿Nada más?
Nada más en absoluto. Es decir, no hay más que dos temas en la filosofía agustiniana:
Dios y el alma. El centro de la especulación
será Dios, y de ahí su labor metafísica y teológica; por otra parte, San Agustín, el hombre de la intimidad y la confesión, nos legará la filosofía del espíritu; y, por último, la relación de este espíritu, que vive en el mundo, con Dios, lo llevará a la idea de la civitas Dei, y con ella a la filosofía de la historia. Estas son las tres grandes aportaciones de San Agustín a la filosofía, y la triple raíz de su problema.
B. DIOS. Este
carácter
del pensamiento agustiniano
tiene
graves
consecuencias; una de ellas, el poner el amor, la caridad, en el primer plano de la vida intelectual del hombre. El conocimiento no se da sin amor. Si sapientia Deus est escribe en De civi tate Dei, verus philosophus est amator Dei. Y todavía con más claridad afirma:
Non intratur in veritatem nisi per caritatem. No se entra
en la verdad
sino por la caridad.
Por esto
la raíz misma de su
pensamiento está movida por la religión, y es esta quien pone en movimiento su filosofía. De Agustín procede la idea de la fides quaerens intellectum, la fe que buscan la compren sión, y el principio credo ut intelligam, creo para entender, que han de tener tan hondas repercusiones en la Escolástica, sobre todo en 11
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San Anselmo y Santo Tomás. Los problemas de la relación entre la fe y la ciencia, entre la religión y la teología, quedan ya planteados en San Agustín.
C. EL ALMA. El alma tiene un papel importantísimo en la filosofía No es lo más interesante
su doctrina
agustiniana.
acerca de ella, sino, sobre
todo, el que nos pone. en contacto con su peculiar realidad, como nadie lo había hecho antes que él. El análisis íntimo de su propia alma, que constituye el tema de las Confesiones, tiene un valor inmenso para el conocimiento interior del hombre. Por ejemplo, la aportación de San Agustín al problema de la experiencia de la muerte. El alma es espiritual. El carácter de lo espiritual no es simplemente negativo, es decir, la inmaterialidad, sino algo positivo, a saber, la facultad de entrar en sí mismo. El espíritu tiene un dentro, un chez soi, en el que puede recluirse, privilegio que no comparte con ninguna otra realidad. San Agustín es el hombre de la interioridad: Noli foras ire, in te redi, in interiore homine habitat veritas, escribe en De vera religione. El hombre, que es a la vez racional como el ángel y mortal como animal, tiene un puesto intermedio. Pero, sobre todo, es imagen de Dios, imago Dei, por ser una mente, un espíritu. En la triplicidad de las facultades del alma,
memoria, inteligencia y voluntad o
amor, descubre San Agustín un vestigio de la Trinidad. La unidad de la persona, enlazadas, recuerda,
que tiene esas tres facultades, íntimamente
pero no es ninguna de ellas, es la del yo, que entiende
y
ama,
con
perfecta
distinción, pero
manteniendo la unidad de la vida, la mente y la esencia . San Agustín afirma con fórmulas análogas a la del cogilo cartesiano, aunque distintas por su sentido profundo y su alcance filosófico la evidencia íntima del yo, ajeno a toda posible duda.va 12
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diferencia 'del testimonio dubitable de los sentidos cor porales y del pensamiento sobre las cosas. «No hay que temer en estas verdades dice (De civitate Dei, XI, 26} los argumentos de los académicos, que dicen: ¿ Y si te engañas? Pues si me engaño, soy. Pues el que no existe, en verdad, ni engañarse pue de; y por esto existo
si me engaño. Y puesto
que existo
si me
engaño, ¿ cómo puedo engañarme acerca de que existo, cuando es cierto que existo si me engaño? Y, por tanto, como yo, el engaña do, existiría, aunque me engañara, sin duda no me engaño al conocer que exísto.» El alma, que por su razón natural o ratio inferior conoce las cosas, a sí misma y a Dios indirectamente, reflejado en las cria turas, puede recibir una iluminación sobrenatural de Dios, y mediante esta ratio superior elevarse al conocimiento de las cosas eternas. ¿ Cuál es el origen del alma? San Agustín queda un tanto perplejo frente a esta cuestión. Duda, y con él toda la Patrística y la primera parte de la Edad Media, entre el generacionismo o traducianismo y el creacionismo. El alma, ¿se engendra también de las almas de los padres, o es creada por Dios con ocasión de la cuerpo?
La doctrina del pecado original, que le
generación del parece
más
comprensible si el alma del hijo procede directa mente de los padres,
como
el cuerpo,
lo impulsa a inclinarse hacia el
generacionismo; pero al mismo tiempo siente la flaque za de esta teoría, y no rechaza la solución creacionista.
La inmortalidad del alma. San Agustín de Hipona fue filósofo y máximo exponente de la iglesia, su pensamiento neoplatónico fijo el dogma cristiano y combatió herejías. El punto de partida de la filosofía de San Agustín es el problema de la verdad, decía que el acceso a la verdad requería que el hombre se desvincule del conocimiento sensible, mera contingencia y 13
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apariencia del ser, y vea hacia el interior de sí mismo a lo que toma como el alma de cada uno siendo algo aparte del cuerpo pero en conjunción con el para que el hombre sea substancia y nos da unas razones por las cuales decía el alma es inmortal. La concepción dual de la realidad se deja sentir también en la concepción agustiniana. San Agustín se da cuenta que debe de haber algo o alguien que causa el movimiento de las cosas mutables, no se cambia cuando un cuerpo cambia a cada instante por este movimiento. Pero no del hecho que el alma cause el movimiento y produzca cambios en el cuerpo y que ella se proponga estos cambios. Es determinante pensar que el alma cambia y que, por esto está sujeta a la muerte, pero dice que no todo cambio produce la muerte y que no todo movimiento realiza cambio. Estoy de acuerdo en que no todo lo que cambia lleva una muerte ya que de alguna manera está trascendiendo está evolucionando a un cambio podríamos decir que se está adaptando para seguir adelante yo como el pienso que el alma es inmortal por que como lo mencione viendo esto de modo cristiano podemos concluir que el alma fue creada por el ser supremo que se adapta al cuerpo y que por este puede tener algún cambio ya que ninguna persona piensa o actúa igual pero al momento de que el cuerpo muere, el alma puede trascender con este cambio que obtuvo y regresar a ese ser creador. Menciona también que el alma y el arte están relacionados.
D. EL HOMBRE EN EL MUNDO. El problema moral en San Agustín aparece en íntima relación con las cuestiones teológicas de la naturaleza y la gracia, de la predestinación y la libertad de la voluntad humana, del pecado y la redención, en cuyo detalle no podemos entrar aquí. Hay que advertir, sin embargo, que todo este complejo de problemas teológicos ha tenido una gran influencia en el desarrollo ulterior 14
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de la ética cristiana. Por otra parte, los escritos agustinianos, exagerados y alterados de su sentido propio, fueron utilizados ampliamente por la Reforma en el siglo. XVI no se olvide que Lutero era un monje agustino, y de este modo persiste una raíz agustiniana en la ética moderna de· filiación protestante. Para San Agustín, del mismo modo que el hombre tiene una luz natural que le permite conocer, tiene una conciencia moral. La ley eterna divina, a la que todo está sometido, ilumina nues tra inteligencia, y sus imperativos constituyen la ley natural. Es como una transcripción de la ley divina en nuestra alma. Todo debe estar sujeto a un orden perfecto: ut omnia sint ordenatissi ma. Pero no basta con que el hombre conozca la ley; es menes ter, además, que la quiera; aquí aparece el problema de la voluntad. El alma tiene un peso que la mueve y la lleva, y este peso es el arnor: pondus meum amor meus. El amor es activo, y es él quien, en definitiva, determina y califica la voluntad:
recta ita
que voluntas est bonus amor et voluntas perversa malus amor. El amor bueno, es decir, la caridad, en su más propio sentido, es el punto central de la ética agustiniana. Por esto su expresión más densa y concisa es el famoso imperativo ama y haz lo que quieras ( Dilige, et quod vis fac). Como la ética, también la filosofía del Estado y de la historia depende de Dios en San Agustín. Vive en días críticos para el Imperio. La estructura política del mundo antiguo está transformándose de un modo rápido, para dejar paso a otra. La presión de los bárbaros es cada día mayor. Alarico llega a ocupar Roma. El cristianismo había penetrado ya hondamente en la sociedad romana, y los paganos culpaban de las desventuras que ocurrían al abandono de los dioses y al cristianismo; ya Tertuliano había tenido que salir al paso de estas acusaciones; San Agustín emprendió para
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LA FILOSOFIA DEL DERECHO SEGÚN SAN AGUSTIN
ello una ‘e norme obra apologética, en la que expone todo el sentido
de la historia: La ciudad de Dios. La idea central de Agustín es que la historia humana entera es una lucha entre dos reinos, el de Dios y el del Mundo, entre la civitas Dei y la civitas terrena. El Estado, que tiene sus raíces en principios profundos de la naturaleza humana, está encarga do de velar por las cosas temporales: el bienestar, la paz, la justicia. Esto hace que el Estado tenga también una significación divina. Toda potestad viene de Dios, enseña San Agustín, siguiendo a San Pablo. Y, por. tanto, los valores religiosos no son ajenos al Estado, y este tiene que estar impregnado de los principios cristianos. Al mismo
tiempo
tiene
que prestar a la Iglesia el apoyo de su poder, para que esta pueda realizar plenamente su misión. Como la ética, la política no puede separarse en San Agustín de la conciencia de que el último fin del hombre no es terrenal, sino
que
de lo
que
se trata
es
de
descubrir a Dios en la verdad que reside en el interior de la criatura humana. Para San Agustín la corporeidad es también componente del hombre, ¿qué unión pregunta? También hay aquí oscilación. Otros, propugnan una unión más exterior y accidental entre dos sustancias completas. Es honrado y honorable hacer esta constatación. Parecida oscilación ocurre entre los intérpretes actuales.
El Hombre Interior . La concepción agustiniana obedece a la dinámica profunda del trascender, al “deseo de infinitud”, traducida en cierta orientación “personalista” o en un “humanismo abierto” regido por una
ley. En el centro está el hombre interior, cuya realidad y virtualidad filosófica descubrió San Agustín, dice él mismo, en el platonismo ratificando expresiones paulinas, y también la tendencia general interiorista del cristianismo. El hombre es un ser con nueva dimensión de realidad, modo inédito de ser que le permite obviar todo 16
LA FILOSOFIA DEL DERECHO SEGÚN SAN AGUSTIN
determinismo absoluto y todo “naturalismo” en general, se posee y
vuelve sobre sí, retorna desde su exterior. Interioridad es distintivo de la filosofía de San Agustín, “el más agustiniano de todos los conceptos” Cabe distinguir tres niveles:
1) nivel vivencial o psicológico, al que corresponde la actitud descriptiva de San Agustín, el reconocimiento de la geografía interior, su descollante fenomenología del yo y cuyo mérito es universalmente reconocido como caso único en el pensamiento antiguo. 2) nivel gnoseológico en el que la interioridad se hace vía, modo, método de conocimiento como encuentro con la verdad o sede del “maestro interior”.
3) nivel ontológico o realidad peculiar, modo originario de ser, propio del hombre. No cabe, pues, reducir la interioridad agustiniana a simple método. Por su sentido de reflexividad y apelación al primado de la subjetividad, se insiste en que San Agustín patrocina a Descartes y a la modernidad. San Agustín contrapone a veces con extrema tensión autobiográfica hombre exterior e interior. Sin embargo, lo exterior ha de colaborar en el conocer, pues la verdad. Hay, así, una secuencia ascensional del trascender, a Dios, a la luz.
Hombre y Verdad. La ilustración. ¿De dónde viene a la mente la verdad inmutable cuando todo es mutable, incluida la mente misma? Si la verdad se descubre, la luz de la verdad se halla. San Agustín salva la contradicción entre interioridad y trascendencia de la verdad con una nueva propuesta: la iluminación, conciliando a la vez ojo interior y luz superior. Esta teoría, como se advierte, es difícil de entender. Veamos dos puntos: planteamiento y modo. No se trata de la iluminación por fe sino del conocimiento normal de la razón humana; tampoco de la actividad creadora y conservadora de la mente por parte de Dios. San Agustín establece una dependencia respecto de Dios en 17
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cada acto de conocimiento, que cubra una deficiencia natural del entendimiento. El modo de iluminación es muy discutido, no habiendo sido explicado quizá suficientemente por San Agustín.
Sobre la Muerte. La muerte pertenece a la vida humana hasta tal punto que sin ella no puede ser entendida. Por eso se entiende que cuando el hombre se esfuerza por conocer el sentido de sí mismo tenga que plantearse la cuestión del sentido de la muerte. Los antiguos estoicos y los filósofos contemporáneos de la vida y de la existencia han tropezado en sus análisis antropológicos con el problema de la muerte. La multiplicidad y contrariedad de las respuestas denuncia, incluso al hombre más superficial, que la muerte es un misterio en el que se compendia el misterio de la vida humana. El punto de vista decisivo en ello es el carácter cristológico de la muerte humana. Este punto de vista debe ser elaborado de forma que sean descubiertos los diversos estratos de la muerte. La muerte incide, en efecto, en el estrato de la naturaleza, en el del pecado, en el de la redención y en el de la plenitud, no de forma que cada uno se eleve sobre el anterior, sino de forma que todos ellos abarcan, penetran e incorporan a sí a los precedentes. La muerte representa el paso del estado de peregrinación al estado de plenitud. Es el fin de la forma de vida histórica y provisional y el comienzo del modo definitivo de existencia. El hombre vive en la mortalidad. La amenaza por la continua vecindad de la muerte es el modo de la existencia humana. San Agustín reconoció claramente este hecho. Lo dedujo de la cualidad entitativa de la criatura. Por el pecado y la redención experimenta, según él, una elevada urgencia. Según San Agustín, el hombre no tiene en ningún momento de su vida una absoluta poses ión del ser ni una ilimitada seguridad de su existencia. Cuando comienza 18
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a vivir, comienza a la vez la posibilidad y el peligro del ser y de la vida. La vida y la muerte están, según él, ordenadas mutuamente de forma que el hombre, tan pronto como empieza a vivir, está en la muerte. La vida del hombre no es más que un precipitado movimiento hacia la muerte, según se expresa una vez San Agustín. La muerte la conviene al hombre continuamente.
III.
DOCTRINA DE SAN AGUSTIN. 1. Razón y fe. San Agustín, a los diecinueve años, se pasó al racionalismo y rechazó la fe en nombre de la razón. Sin embargo, poco a poco fue cambiando de parecer hasta llegar a la conclusión de que razón y fe no están necesariamente en oposición, sino que su relación es de complementariedad. Según él, la fe es un modo de pensar asintiendo, y si no existiese el pensamiento, no existiría la fe. Por eso la inteligencia es la recompensa de la fe. La fe y la razón son dos campos que necesitan ser equilibrados y complementados. Esta postura se sitúa entre el fideísmo y el racionalismo. A los racionalistas
les
respondió: Crede
ut
intelligas («cree
para
comprender») y a los fideístas: Intellige ut credas («comprende para creer»). San Agustín quiso comprender el contenido de la fe, demostrar la credibilidad de la fe y profundizar en sus enseñanzas.
2. Interioridad. Agustín de Hipona anticipa a Descartes al sostener que la mente, mientras que duda, es consciente de sí misma: si me engaño existo (Si enim fallor, sum ). Como la percepción del mundo exterior puede conducir al error, el camino hacia la certeza es la interioridad ( in interiore homine habitat veritas ) que por un proceso de iluminación se
encuentra con las verdades eternas y con el mismo Dios que, según él, está en lo más íntimo de la intimidad. Las ideas eternas están en Dios y son los arquetipos según los cuales crea el Cosmos. Dios, que es una comunidad de amor, sale de sí 19
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mismo y crea por amor mediante rationes seminales, o gérmenes que explican el proceso evolutivo que se basa en una constante actividad creadora, sin la cual nada subsistiría. Todo lo que Dios crea es b ueno, el mal carece de entidad, es ausencia de bien y fruto indeseable de la libertad del
hombre.
Agustín
también
reflexiona
sobre
el tiempo desde la perspectiva de la conciencia subjetiva. El interior del hombre, dotado de memoria, está disperso entre el pasado y el futuro y anhela lo imperecedero. Es a través del examen de la propia trayectoria existencial y la introspección en la propia alma, donde Agustín expresa sus convicciones.
3. Ciudad de Dios. En la historia coexisten la Ciudad del Hombre, volcada hacia el egoísmo, y la Ciudad de Dios que se va realizando en el amor a Dios y la práctica de las virtudes, en especial, la caridad y la justicia. Ni Roma ni ningún Estado es una realidad divina o eterna, y si no busca la justicia se convierte en un magno latrocinio. La Ciudad de Dios, que tampoco se identifica con la Iglesia del mundo presente, es la meta hacia donde se encamina la humanidad y está destinada a los justos.
4. Lucha contra las herejías. Agustín acusa al pelagianismo de no creer en el amor gratuito de Dios. La salvación para él no es un merecimiento del hombre por sus buenas obras, sino pura gracia. Agustín también ataca al donatismo. Este no admite a los que en las persecuciones renegaron de la fe. Agustín aboga por la acogida y el perdón.
5. Ética. El amor agustino se basa en el amor a Dios. Este amor libera al ser humano permitiéndole hacer lo que él quiera. Ello, en tanto tiene como base el amor a Dios.
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Para san Agustín el amor es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee, sobra todo lo demás. San Agustín también dijo: Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti. Para el santo, Dios creó a los seres humanos para Él, y por ello los seres humanos no van a estar plenos hasta que descansen en Dios. Como para otros Padres de la Iglesia, para Agustín de Hipona la ética social implica la condena de la injusticia de las riquezas y el imperativo de la solidaridad con los desfavorecidos. Las riquezas son injustas o porque las adquiriste injustamente o porque ellas mismas son injusticia, por cuanto tú tienes y otro no tiene, tú vives en la abundancia y otro en la miseria. Agustín de Hipona defendió asimismo el bien de la paz y procuró promoverla. Acabar con la guerra mediante la palabra y buscar o mantener la paz con la paz y no con la guerra es un título de gloria mayor que matar a los hombres con la espada.
IV.
SIGNIFICACIÓN DE SAN AGUSTIN. San Agustín —se ha dicho— es el último hombre antiguo y el primer hombre moderno. Es un hijo de aquella África romanizada, penetrada de la cultura greco-romana, convertida en provincia imperial desde hacía mucho tiempo. Su siglo ve un mundo en crisis, amenazado por todas partes, pero todavía subsistente. El horizonte social y político que encuentra es el Imperio romano, la creación máxima de la historia antigua. Las fuentes intelectuales de que vive San Agustín son en su mayoría de origen helénico. La antigüedad, pues, nutre el pensamiento agustiniano. Todavía hay más. Esta influencia es más profunda porque Agustín no es cristiano desde el principio; su primera visión de la filosofía le viene de una fuente claramente gentílica, como es Cicerón, uno de los hombres más representativos del modo de ser 21
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del hombre antiguo. El cristianismo todar en conquistar a Agustín: Sero te amavi, pulchritudo tan antigua et tam nova!, exclama San Agustín en las Confesiones. «San Agustín —escribe Ortega—, que había permanecido largo tiempo inmerso en el paganismo, que había visto largamente el mundo por los ojos 'antiguos' no podía eludir una honda estimación por esos valores animales de Grecia y Roma. A la luz de su nueva fe, aquella existencia sin Dios tenía que p arecerle nula y vacía. No obstante, era tal la evidencia con que ante su intuición se afirmaba la gracia vital del paganismo, que solía expresar su estimación con una frase equívoca: Virtutes ethnicorum splendida viíia —'Las virtudes de los paganos son vicios espléndidos'—. ¿Vicios?
Entonces son valores negativos. ¿Espléndidos? Entonces son valores positivos» '. Esta es la situación en que se encuentra San Agustín. Ve el mundo con ojos paganos, y entiende en su plenitud la maravilla del mundo antiguo. Pero desde el cristianismo le parece que todo esto, sin Dios, es una pura nada y un mal. El mundo —y con él la cultura clásica— tiene un enorme valor; pero es menester entenderlo y vivirlo desde Dios. Solo así es estimable a los ojos de un cristiano. Pero este hombre fronterizo que es San Agustín, que vive en la raya de dos mundos distintos, no solo conoce y abarca los dos, sino que llega a lo más profundo y original de ambos. Es tal vez la mente antigua que comprende mejor la significación total del Imperio y de la historia romana. Y por otra parte San Agustín representa uno de los ejemplos máximos en que se realiza la idea del cristianismo, uno de los tres o cuatro modos supremos en que se ha vertido el hombre nuevo. Toda la Escolástica, a pesar de sus altas cimas, va a depender en lo esencial de San Agustín. El último hombre antiguo es el comienzo de la gran etapa medieval de Europa. Y muestra también San Agustín algo característico, no solo del cristianismo, sino de la époc a moderna: la intimidad. Hemos visto cómo pone en su centro en el hombre interior. Pide al hombre que entre en la interioridad de su mente para 22
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encontrarse a sí mismo y, consigo, a Dios. Es la gran lección que va a aprender primero San Anselmo, y con él toda la mística de Occidente. Frente a la dispersión en lo externo propia del hombre antiguo, hombre de agora y foro, San Agustín se encuentra con holgura en la interioridad de su propio yo. Y esto lo conduce a la afirmación del yo como criterio supremo de certeza, en una fórmula próxima al cogito cartesiano, aunque pensada desde supuestos distintos: Omnis qui se dubitaíem intelligit, verum intelligit, et de hac re quam intelligt, certus est. San Agustín ha logrado poseer como nadie en su tiempo lo que iba a constituir la esencia misma de otro modo de ser; de ahí su incomparable fecundidad. Las Confesiones son el primer intento de acercarse el hombre a sí mismo. Hasta el idealismo, hasta el siglo xvn, no se llegará a nada semejante. Y en este momento, cuándo con Descartes el hombre moderno se vuelve a sí mismo y se queda solo con su yo, San Agustín adquirirá de nuevo una influencia profunda. San Agustín ha determinado una de las dos grandes direcciones del cristianismo, la de la interioridad, y ha h echo que llegue hasta sus últimos extremos. La otra dirección ha quedado en manos de los teólogos griegos, y por ello en la Iglesia de Oriente. Esto ha decidido en buena medida la historia de Europa, que desde su nacimiento muestra la huella del pensamiento agustiniano.
V.
CONCLUSIONES. Entre sus obras destacan las "Confesiones" y la “Ciudad de Dios”. Su trayectoria vital y espiritual pase por el epicureísmo, maniqueísmo, escepticismo y platonismo; bajo el influjo platónico forjó su filosofía cristiana. Para San Agustín el hombre está compuesto por dos sustancias, alma y cuerpo. El cuerpo está formado por los cuatro elementos; y el alma, principio vital del hombre y de los animales, está dotada de memoria,
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apetito y facultad cognoscitiva. Respecto al origen del alma duda entre un creacionismo y un generacionismo o traducianismo. El hombre tiende por naturaleza a le felicidad, que consistirá en la unión íntima con Dios: ascenso a Dios desde la intimidad humana. Para conseguirlo es necesario el esfuerzo humano y la ayuda de Dios, la razón y la fe: ambas se necesitan mutuamente. La ayuda de Dios se efectúa por medio de la fe, que purifica la mente, y de la iluminación, que permite ver e Dios (Dios es el sol que ilumina la inteligencia para que esta pueda ver las verdades eternas que están en el interior). El esfuerzo humano lo realiza el hombre con sus potencias más nobles: la voluntad (amor a Dios, que es el Bien sumo) y la inteligencia (poseyendo por la iluminación la suma Verdad, que es también Dios). San Agustín estudia a Dios demostrando su existencia y estableciendo sus atributos, su esencia. Demuestra su existencia por las cosas exteriores (su orden, belleza, bondad y contingencia se deben a Dios) y por le mente interior humana: las verdades universales y necesarias no se deben al entendimiento humano que no es necesario n i universal, sino a la Verdad Suma, a Dios. Los atributos divinos son: ser sumo, inmutable, infinito, único y perfecto. El mundo sensible es creado por Dios de la nada, conforme a las ideas inmutables y eternas que previamente existían en la mente del Creador (ejemplarismo). Y junto con el mundo aparece el tiempo: el tiempo aparece con la creación. Para San Agustín la historia tiene un destino marcad o por Dios. Así, distinguirá entre la ciudad terrena, fundada sobre el amor egoísta, y la ciudad eterna, fundada sobre la caridad cristiana. Toda la historia es una lucha entre estas dos ciudades o amores y concluirá con el triunfo de la ciudad de Dios. La obra de San Agustín tuvo enorme influencia en toda la Edad Media y en la moderna (racionalismo), extendiéndose al espiritualismo y personalismo actuales. 24
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BIBLIOGRAFIA:
Diaconado permanente Autor: Pedro Pablo Bautista Raba.
Historia de la filosofía autor: Julián Marías
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/agustin.htm
https://abafernandez.com/el-derecho-segun-san-agustin/
https://es.wikipedia.org/wiki/Agust%C3%ADn_de_Hipona#Obras
http://www.bisabuelos.com/pat/agu/agustin_m03.html
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http://iesdionisioaguado.org/joomla/index.php?option=com_content&view=ar
ticle&id=1246:resumen-del-pensamiento-de-san-agustin&catid=79:sanagustin&Itemid=27
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